26, domingo

Condiós. Mira lo sobrada que va ella, y tiene más trampas que una corsetería. Pero cuajo también tiene, hay que ver qué aplomo, como si nadase en oro la gachí. Fallon, bonita, no mires así, que pegas mordiscos con esas miraditas. Y se te entiende todo, fíjate lo que te digo, seguro que se ha dado cuenta. Menos mal que la pobre es mansita como ella sola. Anda, tú a lo tuyo, a ver si coges un bache y termina mi pobre Antonia por los suelos. Ten cuidado por dónde vas, mujer. Hay que ver cómo tiene este alcalde la calle, por Dios. Eso sí, mucha fuente en la plaza Cabildo, mucha reforma del Paseo Marítimo para poner en todo el medio ese Club Náutico, mucha creatividad urbanística del Pegamento, el marido de la soplabengalas de Purita Mansero, y mucho mamotreto con cenefas en mitad de la calle Ancha, que hay que ver lo cursilísimos que son, pero no hay derecho a cómo tiene el resto de La Algaida este alcalde. Fallon, guapa, la silla de ruedas es el no va más, tiene hasta amortiguadores y toda la pesca, ya me lo dijo el muchacho de la ortopedia de la Banda de la Playa, es el último grito en sillas de ruedas, que ya lo vale, pero hazme el favor de irte con cuidado o vamos a tener que empachar a Antonia de biodramina.

Qué buena idea hemos tenido. Este paseo te va a sentar divinamente, Antonia. Qué día más precioso hace. No te destapes demasiado, a ver si te vas a enfriar. Así me gusta, cariño, qué contenta estás. Condiós, con qué aplomo lo ha dicho. Y está con una mano delante y otra detrás, lo sabe toda La Algaida. Por culpa del balarrasa del marido. Muy guapísimo, eso sí, y muy simpático, muy parlanchín, muy chirigotero, pero un balarrasa sin remisión. Mujer, el tiempo se lo come todo, también a los guapos, incluso se come más a los guapos que a los corrientes, y más a los corrientes que a los feos, en eso el tiempo tiene bien enseñada la mano de repartir. Pero él sigue guapo, las cosas como son. Y ella, Cecilia López de Aramburu, de los López de Aramburu del Barrio Alto, ella, Sesi para los amigos, sigue acarajotada perdida. La comprendo, que conste que la comprendo. El gachó se arruinó, arruinó a su mujer, arruinó a su padre, arruinó a su suegro, arruinó a toda la corte celestial, y ella sigue bebiendo los vientos por él. Bien que hace, mira. Seguro que él, por debajo del cobertor, la tiene contenta. Él será un caoba de muchísimo cuidado, pero metido en bulla camera tiene que ser un escándalo. Se le nota. Y la mujer, feliz. Qué envidia, la verdad, aunque sólo tenga lo que lleva puesto. Es lo que dicen, que en esa casa no hay más que una ropa de domingo para ella y para sus dos niñas, unas mocitas ya, y que se turnan para ponérsela, así que domingo que sale una, un poquito arreglada, no salen las otras dos, se quedan en casa tan ricamente. Para diario se apañan con unos vaqueros, que salen por dos perras chicas en los gitanos, y unas rebequitas y unos anoracs de esos que son puro plástico. Lo que no sé es cómo se las avía él para ir siempre hecho un pincel. De fiado, supongo.

Hay carteles de esa película de vaqueros mariquitas por todas partes, ya era hora de que en La Algaida volviera a haber cine. Mira que me lo he pasado yo bien en los cines de La Algaida, y no sólo viendo películas. Ay, por Dios, también me voy a tener que confesar de regodearme en pensamientos pecaminosos. Menudo chaveíta ha caído en el cine, para qué voy a andarme con tiquismiquis. En la prehistoria, vale, pero menudo chaveíta. Y más de un morlaco bravo. Y gente muy principal. Ay, los cines de La Algaida… El Cine Ballesteros, sobre todo. Años y años hemos estado luego sin un mal cine. Tengo que ir a esos cines, una monería de salitas dicen que son. Y me caen cerca de casa, pero es que a uno ya no le apetece nunca ir al cine, y además tengo que dejar a Antonia con alguien, con la Fallon nunca sé cuándo puedo contar, y encima sale carísima. Voy a tener que hablar en serio con el niño de la Batea de lo que me dijo de los trabajadores sociales. A ver si un día se anima la Florista y nos vamos al cine, antes de que quiten esa película de los vaqueros. ¿Qué llevaba Sesi López de Aramburu? ¿Qué llevaba, Cigala, qué llevaba? Una falda verdosa, como de las de ir de cacería, y una chaquetita granate de punto grueso, eso creo yo que llevaba. Irá asfixiándose, con este calor. Menos mal que la Fallon tiene mucha energía y lleva la silla de ruedas con la mar de salero. Con más salero de la cuenta, a veces. Un dinero va a costarme la broma, pero seguro que a Antonia le sabe a gloria el paseo. Lo que no sé es dónde vamos a aparcar la silla, porque andar, tiene que andar un poco, nos lo tiene requetedicho el niño de don Carlos Montanelli. Que ande, Cigala, que ande un poco todos los días.

Qué lástima, lo que es la droga. Fallon, no vayas otra vez a mirar de aquella manera, que éste no se anda con chiquitas. A éste no hay que echarle ninguna cuenta, o estás apañado. Y bien sabe Dios que no es por no darle, es que no se contenta con cualquier cosa y, encima, se lo gasta todo en la droga. Hoy debe de ir hasta la coronilla, porque no se pone jartible con nadie. Mirar, mira, eso sí. Mira como si fuera a escupirte a la cara, pero no se pone jartible. Eso es que no está con el mono. Si no tiene el mono, sólo mira, como si acabaran de apalearlo. Y es como si por eso quisiera escupirle a alguien, no sé. Qué atorrante es la criatura. Qué dolor. Fallon, cariño, vamos a tener que dejar la silla en alguna parte. Seguro que en Casa El Cura nos dejan que la dejemos, ¿verdad? Mira, ahí está ese camarero tan agradable, seguro que no le importa. Luego podemos tomar algo aquí, nos tomamos unas tortillitas de camarones, que las hacen riquísimas, y recogemos la silla, ¿no? Anda, mi vida, levántate, que te va a sentar muy bien dar un paseíto. Fíjate lo animadísima que está la plaza Cabildo. Y la calle Ancha, desde que la han hecho peatonal está animadísima. Cómo pesas, corazón. Has engordado, Antonia, has engordado. Fallon, bonita, ayuda un poco. Si no hay que sujetar la silla, cariño, si no hace falta, si esta silla tiene frenos, a ver si te enteras, es el último grito en sillas de ruedas. Ahí está el freno, mujer. Anda, ayúdame a levantarla, y luego vas y le pides a ese camarero tan agradable que nos la guarde. Que nos guarde la silla, Fallon, no que nos guarde a Antonia, así se te pudra el páncreas, la leche que mamaste.

Cuánta gente. Demasiada gente. ¿Qué quieres que haya en la plaza Cabildo, un domingo a mediodía, Cigala? Gente a punta pala. A lo mejor esto de salir hoy de paseo no ha sido tan buena idea. Gracias, corazón. Muchísimas gracias, cariño. Ésta es otra. Enhorabuena, enhorabuena, enhorabuena, Cigala. No van a parar de darme la enhorabuena. Por lo de la calle. Es natural. Y es bonito, no sé de qué te quejas, Cigala, a veces te quejas de vicio. Pero no sé si ha sido buena idea. Ay, por Dios, espero que Antonia no se acuerde de lo que yo me estoy acordando ahora. No se acuerda de nada, pero, basta con que no tenga que acordarse, para que se acuerde, ya lo verás. Parece que la estoy viendo. Si yo no me acuerdo a lo mejor ella tampoco se acuerda, pero parece que la estoy viendo. Anda, Fallon, vamos a dar los tres ese paseíto. ¿Qué te han dicho? Claro, ya supongo que no reservan mesa para después, las mesas están supersolicitadas, pero también podemos tomar las tortillitas de camarones en Casa Basilio, que las hacen igual de buenas, o más. Si encontramos mesa, que ésa es otra. Anda, cariño, vamos. Despacito y buena letra.

Parece que la estoy viendo. Y eso que la plaza Cabildo ya no parece la misma. Pero como si la estuviera viendo, aquel monumento de mujer pisando fuerte por delante de la crem de la crem, por delante de La Ibense, del brazo de don Alfonso Sandoval. Lo que han hecho con las palmeras de la plaza Cabildo tiene delito. Las han despeluchado a las pobres, y han podado las buganvillas. Seguro que también es cosa del marido de la metecandela de Purita Mansero. En Telealgaida se pasaron quince días que no hablaban de otra cosa, un poco jartibles se pusieron con las palmeras, la verdad, el escándalo de la semana, decían, en Telealgaida dan un programa que se llama así, El Escándalo De La Semana, es la mar de entretenido, todo sea dicho, pero ésos no saben lo que es un escándalo, para escándalo el que se armó cuando Antonia se dio aquel paseo, vuelta va y vuelta viene, colgada del bracete de don Alfonso Sandoval. Dijeron que Antonia le había puesto entre la espada y la pared: o nos damos un paseo bien cogidos del brazo, a las seis de la tarde, por la plaza Cabildo, por delante de La Ibense, o no vuelves a meter la telera en esta pringá en tu vida, eso decían que le había dicho ella. Y que él tragó. Pero Antonia me dijo que había sido cosa de él, que quería demostrarle que lo suyo era de verdad, un detalle precioso por su parte, y que a ella en el fondo le había dado muchísimo apuro, pero tenía que ser muy en el fondo, porque yo los había visto, y como yo medio pueblo, y ella iba en la gloria, no como él, que parecía un pollo en un microondas, bueno, entonces no había microondas, pero yo me entiendo, eso era lo que parecía. Sobre todo porque los vio una hija de él, no sé cuál de ellas, pero una de ellas los vio, y el padre vio a la niña, eso seguro, y para el hombre tuvo que ser un trago, aunque toda La Algaida supiera lo de don Alfonso Sandoval con mi hermana, que lo sabía, incluidos la legítima y los hijos de la legítima, tuvo que ser un trago. No sé por qué tengo que acordarme ahora de esto. Tú no mires, Cigala. Tú no eches cuenta de que todo el mundo nos está mirando. Es natural. ¿Cuánto tiempo hace que no dábamos un paseo así? Siglos. ¿Se estará acordando Antonia de aquello? ¿Se estará acordando de dónde vivía ella? A dos pasos de aquí. Un sitio buenísimo. Un sitio de postín. En eso, don Alfonso Sandoval estuvo imperial. Le compró un piso de lujo, yo no sé si me da pena que tiraran la casa para hacer pisos más chicos, no sé si me da pena o si no me da pena, bien se vendió el piso, seis millones de entonces eran una fortuna, aunque demasiado pronto lo vendimos, ahora tendríamos el armario ropero lleno de dinero negro, con lo bien que viene el dinero negro. Qué más da, a lo hecho pecho, pero rectifico: don Alfonso Sandoval se portó como un emperador a la hora de comprarle el piso, pero en lo demás estuvo muy tacaño y muy desagradable: esa manda mensual de cincuenta mil pesetas, que hoy no alcanzan para casi nada, y una tumba, coño. Lagarto, lagarto. Bien podía haberle dejado al menos una bodeguita. Ay, no sé, parece que las bodegas ahora rinden poquísimo, habría sido un quebradero de cabeza, mejor muchos y buenos billetes. Hija, Antonia, no sé por qué no aprovechaste un poquito mejor la coyuntura, como ahora se dice. Ya que le hiciste chantaje para que se pasara una tarde entera de paseo contigo del bracete, porque le hiciste chantaje, porque te conozco, pues ya que le hiciste chantaje para eso se lo podías haber hecho también para que te pusiera unos cuantos millones a plazo fijo en la Caja de Ahorros, fueraparte el piso y la manda. Pero a ti lo que te pedía el cuerpo era restregarle en la cara a la crem de la crem tu lío con don Alfonso Sandoval, de Bodegas Sandoval, S. L. Cómo te conozco, Antonia, y cómo te comprendo. Después de treinta años, era lo menos que él te debía. Ay, por Dios, Antonia, ten un poquito de cuidado, como te caigas te puedes romper la cadera y eso sí que sería un desavío horroroso.

Sí, Fallon, hija, eso estaba yo pensando hace nada, que hay que ver el crimen que han hecho con las palmeras de la plaza Cabildo. Bueno, con las palmeras y, sobre todo, con las buganvillas que crecían por las palmeras. Adiós buganvillas. Y hay que ver la fuente que han plantado ahí en medio, una exageración de fuente. Esa fuente pega ahí menos que la Grace Kelly en un andamio. La de antes sí que era una fuente coqueta y con solera. Pequeñita, sí, ¿y qué? Se ve que al Pegamento le gusta lo grande, habrá que ver cómo tiene la sartén su señora esposa; grande, no sé, pero grasienta seguro que tiene la víbora de Purita Mansero la sartén. Dicen que las palmeras se recuperan, y que las buganvillas vuelven a crecer. Eso habrá que verlo.

Fallon, corazón, ¿tú crees que hace falta que pasemos por delante de La Ibense, con lo abarrotada que está?

Condiós, prenda.

Vale, Fallon, no hace falta que te pongas tan loba, ya sé que te ha saludado a ti. Bueno, nos ha saludado a las tres, pero, sobre todo, a ti, vale. Pero es que a mí Rachid me cae la mar de bien. Hay que ver lo guapo, y lo trabajador, y lo espabilado, y lo zalamero que es. Pero no tienes que ponerte tan loba conmigo, que no soy competencia.

Anda, sí, vamos a ver el escaparate de Pastelería Pozo. Así por lo menos no pasamos pegadas a La Ibense.

No sé si ha sido buena idea esto de dar un paseo precisamente por aquí, un domingo a esta hora. Pero ¿por dónde, si no? ¿Por el Paseo Marítimo? Ni soñarlo, con lo lleno que está el Paseo Marítimo de socavones, de terraplenes, de hormigoneras y de esquíns. Qué susto. Me da ansiedad sólo pensar en ir al Paseo Marítimo. Ay, Cigala, qué raro estás, qué raro te encuentro, mañana mismo le pido hora a Palomi, con la época tan buena que llevaba yo… Un poco más animado de lo conveniente, ahora que lo pienso. Y después de estar más animado de lo conveniente, ya se sabe lo que me espera. Mañana mismo le pido hora. No es normal que me haya entrado esta fobia, como llama Palomi a la aprensión de toda la vida. ¿Por qué le tengo de pronto fobia a pasar tan tranquila por delante de Heladería La Ibense? Qué mala espina me da esto. Bueno, a lo mejor es porque, aunque no quiera acordarme de él, también me he acordado de Agustín. Agustín se daba un aire a Rachid. Era de Grazalema, pero se daba un aire a Rachid. Qué lástima de criaturas. Cada vez que veo una lancha de ésas llena de criaturitas medio muertas de hambre y de sed y de frío o de insolación, que no sé qué es más malo, cada vez que la veo se me encoge el corazón. Una vez llegó una hasta la playa de Montijo, que no sé cómo pudieron llegar tan lejísimos, y una de las criaturas llegó muerta, y por lo visto a otras las fueron tirando al mar porque se fueron muriendo por el camino. Es el pan nuestro de cada día, no hay más que ver los telediarios. Rachid dice que él también llegó así. Pero él es muy dispuesto y, mira, se va bandeando con sus tenderetes, que te vende de todo, y ya tiene hasta una cadena, como El Corte Inglés, su tenderete central es el del callejón de la plaza, y ése lo atiende él personalmente, y luego tiene sus sucursales, tres por lo menos, que yo sepa, una en El Pradillo, otra junto a la nueva parada de autobuses, y otra en la calle de la Capillita, entre Bolsa y Trasbolsa. A ver si no es espabilado el muchacho. Y, encima, crea empleo, como él dice. A tres moritos, la mar de salados los tres, los tiene a cargo de las sucursales. No me extraña que esta Fallon le tenga echado el ojo a Rachid, fueraparte otras prendas ocultas que el muchacho pueda tener, que seguro que las tiene. Pero no me imagino a Rachid en patera, como ahora llaman a las canoas de siempre. No me lo imagino, no sé por qué. Cada vez que veo una patera, me entra esa congoja grandísima, y no es sólo por ellos, por esas criaturas, no es sólo por ellas, yo lo sé, es también por mí. Qué buena pinta tienen esos tocinitos de cielo. Este escaparate de Pastelería Pozo es una tortura china, por Dios. Tenemos que irnos de aquí, o se nos va a poner a las tres el azúcar por las nubes, sólo de mirar. Es que ya no sé cómo distraerme. Pero es que cuando los veo, muertecitos de frío y de hambre y fatiga y de todo por tal de conseguir una vida mejor, me veo yo en una canoa, en medio del mar, de noche, sin saber ya qué hacer para llegar a donde me muero de ganas de llegar, a donde está todo el mundo, a donde todo el mundo vive bien, tan tranquilo, sin tener que esconder nada, sin tener que callar nada, sin tener que hacer un carnaval diario para que te miren bien, para que no te miren mal, para que puedas trabajar y ganarte tu vida como todo hijo de vecino, para reírte como todos, y no más, para llorar como todos, pero no más, para enamorarte como todos, ni más ni menos, sin tener que esconderlo o sin tener que sufrirlo más de lo que se sufre en cualquier enamoramiento. ¿Qué diferencia hay entre esas criaturas que se echan al mar con lo puesto y yo? Mucha, ya lo sé, pero ninguna. En el fondo, ninguna. Toda la vida llevo desesperadito por llegar a algún sitio donde yo sea uno más, sólo uno más, ni más ni menos. Toda la vida llevo yo emigrando. Es verdad que ellos se juegan la vida, ¿y yo? ¿No llevo yo toda la vida jugándome la vida? Ya sé que algunos dirán que no se nota. Porque uno se las tiene que arreglar para que no se note. Uno se ríe, habla por los codos, cuida a su clientela, que es lo primero, se gana la vida honradamente, sin robarle a nadie ni matar a nadie ni engañar a nadie. Bueno, yo sólo me he estado engañando a mí toda la vida. Yo me las he apañado, mejor o peor, para convencerme de que estoy bien, de que soy persona, de que soy respetadísimo, queridísimo, una institución, y que por eso hasta van a ponerle a una calle mi nombre. Pero ¿a quién engañas con eso, Cigala? A ti no te engañas, Cigala. Ni a los esquíns. En el fondo, no engañas a nadie. En el fondo, cada mañana, hago lo mismo que hacen esas criaturas: me echo en una canoa a la mar, y sueño con llegar a un sitio donde vivir a gusto.

Podrías comprar unas palmeritas, que no son empalagosas. Anda, Fallon, entra y compra media docena de palmeras. Que no estén muy quemadas, pero que no estén chiclosas, que estén tostaditas, si las dejan poco hechas salen chiclosas. Toma, diez euros, hay de sobra. Y pide el tique. Yo me quedo aquí con Antonia, que aquí se está estupendamente.

No puedo creer que hasta hoy no haya caído en la cuenta. Y mira que ha pasado tiempo, por lo menos cuarenta años han pasado. O más. ¿Qué habrá sido de él? Ni una llamada, ni una carta, ni un recado por medio de nadie. Volvería a Grazalema, digo yo. O emigraría por fin a Alemania, o a Suiza, porque los de La Algaida se fueron sobre todo a Alemania o a Suiza, y unos arrastraban a otros, y algunos al final volvieron, o empezaron a venir de veraneo, como si fuesen forasteros, y otros se quedaron para siempre por ahí. Millones de veces me habló él de irnos a Alemania, a ese sitio que se llama Colonia. Pero ¿cómo iba yo a irme a Colonia? Seguro que te haces millonetis con la manicura, Cigala, seguro que se volvían locas las alemanas con tu Haute Manicure, eso decía él. Yo no lo veía, la verdad. No lo veía, sobre todo, por el idioma, el alemán es un idioma que no va conmigo, le decía yo, el alemán y yo somos incompatibles, Agustín. Y él me decía que para qué me hacía falta a mí el alemán, que no veía él la necesidad de hablar el alemán de corrido para hacer la manicura, aunque las gachís fueran alemanas. Pero es que la manicura no es sólo la manicura, él eso no lo comprendía, él no comprendía que yo soy buenísimo haciendo las uñas, de acuerdo, pero además hay que hablar, hay que entretener a las señoras, hay que contar lo que pasa o inventárselo, que mira que me habré inventado yo cosas, y si no me las he inventado las he adornado, las iba yo contando y parecían importantísimas y entretenidísimas, y a lo mejor eran boberías, pero las señoras echaban un rato estupendo y quedaban siempre encantadas de la vida. Que hagan bien o medio bien la manicura seguro que hay como quinientas mil personas en el mundo, eso por supuestísimo, pero que le echen la cháchara y la gracia o el dramatismo que le echo yo, sin salirme nunca de mi sitio, sabiendo siempre hasta dónde llegar, poniéndole siempre a la conversación mucha pesquis y mucha psicología, que hagan eso no hay ni tres, y dos seguro que son jaguaianas o de por ahí, las jaguaianas creo que tienen unas manos buenísimas para las manos. ¿Cómo iba yo a irme a Colonia a hacer la manicura sin decir ni mu? Si me fui a Nueva York, que el inglés yo creo que se me da mejor, y eso que ya no me acuerdo, ahora sólo sé decir yes y zenquiu, pero hasta Cintia decía que no se me daba mal, pero que nada mal, y casi me muero de pena y me volví en menos de lo que dura el responso por un pobre… Él no lo comprendía. Se ponía muy zalamero, me hacía cosquillas por todas partes, me acariciaba y me apretujaba como no me ha acariciado ni me ha apretujado nadie en mi vida, cada cosa en su momento y sin perder nunca ni la medida ni el compás, y no era sólo que tuviese un mandado que daba gloria verlo y sentirlo, que lo tenía, ni que el mandado lo usara como dudo mucho que lo sepa usar casi nadie, no era sólo eso, era también aquella voz como de franela que ponía para decirme las cosas que sabía que me iban a fruncir de gusto, y lo que decía para que yo me hiciera todas las ilusiones que se hace cualquiera si le trajinan bien el sentimiento, y la parsimonia cariñosa que le echaba a todo, y lo bien que se le daba inventarse las cosas fenomenales que nos iban a pasar en Colonia. A punto estuve de irme a Colonia, ahora me asusto sólo de pensarlo. Y fue por ese tiempo, cuando yo ya estaba a punto de decirle que sí, que nos íbamos, cuando me dijo un día, de sopetón, vamos a darnos un garbeo por ahí, Cigala, tú y yo del bracete, y yo voladísimo, pero ilusionadísimo, la verdad, qué ilusionado estaba cuando me cogí de su brazo, ya cerca de la plaza Cabildo, y nos paseamos así por delante de todo el mundo, y toda La Algaida fue de pronto un puro cotilleo, que más de una y más de uno tendría aquella noche un cólico biliar de pura envidia. Hasta ahora no me había dado cuenta de que Agustín y yo hicimos exactamente lo mismo que hicieron Antonia y don Alfonso Sandoval. Lo que son las cosas. Sólo lo hicimos una vez, Antonia, corazón, tú y yo sólo hicimos una vez lo que hace mil veces al día cualquier parejita de novios, o de casados, o incluso de arrejuntados, aunque se lleven a matar. Ahora, Antonia, también los mariquitillas y las tortilleritas, dicho sea con todo el cariño del mundo, también ellos van por ahí cogidos de la mano, o de la cintura, o del brazo, y tan campantes. Qué alegría, por Dios. Pero tú y yo sólo lo hicimos una vez, ¿sabes lo que te digo? No lo sabes, y mejor para ti.

Hay que ver lo que tarda esa niña. Vamos a movernos un poquito. Así, del bracete. Don Alfonso no quiso volver a hacerlo, y tú hiciste como que no te importaba, como que ya estabas cumplida, y Agustín y yo no lo volvimos a hacer porque aquella noche volvió a pedirme que me fuera con él a Colonia y le dije que no. Yo estaba decidido a decirle que sí, pero le dije que no. Le dije que no porque de pronto pensé que me había sacado de paseo y me había llevado del brazo sólo para que le dijese que sí, que me había toreado la mar de bien y que aquel paseo fue, por así decirlo, el descabello. Eso fue lo que él se creyó, Antonia, que me había dado el descabello, pero yo no doblé. Por eso le dije que no, y él se fue, sin enfadarse ni nada, sólo se fue, me dijo hasta mañana, y no he vuelto a saber nada de él. Ni por él ni por nadie.

Ahí está la Fallon, ya era hora.

La vuelta, cariño, que tú no tienes derecho a bote. Un gentío había ahí dentro, ya me supongo. ¿Seis euros te ha costado media docena de palmeras? A ver, el tique. Vale, mujer, vale, no te pongas así, nadie te ha llamado ladrona, no seas pejiguera. No sé si ha sido buena idea, ahora hay que cargar con el paquetito toda la mañana. Anda, lleva tú el paquete, hija. ¿Por qué no cogemos por la calle de la Capillita? Así doblamos por Bolsa y vamos derechos a Casa Basilio, a ver si tenemos suerte y encontramos mesa.

Todo ha cambiado una barbaridad. Ahora que lo pienso, todo ha cambiado muchísimo. Qué pena no tener ahora veinte años. O cuarenta, sólo hay que fijarse en lo de Lourdes Lacave. Lord Pamplin dice Lourdes Lacav, dice que hay que pronunciarlo así porque es francés. Aquí ha sido Lourdes Lacave toda la vida. Como los Obrían han sido Obrían toda la vida, y no Obraian, como Lord Pamplin dice, o los Oneale son los Oneale, y no los Oníl, y los Osborne son los Osborne, y no los Ósborn, como dice Lord Pamplin. Pero lo de Lourdes Lacave es algo. Si yo fuera ella y tuviera su edad, porque ella no tiene más de cuarenta, yo me lío la manta a la cabeza, vaya que si me la lío… Qué gracioso. Bueno, pobrecita, a ella no le hizo ninguna gracia, porque hay que ver cómo fue, pero qué gracioso. Y es que no todos son como Rachid, claro. Los hay buenos y los hay malos. Y eso que yo creo que el muchacho no era malo. Necesitado, era un necesitado, y se puso las pilas, como dice sin parar el niño de la Batea: ahora, Cigala, hay que arreglar lo de la calle que tú quieres, hay que ponerse las pilas. Y el negrito se las puso, vaya que si se las puso. Dicho sea lo de negrito con todo el cariño del mundo, por Dios. Ay, por Dios, no voy a pensar otra vez en el muchacho negro del avión, voy a pensar en el negrito de Lourdes Lacave, porque tiene mucha gracia, aunque a ella no le hiciese ninguna. Es que tuvo que ser fuerte. Que llamen a la puerta, abras, y te encuentres a un negrito, bueno, un negrazo de casi dos metros y guapo de morirse, porque era guapo de morirse, que te lo encuentres en la puerta y que te diga, con una sonrisa preciosa, hola, señora, soy No Sé Quién, un nombre rarísimo, soy su hijo, hay que ver, es fuerte, eso le dijo el negrazo a la pobre Lourdes Lacave: soy su hijo. ¡La pobre Lourdes Lacave que no ha catado mandado, y mucho menos mandado negro, en toda su santa vida! Pues allí estaba aquel mocetón de color betún diciéndole, la mar de contento, que era su hijo. Por una cosa de esas modernas. Hasta yo he estado a punto de hacerlo, lo que pasa es que bastante tengo yo con Antonia como para, encima, apadrinar a un chiquillo de África o de América o de por ahí, por barato que salga. Sale baratísimo, diez euros al mes o algo así, o incluso menos. Tú apadrinas un niño, y ellos te mandan todo el tiempo fotos del niño, tu hijo, dicen. Pues allí estaba el niño, allí estaba aquel monumento de color de casi dos metros diciéndole a la pobre Lourdes: hola, soy tu hijo. Dicen que se enteraría de alguna manera de que Lourdes Lacave tenía uno de esos hijos adoptivos en África, en Senegal o no sé dónde, al que le mandaba diez euros al mes, o menos, y el negrazo dijo ésta es la mía, y se presentó por las buenas en casa de Lourdes y la pobre no sabía qué hacer. Al final lo puso en el cuarto de invitados, voladísima, por lo visto, agobiadísima por su reputación, porque ¿qué pensaría la gente al verla por la calle con aquel escándalo de hombre?, que había que escuchar los comentarios de la gente, y ella no hacía más que presentarle su hijo a todo el mundo, a ver, hasta que un día el muchacho se esfumó con todo lo que pilló por delante. Pobre Lourdes, la verdad, pero qué gracia. Mira, si se piensa bien, también lo de Lourdes Lacave fue como lo de Antonia con don Alfonso Sandoval y lo mío con Agustín, aunque a ella el paseo le duró por lo menos dos semanas.

A ver si tenemos suerte y nos avían una mesa en Casa Basilio.

Fallon, por favor, déjalo.

Que sí, que lo dejes. No eches cuenta, mujer, qué más da. Ay, por Dios, qué más da.

Que sí, que ya sé lo que han dicho, pero déjalo que es peor, Fallon. ¿No ves que son unos esquíns? Luego te explico lo que son unos esquíns.

Ay, Fallon, por favor, que no te oigan. Sí, claro que sé lo que nos han dicho. Adiós, trillizas de oro, eso nos han dicho. Ya lo sé, pero déjalo.

Es igual que Ramón, la chiquilla no lo puede disimular. El mismo corte de cara, el mismo color de pelo y de ojos, sobre todo de ojos, ese color verdoso que se vuelve azulón en cuanto le da un poco la luz, un color de ojos que Ramón sacó de papá y que ya me habría gustado sacar a mí, y tiene un gesto la chiquilla que es clavado al gesto de Ramón, ese ladear un poco la cabeza cuando sonríe.

Antonia, cariño, ¿quieres otro cachito de tortilla de camarones? No creo que te sienten mal, no están nada aceitosas, están en su punto. Un encaje parecen, eso es lo que tienen que parecer cuando están bien hechas. Yo creo que aquí ya las hacen hasta mejor que en Casa El Cura. ¿Por qué se llamará Casa El Cura ese bar? A ver si se lo pregunto al niño de la Batea, ese niño lo sabe todo.

Qué cansado estoy. Creo que me ha dado un bajón. Será la caminata, y el estrés, yo no me podía figurar que esto de sacar de paseo a Antonia iba a darme tantísimo estrés. Y esto era lo que faltaba. Ver a esa chiquilla, que seguro que no sabe quién soy yo, ni quién es Antonia, era lo que me faltaba. La madre estará por aquí, digo yo. En la plaza Cabildo todo el mundo ha dejado siempre a sus niños un poco a la buena de Dios, pero ya no es como antes, ahora hay que andarse con siete ojos, hay que ver las cosas que pasan. ¿Cuánto tiempo hace que no me hablo con Ramón? O que Ramón no se habla conmigo, que eso es más cabal, él fue el que dejó de hablarme, por culpa de la Raboso, eso no hay quien me lo quite a mí de la cabeza. Y todo por el dinero, qué asco de dinero. ¿Pero no era de ley que mamá me dejase la casa a mí, si fui yo el que le compró la casa? ¿No era eso de ley, por Dios? Seguro que fue la Raboso la que malmetió. Y eso que todavía no saben que a lo mejor hacemos un vitalicio por la casa, a ver si espabila la Chelo. Porque la Raboso seguro que ya tiene hechos sus cálculos: cuando esos dos espantapájaros casquen, la casa será para Ramón, o para los hijos, o para los nietos, de todas todas. La pobre no sabe lo del vitalicio, seguro que le da un soponcio arremetio cuando se entere. Pero es lo que hay. Y mira que no me importaría nada que la casa fuera a parar el día de mañana a esa chiquilla, mira que es mona. Pero ¿y si a mí me pasa algo? Yo tengo que mirar por Antonia, por ella es por quien yo tengo que mirar. Qué bajón me está entrando, por Dios. Mañana sin falta llamo a Palomi y que me dé hora. ¿Sabrá Ramón lo de la calle? Cómo no lo va a saber, si lo sabe toda La Algaida. Enhorabuena, enhorabuena, enhorabuena; qué cariñosa es la gente. La que me ha dejado con el mosqueo subido ha sido la Florista. Cariño, te has pasado unos cuantos muelles; eso me ha dicho. Mucho darme otra vez la enhorabuena, mucho beso, muchas zalamerías a Antonia, mucha diana floreada, pero al final tuvo que dejar su pellizquito de monja: cariño, te has pasado unos cuantos muelles, pero tú puedes, no te preocupes. Eso fue en verdad todo lo que dijo. ¿A qué se refería con eso de que yo puedo? Yo puedo, ¿qué? Intrigado y con el mosqueo subido me ha dejado la muy aguamala, que es una aguamala, pero yo no le dije anda, mujer, siéntate un ratito. No se lo dije, y estaba clarísimo que eso era lo que ella quería que le dijese. Lo siento, cariño. Estoy reventado, no sé por qué, tampoco ha sido para tanto, esto tiene que ser psicológico. Fallon, hija, ¿por qué no vas a Casa El Cura y traes la silla de ruedas? Ya es hora de irse, ¿verdad, reina? Mientras nosotros nos vamos enderezando, que eso no es cosa de dos minutos, Fallon trae la silla y a casa, a ver la tele. Anda.

Muchacho, ¿qué se debe? Ya podía la casa tener un detalle con una institución como yo.