En cuanto me paso una tarde sin hablar se me pone estropajoso el cielo de la boca. Y después, si sigo callado, la boca entera. La lengua, la garganta, las encías, hasta la dentadura me parece a mí que se me agrieta. Y no es una figuración mía, Fallon, no es una pesadilla que yo haya tenido y me haya dejado un trauma, es de verdad. Será sicosomático, como dice Palomi, no digo que no, pero es verdad. No sé cómo puedes pasarte horas y horas en el internet, sin decir palabra, a mí se me pondría la saliva como un engrudo. Ya sé que ahora también se puede hablar por esos chismes, y si tú dices que se puede hablar como está mandado no voy yo a negártelo por el gusto de llevarte la contraria, no voy a decirte que no porque no lo sé, no voy a decirte que no se pueda hablar con las palabras bien dichas, y con el tono que pide cada dicho, y con el comiqueo, que es la sal de la conversación, la sal y todo el avío de una buena charla, el refritito de la charla es el comiqueo, y no digo que no se pueda comiquear cuando se habla por el ordenador, que eso tengo yo que verlo, pero, aunque se pueda, seguro que no suena igual, seguro que es hasta peor que el teléfono, porque el teléfono es un invento buenísimo, ni loco se me ocurriría decir que no lo es, y el móvil ya es el colmo de lo apañado, pero donde esté una buena conversación cara a cara que se quiten todos los inventos habidos y por haber, a mí el teléfono nunca ha terminado de dejarme a gusto, mira lo que te digo. Lo de antes sí que era hablar. Antes, tenías que dar un recado y salías, te plantabas en casa del vecino, o en el almacén, o en la botica, o en la confitería, por no mentar la plaza, que eso ya era el colmo del charloteo, una bendición, y se te iba el tiempo sin darte cuenta, y qué a gusto se quedaba uno después de haber rajado hasta las tantas. ¿Quién me lo ha dicho, Fallon? ¿Eres tú la que me has dicho que ya hay muchas que hacen la compra por el internet? ¿Pero cómo se pueden comprar por el internet las acedías, los burgaíllos, la tagarnina, un papelote de clavo o de nuez moscada, un manojito de hierbabuena, cuarto y mitad de pimiento molido, media docena de albérchigos en su punto, un puñado de chícharos, dos lonchitas de jamonyork, doscientos gramos bien despachados, por tu salud, de carne de membrillo? ¿Cómo se puede comprar todo eso por el internet, tú me lo puedes explicar? Y no me digas que los tiempos lo cambian todo, que ya lo sé. Yaya que si lo cambian. No tienes más que mirarme a mí.
Esta parte de La Algaida puede quedar preciosa, en eso te doy la razón. Siempre que el Pegamento y la agonía de su costilla no metan mano más de la cuenta, que algo de mano meterán, eso es que no tiene solución. Pero, mira, me parece un acierto que hayan prohibido hacer más pisos por aquí, ya está bien de tanto piso, por Dios. Hasta antier, como quien dice, todo esto era un puro estercolero, ¿tú te acuerdas, Fallon? Tú qué te vas a acordar, tú sólo te acuerdas del armamento del niño del Pachorra, eso sí que a ti no se te olvida, y ya sé que el niño se ha metido a boy y anda por Madrid enseñando la artillería en despedidas de solteras, estás tú informadísima de la carrera artística del muchacho, a ti ya sólo te falta organizar una peregrinación para ver en vivo y en directo la gran trompa de Míster Yumbo, ¿no es ése su nombre artístico? Pero todo esto era un estercolero, y en la parte más bonita de la playa, porque ésta es la parte más bonita de la playa, pero en La Algaida nunca hemos sabido apreciar lo que tenemos, fíjate lo que ha pasado conmigo, y no es por presumir, en fin, vamos a dejarlo. Ahora, cuando hagan el parque que dicen que van a hacer en los navazos, esto va a quedar precioso. Claro que no sé para qué van a hacer un parque, si lo bonito de los parques es, sobre todo, que la gente vaya, se dé sus paseítos, hable a gusto durante el tiempo que haga falta, y se digan cosas bonitas las parejitas en los bancos o medio escondidas entre el follaje, que para eso está. Para eso es para lo que de verdad sirve un parque, pero ahora resulta que todo eso la gente lo hace por el internet. Menos mal que siempre queda el remedio de hablar solo. Porque yo he sido toda la vida de mucho hablar, y tú lo sabes, pero también he sido de mucho hablar solo, y eso lo sabe muy poquita gente. Ahora ya me importa menos, ya casi no me importa, el único peligro es que alguien decida que estoy chalado perdido y me ingrese en un manicomio con una orden del Ayuntamiento, y que mi pobre Antonia termine en algún sitio todavía peor. Que no me oiga, por Dios. Mira qué a gusto está, tomando el solecito. Ha sido una idea estupenda salir a dar una vuelta a estas horas, después de comer, yo ya no tengo el cuerpo ni para echarme la siesta. Me echo la siesta y es que no pego ojo, me pongo a darle vueltas a todo lo que me está pasando y, cuando voy a echar cuenta, estoy hablando a media voz, como un transistor cuando lo pones bajito para no molestar. Y menos mal, porque si no hablara a media voz, aunque sea para mí solo, la boca y la garganta se me pondrían hechas un estropajo y yo creo que hasta acabaría asfixiándome. Y no me digas que no exagere, Fallon, porque no exagero. A ti es que te ha tocado vivir otros tiempos, no sabes tú la suerte que tienes. No sabes tú, y el niño de la Batea, y la vietnamita, y la niña de Piedad Aranda, la suerte que tenéis. ¿Que quién es la vietnamita? No me digas que no sabes quién es la vietnamita; esa muchacha de El Palmar que va siempre vestida como de comando y es la mano derecha del niño de la Batea. No me digas que no parece vietnamita. Ustedes no sabéis la suerte que tenéis. Ahora todo lo que se os pasa por la cabeza, o por donde se os pase, lo soltáis y tan tranquilos. La de cosas que yo he tenido que callarme no caben en todo el internet, te lo digo yo, y mira que el internet tiene que ser grande, ya sé que es grandísimo. Pues no cabe ahí dentro todo lo que me he tenido que callar, y mira que he hablado yo en mi vida, aunque, si te digo las cosas como son, eso de hablar tantísimo era muchas veces otra manera de no decir lo que me habría gustado decir. Sí, hija, ya sé que parece un acertijo. ¿Cómo se llama esa venda que les ponen en la boca a los prisioneros para que no griten? Mordaza, eso es. Pues ésa es la solución del acertijo. Muchas veces tanto hablar no era más que una mordaza.
Este poleo menta se queda frío en un santiamén. Todo se me está quedando frío, por Dios.
No es que esté deprimiéndome, Fallon, no es eso. Es que ahora mismo ya todo me da igual. Y mira que me hacía ilusión lo de la calle, porque la verdad es que me hacía muchísima ilusión tener una calle con mi nombre, pero ¿a qué darle más vueltas a lo que no puede ser? No, cariño, no, te puedes ahorrar todo lo que dice el prospecto.
Yo sé lo que me digo. Tú te compras un purgante, te lees el prospecto y no falla: no hay prospecto de purgante que no diga que tiene un sabor agradable, sabor a fresa, sabor a limón, sabor a naranja, sabor a menta. Luego, no hay purgante que no sepa a rayos, diga el prospecto lo que diga. Pues eso es lo que quiero decir, Fallon, eso es lo que quiero decirte, que no hace falta que te empeñes en decirme que este mal trago sabe bien, porque no sabe bien, y no me digas que a lo mejor no es lo que yo me pienso, porque es lo que yo me pienso, un purgante. El niño de la Batea, diga lo que diga, sabe mejor que nadie que sanseacabó, el martes dan el cerrojazo y de la calle Cigala, antes Silencio, nunca más se supo. Seguirá siendo calle Silencio hasta que reviente el mundo. Esto es lo que hay, cariño. Menos mal que aquí se está hoy la mar de bien. Mira, al fin y al cabo esto es lo que cuenta: un domingo tranquilo, una tarde bonita, un rato tomando el sol en la terraza de esta cafetería tan limpia y tan bien puesta. Lo que no comprendo es por qué no está más animada esta cafetería. El otro día también eché un rato aquí, y pasaba lo mismo. Bueno, es nueva, ya se irá animando. Dentro de nada se pondrá de moda, como se puso El Malandar, y ya no se podrá venir. ¿Tú crees que Antonia se ha quedado de verdad dormida?
¿Cómo está Rachid? Sí, hija, vamos a cambiar de tema. Hace siglos que no le veo. Es que ahora, para ir a la plaza, cojo muchas veces por el callejón del Truco, porque corto camino y ya tiene uno que mirar por sus piernas. ¿Todavía no has hablado por derecho con él, criatura? Y no me digas que has hablado con él por el internet, Fallon, no me digas eso. ¿Que sí que hablas con él por el internet, pero que él no sabe que habla contigo? Eso sí que es un acertijo, corazón. Y no me lo expliques, porque fijo que no lo entiendo. Bueno, me lo figuraba. Te pones un nombre falso, como las artistas, para chatear con él, lo que me faltaba por oír. Rosa de Té, vaya tela de seudónimo, hija. ¿Y quién es Rosa de Té? No hace falta que me lo digas: una joven y guapísima millonaria venezolana, porque ese nombre no puede ser más que venezolano, una ricachona monísima que está en España de incógnito para que nadie la quiera por su dinero, pero que anda buscando el amor de su vida, el hombre que la cuide, que la mime, que la haga feliz, y que le maneje su fortuna, porque seguro que eso lo has dejado caer como de tapadillo, que le maneje su fortuna, a ser posible por el internet, claro, para tener muchísimo tiempo libre y poder escapar los dos a cada momento a una playa paradisíaca del Caribe y vivir a todo plan, y hacer el amor día y noche, sin preocuparse de ninguna otra cosa. Más o menos, ¿verdad? Y el pobre Rachid, ¿qué, está ya encandilado? Dice que no se lo cree, claro. Pero poco a poco se lo va creyendo, ya veo, a ti te lo parece, para ti que Rachid se está colando por Rosa de Té. Pues menuda faena, corazón. ¿Y él quién te dice a ti que es? Rachid, sin más. Pues claro. Ni que fuera tonto, con lo listísimo que es. No le convendría nada pasarse por un sultán que está en España para vender garrafas y garrafas de petróleo y hacerse una mansión en Marbella, bueno, en Marbella no, que hay que ver cómo está Marbella. En Mallorca, pegadita a Marivent. Ni que fuera un lila. Él te dice la verdad, porque se da cuenta de que su verdad es la que a ti te pone como una zambomba. Pobre Rachid, nunca va a conocer a Rosa de Té. Hasta que se canse, que se cansará. ¿Y entonces, qué, Fallon? ¿Sabes lo que te digo? Que a lo mejor estoy equivocado. A lo mejor ustedes no tenéis tanta suerte como yo me pienso. A lo mejor las cosas no han cambiado tanto. Hablar con Rachid por el internet, con un nombre artístico, es como hablar a solas, a la hora de la siesta, sin poder pegar ojo, a media voz. Lo mismo.
A mí una vez me mandaron una carta de amor firmada con un nombre falso. Y no se lo conté a nadie. Me lo callé. A ti te lo estoy contando ahora, Fallon. Me lo callé porque, si me hubiera puesto a contarlo, habría sido como echarme sal en la herida, no sé si me comprendes. La carta era preciosa, pero yo la leía y no me parecía de verdad, aunque luego me hacía ilusiones, y después me entraban ganas de romperla en cachitos y quemarla en el fuego de la cocina, pero deseguida me metía yo en mis fantasías y me imaginaba a un muchacho tímido, pero cuajado, porque a mí siempre me han gustado cuajados, nada de angelotes de primera comunión, me imaginaba a un muchacho moreno, de ojos verdes, de boca gustosa, ancho de hombros y estrechito de culo, un hombre de cine que estaba por mis huesos. Ni a la Florista se lo conté. ¿Para qué se lo iba a contar? ¿Para que se cachondeara de mí? Yo a la Florista le contaba lo que ella sabía que era verdad, o lo que no lo era pero entraba dentro de lo posible, un restregón deprisa y corriendo en una casapuerta con un maromillo que se empeñaba en estar más ajumado de lo que de veras estaba, o el feriante que todos los miércoles a las siete de la tarde se metía en el Cine Ballesteros, que a esas horas estaba siempre casi vacío, y nada más sentarse, en la última fila, se abría de par en par la portañuela, se lo dejaba todo al aire, y esperaba el tiempo que hiciera falta a que entrase un servidor, se sentase a su lado y le aplicase el exprimidor. Cosas así, Fallon. Una tristeza. Como escribirle con seudónimo a Rachid por el internet. Sólo que yo esas cosas sí que las contaba, fíjate, y no sólo a la Florista, hasta a las señoras más finas les hacían la mar de gracia, en un momento dado, y no digamos a los maridos de algunas señoras, hubo uno, y no te voy a decir quién porque está muerto y a los muertos es de ley dejarlos en paz, pero hubo uno que una tarde se me adelantó, cuando yo llegué al cine allí estaba él, sentado junto al feriante, y la mano de aquel hombre no era un exprimidor, la mano de aquel hombre era una turmix. Sí, hija, sí, tú ríete. A mí también me hizo un montón de gracia, las cosas como son, que me puse a reír como loca, y no es que el cine estuviera completamente vacío, me tuve que salir antes de que me echasen, y no veas cómo se puso de ordinaria la Florista cuando se lo conté, como ella se pone cuando no controla las risotadas, y eso que yo sólo le conté el pecado, no consentí en decirle el nombre del pecador. En cambio, lo de la carta de amor firmada por Cupido, que ése era el seudónimo, una ridiculez, ya lo sé, lo de esa carta tú eres la primera que lo sabes. No recibí ninguna otra, Fallon. Ni de Cupido ni de nadie, ni con firma falsa ni con firma verdadera. Qué callada me he tenido esa pena. Calladísima me la he tenido durante toda mi vida. A ver si no tengo motivos para querer que la calle Silencio sea mi calle.
Ay, por Dios, esto parece una copla.
Ya lo sé, cariño, ya lo sé. A ver si te piensas que no lo sé. Yo sé que las cosas han cambiado muchísimo, pero hay cosas que no han cambiado nada, o casi nada. Ahora, a casarse, pero ¿con quién? ¿Con mi Antonia te vas a casar tú? ¿Con Pelayo me voy a casar yo? ¿O con ese viudo que tiene que ser un degenerado de muchísimo calibre? ¿Y todo lo que ustedes habéis ido dejando atrás, y no por ley de vida, como le pasa a cualquier hijo de vecino, sino porque lo que no podía ser no podía ser y además era imposible? Y no sólo en las cosas del corazón, también en todas las cosas del vivir. Cuando mi padre me dijo que vomitó la primera vez que le dijeron que yo iba por ahí dando el cante de maricón, yo me callé. Y cuando mi padre y mi madre se pelearon con todos los vecinos de la calle y dieron la cara por Antonia, cuando se supo que Antonia se mudaba a vivir, con diecinueve años, al piso que le había puesto don Alfonso Sandoval, yo me callé. Y el día que me hicieron entrar por la puerta de servicio en casa de aquella marquesa de Sevilla que estuvo años veraneando en La Algaida, yo me callé, porque iban a pagarme una barbaridad por hacerles las uñas a la marquesa y a toda la patulea que había alrededor de la marquesa, que eran como quince mujeres y tenían una boda o una puesta de largo o un no sé qué, y aquel dinero me hacía una falta horrorosa, y no tenía yo cuerpo ni condiciones para ganarlo en el campo o echándome a la mar, así que me callé. Cuando en el entierro de don Jerónimo Sánchez, que era un pedazo de pan, la bruja de su viuda me pidió por favor, pero con muy mala leche, que me fuera de allí, y me miró como me miró, porque a la gente de pronto le había dado por malmeter diciendo barrabasadas de don Jerónimo y de mí, cuando el santo de don Jerónimo lo único que había hecho era tratarme siempre con una consideración, y cuando la viuda se plantó a mi lado, en el pasillo de la iglesia, y dio a entender que de allí no se movía hasta que yo no me fuese, yo me callé y me fui. Cuando en el ambulatorio un médico con menos gracia que una angina de pecho me preguntó, delante de todo el mundo, ¿señora o señorita?, yo casi me orino de la corajina, pero me callé, porque estaba malísimo del estómago y no quería que aquel hombre me cogiera ojeriza y me mirase aquella ardentía tan horrorosa de cualquier manera. Y cuando mi hermano Ramón me llamó ladrón por no renunciar a lo que era mío, la casa que yo le compré a mi madre y que ella dijo bien claro, mientras se moría, que era para mí solo, porque eso era lo justo, ese día, Fallon, a la vuelta del cementerio, después de escuchar todas las barbaridades que Ramón y su mujer me quisieron decir, yo me callé. Me callé porque bastante tenía con que mi madre se hubiera muerto y me hubiese quedado de pronto sin nadie que me entendiese de verdad, sin nadie que me quisiera de veras y con su nombre, sus apellidos y su apodo, María la Chíchara, sin esconderse detrás de un nombre de mentira. Y no voy a seguir contándote la de veces que me he callado yo, Fallon, no voy a seguir.
También he hablado por los codos, eso también es verdad. Mira, Fallon: un día, hace por lo menos treinta años, si es que no hace treinta y cinco, estaba yo arreglándole las manos a una señora conocidísima de La Algaida, y tampoco te voy a decir su nombre, cuando apareció el chófer completamente descompuesto porque al señor le había dado un ataque en un sitio donde estaba haciendo un recado. El hombre no acertaba a explicarse un poquito mejor: que el señor estaba en un sitio, que estaba haciendo un recado, y que le había dado un ataque. Yo me olí que allí pasaba algo raro, así que me puse en plan chica de la Cruz Roja, dispuestísimo, venga a pedir al servicio que preparase tila, venga a abanicar a la señora, venga a decirle que seguro que no era nada, venga a pedirle al chófer que avisase corriendo al señorito Antonio, el hermano de la señora, que vivía cruzando la calle, y que se lo contase todo a él. Entonces el chófer me hizo señas para que me apartase un poco, me aparté, sin dejar ni un segundo de hablar, eso sí, y el chófer me dijo, muy atropellado el pobre, que el señor estaba en casa de la Alicantina, que allí se habían puesto todas histéricas, que el señor la había palmado, eso seguro, que qué hacía. Bien clarito le dije lo que tenía que hacer: avisar al señorito Antonio y decirle toda la verdad, que él se encargaría, y no contarle nada más a nadie, que nadie supiese que el señor había pasado a mejor vida en la casa de recibir que la Alicantina tenía por entonces en el callejón del Truco, mientras dos niñas le hacían cosquillas en las plantas de los pies, por decir algo y porque era voz pópuli que el señor apalabraba a las niñas de dos en dos. Luego, se acabó sabiendo todo, y hasta un poquito más, porque a la gente le encanta adornar mucho las películas, pero la señora nunca se dio por enterada, ella se fue al otro mundo contando otra historia, contando de otra manera la muerte de su marido, contándola tal como yo se la conté en cuanto el chófer se fue a avisar al señorito Antonio, que me inventé un drama precioso, que el señor se había bajado del coche casi en marcha para socorrer a una muchacha que se había desmayado en plena cuesta Belén, frente al callejón del Truco, que por lo visto era una muchacha de vida fácil, una muchacha de la casa de recibir de la Alicantina, pero que el señor era un cristiano ejemplar y ayudaba sin ningún reparo también a las pecadoras, como Jesucristo en los Evangelios, y que seguro que Jesucristo se lo premiaba; así que ella, desde el momento mismo en que le dijeron que su marido había fallecido camino del hospital de Cádiz, no paró de decir durante el resto de su vida que Jesucristo había premiado a Leoncio, vaya por Dios, ya se me escapó, bueno, que le había premiado por su caridad cristiana con una muerte envidiable, estando él en plena obra de misericordia, ¿qué mejor muerte se podía tener?, a su marido se le había partido el pedazo de corazón que tenía precisamente mientras socorría a quien lo necesitaba, y que fuese una niña de la casa de la Alicantina aún le añadía más mérito a la obra de caridad del que tan buen sabor de boca le había dejado a ella como hombre de bien y como esposo. La mayoría de esas palabras que ella decía me las copió, Fallon. Repetía como un papagayo todo lo que yo le había dicho aquella tarde, mientras su marido la espichaba en un sitio al que había ido para hacer un recado. Incluso me las repetía a mí, una tarde y otra, cuando yo iba a arreglarle las uñas, como si yo no supiera de dónde había sacado toda aquella producción de Cifesa en cinemascope y tecnicolor, y todo aquel parloteo. Porque yo, cuando hablo, hablo, eso es verdad. Pero muchas veces hablo para contar una película que sea lo más bonita posible, y muchísimas veces me he contado esas películas a mí mismo, largando por los codos, para que la película no sea de demasiado llorar, o para que sea de mucha risa, Fallon, otra manera de callarse, y no sé si tú me entiendes.
Ya sé que me entiendes, corazón. Mira qué tarde tan bonita se está poniendo. Aunque dentro de un rato seguro que refresca. Qué buena idea hemos tenido. ¿Cuándo abren de nuevo el restaurante de Chipiona? Te avisarán, seguro, para que vuelvas, ¿no? Me alegro por ti, no deja de ser un trabajito apañado, mujer. A lo mejor entonces me pienso lo del trabajador social que dicen que hay en el Ayuntamiento para atender a personas como mi Antonia. O para atendernos a ella y a mí, que, dentro de nada, tal para cual. Fíjate cuánta gente hay corriendo por la playa a estas horas. Yo creo que toda esa gente a la que de pronto le ha dado por correr todos los días, sin ton ni son, incluidas las fiestas de guardar y aunque caigan chuzos de punta, no está del todo bien de la cabeza, lo digo como lo pienso. La verdad es que esa silla de ruedas es buenísima, fíjate lo cómoda que está Antonia. Menuda siestecita se está pegando, qué a gusto está.
¿Qué te pasa, Fallon? Bueno, hija, no pienses en lo que te he dicho, no va a parar a ninguna parte. A mí es que a veces me pueden las ganas de cháchara y digo lo que a lo mejor ya no tendría que decir, porque no lleva a nada, a buenas horas. Mira, mejor que la calle Silencio siga llamándose calle Silencio, y santas pascuas. ¿Lo de la sopa de tomate, en la playa, a la luz de la luna llena? No caigo, hija. Ay, claro, claro que caigo. Ya me lo has contado, mujer. ¿Por qué te acuerdas ahora de eso? La verdad es que fue feísimo lo que te hicieron. Ya me acuerdo, claro que me acuerdo de aquella artista de cine que alquiló el chalé por dos o tres meses, en verano, con su querido de entonces, un ricachón decían que era, y un caprichoso, porque parece que él fue el que se encaprichó con el chalé de Juan Salazar, el pintor, en El Montijo, la de barzones que yo habré dado por El Montijo, por aquellas dunas y aquellos matorrales, en busca de una oportunidad, como dice la Florista, la de barzones que yo habré dado por ahí antes de que lo convirtieran en esa urbanización. Por todo el verano lo alquilaron, y hacían sus fiestecitas y hasta sus orgías con muchachos de la colonia, eso contaban, que la artista de cine se había quedado extasiada en la colonia con todos esos muchachos rubiales y de ojos verdes que hay por allí. ¿Y cómo es que te llamaron a ti para que les hicieses una sopa de tomate, Fallon? Ya, cosa de artistas. Y de escritores. Y de toda esa gente numerera que hace una piscina de un bidé. Le habían hablado de lo buenísima cocinera que tú eres. Me los imagino. Todos como si hubieran entrado en un éxtasis mientras se zampaban tu sopa de tomate, que no me cabe la menor duda de que estaría riquísima, porque tú cuando quieres, quieres, tú tienes mucho poderío en la cocina si te sale del tejeringo. Y la artista, ¿verdad?, en plan bruja de los montes, con su túnica blanca y todo, fíjate si me acuerdo de cuando me lo contaste. Es que parece que la estoy viendo, de pie, con su túnica, en trance, rezándole a la luna, que seguro que estaba preciosa, y encima con la marea baja, y todos los demás dale que te pego a la sopa, que ya sé que te salió bordada, Fallon, ya lo sé. Y lo que tú dices: luego irían contándolo por ahí, una noche mágica, eso es lo que dicen ellos, cosas así, un travesti de La Algaida que les hizo la mejor sopa de tomate que han comido en su vida, una maravilla de sopa, una exquisitez, una noche de luna llena y marea baja, una sopa riquísima, con su tomate, claro, y su pan majado, y su aceite, y su cebolla, y sus pimientos, y sus langostinos, y su toque de hierbabuena, el toque fetén. Y lo habrán sacado, seguro, en sus artículos, y en sus novelas, y en sus poesías, y en sus conferencias, porque los escritores son así, echan mano de todo, aunque fijo que lo que no sale en las novelas es que los muy fantasmas no te pagaron ni la compra que tuviste que hacer. Y tú te callaste, ¿verdad? Después lo has contado todas las veces que te ha salido del mollete, y más, y bien que has hecho. Pero en aquel momento te callaste. En aquel momento te faltó cuajo y arranque para decirles que te habías gastado lo que no tenías en comprar, sobre todo, los langostinos, que todo había sido maravilloso pero que a ti no te quedaba ni para desayunar al día siguiente, que allí tenías tú el tique con lo que te había costado todo, y que encima había sobrado, pero la artista de cine lo había guardado tan campante en la nevera, como si lo hubiera pagado de su propio bolsillo, y todo el mundo se fue sin retratarse, y tú estabas tan embarullada con lo contentos que estaban todos, y tan orgullosa de lo rica que te había salido la sopa, y tan ilusionada con salir en alguna novela o alguna poesía, porque me parece que lo dijeron, ¿verdad?, esto lo voy a sacar en mi nueva novela, o en mi nueva poesía, ¿a que sí?, ¿a que lo dijeron?, y tú estabas tan despistada en aquel ambiente tan importante, estabas tan fuera de sitio, y te daba tanto apuro hacer el ridículo, y quedar como una pobre, y como una rácana, y como una travesti casposa y agoniosa y sin ningún estilo, que te callaste, no tuviste valor para decirles que te habías gastado todo tu presupuesto de la semana en la dichosa sopa. Ya sé por qué te has acordado de pronto de eso, Fallon, claro que lo sé. Porque también tú has tenido que callarte en la vida lo tuyo, y tú sabes que no me refiero sólo a la sopa de tomate, eso es lo de menos.
Ya lo sé, Fallon, ya lo sé.
No te amusties, mujer, que tú eres la alegría de la huerta. No sé por qué habré sacado esta conversación, con lo bonita que se ha puesto la tarde. Anda, cariño, alegra esa cara. Hazte a la idea de que todas las diarreas que hayan tenido después todos ésos, que ojalá hayan sido muchas, no las han tenido por culpa de tu sopa, claro, sino por culpa de lo vampiros que son. Chupasangres, eso es lo que son, con todo el artisteo y todo el novelerío que tú quieras. Pero ¿sabes lo que te digo?, que esto no lo tienen. Esta tranquilidad, y esta vista tan preciosa, y este tiempo tan divino a principios de abril, que hay que ver lo bonita que ha entrado este año la primavera, esto no lo tienen. Lo podrán alquilar en verano, pero el año entero, y gratis, esto no lo tienen. Y como se les ocurra volver, tendrían que oírte. Escucha, Fallon, ¿por qué no lo ponemos en mi página güeb? A lo mejor les llega la copla, más vale tarde que nunca. Mi página güeb ya no va a servir para que yo tenga mi calle, eso tan fijo como que el sol sale por donde la China. Pero por lo menos que sirva, en un por si acaso, para que esos vampiros se enteren por fin de que te dejaron sin desayunar una semana entera. Las cosas no es que hayan cambiado del todo, Fallon, eso es verdad, pero también lo es que sí que han cambiado bastante, y ya no tienes por qué callarte. Y cuando me refiero a esto, corazón, me refiero a todo, también a Rachid.
Que Rachid está de morirse, eso no te lo voy a discutir.
Claro que si Rachid sabe toda la verdad, y no le importa, y no sólo no le importa, sino que te pide relaciones, y tú le dices que sí, faltaría más, y te arreglas con él, entonces ¿qué va a ser de mi Antonia? ¿Me la vas a dejar para vestir santos? Así me gusta, hija, sonríe, que tienes una sonrisa que no te la mereces, con lo perra que eres por lo general. Anda, dame un beso. Qué cutis tienes, corazón, ¿qué te das? Dame otro beso. La verdad es que me haría muchísima ilusión tenerte de cuñada, fíjate.
Debe de ser esta luz tan bonita que hay. Esta luz me pone sentimental.