25, sábado

Esta niña tiene menos iniciativa que una persiana. Mona es, no digo que no, todavía está en la edad. Hay que ver la roña que tiene esto. Pero te fijas bien y ya empieza a notársele que los años se le echan encima. A la niña, no a la alacena. Bueno, a la alacena también, haría un papel buenísimo en una almoneda. La Fallon, la pobre, puede acabar en un circo como siga metiéndose chutes de silicona. Ahora se dice así, meterse un chute. Para mí que la silicona y las hormonas, y toda esa porquería que se meten en el cuerpo, envejecen más, en un día, que las ochenta peonás que hacen falta para que te den el paro comunitario. ¡Qué trabajo costará vaciar la alacena y pasar un trapito, por Dios! Pero seguro que ni se le ocurre. Es jarona, como todas, ya no hay muchachitas dispuestas. Y si no hay muchachas dispuestas, ¿cómo va a haber travestis dispuestos? Tendrían que verte a ti, mi vida, a sus años. Seguro que también ella nos ve hoy en La Algaida Información. ¿Dónde lo he puesto?

Estamos los dos guapísimos, Antonia. Guapísimos.

Mírate. Anda, mírate. Guapísimos los dos. Ya se ha encargado la Florista de decírmelo, a su manera. Qué mona eras, hija, me ha dicho. Ella le habla en femenino al lucero del alba, contrimás a mí. Yo estaba en la farmacia, a por tus dodotis, corazón. Suena el móvil y, como veo menos que la Niña de Antequera, ni me fijo en quién llama ni nada y contesto. Si llego a saber que era ella, no contesto. Qué mona eras, hija, eso fue lo que me dijo, así, de sopetón, sin más preámbulos. Porque tenía que esperar mi turno, que hay que ver cómo se pone de gente esa botica todos los días a todas horas, que, si no, la despacho con un buenos días y un después hablamos, que ahora estoy atareada, cariño. Pero me intrigó, no puedo negarlo. Qué mona era yo ¿cuándo, Florista?, le pregunté. ¿No has visto La Algaida Información?, me preguntó ella. No, no lo he visto, le dije. Pues cómpralo enseguida que te sacan un amplio reportaje fotográfico, hija, no sé a quién se la habrás chupado. A mí no me gusta nada que la Florista tenga esa lengua tan sucia, Antonia. Y luego irá de finita… Entonces Julián, el mancebo de la botica, que también está ya para una rifa de plazas en el asilo de las Hermanitas de los Pobres, salió de la trastienda con las medicinas para la Fritanga, la mujer del Memorias, que está la pobre mala de los nervios, y me vio y me dijo estás en La Algaida Información como la yet en el Hola, Cigala, y enhorabuena por la calle. Enhorabuena, enhorabuena, enhorabuena; aquello estaba de bote en bote y la gente estuvo conmigo agradabilísima. Un encanto de gente. Algunos sabían lo de la calle y lo del reportaje y otros no, se lo contaban unos a otros: que a Cigala le van a poner una calle en el pueblo, que lo dijo el otro día Telealgaida, y lo dice hoy La Algaida Información. Enhorabuena, Cigala, decían, y se les notaba a las criaturas que se alegraban de corazón. Siempre que no te pongan la Avenida del Quinto Centenario, dijo una graciosa… Estuve a punto de decirle lo de la calle Silencio, pero me callé. Me dio coraje, con lo bien que sienta hablar, con lo a gusto que te quedas, pero le he prometido al niño de la Batea no decirle ni una palabra a nadie hasta que sea oficial. Que vas a tener calle ya es oficial, me dijo el niño de la Batea, pero lo de la calle concreta que quieres que te pongamos todavía hay que gestionarlo. El niño de la Batea a veces habla así, como un ministro, ni en eso parece de la acera de enfrente. Claro que la Fallon, cuando le da por la cháchara peripuesta, también habla así. Por supuesto, la cortabragas de Purita Mansero todo el tiempo habla así. Hoy todo el mundo habla así. Tu padre, Rafael el Ostionero, Antonia, si viviera, también hablaría así, ya sabes cómo le gustaba a él estirarse y almidonarse los dichos. A todo esto, con tanta enhorabuena y tanta bulla se me había olvidado despedirme de la Florista y allí estaba yo, con el móvil en la oreja, lo mismo que un chivato de los costaleros del jachis, como los llama la Fallon, pero sin echarle cuenta, y ella debió de escucharlo todo porque de pronto dijo, medio hipocritona, como ella suele, ah, Cigala, y enhorabuena por la calle, qué categoría, ya nos invitarás a las amigas a un menú degustación.

Lo que no sé es de dónde habrán sacado estas fotos. También dicen cosas preciosas de mí, Antonia, me lo leyó por encima la muchacha de la mercería. Yo ahora no te lo puedo leer. Entre la vista que ya me falta y que ahora no tengo tiempo, no te lo puedo leer. Sólo el titular: Cigala tendrá una calle en La Algaida, eso dice el titular, y fíjate en qué letras tan grandísimas. Luego dicen, también ellos, que soy una institución y respetadísimo y queridísimo. A ver cuándo te lo leo de pe a pa. Pero mira las fotos. En ésta, con la infanta doña Beatriz, que en paz descanse, estoy para comerme, las cosas como son. Yo tendría aquí veinte años, como mucho, y ya bordaba la manicura. Con dieciséis años empecé yo con la manicura, ¿te acuerdas?, ahora cumplo los sesenta de profesión, bien merecida me tengo la calle, coño. La infanta doña Beatriz está horrorosa. Y mira que ella era la mar de fotogénica, pero, cuando la abandonaba la fotogenia, salía como una güita enjuagada, la pobre. Y éste no sé quién es, Antonia, ¿quién es éste? A ver, qué mala vista, por Dios, qué pena. Don Luis Romero de la Cal, que en paz descanse, dice aquí. Ni idea. Uno al que se le iba la mano tonta, desde luego, no hay más que ver cómo me achucha por los hombros. Y yo aquí ya tendría mis treinta y algo. Mis treinta y pocos, pero mis treinta y algo. Fíjate, a lo mejor una hija suya, o un nieto, o la viuda, le ha dado la foto a los de La Algaida Información, y a lo mejor nunca se han dado cuenta de por dónde se le escapaba la debilidad al hombre. La foto es que es un cante, Antonia. Y esta otra, en las carreras de caballos, es preciosa, con mi panamá, si no fuera por el bigote que me dio por dejarme ese año sería clavado a la Odri Jerbur, o como se diga, la de Desayuno con brillantes, aquella película tan preciosa. Y aquí es donde estamos guapísimos tú y yo. Tú tendrías dieciocho años, Antonia, y tú ya cargabas, angelito mío, con don Alfonso Sandoval, aunque aún no te habías mudado al piso que te puso. ¿De dónde habrán salido estas fotos?

Ay, corazón, que tengo mucho que hacer esta mañana. Todos los sábados lo mismo. Entre lo torpe que está uno, y que todo el mundo se echa a la calle los sábados por la mañana, echas una eternidad en cualquier parte. En la plaza he echado una hora larga, y todo para comprar unos tapaculos. Buenísimos, ya verás. Tapas, dicen ahora, toda La Algaida se ha vuelto finolis en la pescadería. Tapaculos, toda la vida de Dios. ¿Son frescas estas tapas?, preguntan todas en la plaza. Fresquísimas, ¿no lo está usted viendo, chocho?, le dijo Caimán, el pescadero, con el ángel que tiene ese muchacho, a una señora compuestísima y con toda la pinta de ser una de esas forasteras que vienen cada sábado a hacer la plaza en La Algaida por la fama que ha cogido en toda la provincia. Y la señora, encantada; que te hablen así, que te digan estas cosas, forma parte del encanto de esta plaza de abastos, dijo ella, y como lo dicen, con ese tonillo. Y eso que en la plaza de La Algaida también ponen algunas cosas extrañísimas, modernísimas. Kit para el puchero, ponía un cartel en una charcutería, Antonia, ¿no es algo? Kit para el puchero, con k de kilómetro. Y yo le pregunté al muchacho ¿hijo, qué es esto de kit, una verdura nueva o algo por el estilo? Algo así creía yo que era, algo así como el kiwi. Ahora hay kiwis en La Algaida como antes había higos chumbos, ahora hay kiwis por todas partes, ahora el kiwi es una fruta corriente. Pero resulta que el kit en cuestión es una bandejita con los avíos para un puchero de toda la vida, con sus huesos y todo. A lo mejor un día compro un kit de ésos y a ver qué sale. Hoy no, hoy te voy a freír unos tapaculos que van a saberte a gloria, bien mío. Dos tapaculos te voy a freír a ti, fíjate. Y, de primero, una crema de tapines. La crema de tapines me sale finísima, ya lo sabes. A la Fallon tampoco se le da mal la cocina, todo hay que decirlo, con eso por lo menos estoy tranquilo. Porque a ella le gusta cocinar. Y, encima, es lo suyo, su profesión. Desde que la echaron, por fin de temporada, de ese restaurante de Chipiona, cobra el paro, así que lo que yo le doy por cuidarte, dinero negro. Está visto, reina, que hoy, si no tienes dinero negro, no eres nadie. En casa de la Fallon, por lo que ella cuenta, todo el mundo cobra el paro comunitario, y bien que hacen las criaturitas, y después, fueraparte, cada uno tiene sus chapuzas: dinero negro. Lo que le voy a dar mañana a la Fallon, más dinero negro. Dinero negro extra por acompañarnos mañana a dar un paseo por la plaza Cabildo, ya verás como te sienta la mar de bien. Menos mal que la Fallon ha dicho que sí. Pero qué jarona es la pajolera. Mira el polvo que hay detrás de la calzadora, ¿hay derecho a esto? Pelusa a punta pala. Y mira que en otras cosas se ve que se esmera, como digo lo uno digo lo otro, pero no se le ocurre mover la calzadora, ni se le ocurre vaciar la alacena y pasarle un trapito. Qué va.

¿Qué hora es?

Las tantas, por Dios. Entre la farmacia, la plaza, cualquier mandado que se encarte de pronto, y el repasito al cuerpo de casa que no puedo suprimir de ninguna manera por culpa de la dejada de la Fallon, todos los sábados es lo mismo, se echa el tiempo encima que es un susto. A las cinco viene Lali Rendón, la costurera. Me ha prometido que el vestido te lo arregla en diez días. Ya no quedan ni quince días para que me pongan la calle y tienes que ir bien guapa, mi vida. A ver, déjame contar. Quedan trece días. Todavía tengo que darle un repasito a mi cuarto. Y al cuarto de estar. La cocina la hago después de comer, así me sirve de ejercicio y me libro de la ardentía. Tendría que haber comprado almax en pastillas y almax en sobre, creo que de los dos me queda poco. Qué cabeza. Para una semana tengo, creo. No me gusta abusar del almax. Con el almax es como si me repechasen las tripas.

Creo que voy a hacerme un huevo frito con tagarnina.

¿De dónde habrán sacado esas fotos? Tengo unas fotos preciosas, en algún cajón del armario tienen que estar. Estoy guapo, sí, como dice la Florista, pero qué fotos más raras. Antiquísimas. Esa foto con Antonia yo creo que no la he tenido en mi vida. A saber quién la sacó, a saber quién se la quedó, a saber de dónde ha salido. Durante la vida uno se hace millones de fotos y las da, las guarda a saber dónde, las pierde, se olvida. Si me las hubieran pedido a mí, les habría dado otras, no sé cuáles, pero otras, aunque yo creo que nunca en mi vida me he hecho una foto de verdad. Nunca me he hecho una foto como las que se hace todo el mundo. Una foto en brazos de mi padre, una foto con lo que me pusieron los Reyes, una foto con mi primer novio, una foto bailando en El Gambino. A El Gambino iba a bailar todo el mundo. Bueno, no te engañes, Cigala, a El Gambino sólo iba a bailar la crem de la crem, en El Gambino no dejaban entrar a cualquiera. Yo entraba algunas veces, me colaba la hija de doña Eduarda Caballero, que ha sido siempre una gamberra. Las dos: doña Eduarda Caballero, que en gloria esté, era una señora, pero una gamberra, y su hija, Pilar Saviola, sigue siendo una gamberra, y ella me colaba en El Gambino con el achare de que yo había sido nombrado su carabina por su señora madre, para defender mi decencia, decía ella, con mucho chufleo, pero yo nunca bailé, yo siempre me quedaba en un rincón, más quietecito y más tieso que la Cruz de los Caídos, mientras la gamberra de Pilar Saviola se dedicaba a perder la decencia sin parar, bailando bien apretada con todo bicho viviente. Cómo me habría gustado bailar, cómo me habría gustado tener una foto mía bailando con un buen chavea, bien apretados. Hay que ver la foto que dieron de Pilar Saviola en El Algaideño, el periódico de entonces, aquella foto que dieron con tan mala idea el año que Pilar Saviola fue Reina de la Fiesta del Guadalquivir, ella pegada como una lapa a un niño litri de El Puerto que era conocidísimo por acabar con la decencia hasta de santa María Goretti. Pilar Saviola, Reina de la Fiesta del Guadalquivir de este año, entrena el baile inaugural de la Gala con el conocido playboy portuense Javier Obrían; eso decía el pie de foto, con una guasa la mar de atravesada. Obrían, no, Cigala: Obraian, a ver si le haces caso a Lord Pamplin. Qué mala guasa tenía aquel titular. Me lo aprendí de memoria. A veces, de noche, mientras Ramón dormía como una marmota después de hacerse con el mayor descaro una manoletina, yo fantaseaba con un baile apretado en El Gambino, pegado como una lapa al niño del óptico de la calle Apeadero, o pegado como una lapa a Duglas Ferban en el Baile de la Rosa de Montecarlo. A falta de fotos, yo siempre he sido de mucho fantasear. Mi padre siempre se las arreglaba para coger en brazos a Antonia. Parece mentira cómo puede uno acordarse de cosas así, con lo chico que yo era. Le decían a mi padre anda, Rafael, coge en brazos a tu Paquito, y mi padre siempre llamaba a Antonia, que entonces casi ni gateaba, y la cogía a ella en brazos y a mí me dejaba con los bracitos extendidos. Le daba grima cogerme en brazos, eso dijo una vez. Es como si estuviera escuchándole, y hay que ver lo chico que yo era. Y muchas veces le gritaba a mi madre que dejara de ponerme lacitos y tirasbordás. Por eso le daba grima, claro. A veces pienso ¿por qué no se le cayó ninguna vez Antonia de los brazos y se le desnucó la niña, para que mi padre viviera toda su vida con esa condena? Ay, por Dios, también de eso tengo que confesarme. Cuánto daría yo por tener una foto en brazos de mi padre… Se la habría dado a los de La Algaida Información, eso seguro.

Aquí huele a moho. Yo no sé si el moho huele, pero aquí huele a moho. En este cuarto de estar habría que hacer algo. Ponerle una cretonita nueva al tresillo, por lo menos. A ver si llamo al tapicero. Me han dicho que el de la cuesta Belén es baratito. En cuanto ahorre un dinerito lo llamo. Hay que ver lo guapísimos que estaban papá y mamá en esta foto. Hay que ver los ojos que tenía papá, los mismos de Antonia. Antonia y Ramón salieron a papá y yo salí a mamá, que tampoco era moco de pavo, lo que pasa es que el físico de mamá luce más en una mujer, hasta en eso salí perdiendo. Yo creo que a los de La Algaida Información les habría dado esta foto de papá y mamá, que la sacaran en lugar de esa otra tan rara en la que estoy con ese Luis No Sé Qué. Al ver esa foto me he acordado, no sé por qué, de las que se hacen los cazadores cogiendo los conejos por las patas de atrás. Cualquiera que vea esa foto seguro que piensa que ese Luis No Sé Qué me ha cazado a tiro limpio, o que soy su regalo de Reyes. A mí, si los Reyes me ponían una muñeca o una cocinita, mi padre me las destripaba. Mi madre me preguntaba ¿qué quieres que te traigan los Reyes, corazón?, y yo le decía quiero que me traigan una muñeca y una cocinita, y los Reyes me las traían, pero mi padre lo destripaba todo a pisotones y lo tiraba a la basura. Todos los niños se han hecho fotos toda la vida de Dios con lo que les traen los Reyes. Yo, nunca. También habría que cambiarle el marco a este grabado del Santo Niño del Remedio. Este marco que tiene se ha puesto feísimo y no hay manera de limpiarlo. No lo voy a intentar otra vez porque ya lo he intentado montones de veces. Ni lo intento. A ver si ahorro un dinero y le compro al Santo Niño del Remedio un buen marco de plata buena, una plata que se ponga negra, como se ha puesto la plata buena desde que el mundo es mundo, pero que se pueda limpiar con esos algodoncitos empapados en sidol, o en lo que sea, que venden ahora. La verdad es que se ha avanzado muchísimo en esto de la limpieza. Yo creo que antes se limpiaba más a fondo, más a conciencia, pero se ha avanzado muchísimo. Mira, si hubiera en La Algaida una calle Remedio me la habría pedido, aunque fuera la calle del Santo Niño del Remedio, y habría dejado en paz al Santísimo Cristo del Silencio con su calle. Bueno, no. Yo lo que quiero es dejar empetaíta de cháchara la calle Silencio, a mí no tiene por qué remediarme nadie, ni el Santo Niño del Remedio, y no sé si de esto también tengo que confesarme. Lo apuntaré. Ay, Cigala, eso no va a ser una confesión, eso va a ser el récor Guines de las confesiones. Una enciclopedia va a ser esta confesión. Una foto del padre Lorenzo confesándome, y haciéndome todo lo demás, tendrían que haber sacado también los de La Algaida Información. Ahora que me acuerdo, el padre Lorenzo y yo nos hicimos una vez una foto. Ahora no sé dónde ni cuándo ni a santo de qué, pero nos hicimos una foto. Sé que la vio mi madre y me acuerdo que dijo más o menos lo que yo he dicho de la foto con ese don Luis No Sé Qué, parece que el padre Lorenzo acaba de sacarte de una costilla de cazar pájaros, corazón, eso me dijo mi madre. La verdad es que yo miro esas fotos en las que estoy con gente de postín, con gente bien, con don Luis No Sé Qué, con la infanta doña Beatriz, con la duquesita, con don Fabio Madieri, que ése sí que era italiano auténtico, y no todos ésos que tienen en La Algaida apellidos italianos y a saber de dónde los han sacado, veo todas esas fotos y me parece que todos me han cazado en los eucaliptos de La Jara, como a las tórtolas, o en el Coto, a escondidas, como a los jabalíes, o en el tiro de pichón. Me parece que todos me cazaron como si hubieran cazado una abubilla, un bicho chistoso al que se caza por cazar, porque ni adorna ni se come. Sólo les falta cortarme la cabeza, disecarla, pintarla de colorines para que quede exótica a más no poder, y colgarla en la pared en su salón comedor. Qué pena que nadie les metiera de verdad a todos ellos un tiro en las tripas.

Ay, Cigala, por Dios, qué mala sangre te está saliendo, no sé por qué. Vas a tener que pedir un año sabático para confesarte, corazón. El niño de la Batea dice de vez en cuando que va a pedir un año sabático en su trabajo y va a retirarse a la Cartuja, a meditar. A no dar golpe durante un año se le llama ahora, por lo visto, año sabático. Hay que ver la pechá de trabajar que me doy yo los sábados, para que luego le llamen año sabático a no dar golpe. Claro que en una mañana de sábado bien aprovechadita me daría a mí tiempo suficiente para confesarme, digo yo. Aunque el niño de la Batea también me ha dicho que ahora hay unos curas que quieren que la gente pueda confesarse por el internet, aunque el Vaticano no quiera, ahora todo se hace por el internet, por eso que llaman correo electrónico, o por mensajitos de móvil, qué pena, ya la gente no habla, con lo bonito que es hablar, hasta confesarse es bonito porque hay que hacerlo hablando. Un monumento tenían que hacerle al habla en La Algaida. Se lo dije al niño de la Batea, un día que no paraba de decir que todo iba a hacerlo por correo electrónico. Hay que hacerle un monumento al habla de toda la vida, por Dios, le dije. Y él me dijo que lo que nos faltaba, que las muchachas de su grupito, feministas acérrimas, además de bolleritas peleonas, querían hacerle en La Algaida un monumento al clítoris. Yo creo que es algo. Me dijo que él y su grupito iban a pedir en el pleno municipal dos cosas: un monumento al clítoris, y una calle con mi nombre. La verdad, un monumento al habla sería mucho más fino, como de aquí a Lima. No me veo yo posando para una foto delante del monumento al clítoris, no me imagino a la Reina y las Damas de la Fiesta del Guadalquivir de cada año posando alrededor del clítoris. Qué despropósitos se te ocurren, Cigala, hay que ver el siroco que te ha dado hoy. A mí me da que yo me coloco con el abrillantador de suelos. Aunque, mira, bien pensado, el monumento al clítoris también tendría su aquél, no es ninguna patochada ni ningún contrasentido. Feminismo puro, Cigala. Es de ley que le hagan un monumento a esa alcayatita donde tiene el gusto la mujer. Como es de ley que a ti te pongan una calle. Y punto. No le des más vueltas. Termina de pasar el limpia-hogar y sigue con tu charla interior, que tú eres una gran charlatana interior, Cigala. Y exterior, aunque no es lo mismo. A cada charla lo suyo, las cosas como son. Pero qué gusto da hablar, por Dios. En la lengua tengo yo la alcayatita.

La crema de tapines la hago en un santiamén.

Qué agradable es Lali Rendón, ¿verdad? Muy agradable, la mujer. Pero lo que la pobre dice, dentro de nada ya no va a poder seguir con la costura. Ve fatal. Yo creo que ve hasta peor que yo. ¿Le queda mucho a esta película? Ay, reina, qué preguntas tengo. Ella es Mercedes Alonso, qué mona era, una belleza finita, no era de esas guapas jaquetonas. Pobre Lali, por Dios. A lo mejor he estado con ella un poco desconsiderado. No me mires así, cariño. ¿Por qué me miras así? ¿Por lo de Lali? La verdad es que no caí.

Le dije bueno, Lali, hasta otra, que tenemos que ver Cine de Barrio. Ella seguro que estaba tan a gusto después de tomarse su cafelito y su torta de aceite, y yo de pronto voy y le meto bulla porque tenemos que ver Cine de Barrio. Como si me importara a mí Cine de Barrio. Después me he dado cuenta, cómo lo siento. Es verdad que la gente se pone a merendar y no ve la hora de irse, pero la pobre en su casa tiene que sentirse muy sola. Lo siento muchísimo. Cuando vuelva para probarme, que meriende y se quede todo lo que quiera. Con lo agradable y lo atenta que es la mujer.

Pero ya ves lo que dice, Antonia, que va a tener que dejar la costura, que la vista ya no le llega. Y mira que con nosotros hace una excepción. Lo repite mucho, eso sí. Con vosotros, Cigala, hago una excepción. Y agradecidísimos que estamos nosotros, pero tampoco hace falta que lo repita tanto, joé. Es verdad que hace mucho que no va a casa de nadie. La que quiera, que vaya a la suya. A las casas ya sólo voy yo y alguna niña de Pancho D’Acosta, a peinar más que nada. Las peinadoras de antes, las que iban de casa en casa como yo, han desaparecido. Antonia, hija, ¿por qué te ha dado esta tarde por mirarme así? ¿Estás incómoda, mi vida? ¿Quieres tú ir al váter? Fuiste hace nada, antes de que se marchara Lali. No quieres ir al váter, ¿verdad? No. Pues deja ya de mirarme así. Mira la película, que es la mar de bonita. No como las que hacen ahora, que si no están llenas de tiros están llenas de cochinadas, o de las dos cosas. O mira otra vez La Algaida Información. A Lali le han encantado las fotos. Le ha hecho muchísima gracia la foto de la pancarta. Es que tiene muchísima gracia. La foto, y lo que hay detrás de la foto, lo que no se ve, lo que pasó. Éste es Porrúa, ¿te acuerdas de Porrúa? Se fue a Canarias para la mili y en Canarias se quedó. Y ésta es la Florista, que entonces no era florista, era sólo maricón. Maricón y loco por el cine, que entonces era casi lo mismo. Dicho sea con todo cariño lo de maricón, que es como hay que decirlo, con todo cariño. Ésta es Cari Méndez, ¿te acuerdas de Cari Méndez? La pobre se murió de parto, ¿te acuerdas? Preñada de nunca se supo quién, porque ella nunca quiso decirlo, y se murió en el parto. Por ahí veo yo todavía al chiquillo, de vez en cuando. Bueno, el chiquillo tendrá ya cincuenta años, esa edad tiene que tener. De alguien importante se quedó preñada, eso se dijo. Y éste soy yo, con dieciocho añitos. No más de dieciocho añitos tenía yo aquí, como todos. Esta foto sí que sé de dónde la han sacado. De El Algaideño, el periódico de entonces. Lo sé porque me acuerdo y lo sé porque lo dice aquí. Un disgusto le costó también a El Algaideño la foto, un multazo de padre y muy señor mío por sacar en portada esta foto en la que salimos los cuatro, delante del Cine Ballesteros, con un letrero que dice: En esta película sale Joan Crawford, perfectamente escrito el nombre de la artista. Eso ponía el cartel, escrito por nosotros. La película ni me acuerdo de cómo se llamaba, no se ve el cartel en la fachada del cine. Pero en el cartel del cine no ponía el nombre de Joan Cráfor porque Franco había prohibido que se la nombrara, por lo visto ella se había puesto en contra de él durante la guerra. A nosotros nos encantaba Joan Cráfor, que por lo visto hay que decir Yoan, eso dice el niño de la Batea, aunque para nosotros fue Joan toda la vida, Joan Cráfor. Y como ella salía en la película, pero su nombre no aparecía por ninguna parte, nosotros escribimos ese cartel y nos pusimos delante del cine. En esta película sale Joan Crawford, eso pusimos, qué bien se lee en la foto. Los de El Algaideño nos sacaron esa foto, y luego vinieron los policías y salimos corriendo como locos, pero la foto ya estaba hecha. El Algaideño la publicó y le pusieron una multa de no te menees, y eso que nos ponían a nosotros como los trapos, decían que éramos unos elementos indeseables y afeminados que se atrevían a desafiar, por devoción equivocada por el cine, por pura idolatría, las órdenes del Gobierno. La verdad es que en lo de afeminados tenían razón, la pobre Cari, con lo femenina que era, era la menos afeminada de todos. Pues ni por ésas se libraron del multazo. Al niño de la Batea le encantó la anécdota cuando se la conté. Fíjate cómo han variado las cosas, Cigala, me dijo el niño de la Batea, tú multado por esta foto y, dentro de nada, si todo sale bien, vas a salir en los periódicos, en un montón de fotos, debajo de la placa de una calle con tu nombre. Porque a mí también me multaron. Bueno, a papá. ¿Te acuerdas, Antonia? No te preocupes, corazón, si no te acuerdas yo me acuerdo por ti. La policía dijo que, puesto que yo no tenía veintiún años, Rafael el Ostionero era el responsable y no sé qué barbaridad de multa le pusieron al pobre. Yo creí que papá iba a matarme, Antonia. No me hizo nada. No me puso la mano encima. Ni siquiera me armó un escándalo. Luego, al día siguiente, cuando me miró a la cara y me dijo que iba al cuartelillo a pagar la multa, que no sé quién le prestaría el dinero, porque alguien se lo tuvo que prestar, se lo pediría al ditero, o a otro, porque al ditero siempre le debíamos un montón, pero Cuando me lo dijo, yo creo que sonrió, Antonia. Voy al cuartelillo a pagar, eso me dijo. Y sonrió de aquella manera, pero sonrió. Ojalá alguien le hubiera hecho entonces una foto, sonriéndome.

¿Por qué me miras así, por Dios? ¿Es por el vestido?

Lali Rendón tiene razón, mi vida. Ese vestido está nuevo, ¿cuántas veces te lo has puesto? Ese azulón nublado, como lo llama Lali, te sienta fenomenal, te favorece horrores. Es un crimen gastar dinero en otro vestido, y además a Lali Rendón no le da tiempo a hacerte un vestido nuevo en trece días. En doce, como mucho, porque no te lo va a traer cinco minutos antes de salir para la ceremonia. Le hace unos arreglos de nada y vas a ir como una reina. Yo le he encargado para mí un chaquetoncito corto y ligero, de cuello Mao, ya sabes que ese cuello me sienta la mar de bien por mi corte de cara, se lo he encargado porque yo sí que ando fatal de ropa nueva, corazón, y más de ropa de entretiempo, que nunca se sabe qué tiempo nos va a hacer el seis de abril, mi vida, pero ese chaquetoncito igual sirve para un poco más de calor que para un poco más de fresco. A mí me tiene cogida la talla Lali Rendón y me cose cualquier cosa en un periquete, todo un poquito amplio, que ya no está uno para ceñirse por ninguna parte. ¿Por eso me miras así, mi bien? ¿Estás enfadada conmigo por eso, cariño? Tú no te enfades, te voy yo a comprar un chal lindo que he visto en Los Segovianos y vas a ir como una diosa.

Anda, termina tú de ver la película que yo voy a ir a misa. No te importa, ¿verdad? ¿No te importa quedarte sola media hora, reina mía? Ni media hora. Anda, mírame y dime que no te importa. Dios no va a permitir que te pase nada, si yo estoy en misa. Y así de paso miro a ver si nos ha tocado el cuponazo de los ciegos y nos vamos tú y yo a Punta Cana, mi vida. Esta mañana se me olvidó mirar el cupón premiado en el sorteo de anoche, no sé si no estaré yo perdiendo la fe en los ciegos. Dame un beso, mi amor, dale un beso a tu Cigala. Así me gusta, corazón. No te importa, ¿verdad? Me echo mi trenca por encima y llego a tiempo a misa de ocho, así me sirve para mañana. Me encanta que la trenca haya vuelto a ponerse de moda.

Hay que ver lo destemplada que está siempre esta iglesia, ¿por qué tenían que hacer una iglesia tan desangelada? No me extraña que todo el mundo se esté haciendo testigo de Jehová. ¿Quién me han dicho que se ha hecho testigo de Jehová? ¿Quién te lo ha dicho, Cigala? Si me acuerdo de quién me lo ha dicho, me acuerdo de quién se ha hecho testigo de Jehová. Una de La Algaida de toda la vida. Ya me vendrá. Ahí está Pelayo, en el confesionario, a lo mejor tendría que confesarme. Uy, ya se va. Déjalo, Cigala, ya no hay tiempo, tiene que vestirse para la misa.

No me ha visto. Si te ve, Cigala, te saluda. Qué agradable es, si da gusto venir a esta iglesia es por él. Ya no se hacen iglesias como la de Capuchinos, o como la parroquia de la O, o como la basílica de la Caridad, o como la iglesia del Carmen, que tienen un empaque y una solera y unos feligreses de mucho postín. La del Carmen, sobre todo. A mí la del Carmen siempre me ha parecido la iglesia más elegantona de La Algaida. A esa iglesia va el gratén del gratén. Ahí se bautiza, hace la primera comunión, se casa, recibe los responsos el gratén del gratén. El gratén del gratén del Barrio Bajo. El gratén del gratén del Barrio Alto va, más que nada, a la O. El 40.958, serie 33, el cuponazo de los ciegos. No sé qué me compraría yo con ese dineral. Algo le daría a Pelayo para su iglesia. Qué ángel tiene. Nada de don, Cigala, nada de don Pelayo, que parezco un rey antiguo, llámame Pelayo. Eso me dijo. Hay que ver lo pronto que se acostumbra uno a quitarle el don a quien se deja que le quites el don. Tendría que haberme confesado. Bueno, así no se retrasa. A ver si no se retrasa, que ahora estoy un poco volado por haber dejado sola a Antonia.

Parece que lo estoy oyendo: ¿tú cómo quieres confesarte, Cigala, por donde los hombres o por donde las mujeres? Qué apuro me dio. Me quedé paradísimo. Y él se dio cuenta deseguida. Pesquis que tiene el chiquillo. Porque es un chiquillo. ¿Qué tendrá, treinta años? Como muchísimo. Vestido para decir misa parece un monaguillo. Tiene mucha charme, como que es de una familia buenísima de Jerez, sólo hay que ver que se llama Pelayo, ese nombre no se lo pone a su niño una del barrio Pescadería. A este curita se le nota mucho el pedigrí. Pero lo que es la vocación, se ve que nació para cura. Moderno, el más moderno del mundo, pero cura. Me sonrió de un modo cariñosísimo en cuanto notó que yo no sabía para dónde tirar. Me hizo un gesto medio guasón, pero cariñoso, me hizo una señal con la mano para que me acercara. ¿Qué pasa, Cigala?, me preguntó. Yo me encogí de hombros, así, medio coquetón, medio acharado. ¿Qué pasa, que no sabes por dónde confesarte? Le dije que sí, que eso, que había dado en el clavo. Con lo mono que es usted, don Pelayo, prefiero confesarme por donde las mujeres, así no estoy confesándome y teniendo a la vez malos pensamientos, eso le dije yo, la mar de a gusto, y él se rió y me dijo que no le llamase don Pelayo, sino Pelayo a secas, y que me confesara por el lado de las mujeres, con la rejilla por medio. Hasta hace poco. El otro día le pregunté que si podía confesarme por donde los hombres y me dijo que sí, que encantado.

Yo voy a estarme sentado todo lo que pueda, ya no está uno para levantarse y sentarse y arrodillarse cada dos por tres. Ni Dios ni Pelayo se van a enfadar por eso. Ahora los hombres se están en misa todo el tiempo de pie. Los hombres seguro que piensan que eso de sentarse, arrodillarse, levantarse, volver a sentarse y volver a arrodillarse es cosa de mujeres y de sarasas. Yo es que estoy muy cascado. Ay, qué lástima. Con lo que yo he sido, sobre todo para arrodillarme. Ay, por Dios, cómo se me ocurre pensar estas cosas en misa. Voy a tener que confesarme de esto. Luego lo apunto. Estoy distraidísimo. No sé en lo que estoy. Tengo la cabeza en el 40.958, serie 33, no sé por qué, y en Antonia, no tendría que haberla dejado sola. Y en don Germán. Ahora me da por acordarme de don Germán, ya ves tú. Por la confesión. Él me dijo que, por favor, me confesara por donde las mujeres, ni que yo fuera a hacerle una faena de aliño allí mismo, en el confesionario, por Dios. Y ése también se las daba de moderno. Era de Madrid y llegó diciendo que había sido el cura de la movida, pero se ve que temía por su reputación y me pidió que me confesara por donde las mujeres. Me dio coraje. De chiquillo, pero de chiquillo chico, con ocho o nueve años, me hacía ilusión confesarme por donde las mujeres, pero tenía que confesarme por donde los hombres. Bien que lo aprovechó el padre Lorenzo, así esté por lo menos en el Purgatorio, aunque ahora parece que el Papa ha dicho que no existe el Purgatorio, qué mareante está el Papa, por Dios, y también me da pena que el padre Lorenzo esté achicharrándose en el infierno, angelito, era un sobón, pero yo me dejaba, el pobre sólo tenía la mitad de la culpa. Cuando el cenizo de don Germán me mandó confesarme por donde las mujeres me sentó como un tiro, hasta pensé en cambiar de confesor, pero para qué. Si él estaba más tranquilo, allá él. Ahí sigue, en la iglesia del Carmen. Que le vaya bonito. Cuando abrieron esta iglesia, tan cerquita de casa, tan moderna, tan desangelada y tan destemplada, y llegó Pelayo yo me dije: Cigala, a por él. Ay, por Dios, a por él, no, te confiesas con él, eso me dije. A veces pierdo el poco sentido que me va quedando y me figuro que Pelayo, mientras me confiesa ahora por donde los hombres, me acaricia. A lo mejor es así como acaricia a su abuela, pero yo me entono. Eso no tiene que ser malo, entonarse a mis años, aunque sea con un cura como Pelayo, mientras me confieso. Cómo va a ser malo. Un día se lo voy a decir en confesión. Seguro que se ríe, encantado de la vida, con mucha charme. Una enciclopedia por fascículos va a ser esa confesión, Cigala. Esto ya va por la epístola. Concéntrate, Cigala, o esta misa no va a servirte para mañana.

Eso es. Mercedes Barquero es la que se ha hecho testigo de Jehová. Lo que hay que ver. Mañana, después del paseo con Antonia y la Fallon, no voy a estar yo para misas, así que concéntrate. Esta misa tiene que servirte.