Muy pocos cometen asesinatos movidos por principios filantrópicos o patrióticos […]. La mayoría de los homicidas son personajes muy incorrectos.
Los cuatro detectives permanecían sentados con cara de póker en la que había sido la oficina de Tom Cross, mientras John Brandon les relataba la versión oficial de por qué había sido suspendido el subcomisario. A veces, a Brandon le gustaría volver a ser uno de los muchachos, para poder dar sus razones sin tener la impresión de que al hacerlo socavaba su posición.
—Es preciso dejar esto atrás y conseguir que la investigación avance —dijo rápidamente—. Y bueno, ¿cómo van las cosas con McConnell?
Kevin se inclinó hacia delante, sin levantarse de la silla, y dijo:
—He hecho cuanto me ordenó, señor. Abandonó el calabozo justo antes de medianoche y le he puesto un equipo de vigilancia desde entonces. Aún no ha realizado ningún movimiento sospechoso. Fue directo a casa y, por las luces, parece que se metió en la cama. Esta mañana se ha levantado a las 8:00 y ha ido a trabajar. He puesto un hombre en su gimnasio, como nuevo miembro, y a otro en la calle.
—Siga así, Kevin. ¿Algo más? Dave, ¿ha aparecido algo interesante en los ordenadores?
—Estamos siguiendo muchas matrículas y a tipos con antecedentes por asalto a hombres homosexuales, ya fuese por palizas o por insultos graves. También estamos a punto de cruzar esos listados con los relativos a personas que viajaron a Rusia obtenidos por el sargento Merrick en las agencias de viajes. En cuanto tengamos el perfil, podremos señalar a algunos sospechosos, pero de momento está difícil, señor.
Carol intervino.
—Algunas asociaciones de halterofilia dijeron que nos suministrarían listados con los miembros que habían estado en Rusia o que habían competido contra equipos rusos.
Dave puso mala cara.
—No fastidies, más listas…
—Tengo un contacto en el negocio del cuero —dijo Stansfield—. Es el mayor importador del Reino Unido. Le pregunté por el pedazo que encontramos y me dijo que si se trataba de piel de ciervo, era muy probable que no fuera la chaqueta típica de un currante; que sería de alguien con algo de influencia, pero sin poder real. Ya sabe, alguien como un detective —sonrió— o un político mediocre a mitad de su carrera. Un jefe de estación. El segundo oficial de un barco. Algo así.
Dave sonrió.
—Les diré a los del HOLMES que metan dentro de las variables a los exagentes de la KGB.
Brandon empezó a decir algo, pero el sonido del teléfono lo interrumpió. Tras descolgarlo, dijo:
—Al habla Brandon… —se quedó inexpresivo, de madera, como los ataúdes con los que parecía trabajar—. Sí, señor. Voy ahora mismo. —Colgó el teléfono y se puso en pie—. El comisario en jefe quiere saber cómo es posible que el periódico de la tarde traiga las noticias que trae. —Cruzó la habitación y se detuvo junto a la puerta con una mano en el pomo—. Espero que la persona que haya lavado nuestros trapos sucios en el lavamanos de la Sra. Burgess crea que va a ser capaz de persuadirme de que no dé ejemplo con él. —Lanzó una sonrisa helada a Carol y añadió—: O ella.
Tony cerró la puerta del despacho tras de sí y se despidió de su secretaria con la mano, al tiempo que esbozaba una gran sonrisa.
—Salgo a comer, Claire. Es posible que vaya al Café Genet, en Temple Fields. He quedado con la detective Jordán aquí a las 15:00, pero llegaré antes. ¿De acuerdo?
—¿Seguro que no desea devolver ninguna de las llamadas recibidas a los periodistas? —dijo Claire, mientras él se alejaba ya.
El psicólogo se dio media vuelta y siguió caminando de espaldas a lo largo de la oficina.
—¿Qué periodistas?
—La primera: Penny Burgess, del Sentinel Times. Lleva llamando cada media hora desde que he llegado. Además, en la última hora han llamado de todos los periódicos internacionales y de Radio Bradfield.
Tony frunció el ceño, perplejo.
—¿Y eso? ¿Han dicho lo que querían?
Claire levantó una copia del Sentinel Times que había bajado a comprarle a toda prisa en el quiosco del campus.
—No soy psicóloga, Tony, pero creo que tendrá algo que ver con esto.
Tony Hill se detuvo en seco. Incluso desde donde estaba podía leer los titulares y ver su fotografía en primera página. Atraído como un empaste de hierro por un imán, se acercó al periódico hasta que pudo leer el nombre de Penny Burgess en ambas historias.
—¿Puedo? —dijo con la voz quebrada y la mano tendida hacia el periódico.
Ella se lo tendió y observó su reacción. Le caía bien su jefe, pero era lo suficiente humana como para regodearse en el desasosiego que le había causado a aquel hombre verse por completo expuesto en el periódico. Tony pasó la primera página rápidamente, en busca de la historia que hablaba de él. Con una sensación de horror creciente, leyó:
El doctor Hill se halla bien equipado para adentrarse en la retorcida mente del Matamaricas. Además de sus dos carreras universitarias y su gran experiencia a la hora de tratar directamente con criminales pervertidos que han aterrorizado a la sociedad, posee la reputación de ser muy obstinado.
Un colega suyo ha dicho: «Está casado con su trabajo. Es para lo único que vive. Si alguien puede atrapar al Matamaricas, ese es Tony Hill. Sólo es cuestión de tiempo. Estoy seguro. Tony es implacable. No parará hasta que ese cabrón esté encerrado. Las cosas como son: Tony cuenta con un cerebro privilegiado. Puede que estos asesinos en serie posean elevados cocientes intelectuales, aunque nunca son lo bastante listos cuando tratan con él».
—Por el amor de Dios… —gruñó Tony. Dejando de lado el hecho de que ningún colega respetable habría hecho jamás comentarios como esos, el artículo equivalía a tirar el guante a Andy el Hábil. Parecía un reto. Estaba seguro de que Andy encontraría la manera de responder a esto. Tony lanzó el periódico encima de la mesa y puso mala cara.
—Se ha pasado un poco —dijo su secretaria amablemente.
—Oh, no, no es que se haya pasado… ¡es una irresponsabilidad! —soltó, iracundo—. A la mierda. Me marcho a comer; si llama el comisario, dígale que no pienso regresar. —Se encaminó de nuevo hacia la puerta.
—¿Y la inspectora Jordán? ¿Qué le digo si llama?
—Dígale que he salido del país —le soltó con la puerta abierta—. No, es broma. Dígale que llegaré en punto a nuestra reunión.
Mientras esperaba el ascensor, se dio cuenta de que, por mucha experiencia que tuviera, no estaba preparado para enfrentarse directamente al asesino. Tendría que improvisar sobre la marcha.
Kevin Mathews se bebió de un trago la pinta y levantó la jarra en dirección a la camarera.
—Aunque se trate de una maldita pista falsa, sigue teniendo que haber conseguido el jodido pedazo de cuero de alguna manera, ¿no? —insistió ante Carol y Merrick—. ¿Lo mismo?
Merrick asintió. Carol, en cambio, dijo:
—Que sea un café esta vez, Kevin. Y acércanos un menú; tengo la sensación de que me espera una larga sesión con el doctor… que tiene la mala manía de olvidarse de comer.
Kevin pidió las bebidas y se giró hacia Carol. Con la insistencia que le había granjeado su ascenso, le soltó:
—¿O no tengo razón? Para poner allí ese cuero, no solo ha tenido que conseguirlo, sino que sabe lo excepcional que resulta.
—Así es —dijo Carol.
—Entonces, no es una pérdida de tiempo intentar trazar de dónde proviene, ¿no?
—Yo no he dicho que lo fuera —respondió Carol pacientemente—. Bueno, ¿me vais a poner al día con lo que ha pasado con Tom Cross, o tengo que hacer como el asesino y someteros a tortura?
Mientras Kevin explicaba lo sucedido, Merrick se centraba en otras cosas. Ya había oído la historia un montón de veces. Se inclinó sobre la barra e inspeccionó a la clientela. El Sackville Arms no era el pub más cercano a la comisaría de la calle Scargill, pero tenían Wetley de Yorkshire y Boddington de Manchester, lo que lo convertía, inevitablemente, en un local para policías. El pub estaba situado a las afueras de Temple Fields, un atractivo adicional este para los agentes de la zona cuando la comisaría de Scargill se hallaba abierta. El lugar invitaba a que las putas y los ladronzuelos que querían contarte algo al oído se pasaran por aquí sin que fuera para ellos un inconveniente. Sin embargo, a los pocos meses de cerrar la comisaría, el pub había cambiado sutilmente. Los habituales se habían acostumbrado a que el lugar fuese suyo prácticamente y la distancia entre los polis y el resto de la clientela se hizo evidente. Los agentes que habían seguido acudiendo al pub para recabar información nueva procedente de los bajos fondos se habían encontrado con una recepción gélida. Incluso con un asesino suelto, nadie quería retomar el hábito de informar de nuevo ahora que lo habían dejado.
Merrick escaneó la sala lentamente con ojos de policía y clasificó a los clientes. Puta, camello, chico de compañía, chulo, ricachón, pobretón, mendigo, pelele. La voz de Carol lo sacó del ensimismamiento de su escrutinio.
—¿Tú qué piensas, Don? —alcanzó a oír.
—Disculpe, señora, pero estaba en otra parte. ¿Que qué pienso acerca de qué?
—Discutíamos sobre el hecho de que ya va siendo hora de que empecemos a husmear por nuestra cuenta entre las prostitutas en vez de confiar en las chicas de Antivicio. Llevan tanto tiempo rondando ahí afuera que con gusto saldría a comprobar si me dijeron que estaba lloviendo.
—No se preocupe por las putas —dijo Merrick—; de lo que tendríamos que enterarnos mejor es de cómo funciona la comunidad gay. Y no me refiero a los tipos que han salido del armario y que frecuentan el Agujero del infierno, no. Me refiero a los que lo llevan en secreto. Los que no lo hacen evidente. Son ellos los que han podido encontrarse con el asesino con anterioridad. Es decir, por lo que he leído sobre asesinos en serie, no siempre matan la primera vez. Solo hacen un amago. Como el destripador de Yorkshire. Así que cabe la posibilidad de que haya algún tipo asustado por ahí, metido aún en el armario, que haya sufrido más violencia de la cuenta. Ese podría ser el camino que nos llevase a alguna parte.
—Y Dios sabe que necesitamos un respiro —dijo Kevin—, pero si ignoramos cómo contacta con ellos, ¿cómo vamos a hacerlo nosotros?
Carol musitó:
—Si tienes dudas, pregúntaselo a un policía.
—¿Cómo dices?
—En el cuerpo hay policías gais. Nadie mejor que ellos sabe cómo pasar desapercibido.
—Eso no responde a la pregunta —protestó Kevin—. Si están tan preocupados de mantenerlo en secreto, ¿cómo vamos a saber a quién preguntar?
—La Metropolitana cuenta con una asociación de policías homosexuales. ¿Por qué no hablamos con ellos, de manera confidencial, y les pedimos ayuda? Alguien ha de tener contactos en Bradfield.
Merrick se quedó mirando a Carol con admiración; Kevin, algo frustrado. Pero ambos se preguntaban cómo era posible que la detective Jordán tuviera respuesta para todo.
Tom Cross observó la portada del Sentinel Times y una sonrisa de satisfacción hizo que el cigarrillo que tenía en la boca le temblara de arriba abajo. Puede que la señora Burgess hubiera creído la otra noche que era ella quien controlaba la conversación, pero él sabía que no era así. La había atraído hacia su tela de araña y la había dejado justo donde quería. Aunque lo cierto es que ella lo había hecho mejor de lo que esperaba. Esa frase en la que decía que la policía avanzaba dando tumbos y que seguía los pasos del Sentinel Times, o que el maldito doctor Hill era incapaz de hacer nada, resultaban un golpe de primera.
Hoy iba a haber mucha gente enfadada en la policía de Bradfield. Tom Cross había servido su venganza en la bandeja de plata que le había tendido Penny Burgess. Pero alguien más iba a enfadarse. Cuando leyera el periódico de la tarde, el asesino se sentiría algo más que «fuera de sus casillas».
El comisario apagó el cigarrillo y sorbió un trago de té de la taza. Dobló el periódico y lo dejó encima de la mesa, frente a él. Miró por la ventana de la cafetería. Encendió otro cigarrillo. Lo había hecho para provocar al Matamaricas. Así empezaría a tener menos cuidado, a cometer fallos. Y cuando Stevie McConnell metiera la pata, allí estaría Tom Cross, preparado. Les enseñaría a esos mierdas de jefes que tenía cómo se atrapa a un asesino.
Tony estaba de vuelta en la oficina a las 14:50. Aun así, no se adelantó a Carol.
—La detective ha llegado —le dijo Claire, haciendo un gesto con la cabeza hacia su despacho en cuanto abrió la puerta de afuera—. Está dentro, esperándole. Le he dicho que volvería enseguida.
La sonrisa de Tony fue un poco forzada. Mientras sujetaba el pomo de la puerta, cerró los ojos con fuerza y tomó una gran bocanada de aire. Se impuso a sí mismo lo que creía que era una sonrisa cordial, abrió y entró en la oficina. Nada más oír la puerta, Carol se separó de la ventana por la que estaba observando y le ofreció una mirada fría y calculadora. Tony cerró la puerta tras de sí y se apoyó en ella.
—Parece como si hubieras metido el pie en un charco más profundo que tu zapato —remarcó Carol.
—Eso es una ganancia entonces —dijo Tony con algo más que ironía en su tono—; por regla general, suelo meterme en un charco que es más profundo que yo.
Carol dio un paso hacia él. Había ensayado lo que iba a decirle.
—No hace falta que te sientas así conmigo. La última noche… no fuiste especialmente sincero y yo malinterpreté las señales. Así que, por favor, ¿podemos olvidar lo que pasó y concentrarnos en lo que resulta importante para ambos?
—Que es…
Tony sonó tan impersonal como un terapeuta y su pregunta informal más que retadora.
—… Trabajar juntos para atrapar al asesino.
Tony se alejó de la puerta y buscó la seguridad que le brindaba su silla, intentando que la mesa se mantuviera siempre entre los dos.
—A mí me parece bien —dijo con una sonrisa de medio lado—. Créeme, soy mucho mejor en las relaciones laborales que en las otras. Digamos que nos ha salvado la campana.
Carol se desplazó hasta el otro lado de la habitación y cogió una silla. Cruzó las piernas, que llevaba enfundadas en unos pantalones, y puso las manos sobre el regazo.
—Bueno, pues vamos a ver ese perfil.
—Tampoco tenemos que comportarnos como si fuésemos extraños —dijo él tranquilamente—. Te respeto y admiro esa manera abierta que tienes de aprender nuevos aspectos sobre el trabajo. Mira, antes de… antes de lo que pasó anoche, parecía que avanzábamos hacia una amistad que iba más allá del trabajo. ¿Tan malo era eso? ¿No podríamos quedarnos ahí?
Carol frunció el ceño.
—No es fácil hacer amigos tras haber mostrado tus debilidades.
—No creo que mostrarle a alguien que te sientes atraído por él sea una debilidad.
—Me siento idiota —dijo Carol, sin estar muy segura de por qué se estaba abriendo de aquella manera—. No tenía derecho a esperar nada de ti y, ahora, estoy enfadada conmigo misma.
—Y conmigo, espero —dijo Tony mientras pensaba que la situación estaba resultando menos traumática de lo que había imaginado. Sintió, aliviado, que, aparentemente, sus técnicas de asesoramiento psicológico no habían quedado oxidadas.
—Básicamente, conmigo misma. Pero podré soportarlo. Para mí, lo importante es que el trabajo llegue a buen puerto.
—Y para mí. Ha sido muy extraño encontrarme con una oficial de policía que parece que entiende lo que estoy haciendo. —Tony cogió los papeles que había sobre la mesa—. Carol… esto no tiene nada que ver contigo. Quiero que lo sepas. Es por mí. Tengo problemas que necesito resolver primero.
Carol se quedó mirándolo largo y tendido. Tony sintió una punzada de pánico al darse cuenta de que era incapaz de leer lo que decían sus ojos. No tenía ni idea de lo que Carol estaba sintiendo.
—Entiendo lo que dices —repuso ella con voz fría—. Hablando de problemas, ¿es que no tenemos trabajo?
Carol estaba sentada, sola, en el despacho de Tony, con el perfil del asesino en serie. El doctor la había dejado allí para que lo leyera mientras él trabajaba en la habitación de al lado con su secretaria, poniéndose al día con la correspondencia, que se le había acumulado desde que días atrás Brandon lo había secuestrado. No recordaba haberse sentido tan fascinada por un informe en toda su vida. Si este era el futuro de la policía, quería formar parte de él desesperadamente.
Cuando terminó de leer el bloque principal del texto, accedió a una hoja aparte.
Puntos a tener en cuenta:
1. ¿Algunas de las víctimas mencionaron a algún amigo o pariente que hubiera sido objeto de algún acercamiento sexual no deseado? En ese caso, ¿cuándo, dónde y con quién?
2. El asesino es un acechador. Es probable que su primer encuentro con las víctimas tenga lugar mucho antes de que las mate (incluso semanas antes, no solamente días). ¿Dónde las encuentra? Puede tratarse de un lugar tan banal como la tintorería, el zapatero, una tienda de bocadillos, o un taller donde cambie las ruedas del coche o el tubo de escape. Si tenemos en cuenta que todos viven cerca del tranvía, creo que habría que descubrir si la víctima lo usaba a menudo para ir y venir del trabajo o para salir por las noches. Sugiero que se lleve a cabo una investigación exhaustiva de las cuentas bancarias, recibos de la tarjeta de crédito y otras pruebas anecdóticas procedentes de sus colegas, novias y miembros de la familia. Esto podría ayudar a crear sospechosos.
3. ¿Existe algún indicador de que las víctimas iban a hacer algo en concreto esa noche? Gareth Finnegan mintió a su novia al respecto. ¿Lo hicieron también los demás?
4. ¿Dónde mata? No es probable que sea en su casa, porque habrá tenido en cuenta la posibilidad de que le arresten y habrá hecho todo lo posible para que allí no haya ni una sola pista. También ha de tratarse de un sitio lo bastante grande para que pueda construir y usar las máquinas de tortura que, supuestamente, está utilizando. A lo mejor es un garaje cerrado y aislado, o un módulo en una zona industrial que se queda desierta por la noche. Si tenemos en cuenta que es muy probable que viva en Bradfield, cabe la posibilidad de que tenga acceso a una propiedad privada y aislada.
5. Para poder construir las máquinas de tortura, ha debido de aprender acerca de ellas en algún sitio. Merecería la pena consultar librerías y bibliotecas para ver si alguno de sus clientes se ha interesado o ha adquirido libros sobre tortura.
Carol retrocedió unas páginas para releer un par de párrafos que le habían impresionado especialmente la primera vez. Le parecía increíble lo rápido que había asimilado Tony los montones de folios con información que le había entregado. Y no solo eso, sino que había extraído de ellos los puntos clave con los que Carol era capaz de recrear, por primera vez, una imagen mental, si bien envuelta aún en sombras, del hombre que estaban buscando.
Pero el perfil le planteaba una serie de preguntas. Una de ellas parecía habérsele ocurrido también a Tony. Se preguntaba si la habría dejado de lado por no encontrarla relevante. Sea como fuere, debía preguntárselo. Y tenía que hallar el modo de que no pareciera que lo estaba atacando.