Veintidós

Girando el dial, sintonicé la radio en la emisora que Moss había señalado con lápiz. Sonaron crepitantes interferencias. Ruby y yo nos inclinamos sobre el aparato a la espera de oír algo inteligible, fuera lo que fuese, pero los minutos transcurrieron sin ninguna novedad.

—En este momento no hay muchos rebeldes que envíen mensajes —comenté, y apagué la radio.

—Kevin y Aaron habrían mandado recado en el caso de que los muchachos estuvieran de regreso —afirmó Ruby.

Guardé la radio en la bolsa de lona, aunque antes le quité la pila y me la metí en el bolsillo. Acto seguido, inspeccioné la estrecha estancia de tierra.

—Hay alimentos suficientes para cuatro meses —comenté pasando la mano por una hilera de latas cuyas etiquetas habían desaparecido hacía ya bastante tiempo. Debajo de esos recipientes se acumulaban frascos de bayas y frutos secos, carne de cerdo en salazón y agua del lago hervida; en un rincón, se apilaban unas cuantas cajas, resultado de un reciente expolio.

—Según los chicos, podrían durar hasta quizá medio año. —Ruby cogió varios recipientes con agua—. También hemos añadido nuestro granito de arena al encontrar escaramujos, así como bayas silvestres y uvas. Si en los bajíos aparecen peces, intentamos atraparlos con la red, pero como no sabemos nadar apenas nos alejamos de la orilla.

Se dirigió hacia donde estaba Pip y abrió el frasco de su compañera. Ésta permanecía en silencio.

—Habéis sido muy listas. Ignoramos si los muchachos han sobrevivido al asedio, y tal vez no habría tiempo de reunir más víveres para cuando se os acaben los que tenéis.

Miré fugazmente a mis dos amigas; sus embarazos estaban más avanzados que el mío, como mínimo un par de meses.

Al otro lado de la estancia, las chicas se habían sentado ante el fuego y se sentían más cómodas después de haber visto a Silas y a Benny. Helene, que al parecer era la que estaba menos afectada por la presencia de los muchachos, le explicó a Silas cómo tenía entablillada la pierna y se quitó los vendajes para enseñarle la fractura. Beatrice sirvió crema de zanahorias en los recipientes de plástico que los chicos habían utilizado como tazas.

—Eve ha vuelto —dijo Benny.

Escribió la frase con una ramita en el suelo de tierra y mostró las palabras a Bette y a Sarah a medida que las pronunciaba.

Yo debería haber estado más tranquila porque Leif no estuviera en el refugio y porque mis amigas se encontraran sanas y salvas, pero Pip me preocupaba mucho: sentada en el suelo, reclinando la espalda en la pared, revolvía la crema con la cuchara sin apartar la vista del humeante líquido.

Aunque mis dos amigas estaban embarazadas de más de cinco meses, la preñez las había afectado de manera distinta: Ruby tenía un aspecto más saludable y las mejillas más llenitas y sonrosadas; cuando guardaba silencio, se llevaba la mano al vientre y la posaba justo debajo del ombligo. Por su parte, Pip parecía luchar contra las náuseas y había empalidecido mucho; tenía los ojos enrojecidos y la mirada triste, y, en las horas transcurridas desde nuestro reencuentro, apenas me había dirigido la palabra. Cuando lo hacía, empleaba un tono tajante y extraño.

—¿Estás segura de que Arden no se ha quedado embarazada? —pregunté en voz baja para que los demás no me oyesen.

Ruby asintió y dijo:

—Estoy segura. Es una de las razones por las cuales abandonamos el edificio de ladrillo.

—¿Cuándo escapasteis? ¿Cómo se las apañó ella para traeros hasta aquí?

Ruby miró de reojo a Pip, que respondió a su mirada, adoptando una expresión de indiferencia cuyo significado no comprendí; estaba ausente, como si viviese en otro tiempo y lugar.

—Nos fugamos hace más o menos un mes —repuso Ruby—. Hacía semanas que Pip y yo ocupábamos la habitación contigua a la de Arden, que no nos había comentado nada. Pero una noche se presentó en nuestro cuarto, mientras las demás dormían; abrió la mano y, enseñándonos una llave, nos explicó que eras tú quien se la había dado y que ésa era nuestra única oportunidad de escapar.

»Se había hecho amiga de una de las guardianas; creo que se llama Miriam. A veces ayudaba en las tareas del edificio, como barrer, acarrear material y esas cosas. Supuso que manteniendo esa actitud, pensarían que había cambiado y que ya no representaba una amenaza. Se figuró que si resultaba útil, no la obligarían a recibir instrucción militar, porque corrieron rumores de que la meterían en el ejército si no se quedaba preñada. Esa misma noche nos largamos con ella…, después de que le robase el código de seguridad a Miriam. Nos ayudó a cruzar el lago a nado, primero a una y luego a la otra; nos hallábamos al sur del refugio subterráneo y vinimos a buscar provisiones. Así fue como nos enteramos de que había comenzado el asedio. Los muchachos se fueron al cabo de una semana escasa; se marcharon para liberar el primer campamento de trabajo, junto con un grupo procedente de un asentamiento situado más al norte. Arden se fue con ellos.

Pip no apartaba la vista del suelo. Con la uña trazó un garabato en la tierra e hizo un agujero poco profundo al tiempo que decía:

—Desde entonces cuidamos de Benny y Silas.

A la luz de las llamas, vi que a Ruby se le anegaban los ojos de lágrimas. Poco después añadió:

—Arden nos contó que te retenían en la ciudad; yo estaba casi segura de que no volvería a verte.

Apretó los labios y le costó sonreír. En el colegio nunca la había visto llorar, sino que siempre nos había consolado a Pip y a mí; era la muchacha impecablemente racional que conseguía analizar todos los aspectos de cualquier situación, cuya presencia hacía que, sin pensártelo, bajases la voz, hablaras más despacio o no te enfadaras ni entristecieras. Se masajeó el vientre a la vez que respiraba hondo e intentaba controlar el llanto.

—Me alegro mucho de haber venido al refugio —dije—. Yo también pensé varias veces que no volvería a veros.

Quise abrazarla, pero su actitud me frenó: miró hacia otro lado con una expresión fría e incomprensible.

Pip se percató del titubeo de su compañera y, pronunciando claramente cada palabra, como si llevase días o semanas esperando el momento de hacerlo, dijo:

—Jamás lo he entendido… ¿Por qué optaste por Arden? En el colegio la detestabas. Pero de golpe y porrazo se nos acerca y nos dice que le has dado la famosa llave. También nos contó que estuvisteis juntas en el caos. Según dijo, la salvaste. —Se pasó la mano por la mejilla y se apartó una lágrima antes de que cayese—. No comprendo por qué te la llevaste a ella en vez de a nosotras.

—No es así —puntualicé. Le cogí las manos, pero las apartó inmediatamente—. Yo no me fui con ella. La encontré después de mi partida…; fue Arden quien me comentó la existencia del edificio de ladrillo. Me obligaron a marcharme sola.

—¿Quién? —A Pip se le quebró la voz—. ¿Quién te obligó?

—La profesora Florence —respondí—. Dijo que únicamente podía irme sola.

—En ese caso, no tendrías que haberte marchado —añadió Pip, levantando la voz a medida que hablaba. Ruby le puso la mano en la espalda con la intención de tranquilizarla, pero ya no había quien la parase—. ¿Sabes que te estuve esperando? Me pasé todo el día en aquella estancia y discutí con la directora, le dije que no asistiría a la graduación, que sin duda había pasado algo terrible… Me resultó imposible imaginar que hubieras sido capaz de abandonar el colegio sin mí. Qué estupidez, ¿no? Qué idiota fui creyendo que podría ir a la ciudad; qué ingenua fui imaginando mi apartamento, el taller de arquitectura para el que trabajaría…; qué tonta fui pensando que viviríamos juntas. —Se le habían encendido las mejillas y hablaba tan alto que las chicas se enteraban de todo—. Me fijé intensamente en el lago mientras cruzaba el puente, sin dejar de mirarlo, porque me aterrorizaba la perspectiva de que te hubieses ahogado. Lo cierto es que siempre lo supiste, y escuchaste mis desvaríos sobre la vida en la ciudad, estando segura de que no sería así.

Se me hizo un nudo en la garganta. Me apreté los ojos con las manos en un intento de frenar las lágrimas, pero me había ruborizado y había empezado a sentirme agobiada.

—Cometí un error —reconocí esforzándome en articular cada palabra—. Cometí un error grave e irreversible. Cargo con mi equivocación, pero lo cierto es que no lo supe hasta aquella misma noche. Solo dispuse de unos minutos para decidir qué hacía. No planifiqué nada. Por supuesto que, de haberlo sabido, te habría llevado conmigo.

Pip dejó escapar un sentido suspiro. El ambiente se tornó más denso, y los pocos centímetros que nos separaban parecieron contener todo cuanto estaba implícito entre nosotras.

—Ahora eres la princesa. —Pip soltó una extraña carcajada—. Todo este tiempo has vivido en el Palace.

Ruby le acarició una mano y le dijo algo en voz tan baja que no la entendí.

—¿Por qué crees que estoy aquí? —pregunté—. He huido de la ciudad. Si me encuentran, me matarán. Es cierto que he vivido en el Palace, pero no he olvidado lo que había ocurrido con anterioridad.

Clara y Beatrice se pusieron de pie y recogieron algunos cuencos que había en el suelo. Mi prima propuso:

—Nos instalaremos en los cuartos que nos correspondan… Nos sentará bien un descanso reparador. —Ayudó a Helene a incorporarse, cogiéndola de la cintura. Sin perdernos de vista, las jóvenes se dispersaron por los diversos túneles.

—¿Por qué las has traído al refugio? —quiso saber Ruby—. ¿Qué sentido tiene?

Intenté respirar acompasadamente y le respondí:

—Nos dirigimos a Califia. Seguramente, Arden os hablaría del asentamiento que hay una vez pasado el puente.

—Sí, el campamento de las mujeres. —El fuego se iba apagando y, como ya no quedaban más que unos pocos leños ennegrecidos, la estancia se enfrió—. Nos explicó que tuviste que marcharte porque ya no era un lugar seguro.

—Es el más seguro con el que contamos, tal vez el único —precisé—. Sobre todo en lo que a las chicas se refiere, pues allí habitan algunas médicas y comadronas que ayudarán en los partos. Podría conseguir alojamiento para todas.

Pip me preguntó:

—¿Cuándo te vas?

El empleo de «te vas» en lugar de «os vais» me enmudeció unos segundos.

—Nos marchamos dentro de una semana, puede que antes. Confiamos en que los muchachos hayan dejado, al menos, algunos caballos. Si disponemos de monturas, el trayecto podría durar menos de cuatro días. Quiero que vengáis las dos.

Ruby se puso en pie, se arropó con el chal y opinó:

—Es mucho tiempo de viaje.

—Tal vez podamos ir más rápido —añadí—. Lo importante es que no nos retrasemos demasiado en salir, porque las tropas nos buscan. El hecho de habernos detenido aquí solo ha sido un alto en el camino para poder recuperarnos.

—¿Y qué me dices de Benny y Silas? —intervino Pip—. No los dejaremos aquí.

—Claro que no. —Instintivamente, intenté cogerle la mano, pero se puso tensa apenas la rocé. Esperé un instante y la retiré—. Los llevaremos e insistiremos en que se queden con nosotras. Todavía son pequeños…, no suponen ninguna amenaza.

Pip no cesó de mover negativamente la cabeza. Se levantó y se sacudió la tierra de los pantalones.

—No puedo —musitó—. No me iré. Aquí estamos a salvo. Todo iba bien antes de que llegases.

Se dio la vuelta, se cubrió con el jersey y echó a andar por uno de los túneles.

Me levanté con la sensación de que acababa de abofetearme.

—¿He de suponer que tú también te quedas? —pregunté a Ruby, tratando de hablar con serenidad.

Mi amiga me había visto llorar infinidad de veces en el colegio y me había abrazado mientras hablábamos de la epidemia o del aspecto que mi madre ofrecía poco antes de morir. No tendría que haber sido una novedad para ninguna de nosotras, y, sin embargo, después de tantos meses separadas, tuve la sensación de que estaba con una desconocida. Hasta su rostro, de mejillas llenitas y ojos grandes y muy separados, eran rasgos a los que debía volver a acostumbrarme.

—No la abandonaré. Nos quedaremos aquí. Nos hemos apañado muy bien por nuestra cuenta.

Apretó firmemente los labios, como si no tuviese nada más que decir, pasó por mi lado y se fue en la misma dirección que Pip.

—Lo lamento. Sé que ya no tiene importancia pero, si pudiera, cambiaría muchas cosas.

Ella no volvió la vista atrás. Cogió a Pip del brazo y la estrechó contra ella. Me quedé sola, pendiente de los murmullos de las chicas, y oí el ligero chapoteo del agua cuando Beatrice sacó afuera los cubos, seguida de Silas y Benny.

Vi cómo mis amigas se alejaban y entraban en la habitación que compartían.