De hablar que no me prive nadie, antes tendrán que cortarme la lengua como a las moras les cortan el gatillito del gusto. Pobrecitas.
Una herejía, eso ha dicho Purita Mansero. Así le entre un dolor que le deje leporinos los labios de la vagoneta. Porque ésa tiene vagoneta. Cuando le pique, nada de echarse un pellizco de cremita, como la del anuncio, tendrá que echarse una aceitera del tamaño de un camión cisterna. ¿Vaginesil? Aceite de engrasar turbinas tendrán que echarle a ésa con una manguera cuando le dé la piquina en el verigüé.
Qué calor hace, por Dios. Yo creo que el cambio climático la ha cogido conmigo personalmente, coño. Es que esto no tiene ni pies ni cabeza. ¿Qué día es hoy? ¿Veintidós? No, veintitrés. Estamos a veintitrés de marzo y hay que ver qué calor, Antonia.
Que ponerle mi nombre a esa calle es una herejía, eso me dicen que ha dicho Purita Mansero, fíjate. Hija de puta. ¿Tú cómo estás, reina? Uy, sudando la gota gorda, no me extraña, con esta calorina. Voy a acercarte un poquito el ventilador, sólo un ratito, que no se me olvide, no vayas a quedarte como el jilguero de la Florista, que se le congeló por dejar toda la noche la ventana abierta, eso dijo ella. Pues haberte puesto para dormir por lo menos una braguita, le dijo Pancho D’Acosta. Qué arte. Pero el jilguero era un jilguero de verdad, por Dios. Anda, deja que te seque un poco, si el sudor se enfría te puede entrar un pipijierve malísimo. A ver, así, mi vida, hoy estás requeteguapa, hoy tienes el guapo subido. Así me gusta, corazón, que sonrías.
Yo también debería estar más contento que un concejal de Urbanismo, Antonia, te traigo una noticia fenomenal. Por fin han dicho que sí, Antonia, por fin, me ha llamado deseguida el niño de la Batea para decírmelo. Cigala, me ha dicho, la calle es tuya. Ya ves, Antonia, tu hermano Cigala va a tener en este pueblo una calle con su nombre. Yo, con una calle como el alcalde don Manuel Cantero, o como el padre Jerónimo, o como el poeta Francisco Llorente, el que ganó la Flor Natural el año que tú fuiste Dama del Guadalquivir, ¿te acuerdas del escándalo?, y luego ya lo dejaron de Mantenedor a perpetuidad, al poeta, digo, no al escándalo. Ya sabes todo lo que ponen en la placa de la calle de don Francisco Llorente, una exageración. Me lo sé de memoria. Es que, hija, una cosa así, o alguien se la aprende de memoria o es un desperdicio. ¿Y el chufleo que se traen todavía las Chititi a costa de la plaquita? Cada dos por tres me lo piden, anda, Cigala, dinos lo que pone la placa de la calle del poeta Francisco Llorente. Mientras yo les hago las manos, a una después de otra, naturalmente, no paran de cotorrear, pero, si el cotorreo se les va quedando lacio, entonces van y me lo piden. Y yo les recito de memoria la perorata de la placa y ellas se hacen pipí de tanto reírse, eso dicen, una detrás de otra, nunca las tres a las vez, ay, que me hago pipí, ay, que me hago pipí, ay, que me hago pipí. Un día, ya verás, voy a darles el gusto de que se hagan de verdad pipí a mi costa.
¿Estás cómoda, reina? Voy a sentarme un poco contigo. Voy a bajar un poquito el chorro del ventilador. Así. Tienes que estar como una rosa para cuando inauguren mi calle, ¿eh?, no te me vayas a poner chuchurría por un enfriamiento. Ya me ocuparé yo de que en la placa de mi calle ponga una cosa sencillita y con clase, me lo tengo que pensar. Seguro que el niño de la Batea me deja. Si me ha dejado elegir la calle, que por lo visto eso está prohibidísimo por el protocolo o por lo que sea, ¿cómo no me va a dejar poner en la placa lo que a mí me salga del imperdible? Cariño, voy a ponerme cómodo yo también. Hay que ver lo que es el calentamiento climático, por Dios, estamos todavía a veintitrés de marzo, y son ya las ocho de la tarde, y como si fuera Santiago Apóstol a mediodía. ¿Estás bien? A ver, que no se te enfríe el sudor en el canalillo. Si empiezas a tener frío me lo dices, ¿eh?, tú no vayas a aguantarte, que te conozco, y me conozco y se me puede ir el santo a Pernambuco, que llevo yo unos días con la cabeza medio cambemba. Un poquito tarde se me ha hecho, es verdad. Uy, por Dios, tardísimo. Para mí que eran las ocho y son casi las nueve. La señorita Paquita tuvo el detalle de regalarme este reloj, ya sabes. El martes pasado fui a hacerle las manos y no lo llevaba, no caí en la cuenta, las cosas como son, y a ella le faltó tiempo para preguntarme si es que no me había gustado el regalo que me hizo. Yo le dije que me lo estaban ajustando, que la correa me venía un poquito grande, aunque la verdad es que me venía un poquito chica, pero tampoco es cosa de ir por ahí reconociendo que uno es ancho de muñeca, qué ordinariez. El que seamos hijos de Rafael el Ostionero y de María la Chíchara, y a mucha honra, no quiere decir que tengamos que ser anchos de muñeca, Antonia. Tú misma tienes un primor de muñecas, a ti sí que te habría quedado como una faja a un muergo la correa del reloj. La Chelo se encargó de elegirlo, por lo visto. La Chelo es muy moderna, demasiado moderna para su edad, algunas se piensan ahora que se les nota menos camastronas y menos arrevenías si van por ahí derrochando modernidades. Buenísima, eso sí, la Chelo es un pedazo de pan, no hay más que ver cómo se porta con la señorita Paquita, y no creo que sea por el interés, como dice la Florista, que a mí me parece que doña Paquita tiene cuarto y mitad de lo justo para ir tirando. A lo mejor es porque cada uno se busca el gusto donde puede, eso no digo que no. Hay quien le da al gusto pintando acuarelas, que ahora a todo el mundo le ha dado por pintar acuarelas, qué plaga. Ahora vas a cualquier casa y la señora está pintando acuarelas. O haciendo misericordia, como la Chelo, y a lo mejor en la misericordia se encuentra el gusto. Bien que hace. Y el caso es que a la señorita Paquita le ha caído una bendición con una sobrina como la Chelo, y eso que es sobrina segunda, y a ti te ha caído una bendición conmigo, reina mora. Y a mí contigo, claro que sí. Ay, déjame que te dé un beso, que todavía eres lo más bonito que hay en La Algaida. Yo creo que ya te has refrescado bastante, ¿no? Tienes la carita seca y fresquita, voy a apagar un rato el ventilador.
No te agobies, corazón, es un momentito. El tiempo justo de ponerme cómodo y hacer una tortilla francesa de dos huevos para los dos, que hoy es jueves y podemos cenar una tortillita francesa, con lo que te gusta. Bueno, media tortillita francesa, que ya sabes lo que dice don Carlos Montanelli, el hijo del don Carlos Montanelli de toda la vida, que en paz descanse. Dice que no hay que abusar de los huevos. Una tortillita francesa dos veces por semana, y un flan de huevo, o un tocinito de cielo, una vez al mes. Este año voy a llevar la cuenta como Fermín el ditero, que no se le despistaba una, ¿te acuerdas?, lo voy a llevar todo requetebién apuntado, el tocinito de cielo de marzo te lo tomaste la semana pasada. Así que hoy vamos a cenar media tortillita francesa, pero de dos huevos, eso sí, tampoco vamos a hacerle un caso acérrimo a don Carlos Montanelli, por muy hijo de don Carlos Montanelli que sea. Anda, reina, sonríe, que me gusta verte contenta. Vuelvo y te cuento bien lo de la calle.
En este cuarto huele a tigre, Cigala. Una herejía: hay que tener el tortillón más picante que un aguamala para decir eso, no se me va de la cabeza. Esto hay que ventilarlo. Coño con el calentamiento global, el calentamiento global me tiene frito. Este cuarto está recalentado, yo estoy recalentado, Purita Mansero está recalentada desde que salió de la empañadilla de su santa madre, y la Fallon, además de tener el cambio climático enganchado todo el santo día al neceser, es una choriza, una sangregorda y una puerca. Uf, un poquito de aire fresco, por Dios. Qué ilusa, ¡aire fresco! Pero que entre por lo menos el olor de la calle, el ruido de la calle, la alegría de la calle. Me apuesto la permanente del mejillón, como dice la Florista, a que esa penca de la Fallon se pasa el tiempo relajándose en mi cama, ella en plan Dinastía a todas horas, mientras mi pobre Antonia a saber si se entera o no se entera de todo lo que le pasa por el cuerpo. Pobrecita. Un día de éstos me la voy a encontrar encharcadita en pipí. Mamarracha, le tengo dicho a la Fallon, como un día me encuentre a mi Antonia mojada de sus orines, aunque sólo sea un poquito, a ti te arranco de cuajo ese zarcillo pellejón que tienes entre las piernas, por la gloria de mi madre, fíjate lo que te digo, Fallon, por la gloria de María la Chíchara que te lo arranco de cuajo. Y ella, como si acabara de tocarle la primitiva: pues a lo mejor me hacías un favor, mira por dónde, me dice, con lo carísimo que es operarse. Qué descarada es.
Qué mono me queda todavía este suéter sin nada debajo, las cosas como son, me queda monísimo. Vale, tampoco te conviene abusar del espejo, Cigala. Seguro que la Fallon se pasa el día tumbada o venga a mirarse en el espejo, ella tiene todavía el salvoconducto de la juventud. Mi madre, la pobre, me lo decía últimamente a todas horas, toda la vida preocupándose la pobre por mí. Paquito, que ya no tienes el salvoconducto de la juventud, eso me decía, a saber por qué se le había quedado a ella tan grabado lo del salvoconducto. Paquito me llamaba siempre, nunca me llamó Cigala. Cosas de la guerra, lo del salvoconducto. Y de lo que vino después de la guerra. Hasta yo me acuerdo. La Fallon no tiene salvoconducto ni niño muerto, lo que tiene es la cabeza comida por el desparrame. Ni que la juventud fuera a durarle toda la vida, no te digo… Pero, claro, a uno le pierde el corazón. Paquito, a ti te pierde el corazón, eso me decía mi madre. Qué verdad es. Que si no tengo ni para comer, Cigala, que si mira cómo voy, hecha una aljofifa cuartelera, que da penita verme, con lo fatal que es eso para nosotras, peor que para nadie, tú lo sabes, Cigala, sólo hay que ver lo arregladito que tú vas siempre. Eso me decía la Fallon. Y la verdad es que daba penita verla. Y yo: Fallon, no seas jartible. Pero también es verdad que Antonia necesita un cuidado, necesita a alguien que se ocupe de ella, yo no puedo. No puedo. A ver cómo está. Uy, la ventana. Bueno, la ventana la dejo abierta.
¿Cómo estás, reina? ¿Estás bien? Así me gusta. Deseguida cenamos, corazón. A ver. Así, derechita. Ahora vuelvo, mi vida.
A ver si no se pone nerviosa. La noche la pone nerviosa. Hay que ver lo que es esta enfermedad, pobrecita. Uy, por Dios, sólo quedan tres huevos, qué cabeza la mía, a ver si me acuerdo de dejarle dinero a la mamarracha de la Fallon para que compre media docena. Es que no doy abasto, pero no puedo dejarlo todo de sopetón, no puede ser, con la ruina que ha traído el euro. Y todavía ponen el grito en el cielo, las del puño estreñido. Claro que muchas también andan con el agua al cuello, si lo sabré yo. Muy señoritas, pero con el agua al cuello. Ya no son lo que fueron, ni de lejos. Sólo hay que ver que todas me avisan para hacerse las manos a primeros de mes, porque a primeros de mes es cuando les llega la pensión, o lo que tengan, que muchas, ni eso. Y las que menos se puede figurar la gente. ¡Veinte euros la manicura, Cigala, por Dios, ni que fueras a hacerme un trasplante! La señorita Paquita también se quejó como la que más, pero ella no se metió en regateos, regatear es de criadas, tía Paca, le dijo la Chelo. A lo mejor, al final, la Chelo es la que paga. No me extrañaría nada, buenísima es esa criatura, todo lo que tiene de lista lo tiene de buena, y mira que es raro que sea tan buena abogada de tantísimo postín. Para lo que le sirve al angelito… Veinte euros a domicilio es una ganga, y una garantía, y si no que se vayan al Salón de Belleza Pancho D’Acosta, que se pongan en manos de esas niñatas de Formación Profesional y que les dejen las uñas como burgaíllos al pimentón. Así van todas, con unas manos que dan escalofríos. Estos tolondrones en la yema no querrán decir que los huevos están caducados, ¿verdad? Siempre me ha dado no sé qué esto de batir huevos, menos mal que luego la tortilla francesa me sale riquísima. ¿Cuánto cuesta media docena de huevos? A la Fallon no le voy a dejar un billete de veinte euros y que me ajuste el cambio, menuda es ella. Si por ella fuera, muerta iba yo a tener que salir de la fosa, para seguir con mi Haute Manicure hasta pagar todas mis trampas. Cigala, que Antonia necesita dodotis. Cigala, que se han acabado los potitos para Antonia. Cigala, que no queda vivaporux, con lo que le alivia a Antonia el vivaporux. Cigala, que hay que comprar feiri para la vajilla. ¿Es que se bebe el feiri esa bandida? O se lleva las botellas enteras a su casa, tengo que vigilar eso. No puedo. Ya está una muy desfondada y no puede con todo. Pero la Haute Manicure a domicilio, servicio selecto, no lo puedo dejar, ni por mí ni por ellas, las del puño estreñido, las señoras bien de toda la vida, hay que ver. El fin de una raza, así es como le llaman a ese bloque de la plazoleta de la Infanta. Todavía son pisos de lujo, la verdad. Ahí han ido a parar todas, como esas ballenas que se dejan ir hasta una playa desierta para palmarla. ¡Esas motos, por Dios! Voy a tener que cerrar la ventana. Y tengo que llamar a la señora viuda de Mendoza, a ver si no se me olvida, tengo que confirmar la hora para mañana. Al menos la señora viuda de Mendoza se alegró un montón cuando supo lo de mi calle. Te lo mereces, Cigala, me dijo. Te lo mereces más que otros, muchísimo más. Claro que ella respira por la herida, ella no lo supera, eso de que a su difunto esposo, tan exalcalde de La Algaida como el que más, no le hayan puesto una calle, y a don Manuel Cantero, que dejó de ser alcalde hace dos días, como quien dice, sí que se la hayan puesto, puede con ella. Yo no pondría la mano en el fuego por la sincera alegría de la señora viuda de Mendoza, pero por lo menos sabe disimular, al menos se marca el paripé. No como Purita Mansero, mal cólico le entre. Es que no me lo quito de la cabeza. Hasta la tortilla va a salirme mal, será la primera vez en mi vida que me salga mal una tortilla francesa, por Dios. Bueno, qué más da. Un día es un día, y Antonia ni se va a dar cuenta. Parece un bolso de diseño, pobrecita. La tortilla, digo. Antonia también, la verdad, que Dios me perdone. Con algo tiene uno que desahogarse. Hala, ya está todo. Esta batea que me regaló la Florista es la mar de apañada.
¿Quién se va a comer esta media tortillita francesa? Anda, déjame que te ponga el babero, no te me vayas a esturrear todo por encima. No te quejes, es tu especialidad, cariño, ponerte hecha un cuadro. Ya me parece raro que estés tan limpita. Una de dos: o la mamarracha de la Fallon se ha vuelto de pronto responsable y te pone el babero, como le tengo dicho, o directamente no te da de comer. A lo mejor se come ella los potitos. A lo mejor se los come de cuatro en cuatro y por eso faltan un día sí y otro también. ¿Te da la Fallon de comer, mi vida? A saber si me entiendes, corazón. No te pongas nerviosa. Mastica despacio, mujer. No te atores. Qué bonita estás cuando sonríes. Porque sonríes, ¿verdad? Yo ya no sé ni si sonríes, cariño. Seguro que sí, tengo que emperrarme en que sí, en que sonríes, para no venirme abajo. Tengo que emperrarme en que me entiendes, en que te enteras de lo que está pasando, en que recuerdas lo que te cuento que pasó. Un buchito de agua, anda, para que te pase bien. Así. Tranquila, mujer. Bueno, que te resbale el agüita un poquito por los labios tampoco te viene mal, con este calor.
Como te iba diciendo, reina mora, el niño de la Batea me llamó al móvil, entusiasmado hasta los tobillos, y me lo dijo: Cigala, ya tienes la calle. Trabajito ha costado, eso es cierto, y a lo mejor más de lo que el niño de la Batea ha querido decirme. Algo me ha ido contando desde que me habló de la movida, como él dice, para él todo es la movida, hace ya como cinco o seis meses de eso, por lo menos. Vamos a armar una movida del copón de la hostia, me dijo el chavea, ese muchacho es muy mal hablado y muy machito, parece mentira que sea de la cáscara amarga, qué alegría, la cáscara amarga ya no es lo que era. Tampoco lo tuyo es ya lo que era, corazón, ahora no hace falta ser un señorito ricachón para tener una amiguita, así, dicho con retintín, no hace falta ser un terrateniente de buenísima familia para ponerle a una querida piso, coche con chófer, transferencia cada mes a la cartilla del banco, y hasta tumba en el cementerio. Ay, por Dios, lagarto, lagarto, pero es que ya no hace falta ser don Alfonso Sandoval para apañarse un monumento como tú, que tú siempre has sido un monumento, Antonia, con esos ojos y esas hechuras, pero con quince años, cuando él te puso la vista y todo lo demás encima por primera vez, eras la octava maravilla del mundo. Ahora, cualquier picapedrero que trapichee a mansalva con la droga, o que se las bandee con un poquito de descaro con el ladrillo, o al que le toquen los ciegos, tampoco hace falta más, cualquiera tiene hoy una aventura extraconyugal, como dicen en la tele. Venga, que ya queda poco. Qué bien me estás cenando hoy, corazón, qué gusto. La decisión es del Ayuntamiento al completo, o como se llame eso, y ya va a misa, fíjate. Con movida guapa, eso sí, como dice el niño de la Batea. Movidón total, me ha dicho él. Con la oposición, al final, de sólo los cinco concejales de Algaideños por La Algaida, una pandilla de agarraparnés. Los demás, ni rechistar. Misión cumplida. Bueno, me dijo de pronto el muchacho, ahora queda por solucionar lo de la calle en concreto, lo de la calle que tú has pedido. Y ahí fue cuando saltó Purita Mansero. Mal rayo la parta.
Hala, después te tomas tu petisuí y ya has cenado divinamente. Ay, no, mi bien, no te pongas a escupirlo, si ya es el último trocito, con lo bien que me has comido hasta ahora. No tiembles, reina, no tiembles. Tranquila, Antonia, tranquila. Mira, vamos a esperar un poquito. Esperamos un poquito y tú te relajas, ¿eh? Con lo distraído que era lo que te estaba contando. Te estaba contando lo de la perra de Purita Mansero. Ella es de Algaideños por La Algaida, claro. Ella se cree más algaideña que nadie. Y más decente que nadie, y con mejor gusto que nadie, y más católica que nadie. Para trincar, no, claro, para trincar no hay decencia ni gusto ni catolicismo que valga. Porque se entendería que lo que ha dicho Purita Mansero lo hubiese dicho alguna beatorra o algún beatorro de los que hay en el Ayuntamiento, o algún capillita de los que hay entre los de derechas, entre los de centro, entre los comunistas y en las calderas de Pepe Botero. ¡Pero Purita Mansero, por los clavos de Cristo! A ésa sólo le interesa trincar. Ella, delegada de Fiestas y Eventos Culturales, con lo que eso deja, si se lleva con pesquis. Y su señor esposo, concejal de Urbanismo, faltaría más. Algaideños por La Algaida tienen la sartén por el mango, que es de lo que se trata. Pero ¿en qué puede estorbarles que me pongan a mí el nombre de esa calle, precisamente de esa calle? Una herejía, ha dicho Purita Mansero. ¿Desde cuándo se ha vuelto su ilustrísima tan devota? A lo mejor esa collera de pajarracos ha dado ya el visto bueno, con el correspondiente tanto por ciento para la buchaca, a que levanten ahí, en esa calle tan estrechísima, nosecuantísimos bloques de dúplex de lujo, con piscinas, campos de golf y hasta Disneilandia. Cosas más criminales se han visto. Pero, claro, no lo pueden decir por derecho. De momento, Purita Mansero tiene que decir que es una herejía.
Eso sí, el petisuí te lo tomas enterito, ¿eh? Cucharadita a cucharadita. Es de fresa, como a ti te gusta. Le tengo dicho al niño del almacén de la calle Progreso que me guarde los de fresa. Yo te guardo a ti lo que haga falta, Cigala, me dice el niño, con más recochineo de lo conveniente para ser padre de familia, me parece a mí. Los cuarenta ya no se los quita nadie al niño, pero ahí tienes tú a los niños de Millán, con setenta años por barba por lo menos cada uno, y a las niñas de Otamendi, que entre las cuatro hacen por lo menos dos siglos y cuarto y mitad del otro. Claro que ésos sí que son siglos de oro, que hay que ver lo sobradas de posibles que siguen estando las gachís. Perdón, las señoritas. Y para muchísima gente más yo sigo siendo el niño de la Chíchara, ya ves tú, y tengo setenta y seis. Y tú serás siempre la niña de la Chíchara, tesoro, y vamos ya a no hablar de edades que eso es de carabineros. Venga, una cucharadita. Está rico, ¿eh? Qué alegría ver cómo te relames, cariño. ¡Después voy yo a comerte a besos!
A bocados bien escupidos dejaba yo en la osamenta a Punta Mansero. ¡Hija de la grandísima! Que es una herejía quitarle el nombre a la calle Silencio para ponerle calle Cigala, ¿no es algo? Toda la vida de Dios la hemos llamado calle Silencio a secas. Es verdad que, si se llama así, será porque por esa calle pasa, el Miércoles Santo, la hermandad de Nuestra Señora de la Desolación y el Santísimo Cristo del Silencio, por esa calle procesiona, como dicen ahora en la tele. Y tengo que sincerarme: yo elegí la calle Silencio por lo que la elegí, pero, cuando caí en la cuenta de lo del Cristo del Miércoles Santo, me dio un apuro. Y se lo dije al niño de la Batea: cielo, le dije, que de pronto me da sofoco pensar que le voy a quitar una calle nada menos que a Cristo Nuestro Señor… Pero el niño de la Batea, que es un cielo de verdad, me dijo, con esa fogosidad y esos ímpetus para todo que él se gasta, Cigala, déjate de pamplinas, tú en La Algaida eres una persona muy querida, queridísima, una persona muy respetada, respetadísima, y puedes elegir la calle que te salga del acordeón. Y me dijo más: Cigala, ¿es que tú no has tenido que sufrir un calvario por ser como eres?, ¿es que no has llevado tú una corona de espinas desde que naciste, por nacer así? Bueno, le dije yo, por nacer así y porque mi madre que en gloria esté, María la Chíchara, me ponía lacitos rosas en el pelo y me llenaba de tirasbordás del cuello a las uñas de los pies, desde que me puso en el capacho. ¿Es que no has llevado toda tu vida tu cruz a cuestas, Cigala?, me dijo el niño de la Batea, que parecía de pronto el prior de los capuchinos en un sermón de cuaresma, estos rojos tampoco son ya lo que eran, la verdad. ¿Cómo te va a tener en cuenta nadie, Cigala, empezando por el Cristo del Silencio, que esa calle, precisamente esa calle, te la regalen él y su Madre Santísima, Nuestra Señora de la Desolación? ¿Quiénes mejor que ellos pueden conocer tu viacrucis? Bueno, no te pases, colega, le dije yo, hablándole de tú a tú, de coleguita a coleguita, como ahora dicen los chiquillos, no te pases porque uno también ha tenido sus días de Pascua Florida… Porque es verdad, Antonia, que uno ha tenido su calvario, y sus sábados y domingos de gloria, claro que sí, y mucho ji ji ji, y mucho ja ja ja, y uno ha hablado siempre por los codos, uno siempre ha sido de mucha cháchara, pero uno también ha tenido que callarse mucho. Toda la vida he tenido que callarme mucho, Antonia. Miles de veces, cuando me lío como ahora a hablar para mis adentros, se me ocurre que a lo mejor, de verdad, me he pasado la vida hablando como una muda, y yo me entiendo. Yo sé lo que quiero decir, no es lo mismo rajar un poco sin ton ni son, rajar porque a veces no hay otra manera de seguir adelante, de mantener el tipo, una cosa es eso y, otra, hablar de verdad. Por eso he pedido la calle Silencio, ¿sabes? Por eso se me ha puesto en el pestiño que me la den, aunque Purita Mansero entre en alferecía crónica. Por eso. Para llenarla ahora de todo lo que hasta ahora no me han dejado decir, o de todo lo que no me he dado maña para decir. Por eso la elegí.
Anda, ya es la última cucharadita de petisuí de fresa. Menos mal que ha bajado el calor. Tengo que cerrar la ventana de mi cuarto, no vayamos a pasar de la sudorina a la tiritona. Mira, ya está, ahora vamos a hacer un pipí y a la camita. Son las nueve y media, una hora buenísima para ir pensando en las sábanas blancas. Yo estoy reventado, todo el día dando barzones, todo el día de mano en mano, todo el día de uñas, y nunca mejor dicho. Haute Manicure, mi vida. Haute Manicure hasta el camposanto, por lo que se ve. ¿Cómo me voy a retirar?
Vamos, hay que moverse, cariño. No te puedes quedar encasquillada en la mecedora de la mañana a la noche. Yo espero que la mamarracha de la Fallon te dé tus paseítos por la casa de vez en cuando, bien que se lo tengo dicho. Por eso, nada de ponerte una cuña, mi vida, como ella me dice. Entonces sí que ya no te ibas a mover hasta que…, bueno, hasta que ya no se te apetezca moverte nada de nada, tú me entiendes. Hala, corazón, a ver cómo haces pipí tú solita. Tú tranquila, que yo no me voy a ninguna parte. Así. Anda, deja que abra un grifo para que se te anime el pipí. Reina mía, ponte bien, ponte derecha, no te desarregles de postura, mujer, no vayas a mancharte. Así. Estoy molido. La Florista dice que el cansancio me viene por los andares que gasto, que ya no tengo yo edad para esos pizpireos. Cochina envidia, que ella ha andado toda su vida como una gallareta averiada. Yo todavía tengo mi garbo y mi bullebulle. Veo menos de lejos que una cafetera, eso es verdad, pero mi garbo y mi bullebulle a mí no me los quita nadie. La bicha de la Florista dice que, como siga así, enseguida voy a tener que ir a que me den la fisioterapia. La fisioterapia que se la den a ella en la pandorga, no te digo. Hablando de pandorga, corazón, ¿ya has terminado? Límpiate tú. Espero que queden dodotis. Hoy nos ahorramos la tele, ¿verdad?, no dan más que mamarrachos y sinvergonzonerías. Hoy yo también voy a encamarme en un periquete. Lo mío de la columna ya no tiene remedio, toda la vida encorvado como una percha para dejar de dulce todas las manos del mujerío de la alta sociedad algaideña. Sólo por eso me merezco una calle. Entre el calentamiento global y las cervicales, el día menos pensado me quedo para el museo de los desperdicios. Pero, lo dicho, hija, Haute Manicure hasta el Juicio Final.
Es una comodidad que te pases el día en camisón, con tu rebequita por encima. Un poco cochino me pareció a mí cuando se empestiñó la Fallon; ella, como siempre, doña comodidad. Pero hay que reconocer que es un apaño estupendo para ti, estupendo para la Fallon y estupendo para mí, tú siempre con tu camisoncito puesto y tu rebeca o tu chal o tu pasmina, que ya son ganas de ponerle nombres raros a las cosas de toda la vida. Habrá que ver cómo les dicen a los abanicos dentro de nada. La Fallon se merece lo que le pago, ahora que lo pienso. Te ayuda a bañarte todos los días, se preocupa de que te enjuagues bien el paypay, ella dice que no le da aprensión. Eso no tiene precio, reina. Así, qué bien se está en tu camita, ¿verdad? Ahora mismo busco el dodotis. ¿Dónde habrá puesto esa cabraloca los dodotis? ¡No me digas que no hay dodotis! Ay, reina, no hay dodotis. Corazón, no me hagas ese desavío, ¿eh?, no te hagas pipí en la cama. A ver, déjame comprobar que por lo menos está puesto el hule encima del colchón. A ver. Está, qué alivio. Mientras sólo se enguachinen las sábanas, que todo sea una lavadora más. Lo malo será que mojes también el cobertor. Yo creo que te lo voy a quitar, hace una noche de verano. ¿Y si te enfrías? No, te dejo el cobertor, y que sea lo que Dios quiera. Anda, tranquila, voy a quedarme un ratito contigo. A ver lo que aguanto. Voy a apagar esta luz.