Al final vamos a terminar hechos unos famosos, Antonia, ya lo verás. Como esto siga así, vamos a tener que buscarnos un mánayer. Ya nos vale, hija. Por si acaso, que no se me olvide echar la primitiva. ¿Estás cómoda, corazón? Este mes a ver si nos administramos bien y puedo mandar a que tapicen esta butaquita, y que le cambien los muelles, o mejor compramos otra, que la pobre está muy baqueteada. Menos mal que ha bajado un poco el calor. ¿Qué es eso? Qué escandalera, por Dios. Algún desavío que ha hecho la Fallon. Mira, mejor no enterarse, si es grave ya me enteraré. Está más excitada que yo, como si ella fuese la estrella. Y encima se encaprichó con el muchachito del sonido, el que me puso el pinganillo con el micrófono en la pechera, que tuvo que meter el cable por dentro y me rozó con los dedos, ¿sabes?, supongo que sin querer, la criaturita, y qué agradable fue, Antonia, a ti no te voy a mentir, ¿cuántos años hará que un muchacho no me roza la piel del pecho con los dedos? Lo de Pelayo no cuenta, lo de Pelayo es una obra de misericordia o un pitorreo, y además él nunca me ha metido la mano por debajo de la camisa, él se queda en el chic to chic, que ya es bastante. Cómo me gusta verte sonreír, Antonia. Ay, por Dios, ¿qué está haciendo esa cafre? Ya mismo vuelvo, corazón, a ver qué está haciendo.
Nada, hoy le ha dado por ponerse marihacendosa. Le ha dado por limpiar todos los cacharros que hay en la alacena de la cocina, algunos no se limpian desde que a san Pedro le salieron barrillos, y no por nada, porque no se usan, tú ya sabes que en esta casa los cacharros de mucho cocinar ya no se usan. Pues ella se ha sentido de pronto maridispuesta y le ha metido mano a la alacena entera y hay que ver el jaleo que está armando. Y que no se le va de la cabeza el muchachito del sonido. Muy mono, la verdad, el buen gusto para los hombres no se le puede negar a la Fallon. Pero ya le he dicho que se ha pasado cantidad. Se ha puesto en ridículo, Antonia, se ha ido por derecho al muchacho, sacando tetas, esas tetas de plexiglás o de lo que sea que se habrá comprado en algún súper, porque seguro que en algún súper ya venden tetas así, y le ha dicho ¿a mí no me pones nada en la pechera, cariño, no tienes tú un microfonito para la Fallon, con la de cosas interesantísimas sobre Cigala, y sobre lo que vosotros queráis, que yo puedo contar? Yo estaba voladísimo, pero ellos se lo tomaron bien, empezando por el muchacho del sonido que, según ella, le guiñó un ojo. Dice que a ver cómo le consigo la dirección del muchacho, o el móvil, o algo. Dice que si yo no se lo busco ya se lo preguntará ella al niño de la Batea, seguro que el niño de la Batea lo sabe, él ha sido el que lo ha apañado todo con Canal Sur para entrevistarme. Y Canal Sur ya no es Telealgaida, Antonia, Canal Sur son palabras mayores. Esta noche, a las diez menos cuarto, lo dan, eso me han dicho. Esta noche, ya sabes, Canal Sur en exclusiva. ¡Ya voy, Fallon, ya voy! ¿Qué le dolerá a ésta?
La regla, eso le duele. Será una cosa sicosomática, como dice Palomi. Ya le he dicho a la Fallon que ponga los cacharros como le salga a ella del bocadillo pero que no me deje chismes por ahí, que todos estaban ahí dentro y que, por tanto, todos tienen ahora que caber. Que se las apañe.
Qué nervioso me he puesto, Antonia. Al principio. Luego ya no, luego como si estuviera aquí hablando contigo y la reportera fuese la Fallon, como si estuviéramos en familia. Hay que ver lo desenvueltas que son ahora todas esas muchachas. Y a ésta se le notaba más porque parecía una niña chica, tenía carita de primera comunión, no sé si te fijaste. No te habrá molestado, ¿verdad, corazón? Cuando ella me preguntó si podían sacarte unos planos yo le dije que sí, para eso te habíamos compuesto como a una gobernadora, hija, hay que ver lo guapísima que estás, habría sido un desperdicio que no te sacaran. Así que vas a terminar hecha una famosa. Seguro que quedamos como artistas de cine, ellos se fueron contentísimos. El niño de la Batea me ha dicho que están entusiasmaditos con la historia y que la vamos a armar. Conmigo también están entusiasmados, fíjate. Qué familiaridad con la cámara, Cigala, como si no hubieras hecho otra cosa en toda tu vida, eso me dijeron. Y es que ya te digo, de pronto se me fueron los nervios. Les dije lo que ha descubierto Gonzalo, que en ninguna parte figura que la calle Silencio sea la calle del Cristo del Silencio, que yo no voy a porfiar con Cristo Nuestro Señor, que sólo faltaría eso, por Dios, y que le estoy agradecidísimo a toda La Algaida por el detalle que han tenido conmigo, y que me gustaría hablar con todos los algaideños uno por uno para decirles gracias, también a los que se han puesto en mi contra sin ninguna razón, porque la procesión seguirá pasando por esa calle y yo estaré allí el primero, como cada Miércoles Santo, y seguro que Nuestra Señora de la Desolación, que es una Virgen de la que yo he sido devotísimo toda mi vida, es la que ha hecho el milagro de que a una calle le pongan mi nombre, con lo poquísimo que yo soy. Genial, me ha dicho el niño de la Batea, dice que he estado de escándalo, que eso de poner a la Virgen de mi parte ha sido un puntazo que te cagas, él habla así. Ya verás cuando lo oigas, Antonia. La Fallon estaba también impresionadísima, qué piquito de oro, hija, eso me ha dicho, claro que hay que ver la práctica que tienes, todo el santo día de palique con la clientela. Ella no se resiste a quitarme méritos. También he estado la mar de bien cuando la muchacha de Canal Sur me ha preguntado por mi vida, por mi vida personal y por mi vida profesional, también lo he bordado, y no porque lo diga yo: qué bonito, Cigala, me ha dicho la vietnamita. La muchacha va hecha un cuadro, hoy llevaba una chupa de butanero o algo así. Qué bonito cuando he hablado de papá y de mamá, de lo orgullosos que estarían ellos, de lo humildes y lo buena gente que eran y de lo contentos que estarán de todas maneras, en la santa gloria. Eso sí, a mí este honor no me ha tocado en una tómbola, eso también lo he dicho, eso que quede claro. Sesenta años llevo trabajando como un burro. Bueno, trabajando como un artista, Antonia, porque lo mío es un arte, necesita una finura más que curiosa, y no sólo por lo delicadas que son las uñas de las señoritingas, como diría papá, sino por la conversación, por la simpatía, y por la santísima paciencia. Más de una señoritinga y más de dos tendrían que estarme eternamente agradecidas. Eso no lo dije, pero tendría que haberlo dicho. Pues no he llegado yo de veces a casas en donde había poco menos que un duelo, y luego he salido de allí con todo el mundo muerto de risa y con ganas de charlestón… Si se mira bien, Antonia, eso es hasta más importante que la Haute Manicure. Te va a encantar cuando lo escuches, mi vida. Me ha quedado la mar de gracioso. Me lo han dicho el niño de la Batea y la vietnamita: con esto les vamos a callar la boca, vamos a dejar sin habla a la trampuchera de Purita Mansero y a toda su patulea de fanáticos, porque eso es lo que son, unos fanáticos. Y la Fallon se va a poner morada de envidia, porque tú sales en el reportaje, Antonia, ya lo verás, seguro que tú sales, pero la Fallon se quedó a dos velas, más apartada que la muda de Griñán el Cojo, ya sabes, ¿te acuerdas?, su mujer le apartó una muda en El Baratillo y allí sigue la muda, al pobre Griñán le dio de repente una angina de pecho y la mujer lo enterró con la camiseta y los calzoncillos de toda la vida, ¿para qué necesita ahora una muda nueva?, dijo ella, y tenía razón, así que la muda no la ha desapartado nadie, y todo el mundo pregunta ¿ésta no será la muda de Griñán el Cojo? Pues igual de apartada se quedó la Fallon, Antonia, no le sirvió de nada ponerle los pechos de babero al muchacho del sonido.
Qué silenciosa está, qué mosqueante. Ahora vuelvo. Y que no se me olvide echar la primitiva.
Yo ya no estoy para esto. Yo ya sólo estoy para tomarme este cafelito con esta media bizcotela, y que me dejen de cacharrerías. Yo ya sólo estoy para merendar. Estoy medio mareado, mira lo que te digo.
Qué descompuesto me han dejado esas eminencias, hasta el café me sabe raro. ¿Tú sabes, Antonia, cuando Felipe el practicante, el de la calle Aduana, te mete esos chorros de agua caliente en los oídos para sacarte la cera, y te deja medio tarumba? Pues lo mismo. Bueno, tú no lo sabes porque nunca has ido a que te saquen la cera, pero es una sensación la mar de desagradable. ¿Y si al final resulta que tienes los oídos tapiados por la cera y todo lo que te pasa es que estás sorda como una tapia? Quita, anda, quita, Cigala, qué ocurrencias tienes ahora, por Dios. La culpa es del alboroto que me han metido en la cabeza las eminencias del internet y la cabraloca de la Fallon.
Ahí está, en el comedor, no lo pienso ni tocar. Eso sí, hay que ver la maña que se da la Fallon, ella dice que ha nacido para la informática. Y para darle al chupachups, le he dicho yo. A ella le ha encantado que se lo diga delante de los muchachos. La verdad es que ella se maneja de escándalo con el ordenador, los muchachos no tenían que explicarle nada, ella lo sabía todo. Qué suerte tienes, Cigala, me han dicho ellos, vas a tener una profesora de primera.
A lo mejor también hay que darle de merendar al ordenador, mira lo que te digo. Qué jugosa está esta bizcotela, ¿verdad, Antonia?, qué buena mano tienen para las bizcotelas en la confitería de Divina Pastora. Son mejores que las de Pozo, mucho mejores para mi gusto. Al ordenador a lo mejor le encantan. Hace unas cosas tan difíciles ese cacharro, tan complicadas, tan milagrosas, que a lo mejor hay que darle cuatro comidas al día y apuntarlo en la seguridad social y toda la pesca, con las moderneces nunca se sabe. Yo no pienso tocarlo. Cuando venga la Fallon mañana, que lo toque ella, si quiere. Que querrá, vaya si querrá. Por lo visto se pasa horas y horas en un sitio que hay exclusivamente para eso, para que la gente se enganche al ordenador, ligando con desconocidos o, como ella dice, chateando por chatear. Chatear no es tomar copitas, Antonia, chatear es, por lo visto, charlar por el ordenador.
Charlar pero sin charlar, no sé si me entiendes, la gente lo que hace cuando chatea es hablar en silencio, por escrito, no sé, es como el lenguaje de los sordomudos, a su manera, pero en modernísimo, no sé si me explico. Mal me puedo explicar, porque no me aclaro. ¿Sabes lo que te digo, Antonia? Que todos estos muchachos de hoy van a acabar sordos perdidos, porque cuando chatean no se escuchan, no pueden escucharse, ¿comprendes?, cuando chatean no usan las orejitas para nada, corazón, y ya sabes lo que pasa con la falta de uso, que todo se atrofia, que me lo digan a mí. Tiempo al tiempo. Qué lástima. Con lo bonito que es hablar y escucharse. Fíjate, Antonia, qué mala suerte, para una cosa preciosa que tengo, los oídos, dentro de cuatro días, o de menos, no va a servirme de nada. Felipe el practicante dice que tengo unos oídos perfectos, cada vez que voy a que me saque la cera me lo dice, qué piropo más raro. En fin, algo es algo. Que a la vejez te digan que tienes algo precioso, aunque sean las orejas por dentro, no es para quejarse. A lo mejor mis oídos acaban en un museo, fíjate. No me extrañaría. Como esto siga así, como la gente acabe hablando sólo por el internet, si es que a eso se le puede llamar hablar, los oídos van a terminar como los grifos de zapata, en las almonedas. Qué pena. Hasta desaparecerá la manicura a domicilio, claro, ya nadie podrá ir de casa en casa haciendo la Haute Manicure. Y, si va, será aburridísimo, una desaborición. Ya me dirás tú a mí qué es una manicura sin conversación. Como una operación de apendicitis, eso es lo que es.
Ahora me acuerdo de lo agradable que era hacer la manicura con la radio puesta. Yo llegaba a la casa, me pasaban al gabinete de la señora o al cuarto de estar, si la señora no era de mucha categoría y no tenía gabinete, sino sólo cuarto de estar, o nos poníamos junto a la fresquera, en la galería, si es que la casa tenía fresquera, y me ofrecían una limonada o una copita de manzanilla o de amontillado, si era por la mañana, o un cafelito o una infusión, si era por la tarde, y, mientras yo lo preparaba todo, charlábamos tranquilamente la señora y yo de las últimas novedades del pueblo, los últimos cotilleos, las bodas, los bautizos, las puestas de largo, los disgustos de familia, quién se había liado con quién, quién se había ennoviado y quién se había casado de penalti, quién se había muerto y quién se estaba arruinando. Luego, en cuanto yo me metía en faena y cogía las manos de la señora como si fueran de algodón de azúcar, poníamos la radio. Doña Marcela, la hija de la infanta doña Beatriz, siempre ponía música clásica, que nos relajaba muchísimo, y si teníamos que decir algo lo decíamos muy bajito, y si decidíamos seguir con el cotilleo, seguíamos, pero sin levantar la voz y sin entrar en ordinarieces, eso nunca, hasta lo más tremebundo o lo más verduscón lo hablábamos con un humor bonito y un tacto y una elegancia. Pero ella era la única que ponía música selecta. Con las demás señoras lo que poníamos era el serial, sobre todo por la tarde, con aquellas historias tan emocionantes, sobre todo las de Sautier Casaseca, y con aquellas voces tan preciosas, la de Pedro Pablo Ayuso, la de Matilde Vilariño, la de Matilde Conesa, ya no salen por la radio voces así. Ahora por la radio sólo salen goles y peloteras. Daba gusto hacer la manicura oyendo aquellas voces, era como si el oído lo tuvieras en una buena butaca, con unos buenos cojines, con una buena mantita por encima en invierno, o al calorcito de la copa, y en medio de una buena corriente en verano. No me extraña que Dios me conserve, a mis años, unos oídos tan preciosos, como me dice Felipe el practicante, yo siempre he tenido mis oídos cuidadísimos y atendidísimos.
La televisión ya es otra cosa. Con la televisión ya hay más motivos de distracción y la vista se te va cada dos por tres a la pantalla, porque es natural, porque ya no tienes que hacer el esfuerzo de imaginarte lo que pasa y lo que te cuentan, como pasaba con la radio. Pero nunca he tenido yo un descuido garrafal, eso no. Trabajas de otra manera, es verdad, haces tus descansitos para seguir las temáticas que van saliendo y hacer tus comentarios, pero gracias a Dios yo siempre he tenido, y sigo teniendo, una capacidad de concentración fuera de lo corriente y un pulso buenísimo y nunca he lastimado a nadie, no le he puesto a nadie las uñas en carne viva por culpa de una distracción ni me he dejado nada por hacer. Claro que miles de veces lo que es la vida real es muchísimo más entretenido y más jevi que el programa más retorcido y más escandaloso. Hay que ver cómo fue lo de doña Mabel Piqueras, Antonia. Lo de doña Mabel Piqueras y el peripuesto de su marido. No sé qué pipijierve le dio al hombre, de eso ya no me acuerdo, pero se puso malísimo y tuvieron que operarlo a vida o muerte, que no sé cuantísimas horas duró la operación en la clínica Montesa de Jerez, una clínica de pago y de muchísimo tronío, y después estuvo sin sentido y viviendo solamente gracias a los aparatos y a los sueros por lo menos tres días, y doña Mabel sin moverse en todo ese tiempo de la clínica, eso sí, que todo el mundo estaba admiradísimo de su devoción conyugal y su abnegación, hasta que me mandó llamar para que le hiciera allí las manos, que la devoción conyugal no está reñida ni con el aseo ni con la coquetería bien entendida, Cigala, eso me dijo, ni con distraerse un poco, que yo ahí me olí que a doña Mabel Piqueras lo que le hacía falta era conversación, y en un periquete la puse al día de todo lo que pasaba en La Algaida, y ella en la gloria, pero sólo le había hecho yo las uñas de una de las manos cuando entró de pronto un médico la mar de joven y la mar de risueño y la mar de buen mozo y le dijo, muy pizpireto, señora, aquí le traigo al bribón de su esposo, así mismo se lo dijo, eso sí que no se me olvidará, yo creo que el muchacho ya estaba al cabo de la calle, el muchacho ya había tenido que oír las bulerías de don Jacobo, que así se llamaba el marido de doña Mabel Piqueras, y de pronto unos celadores muy bien plantados, que de eso también me acuerdo, metieron en la habitación la cama con el enfermo, y el enfermo no paraba de decir ¡que me traigan el bolso!, eso decía, ¡que me traigan el bolso que viene a verme mi marido!, ¡que me traigan la polvera y la barra de labios!, y los celadores no podían aguantarse la risa, y doña Mabel Piqueras impertérrita, como si estuviera oyendo la lista de los reyes godos, y así estuvimos los tres toda la tarde, yo haciéndole las uñas a doña Mabel, ella impávida, y el marido venga a pedir que le llevaran el bolso y el colorete y el pintalabios para verse con su marido como Dios manda, hasta que apareció, como todas las tardes, Clemente, el chófer de toda la vida de don Jacobo, que no sé si tú te acuerdas, Antonia, no sé si te acuerdas de cómo era de joven ese Clemente, un Carigrán era de joven, y de mayor, que había que verle, pues se presentó el chófer en la clínica como todas las tardes, a ver si doña Mabel necesitaba algo, y fue verle don Jacobo y desatarse todavía más, no sabes cómo se puso, como una de aquellas artistas del cine mudo, exageradísimo de todo se puso el hombre, que no quería que Clemente lo viera sin arreglar, que tenía que pintarse, que tenía que peinarse, que tenía que componerse para él. El pobre Clemente no sabía dónde meterse, era como si le hubiesen cogido con las manos en la masa. Doña Mabel, muy en su papel de gran señora, le dijo a Clemente que podía retirarse, y luego buscó su bolso, lo abrió, sacó su polvera y su lápiz de labios, se lo puso todo al marido en la almohada, junto a la barbilla, y me hizo una señal para que terminase de hacerle a ella las manos. Ya me dirás, Antonia, si aquello no era mucho mejor. Pero ahí está el ordenador, quién iba a decirnos, Antonia, que terminaríamos con un cacharro de ésos en casa. Dice el niño de la Batea que así puedo seguir al minuto todo lo que se vaya diciendo de mí en el internet, todo el movidón que se ha organizado con lo de la calle. Yo no pienso tocarlo. Pero la Fallon ha dicho que no me preocupe, que ella se encarga. Lo que le faltaba. Esto es lo que le faltaba a la Fallon para darle recreo enseguida a la aspiradora.
Los carnavales ya fueron. Mal hipo le entre. Esto nadie me lo dijo, Antonia, si yo llego a saberlo aquí no entran. Y el niño de la Batea, desconectado o fuera de cobertura. Lo que no tengo es el móvil de la vietnamita, qué coraje. Si a mí me llegan a decir que la primera en salir largando iba a ser esa gorda diciendo que los carnavales ya fueron, entrevistan al papagayo de su santa madre.
Mírala, y parecía una mosquita muerta. Mírala qué sobrada y qué apretujada va ella. A lo mejor ya los había entrevistado a todos, ya tenía ella todo el percal bien cortado, y se presentó aquí haciéndose la señorita Inocencia. Que qué soltura delante de la cámara, que qué facilidad para el micrófono, que iba a causar sensación, no paró de decírmelo. ¿Para qué? ¿Para sacar ahora a todo trapo a esas elefantas diciendo que ya se acabaron los carnavales y que La Algaida no es una chirigota? Lo mismo a mí ni me saca, fíjate lo que te digo. O me saca cinco segundos, para dejarme en ridículo. La vietnamita sí que tiene mi móvil, seguro que lo tiene. Podría llamarme ella, digo yo.
Ya empezó mal, con el título del reportaje: Escándalo en La Algaida. Esto es lo que hay, cariño, sólo buscan el escándalo. Si no hay escándalo, no hay cheir, o como se diga eso. ¿De dónde habrá salido esa gorda? A esa gorda ni la conozco. A la otra sí, a la que ha dicho que hay cosas mucho más importantes en el pueblo que andar a la greña por ponerle o no ponerle una calle a ese individuo, a ésa sí que la conozco de vista, pero no es de aquí, una de aquí no dice, como ha dicho ella, ese individuo, ni dice esa palabra ni la dice con ese deje tan malajoso. Una de aquí dice cosas peores, pero ese individuo, ni hablar. A ésa la habrá engatusado Purita Mansero. Ya sólo falta que salga Purita Mansero. ¡Ahí está! Ahí está ella, ¿no te dije? Mírala qué oronda. Delegada de Fiestas y Eventos Culturales, todo con mayúsculas, no te digo. A ver qué larga, ¿dónde tengo yo un clínex?, ya verás como lo pone todo perdido de saliva, ésta no tiene boca, ésta tiene un aspersor de escupitajos.
Qué perra, la tía. Me encanta cómo lo dice la vietnamita: qué perra. Cómo le da vueltas y vueltas a las cosas para que no se le note lo perra que es. Lo de siempre, mira cómo lo digo conforme ella lo dice: que yo soy todo un personaje en La Algaida, que soy respetadísimo y queridísimo, que ella votó como la primera a favor de que le pusieran mi nombre a una calle, pero que no hay ninguna necesidad de ofender los sentimientos de nadie, la religiosidad de un pueblo, las tradiciones piadosas y culturales, vamos, lo de siempre, como un loro. Yo podría haber aprovechado para ir al servicio, no me habría perdido nada, eso me lo sé de carrerilla. ¿Quieres ir al servicio, corazón? Tú como siempre, hija, tan oportuna. Durante los anuncios te llevo, tú aguanta un poco, mujer. Si vuelve a salir la cacatúa de Purita Mansero, que seguro que sale, entonces sí que te llevo al servicio. Ya sólo falta que salgan los esquíns llevándose el dedo tieso al gaznate. Que le corten el pescuezo a Cigala, ya sólo falta que salgan los esquíns diciendo eso.
Toda una ciudad está en ascuas, vaya una manera de empezar. Con lo bonito que habría sido que dijese: toda una ciudad está de fiesta, encantada de hacerle un homenaje a uno de sus vecinos más queridos, preparándose para un gran acontecimiento que tendrá lugar el seis de abril, que es jueves, por cierto, toda La Algaida está invitada al acto en que se descubrirá la placa que le dará el nombre de Cigala a una calle de la localidad, eso tenía que haber dicho, que lo ha dicho, es verdad, sí que lo ha dicho, pero de otra manera, lo ha dicho por lo malo, por lo conflictivo, y además no hacía ninguna falta mencionar que esa calle, hoy por hoy, se llama calle Silencio. Y ahí está el conflicto, ha dicho ella, muy dramática. Mírala. Vamos a ver hasta el último adoquín de la calle Silencio. Y hay que ser malasombra para poner de fondo esa música tan trágica. ¿Qué pensarán los que no son de aquí? Todo está sesgadísimo, Antonia, sesgadísimo. Al niño de la Batea éstos de Canal Sur le han metido un gol. Se la han metido doblada, vamos, pero a lo mejor por eso está como unas castañuelas y fuera de cobertura, a lo mejor está como un mono salido.
Sí, hija, sí, no hace falta regodearse tanto. Ya sabemos que por ahí procesiona cada Miércoles Santo la cofradía de Nuestra Señora de la Desolación y el Santísimo Cristo del Silencio, en absoluto silencio, pues claro, es lo suyo, no te joroba, y ya lo has dicho dos veces, bonita de cara, no hace falta que lo sigas diciendo. Hala, lo que faltaba, una banda de Semana Santa. Ah, no, eso sí que no. Una saeta sí que no. Jamás de los jamases se ha cantado una saeta en esa calle al paso de la procesión del Silencio. Esa niñata no tiene ni idea. ¿A quién se le ocurre meter de fondo una saeta? Y todo para poner a la gente en mi contra, seguro. Míralos, ahí están esos niñatos recogiendo firmas en mi contra, ¿cuánto les habrá costado? Fíjate, ese chavea vive ahí mismo, en esta misma calle, un nieto de Loli la Chincheta es ese chavea, ¿él qué sabrá?, a él lo que le digan, lo que le paguen. A ver qué dice.
¿No te lo decía yo, Antonia, no te lo decía? Cinco euros al día les dan a las criaturas por andar por ahí recogiendo firmas en mi contra. Luego, claro, el chiquillo qué va a decir, dirá lo que le digan: que a él le parece bien que le pongan una calle a Cigala, pero no que se la quiten a Jesucristo. Eso ha dicho, como si se lo hubiera aprendido de memoria. Y la verdad es que lleva ya recogidas unas cuantas firmas. Qué depresión me da, Antonia, qué depresión. ¿Es que en este reportaje no va a salir nadie que esté de mi parte?
Este alcalde es un cagueta, eso es lo que es. A partir de ahora le va a hacer él las uñas a su señora con los dientes, por la gloria de mi madre, Antonia, por la gloria de María la Chíchara. Ya sé lo que va a decir, claro que sé lo que va a decir. Lo que está diciendo. Que el pleno municipal lo aprobó y blablablablá. Que se moje, el gachó, eso es lo que tiene que hacer, mojarse un poquito. Ay, por Dios. ¿Tú has oído eso, Antonia? ¿Tú has oído la pregunta que le ha hecho la viborilla esa al cagón del alcalde? ¿Y tú has oído lo que ha contestado el alcalde? Que a lo mejor hay otro pleno municipal, eso ha dicho. Que se está pidiendo. Vamos, que a lo mejor me quitan la calle.
A mí me da algo, Antonia. Ya no tengo ni ganas de llamar al niño de la Batea, ni a la vietnamita, ni a Gonzalo, ni a Pelayo ni a nadie. ¿Por qué no sale Pelayo? A él tendrían que haberle preguntado. Que le pregunten a él, a ver qué dice. Anda, guapa, pregúntale al padre Pelayo. Qué va, claro que no. Va y le pregunta a don Francisco Llorente, no te digo. Menos mal que a ése no se le entiende ni jota. Como que tienen que ponerle subtítulos, si no fuera por lo deprimido que estoy sería para pegarme una pechá de reír. Menos mal que la Iglesia no ha querido pronunciarse de momento, ya ves. Ni que tuviera que pronunciarse el Papa, bendito sea Dios. Además, no hace falta que se pronuncie, no hay más que escuchar a esas cuatro beatas que han ido saliendo para saber lo que piensan los curas. Menos Pelayo, ¿por qué no le preguntan a Pelayo? Alguien seguro que le ha dicho a esa mocosa que Pelayo está a mi favor y por eso no le ha preguntado.
Ay, Antonia, a mí me da algo. Ay, Antonia, eso es esta casa. Ay, Antonia, ahora seguro que salgo yo. Y se van a regodear en las pintadas, como si lo viera. Es que soy vidente, Antonia, soy vidente. Míralo, para que todo el mundo se entere bien. Como ahí sólo hay ya churretes, van y lo ponen en letras bien clarito, para que todo el mundo sepa lo que ponía. Cigala, al paredón. Cigala, excomunión. Ya está, ea. Retratado ya para toda la vida. Uy, ése soy yo. Uy, qué gordo salgo. Yo no estoy tan grueso, Antonia, ¿verdad que yo no estoy tan grueso? Uy, qué vergüenza. No quiero saber lo que dice esa mocosa de mí. A ver lo que dice.
Mira, no está tan mal. Yo creo que ha estado hasta cariñosa. Y ha dicho la verdad, que no todo el pueblo piensa, ni mucho menos, de esa manera. Mira qué bien sale la planta del aparador, ¿verdad? Sale preciosa. La verdad es que ha dicho cosas la mar de bonitas de mí, las cosas como son. Me ha puesto de buena gente, de buen profesional, de buen hijo, de buenísimo hermano. Te ha mentado a ti, Antonia, ¿tú has visto como te ha mentado a ti? Lo que no sé es por qué tienen que sacar las fotos que sacaron en La Algaida Información. Ya podía haberle dado el niño de la Batea alguna de las que yo le di para la güeb, que eran divinas.
Ahí está él. Qué gracioso. Le falta tiempo para ponerse él mitinero, eso dice la vietnamita. Qué cariñoso es siempre conmigo, las cosas como son, qué cosas más bonitas dice el mamón. También el niño de la Batea sale gordísimo por la tele, como que dicen que la tele engorda por lo menos cinco kilos, Antonia, que me lo hubieran advertido y me habría puesto yo a dieta unos diítas antes. La única que sale bien por la tele es la planta que hay encima del aparador. ¿Y éstos quiénes son? Antonia, yo a éstos no los conozco, pero mira lo que dicen. Tienen pinta de maestritos, ¿verdad? Sobre todo ellas. Son un cielo. Y ahí está Gonzalo, menos mal. Que diga todo lo que sabe, que sabe muchísimo. Eso es: esa calle nunca fue la del Cristo del Silencio, siempre fue la calle Silencio a secas. ¡Y Pelayo, Antonia, ahí está Pelayo! Cómo no iba a salir Pelayo… A ver qué dicen ahora esas beatas. Que Pelayo es un cura rebelde, eso dirán. Qué guapo el curita, no me digas que no, Antonia. Y qué piquito de oro tiene. Se me han puesto los vellos de punta, Antonia. Es que uno no está acostumbrado a oír esas cosas de uno, y, encima, oírlas por la tele impresiona una barbaridad. ¡Rachid, ése es Rachid! Qué encanto de hombre, por Dios. Y pensar que lo mismo termina engatusado por la Fallon… Ay, qué gracioso, cuando lo vea me lo como a besos, qué bonito lo que dice. Hay que ver el cariño que me tiene ese muchacho, Antonia, a saber por qué. Hasta se me están saltando las lágrimas. Si esto sigue así, voy a terminar llorando como un niño chico.
Uy, qué apuro, por favor, qué apuro. Un poco tieso me veo yo, no tengo por qué engañarme. Tranquilo sí que estoy. Un poco tieso, pero tranquilo. Mira qué bonito lo que digo de papá y mamá. Y lo que digo de ti, Antonia. ¡Mira, Antonia, ahí estás tú! Guapísima. La más guapa del mundo. Anda, deja que te arranque un cachete a besos. ¡Mmmmuá! Y aquí es donde pongo a la Virgen de mi parte, como dijo el niño de la Batea. A ver, a ver lo que digo.
No es por darme pisto, pero lo he bordado. Habrá que ver de qué color se ha quedado Purita Mansero. Verde se habrá quedado. Verde fatiga. Habrá que verlos a todos. Yo creo que, al final, hasta la muchacha se ha puesto a mi favor. Debe de ser una triquiñuela para que el espectador se quede enganchado. Esto va a tener el treinta por ciento por lo menos de cheir, o como se diga eso. Qué bien ha quedado, al final. Se nota que lo tenían pensadísimo, como una película de misterio, pero eso se avisa, qué mal rato me han hecho pasar. Ellos ya me habían dicho que yo había estado de dulce, como si no hubiera hecho otra cosa en mi vida. Fíjate, Antonia, mira qué efecto más bonito. Mira, yo en primer plano y, por debajo, como si yo fuera transparente, La Algaida entera. Qué bonita es La Algaida vista desde arriba. ¿Desde dónde habrán hecho eso? Desde el Alto del Picacho, yo creo que sí. El final, esto es el final. A ver lo que dice la muchacha.
La controversia está servida.
Vaya por Dios. Yo creo que lo ha estropeado un poco con eso de que la controversia está servida. Ni que esto fuera un politiqueo, ahí sí que está servida la controversia.
Bueno, ahora sí que se acabó. Ahora salen los letreros. Ay, ahora llama el niño de la Batea. Si no fuera por lo bien que ha estado, lo mandaba a tomar viento.
Dígame.