29, miércoles

Si alguien te paga en dinero negro, tú también manejas dinero negro, Cigala, es de cajón, eso me ha dicho el muchacho que ha venido con el niño de la Batea. Ana Belén Gallardo me paga siempre con dinero negro, se le pone el papo como un globo cuando lo dice. Qué bien se está aquí, me hacía falta este ratito a solas. ¿Qué hora es? A la una en punto he quedado con Pelayo, me da tiempo a tomarme un vermú con unas patatas fritas. Luego, con Pelayo, tendré que tomarme otro vermú, y tendré que invitarle yo, es lo suyo, pero qué más da, tampoco voy a arruinarme por eso, y tampoco voy a ajumarme con dos vermús. Estoy estupendamente, que no me venga Palomi con tantos miramientos con las pastillas, con dos que me he tomado he dormido como un bendito y ahora estoy mucho más animado. Me ha dicho el niño de la Batea que esta batalla la vamos a ganar. El muchacho que venía con él es abogado, una eminencia, y además tiene una pluma que ya la quisiera el gorro de Robin Jud. La criatura habla como la Faraona todo el tiempo, y sin embargo es una eminencia, antes no pasaba esto, antes sólo daban el cante las mariquitas de toda la vida, dicho sea lo de mariquitas con todo el respeto y todo el cariño del mundo. Bueno, la verdad es que antes también había abogados y farmacéuticos y albañiles y no digamos anticuarios, y hasta comandantes de la guardia civil, con una pluma de escándalo, pero estaban casadísimos y eran cabeza de familia numerosa, pero una eminencia como Gonzalo, ¿se llama Gonzalo?, yo creo que sí, yo creo que me ha dicho que se llama Gonzalo, qué lástima de cabeza la mía, pues una eminencia como él y con ese poderío con el que va despachando pluma sin cortarse un pelo, eso antes no lo había. Esta cafetería, con esta terracita cubierta y esta vista tan preciosa, que hay que ver lo bonito que se ve hoy el Coto, ha quedado la mar de acogedora. Aquí tendría que haber quedado con Pelayo, no sé cómo no se me ocurrió. Me hacía falta echarme a la calle, que Antonia me perdone, y eso que la reunión ha estado la mar de animada y ha sido la mar de oportuna, hay que ver lo cariñosos que son esos muchachos, y esas muchachas, que las dos que han venido con el niño de la Batea también han estado cariñosísimas conmigo, a una de ellas la conocía más que de vista, en cuanto la vi se lo dije, a ti te conozco yo de toda la vida, cómo no la voy a conocer, con la de veces que he ido yo a hacerle la manicura a su madre, Piedad Aranda, de una familia buenísima de siempre, lo que no sé es si la madre sabe lo de la niña, tampoco me he atrevido a preguntárselo a la muchacha, uno ya no tiene edad para preguntar esas cosas como si nada, y seguro que la madre no lo sabe, porque además a la chiquilla no se le nota nada, hay que ver lo mona y lo femenina que es y lo arregladita que va, no como la otra, la otra es el polo opuesto, la otra me ha dicho que ella es del Barrio Alto, de la barriada de El Palmar, y que en su familia no se ha hecho la manicura nadie en la vida, pero nadie, que habría que ver a su madre y a su abuela y a sus tías y a sus hermanas y a sus cuñadas en la vendimia, aquí o en Francia, o en la aceituna, o fregando suelos, sobre todo antes de que inventaran la fregona, habría que verlas a aljofifazo limpio, no estaban ellas para Haute Manicure, así que habrá que esperar a que salga algún maricón descarado para que la Haute Manicure entre en la familia, así mismo lo ha dicho, y riéndose mucho, con muy buen rollo, como dicen ellos ahora, ha dicho que el más hombre de su casa es ella, con diferencia, y que tampoco ella piensa hacerse la manicura ni muerta, y que la perdonase, que no lo decía por desmerecerme. Hay que ver cómo va vestida la muchacha, que parece un comando vietnamita, con esa carita medio achinada y ese pelito corto, a lo garsón, pero a lo garsón por las bravas, a lo garsón de pueblo, nada parisién, la verdad, y con esos modales tan simpáticos, porque la verdad es que a la muchacha esos modales de soldado raso le quedan la mar de graciosos, pero ella no habla en masculino, fíjate, eso no. Eso es una cosa que a mí siempre me ha llamado mucho la atención, que las mariquitas se digan unas a otras todo el rato bonita, guapa, reina, zorra, cabrona y cosas así, y se refieran a ellas mismas en femenino, como la Florista, porque ésa no para de hablar en femenino, claro que ella es una antigua, las cosas como son, que también eso ha cambiado una barbaridad, pero siempre me ha llamado mucho la atención que eso sea así y que, mientras, las tortis, con perdón, no hablen en masculino ni se digan unas a otras mamón o machote. Yo al menos no las he escuchado nunca hablar de esa manera, lo más que les he escuchado decir es que algo les sale o no les sale de los huevos, que tampoco es que sea el colmo de la feminidad, francamente. Pero la niña de Piedad Aranda seguro que ni eso dice. A lo mejor la muchacha no es bollerita, tendría que habérselo preguntado. Bueno, qué más da. Lo importante es que parece dispuesta a jugarse la vida, o poco menos, para que yo tenga la calle que quiero tener. Con lo calladita y lo modosita que me pareció nada más verla, y hay que ver lo revolucionaria que se puso la chiquilla, que si ya está bien de que los curas y las beatas manden en este país, que si eso va contra la Constitución, que la Constitución es laica perdida, y que lo mismo que no debería haber ya ni una calle ni una plaza con el nombre de Franco o de los franquistas, tampoco debería haberlas con el nombre de una Virgen o de un Cristo o de tantos santos y tantas santas, y que si el monigote del Mantenedor Perpetuo de la Fiesta del Guadalquivir tiene una calle con su nombre, ¿por qué no vas a tenerla tú, Cigala, que eres tan digno y tan honrado y tan trabajador y tan artista como él, y mucho más querido? Eso dijo la muchacha del tirón. A lo mejor se pasó un poco. Tampoco me parecería a mí bien que ahora le quitasen el nombre a la cuesta de la Caridad, o a la cuesta Belén, o a la calle Divina Pastora, o a la plaza Virgen del Rocío. Ay, no sé, qué apuro. La que yo pido sólo es una calle, sólo una, y como dijo Gonzalo, o como se llame, en ninguna parte figura que esa calle sea la calle del Cristo del Silencio, lo ha estudiado en profundidad y lo de Cristo del Silencio no aparece ni en el catastro, ni en el callejero municipal, ni en ninguna guía, ni en nada, eso es una cosa que a lo mejor alguien se inventó una vez porque pasaba por ahí esa procesión, y le vino como picha al culo, pero que el nombre original y verdadero de la calle es calle Silencio, y punto. Dice Gonzalo, o como se llame, que ése es un argumento sólido e importante al que podemos agarrarnos. Y eso será lo primero que pongan en la página güeb, o como se diga. Qué cosas, por Dios, qué modernidades. Van a poner una páginas de ésas en el internet sola y exclusivamente para mí y para mi caso, para que la gente opine y para conseguir que lo de la calle Cigala, en lugar de calle Silencio, salga adelante gracias a la presión popular. Eso me ha parecido a mí entender, pero a lo mejor he entendido la mitad de la mitad. Qué rico está este vermú. Bueno, estará como siempre, pero a mí me sabe a gloria. Me hacía falta. Yo creo que hasta me está despejando las entendederas, seguro que dentro de cinco minutos entiendo del todo lo que el niño de la Batea me ha dicho sobre el internet y la página güeb. Me ha dicho el niño de la Batea que a mí lo que me hace falta es navegar por el internet, que seguro que me sale un buen novio, dice que por el internet se liga lo que no está escrito. Y ya se lo he dicho, ¿pero es que ustedes no os dais cuenta de la edad que yo tengo? A buenas horas me va a salir a mí un buen novio, o aunque sea un novio regular, a buenas horas, y menos por el internet, con lo moderno que tiene que ser eso… Pero ellos tienen otra eminencia, porque ahora, entre los gais, o gueis, hay eminencias para todo, no sólo para adornar escaparates, peinar a las señoras, hacerles la manicura, coser y componer altares, qué bien, así que tienen una eminencia en la cosa del internet y de la güeb que ya se ha puesto manos a la obra, pero necesitan fotos. Yo no tenía cuerpo para ponerme en ese momento a buscar fotos, la verdad. Mañana se las doy. Mañana a ver si encuentro un ratito y rebusco y les doy las fotos que a mí más me gusten, nada que ver con las que publicó La Algaida Información. Me ha dicho el niño de la Batea que les dé todas las fotos que tenga y que ya ellos elegirán, pero yo prefiero filtrarlas, ahora se dice así, filtrarlas, yo lo prefiero, ya no puede fiarse una ni de su madre. Uy, ahora lo he dicho en femenino. Hija, qué más da, de vez en cuando relaja mucho. A ver si mañana tengo un momento, porque no creo que me llame Desi Gutiérrez para pedirme que vaya a su casa, después de haberme anulado la cita. No lo creo. Esta tarde tengo a la Chica Lapuente. La he llamado para confirmar, no fuera ella también a anularlo, y ella me ha dicho que sí, que por supuesto que me espera, y que ya le contaré, lo dijo así, haciéndose mucho la doñaintrigada, ya me contarás, deseguida supe que se muere de ganas de que le cuente, pero ya está advertida, nada de volverme tarumba con sus preguntas, hablamos de lo que ella quiera menos de la dichosa calle, eso está bajo secreto de sumario, eso le he dicho, de algo tiene que servir ver tanto la tele, y ella me ha dicho que no me preocupe, que lo que yo diga. Pero me la conozco. Y, como me la conozco, a ésa va a faltarle tiempo para sacarme el tema. Y si me saca el tema, yo la dejo plantada, como me llamo Cigala que la dejo plantada. Advertida está. Tiene una boda el viernes, pero advertida está. Qué bien me está sentando el vermú. Pero hay que ver lo agoniosos que son en esta cafetería con las patatas fritas, ni que fuese caviar, coño. A ver si viene el muchacho y le digo que se estire un poco con las patatas, o con una olivitas, o con algo, por Dios. A lo mejor le ha llamado la Fallon y le ha dicho que, para mí, ni una avellana. Hay que ver cómo se puso porque no teníamos ni una cerveza ni un cocacola que darles a los muchachos. Y eso que ellos, educadísimos, dijeron que lo dejase, que por ellos no me preocupara, que con un vaso de agua tenían de sobra, un vaso de agua para cada uno, eso sí, pero la petarda de la Fallon erre que erre, ella fue la que ofreció una cervecita o un cocacola por su cuenta, sin encomendarse ni a su santa madrina, y cuando yo dije que lo sentía muchísimo, que en casa no hay ni cervecita ni cocacola, mayormente por los gases, la Fallon se ofreció, tan fresca, a ir a la tienda en un periquete, si yo le daba el dinero, claro, y a mí se me debió de mudar la cara porque Gonzalo dijo venga, invito yo, y preguntó qué queríamos, y el niño de la Batea dijo que una chueps, y la niña de Piedad Aranda, que un fanta limón, y la vietnamita, que un nestí, y Gonzalo quería una cosa rarísima que no me acuerdo ni cómo se llama, y la descarada de la Fallon dijo que ella sí que quería un botellín, o dos, si se encartaba, que se lo pedía el cuerpo, y también dijo que si podía comprarle a Antonia un activel, que le encanta el activel y se habían terminado. Veinte euros le dio Gonzalo a la Fallon, y la muy choriza no le habría dado la vuelta si yo no se lo hubiera dicho, y ella puso una cara de despiste exageradísima. Yo había dicho que, para mí, nada. Para mí, agua, que es sanísima, dos litros de agua al día hay que beber. Agua del grifo. Pero qué bien me está sentando este vermú. Con Pelayo he quedado en El Pintaíto, a él le encanta El Pintaíto, no sé por qué, hay que ver lo cochambroso que es el tabernucho ese y lo fino que es Pelayo. Mira, voy a llamarle y le digo que se venga aquí, en lugar de ir a El Pintaíto, que haga esa obra de caridad. Aquí tengo que tener grabado su número. Ay, Cigala, hijo, qué cegato estás. Sin las gafas de ver es que no veo nada, no voy a poder llamar a Pelayo. Podría decirle al camarero que me busque el número de Pelayo en la memoria, en la memoria del móvil, quiero decir, pero mejor no, él no tiene por qué saber los números que yo tengo guardados en la memoria de mi móvil, ni él ni nadie. Bueno, mejor, así me muevo un poco, también me viene bien barzonear un poco, que me voy a quedar si no completamente chiguata. Son quince minutos a paso normal. A paso de camastrón, quiero decir, a paso de costalero bajo el paso de la edad. Qué poético me ha salido.

Bueno, no seas tú también choriza, Cigala, que ahora no te oye nadie, ahora sólo te escuchas tú, ahora no tienes a quién impresionar, eso tan poético lo escribió don Francisco Llorente en aquella poesía que publicó en La Algaida Información. Me gustó muchísimo aquella poesía, lo cortés no quita lo valiente, me gustó tanto que me sale sola. En fin, ya debería ir levantando la tienda, menos mal que este reloj tiene unos números grandísimos. A ver si eso del internet sale bien, a ver si es verdad que eso carbura. Y no ya por mí: por todo y por todos, como han dicho el niño de la Batea y la niña de Piedad Aranda. Qué bien lo han dicho. Me da un poco de apuro, las cosas como son, pero qué bien lo han dicho. Que lo de mi calle es un hito, una conquista para todos. Hijo, no sé, tampoco hay que sacar los pies de tiesto. Es verdad, parece mentira que estemos donde estamos, como dicen ellos, en eso hay que darles la razón. Pero ¿qué tendrá que ver lo de las bodas gueis con mi calle? Pues, por lo visto, tiene que ver. Ponerle tu nombre a una calle es como ponerle el nombre de esos miles de gentes que fueron como tú y como yo y lo pasaron tan mal, Cigala, hasta a la cárcel fueron, y a los manicomios, o los enterraron como perros, eso me ha dicho el niño de la Batea, sólo por ser como tú y como yo. Y como yo, saltó la vietnamita. Hijo, por Dios, entonces que no le pongan mi nombre a una calle, entonces que le pongan mi nombre a una plaza de toros, me parece a mí, para que quepa tantísima gente. Que le pongan mi nombre al Ramón de Carranza. No sé quién me mandaría a mí meterme en este berenjenal. Anda, Cigala, no flaquees, no te derrumbes, que estás estupendamente. Y ya verás lo bien que va a sentarte ahora la conversación con Pelayo.

Hasta me estoy poniendo colorado, por Dios. Qué vergüenza.

No vuelvas a decirme eso, Pelayo, por el amor de Dios, no vuelvas a decírmelo. Y no te rías. Ya sé que es verdad, pero no me lo digas. Es que no puedo remediarlo. Es como un tic. Cuando voy a darme cuenta, hala, ya estoy mirándote ahí. Pero no vuelvas a decirme que deje de mirarte la bragueta, que te pongo nervioso. Y no te rías.

Anda, vamos a cambiar de conversación. Yo es que ya no sé si tengo que confesarme de esto, Pelayo. Y dale, no te rías. No, no es que tenga que confesarme de que se me vaya la vista sin querer a tu portañuela, no estoy ahora hablando de eso. Bueno, de eso a lo mejor también tengo que confesarme, a mí confesarme de lo que sea no me da yuyu, como dice la Fallon, aunque a lo mejor tú también podrías poner un poco de tu parte, mira lo que te digo, porque si fueras con sotana, o si por lo menos cruzaras las piernas, a lo mejor a mí no se me iba la vista con tanta facilidad a donde no se me debe ir. Si hay que decirlo todo, se dice todo. Y haz el favor de no reírte, que no soy Pamplinas. No, no me enfado, de verdad que no me enfado, pero vamos a cambiar de conversación. Lo que te decía: ya no sé si tengo que confesarme de querer que le pongan mi nombre a la calle Silencio.

¿De verdad?

Yo te lo agradezco muchísimo, Pelayo, no sabes cómo te lo agradezco, porque es lo que yo me digo, si seguro que al Cristo del Silencio le da igual, y te digo más, seguro que está encantado de dejarme su calle, si es que es su calle, porque ésa es otra, Pelayo, un amigo del niño de la Batea, que es de mi cuerda, y que además es una eminencia como abogado, se ha interesado en el tema y dice que ha investigado y que en ninguna parte aparece que esa calle se llame de verdad calle del Cristo del Silencio, dice que su verdadero nombre es calle Silencio, y punto.

Ay, por Dios, otra vez. Es que no sé qué me pasa, Pelayo, es que no puedo dejar de mirarte la bragueta. ¿Tú sabes cuando se te mete una musiquilla en la cabeza, y no puedes dejar de darle vueltas a la musiquilla? Pues igual.

No me digas que voy a terminar poniéndote cachondo, Pelayo, ni en broma me digas eso. Tú serás un cura muy moderno, pero ni de aquí a Pekín soy yo tan moderno como tú, así que no me digas eso. Y no sé ni cómo te das cuenta, hijo, si llevo puestas estas gafas de sol impenetrables… Voy a tener que hablarte de perfil. Me vas a perdonar, pero voy a hablarte de perfil, yo te hablo y, mientras, contemplo la trasera del restaurante Bajamar, una vista entretenidísima, con todos esos cubos de basura. ¿Sabes?, quieren ponerme una página güeb en el internet, ¿tú sabes lo que es una página güeb?, claro que lo sabes, qué no sabrás tú. Dicen que será un éxito, que tendremos montones de mensajes, que conseguiremos, ¿cómo se dice?, adhesiones, a mí esa palabra me suena a esparadrapo, millones de adhesiones vamos a tener, según ellos, la juventud es lo que tiene, un optimismo desbordante, millones de entradas a mi favor dicen que voy a tener. ¿Qué es eso de tener millones de entradas a mi favor? Ni que uno fuera un circo, coño. Hasta dicen que voy a ligar un montón. ¿Que también tú ligas un montón por el internet? Anda, Pelayo, por favor, no digas patochadas. Ay, por el amor de Dios, otra vez. Hasta de reojo se me va la vista. ¿Por qué no cierras un poquito las piernas, aunque sólo sea por hacerme a mí un favor, guapito de cara?

No te chuflees de mí, anda, ten un poco de consideración conmigo, aunque sólo sea por mi edad. Y no seas tan coqueto, que no está ni medio bien que un cura, por moderno que sea, sea tan coqueto. ¡Cierra esas piernas! Pues claro que me he fijado en lo guapito de cara que eres, yo tengo ojos en la cara, y no me lo digas, que te veo venir. Tenías que decirlo, ¿verdad? Tenías que decir que tú pensabas que sólo tengo ojos para tu bragueta, no para lo guapito de cara que eres. Voy a tener que ponerme de espaldas para hablar contigo, fíjate. Para hablar contigo, Pelayo, no para darte facilidades. Pero ¿tú qué has comido esta mañana? Hay que ver las cosas que me dices, Pelayo…

No me digas que es que te lo pongo en bandeja. ¿Qué es lo que te pongo en bandeja? ¿La espalda te pongo en bandeja? Pero qué verde te has levantado hoy, Pelayo, y perdona que te lo diga. O con qué ganas de mortificarme. O de guasearte de mí, que es lo mismo. Y no me digas que yo he empezado, ya te he dicho que es como un tic. Algo así como lo que les pasa a los tartamudos, que, contra más lo quieren arreglar, más lo estropean. Es que me enredas, con esa agilidad mental que tienes me enredas. Ya sé, ya sé que eres también la mar de ágil para otras cosas, no hace falta que me lo digas. Para zapear también eres muy ágil, eso ya lo sé. ¿Es que hoy no se puede hablar contigo en serio? Yo tengo que hablar contigo en serio, Pelayo. Esta mañana me he levantado la mar de bien, después de mis dos pastillitas, pero ahora me están entrando unos escrúpulos grandísimos y no sé si tengo que olvidarme de la calle Silencio. A lo mejor más me vale que me olvide de esa calle o de cualquier otra calle.

No me digas que lo que yo necesito es ligar por el internet para relajarme. Pelayo, por favor, no me digas eso. Además, eso de ligar por el internet tiene que ser sosísimo. La Fallon, por lo visto, no para, pero yo no le veo la gracia, qué quieres que te diga. Donde esté una buena conversación, un buen achare, un hacerse unos ojitos, una medio sonrisita, un galanteo, como se decía antes, Pelayo, donde esté eso, donde esté un buen hablar, que se quite el internet. ¿Qué es eso de ligar tecleando? No me digas que tú lo haces, porque no te creo, Pelayo. Tú serás muy moderno, pero yo sé que tú tienes un voto de castidad y tú lo cumples, así que deja de hacerte la vampiresa. Eso sí, hay que ver qué gloria de bragueta tienes, hijo, y perdona.

Yo ya soy inofensiva, cariño. Y disculpa la confianza, Pelayo, disculpa que te diga cariño. Ya sé, ya sé que hay confianza. Para eso, y para más. Bueno, no digas para qué más, por Dios, no me lo digas. ¿Sabes?, volviendo a hablar en serio, si es que contigo se puede hoy hablar en serio, hay una cosa que me dice que tire palante, y la misma cosa me dice que tire patrás. Me han dicho el niño de la Batea y su pandilla, que no sabes qué graciosa es su pandilla, un día te los tengo que presentar, seguro que les encantas, y seguro que a ti te encantan ellos, seguro que os caéis de puta madre, como ellos dicen y como tú dices, seguro, pues ellos me han dicho que lo de mi calle es muy importante, que lo mío va a ser un hito, pero yo no quiero ser un hito, a mí me da miedo ser un hito, Pelayo. ¿Sabes lo que te digo? Con mi calle va a pasar eso, lo que tú dices, va a ser como una reparación para mucha gente que lo ha pasado muy mal sólo por ser así, qué bien lo has captado, qué agilidad mental tienes. Y eso me agobia, eso es una responsabilidad y yo no estoy preparado para una responsabilidad así. Pero también me hace ilusión. Me acuerdo de todas esas criaturas, aunque no las haya conocido, porque yo sólo he conocido a las mariquitas y las tortilleritas de por aquí, que somos muchísimas, es verdad, pero no todas, y ahora conozco también a los famosos que han salido del ropero, como se dice ahora, o del armario, como se diga, que ha salido una patulea, hay que ver, pero me acuerdo de todas, de las que fueron a la cárcel, de las que se suicidaron, porque hubo muchas criaturas que no lo pudieron soportar y se tiraron a la vía del tren o se bebieron una botella de lejía, eso me ha dicho el niño de la Batea, pero no hacía falta que me lo dijera, eso lo sé yo, me acuerdo de tantas criaturas que han vivido amargadas toda su vida, y me hace ilusión lo de mi calle, y ya no sólo por mí, también por ellos. Ya lo sé, Pelayo, ya lo sé. Por eso estás tú hoy aquí, ¿verdad? Para apoyarme y para decirme que adelante. Ya lo sé, y no sabes cómo te lo agradezco. Pero podías haberte puesto un pantalón más oscurito, y podías sentarte como Dios manda, por Dios.

Mira, ya no me voy a preocupar. Si se me va la vista, que se me vaya.

También he pensado en eso, Pelayo. Hay que ver lo ágil de mente que eres y cómo me lees el pensamiento. También he pensado en mi padre. Y en mi madre, pero sobre todo en mi padre. Mi madre estaría ahora como unas castañuelas, estaría en la modista de la mañana a la noche, y tendría pedida con días y días de antelación hora para peluquería en Pancho D’Acosta, y eso que ella sabía la tirria que le tengo a Pancho D’Acosta, no sé por qué, la verdad, también de eso me tengo que confesar, y poco que presumiría ella de su hijo, y de la calle que le van a poner a su hijo. Pero ¿cómo estaría mi padre? ¿Cómo estaría Rafael el Ostionero, tan suyo como él era, tan arisco para no ablandarse, siempre tan empeñado en dejar a las claras la vergüenza que yo le daba? Porque se avergonzaba de mí, Pelayo, o tenía que aparentarlo. Pero a lo mejor, en el fondo, ahora se sentiría como tú acabas de decirme, a lo mejor estaría pensando que lo mío, lo de mi calle, también es una reparación, como tú dices, para él y para todos los que fueron como él, y lo pasaron tan mal como él lo pasó, o peor. Una reparación para Mariano Segura, el hombre de Rosarito la Coquinera. Y también para la propia Rosarito, y para todas aquellas criaturas a las que les dieron el paseo, para todos a los que fusilaron en el paredón, o delante de la tapia del cementerio, que para el caso es lo mismo. Ya sabes lo de las pintadas en la fachada de mi casa, ¿verdad, Pelayo? Cigala, al paredón. Claro que lo sabes, también por eso estás aquí, ¿verdad? No sabes cómo te lo agradezco, no sabes la fuerza que me da tu apoyo, la verdad. A lo mejor por eso te me estás insinuando tanto, porque tú te me estás insinuando sin parar, Pelayo, para levantarme la moral, me figuro, que ya no está una para que le levanten otra cosa. Qué gloria de portañuela, hijo mío. ¿Que cuántos años tengo? Sabes divinamente los años que tengo. ¿Que estoy divinamente? Pues claro que estoy divinamente. Pelayo, cómo te fijas, qué observador eres, es verdad que tengo un cutis estupendo, para mi edad y para cualquier edad, pero eso es regalo de María la Chíchara, otras les regalan a sus niños en cuanto nacen alhajones o un cortijo, a mí María la Chíchara me regaló este cutis. ¿Que ya te das cuenta de lo estupendo del cutis que tengo cuando voy a confesarme? ¿En el chic to chic te das cuenta? Qué gamberro eres, Pelayo, qué gamberro. Hay que ver qué cura más raro eres, Pelayo; en vez de manosear a los chiquillos, te lías a poner en ascuas a un anciano como yo. Pero, mira, confesión por confesión, hay que ver el cutis de hombre que tú tienes, yo también me doy muchísima cuenta en el chic to chic. Pero, quieras que no, son setenta y seis años, hijo, y eso hasta el mejor cutis lo nota. No sé, hijo, te lo voy a decir, a mí me parece que ha habido algún cambio en tu portañuela. Será un efecto óptico, como dice la Fallon cuando se empeña en ver lo que no se puede ver. O será el vermú. Ya es el segundo vermú. Qué desperdicio de portañuela, y que Dios me perdone.

No te la toques, Pelayo, por el amor de Dios, encima no te la toques. Y no te rías. Vale, habrá sido un tic. Qué gloria de bragueta, hijo. Uy, qué bien me está sentando también este vermú. Es que hay que ver lo que a mí me pasa, Pelayo. No sé si decírtelo, es muy jevi, pero como aquí no nos oye nadie, y tú no te vas a chivar, te lo voy a decir. ¿Tú sabes, Pelayo, lo que más me tranquiliza a mí de esto de que los etarras no vuelvan a matar? Fueraparte de que no maten, claro, que eso es lo principal. Pues, fueraparte eso, lo que más me tranquiliza es que voy a poder fijarme tranquilamente en lo guapísimos que son casi todos. Es que a mí con los terroristas me pasa como con tu bragueta, Pelayo. No pongas esa cara. Yo sé que no puedo mirarlos así, ni a los terroristas ni a tu bragueta, que eso es una barbaridad, lo sé, pero se me va la vista, y se me va la cabeza, y me digo hay que ver lo guapos que son los joíosporculo, y deseguida me da un apuro tremendo, y no sé, a lo mejor eso hasta tiene delito. Así que a ver si todo sale bien, Pelayo. Y ahora no cruces las piernas que es peor. Es como si tuvieras un terrorista en la bragueta, hijo. Ay, por Dios, qué barbaridad, qué atrevido me está poniendo el vermú. Bueno, luego me confieso. ¿Sabes lo que te digo, Pelayo? Que es mucho mejor confesarse que ir a dejarse el dinero dándole palique a Palomi. Hijo, eso sí que no, eso no me lo digas. Ya lo has dicho. Mira que decirme que tú también me vas a cobrar, no por la confesión, sino por mirarte la bragueta… No te pases. A ver si vas a terminar en un puticlub de carretera, Pelayo, cobrando por dejar que te mire la bragueta el personal… Uy, cómo se me está subiendo a la cabeza el vermú. Estoy medio piripi. Ya sé que te gusta verme así, contentito. Una vez leí que una monja, o una catequista, o algo así, iba por ahí enseñándoles los pechos a los mendigos, como una obra de caridad. A lo mejor es lo que tú estás haciendo conmigo, Pelayo, una obra de caridad. ¿Que no? Vale, pero ella por lo menos no cobraba. La gracia de la confesión es que no te cuesta una fortuna, que hay que ver lo que me cuesta Palomi. Y si encima me confiesas con un pantalón clarito, como el que llevas ahora, y con el cutis de hombre que tienes, seguro que no me hacen falta ni pastillas. Qué bien, y no te preocupes, no me voy a enganchar por mi cuenta a las pastillas. Anda, hijo, a ver si te da otro tic como el de antes. Qué gamberro eres. ¿Cómo va a ser lo mismo confesarse chic to chic que por el internet, por Dios? ¿Tú sabes que ahora dicen que va a poder confesarse uno por el internet? Mejor que no lo sepas. Mira, yo creo que me tengo que confesar. Aquí no, hombre, aquí me da mucho apuro, ¿cómo vas a confesarme en El Pintaíto, por moderno que tú seas? Uy, cómo se me va a la cabeza. Este vermú me ha puesto piripi del todo. ¿Pagas tú? Gracias, cariño. Anda, vamos a tu iglesia, al confesionario, como debe ser, chic to chic, y además ya no me tengo ni que confesar, yo ya te lo he dicho todo, aquí los dos, hablando tan ricamente, así que ahora, en el confesionario, ya sólo tienes que ponerme una penitencia sencillita, no vayas a pasarte, y luego me das la absolución. Qué cómodo.

Ahí te quedas, Chica Lapuente.

Ya sé que te he dejado las manos como un choco en la varilla para coger cangrejos, pero advertida estabas. Qué pena de manos, la verdad. Como se presente así en la boda, a más de una van a tener que darle sales antes del convite. Pero ya se lo había requeteadvertido: ni una palabra sobre eso, mujer, ni una palabra. Temblando estoy, por Dios, del coraje que me da. La primera vez en mi vida que hago una cosa así. Yo en mi vida he dejado a una clienta a medias, no hay en este mundo un profesional más profesional que yo. Me tiemblan las manos, fíjate. Y a lo mejor no puedo tomarme las pastillas, ya ves tú. Con los nervios que me ha metido en el cuerpo esa adicta a los seriales, que eso es lo que es, una adicta a los seriales, y a lo mejor no me puedo medicar. A mí es que se me había olvidado que el lexatín y el vermú son dos cosas contraindicadísimas, quiero decir juntas, bueno, qué lástima de cabeza, pero me lo dijo Pelayo después de darme la absolución, chic to chic, me dijo si le das al vermú no le des a las pastillas, Cigala, te lo digo en serio, que puedes hacerte un desarreglo de mucho calibre. A lo mejor es por eso por lo que estoy tan nerviosa, por haber mezclado las pastillas y el vermú. No creo, las pastillas me las tomé anoche, y los vermús, sobre todo el de El Pintaíto, llevaban muchísimo hielo, porque a mí el vermú me gusta hasta arriba de hielo, aunque me digan que menuda herejía. No, si la culpa de estos nervios es de la Chica Lapuente, eso va a misa. Que ella comprende a quienes han puesto el grito en el cielo, con ésas me sale la gachí. Que ella me quiere y me admira muchísimo, como todo el mundo en La Algaida, pero que no hay ninguna necesidad de hacerle un feo así al Cristo del Silencio. Y mira que le dije que no siguiera por ahí, que por favor no siguiera. Y se calló un ratito. El tiempo de que yo terminara con la uña del meñique y pasara a la del anular, y ya no pudo aguantarse ni un segundo más. Y otra vez con lo mismo. Y yo acabé con la uña del anular y pasé a la del corazón, y ella venga a dar la matraca, y ahí me planté y le dije Chica, ahí te quedas. Cogí mis cosas, me levanté, le dije que se podía quedar con mi dinero, y aquí estoy, camino de mi casa. Ella no daba crédito, hay que ver lo histérica que se puso. No hacía más que mirarse las manos, ni que le hubiera rebañado los dedos con el cortacésped, no hacía más que decir que cómo iba a ir a una boda con aquellas uñas. Ya se las apañará, o que vaya a que se las destroce del todo alguna de las niñas de Pancho D’Acosta. Qué nervios. Pero, mira, no hay mal que por bien no venga, como suele decirse. Así llego pronto a casa y estoy un ratito más con mi Antonia, que la he tenido hoy muy desatendida.

¿Me voy andando, o espero el autobús? Está cerca. Cómo echo de menos mi vespa. Ya es que me da miedo coger la vespa. Pero podría intentarlo. Como ha dicho Pelayo, nadie diría la edad que tengo. Sí, Cigala, corazón, pero tú sabes la edad que tienes, para qué va uno a engañarse. Te piensas que estás hecho un tarzán, o uno de esos motoristas que han llenado de escandalera, hace nada, el circuito de Jerez, el propio Jerez y todo lo que está alrededor de Jerez, y coges tu vespa, bien empernacao, y, hala, acabas en un guarrazo y escayolado hasta los quicos. Por la edad y por la vista. Con lo que ha sido mi vespa en La Algaida… Mi vespa sí que ha sido una institución. Como me dijo una vez la Chelo, que un poco redicha sí que se pone a veces, tu vespa forma parte del paisaje de La Algaida, Cigala, eso me dijo. Todo el día de un lado para otro, de casa en casa, pero a mi aire, yo siempre doña Parsimonia, que más de un grito y de dos me he llevado, pero todos cariñosos, o casi todos, nunca olvidaré lo que una vez hizo uno, que se bajó del coche de pronto, echó una carrera hasta la punta de la calle, se puso a hacer de guardia de la circulación y mandó parar el tráfico, hizo que todo el mundo se apartara y quedase despejado todo el centro de la calle Ancha, que aún no era peatonal, todo el centro libre, como si fuera a pasar una ambulancia con Kennedy agonizando, que yo también me paré, claro, y entonces el muy sangregorda dijo, a voz en grito, ¡que pase Cigala!, eso dijo, ¡que pase con su santísimo cuajo!, y yo pasé, vaya que si pasé, a mi velocidad, por supuesto, como a dos kilómetros por hora, regio pasé, y todo el mundo se puso a aplaudir. Eran otros tiempos. Hoy voy en mi vespa, sin apurarme nada, y lo primero que hacen es darme un topetazo y mandarme derecho al crematorio. Hoy tengo que ir a pie, o en autobús. Menos mal que todas las casas de mi clientela están en el cogollito del pueblo, y para ir al Barrio Alto, eso sí, cojo el autobús, sobre todo para subir la cuesta Belén o la cuesta de la Caridad. Para bajar, a veces me voy andando. Mira, me voy a ir andando, así hago un poco de ejercicio.

Y ahorro. Porque como esto siga así, Cigala, vas a tener que apretarte el corsé, o ponerte tirantes, con lo mal que le sientan a cualquiera los tirantes, yo no sé cómo hay hombres a los que les gusta ponérselos, con tirantes cualquiera parece un mono colgado por los sobacos. La Chica Lapuente seguro que no vuelve a llamarme. Desi Gutiérrez, seguro que tampoco. Y no serán las últimas, ya verás, Cigala, ya verás como no son las últimas. Ay por Dios. En fin, ayunaremos como si todo el año fuese cuaresma. Y si hay que gastarse los ahorros, pues se los gasta uno, qué le vamos a hacer, ¿a quién se los voy a dejar? Lo malo es que uno de los dos tarde más de la cuenta en espicharla. Lo bonito sería que Antonia y yo nos fuésemos del bracete al otro barrio. Tengo que decirle a la Chelo que espabile lo del vitalicio. Me da yuyu, como dicen ahora los muchachos, me da yuyu lo del vitalicio, pero lo tengo que hacer. Es que pasan cosas que no te las crees, pero luego las piensas y ¿cómo no te las vas a creer? No sé dónde pasó, creo que en Italia, no sé si lo contaron por televisión, o dónde lo leí, ¿dónde lo leiste, Cigala?, qué historia: dos años tuvo un hombre el cadáver de su padre en el congelador, para no perder la pensión del difunto, hasta que descubrieron el pastel. Bueno, el congelado. Antonia, hija, no te preocupes, aunque me adivines el pensamiento, que a veces creo que me lo adivinas, no empieces ahora a mirarme por esto como tú me miras, no voy a descuartizarte y a meterte en el congelador, tesoro, tampoco los trescientos euros al mes de la manda de don Alfonso Sandoval me iban a sacar a mí de la ruina. Ay, por Dios, hay que ver las cosas que le vienen a uno al pensamiento sin ton ni son. Tengo que hacer lo del vitalicio. Y pensar en otra cosa. Mira qué mona han dejado la casa de las Medina. La vendieron, eso dicen. La han dejado preciosa, la han arreglado con muchísimo gusto. Anda, respira. Párate y respira hondo. Tres veces. Así descansas y te tranquilizas. Porque me tengo que tranquilizar. Con lo bien que me vendría a mí esta noche tomarme tres lexatines.