Secarnos las lágrimas y descubrir que unos hechos lamentables y sin defensa posible desde un punto de vista moral podían resultar un espectáculo valioso considerados desde criterios relativos al gusto.
—Bueno, Andy, es tiempo de espectáculo —dijo Tony a la pantalla en blanco de su ordenador. Después de que Carol lo hubiera dejado en casa, había subido las escaleras dando tumbos, se había quitado los zapatos lanzándolos contra la pared y había dejado la chaqueta de béisbol en el suelo. Solamente se detuvo para vaciar la vejiga antes de meterse bajo el edredón de plumas y caer en el sueño más profundo que había tenido en meses. Se despertó pasado el mediodía, pero por una vez no se sintió culpable por el trabajo que tendría que haber estado haciendo. Se sentía fresco, excitado, incluso eufórico. La búsqueda en la casa de Stevie McConnell le había proporcionado la certidumbre de que, realmente, sabía lo que estaba haciendo. Había entendido, con absoluta claridad, que Andy el Hábil no vivía de aquella manera. Y aunque no era algo que pudiera admitir fuera del estrecho círculo de colegas perfiladores, sentía emoción al comprobar que era capaz de encontrar el camino en la cabeza de Andy, y de trazar un mapa que recorriera el laberinto atormentado de su propia lógica. Lo único que tenía que hacer era encontrar la llave que abriera la puerta.
Una vez en la oficina, siguió revisando la pila restante de documentos y anotando ideas mientras avanzaba en sus pesquisas. Luego cerró las carpetas y le dijo a su secretaria que no le pasase más llamadas. Arrastró la silla alrededor de la mesa para que quedase frente a la de los visitantes. Luego colocó la grabadora, aún apagada, sobre la mesa; caminó hasta la puerta y se quedó allí, dándole la espalda, mientras contemplaba la habitación. No podía evitar acordarse de un poema que había leído una vez. Algo sobre un camino que se bifurcaba en un bosque y la importancia de elegir el menos transitado. Por lo que recordaba, sus fascinaciones le habían llevado por el camino menos transitado. Era el camino que seguían sus pacientes, el sendero oscuro que conducía hacia la maleza y se alejaba del camino ancho e iluminado por el sol.
—He de entender por qué eliges ese senda, Andy —murmuró—. Es lo que mejor se me da. Porque sé con certeza qué me atrae de él. Pero yo no soy como tú. Puedo volver atrás siempre que quiera. Y puedo elegir el camino soleado. No tengo que quedarme aquí. Lo único que estoy haciendo es estudiar tus huellas.
O, al menos… eso es lo que le digo a la gente. Pero nosotros sabemos la verdad, ¿no es cierto? No puedes esconderte de mí —dijo en voz baja—, porque yo soy como tú. Soy tu reflejo. Soy el cazador furtivo que se ha convertido en guardabosques. Darte caza es lo único que impide que me convierta en ti. Aquí estoy, pues, esperándote. Final de trayecto.
Se quedó quieto un momento más, saboreando su propia confesión. Al cabo de un rato se sentó en la silla y se inclinó hacia delante con los hombros apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas, sin apretarlas.
—De acuerdo, Andy —dijo—, estamos tú y yo solos. Nos vamos a saltar los preliminares; esa parte en la que mantenemos un enfrentamiento verbal tras el cual, decides abrirte a mí. Vamos a ir directamente al grano. Para empezar, quiero decirte que estoy muy impresionado. Nunca he visto un trabajo tan limpio. Y no hablo solo de los cadáveres, me refiero a todo. Lo has hecho muy bien. Nunca hay testigos. Deja que vuelva a formularlo. Nadie ha notado nada extraño en lo que ha visto u oído, porque es evidente que debe de haber alguien que haya visto u oído algo; pero nadie estableció ninguna conexión. ¿Cómo te las arreglaste para ser tan invisible?
Presionó la tecla «grabar» de la grabadora, luego se puso de pie y se sentó en la otra silla. Tomó una bocanada intensa de aire y, de forma deliberada, relajó el cuerpo. Usaba técnicas de respiración para entrar en un ligero estado de trance. Ordenó a su subconsciente que se dejase llevar, para permitir que su yo más profundo pudiera acceder libremente a todo cuanto conocía sobre Andy el Hábil y así lograr responder por él. Cuando habló, hasta su voz sonaba diferente; el timbre era más duro; el tono, más profundo.
—Me mimeticé. Tuve cuidado. Observé y aprendí.
Tony volvió a cambiar de silla.
—Es evidente que hiciste un buen trabajo. ¿Cómo los elegiste?
De vuelta a la silla de Andy.
—Me gustaban. Sabía que con ellos sería especial. Quería ser como ellos. Todos tenían un buen trabajo, una buena vida. Soy bueno aprendiendo cosas. Podría haber conseguido ser como ellos. Podría haber encajado en sus vidas.
—Entonces, ¿por qué matarlos?
—La gente es imbécil. No me entiende. Yo soy ese del que siempre se ríen… hasta que aprenden a tenerme miedo. No me gusta que se rían de mí. Y estoy cansado de que la gente se muestre cautelosa conmigo… como si fuera un animal dispuesto a atacarles. Les di una oportunidad, pero ellos no me dieron opción. Tenía que matarlos.
Tony se hundió en su silla.
—Y después de haberlo hecho una vez, te diste cuenta de que no había nada mejor.
—Me sentía bien. Lo controlaba todo. Sabía lo que iba a suceder. Lo había planeado todo ¡y funcionaba! —Tony se sorprendió ante el grado de entusiasmo que había manifestado. Esperó, aunque parecía que no iba a añadir nada más.
—Pero no dura mucho, ¿verdad? —De nuevo en su silla—. El placer, la sensación de poder.
De vuelta a la silla de Andy, se sintió perdido por primera vez. Por regla general, la escenificación le servía para abrir la mente y generar ideas. Conseguía que sus pensamientos fluyeran con libertad. Pero había algo que parecía atascar la situación. Y ese algo era, claramente, lo que tenía que desentrañar. Volvió a su silla y pensó en ello.
—Los asesinos en serie realizan sus fantasías por medio de sus crímenes. El crimen en sí mismo nunca está a la altura de la fantasía, por lo que su poder resulta limitado. Sus detalles se incorporan a la fantasía, lo que suele dar paso casi de inmediato a asesinatos más rituales. Y viceversa. Pero según avanza el tiempo, la fantasía tiene cada vez menos poder y los homicidios precisan ser más frecuentes para alimentarla. Aunque tú sigues espaciando los asesinatos en el tiempo. ¿Por qué?
Se cambió de sitio sin muchas esperanzas. Hizo que su mente se quedara en blanco y dejó que su conciencia vagara, pensando que así se le ocurriría alguna respuesta que satisficiese su idea sobre Andy el Hábil. Tras unos instantes, sintió que estaba perdiendo la conciencia. De pronto, lo que le había parecido muy lejano se manifestó en una profunda risotada.
—Yo sé a qué se debe, pero eres tú quien tiene que descubrirlo —se burló con su propia voz.
Tony agitó la cabeza como si se tratara de un buceador que acabara de alcanzar la superficie. Aturdido, se puso en pie y abrió las carpetas de golpe. Se había excedido en el empleo de técnicas alternativas. Lo más interesante fue el momento en el que su cerebro se había detenido. Ese constituía, de hecho, uno de los rasgos distintivos del asesino: los espacios entre los diversos crímenes eran constantes. Incluso le daba tiempo a usar una cámara, lo que lo hacía excepcional.
Esta línea de pensamiento hizo que Tony recuperase el vigor y decidiera pasarse por la sección de Estudio de medios vinculada a la biblioteca de la universidad. Allí repasó los números del Bradfield Evening Sentinel Times relativos a ciertas fechas. Un escrutinio cuidadoso de las páginas de ocio reveló más bien pocas cosas en común respecto a las cuatro noches en cuestión, a menos que se propusiera considerar que el cine local siempre echaba comedias británicas en blanco y negro los lunes por la noche. No obstante, no creía que Pasaporte para Pimlico pudiera excitar las tendencias homicidas y sexuales de alguien. Finalmente, justo después de las 19:00, se sintió listo para empezar a trazar el perfil. Comenzó con las advertencias habituales:
El perfil del siguiente agresor sirve solo a modo de guía y no debería considerarse un retrato robot. Es poco probable que el agresor cumpla cada detalle del perfil, pero espero que haya un alto grado de congruencia entre las características que voy a resaltar y la realidad. Todas las frases de este perfil expresan probabilidades y posibilidades, no certezas.
Un asesino en serie produce señales e indicadores a la hora de cometer sus crímenes. Todo lo que hace es intencionado (consciente o inconscientemente) y forma parte de un patrón. Desentrañar el patrón subyacente pone al descubierto la lógica del asesino. Puede que a nosotros no nos parezca lógico, pero para él resulta crucial. Su lógica es tan idiosincrásica que las trampas sencillas no conseguirán capturarle. Como es único, los medios empleados para capturarle, interrogarle y reconstruir sus actos también habrán de serlo.
A continuación, incluyó en el perfil una descripción detallada de las cuatro víctimas. Volcó en él todo lo que había deducido de los informes policiales sobre sus respectivas circunstancias domésticas, su trayectoria laboral, su reputación entre amigos y colegas, hábitos, condición física, personalidad, relaciones familiares, aficiones y comportamiento social. Después trazó un breve resumen del informe que el patólogo había realizado sobre cada una de las víctimas, con la naturaleza de sus heridas y la descripción de los escenarios del crimen. Y siguió con el importantísimo proceso de organizar y disponer la información de manera comprensible con el objetivo de poder empezar a extraer conclusiones.
Por lo que se sabe, ninguna de las cuatro víctimas poseía un historial de relaciones homosexuales (aun cuando no se pueda excluir una orientación homosexual/bisexual, no existen evidencias que lo sugieran en ninguno de los cuatro casos). No obstante, todos los cadáveres fueron arrojados a una zona frecuentada por la comunidad gay. De hecho, los cadáveres fueron abandonados en áreas donde se produce la consumación de actos sexuales esporádicos. ¿Qué información nos aporta esto respecto del asesino?
1. Es un hombre que no se siente a gusto con su propia sexualidad. Elige deliberadamente a hombres que no se identifican abiertamente como gais. Quizás haya realizado alguna aproximación sexual hacia estas personas en el pasado y fuera rechazado. Casi con seguridad, el asesino no es un gay reconocido. Es probable que reprima su sexualidad a cambio de algún coste personal. O que creciera en un entorno en el que la masculinidad fuera recompensada y alabada, mientras que la homosexualidad fuera condenada; posiblemente, en un entorno religioso. Si mantiene alguna relación, ya sea de pareja o sexual, será con una mujer. Y es posible que tenga problemas de impotencia con dicha pareja.
Tony miró la pantalla con aire sombrío. Odiaba la manera en que, a veces, su trabajo lo obligaba a enfrentarse con sus propios problemas. ¿Acaso sus dificultades sexuales guardaban relación con el hecho de que se sintiera atrapado en el camino menos transitado? ¿Llegaría la noche en que una mujer fuera demasiado lejos, cuando el interés de ella por reducir su problema a un comentario sobre su feminidad lo sacara de sus casillas? Para Tony se trataba de un escenario muy vivido. Por eso Angélica estaba a salvo. Cuando ella lo forzaba a distraerse, siempre podía colgar el teléfono de golpe en vez de pegarle una bofetada. O algo peor. Era mejor no arriesgarse. Ni siquiera podía plantearse pensar en Carol Jordán. Lo había visto en sus ojos: le interesaba algo más, aparte de su mente. «No pienses en ello, joder. Vuelve al trabajo».
2. Desprecia a todo el que expresa su homosexualidad abiertamente. Al menos, parte de su motivación a la hora de usar esos lugares para arrojar los cadáveres se debe a que quiere mostrar que los desdeña. Y también pretende asustarles. Al mismo tiempo, demuestra su superioridad: «Fijaos, puedo ir de un lado para otro camuflado entre vosotros y nadie me reconoce. Puedo profanar vuestros lugares y no podéis detenerme».
3. Pero está familiarizado con las zonas que frecuentan los gais para socializar y elegir parejas sexuales. Podría ser que su trabajo le llevase a Temple Fields de vez en cuando, quizá para realizar entregas o proporcionar algún servicio a los negocios de la zona. Le fascina la cultura gay, hasta el punto de haber explorado la zona de Carlton Park donde tienen lugar los escarceos homosexuales.
4. Posee un enorme autocontrol. Conduce hasta un área poblada y se deshace de los cadáveres sin levantar sospechas.
—Háblame de ello —dijo amargamente. Se puso en pie y recorrió la distancia que había desde la ventana a la puerta—. Yo podría haber escrito el manual. —Desde que los abusones la habían tomado con él, el chico más bajito de la calle y de la clase, había aprendido severas lecciones de autocontrol—: nunca demuestres que estás herido, porque eso les anima. Nunca les muestres que han dado en el clavo, porque revelaría tus puntos débiles. Aprende a ser uno de los muchachos. Aprende el lenguaje, el idioma corporal, adquiere su actitud. ¿Y qué obtienes si lo mezclas todo? Pues una persona que no tiene la más remota idea de quién es realmente. Obtienes un actor consumado, un impostor humano que puede mimetizarse como si fuera un camaleón —el milagro es que engañara a tanta gente. Brandon había considerado que se trataba de un buen tipo. Era obvio que a Carol Jordán le gustaba. Claire, su secretaria, pensaba que era el mejor jefe que había tenido jamás. Se hacía pasar por un ser humano, sí. La única persona a la que no podía engañar era a su madre, que seguía tratándole con un desdén que apenas si disfrazaba, lo único que le había demostrado en vida. Según ella, era culpa de él que su padre los hubiera abandonado. Ella lo habría dejado en un hogar de acogida de no ser por la necesidad que tenía de permanecer con sus padres, que eran quienes la mantenían económicamente. Y de ahí que se lanzara de cabeza a estudiar una carrera en cuanto fue capaz de convencer a su madre de que cuidase del pequeño Tony. Él lo había intentado todo para ser bueno. Hacía cuanto le decía su abuela, pero no siempre resultaba fácil. No era una mala mujer; sólo estaba constreñida por su educación, conforme a la cual a los niños había que observarlos, pero no escucharlos. La respuesta de su abuelo a la tiranía de su esposa consistió en refugiarse en la casa de apuestas, jugar a los bolos y marcharse a la legión. Tony había aprendido lo del autocontrol pronto y por las malas. ¿Sería esto mismo lo que le había sucedido a Andy? Se frotó los ojos, que notaba sorprendentemente secos, volvió a sentarse en la silla y empezó a teclear como un loco.
5. Su situación en casa y en el trabajo le permite estar libre los lunes por la noche y que nadie conocido lo vea en Temple Fields. Esto plantea varias posibilidades: ha elegido los lunes porque tiene la noche libre o porque su novia/mujer está fuera de casa; ha decidido matar ese día de la semana porque así lo hizo la primera vez y le salió bien, y ahora se muestra supersticioso; o ha podido decidir matar los lunes con la esperanza de que eso confunda a los investigadores. Por descontado, es inteligente y no deberíamos creer que unos planteamientos tan cuidados sean cosa del azar.
Se detuvo para reflexionar y ojeó las notas que había escrito. Aún no estaba pensando como Andy el Hábil, pero cada vez se sentía más cerca de su escurridiza mente. Volvió a preguntarse si su implicación en la lógica retorcida de los asesinos constituía una especie de sustitución (lo único que impediría en realidad que se uniese a su club). Dios era testigo de que en ocasiones la forma de pensar de aquellas mentes le había resultado atractiva. Otras veces incluso había sentido esa rabia asesina, aunque solía dirigirla contra sí mismo en vez de contra la persona con la que estaba en la cama.
—Ya es suficiente —dijo en voz alta, y su atención regresó a la pantalla resplandeciente.
El atacante es un asesino en serie disciplinado que está consiguiendo mantener un intervalo de ocho semanas entre asesinato y asesinato. Esta constancia resulta poco frecuente, pues el patrón habitual nos indica que el tiempo de espera se reduce debido a que los crímenes pierden efectividad a la hora de satisfacer las fantasías del asesino. Una de las razones para mantener este espacio de tiempo podría deberse a que pasa muchas horas acechando a su víctima antes de matarla. Así, el placer de la anticipación, junto con el recuerdo cercano de sus crímenes anteriores actuarían a modo de freno. También creo que el asesino estaría usando una cámara para grabar sus prácticas, que alimentarían una serie de fantasías entre los diversos homicidios.
Se detuvo a pensar en lo que había escrito. En el gran obstáculo. Puede que su análisis fuera lo bastante bueno para convencer a un aficionado, pero él no se sentía en absoluto satisfecho. Aun así, con los datos que tenía, no podía extraer más información para explicar mejor las cosas. Suspiró y continuó.
¿Cuál es la intención principal de sus asesinatos? Podemos descartar el homicidio a consecuencia de una actividad criminal como el robo, ya sea personal o en una casa. También podemos descartar los asesinatos emocionales, egoístas o por causas específicas, tales como la autodefensa, la compasión, el homicidio o las disputas domésticas. Esto los reduce a la categoría de homicidios sexuales.
Las víctimas elegidas pertenecen por entero a la categoría de bajo riesgo. En otras palabras, todas ellas tenían ocupaciones y estilos de vida que no las convertían en objetivos vulnerables. La otra cara de la moneda es que el asesino debe correr muchos riesgos para capturarlos y matarlos. ¿Qué nos dice todo esto del homicida?
1. Que actúa bajo grandes niveles de estrés.
2. Que planea los asesinatos cuidadosamente. No puede permitirse ningún fallo, porque, en caso de cometerlo, sus víctimas escaparán y lo pondrán en peligro, tanto física como legalmente. Es casi seguro que se trata de un acechador. Elige a sus víctimas con cuidado y estudia su vida al detalle. Resulta curioso que, de momento, no haya tenido que cambiar de noche. ¿Ello se debe a la elaboración de planes muy cuidadosos, al hecho de que lo haya arreglado con antelación o se trata solo de suerte? Sabemos que la tercera víctima, Gareth Finnegan, le dijo a su chica que salía por ahí con los colegas, pero parece que ninguno de sus amigos o compañeros de trabajo sabía nada al respecto y no queda claro si fue raptado en su casa o si el asalto tuvo lugar en algún punto convenido de antemano. Podría ser que el asesino hubiera quedado anteriormente con las víctimas, ya sea en su casa o en otros lugares. Incluso podría hacerse pasar por agente de seguros o algo similar, aunque no creo factible que reúna las habilidades necesarias para ganarse la vida desempeñando un trabajo así.
3. Le gusta el riesgo añadido de andar por la cuerda floja. Necesita ese subidón.
4. Debe de conservar algunas áreas de madurez emocional tras su disfraz que le permitan mantenerse bajo control dentro de situaciones tan estresantes. Esto también podría hacer que su trayectoria profesional no fuera tan pobre como acostumbra a suceder entre asesinos en serie. (Consultar más adelante).
La mayoría de asesinos en serie muestra un aumento progresivo de sus actividades como un modo de indicar que necesita más emociones o una mejor realización de sus fantasías. Al igual que en una montaña rusa, cada subida debe ser más alta que la anterior para compensar la inevitable caída que la ha precedido…
Tony levantó la cabeza, asustado. ¿Qué había sido ese ruido? Le había parecido que se trataba de la puerta de la planta en donde estaba la oficina, pero a esta hora de la noche no debería haber nadie en el piso. Nervioso, se alejó del ordenador, arrastrando la silla sobre la moqueta con sus cojinetes silenciosos hasta que se apartó de la mesa y del haz de luz que arrojaba la lámpara que había junto al ordenador. Contuvo el aliento y escuchó. Silencio. La tensión empezó a esfumarse poco a poco. Y de pronto, una línea de luz apareció bajo la puerta de su oficina.
El sabor metálico del miedo agarrotó el cuerpo de Tony. Lo más parecido a un arma ofensiva que conservaba en su oficina era una ágata que usaba de pisapapeles. La cogió y descendió con cuidado de la silla.
Cuando Carol abrió la puerta, se quedó desconcertada al ver a Tony al otro lado de la habitación con una piedra en la mano.
—¡Soy yo! —gritó.
Tony bajó las manos.
—Oh, mierda.
Carol sonrió.
—¿Qué esperabas? ¿Ladrones? ¿Periodistas? ¿Al hombre del saco?
—Lo siento —dijo él, más relajado—. Te pasas el día intentando meterte en la cabeza de un chiflado y acabas tan paranoico como él.
—«Chiflado» —musitó la policía—. ¿Es algún término técnico que usáis los psicólogos?
—Sólo entre estas cuatro paredes —dijo mientras volvía a su mesa y dejaba el ágata en su lugar—. ¿A qué debo este placer?
—Pues como parece que British Telecom es incapaz de conectarnos, he pensado que sería mejor acudir personalmente —respondió mientras cogía una silla—. Esta mañana he dejado un mensaje en el contestador de tu casa. He pensado que ya habrías salido a trabajar, pero tampoco estabas aquí. He vuelto a intentarlo a eso de las 16:00, pero en tu extensión no contestaba nadie. Al menos, asumo que por eso la operadora me ha dicho: «Ahora mismo le paso», y he acabado sumergida en un agujero negro. Y, como es natural, a estas horas las operadoras ya se habían ido a casa y no sabía cuál era tu línea directa.
—Y eso que eres detective —la pinchó.
—Bueno, esa es mi excusa. De hecho, no aguantaba ni un minuto más en la calle Scargill.
—¿Quieres que hablemos de ello?
—Solamente si puedo hacerlo con la boca llena. Me muero de hambre. ¿Podríamos ir a comer algo rápido con curry?
Tony miró la pantalla del ordenador y volvió a mirar a Carol, que tenía la cara demacrada y ojos de cansada. Le gustaba, aunque no quería acercarse demasiado a ella. Y la necesitaba de su parte.
—Deja que grabe este archivo y nos vamos. Ya vendré más tarde a terminarlo.
Veinte minutos después estaban atacando unas cebollas bhajis y un pollo pakora en el café asiático de Greenholm. Los demás clientes eran estudiantes y gente políticamente correcta que no había asumido todavía que no estudiaban otra cosa que corrección política.
—No sale precisamente en las guías de restaurantes, pero es barato y está animado. Y te atienden rápido —se disculpó el psicólogo.
—A mí me parece bien. Yo soy de huevos con tostadas más que el propio Egon Ronay. Es mi hermano el que ha sacado los genes de gastrónomo en la familia. —Y miró rápidamente a su alrededor. Su mesa (para dos) estaba a menos de treinta centímetros de la de al lado—. ¿Me has traído deliberadamente aquí para que no podamos hablar de trabajo? ¿Se trata de una treta de psicólogo para refrescar mi mente?
Tony abrió los ojos como platos.
—Ni siquiera se me había ocurrido. Pero tienes razón… aquí no podemos hablar.
Carol sonrió y se le iluminaron los ojos.
—No te haces una idea de cuánto me alegro.
Siguieron comiendo, pero en silencio, durante unos minutos. Fue él quien lo rompió. Así podría controlar de lo que hablaban.
—¿Por qué te decidiste a ser policía?
Carol enarcó las cejas.
—Porque me gusta oprimir a los menos privilegiados y hostigar a las minorías raciales —bromeó.
—No creo —sonrió Tony.
Ella dejó el plato a un lado y suspiró:
—Idealismo de juventud. Tenía la loca idea de que la policía debía servir a la sociedad y protegerla del desorden y la anarquía.
—No es una idea tan loca, créeme. Si tratases con la gente con la que estoy acostumbrado a tratar yo, te sentirías aliviada de que no estén en las calles.
—Sí, la teoría es buena. Lo que es una mierda es la práctica. Todo empezó cuando estudié sociología en Manchester. Me especialicé en sociología de las organizaciones, y todos mis contemporáneos desdeñaban a la policía por considerarla una fuerza corrupta, racista y sexista cuyo único papel era el de preservar el bienestar ilusorio de la clase media. Hasta cierto punto, estaba de acuerdo con ellos. La diferencia estribaba en que mientras ellos querían atacar a las instituciones desde fuera, yo siempre había creído que si deseas que haya cambios reales, debes provocarlos desde dentro.
Tony sonrió.
—¡Vaya, una pequeña subversiva!
—Sí, bueno… imagino que no sabía dónde me estaba metiendo. Lo de David contra Goliat era un juego de niños comparado con la pretensión de intentar cambiar las cosas en la policía.
—Háblame de ello —dijo Tony, convencido—. Esta fuerza nacional podría revolucionar la tasa de resolución de crímenes graves, pero por la manera en que se comportan algunos de los viejos oficiales, podrías pensar que están diseñando un plan para que los pedófilos se conviertan en guardaespaldas de los niños.
Carol se rio.
—¿Quieres decir que preferirías estar encerrado en el loquero con los demás chiflados?
—A veces me siento como si nunca hubiera salido de ahí. No te haces a la idea del cambio tan drástico que supone trabajar con gente como tú y John Brandon.
Antes de que pudiera responder, llegó el camarero con los platos principales.
Mientras ella se servía una cucharada de cordero y espinacas, pollo karahi y arroz pilau, dijo:
—¿Tu trabajo también supone los mismos conflictos a la hora de conciliar vida privada y servicios policiales?
Tony contestó, automáticamente a la defensiva, con otra pregunta.
—¿A qué te refieres?
—Como tú mismo has dicho antes, te obsesionas con tu trabajo. Te pasas el día tratando con memos y animales…
—Y eso que son tus compañeros de trabajo —bromeó él.
—Sí, así es. Y llegas a casa por la noche, tras ver cadáveres y vidas rotas, y se supone que tienes que sentarte delante del televisor, tragarte los culebrones y comportarte como una persona normal.
—Pero no puedes, porque tu cabeza sigue conectada a los horrores del día. Y, además, tu trabajo conlleva la complicación añadida de los cambios de turno.
—Exactamente. ¿Tienes tú los mismos problemas?
¿Lo preguntaría por mera curiosidad o se trataba de una manera tangencial de descubrir cosas acerca de su vida privada? A veces, Tony desearía poder apagar esa parte de su cabeza que se dedicaba a analizar cada frase, cada gesto, cada intrincado movimiento del lenguaje corporal y disfrutar de estar cenando con alguien que, a su vez, parecía gozar de su compañía. Consciente de pronto de que había realizado una pausa demasiado larga entre pregunta y respuesta, dijo:
—Creo que yo soy incluso peor que tú a la hora de desconectar. Normalmente, los hombres son más obsesivos que las mujeres. Es decir, ¿cuántas mujeres conoces que tengan como afición apuntar los números de serie de los trenes, coleccionar sellos o ser hinchas de un equipo de fútbol?
—¿Y eso interfiere en tus relaciones personales? —insistió Carol.
—Bueno, ninguna de ellas ha llegado demasiado lejos —dijo intentando mantener el mismo tono de voz—, pero no sé si eso tiene que ver con el trabajo o conmigo. La verdad es que lo último que me gritan cuando salen por la puerta no suele ser: «¡Tú y tus putos chiflados!», así que imagino que debe de ser cosa mía. ¿Y tú? ¿Cómo lidias con los problemas del trabajo?
El tenedor de Carol siguió su viaje hasta la boca, y luego masticó y tragó su bocado de carne con curry antes de contestar.
—He descubierto que a los hombres no les gustan mucho los turnos a menos que ellos también los hagan. Ya me entiendes, nunca estás allí con el té preparado cuando tienen que salir corriendo para jugar ese partido de squash tan vital. Si a eso le añades la dificultad de hacerles comprender por qué tu trabajo se te mete en la cabeza y no sale, y qué es lo que queda de ti… Médicos jóvenes, otros policías, bomberos, conductores de ambulancia. Y, por mi experiencia, no hay muchos que quieran mantener una relación con un igual. Imagino que el trabajo nos absorbe demasiado, de modo que no nos queda mucho que ofrecer. El último hombre con el que estuve era médico y lo único que quería hacer cuando no estaba trabajando era dormir, follar o irse de fiesta.
—¿Y tú querías más?
—Yo quería conversar de vez en cuando, quizás incluso ir al cine o una noche al teatro. Pero lo soportaba porque le quería.
—Entonces, ¿por qué le dejaste?
Carol se quedó mirando el plato.
—Gracias por el cumplido, pero no fui yo. Cuando me mudé aquí, decidió que conducir por la autopista para poder verme era una manera estúpida de malgastar un tiempo valioso en polvos, así que me dejó por una enfermera. Ahora estamos solos el gato y yo. A él no parece afectarle lo de mi horario.
—Ah —soltó él. Había entrevisto el dolor real que se agazapaba bajo su compostura, pero, por una vez, ninguna de sus habilidades profesionales parecía capaz de sugerirle una respuesta adecuada.
—¿Y tú? ¿Estás con alguien?
Tony negó con la cabeza y siguió comiendo.
—¿Un tío como tú? Yo habría dicho que hacía años que te habían echado el lazo —dijo ella en un tono medio en broma que parecía encubrir algo que él quiso considerar fruto de su imaginación.
—Ya, pero tú solo has visto lo bueno. Cuando hay luna llena, me sale pelo en la palma de las manos y me pongo a aullar —dijo mientras lanzaba una mirada exageradamente lasciva a la detective—. No soy lo que parezco, jovencita —gruñó.
—Oh, abuelita, pero qué dientes más grandes tienes —dijo ella en falsete.
—Para comer este curry mejor —rio él. Sabía que en ese punto podría haber hecho avanzar la relación que compartían, pero había pasado demasiado tiempo levantando sus defensas contra estos momentos en particular para dejar que ahora la debilidad lo abatiera tan fácilmente. Además, no sentía necesidad de embarcarse en una relación con ella. Ya tenía a Angélica y las amargas experiencias le habían enseñado que no podía ir mucho más lejos si quería que la cosa funcionara.
—¿Cómo te metiste en este tipo de trabajo que destruye el espíritu? —le preguntó Carol.
—Mientras hacía el doctorado descubrí que odiaba hablar ante un público, que es lo que predomina en el trabajo académico. Así que hice prácticas en una clínica —dijo él, y empezó a contar una serie de anécdotas sobre su carrera.
Se sintió relajado, como un hombre que tras caminar por encima de un lago helado descubre, de pronto, que ya pisa tierra firme.
Pasaron el resto de la comida charlando de asuntos más seguros relativos a sus estudios y Carol le pidió la cuenta al camarero cuando este se acercó a limpiar la mesa.
—Yo me encargo de la cuenta, ¿de acuerdo? No es un rollo feminista: considérate un gasto laboral legítimo.
Mientras caminaban de vuelta a la oficina de Tony, este dijo:
—De vuelta al trabajo entonces. ¿Qué tal te ha ido el día, Carol?
El cambio drástico de los temas personales al caso que los ocupaba le confirmó a Carol que tenía que ir con cuidado con el doctor. Nunca había visto que nadie se retrajera tan rápido ante un simple flirteo. Era todo un misterio. Y mucho más considerando que ella había notado que le gustaba. Y no tenía ninguna duda acerca de su capacidad para atraer a los hombres. Cuando menos, la posibilidad de buscar juntos a Andy el Hábil le iba a brindar un tiempo y espacio extra para tender puentes entre ambos.
—Esta mañana se produjo un cambio. Al menos, eso es lo que estábamos deseando todos.
Tony se detuvo de golpe y miró a Carol a la cara.
—¿Qué tipo de cambio? —requirió.
—Tranquilo, no te estamos ignorando. En la mayoría de investigaciones resulta poco más que un detalle, pero como en este caso sabemos tan poco, todo el mundo está emocionado. Han encontrado un pedazo de cuero rasgado en un clavo de la verja del patio de La reina de corazones. Los forenses han estado trabajado en él y han descubierto que es muy inusual. Se trata de piel de ciervo procedente de Rusia.
—Oh, Dios santo —dijo él en voz baja. Se giró y dio un par de pasos—. No me lo digas, deja que lo adivine: no se consigue en el país y es probable que tengáis que enviar a alguien a Rusia para que detecte su origen. Qué críptico. ¿Tengo razón?
—¿Cómo diablos lo has sabido? —preguntó Carol mientras se ponía a su altura y le agarraba de la manga.
—Estaba temiéndome algo así —respondió sin más.
—Así, ¿cómo?
—Una pista falsa escandalosa que hiciera que toda la policía empezase a correr en círculos a su alrededor como un pollo descabezado.
—¿Crees que se trata de una pista falsa? —reaccionó ella casi gritando—. ¿Pero, por qué?
Tony se frotó las manos ante su cara y se las pasó por el pelo.
—Carol, este tipo ha sido muy cuidadoso. Ha adoptado una actitud casi clínica en su obsesión por no dejar pistas. Normalmente, los asesinos en serie tienen un C. I. muy alto y es probable que Andy el Hábil sea uno de los más inteligentes con los que me haya topado jamás, tanto personalmente como en papel. Y de pronto, como salida de la nada, obtenemos no solo una vieja pista, sino una pista tan oscura que solo podría ignorarla un pequeño segmento de la población. ¿Y pretendes hacerme creer que es buena? Esto es justo lo que desea. Me apuesto lo que quieras a que os habéis pasado el día yendo de un lado para otro, intentando averiguar de dónde ha salido semejante pedazo de cuero. ¿Verdad? Espera, no me lo digas; deja que lo adivine. Seguro que ahora mismo hay toda una brigada dedicada a estudiar la vida de Stevie McConnell, tratando de descubrir de dónde diablos lo sacó.
Carol se quedó mirándolo fijamente. Resultaba tan terriblemente obvio cuando él lo explicaba… Pero nadie más había cuestionado la validez de aquel pedazo de cuero.
—¿Tengo razón? —preguntó, más amable esta vez.
Carol hizo una mueca.
—Toda una brigada no, solo Don Merrick, un par de agentes y yo. He pasado la mayor parte del día al teléfono, hablando con expertos en levantamiento de pesas y culturismo, intentando establecer si McConnell había formado parte alguna vez de un equipo nacional o regional que hubiera competido en Rusia o contra los rusos. Y Don y los muchachos han estado preguntando en las agencias de viajes para averiguar si alguna vez estuvo allí de vacaciones.
—Ay, Dios… ¿Y?
—Hace cinco años era uno de los miembros del equipo de levantadores de pesas de North West, y compitió en un evento en lo que entonces era Leningrado.
Tony tomó una bocanada profunda de aire.
—Qué pobre tonto sin suerte. No creo que la idea se os metiese deliberadamente en la cabeza a ninguno de vosotros. No pretendo hablarte con condescendencia. Soy consciente de que os acercáis y de que queréis cazar a ese cabrón cuanto antes. La cuestión es que si me hubierais informado a tiempo, no habría podido adquirir significado para nadie.
—He intentado llamarte esta mañana. Ni siquiera me has dicho aún dónde estabas.
Tony levantó la mano.
—Disculpa, estoy sobreactuando. Estaba en la cama, dormido, con los teléfonos apagados. Me sentía exhausto después de lo de anoche y sabía que no podría concentrarme para realizar el perfil a menos que durmiese. Debería haber consultado el contestador nada más despertarme. Lo siento. No tenía que haberte hablado así.
Carol sonrió.
—Esta vez no te lo voy a tener en cuenta, pero guárdate toda esta sobreactuación para cuando atrapemos a Andy, ¿vale?
Tony torció el gesto.
—¿No deberías decir «si»?
Parecía tan vulnerable y falible, con los hombros caídos y la cabeza gacha, que el impulso de Carol cuestionó la decisión que había tomado minutos antes de tomárselo con calma. Se adelantó y abrazó a Tony.
—Si alguien puede hacerlo, ese eres tú —le susurró mientras acercaba su cara a la mejilla del psicólogo y le acariciaba, como un gato que marca su territorio.
Brandon se quedó mirando a Tom Cross con espanto.
—¿Que ha hecho qué? —inquirió.
—He registrado la casa de McConnell —respondió Cross beligerante.
—Me parece que dejé bien claro que no teníamos ningún derecho a hacer eso. Ningún juez del mundo va a aceptar que un arresto por asalto común en la calle baste para una sospecha de asesinato.
Cross sonrió. Se trataba de una sonrisa que habría conseguido erizarle el pelo del cuello a un rottweiler.
—Con todos mis respetos, señor: eso era antes. Ahora que la inspectora Jordán ha descubierto que McConnell estuvo en Rusia, la cosa cambia. Al fin y al cabo, no hay mucha gente que tenga acceso a chaquetas de cuero hechas en Rusia. Le apunta directamente. Y más de un juez me debe una.
—Debería, haberlo hablado conmigo —dijo Brandon—. Mi última orden fue que no hiciera ningún registro.
—Y lo intenté, señor, pero estaba usted en una reunión con el jefazo —respondió en voz baja—. Pensé que sería mejor golpear mientras el hierro estuviera caliente, ya que no vamos a poder retenerlo de forma indefinida.
—Así que ha perdido más tiempo buscando en la casa de McConnell —dijo el comisario con amargura—. ¿No cree que usted y sus hombres podrían haberlo empleado en algo mejor?
—Aún no le he dicho lo que he encontrado.
Brandon sintió una opresión en el pecho. No era un hombre dado a las premoniciones, pero la aprensión que sentía ahora mismo era tan palpable como cualquier prueba sólida que hubiese investigado jamás.
—Piense con mucho cuidado lo que va a decir a continuación, subcomisario —dijo con cautela.
Cross puso cara de hallarse completamente azorado y no enterarse de nada, pero estaba tan pagado de sí mismo con su hallazgo que era incapaz de preocuparse por lo que le había dicho el subcomisario.
—Lo tenemos, señor. Lo hemos cazado bien. Encontramos una postal de Navidad con la firma de Gareth Finnegan en su dormitorio y un jersey igualito al que llevaba Adam Scott cuando desapareció de su casa. Además, hay una orden de tráfico emitida con el número de placa de Damien Connolly. Añádalo a la conexión rusa y yo diría que ha llegado el momento de que le demos por el culo a ese cabronazo.