I

Rongai, 4 de febrero de 1938

Querida Jettel:

En primer lugar, ve a buscar un pañuelo y siéntate tranquilamente. Es preciso que tengas los nervios bien templados. Si Dios quiere, volveremos a vernos muy pronto. Sea como fuere, mucho antes de lo que esperábamos. A partir de mi última carta desde Mombasa, que te escribí el día en que llegué, han pasado tantas cosas que la cabeza aún me da vueltas. Sólo estuve una semana en Nairobi y la pasé bastante abatido, pues todo el mundo me decía que aquí, si no sabes inglés, no hace falta ni que te molestes en buscar trabajo en la ciudad. Pero tampoco veía posibilidad alguna de encontrar empleo en una granja, como hacen casi todos para tener al menos un techo. Entonces, hace una semana, me invitaron a comer junto con Walter Süskind (de Pomerania) a casa de una rica familia judía.

Al principio no le di mayor importancia y supuse que la gente de este lugar no sería muy distinta de mi madre en Sohrau[1]. que siempre sentaba a su mesa a algún pobre diablo. Sin embargo, ahora sé lo que es un milagro. La familia Rubens lleva cincuenta años viviendo en Kenia. El anciano Rubens es presidente de la Comunidad Judía de Nairobi, la cual se ocupa de los refugees (ésos somos nosotros) recién llegados al país.

Los Rubens (cinco hijos adultos) pusieron el grito en el cielo cuando se enteraron de que tú y Regina aún seguíais en Alemania. Aquí las cosas se ven de un modo muy distinto de como yo las veía en casa. Ya ves, tú y mi padre teníais toda la razón cuando no queríais que emigrara yo solo, y me avergüenzo de no haberos escuchado. Por lo que supe más tarde, Rubens me echó una buena reprimenda, aunque naturalmente yo no le entendía. No puedes hacerte una idea de lo que tardé en comprender que la Comunidad está dispuesta a adelantar las cien libras que necesitáis tú y Regina para el servicio de inmigración. A mí me han mandado de inmediato a una granja para que los tres tengamos un alojamiento cuanto antes y yo al menos pueda ganar algo de dinero.

Eso significa que debéis partir lo antes posible. Esta frase es la más importante de toda la carta. Aunque me he comportado como un borrico, ahora has de confiar en mí. Cada día que pases con la niña en Breslau[2] será un día perdido. De modo que ve inmediatamente a ver a Karl Silbermann. Él es quien más experiencia tiene en cuestiones de emigración, y te llevará a ver al hombre de la agencia de viajes Deutsches Reisebüro que tan bien se portó conmigo. Él te dirá cuál es la forma más rápida de conseguir un pasaje de barco, da igual el barco que sea y lo que dure la travesía. A ser posible, toma un camarote en tercera. Sé que no es lo más confortable, pero será mucho más barato que segunda y necesitamos hasta el último céntimo. Lo principal es que estéis a bordo y en el mar cuanto antes. Sólo así podremos volver a dormir tranquilos.

Asimismo deberás ponerte en contacto sin pérdida de tiempo con la empresa Danziger por lo de nuestros cajones. Ya sabes que dejamos uno vacío para lo que se nos ocurriera. En los trópicos es muy importante una nevera. También necesitamos como sea una lámpara de gas, una Petromax. Asegúrate de que también te den los accesorios. De lo contrario tendremos la lámpara, pero estaremos a oscuras. En la granja a la que he venido a parar no hay luz eléctrica. Compra también dos mosquiteras; si te llega el dinero, tres. Lo cierto es que Rongai no es zona declarada de malaria, pero quién sabe dónde acabaremos. Si no queda sitio para la nevera, saca la porcelana de Rosenthal. No ceo que vayamos a necesitarla en esta nueva vida y ya hemos tenido que separarnos de otras muchas cosas además de los platos con florecitas.

Regina necesitará botas de goma y pantalones de pana (dicho sea de paso, tú también). Si alguien desea hacerle un regalo de despedida, pide zapatos que le sirvan dentro de dos años. No puedo imaginarme, al menos hoy no, que lleguemos a ser lo bastante ricos para comprar zapatos.

No hagas la lista para Emigración hasta que lo tengas todo. Es importante que especifiques cada una de las cosas que vayas a llevarte. De lo contrario te pondrán muchas pegas. Y no dejes que nadie te convenza para traer cosas de otro. Piensa en el pobre B. Las dificultades que tuvo en la aduana de Hamburgo son sólo consecuencia de su bondad. Quién sabe si conseguirá llegar a Inglaterra y cuánto tiempo lo tendrán retenido. Lo mejor será que hables lo menos posible de tus planes. Uno ya no sabe adonde te puede llevar una conversación, ni qué puedes esperar de personas a las que conoces de toda la vida.

Hoy no hablaré mucho de mí, si no te pondré la cabeza como un bombo. Rongai se encuentra a unos mil metros de altitud, pero hace mucho calor. Las noches son muy frías (así que tráete prendas de lana). En la granja se cultiva sobre todo maíz, aunque aún no he averiguado qué tengo que hacer con él. Además tenemos quinientas vacas y un montón de gallinas. De modo que no nos faltará leche, mantequilla y huevos. No te olvides de traer una receta para hacer pan.

Lo que hace el chico parece pan ázimo y sabe aún peor. Sus huevos fritos son fantásticos, pero no tiene ni idea de hacer huevos revueltos. Y cuando los prepara pasados por agua, siempre canturrea la misma canción. Desgraciadamente la canción es demasiado larga y los huevos acaban siendo duros.

Como ves, ya tengo chico propio. Es alto, naturalmente negro (te lo ruego, explícale a Regina que no todo el mundo es blanco) y se llama Owuor. Se ríe mucho, cosa que, teniendo en cuenta mi inquietud actual, me sienta muy bien. Chico es como llaman aquí a los criados, pero tener un chico no significa nada. En una granja puedes tener tantos sirvientes como quieras, de modo que no es preciso que te preocupes por lo de la criada. Aquí vive mucha gente. La envidio porque no sabe lo que está ocurriendo en el mundo y porque tiene lo suficiente para vivir.

En la próxima carta te contaré más cosas de Süskind. Es un ángel, hoy va a Nairobi y llevará el correo. Así se gana al menos una semana, y para nosotros una correspondencia ágil es ahora de suma importancia. Cuando contestes, numera tus cartas y di concretamente a cuál estás respondiendo. De lo contrario nuestra vida será aún más caótica de lo que ya es. Escribe lo antes posible a mi padre y a Liesel y disipa sus miedos sobre nosotros.

Mi corazón se llena de gozo al pensar que tal vez muy pronto pueda estrecharos entre mis brazos a ti y a la niña. Y me aflige pensar el daño que esta carta le hará a tu madre. Ahora, de sus dos hijas, sólo le quedará una a su lado y quién sabe por cuánto tiempo. Pero tu madre siempre ha sido una gran mujer y sé que preferirá saberos a ti y a su nieta en África que en Breslau. Dale a Regina un beso muy fuerte de mi parte y no la mimes demasiado. La gente pobre no puede permitirse ir al médico.

Me imagino el nerviosismo que esta carta te producirá, pero ahora has de ser fuerte. Por todos nosotros.

Te abraza, lleno de nostalgia,

Tu viejo Walter

PD: Te gustarían los hijos del señor Rubens, unos muchachos muy apuestos. Como antes, cuando íbamos a clases de baile. Creía que todos ellos estaban solteros, pero más tarde me enteré de que cuando tratan de nosotros, los refugiados, sus esposas siempre se van a jugar al bridge. Están hasta la coronilla del tema.

Rongai, 15 de febrero de 1938

Querido padre:

Espero que hayas recibido noticias de Jettel y te hayas enterado de que tu hijo se ha hecho granjero. Seguro que mamá habría dicho «bonito pero duro», pero un abogado y notario destituido no podría desear nada mejor. Esta mañana he ayudado a un ternero a salir del vientre de una vaca y lo he bautizado con el nombre de Sohrau. Preferiría haber hecho de comadrona en el parto de un potro, pues ya sabes que aprendí a montar contigo antes de que entraras en el ejército.

No pienses que fue un error permitirme que estudiara. Eso es sólo lo que parece ahora. ¿Cuánto durará esto? Mi jefe, que no vive en la granja sino en Nairobi, tiene montones de libros en el armario. Entre ellos se encuentran la Enciclopedia Británica y un diccionario de latín. Aquí, en esta región despoblada, no podría aprender inglés si no hubiera aprendido antes latín. Pero ya puedo hablar de comidas, ríos, legiones y guerras, e incluso sé decir «soy un hombre sin patria». Desgraciadamente eso sólo funciona en teoría porque aquí, en la granja, sólo hay negros, y hablan suajili y encuentran tremendamente cómico que no los entienda.

Ahora mismo estoy releyendo en la enciclopedia cosas sobre Prusia. Como aún no hablo el idioma, tengo que escoger temas que conozco. No te imaginas lo largos que son los días en una granja como ésta, pero no quiero quejarme. Le doy gracias al destino, sobre todo desde que albergo la esperanza de que Regina y Jettel estén pronto conmigo.

Me preocupáis mucho vosotros dos. ¿Qué ocurrirá si los alemanes entran en Polonia? A ellos no les importará que tú y Liesel hayáis seguido siendo alemanes y no hayáis optado por Polonia. Para ellos sois judíos, y no creas que te van a servir de nada tus condecoraciones de guerra. Ya lo vimos después de 1933. Por otra parte, precisamente porque no habéis optado por Polonia, no podéis entrar en el contingente polaco, que está entorpeciendo la emigración en todas partes. Si vendieras el hotel, también tú podrías pensar en emigrar. Deberías hacerlo, sobre todo por Liesel. Sólo tiene treinta y dos años y la vida aún no le ha dado nada.

He hablado de Liesel a un antiguo banquero de Berlín (ahora cuenta sacos en una granja de café), le he contado que aún sigue en Sohrau. En su opinión, las autoridades de inmigración locales no ven con malos ojos la entrada de mujeres solteras. Éstas consiguen buenos empleos, sobre todo de niñeras en las casas de las ricas familias de granjeros ingleses. Si tuviera las cien libras necesarias para avalaros, te instaría de otro modo a que emigrarais. Pero ya es bastante bendición que pueda traer a Jettel y a la niña.

Quizá podrías ponerte en contacto con el abogado Kammer, de Leobschütz[3]. Fue extremadamente honesto conmigo hasta el final. Cuando me destituyeron, me prometió que pondría a buen recaudo el dinero que aún se ingresara de los clientes. Seguro que te ayudaría si le explicaras que sigues teniendo un hotel, pero que no tienes dinero. En Leobschütz es de sobra sabido cómo les ha ido a los alemanes en Polonia todos estos años.

Solo aquí, a solas con mis pensamientos, me doy perfecta cuenta de lo poco que me he ocupado de Liesel. Con su bondad y su abnegación tras la muerte de mamá, se habría merecido un hermano mejor. Y tú, un hijo que te hubiese agradecido a tiempo todo lo que has hecho por él.

No es preciso que me mandes nada, de veras. Con los alimentos de la granja tengo todo lo que necesito para vivir, y abrigo la esperanza de conseguir algún día un empleo en el que gane lo bastante para poder enviar a Regina a la escuela (aquí cuesta una fortuna y la enseñanza no es obligatoria). Por supuesto que me encantaría recibir las semillas de rosas. Así crecerían en este rincón de la tierra dejado de la mano de Dios las mismas flores que en el jardín de la casa de mi padre. Quizá Liesel pueda mandarme la receta del chucrú[4]. He oído que aquí se da bien la col.

Recibid un cariñoso abrazo,

Vuestro Walter

Rongai, 27 de febrero de 1938

Querida Jettel:

Hoy ha llegado tu carta del 17 de enero. Tuvieron que reexpedirla desde Nairobi. Es un milagro que la haya recibido. No tienes idea de lo que significan las distancias en este país. De aquí a la granja más cercana hay cincuenta y cinco kilómetros, y Walter Süskind se encuentra a tres horas por carreteras malas, fangosas a trozos. A pesar de todo, hasta ahora ha venido a verme todas las semanas para celebrar conmigo el sabat[5]. Es de una familia piadosa. Tiene la suerte de que su jefe le ha puesto un coche a su disposición. Por desgracia, el mío, el señor Morrison, opina que desde el éxodo por el desierto todos los hijos de Israel son buenos andarines. Desde que Süskind me trajo hasta aquí, no he vuelto a salir de la granja.

Es una lástima que no haya caballos. El único burro de esta granja me ha derribado tantas veces que me duele todo el cuerpo. Süskind se desternilló de risa y dijo que los burros africanos no se pueden montar. No se dejan tomar por tontos como en las playas alemanas. Cuando vengas, también tendrás que acostumbrarte a que la lluvia entre en el dormitorio. La gente se limita a poner un cubo y se alegra por tener agua. Aquí es muy valiosa. La semana pasada hubo incendios por todas partes. Me llevé un buen susto. Por suerte Süskind estaba de visita y me explicó lo de quemar el matorral. Aquí es algo habitual.

Me hace bien saber que la mayor parte de tu carta está superada. Entretanto ya te habrás enterado de que tus días en Breslau están contados. La sola idea de teneros aquí hace que mi corazón vuelva a latir como antaño en mayo, cuando nos imaginábamos un gran porvenir. Hoy ambos sabemos que sólo importa una cosa: sobrevivir.

Debes seguir como sea con tus clases de inglés, poco importa que no te guste el profesor. Puedes dejar el español, sólo era por si nos concedían el visado para Montevideo. Para hablar con la gente de la granja hay que aprender suajili. Por una vez, Dios ha sido benévolo con nosotros: el suajili es un idioma muy sencillo. Cuando llegué a Rongai no sabía ni una palabra, y ahora hasta puedo entenderme más o menos con Owuor. A él le encanta que le señale cosas para que me diga su nombre. Me llama bwana. Así es como se dirigen aquí a los hombres blancos. Tú serás la memsahib (esta palabra sólo se utiliza para las mujeres blancas) y Regina será la toto, que quiere decir niño.

Quizá para mi próxima carta ya haya aprendido suficiente suajili para explicarle a Owuor que no me gusta comer la sopa detrás del pudin. Dicho sea de paso, hace un pudin exquisito. La primera vez hice diversos ruiditos al comerlo. Él me imitó, y desde entonces prepara el mismo pudín todos los días. Lo cierto es que tendría que reírme más, pero reír solo no es tan divertido. Nada en absoluto por la noche, cuando uno no puede luchar contra los recuerdos.

Ojalá tuviera ya noticias tuyas. ¿Tendréis ya los pasajes? Quién habría pensado que acabaría siendo tan importante salir del país. Ahora me dispongo a ir a ordeñar. Es decir, yo miro mientras los chicos ordeñan y aprendo el nombre de las vacas. Eso me distrae.

Por favor, escríbeme en cuanto recibas mis cartas. E intenta alterarte lo menos posible. Puedes estar segura de que os llevo conmigo día y noche en mis pensamientos.

Un beso muy fuerte para las dos, para tu madre y para tu hermana,

Tu viejo Walter

Rongai, 15 de marzo de 1938

Querida Jettel:

Hoy he recibido tu carta del 31 de enero. Me ha entristecido mucho, ya que no puedo ayudarte con tus temores. Me imagino perfectamente que ahora oirás muchas cosas tristes, pero eso también debería servir para demostrarte que el destino no sólo se ha burlado de nosotros. Además, no es cierto que sea yo el único que ha emigrado. Aquí hay muchos hombres que desean intentar primero labrarse una posición antes de hacer venir a sus familias, hombres que están en la misma situación que yo, salvo que ellos no han tenido la suerte de que entre en sus vidas un ángel salvador como Rubens. Debes tener fe en que pronto volveremos a vernos. Algo que deberemos a Dios. No tiene ningún sentido que le demos vueltas ahora a si no sería mejor que hubiésemos ido a Holanda o a Francia. No tuvimos otra elección y quién sabe si no será la acertada.

Ya no tiene importancia que no acepten a Regina en la guardería. Ni tampoco importa para nuestro futuro que personas a las que conoces desde hace años te nieguen el saludo. Ahora es cuando debes aprender a distinguir las cosas importantes de las que no lo son. En nuestra vida ya no es relevante que crecieras siendo la niña mimada de una buena familia. En la emigración no cuenta lo que uno fue, sino sólo que marido y mujer persigan el mismo fin. Estoy seguro de que saldremos adelante. Ojalá ya estuvieras aquí y pudiéramos ponernos en camino.

Un beso muy fuerte para las dos,

Tu viejo Walter

Rongai, 17 de marzo de 1938

Querido Süskind:

No sé cuánto tardará el chico en llevarte esta carta. Tengo cuarenta de fiebre y no siempre puedo pensar con claridad. Si algo me sucediera, encontrarás la dirección de mi esposa en una cajita en el cajón que hay junto a mi cama.

Walter

Rongai, 4 de abril de 1938

Querida Jettel:

Hoy me ha llegado tu carta con la noticia que aguardaba con tanta impaciencia. Me la ha traído Süskind de la estación de ferrocarril y, como es natural, se ha llevado un buen susto al ver que me echaba a llorar. Imagínate, luego el grandullón se ha puesto a llorar conmigo. Eso es lo bueno cuando uno es un refugiado y ya no es alemán. No tiene que avergonzarse de sus lágrimas.

Los días se me harán eternos hasta que llegue junio y estéis a bordo. Si no recuerdo mal, el Adolf Woermann es un barco de lujo que rodea toda África. Eso significa que haréis más escalas prolongadas y que la travesía será más larga que la mía en el Ussukuma. Intenta disfrutar al máximo, aunque será mejor para vosotras que os arriméis a gente que celebre el año nuevo en septiembre. Os ahorraréis problemas innecesarios. Yo me pasé gran parte del viaje escondido en mi camarote, y fue la última oportunidad que tuve de hablar con gente.

Lástima que no hayas seguido mi consejo en lo del camarote de tercera. Nos habríamos ahorrado mucho dinero, dinero que aquí echaremos en falta, y seguro que a la niña no le habría venido mal compartir el camarote con un extraño. Ha de aprender que, aunque se llame Regina, no es una reina.

Sin embargo, no quiero discutir contigo en un momento en el que me siento tan feliz y agradecido. Ahora es importante que estés bien atenta y te asegures de que las cajas pueden ir con vosotras. No porque necesitemos tanto las cosas, sino porque he sabido de gente que dispuso que le fueran enviadas sus pertenencias cuando emigró y aún sigue esperando. Temo que no hayas comprendido lo importante que es para nosotros una nevera. En los trópicos es tan necesaria como el pan de cada día. Deberías esforzarte por encontrar una. Süskind podría traerme carne de Nakuru, pero sin nevera se echa a perder en tan sólo un día. Y, como jefe que es, el señor Morrison es muy estricto. Sólo podemos matar una de sus gallinas cuando él viene a la granja. Me alegro de que al menos me deje comer los huevos.

Enhorabuena por la lámpara. Así no tendremos que acostarnos con las valiosas gallinas del señor Morrison. No deberías haberte comprado el traje de noche. Aquí no tendrás ocasión de lucirlo. Estás muy equivocada si crees que la gente como los Rubens va a invitarte a sus fiestas. En primer lugar, hay un gran abismo entre los judíos ricos, establecidos aquí desde hace tiempo, y nosotros, refugiados sin recursos, y, en segundo lugar, los Rubens viven en Nairobi, que está más lejos de Rongai que Breslau de Sohrau.

Así y todo no puedo reprocharte que tengas un concepto equivocado de África. Yo tampoco tenía ni idea de lo que nos esperaba y no dejan de sorprenderme cosas que Süskind, al cabo de dos años, encuentra de lo más naturales. Ya hablo bien suajili y cada vez me doy más cuenta de la amabilidad con que Owuor se ocupa de mí.

Lo cierto es que he estado enfermo. Un día tenía mucha fiebre y Owuor insistió en que mandara llamar a Süskind. Éste llegó aquí bien entrada la noche y supo de inmediato lo que me pasaba. Malaria. Afortunadamente llevaba consigo quinina y pronto empecé a sentirme mejor. Pero no te asustes cuando me veas. He perdido mucho peso y tengo la cara bastante amarillenta. Como ves, el regalo de despedida de tu hermana, ese espejito que tan superfluo me pareció en su momento, ha resultado de gran utilidad. Desgraciadamente la mayoría de las veces sólo me cuenta historias desagradables.

Mi enfermedad me ha hecho comprender lo importantes que son los medicamentos en un país en el que no se puede telefonear a un médico y en el que, de todos modos, no podría pagarlo. Necesitamos, sobre todo, yodo y quinina. Seguro que tu madre conoce a algún médico que aún quiera el bien de gentes como nosotros y pueda procurarte esas cosas. Pídele también que te explique cuánta quinina hay que administrarle a un niño. No quiero asustarte, pero en esta tierra hay que aprender a valerse por uno mismo. Sin Süskind lo habría pasado muy mal. Y, claro está, también sin Owuor, que no se ha apartado de mi lado ni un momento y me ha dado de comer como a un niño. Por cierto, no se puede creer que sólo tenga un hijo. Él tiene siete, pero, si no he entendido mal, también tiene tres esposas. Imagínate, ¡tuvo que conseguir avales para toda la familia! Pero ahora tiene una patria. Lo envidio sobremanera. También lo envidio porque no sabe leer y no se entera de lo que pasa en el mundo. Sin embargo, es curioso que parezca saber que soy un europeo distinto del señor Morrison.

Habíale a Regina de mí. ¿Reconocerá aún a su papá? ¿Se enterará la niña de lo que está pasando? Será mejor que no le cuentes nada hasta que estéis en el barco. Allí ya no tendrá importancia que se le escape algo. No te despidas de mucha gente antes de irte. Te romperá el corazón. Mi padre comprenderá que ni siquiera vayáis a Sohrau. Creo que incluso estará de acuerdo. Y dales a tu madre y a Käte un beso de mi parte. El día de la separación les resultará duro. A uno le cuesta hacerse a la idea de algunas cosas.

Recibid un cariñoso abrazo,

Tu viejo Walter

Rongai, 4 de abril de 1938

Querida Regina:

Hoy vas a recibir tu propia carta, pues tu papá está muy contento porque pronto volverá a verte. Ahora debes ser especialmente buena, rezar todas las noches y ayudar a mamá en lo que puedas. Estoy seguro de que te gustará la granja en la que vamos a vivir los tres. Hay muchos niños. Sólo tendrás que aprender su lengua para poder jugar con ellos. Aquí brilla el sol todos los días. De los huevos salen unos pollitos preciosos, pequeñitos. Desde que estoy en este lugar también han nacido dos terneros. Pero has de saber una cosa: en África sólo dejan entrar a niños que no les tengan miedo a los perros. Así que practica para ser valiente. El valor es más importante en la vida que el chocolate.

Te envío tantos besos como caben en tu cara. Dale algunos a mamá, a la abuela y a la tía Käte.

Tu papá

Rongai, 1 de mayo de 1938

Querido padre, querida Liesel:

Ayer llegó vuestra carta con las semillas de rosa, la receta del chucrú y las novedades de Sohrau. Ojalá pudiera expresar con palabras lo mucho que significa una carta así. Tengo la sensación de ser aquel muchacho al que tú, querido padre, escribías desde el frente. Cada una de tus cartas rebosaba valor y lealtad a la patria. Sólo que entonces ninguno de nosotros pensaba que cuando uno necesita más valor es cuando ya no tiene patria.

Estoy aún más preocupado por vosotros desde que los austríacos han sido anexionados al Reich. Quién sabe si los alemanes no les tendrán reservada una suerte similar a los checos. ¿Y qué será de Polonia?

Siempre creí que podría hacer algo por vosotros cuando estuviera en África. Pero, naturalmente, nunca habría sospechado que en el siglo XX se contratara a la gente sólo por cama y comida. Hasta que no lleguen Jettel y Regina es impensable cualquier cambio. Después tampoco será fácil encontrar un trabajo en el que además de huevos, mantequilla y leche también me den un salario.

Poneos al menos en contacto con una organización judía que asesore a los emigrantes. Por eso también merece la pena que vayáis a Breslau. Así podríais volver a ver a Regina y a Jettel. No he querido que ellas fueran a Sohrau antes de partir. Percibo en las cartas de Jettel lo nerviosa que está.

Ante todo, querido padre, no te hagas más ilusiones. Nuestra Alemania ha muerto. Ha pisoteado nuestro amor. No pasa un día sin que intente arrancármela del corazón. La única que no desea abandonarlo es nuestra Silesia.

Tal vez os preguntéis cómo es que aquí, en el extranjero, estoy tan al tanto de lo que pasa en el mundo. La radio que me regalaron los Stattler al marcharme es una auténtica maravilla. Me llega Alemania con tanta nitidez como si estuviera en casa. Aparte de mi amigo Süskind (vive en la granja vecina y ya era agricultor en su anterior vida), la radio es el único ser que me habla en alemán. ¿Le gustaría a Goebbels que el judío de Rongai sacie su sed de lengua materna con sus arengas?

Sólo me entrego a semejante placer por la noche. Durante el día hablo con los negros, algo que cada vez me sale mejor, y les cuento a las vacas mis progresos. Esos animales de ojos tiernos lo comprenden todo. Esta misma mañana me dijo un buey que hacía bien en no deshacerme del código civil. Pese a ello, no me abandona la sensación de que a un granjero le sirve menos que a un abogado.

Süskind siempre dice que tengo el sentido del humor necesario para sobrevivir en este país. Me temo que se confunde. Por cierto, Wilhelm Kulas haría carrera aquí. Los mecánicos se llaman a sí mismos ingenieros y no tardan en encontrar trabajo. Sin embargo, si yo dijera que en mi país era ministro de Justicia, no ganaría nada con ello. He enseñado a mi chico a cantar Perdí mi corazón en Heidelberg. Cuando a alguien le cuesta tanto pronunciar cada palabra como a él, la canción dura exactamente cuatro minutos y medio y es perfecta como ampolleta. Ahora mis huevos pasados por agua saben como los de casa. Como veréis, también tengo mis pequeños logros. Lástima que los grandes tarden tanto en llegar.

Con la esperanza de que os decidáis a hacer algo, os envía un abrazo lleno de nostalgia,

Vuestro Walter

Rongai, 25 de mayo de 1938

Querida Ina, querida Käte:

Cuando os llegue esta carta, Jettel y Regina ya estarán en camino, si Dios quiere. Me imagino cómo os sentiréis, pero no encuentro palabras para deciros lo mucho que me emociono cuando pienso en vosotras y en Breslau. Habéis ayudado a Jettel a soportar nuestra separación y, conociendo como conozco a mi descontentadiza Jettel, supongo que no os lo habrá puesto nada fácil.

No os preocupéis por ella. Espero con toda mi alma que se habitúe a esto. Seguro que con las vivencias de estos últimos años, y en particular de estos últimos meses, habrá comprendido que sólo hay una cosa que de verdad cuenta: que estemos juntos y a salvo. Sé, querida Ina, que te preocupa mucho que yo sea un hombre colérico y Jettel una niña testaruda que pierde los nervios con facilidad cuando las cosas no salen a su gusto, pero eso no tiene nada que ver con nuestro matrimonio. Jettel ha sido el gran amor de mi vida y siempre lo será. Por muy difícil que me lo ponga también a mí a veces.

Como ves, el eterno sol africano hace que se abran el corazón y la boca, pero creo que algunas cosas hay que decirlas a tiempo. Y ya que estoy en ello, te diré que no hay mejor suegra que tú, queridísima Ina. Y no me refiero a tus patatas salteadas, sino a toda mi época de estudiante. Tenía diecinueve años cuando llegué a tu casa, y tú me trataste como si fuera tu hijo. Qué lejano parece todo aquello y qué poco te he recompensado por tu bondad.

Ahora necesitáis todas vuestras fuerzas para vosotras. Tengo puestas grandes esperanzas en vuestra correspondencia con América. Aprovechad cualquier posibilidad. Sé que no tienes en mucha estima la oración, Ina, pero no puedo dejar de pedirle a Dios que nos ayude. Quizá algún día me dé la oportunidad de agradecérselo.

Jettel y Regina serán recibidas como princesas. He mandado hacer una fantástica cama de cedro con una corona en la cabecera para Regina (a decir verdad aquí no tengo mucho para vivir, pero sí puedo cortar tantos árboles como desee). Dibujé la corona en papel y Owuor, mi chico fiel, mi camarada, logró traer hasta aquí a un gigante casi desnudo con un cuchillo que se encargó de tallar nuestra corona. Seguro que no hay nada más bello en toda Breslau. Para Jettel hemos cubierto de tablones el sendero que hay entre la casa y la letrina, para que no se hunda en el barro cuando tenga que salir en la estación de las lluvias. Espero que no se asuste demasiado cuando vea que aquí hay que planear con total precisión incluso las aguas menores. De la casa al retrete hay tres minutos. En caso de diarrea, menos.

Saluda de mi parte al ayuntamiento y a todos los que han apoyado a los míos. Y cuidaos mucho. Qué tonto me hacen parecer mis palabras, pero ¿cómo expresar lo que uno siente?

Os quiere,

Vuestro Walter

Rongai. 20 de julio de 1938

Querida Jettel:

Hoy he recibido tu carta de Southampton. ¿Puede un hombre solo sentirse más agradecido, feliz y aliviado? Por fin, por fin, por fin. Ahora podemos volver a escribirnos sin temor. Me admira que se te haya ocurrido indicarme los puertos en los que el Adolf Woermann recoge correo. Es una idea que no me pasó por la cabeza en su momento. De modo que esta carta irá a Tánger. Si el correo funciona según mis cálculos, te llegará allí sin problemas. Iría muy justa de tiempo si te la mandase a Niza. Espero que no estés decepcionada. De sobra sé lo que es esperar correo.

En Tánger Regina verá a las primeras personas de color: confío en que nuestra pequeña miedica no se asuste demasiado. Me alegré mucho al saber que aguantó bien las emociones de la partida; tal vez siempre la hayamos considerado más delicada de lo que es. Puedo imaginarme cómo lo habrás pasado tú. Por cierto, me afectó mucho que tu madre te acompañara hasta Hamburgo, que un corazón sin esperanza aún pueda pensar en los demás.

No te hagas mala sangre por no haber comprado la nevera. Envolveremos la carne y la mantequilla en tu nuevo vestido de noche y lo colgaremos al ardiente sol, al viento. Es cierto, así es como mantienen fríos aquí los alimentos, aunque no sea entre sedas, pero siempre podemos probar. Así tendrás la sensación de que el vestido al menos tiene alguna utilidad. Ayer compré plátanos. No una libra ni un kilo, sino todo un racimo con al menos cincuenta plátanos. Regina se quedará de una pieza cuando lo vea. De vez en cuando pasan por aquí mujeres con enormes penachos de plátanos y los ofrecen por las granjas. La primera vez acudieron todos los negros en masa y casi se mueren de risa al ver que yo sólo quería comprar tres. Los plátanos son muy baratos (incluso para esos pobres infelices) y muy verdes, pero saben estupendamente. Me gustaría que todo supiera igual de bien.

Creo que Owuor se alegra de que vengáis. Conmigo estuvo enfadado tres días. Y es que cuando por fin hube aprendido bastante suajili para construir frases completas, le confesé que no quería comer el mismo pudín todos los días. Eso lo sacó de sus casillas. No paraba de reprocharme que el primer día elogiara su pudín. Empezó a imitar los ruiditos que hice la primera vez que lo probé y a dirigirme miradas burlonas. Yo me quedé desconcertado y, claro está, no sabía cómo decir variedad en suajili, si es que existe esa palabra.

Lleva mucho tiempo entender la mentalidad de los de aquí, pero son muy simpáticos y no cabe duda de que también muy listos. Sobre todo, nunca se les ocurriría encarcelar a la gente o echarla del país. A ellos les da lo mismo que seamos judíos, refugiados o, por desgracia, ambas cosas. En los días buenos a veces pienso que podría acostumbrarme a esta tierra. Quizá los negros tengan una medicina (que aquí se dice daua) contra los recuerdos.

Ahora debo hablarte de un gran acontecimiento. Hace una semana apareció de repente ante mis ojos Heini Weyl. El del gran establecimiento de lencería de la plaza Tauentzienplatz al que fui a ver, siguiendo el consejo de mi padre, cuando me destituyeron y no sabía adonde podíamos emigrar. Entonces Heini me recomendó Kenia, pues sólo se necesitaban cincuenta libras por cabeza.

Ya lleva once meses en el país y ha intentado conseguir un empleo en un hotel, cosa que no ha logrado. Ser camarero no es trabajo de blancos y para ocupar puestos mejores es necesario hablar inglés. Pues bien, se ha colocado de gerente (aquí lo es todo el mundo, hasta yo) de una mina de oro en Kisumu. Conserva su optimismo, aunque en Kisumu debe de hacer un calor horrible y tiene fama de ser una zona infectada de malaria. Como Rongai queda de camino entre Nairobi y Kisumu, Heini, que tiene un coche que compró con sus últimos ahorros, se detuvo en la granja junto con su esposa, Ruth. Nos pasamos la noche charlando y hablando de Breslau.

Owuor olvidó su enfado por lo del pudín y apareció con una gallina, aunque las gallinas sólo se pueden matar para el señor Morrison. Owuor aseguró que el animal pasó corriendo ante sus pies y cayó muerto.

No te imaginas lo que significa tener una visita en la granja. Es como si uno estuviera muerto y volviera a la vida.

Desgraciadamente los Weyl me contaron que han detenido a Fritz Feuerstein y a los dos hermanos Hirsch. Según he sabido por una carta de los Schlesinger, de Leobschütz, también han ido a buscar a Hans Wohlgemut y a su cuñado Siegfried. Hace tiempo que lo sé, pero tenía miedo de hablarte de detenciones mientras seguías en Breslau. Tampoco te he contado nunca que el bueno de Greschek, nuestro fiel amigo, que insistió hasta el final en acudir a un abogado judío, fue conmigo en tren hasta Génova. También me ha escrito una carta. Espero que comprenda que no le he respondido por su bien.

Qué afortunados somos por poder volver a escribirnos sin temor. ¿Qué importa que en el Adolf Woermann tengas que escuchar cómo los nazis idolatran en tu mesa la figura de Hitler? Has de aprender a no tomarte en serio los agravios. Eso es algo que sólo pueden permitirse los ricos. Lo único que cuenta es que estéis en el Adolf Woermann, no quién va en él.

Dentro de un mes no volverás a ver a ésos que tanto te repatean. Owuor ni siquiera sabe ofender a la gente.

Süskind abriga la esperanza de que su jefe le permita ir con el coche a Mombasa. Así podríamos recogeros y traeros aquí directamente. Dicho sea de paso, directamente quiere decir un trayecto de al menos dos días por carreteras sin asfaltar, pero podemos pasar una noche en Nairobi en casa de la familia Gordon. Los Gordon llevan ya cuatro años viviendo allí y siempre están dispuestos a ayudar a los recién llegados. En caso de que el jefe de Süskind no comprenda que, al cabo de meses de angustia, un refugiado tiene la necesidad de estrechar entre sus brazos a su esposa y su hija, no te entristezcas. Alguien de la Comunidad Judía os recogerá en Mombasa, os pondrá en el tren de Nairobi y se ocupará de que sigáis viaje hasta Rongai. Las comunidades aquí son excelentes. Lástima que sólo se encarguen de la llegada.

Ya no cuento las semanas, sino los días y las horas que faltan para volver a vernos. Parezco un novio antes de su noche de bodas.

Recibe un fuerte abrazo,

Tu viejo Walter