II

En el primer piso apenas hubo discusión. Los altos funcionarios aceptaron su expulsión enseguida y se lanzaron escaleras abajo, para hallarse en la acera lo antes posible.

El único que manifestaba cierta voluntad de resistir era el director. Se llamaba Théodore Durand, ya que era de origen francés. Pero, a pesar de la simpatía que siempre ha unido a los pueblos francés e irlandés, el director general de correos de Eden Quay se había entregado en cuerpo y alma (tenía varios, aunque, como se verá más adelante, no le sirvieron para nada) a la causa británica y la defensa de la corona de los Hanover. Sentía no tener allí su frac ni su esmoquin. Incluso había intentado llamar a su esposa para que se los trajera, pero vivía lejos y además no tenían teléfono at home. O sea que iba de simple chaqué. En Khartum, ya había combatido en traje de chantung y de algodón gris, pero frente a aquellos republicanos, la verdad, le repugnaba tener que luchar por el rey con tan poco decoro.

John Mac Cormack abrió la puerta de un puntapié.

—¡Dios salve al rey! —declaró el director principal de correos, con la firmeza de los héroes desconocidos.

Y ya no dijo ni mu, porque John Mac Cormack acababa de dejarlo seco con cinco balas dumdum anatómica y pistonudamente repartidas.

Caffrey y Callinan echaron el cadáver a un lado, y Mac Cormack se instaló en el sillón del director. Le dio a la manecilla del molinillo parlante y gritó: «¡Oiga! ¡Oiga!» por el micrófono. «Oigo, oigo», le contestaron por el auricular. Mac Cormack pronunció entonces la contraseña:

—¡Finnegans wake!

Y respondieron:

—¡Finnegans wake!

—Aquí, Mac Cormack. Hemos ocupado la estafeta de correos de Eden Quay.

—Estupendo. Aquí, la central de correos. Todo marcha bien. Sin reacción por parte británica. Hemos izado la bandera verde, blanca y anaranjada.

—¡Hurra! —dijo Mac Cormack.

—Resistid en caso de ataque, aunque es poco probable. Todo marcha bien. ¡Finnegans wake!

—¡Finnegans wake! —respondió Mac Cormack.

Colgaron. Él también.

Larry O’Rourke entró en el despacho. Con muy buenos modos, había exhortado a los demás altos funcionarios a que saliesen pitando de sus cuchitriles. Todo el personal estaba expulsado. Lo confirmó Dillon, que venía de abajo. Ya no había más que esperar la marcha de los acontecimientos.

Mac Cormack encendió una pipa y luego invitó a cigarrillos a los compañeros. Caffrey volvió a bajar.