No sabes la noche que he pasado, Palomi. Sólo tienes que mirarme a la cara. Tengo cara de fantasma en angustias, no me digas que no, yo te agradezco muchísimo que quieras animarme un poco diciéndome que no, porque tu trabajo es animarme un poco, yo lo comprendo, pero no me digas que no. Aparte de lo tempranísimo que es, hija, pero eso da igual, a las cuatro de la tarde seguro que estaría con la misma cara de ánima del purgatorio. A mí me ha dado susto verme la cara. Pero es que no sabes qué noche he pasado, sin pegar ojo, y cuando me quedaba traspuesta, que a veces me quedaba traspuesta, era peor, no sabes qué sobresaltos y qué pesadillas. Tendría que haberme tomado algo, Palomi, pero ya sabes qué susto me da, ya sabes el respeto que le tengo yo a las pastillas, pero tendría que haberme tomado algo, me tomé un vasito de leche caliente, y como si nada, si hasta te llamé, Palomi, hasta te llamé porque no podía más, pero tenías el móvil apagado, lo siento, mi amor, perdóname. Lo sabes, ¿verdad? Ya has visto mis llamadas perdidas, seguro, las has visto, que te llamé no una, sino dos veces. Ya sé, ya sé que me has dicho que no te llame, ya sé que a ti también te hace falta desconectar, pero tendrías que haberme visto ayer, Palomi, yo ayer estaba hecho un guiñapo. Primero, el disgusto, y después todo lo demás. No sabes el revoleo de cabeza que me entró, de buenas a primeras, por ponerme a pensar, sólo por ponerme a pensar, mientras le hacía las uñas a doña Luchy Osorno, y es que no tendría que haber ido a hacerle las uñas, si es que soy tan bienqueda y tan atento que me perjudico, Palomi, yo no estaba ayer para arreglarle las uñas a nadie, y a punto estuve de causarle un destrozo a doña Luchy, y no en un descuido, no te creas, no, a punto estuve de hacerle un desavío de campeonato en las uñas a cosa hecha, del coraje tan malo que me fue entrando poco a poco. Sí, Palomi, hija, tú pon todas las caras que quieras, pero a ti no te voy a engañar. Estoy tan descompuesto que soy un peligro, Palomi. No te rías, soy un peligro, una bomba ambulante soy yo ahora mismo. Y encima llego a mi casa ayer por la tarde, con un apuro grandísimo, porque la Fallon me llamó mientras yo bajaba en el autobús y me dijo que tenía que irse urgentemente, y también porque yo quería ver lo que decían en Telealgaida de toda la movida, que no tenía que haberlo visto, con lo atacado de los nervios que me puse no tenía que haberlo visto, pero de eso no me he dado cuenta hasta ahora, así que llego a mi casa, Palomi, y veo las pintadas. Sí, Palomi, pintadas, como las que hacen los de la ETA, hija, que a lo mejor ya no las hacen más, con esto de que van a dejar de matar a lo mejor ya no hacen más pintadas, Dios lo quiera, pero ayer por la tarde las hicieron en la pared de mi casa, no los de la ETA, mujer, los esquíns, supongo, ¿tú sabes qué son los esquíns, Palomi? Pues ésos son los que han hecho las pintadas en la fachada de mi casa, seguro, contra mí, y no estoy delirando, no estoy paranoica, no me ha entrado de golpe la manía persecutoria, Palomi, te lo juro por mis muertos, te juro por lo más sagrado que es verdad, que le dije a la Fallon si estaba acarajotada, que si no se había enterado de nada, que habían hecho las pintadas en sus mismísimas narices, a las seis o las siete de la tarde, durante el rato que yo estuve en casa de doña Luchy, todavía tiznaba la pintura cuando yo llegué y las vi. ¿Qué ponían las pintadas? Hasta miedo me da decir lo que decían las pintadas, pero te lo voy a decir. Cigala, al paredón. Cigala, excomunión. Eso decían las pintadas. Bueno, eso dicen todavía, Palomi. Tú no creerás que me lo estoy inventando, ¿verdad? Vamos ahora mismo a mi casa y verás como no me lo estoy inventando. He llamado al niño de la Batea, lo he llamado esta mañana porque anoche tampoco había quien lo encontrase, lo llamaba y estaba desconectado o fuera de cobertura, estaría dándole gusto al tubo de escape, digo yo, así que lo he llamado esta mañana y estaba en el Ayuntamiento, y me ha dicho que el Ayuntamiento mandaba a mi casa inmediatamente a unos muchachos para borrar las pintadas, y yo le he dicho que a ver si es verdad y que por supuesto yo no pienso pagar ni una perra chica, eso le he dicho, tengo razón, ¿verdad, Palomi?, y si se les encastilla cobrarme algo, porque si eso de borrar las pintadas es competencia del Pegamento, que no me extrañaría nada que lo fuese, seguro que se emperran en cobrarme, pues, si se emperran, que lo pague la Fallon, o que hubiese estado más atenta a sus obligaciones, que esos cafres pintaron las pintadas a plena luz del día y junto al cierro del cuarto de estar, por Dios, ¿es que no los vio nadie?, ¿es que nadie tuvo el coraje de decirles que se fueran a pintarles los pelos de la sangüichera a sus santas madres?, ¿es que nadie pudo avisar a los municipales, por el amor de Dios? Claro que a lo mejor la Fallon sí que se dio cuenta de todo, porque es imposible que no se diera cuenta de nada, pero se jiñó viva, y prefirió hacerse la ciega y la sorda, lo mismo que cuando yo la puse de vuelta y media y le faltó tiempo para quitarse de en medio porque tenía que hacer un recado urgentemente. Cigala, al paredón. Cigala, excomunión. No se me han ido de la cabeza las pintadas en toda la noche. Es que ni me atrevía a entornar los ojos, Palomi. Se me cerraban un momento los ojos, porque se me tenían que cerrar, porque estaba agotado y los ojos se me cerraban solos, y allí estaban los esquíns, en la puerta de mi cuarto, con sus cortes de pelo al uno y sus argollas en las orejas, con sus cubos y sus brochas para llenarme las paredes de pintadas, y con sus máquinas de barbería para raparme al cero, como le hicieron cuando yo era chico a la pobre Rosarito la Coquinera. Y hay que ver lo que es ahora el nieto de Rosarito la Coquinera, Palomi, hay que ver lo que es ahora, había que escucharle anoche en Telealgaida. Qué susto, Palomi, qué susto. Un ruido que oía, una moto que pasaba por la calle, que hay que ver la de motos que andan alborotando por La Algaida a las tantas de la madrugada, un mueble que crujía como crujen de noche todos los muebles, un suspiro de Antonia, que se pasa la pobre las noches suspirando y yo no me he dado cuenta hasta ahora, y ya volvía yo a sudar y a no saber cómo ponerme, a destaparme porque tenía calor, a taparme porque tenía frío, a doblar la almohada para tener la cabeza alta y no asfixiarme, a desdoblar la almohada porque en esa postura me duelen las cervicales y me dan mareos, hasta acostado me dan mareos, que ya me ha dicho el niño de don Carlos Montanelli que tengo afectadísimas las cervicales, la mar de deterioradas dice que las tengo, y dos veces me levanté para calentarme un vasito de leche, Palomi, para nada. No sabes qué noche he pasado. Escúchame, por Dios, escúchame. Tienes que recetarme algo, lexatín ya tengo, algo más fuerte, yo creo que a mí me hace falta algo más fuerte. No me digas que no, Palomi, por tu santa madre no me digas que no, no me digas otra vez que vas a tenerme unos días en observación, que si me tienes unos días en observación me voy a romper de los nervios y de la ansiedad, recétame algo, tú sabes que si no me hiciera tanta falta yo no te lo pediría, tú sabes que yo para las pastillas soy muy cobardón, pero de verdad, mi vida, que tengo que tomar algo. A punto estuve anoche de tomarme un puñado de lexatines, mira lo que te digo. No, mujer, no, tranquila, claro que yo no hago ese disparate, al menos mientras no pierda mis cabales del todo. Pero es que, encima, me puse a ver Telealgaida como un panoli y un imprudente, pero a mí se me había puesto en el cocotero ver Telealgaida y vi Telealgaida. Y allí salió, la primera, Purita Mansero. Hipocritona y falsa como la que más. Que si Cigala es una persona muy querida y muy respetada en toda La Algaida, que si Cigala es una institución, que por supuesto que se merece que una calle de nuestra localidad lleve su nombre, pero que de ninguna manera se puede consentir lo de quitarle a una calle el nombre del Santísimo Cristo del Silencio, un Cristo tan venerado por todos los ciudadanos y ciudadanas de La Algaida, para ponerle el nombre ni de Cigala ni de nadie, porque en su postura, decía ella, que quedase claro, en su postura no había nada en contra de Cigala, ninguna animadversión, lo repitió como treinta veces, ninguna animadversión, tú sabes lo que significa animadversión, ¿verdad, Palomi?, que ella no tenía nada en contra mía, sino en contra de la desdichada e irreverente ocurrencia de Cigala, así mismo lo dijo, con esas mismas palabras, la desdichada e irreverente ocurrencia de Cigala de pedir que su nombre se le ponga precisamente a esa calle tan singular y tan emblemática. Qué redicha es y qué mala baba tiene. Porque todavía la pobre Angelita Garay, que también salió y también se despachó a gusto, lo dice de verdad, dice lo que siente, porque ella siempre ha sido devotísima de todo lo habido y por haber y no tiene cabeza para otra cosa, y da hasta un poco de risa y un poco de lástima verla tan fanática y tan en Babia, que más le valdría enterarse de ante quién se pone de rodillas su señor esposo, que no es que Pepito Condesa se pase las horas muertas postrado frente al Sagrario precisamente, a menos que haya capilla en la estación de autobuses, que no lo sé, en los meaderos de la estación no creo que hayan puesto una, la verdad, por eso da ella un poco de lástima, aunque no digo yo que no haya gente que piense como Angelita Garay, Palomi, no hace falta que la gente sea camarera mayor de Nuestra Señora de la Desolación, como es ella, para pensar como ella, pero ella es una infeliz, no como el nieto de Rosarito la Coquinera. ¿Sabrá ese mamarracho quién fue su abuela Rosarito?, ¿le habrá contado alguien la historia de su abuela, por Dios?, a lo mejor no la sabe y no la quiere saber, o a lo mejor la sabe y reniega de su abuela, qué desclasado y qué estomagante, el niño por lo visto es abogado, porque la vida da muchas vueltas y tiene querencia a ponerse a favor de quien no se lo merece, y se ha casado con una de Jerez, que es hija de un notario de postín, aunque no de buena familia, Palomi, no de una de esas buenas familias de Jerez de toda la vida, tú sabes, eso no, pero dinero sí parece que tiene el notario, como todos los notarios, no como la mayoría de las familias de Jerez de toda la vida, que se están quedando esas familias a verlas venir, mucho nombre pomposo y mucho pamplineo, pero se están quedando a dos velas, así que el nieto de la pobre Rosarito ha estado listísimo, menuda pesquis ha tenido el cantinflas ese a la hora de casarse, qué ligero ha salido el muchacho, no puede tener mucho más de treinta años ese fantoche, aunque sea hijo de la hija más chica de Rosarito, no puede tener más de treinta años y hay que ver cómo viste, parece un lechuguino de los tiempos del cancán, con esas pajaritas y esas botonaduras que se pone, qué cosa más antigua, la pobre Rosarito se moriría de pena si se lo encontrara de frente de sopetón. No me digas que no sabes la historia de Rosarito la Coquinera, Palomi, no me digas que no la sabes. Es muy jevi la historia de Rosarito. Sí, hija, no te rías, muy jevi, el niño de la Batea lo dice todo el tiempo, cuando no dice que algo es muy fuerte dice que algo es muy jevi, muy jevi es muy fuerte en inglés, por lo visto. Pues la historia de Rosarito es muy jevi. Su hombre era rojo y decente de toda la vida, eso me contó una vez mi padre, que era fan total de Mariano Segura, el hombre de Rosarito, lo admiraba muchísimo, no perdía ocasión de alabar los cojones de Mariano, y perdona el vocabulario, Palomi. Cuando los nacionales entraron en La Algaida, que entraron deseguida, Mariano tuvo que echarse al campo, como tantos otros, y Rosarito pasaba lo que no está en los escritos para verse con él, y los nacionales querían que les dijera por dónde andaba escondido su hombre, y ella que no y que no, que ella no sabía nada, y nunca la pillaron cuando iba a verle, y mira que la tenían vigilada, que la tenían por lo visto vigiladísima, pero le hicieron a la pobre la vida imposible, hasta le raparon la cabeza, la única que yo sepa a la que le raparon la cabeza en toda La Algaida, que iba ella a todas partes con un pañuelo negro, pero cuando los guardias la veían le arrancaban el pañuelo, y ella se lo volvía a poner en cuanto los guardias se cansaban de seguirla, hasta que un día le trajeron a su casa el cadáver de su hombre, pero no se lo trajeron los guardias, Palomi, no se lo trajeron los guardias, se lo trajeron los compañeros de Mariano, se jugaron la vida para traerle en plena noche a Rosarito el cadáver, y le dieron una nota que Mariano habría escrito para ella antes de pegarse un tiro, porque se pegó un tiro con su propia escopeta, el muchacho, y la nota estaba muy malamente escrita porque Mariano casi no sabía escribir, pero le decía que se pegaba un tiro para que la dejasen a ella en paz, para que pudiera vivir tranquila y sacar adelante a los hijos, que eran tres, dos varones y una hembra, con el tiempo, lo que son las cosas, la hembra, la más chica, sería la madre del cristobita ese, y Rosarito le hizo a su hombre el mejor entierro que pudo hacerle, y fue a la iglesia y al cementerio con su pañuelo negro en la cabeza y ya no hubo guardia que se atreviera a quitárselo. No me digas que no es jevi y triste la historia, Palomi. A mi padre se le saltaban las lágrimas cada vez que alababa los cojones de Mariano Segura, a mí me parece que se avergonzaba de no haber sido como él, mira lo que te digo. Y es que también es muy fuerte la historia de mi padre, también es muy jevi. Pero ¿sabes lo que te digo, Palomi?, que mi padre tendría que sentirse orgulloso ahora de haber tenido un hijo como yo, y no un nieto como el nieto de Rosarito. Que si las sordas carlistas, ¿o no son carlistas?, no, son las sordas marsistas, qué perra con las sordas marsistas y con los pervertidos que se están haciendo dueños de España, que si están en peligro los valores patrióticos y cristianos, que si hay que pararles los pies a esos degenerados que quieren convertir de nuevo España en la vergüenza y el hazmerreír del mundo entero, que por eso no se puede consentir no ya que se le cambie el nombre a la calle Silencio, sino ni siquiera que le pongan a una calle mi nombre… Eso decía. Y todo eso lo decía sin descomponerse ni un pelo, con esa vocecita y ese tonillo de niño de san Ildefonso que gasta, qué desperdicio de pena y de coraje el de su abuela Rosarito. Seguro que ha renegado de ella el mamajudas ese. Y todo porque la madre se casó con un sargento chusquero, y se quedó viuda en poquísimo tiempo, y al niño se lo educaron en un colegio de huérfanos de militares, y de allí salió como salió, y como tonto no es, porque seguro que tonto no es, estudió su bachillerato y su carrera con becas de todos los colores, y se casó con la hija de un notario, y ha enterrado la memoria de su abuela Rosarito y de su abuelo Mariano debajo de paletadas y paletadas de parloteo cochambroso, aunque parezca un parloteo distinguidísimo e historiadísimo, y de montones de pajaritas de colorines y de botonaduras chocantes. Qué asco me da. ¿Cómo no voy yo a necesitar que me recetes algo, Palomi? Y no me interrumpas, por favor, no me interrumpas, deja que me desahogue. Es que durante toda la noche no he parado de ver y de escuchar al nieto de la pobre Rosarito, y a otros como el nieto de la pobre Rosarito. Bueno, como él, no, la verdad, como él no creo que haya otro, ni siquiera los esquíns. Otros, y otras, eran más hipocritones y más arremangados, no iban tan por derecho. La asesina, sin ir más lejos. Porque es y será siempre una asesina, vamos a dejarnos de miramientos. ¿Que no sabes quién es la asesina, Palomi? Conmigo no te hagas de nuevas. Regla Romero es una asesina, dijeran los jueces lo que dijeran. Mató a su marido, o lo mandó matar, que viene a ser lo mismo. Lo mató como en las películas, convenciendo y manejando a un pobre diablo, encoñado como un verraco, para que lo matara. Lo mató en plan Lana Turner. El marido era muy mala gente, un atravesado y de mano más que ligera, no digo que no, pero un asesinato es un asesinato, Palomi, y ahí está ella, libre como un pájaro, o como una pajarraca, y el pobre Damián, el hombre de confianza del marido de Regla Romero, pudriéndose hasta su muerte en el antiguo penal de El Puerto, no el de ahora, que está ahí mismo, que se ve desde la carretera de Jerez, ahora está lleno de terroristas. ¿Tú crees que a los terroristas los van a soltar ahora, con esto del alto el fuego, Palomi? Qué susto, la verdad. Hay muchísimos terroristas en el penal de El Puerto, eso me han dicho, y, si los sueltan, alguno vendrá a parar a La Algaida, aunque sólo sea para celebrarlo poniéndose morado de langostinos y de tortillitas de camarones. Al que no soltaron fue al pobre Damián, que murió preso y dejó a la mujer con una depresión espantosa, inútil la pobrecita para todo, y a cuatro chiquillos abandonados a la buena de Dios. Dos semanas estuvo Regla Romero en la cárcel, ya ves tú. De esto hace cuarenta años por lo menos, que Regla Romero tendrá mi edad, si no es más joven, y era una mosquita muerta, monísima, con aquella melena rubia a lo Verónica Laque, o Leik, o como se diga, monísima y una mosquita muerta, o eso parecía, daba mucha lástima verla con el marido, aquel orangután que le sacaba por lo menos quince años, y el pobre Damián, que era el hombre de confianza del orangután, tuvo que encoñarse con ella, porque de lo contrario no se entiende, hizo todo lo que ella le pidió, presentarse en la azotea cuando ella le dijo que se presentase, meterse a defenderla cuando ella se puso por las buenas a darle golpecitos furiosos al marido junto al pretil, y cuando el marido le dio a Regla el primer guantazo, que ella sabía perfectamente que se lo iba a dar, Damián le pegó al orangután un empujón de concurso, un empujón que por lo visto Damián y ella tenían la mar de estudiado, porque el orangután tropezó con el pretil, perdió el equilibrio y se precipitó como un saco de papas al patio de las cocheras. Se reventó. Damián, el pobre, acabó confesando toda la verdad, pero no le hicieron ningún caso, y a Regla Romero la sacó su familia de la cárcel en dos semanas y ahí está, de presidenta de la asociación de viudas católicas de La Algaida, que hay que tener valor, y, eso sí, con las uñas impecables. Y yo sé por qué digo lo de las uñas, Palomi, yo sé por qué lo digo. Dos semanas estuvo la señora en la cárcel y, antes de que pasara la primera semana, me mandó llamar. Como lo oyes, Palomi. Me mandó llamar para que le hiciera las uñas, porque ella no podía estar con las uñas hechas una calamidad. ¿Y te puedes creer que me dejaron entrar en la cárcel, Palomi, y no una sino dos veces, la segunda vez poco antes de que la soltaran, y allí le hice yo la Haute Manicure a Regla Romero? En la enfermería de la cárcel de Sevilla se la hice. ¿A quién le soplaría el trompetín Regla Romero en la cárcel para que me dejaran entrar, con mis limas y mis alicates y mi todo, que mi maletín con mis cosas, como comprenderás, era una tentación para cualquier presa? Para suicidarse o para fugarse, figúrate. Fue cosa de la familia prepotente de Regla Romero, seguro, aunque eso no quite que ella también le soplara el trompetín a quien se lo tuviera que soplar. Para que ahora me venga, en Telealgaida, con que ella me quiere muchísimo, con que me tiene verdadera adoración, con que si hay alguien en La Algaida que se merece una calle con su nombre ése es Cigala, pero me pide por favor que me lo piense, porque puede ser cualquier otra calle, que no hace falta que sea la calle Silencio, que cambiarle a la calle Silencio el nombre para ponerle calle Cigala sería como si los ladrones echaran otra vez del templo a Jesucristo Nuestro Señor, eso dijo la tía, fúeraparte llamarme ladrona, eso fue lo que dijo, cuando quien echó a los ladrones del templo fue Jesucristo Nuestro Señor, no al revés, digo yo. No te rías, Palomi, no te rías, que no tengo yo hoy el cuerpo para chirigotas. Seguro que Regla Romero se confundió a cosa hecha, para poder llamarme ladrona, por querer quitarle la calle al Santísimo Cristo del Silencio. Lo que me llamó don Francisco Llorente, el Mantenedor Perpetuo de la Fiesta de Exaltación del Río Guadalquivir y toda la pesca, que al pobre casi no se le veía cuando le pusieron escrito en Telealgaida todo lo que es, lo que me dijo, que sería de todo menos bonito, no te lo puedo decir, Palomi, sólo le entendí la palabra cofradía, que la dijo como quinientas veces, el pobre está hecho un tutankamón. También salió no sé quién del Ayuntamiento diciendo que lo único que hasta ahora está aprobado es lo de la calle, y que de la calle Silencio no se ha hablado en ningún pleno municipal, y hay que reconocer que eso es verdad. Pero yo no voy a dar mi brazo a torcer, Palomi. Lo siento muchísimo, pero yo no voy a dar mi brazo a torcer, prefiero quedarme sin calle. Aunque nadie esté conmigo, yo no me voy a desdecir, ya he tenido que desdecirme mucho, y que callarme mucho, en esta puñetera vida. Ya sé que hay gente conmigo, gente que me apoya, además del niño de la Batea y su grupito de sarasitas y bolleritas, que son un encanto y tienen lo que hay que tener. También ayer tarde, sin ir más lejos, en el autobús, mientras volvía de casa de doña Luchy, hubo unos muchachos y unas muchachas amabilísimos que me dijeron adelante, Cigala, estamos contigo, y hasta el conductor, que es la mar de agradable, cuando me bajé me dijo que qué más les dará, si los Cristos y las Vírgenes tienen en todas partes calles por un tubo. También ellos se habían enterado del movidón por Telealgaida, o por la radio de Manolito Valiente, que no ha parado de dar la murga con esto, Palomi. ¿Cómo no voy a tomarme algo? No me digas que piense en la gente que está conmigo, no me digas que piense en toda la gente que me apoya, porque toda esa gente no sale en Telealgaida, ya ves tú. Y no me digas que me vas a tener unos días en observación, Palomi, por Nuestra Señora de la Caridad, por el Santo Niño del Remedio, no me lo digas. Ya sabes que la dormidina no me hace nada, ni el soñodor, ni la tila, ni la valeriana, a mí lo que ahora me hace falta es algo más fuerte que el lexatín. Yo me conozco, Palomi, parece mentira que tú todavía no me conozcas…
Qué cochambrosa han dejado la fachada.
Ya se nota menos, claro, porque hay menos luz, pero eso lo tienen que arreglar, lo que han hecho es una chapuza. Se lo he dicho al niño de la Batea, que eso me lo tienen que arreglar. Lo he llamado para decírselo. ¿Has cenado bien, mi vida? Poquito, pero bien. Sano y nutritivo, así es como tiene que ser. La verdad es que el niño ha estado un poco impertinente, no por lo que me ha dicho, sino por la manera de decírmelo, por el tonillo de voz, sólo le ha faltado decirme que no sea tan jartible, yo me he dado cuenta de que ha estado a punto de escapársele. Me ha dicho que mañana hablamos de todo, así, cortante, como diciéndome deja ya de dar la tabarra. Pero ha sido él quien me ha metido en este lío, ¿o no, Antonia? A mí no me hacía ninguna falta tener una calle, yo estaba tan tranquilo y tan feliz con mi Haute Manicure, a mí ni se me había pasado por la cabeza. Él se ha emperrado y él tiene que preocuparse ahora de que para mí esto no sea una mortificación, sólo faltaba que para mí esto fuese un calvario.
Ya estoy viendo la nochecita que me espera, otra nochecita de aúpa. Y si todavía pudiera entretenerme un poco con la televisión, pero hay que ver lo que echan por televisión, por Dios… Ni loco voy a poner yo esta noche Telealgaida, y mira que me dan tentaciones de ponerla. Palomi me lo ha prohibido. Y hasta el niño de la Batea me ha dicho que ni se me ocurra, que sólo voy a conseguir criar malasangre, que ya hablaremos mañana de todo. He quedado con ellos mañana por la mañana, Antonia, es más cómodo que vengan aquí. Nos ponemos en el comedor mientras la Fallon hace el cuerpo de casa y te echa un ojo, también yo te daré una vuelta cada dos por tres, vas a estar mañana mejor que nunca, cariño, más atendida que nunca. Desi Gutiérrez me ha llamado para decirme que no vaya mañana a hacerle las manos, que le ha salido un imprevisto, que ya me avisará con tiempo para otro día. ¿A ti no te escama lo de Desi, Antonia? Ten en cuenta que se llama Desolación, así se llama, Desolación Gutiérrez, no sé en qué estarían pensando sus padres, por Dios, luego han intentado arreglarlo llamándola Desi, pues no haber llamado Desolación a la criatura, mi arma. Claro, como se llama Desolación habrá pensado que cómo va a consentir que le haga a ella las uñas un hereje que quiere quitarle la calle precisamente al Cristo del Silencio, el Hijo precisamente de Nuestra Señora de la Desolación, tú me entiendes, ¿no, Antonia? A ver cuántas llaman ahora diciendo que les ha salido un imprevisto y que tienen que dejar la Haute Manicure para otro día.
Ya sólo falta que me quede sin trabajo, Antonia, con la pajarraca que se está montando, sólo me falta que a todas empiecen a salirles imprevistos. Tengo que hablar con la Chelo por lo del vitalicio. Si me quedo sin trabajo, la única solución es el vitalicio. Pero el niño de la Batea no va a lavarse las manos, eso sí que no, el niño de la Batea no va a irse de rositas. Mañana aclaro yo esto como me llamo Cigala. Y lo aclaro prontito, que a la hora del aperitivo he quedado con Pelayo. Qué buena gente es Pelayo, Antonia. Me ha llamado y me ha dicho que lo que necesite de él, que se pone a mi entera disposición, que si quiere qué nos veamos mañana para charlar un rato, y yo le he dicho que desde luego que quiero, que seguro que me hace muchísimo bien. Mañana me llama y me dice dónde quedamos. No me mires así, mujer, no me mires también tú como si fuera un delincuente. Ya lo que me faltaba, Antonia, que también tú me mires de mala manera. Yo no tengo la culpa de que esos cafres hayan puesto perdida la fachada con las pintadas, ni de que esos pisatortillas que ha mandado el Ayuntamiento hayan dejado la pared como la han dejado, que es un puro churrete. ¿Me van a decir a mí que no se puede limpiar un poquito mejor? Pues si no se puede limpiar mejor, habrá que encalar de nuevo, y que lo pague el Ayuntamiento, o que lo pague la Fallon. Así no podemos estar, Antonia, pero no me mires así, porque yo no tengo la culpa. ¿O acaso tuviste tú la culpa cuando te abuchearon? Sí, cariño, sí, cuando te abuchearon, no me mires de esa manera. No sé por qué me he acordado, fíjate. Bueno, sí que sé por qué me he acordado. Porque viene a ser lo mismo. Tú a lo mejor no te acuerdas, tesoro, pero no te preocupes, yo me acuerdo por ti. Como si lo estuviera viendo. Como si estuviera viendo a mamá, lo compuesta y lo orgullosa que iba, y menos mal que papá no quiso ir ni con camisa de fuerza, de la corajina le habría dado como mínimo una embolia, o una angina de pecho. A mí casi me dio una embolia, Antonia, cuando escuché los abucheos, y mamá, la pobre, se hartó de llorar, que hasta las señoras que estaban a su lado tuvieron que consolarla, y eso que esas señoras a lo mejor se quedaron con las ganas de abuchearte, se aguantaron los abucheos porque mamá y yo estábamos allí, pero les dio pena de mamá, que después de todo no tenía la culpa de nada. Tampoco tú tenías culpa de nada, corazón. Tú no tenías la culpa de ser el bellezón que eras con quince años, que no había cristiano ni cristiana que no volviera la cabeza para mirarte, no había mortal que no se quedase embelesado, que así se quedó don Alfonso Sandoval en cuanto te puso la vista encima, y el embeleso se le convirtió en capricho y el capricho en avaricia y no paró el hombre hasta hacerse contigo. Y por aquello empezó, Antonia, por la Fiesta del Guadalquivir de aquel año, que no paró don Alfonso hasta que consiguió que te nombrasen Dama de la Reina de la Fiesta. Entonces, la Reina de la Fiesta del Guadalquivir era siempre una niña bien, una niña de posibles, o la hija de una autoridad importante, la hija del gobernador civil o del capitán general o del obispo de Jerez, por decir algo, que a lo mejor no es tan disparate. Y las Damas, lo mismo. Incluso las Damas que representaban a los pueblos por los que pasa el Guadalquivir eran muchachas con esa clase de categoría que da el haber nacido rica o con un padre lleno de condecoraciones. Ahora, no. Ahora la Fiesta del Guadalquivir la han hecho democrática y queda siempre un poco zarrapastrosa, las cosas como son, y además hay que ver cómo viste y cómo peina y cómo pinta ahora a las muchachas Pancho D’Acosta. Pero entonces eran todas de la crem de la crem. Y allí estabas tú, Antonia, guapísima de morir, que todo te lo costeó don Alfonso Sandoval, o las Bodegas Sandoval, que para el caso era lo mismo, allí estabas tú, una preciosidad, pero hija de Rafael el Ostionero y María la Chíchara, de la barriada del Mazacote, allí estabas tú con tu ofrenda a la Reina, que ya no me acuerdo de la ofrenda que te tocó llevar a ti, no sé si era un racimo de uvas o una garrafita con agua del río, o arena de la playa de Bajoguía, que de ese porte eran todas las ofrendas, allí estabas tú, dejándolas a todas chicas a tu lado, en guapuráy en facha y en elegancia y en lujo de vestimenta, que en eso también don Alfonso Sandoval se portó, o Bodegas Sandoval, porque don Alfonso Sandoval consiguió que tú fueses Dama en representación de Bodegas Sandoval, no sé cómo lo consiguió, que él tenía hijas y sobrinas y compromisos con padres de muchachas de tu edad, pero allí estabas tú y de pronto casi medio Teatro Municipal empezó a abuchearte. No me mires así, Antonia, no me mires como si te acordases y me estés cogiendo tirria por recordártelo. Pero ¿sabes por qué te lo recuerdo, aunque no puedas acordarte? Porque ha sido igual, Antonia, ha sido lo mismo. Cuando anoche llegué a casa y vi las pintadas fue como si medio pueblo estuviera abucheándome.
Ya ves cómo es la vida, Antonia, al final mi vida va a ser un calco de la tuya, y al revés. No sé quién me mandaría a mí meterme en este berenjenal. Pero, ya que me he metido, no me voy a salir así como así, ni voy a dejar que me saquen, de mala manera. Eso sí, yo tendría que tomarme algo. ¿Qué hora es? A estas horas debería tomarme algo y relajarme, y dormir lo que no voy a dormir hoy y lo que no dormí anoche. Palomi dice que tiene que tenerme unos días en observación. Ya verás la nochecita que me espera. A lo mejor una tila me hace un poquito de efecto. Qué fatiga me da la tila, sólo de oler cómo huele me entran arcadas, pero a lo mejor me hace un poquito de efecto. A mí lo que me haría el efecto que a mí me hace falta es media docena de pastillas de lexatín, o de algo más fuerte. Qué disparates se me ocurren, por Dios. Hace calor. Yo debería abrir un poco el cierro, pero ¿y si vuelven? ¿Dónde he puesto yo el teléfono de los municipales? El niño de la Batea me lo dio por si vuelven. No van a volver, Antonia, corazón, seguro que no vuelven. Y, si vuelven, que no se crean que yo voy a ser como la Fallon, que se descuiden, se van a encontrar a los municipales aquí. Yo debería abrir un poco el cierro.
Ya ves, Antonia, con lo cobardica que yo he sido siempre para las pastillas, no fuera a pasarme como a la pobre Marilín, pero ahora no me da ningún miedo, voy a tomarme dos pastillas de lexatín. Y si me da algo, que me dé.