27, lunes

Mira lo poquísimo que he tardado en saber por qué me lo decía la Florista. Ayer ya sabía algo, o había oído campanas, o se figuraba lo que iba a pasar, la muy bruja. Mañana me ha dicho Palomi que vaya a verla. Mañana es tardísimo, hoy tendría que haberme hecho un hueco. Hoy está en Sevilla, no vuelve hasta mañana. A las diez me ha dado hora. Y porque eres tú, Cigala, porque eres tú, eso me ha dicho. Son ya las cuatro y no tengo ni pizca de apetito. Ni pizca. Por los nervios. Con los nervios se me han ido las ganas de comer. ¿Estaba buena la crema de verduras, mi vida? La marca es la mejor, para mí es la mejor, y no hacen más que anunciarla por la tele. Déjame ver qué echan en otros canales, a ver si me distraigo un poco, vaya mañana me ha dado el niño de la Batea con el notición. Claro que él no tiene la culpa, ángel mío. El pobre me dijo que no sabía cómo decírmelo, pero que yo lo tenía que saber, que no podía ser el último en enterarme. Hay movida, Cigala, eso me dijo, y vaya si hay movida. No veo la hora de que Telealgaida empiece su programación de tarde. Telealgaida, donde sale tu gente: el eslogan lo han clavado, las cosas como son. Seguro que esta tarde no hablan de otra cosa, como si no los conociera. Enhorabuena, pero te has pasado unos cuantos muelles, cariño, eso me dijo ayer la Florista, como si la estuviera oyendo. Yo también podría habérmelo imaginado, podría haberme hecho una idea de lo que iba a pasar, desde que Purita Mansero metió baza y se puso más católica, apostólica y romana que el Santo Padre, desde que dijo que eso era una herejía, yo tendría que haberme puesto en tratamiento preventivo para los nervios por si las moscas. Así ahora pasa lo que pasa, que no me he atrevido a salir a la calle en todo el día. Y la jartible de doña Luchy venga a llamar, ésa es de las de pedal fijo, a ésa que no le cambien la programación: si toca manicura, toca manicura. Ya le he dicho que estoy indispuesto, que si me mejoro un poco a lo mejor me paso a atenderla a eso de las seis. Y las seis son ya, como quien dice. Si quiero atender a la maníaca de doña Luchy a las seis, tendría ya que ponerme en camino. Qué pereza, por Dios. Y algo tendría que comer antes, no puedo salir con el estómago vacío, no pruebo bocado desde el desayuno, no me entra ni una coquina, a ver si por el camino va a darme una debilidad. A lo mejor me tomo un poco de crema de verduras, a lo mejor me entona un poquito, Antonia, estaba rica, ¿verdad?, como que esa marca es buenísima. A mí esta telenovela me da un poco de repelús, con ese fantasma desnortado y poniéndolas a todas como bogavantas a la plancha, pero bueno como él solo sí que está, hasta le sienta bien la melena, con la grima que me dan a mí los hombres con melena, sobre todo los hombres con melena a lo Marifé de Triana, qué grima me dan, pero a éste le sienta bien la melena por el corte de cara que tiene, un corte de cara de hombre hombre. ¿Qué hago? La Fallon ha dicho que estará aquí a las cinco, a ésa le falta tiempo para aprovechar la coyuntura. ¿Que tú tienes que quedarte en casa, Cigala, hecho un guiñapo por el sofocón?, pues yo aprovecho para hacer un recado y vengo como a las cinco, más que nada por si se te apetece salir a tomar el aire y relajarte un poco, hijo, que te has puesto fatal de tus nervios. Le ha faltado tiempo para decírmelo y coger el portante. Eso sí, luego que no le descuente ni un euro, para ella la palabra descuento no existe. No me mires así, Antonia, ¿por qué me miras así? Tú no te agobies, ángel mío, no voy a dejarte sola ni cinco minutos. Si a la cabraloca de la Fallon se le va el santo al cielo o el culo al mendrugo, que son dos cosas que se le van a ella con muchísima facilidad, tú no te apures que aquí me quedo yo contigo, y a doña Luchy que le abaniquen la casapuerta y que se relaje. ¿Quieres que hagamos otra vez zapin? Zapeamos, cariño, zapeamos. Hasta las ocho no empieza la programación de tarde de Telealgaida, que yo no sé qué programación de tarde es ésa, como se descuiden van a empezar la programación de tarde a medianoche. Me da tiempo a volver de casa de doña Luchy, si es que voy a casa de doña Luchy. Menos mal que ella se pone marmota total en cuanto empiezo a hacerle la primera uña, en cuanto le doy el primer masaje relajante en los dedos ella entra en coma, a menos que hoy se haya puesto excitadísima con el notición, porque el notición ya lo conoce todo el mundo, por lo visto, a lo mejor se ha puesto como un timbre y no entra en coma aunque le pegue yo un cacharrazo en toda la crisma. ¿Que cuál es el notición? Deja que respire hondo tres veces. Se está formando en La Algaida un movimiento de protesta contra la pretensión de Cigala de que le pongan su nombre a la calle Silencio: ése es el notición.

Eso fue lo que me dijo el niño de la Batea cuando me llamó. Eso es lo que están diciendo sin parar por la radio de Manolito Valiente, que ha puesto él una radio por su cuenta, sólo para La Algaida, pero aquí no se escucha esa radio, mi vida. De cobertura anda regular, pero la Fallon dice que esta mañana no hablaba de otra cosa, ella en su casa sí que la coge. Y ya ves cómo se han puesto los de Telealgaida, Antonia: que si la polémica es grandísima, que si el movimiento de protesta que se ha organizado es poderosísimo, que si a la plataforma, o como se diga, contra mi empeño en que se le ponga mi nombre a la calle Silencio se está apuntando todo bicho viviente, hay que ver, la plataforma, qué rimbombante, concurridísima está por lo visto la puñetera plataforma: los curas y toda la Santa Madre Iglesia, los partidos de la derecha y el de Algaideños por La Algaida, las comunidades católicas de base, que eso sí que sé lo que es, Carivele cuando se volvió beata se hizo de una de esas cosas, y la cofradía de Nuestra Señora de la Desolación y el Santísimo Cristo del Silencio, naturalmente, y la asociación de cronistas de la ciudad, que a saber lo que es eso, con el poeta don Francisco Llorente a la cabeza, y, según Telealgaida, centenares de algaideños de a pie que están estampando su firma en las hojas que desde esta misma mañana están ofreciendo jóvenes voluntarios por toda la ciudad… Lo han repetido tantas veces que me lo sé todo de carrerilla. No sé cómo cabe tanta gente en la plataforma. Pero eso no quiere decir, me ha dicho el niño de la Batea, que estén en contra de que se le ponga tu nombre a una calle, en contra de eso no están, no pueden estar y, aunque lo estuvieran, no les serviría de nada porque eso ya se ha aprobado en el pleno municipal, de lo que están en contra es de que se le quite el nombre a la calle Silencio para ponerle el tuyo, Cigala, pero esta batalla la vamos a ganar, con eso puedes estar tranquilo, me ha dicho. A eso se refería la largona de la Florista. ¿Quién se lo habría contado? ¿Quién se habrá ido de la lengua? Se suponía que eso era un secreto rigurosísimo, juro por lo más sagrado que yo no se lo he contado a nadie. Ha sido la betedavis de Purita Mansero, seguro. Menuda arpía. Y por dinero, seguro que toda esta movida, al final, como dice el niño de la Batea, no es ni por respeto a los católicos, ni a la tradición, ni a la identidad algaideña, ni a cáncamos en escabeche, sino a intereses cochambrosos, al cochino dinero, y yo estoy de acuerdo con él, Antonia, no puedo estar más de acuerdo con él. Por eso no voy a dar mi brazo a torcer, bastante lo he tenido que hacer durante toda mi vida, pero porque no había más remedio, Antonia, tú lo sabes, si quería salir adelante, si quería que me siguieran llamando las señoras para que les hiciera la manicura a domicilio, si quería que la gente me tuviera alguna consideración, si quería sobrevivir, Antonia, sólo eso, sobrevivir, muchas veces tenía que decir que sí a lo que el cuerpo me pedía decir que no, tenía que moverme aunque quisiera estarme quieto, o estarme quieto aunque quisiera moverme, montones de veces he tenido que hacerlo, Antonia, y montones de veces he tenido que callarme cuando me moría por hablar, y al contrario, y he tenido que disimular, y que aguantar, y que hacer el paripé, y volver cuando lo que me hacía falta era marcharme para siempre, perderme de una vez por todas, pero tenía que quedarme, tenía que poner buena cara, tenía que hacer cantinfladas y decir zalamerías, tenía que reírme y conseguir que la gente se riera conmigo, o de mí, tenía que hacerlo, Antonia, porque había que vivir, sólo por eso, había que vivir. Ahora ya no tengo que hacerlo más, no me da la gana, y voy a decir todo lo que se me antoje decir. Ya son setenta y seis años, Antonia, y tengo mi pensión, y puedo privarme de caprichos de vejestorio si no hago ni una mano más, si no despellejo ni una uña más, y ponemos esta casa en un vitalicio por lo que pueda pasar, aunque a tu hermano Ramón, que es también el mío, y a tu cuñada la Raboso, que por desgracia es también mi cuñada, les entre las siete cosas y se les ponga el cuerpo del revés, y con eso, con el vitalicio y la pensión y con tu manda y con las cuatro perras que tengo ahorradas podemos arreglarnos divinamente, y si dejamos de poder nos vamos los dos, tan ricamente, al asilo de las Hermanitas de los Pobres, que dicen que ahora lo tienen cuidadísimo, y hasta que Dios quiera. Pero yo no voy a dar mi brazo a torcer, ya se lo he dicho al niño de la Batea. Y él me ha dicho que esté tranquilo: tú, tranqui, Cigala, eso me ha dicho. Pero ¿cómo voy a estar tranquilo? Estoy con los nervios desatados, y tengo una ganas grandísimas de echarme a llorar, eso es lo que tengo, ganas me dan de tomarme por mi cuenta un tubo entero de lexatín, por Dios, qué cosas digo, pero sí que me hace falta Palomi, a ver si aguanto hasta mañana a las diez, aunque sea medio regular. A lo mejor me sienta bien ir a hacerle las manos a doña Luchy. El cochino dinero es lo que está en el fondo de todo el movidón, segurísimo. Al final se sabrá, todo se acaba sabiendo. Al final nos enteraremos todos de quién se llena los bolsillos con esta movida, me ha dicho el niño de la Batea. Seguro que el trincatripas del Pegamento y su distinguida esposa, seguro que el carroñero concejal de Urbanismo y la pécora de Purita Mansero acaban sacando de todo esto un fortunón. Seguro. Ojalá tengan que gastárselo todo en hemoal. Pero conmigo que no cuenten, que no se piensen que yo me voy a arrugar. ¿Sabes lo que te digo, Antonia? Que voy a ponerme las pilas. Creo que me voy a calentar un poco de esa crema de verduras, fíjate. Y me parece que voy a ir a hacerle las manos a doña Luchy, tengo tiempo de coger el autobús de las cinco y media. A ver si la corretona de la Fallon no se enreda con el armamento de Rachid, o con lo que sea, y llega a tiempo. Tú te quedas viendo la telenovela, ¿verdad, mi vida? No me mires así, por Dios, ya lo único que me hace falta es que tú me mires así. Voy un momento a la cocina, tesoro, no tardo nada.

Con el asquerío que a mí me daban los comistrajos en tetrabrick.

Ahora están dando las seis.

Una barbaridad de años llevo yo escuchando las horas en este reloj. Desde que doña Luchy se puso de largo, como si la estuviera viendo. Dos años mayor que yo es ella, que no me venga con fantasías. Y yo, con dieciséis, empezando en esto. Un chaveíta. Cómo corre el tiempo, por Dios. Mírala, frita se ha quedado en un santiamén. Una bendición de Dios es la facilidad de doña Luchy para quedarse frita, eso que se ahorra en malos pensamientos. No sé cómo se las apaña, hay que ver qué manos tan ideales tiene para su edad. Bueno, claro que sé cómo se las apaña, no dando golpe en su vida, así es como se las apaña para seguir teniendo a su edad estas manos. Unas tanto y otras tan poco. En fin, tampoco sirve de nada hacerse malasangre. A ver si los nervios no me juegan una mala pasada. Sólo me falta eso, que los nervios me jueguen una mala pasada y le deje a doña Luchy las uñas como tenedores. La verdad es que esta crema limpiadora es fenomenal. Bendito sueño, hija. Este cepillito para cepillar las uñas me ha dado un resultado buenísimo. Y, ahora, la crema con un ligero masaje, así, en toda la mano, un experto soy yo en masajes, lo dicen todas, no me extraña que doña Luchy se quede estroncada del gusto ipsofacto.

Hoy le han traído la capillita de la Milagrosa.

Buenísimo también este quitaesmalte. Ahora hacen unos productos de altísima calidad, las cosas como son. Quitaesmalte regenerador sin acetona, lo último de lo último, y carísimo, claro, tendría que subir el precio de la manicura, pero cualquiera se atreve, con esta caterva de ilustrísimas damas de la orden de la tacañería. Seguro que ni comprenden que no les salga gratis la manicura. Qué exigencias, coño, ni que siguiéramos en los tiempos de la señorita Escarlata. No debería haber venido, que se hubiera limado las uñas con el rayador del pan, no te digo. Si puedo coger el autobús de las siete llego a tiempo de sobra para ver desde el principio todo lo que tenga que contar Telealgaida. Mira, Cigala, mejor no pienses ahora en eso, tú concéntrate en lo tuyo y a ver si mañana Palomi te pone el tratamiento que te hace falta. Claro que esa Palomi hay que ver el cuajo que tiene a veces, mejor que estés unos días en observación, Cigala, eso dice, ella no se pierde de ligera. Qué bien huele este quitaesmalte. Las manos de doña Luchy parecen las de una mocita, cómo se nota el no haber cogido en la vida ni una aguja. Parece que estoy oyendo a mi padre: alquitrán les metía yo a todas esas señoritingas por debajo de las uñas. Eso decía. El vello de punta se me pone sólo de imaginármelo.

En esta casa huele igual, a alacena para las medicinas, desde hace cincuenta años.

A ver si Caridad me trae ya el agua tibia. Cinco años por lo menos tiene que llevar en esta casa y todavía no he conseguido que me traiga el agua tibia a tiempo. Y ya verás, Cigala, como tampoco está tibia. Estará como siempre, o demasiado caliente o helada. Menos mal que doña Luchy ni se entera. Ella siempre ha sido muy sangregorda, la verdad. Para todo. No como otras, que saltan por menos de nada. No me ha dicho ni mu, y tiene que saberlo, porque lo sabe todo el mundo, pero no me ha dicho ni mu, claro que ella siempre ha sido un poco babilandri, la verdad. Mientras llega el agua me da tiempo de darle el masaje con la cremita en la otra mano. Caridad tampoco me ha dicho ni mu, pero me ha mirado de aquella manera. Que se atreva a decirme algo y va a llegarle el agua tibia hasta las asaduras. Bueno estoy yo como para que me vengan con recochineos. Y como el agua tarde en llegar, se le van a quedar las manos a doña Luchy como si acabara de hacerle un manual a un caballero legionario, con todo el derrame reseco encima. Menos mal que la crema es hidratante a más no poder y la piel de doña Luchy todavía es de las que lo embeben todo, qué maravilla de piel. Yo creo que ha preferido hacerse la longuis, sobre todo con la capilla de la Milagrosa delante. Hace bien, para qué meterse en teologías, como dice Pelayo. La capilla de la Milagrosa es una institución. Como yo. Ay, que Dios me perdone. Pero es verdad, dicho sea con todo el respeto y todo el cariño del mundo. La capilla de la Milagrosa y yo vamos de casa en casa, de salón en salón, de señora en señora. Somos como el que mira el contador de la luz. Bueno, al que mira el contador de la luz no le tienen las señoras una devoción, como a la capilla de la Milagrosa, aunque nunca se sabe, depende de cómo esté el que mira el contador de la luz y de cómo sea la señora, pero al muchacho no le va a dedicar por eso el Ayuntamiento una calle, digo yo. Aunque a saber. Todo depende de lo agradecidas que le estén algunas señoras, o los maridos de algunas señoras, o los niños distraídos de algunas señoras. Yo es que me quedé blanco cuando el niño de la Batea me dijo que Pepe Condesa, el marido de Angelita Garay, era el que más había defendido en el pleno municipal lo de mi calle. Claro que no me extraña. O sí que me extraña, ya ves. Pepito Condesa le ha mirado a más de uno el contador de la luz más de una vez y más de dos, que en La Algaida todo se sabe, pero a lo mejor por eso le convendría estarse calladito, me parece a mí. O no. A lo mejor es la mejor manera de disimular. Como cuando aprobaron también en el Ayuntamiento dar un dinero para hacer en casa de la Pespunte, que en gloria esté, un museo con sus trajes de carnaval, que había que ver los trajes de carnaval que se hacía aquella criatura con cuatro trapos y cuatro chucherías, se los hacía hasta en los tiempos en los que Franco tenía prohibidos los carnavales, y ni los municipales ni nadie se atrevían a meterse con la Pespunte, disfrazada iba ella de la mañana a la noche como una tómbola. Entonces, por lo visto, Pepito Condesa también fue el más propicio y el más a favor de que se diera ese dinero, lo de ese hombre es vocación a prueba de habladurías. ¿Qué dirá ahora Pepito Condesa? Con lo beatona que es Angelita Garay, seguro que ahora no se atreve a decir ni mu. O sí, seguro que se atreve. Seguro que Pepito Condesa también está en contra de que le pongan mi nombre a la calle Silencio. Seguro que la vocación no le da para tanto al pobre, seguro que no le da para pasar por encima de los reclinatorios forrados de terciopelo granate de la beata de su señora. Anda, Cigala, deja de pensar en eso. Ya se te retorcerá bastante la barriga cuando veas después lo que dicen los de Telealgaida. Ahora, a lo tuyo. Ya está aquí. Ya era hora, hija. ¿Te duele algo? Te lo pregunto por cómo me miras, Caridad. Bonita, ¿te pasa algo? Pues, hala, a lo tuyo. Y yo a lo mío. Lo que me figuraba. Esta agua está que pela.

Antes, la capilla de la Milagrosa la ponían en el recibidor.

La costumbre ha sido siempre ponerla en el recibidor, para que bendiga toda la casa. En las casas se ponía el sobre con el dinero en la consola del recibidor, las monjas de Madre de Dios dejaban la capilla de la Milagrosa, con sus lamparitas de aceite, sobre la consola, se llevaban el sobre con el dinero por adelantado, y hasta el día siguiente, que recogían la capillita y la llevaban a la casa que tocase. Más de una vez, cuando la señora de la casa me citaba temprano para la manicura, he entrado yo en la casa al mismo tiempo que la capilla de la Milagrosa. Seguro que la Milagrosa no tiene nada en contra de que le pongan mi nombre a la calle Silencio. Seguro.

Bueno, así está bien. Bien sequitas tienen que quedar las manos, si no es complicadísimo limar ahora las uñas. Esta lima es buenísima, no sé cuantísimo tiempo hace que la tengo. No me gusta nada cambiar las limas. Ni las limas ni los cepillitos. Hay que ver cómo los cuido, están como nuevos. Lo que cuesta trabajo ahora es encontrar un buen pedazo de piedra pómez, es que ya nadie la vende. Menos mal que Tomasín me la trae en exclusiva. Eso dice él. Dicen que lo mismo sirve una lima de las que usan los callistas para los pies. Pues no, no sirve lo mismo. Seguro que las niñas de Pancho D’Acosta usan limas para los callos de los pies. Ya no hay calidad. Para esto, para suavizar las yemas de los dedos, no hay nada como la piedra pómez. Pura artesanía fetén, ya se lo digo yo a las señoras. Virtuosismo. Bueno, a doña Luchy no se lo digo porque siempre está estroncada. Yo pensaba que estaría excitadísima con el movidón, pero ni hablar, aquí está ella, como si le hubieran metido cuatro bidones de suero de tila. Por Dios, es como si escuchara a mi padre: a todas esas señoritingas les metía yo una lima por la raja del precipicio. La piel de gallina se me pone sólo de pensarlo. Nunca me quiso perdonar que a mí me diera por trabajarle las manos sin rechistar a esa patulea de parásitas, como él llamaba también a las señoritingas. Más honrado es ganarse el pan como sepulturero, decía él. Lo decía para darse coraje, creo yo. Más para darse coraje que para mortificarme a mí. Acabas enterrando a todos, decía, y no importa que sea en un nicho de los baratos o en un panteón de lo más historiado, eso al muerto le da igual. Eso decía, hasta que pasó lo que pasó, y tuvo que tragarse las palabras como gargajos en un entierro. Nadie escupe en un entierro, es como escupirle al muerto. Eso sí, un día oyó explicar en televisión lo que es el síndrome de Estocolmo, que yo también sé lo que es, cogerle ley al que te mortifica, al que te hace papilla, o algo por el estilo, y me dijo eso es lo que te ha entrado a ti con todas esas señoritingas parásitas, maldita sea, eso es lo que te ha entrado a ti, el síndrome de Estocolmo. No lo puedo evitar, es como si le estuviera escuchando.

Dicen que ahora la capillita de la Milagrosa no tiene tanto éxito como antes. Ahora han sacado también la capillita de Santa Águeda, especial contra el cáncer de mama, dicen, la llevan de casa en casa las oblatas, creo, y le está comiendo terreno a la Milagrosa. Es ley de vida, hija: hay que especializarse.

Lo que no cambia es el palito de naranja para las cutículas, contra eso no pueden ni las niñas de Pancho D’Acosta. Y, para eliminar los pellejitos, estos alicates que son nuevos, los compré hace nada, porque algunos alicates salen malísimos, pero éste ha salido fenomenal, tendré que cruzar los dedos. Ahora, la crema, y que pasen cinco minutos. Mientras pasan cinco minutos en una mano, hago las uñas de la otra, todo es cosa de organizarse. Ni una hora tardo yo en hacerle a una señora las manos. Y no es que tenga prisa. Hoy sí tengo prisa, tengo que llegar a tiempo para ver lo que dicen los de Telealgaida desde el principio. Pero yo no soy un profesional que tenga prisas, nunca las he tenido, aunque tampoco me gusta echar en mi trabajo más tiempo del preciso, eso nunca es bueno, todo lleva su tiempo y no hay ni que quedarse corto ni que pasarse, pero luego puedo estar de palique lo que haga falta. Si se encarta y no me espera otra clienta, puedo pasarme la tarde entera de cháchara con las señoras. A lo mejor eso sí que es el síndrome ese, porque una cosa es trabajar y otra, echarle gusto a la condena del trabajo. Pobre Ostionero, qué vida más perra. ¿Cómo no iba a darle una fatiga de las malas verte así, verte haciéndoles cucamonas a todas estas señoritingas parásitas, riéndoles las pamplinas, unas detrás de otras, como si todas ellas fuesen unas comediantas inspiradísimas y elegantísimas, como si todas fueran la Conchita Montes? Cuántas desaboriciones he tenido yo que jalear…

Y cosas peores, porque ha habido cosas peores. Lo de don Fabio Madieri no se me olvidará nunca, hay que ver cómo era don Fabio Madieri, el único italiano auténtico en toda La Algaida, eso sí, pero hay que ver cómo era. Yo lo de Franco no me atreví a contárselo al Ostionero, cómo iba a contarle eso a mi padre, le habría dado al pobre una embolia del sofocón. A mí a punto estuvo de darme algo.

Y eso me pasó por entretenerme más de la cuenta con la señora, si yo me hubiera ido con mi Haute Manicure a otra parte en cuanto terminé la faena, no me habría pasado.

Pero me entretuve de palique, más que nada comentando los detalles de la muerte de Franco y el luto de la Collares y el de la niña y las nietas, y la cola de gente que se había formado en Madrid para despedirse de él, y en éstas que llega don Fabio y dice: que se reúna todo el servicio. Eso dijo. Y allí se presentó todo el servicio, que llevó su tiempo que subieran todos, claro, hasta los de la oficina y los de la bodega chica, y don Fabio les pidió a todos que se pusieran en fila mirando para él, y a mí también me pidió que me pusiera en la fila y yo obedecí, por Dios, yo obedecí, y luego don Fabio, muy solemnemente, nos dio el pésame por la muerte del generalísimo Franco. Como extranjero en este país, dijo, es mi deber darles a todos ustedes mi sentido pésame por la muerte de su Caudillo. Alucinamos todos, como ahora dice el niño de la Batea. Alucinamos. Y hasta dijimos gracias, así, con la voz engurruñida como una picha en el médico. Bueno, todos menos Enrique el de la Sacristana, que tenía el muchacho un puesto buenísimo en la bodega chica. Enrique el de la Sacristana le dijo a don Fabio: a mí no me dé usted el pésame, a mí deme la enhorabuena. Allí mismo se quedó sin trabajo. Y nadie se atrevió a rechistar. Ni yo. Ahora lo pienso y me da casi tanta vergüenza como cuando me acuerdo de lo del negrito en el avión de la Túa. Ay, por Dios, concéntrate en lo que haces, Cigala, no pienses en esas cosas. Menos mal que no se lo dije a mi padre. Pero no lo pienses más, anda, por Dios. Ahora se cepillan las uñas otra vez y ya está, con esta base las uñas se fortalecen muchísimo. ¿Cómo no iba a tenerle mi padre tirria a mi oficio? Las manos de postillones les habría llenado él a todas estas señoritingas parásitas. No habría tenido que deslomarse, desde luego que no. Claro que doña Luchy tiene las uñas fuertes por naturaleza, hay que ver cómo las tiene, a su edad. Lo único que debería cambiar alguna vez es el esmalte. Pero ella siempre dice, antes de entrar en coma, que ya no tiene edad ella para cambiar de esmalte. Tonterías. El rosa pálido es lindísimo, las cosas como son, y apropiadísimo para una señora de su edad, pero debería atreverse a cambiar, un fucsia suavecito le quedaría ideal. Quita, Cigala, quita, dice ella, cuando se lo digo, antes de que se prive. Dos capas de esmalte, y otros cinco minutos, para que se asiente, y listo.

¿Qué hora es? Las siete menos veinte, me da tiempo de sobra. Tengo que esperar a que se seque, nunca me he ido antes de tiempo, antes de que se seque el esmalte y las uñas estén perfectas, no va a ser hoy la primera vez. ¿De dónde habrán sacado a esos chiquillos que dicen que van por ahí pidiendo firmas en contra de que le pongan mi nombre a la calle Silencio? Seguro que son de una secta. O serán drogadictos y les dan cuatro duros para que hagan el trabajo sucio, porque hay que ver lo sucio que es un trabajo así, poner a la gente en contra de una criatura. Bueno, Cigala, no le des más vueltas, ya tendrás tiempo de darle todas las vueltas que quieras, y más, cuando se despachen a gusto los del Telealgaida. Y no sigas pensando en las cosas del Ostionero, Cigala, ahora no te pongas a pensar en eso, ahora no salgas de Guatemala para meterte en Guatepeor. ¿Qué quería él que hiciera? Claro que lo sé, quería que les arrancase las uñas con la lima, o con los alicates, a todas esas señoritingas. Eso quería. Y como yo no les dejaba los dedos en carne viva, como no hacía eso, a mí me había entrado el síndrome de Estocolmo, según él. ¿Y qué? ¿Qué pasa si me entró el síndrome de Estocolmo, por Dios? A lo mejor prefería que yo heredase su trabajo de sepulturero. Eso prefería, seguro. Pero cada uno es cada uno y tiene que salir adelante a su manera. Así es la vida. Y hay que aguantar. Vaya que si hay que aguantar. Toda la vida mamoneándoles las manos a esta patulea de parásitas, para que, al final, ninguna dé la cara por ti. Qué coraje. Pero así es la vida. Así es esta mierda de vida. Ay, Cigala, por Dios, piensa en otra cosa o vas a terminar arrancándole de cuajo las uñas a doña Luchy. Cálmate, por Dios, cálmate. Ya queda poco para que pasen los cinco minutos. Vete despertándola que te tiene que pagar. Aguántale las manos, para que no arruine la manicura con un mal gesto cuando se despierte, pero que se despierte. Venga. Si me doy prisa, tengo tiempo de sobra. Ese conductor del autobús es la mar de agradable, si me ve venir seguro que me espera lo que me tenga que esperar. Venga.

Hala, doña Luchy, despierte, que tiene que pagarme. Despierte, que se ha librado de chiripa de que le haga en las manos la matanza del día de san Valentín.