Caffrey descubrió al mismo tiempo el bolso de la gachí y lo poco que le gustaban los tiros. Siendo obrero en Guinness, siempre había sentido asco por el rey de los ingleses. Su personalísima antipatía por el trono anglosajón y hanoveriano lo había inducido a meterse en esa revuelta, que era una hija de puta de revuelta. En la insurrección no se andaban con bromas. Iban a tiro limpio. Oía rechinar la piedra y zumbar las balas. Dejó el bolso en la ventanilla de los giros y se quedó blanco y casi paralizado.
Le dolía horrores la tripa.
De repente.
Y le dio vergüenza. Siendo poco instruido, incluso analfabeto, no sabía que les había ocurrido lo mismo a los héroes más indiscutibles. Quiso resolver en el acto aquel problema y se llevó las manos a los tirantes, que eran de color verde esmeralda. Pero le dio vergüenza. Otra vez.
Recordaba las órdenes que había dado John Mac Cormack y la necesidad de ser correcto.
Aunque tenía la memoria algo perturbada por los últimos incidentes, se acordó de que en el pasillo, a la izquierda de la escalera, había dos puertas netamente distintas de las que daban a los despachos. Las había observado de reojo, mientras perseguía a los rezagados, durante la toma de posesión. Y pensó que aquellas puertas casi seguro que tenían relación con sus necesidades presentes.
Sometiéndose al deseo muy exteriorizado por Mac Cormack de que dejasen la estafeta de Eden Quay tan limpia como la habían encontrado al llegar, Caffrey, aguantándose el vientre con una mano, verdoso, fue dando trompicones hacia el pasillo que quedaba a la izquierda de la escalera.
Estaba sudando.
En un tiempo relativamente corto, alcanzó la primera de las puertas, ladies era la palabra escrita en relieve. Pero Caffrey no sabía leer, ni siquiera en irlandés. Y menos aún en inglés, que era un dialecto particularmente enrevesado. Le pareció que las seis letras le indicaban mágicamente cómo conquistar el valor. Hizo girar el pomo de la puerta, y ésta no se abrió. Lo hizo girar en sentido contrario, y la puerta tampoco se abrió. Volvió al primer sentido rotatorio, y la puerta siguió sin abrirse. Igual resultado obtuvo la rotación en sentido contrario. Tiró. Empujó. La puerta no se movía en ningún sentido. Comprendió entonces que estaba cerrada. Se entristeció, al principio, por las muchas ganas que tenía de entrar en aquel lugar, pero, luego, como, en la historia universal, en ese momento preciso y en aquel lugar determinado de la tierra habitada, hic et nunc, desempeñaba el papel de insurrecto, se puso a reflexionar sobre la situación presente.
Es sabido que la mente irlandesa no obedece a las reglas del razonamiento cartesiano, ni a las del método experimental. No es francesa, ni inglesa, pero se acerca bastante al bretón, procede por «intuición». Al no poder abrir la puerta, pues, ¡Caffrey tuvo la anku[3] de que había alguien encerrado allí! Esta anschauung[4] le cerró inmediatamente las tripas. Secándose el sudor que seguía escurriéndosele por la jeta, olvidó sus trastornos egocéntricos y, descubriendo su obligación d’un seul coup d’un seul[5] decidió dar cuenta de su descubrimiento a Mac Cormack.