Capítulo 36

Stepney, viernes 10 de junio, 10:00

—Ésta es la doctora Sue Latimer —le dijo Pendragon a su equipo antes de ir haciendo las presentaciones uno por uno—. Sue es profesora de Psicología en el Queen Mary. Le pedí que viniese hoy porque tiene algunas ideas sobre motivación criminal que pueden ayudarnos en nuestras cábalas. —Le hizo una seña a Sue para que tomase el relevo y fue a sentarse al borde de la mesa.

—El tema surgió cuando estaba hablando con Jack…, o sea, con el inspector jefe Pendragon…, sobre la idea de la transferencia —empezó a decir—. En realidad se lo describí en abstracto, pero ahora que he tenido acceso a la documentación sobre estos casos de asesinato, me he dado cuenta de que es posible que sea bastante relevante para la investigación.

Contempló las caras de la gente reunida en la sala: estaba el equipo al completo, comisaria incluida.

—La transferencia criminal es la idea de que alguien comete un asesinato mediante un objeto totemístico…

—Perdone, doctora Latimer, pero ¿podría usted hablar en cristiano, por favor? —la interrumpió el inspector Towers.

Sue sonrió y se quedó mirando el suelo un segundo.

—Cuando digo «totemístico» me refiero a que el asesino le confiere una importancia especial a un objeto determinado. Aunque puede tratarse de cualquier cosa, está en relación directa con los medios que utiliza para cometer el crimen. En el caso de estos homicidios recientes, en los últimos dos se dio un modus operandi prácticamente idéntico. Por otra parte, los tres parecen relacionados con Bridgeport Construction y todos ocurrieron después de que se desenterrase el esqueleto antiguo en la obra.

—De modo que ¿sugiere que el esqueleto es ese objeto totemístico? —aventuró Grant.

—No el esqueleto en sí, sino el anillo que tenía en la mano y que no ha vuelto a aparecer.

Grant alzó las cejas y buscó a Pendragon con la mirada.

—Pero ¿cómo va a ser un anillo un arma homicida? Además, a Middleton y a Ketteridge los envenenaron.

Sue no se dejó amilanar por el escepticismo.

—Mi hipótesis es que el veneno está en el anillo. —Un silencio de perplejidad se sumió sobre la sala—. De hecho, un anillo es un tótem perfecto: es un objeto personal, algo que se lleva pegado al cuerpo; y, lo más importante, un anillo suele poseer, de un modo u otro, cierta resonancia emocional. Se utiliza en muchos rituales para «sellar el trato», solo hay que pensar en la alianza de boda.

—Lo siento —intervino Towers—, me temo que he vuelto a perderme. El anillo que estaba en el esqueleto era en teoría tan viejo al menos como el esqueleto en sí. Pero usted sugiere que, en nuestros días, alguien que vive y trabaja por aquí cerca está utilizando ese anillo antiguo para envenenar a gente. Suena un poco…, en fin…, rebuscado, por no decir otra cosa.

—Creo que por ahora es la mejor pauta de trabajo que tenemos —opinó la comisaria Hughes desde el fondo de la sala. Todos salvo Pendragon se volvieron para mirarla—. Nos da un arma homicida, más o menos. Lo vincula con el hallazgo del esqueleto y se acerca algo a un móvil. También sugiere por qué el asesinato de Karim no encaja en el patrón de los otros dos homicidios. No es casualidad que lo matasen la misma noche que se desenterró el esqueleto. Y si la teoría de la doctora Latimer es correcta, entonces sabemos, por lo menos, que ese asesinato no fue planeado; la víctima se cruzó en el camino de nuestro asesino, que quería hacerse con el anillo.

—Pero ¿cómo va nuestro asesino de la actualidad a enterarse de que han desenterrado el anillo y luego, así sin más, saber qué hacer con él…, comprar cuatro venenos y toda la pesca? —inquirió Turner—. Eso sí que es una coincidencia, ¿no les parece?

—No puedo contestarle a eso —le respondió Sue—. Aún no contamos con la información suficiente. Desconozco cuál puede ser la conexión psicológica entre el anillo y el asesino. Pero sí que puedo ofrecerles algunas claves sobre el tipo de mente susceptible de padecer transferencia criminal.

—Adelante, por favor —la apremió Hughes.

—El asesino podría ser tanto hombre como mujer. Es más, las mujeres muestran una mayor tendencia a verse atraídas por tótems…

—Pero si nuestro asesino es una mujer, ¿cómo pudo abatir a Karim y reventarle el cráneo? —la interrumpió ahora Mackleby.

—Solo estoy generalizando —repuso Sue—. Evidentemente hay que juzgar cada situación por separado. No es descartable que Karim fuese asesinado por un cómplice varón, pero lo veo bastante improbable. El asesinato totemístico es un asunto muy personal. Un tótem nunca se comparte con otra persona. De ser mujer, el único caso en que podría haber un cómplice, por seguir con nuestra argumentación, sería que hubiese utilizado a un hombre para matar a Karim, pero luego hubiese cometido los dos envenenamientos ella en persona.

—Creo que nos estamos yendo por la tangente —intervino Hughes—. Doctora, ¿podría usted volver al perfil que estaba trazando?

Sue tomó aire y prosiguió:

—El asesino es inteligente, refinado, con estudios, es posible que homosexual, aunque no es condición sine qua non. Y envuelve el proceso de asesinato en capas de ritual personal.

—¿Qué significa eso exactamente? —preguntó el subinspector Vickers—. En los asesinatos no ha habido ningún elemento ritual.

—No a simple vista. No estamos hablando de envenenar cuerpos de una forma o de otra, o de escribir símbolos en ellos. Hablo de «ritual personal». El asesino se enfrasca en un proceso al que se adhiere religiosamente. Preparará el veneno bajo circunstancias determinadas, siguiendo una fórmula. Y es probable que se disfrace para cometer los asesinatos.

—¿Que se disfraza? —inquirió Pendragon con el ceño fruncido.

—Sí. Aunque no tengo ni idea de qué. Todos los casos documentados que he leído son distintos. En realidad, el más conocido de todos es un caso ficticio: el Norman Bates de Psicosis. Su tótem era su madre. Solo mataba cuando se vestía de ella. El resto del tiempo era un hombre tranquilo que regentaba un motel. Hitchcock lo llevó al extremo; no es nada frecuente que el asesino utilice a una persona como tótem ni que se convierta en el propio tótem. Pero, con todo y con eso, el vínculo entre el asesino y el tótem es siempre fortísimo.

—El hilo de oro y las zapatillas —dijo de pronto Pendragon, mirando de reojo las caras de su equipo—. Si llevar unas pantuflas doradas no es disfrazarse, entonces no sé qué es.

—Muchas gracias por haber venido, Sue —le dijo Pendragon.

—No es nada.

Estaban en el despacho del policía, con la puerta cerrada.

—Por lo menos hará que los del equipo abran la mente y le den al coco —concluyó.

—Pues sí, no les viene nada mal. Ay, casi se me olvida. —Pendragon se agachó para coger una bolsa de plástico apoyada contra la pata del escritorio—. Te he comprado esto —le dijo sacando un disco de vinilo—. Es solo para darte las gracias por perder el tiempo con…

—¡Jack! No tenías que haberte molestado.

—Espero que te guste. Charlie Parker, Jazz at Massey Hall, una grabación en directo. Es una copia antigua, del cincuenta y seis.

Sue se quedó mirando la cubierta, radiante de alegría.

—Me encanta este disco.

Hubo un silencio momentáneo. Jack le dio un toquecito en el brazo y ella alzó la vista.

—No tienes tocadiscos, ¿verdad?

—No —dijo, con la cabeza echada a un lado.

Ambos rieron.

—Lo que cuenta es la intención —le dijo la psicóloga, que acto seguido le dio un beso en los labios.