Quienes lo conocieron afirman que su capacidad para el disimulo era tan rápida y perfecta, que cuando iba por la calle… si tropezaba con alguien, se detenía a presentarle las excusas más formales; aunque su corazón negro estuviera colmado de intenciones oscuras, él se paraba un momento a expresar amablemente a esa otra persona el deseo de que el mazo que llevaba debajo de su elegante abrigo —destinado a un pequeño asunto que le aguardaba 90 minutos más tarde— no le hubiese lastimado al tropezar.
Carol dobló la esquina de la calle y acortó por un callejón para salir a los jardines de Crompton.
—Adam Scott fue encontrado justo aquí —dijo mientras señalaba una zona intermedia a uno de los lados de los arbustos.
Tony asintió.
—Por favor, ¿podrías conducir más despacio alrededor de la plaza y aparcar frente al muro donde se encontró el cadáver?
Hizo lo que le había pedido. Mientras avanzaban alrededor de la plaza, Tony lo observaba todo con suma atención; incluso se volvió en el asiento un par de veces para echar una segunda ojeada. Salió del coche en cuanto este se detuvo. Sin esperar a Carol, cruzó la acera y buscó alrededor del borde de la plaza. Carol bajó del coche y lo siguió. Intentaba ver lo mismo que él.
Ni los asesinatos ni el gélido clima creado habían logrado cambiar los hábitos entre quienes frecuentaban Temple Fields. Los portales y las zonas asotanadas seguían llenas de parejas tanto homosexuales como heterosexuales, haciendo de todo. Algunas se detenían al escuchar el taconeo de Carol sobre la acera, pero la mayoría ni se inmutaba. «Un lugar fantástico si te gusta el voyeurismo», pensó Carol con cinismo.
Tony llegó hasta el final de las casas y cruzó la calle hasta alcanzar los escaparates de las tiendas y los bares. Ahí no había parejas copulando. La tasa de delincuencia de la ciudad había obligado a poner persianas pesadas tanto en puertas como en ventanas. Tony las ignoró y observó desde allí los jardines que ocupaban el centro de la plaza, intentando ajustar a la realidad lo que había visto en fotografías. No se habían encontrado casquillos a este lado, solo estaba el muro bajo. Apenas si se dio cuenta de que dos hombres pasaban junto a él, abrazados como si fueran competidores en una carrera de tres piernas. No estaba interesado en nadie que no fuera Andy el Hábil.
—Has estado aquí —se dijo para sí mismo—. Este no es un lugar escogido al azar, ¿verdad? Has andado por esta acera, presenciando estas parodias de amor por las que la gente paga gustosa. Pero esto no era lo que tú querías, ¿verdad? Tú deseabas algo diferente, mucho más íntimo; algo por lo que no tuvieras que pagar.
Tony se concentró en imaginar cómo habrían sido las aventuras voyeristas del asesino. «Nunca has mantenido una relación normal con otra persona», pensó. «Las prostitutas no te molestan. Ni los chicos de alquiler. No los estás matando. No te interesa lo que puedas hacer con ellos. Son las parejas las que se te acercan, ¿verdad? Lo sé, ¿sabes?, lo sé por mí mismo. ¿Estaré proyectándome? No lo creo. Sospecho que estás buscando un compañero. La relación perfecta. Una relación en la que puedas ser tú mismo; en la que te valoren tanto como crees que mereces. Entonces todo estaría bien. El pasado dejaría de importarte. Pero ahora sí que te importa, ¿verdad, Andy? El pasado es lo que más te importa».
De pronto se dio cuenta de que Carol estaba a su lado, observándolo con curiosidad. Era probable que estuviera moviendo los labios, así que lo mejor era que tuviera cuidado o de lo contrario pensaría que él también estaba loco. Y no podía permitírselo, no si quería que permaneciera a su lado el tiempo suficiente para obtener los resultados que necesitaba.
El último edificio de esta acera era una cafetería que permanecía abierta todo el día, de cristales empañados por el vaho. Dentro había luces brillantes y parecía como si las formas que contuviera se moviesen como criaturas de las profundidades. Tony avanzó y empujó la puerta. Un puñado de clientes lo observaron durante un rato antes de volver a sus picoteos y charlas. Tony volvió a salir a la calle y dejó que la puerta se cerrase. «Creo que no entraste aquí», decidió. «Me parece que no quieres que te vean solo en un lugar destinado a parejas».
Otra de las manzanas de la plaza estaba ocupada por dos edificios modernos de oficinas. En la entrada dormía un grupito de quinceañeros sin techo arropados por mantas, periódicos y cajas de cartón. Carol ya había llegado hasta ellos.
—¿Los han interrogado? —preguntó él.
Ella puso mala cara.
—Lo hemos intentado… Mi padre cantaba un poquito de folk. Cuando era niña, me cantaba una pieza cuyo estribillo decía: «Oh, sería mejor que intentase atrapar el viento». Ahora sé a qué se refería.
—Muy bueno.
Cruzaron hasta la cuarta manzana de la plaza y pasaron junto a dos putas que había en una esquina.
—¡Eh, cariño! ¡Yo podría hacértelo pasar mejor que esa zorra del culo apretado! —gritó una de ellas.
A Carol se le escapó una risotada y dijo con amargura:
—Vaya, es el triunfo de la esperanza sobre la experiencia.
Tony no respondió. Seguía absorto y ni siquiera había oído las palabras. Siguió caminando despacio, por la acera, deteniéndose a cada rato para embeberse de la atmósfera. La noche filtraba todo tipo de música procedente de los apartamentos y hostales de la zona. El viento, que olía a curry, se colaba por entre las basuras y se llevaba las bandejas de poliestireno de comida rápida, haciéndolas rodar hasta la alcantarilla. Se dio cuenta de que la plaza nunca quedaba vacía. «Sus vidas caóticas no te preocupan lo más mínimo, ¿verdad? Te gustan las cosas limpias y ordenadas, bien hechas. En parte, por eso lavas los cadáveres. Para ti es, al menos, tan importante como borrar las pruebas forenses». Dobló la última esquina y caminó hasta divisar la parte de atrás del coche de la policía. En esos momentos, sintió por primera vez que iba a poder cartografiar la mente compleja y retorcida de Andy el Hábil.
—Es probable que se quedara sentado aquí unos minutos para cerciorarse de que nadie lo veía —dijo Tony—. En función del coche que llevase, podría haber tardado menos de un minuto en sacar el cuerpo y tirarlo por encima del muro. Pero quería asegurarse de que nadie lo miraba.
—Preguntamos puerta por puerta, pero nadie admitió haber visto nada fuera de lo normal.
—Carol hemos de tener en cuenta que cuando te planteas lo que es normal aquí… nos encontramos ante un amplio espectro en el que bien podría caber un asesino en serie. Vale, ya he visto suficiente. ¿Nos vamos?
Cross entró en la sala de la brigada dando unas zancadas increíblemente ágiles, como suele hacer mucha gente obesa, como si el hecho de caminar así cuestionara el volumen de su cuerpo.
—A ver, ¿dónde está ese saco de mierda? —rugió. A continuación se fijó en la figura delgada que había apoyada contra la pared y que estaba hablando con Kevin Matthews cuando había entrado—. Señor… —dijo Cross, y se detuvo en seco—, no esperaba encontrarlo aquí. —Lanzó una mirada envenenada a Matthews.
Brandon se enderezó.
—No, subcomisario Cross, es evidente que no. —Dio un par de pasos hacia él—. Pero dejé dicho que si se practicaba algún arresto en relación con el asesino, se me informara de inmediato. Tom, este va a ser un caso con mucha notoriedad cuando llegue a los juzgados. Quiero que seamos asquerosamente pulcros.
—Sí, señor —contestó Cross con cierta rebeldía. Por mucho que Brandon suavizara sus palabras, lo que estaba diciendo en realidad era que no creía que Cross fuera a impedir que los detectives más «entusiastas» se propasaran. Con Brandon por los pasillos, en cambio, los sospechosos estaban a salvo de sufrir ningún accidente desafortunado mientras permanecían en el calabozo.
Cross miró a Matthews y le preguntó:
—¿Qué ha pasado exactamente?
Kevin estaba tan pálido por el cansancio y el estrés, que sus pecas destacaban sobre su piel, blanca como la leche, como si se tratara de una sífilis virulenta.
—Por lo que hemos podido reconstruir, Don Merrick salió del Agujero del infierno con un tipo. Uno de los equipos de apoyo los vio y Don puso la radio en modo «transmitir», por lo que asumimos que se propuso interrogar a ese tío. Según los del equipo de apoyo, se encaminaron hacia una cafetería situada en los jardines de Crompton que abre las veinticuatro horas. Para ello tomaron un atajo cruzando a través de los jardines. Lo siguiente que oyeron los miembros del equipo de apoyo fue una escaramuza y echaron a correr. Don estaba en el suelo y había dos hombres dándose puñetazos. Ambos fueron arrestados y metidos de cabeza en el calabozo.
—¿Y Merrick? —preguntó Cross. A pesar de todos sus defectos, Cross se preocupaba mucho por su gente. Para él, sus hombres eran casi tan importantes como su propia carrera.
—En la enfermería. Le están poniendo puntos. Llegó en ambulancia. He mandado a uno de mis chicos a que le tome declaración —dijo Kevin y miró su reloj—. Debe de estar al caer.
—¿Qué tenemos? ¿Hay algún sospechoso o algo? —inquirió Cross.
Brandon se aclaró la garganta.
—Parece evidente que Merrick pensó que merecía la pena mantener una conversación con aquel hombre. En cuanto al tipo que les atacó, imagino que tendremos que esperar a la declaración del sargento. Sugiero que el inspector Matthews junto con alguien de su equipo hable con el atacante y que usted y yo mantengamos una conversación previa con el objetivo de Merrick. ¿Le parece bien, Tom?
Cross asintió, contrariado.
—Sí, señor. Y en cuanto tu hombre vuelva de la enfermería, Kevin, dile que quiero verle. —Se apresuró en dirección a la puerta, donde miró con gesto expectante por el rabillo de ojo a Brandon.
Brandon dijo:
—Tom, antes de irnos, creo que deberíamos llamar a la inspectora Jordán y al doctor Hill.
—Con todos mis respetos, señor, es más de medianoche. ¿De veras tenemos que fastidiarle el sueño a ese hombre?
—No quiero empezar a interrogar a nadie sobre los asesinatos hasta que el doctor Hill no me haya aconsejado respecto a cómo proceder con las preguntas. Además, es muy probable que ambos sigan trabajando. Jordán iba a mostrarle esta noche al doctor Hill los escenarios del crimen. ¿Puede encargarse, inspector?
Kevin miró a Cross, que asintió levemente con la cabeza.
—Por supuesto, señor. Llamaré a la inspectora ahora mismo. Seguro que está encantada de echar una mano.
Brandon sonrió, pasó junto a Cross y avanzó por el pasillo.
—Esto muestra lo que pasa cuando te regalan el cargo —musitó Cross, moviendo la cabeza de modo burlesco—. Ahora resulta que necesitamos a un psicólogo con sangre para entrevistar a un saco de mierda recogido en la calle.
La calle Canal seguía a tope. Personas que entraban y salían de los clubes; taxis que dejaban y recogían a personas; parejas que compartían kebabs y patatas en las esquinas; chicos de alquiler y prostitutas que observaban el avance lento del tráfico y aprovechaban cualquier oportunidad para asaltar los coches.
—Resulta interesante ver cómo se definen las zonas, ¿eh? —le dijo Tony a la detective mientras caminaban rápidamente por la calle.
—¿Te refieres a que esta es la zona de los encuentros públicos, mientras que los jardines de Crompton son la zona oscura?
—Y ninguna de las dos se entremezcla con la otra. Está esto muy animado para ser tan tarde, ¿no te parece? ¿Las noches del lunes son algo más tranquilas?
—Un poco. Un par de clubes cierran los lunes y hay otro que, esa noche, abre solo para mujeres.
—Así que, probablemente, tampoco haya tanto tráfico —musitó. Mientras conducían por las diferentes calles, especulando sobre la ruta de acceso que había tomado Andy el Hábil, a Tony le había sorprendido que hubiera elegido una zona tan pública para sus dos primeras víctimas. Era como si se estuviera marcando retos. Ahora, en la esquina del callejón donde se encontraba la puerta del local Tierras sombrías, miró a través de la calle y susurró muy despacio—: Está desesperado por ser el mejor.
—¿Disculpa?
—Pensaba en Andy. No le gusta lo sencillo. Sus víctimas se clasifican todas dentro de una categoría de alto riesgo. Las zonas en las que deja los cadáveres no son oscuras ni desiertas u ocultas. Los cuerpos no presentan ni una sola pista forense. Piensa que es más listo que nosotros y no ceja de intentar demostrárselo a sí mismo. Me atrevería a decir que el próximo cuerpo lo va a abandonar en un lugar muy, muy público.
Carol sintió un estremecimiento que no tenía nada que ver con el frío.
—No hables del siguiente cuerpo como si no fuéramos a detenerlo antes —le rogó—. Pensar así resulta deprimente. —Carol se internó en el callejón corto y oscuro antes que él—. El segundo cadáver, el de Paul Gibbs, fue encontrado justo en este lugar. Y aquí no hay nada más que la salida de incendios del Tierras sombrías.
—Es lo bastante oscuro —se quejó el doctor mientras tropezaba con una caja de cartón descompuesta.
—Le sugerimos al gerente que pusiera una luz de seguridad, aunque solo fuera para evitar que le robaran algún día a la hora del cierre, pero ya ves con qué seriedad se ha tomado nuestra propuesta —dijo al tiempo que buscaba una linterna pequeñita en el bolso. Cuando la encendió, un haz estrecho proyectó la silueta de Tony contra una prostituta con un vestido rojo de látex que le hacía una mamada a un hombre de negocios con cara de sueño a la salida de incendios.
—¡Eh, joder! ¡Largaos, mirones de mierda!
Carol suspiró.
—Policía. Métetela dentro o te arresto.
Antes de que acabara la frase siquiera, la puta se había puesto en pie y corría hacia la salida del callejón tan rápido como se lo permitían sus tacones de aguja. Tras comprender que de nada servía quejarse de que la ramera se hubiera largado, el hombre se abrochó los pantalones a toda prisa y se marchó, pasando muy cerca de Tony. Mientras doblaba la esquina, gritó:
—¡Frígida de mierda!
—¿Estás bien? —le preguntó Tony con voz de verdadera preocupación.
Carol se encogió de hombros.
—Cuando empecé en esto, me afectaba que los imbéciles me dijeran algo. Pero con el tiempo entendí que eran ellos los que tenían un problema, no yo.
—La teoría suena bien, pero ¿qué tal funciona en la práctica?
Carol torció el gesto.
—Hay noches en las que vuelvo a casa y después de veinte minutos bajo la ducha sigo sintiéndome sucia.
—Sé exactamente a qué te refieres. Algunas de las cabezas desordenadas en las que tengo que meterme suelen lograr que me sienta como si no fuera a poder mantener una relación normal con otro ser humano nunca más —dijo y se dio la vuelta para que su cara no lo traicionase. Así que dices que es aquí donde encontraron a Paul.
La policía se puso a su altura y enfocó la linterna hacia la puerta.
—Estaba justo ahí, tapado por un par de bolsas de basura para que no resultase visible. Por la cantidad de condones que había alrededor, las chicas de la calle se habían pasado toda la noche dale que te pego junto al cadáver.
—Imagino que habréis hablado con las chicas.
—Sí, con todas. La que se ha escabullido como una cucaracha en cuanto he dado la luz frecuenta este lugar la mayoría de las noches. Dijo que tuvo un cliente a eso de las 4:00 de la mañana, que recuerda la hora porque el tipo es uno de los habituales y su turno en la imprenta de periódicos acaba sobre esa hora. La cuestión es que tenía pensado traerlo aquí pero había un coche en medio —suspiró—. Creíamos que ya lo habíamos cogido porque la mujer recordaba la marca, el modelo y el número de matrícula, que coincidía con el número de su casa: 249.
—No me lo digas, a ver si lo adivino: se trataba del coche de Paul Gibbs.
—A la primera. —El pitido del busca de Carol, insistente como el llanto de un bebé, interrumpió la conversación—. He de encontrar un teléfono.
—¿Qué sucede?
—Lo único que puedes dar por sentado —dijo mientras salía apresuradamente del callejón— es que nunca son buenas noticias.
—Mira, os he contado todo lo que sé. Conocí al tal Don en el Agujero. Salimos a tomar una taza de té y, de pronto, oímos unos pasos y Don cayó al suelo, redondo, como si Vinny Jones le hubiera hecho un placaje. Me doy la vuelta y allí estaba ese gilipollas, con un ladrillo en la mano. Así que lo tumbo con un gancho de mi izquierda y, justo en ese momento, aparecen vuestros agentes atropelladamente… y aquí estoy. —Stevie McConnell extendió las manos hacia adelante—. Deberíais darme las gracias, y no condenarme al tercer grado.
—¿Y pretendes que nos creamos esto… —soltó Cross mientras consultaba las notas—: que el tal Ian atacó a Don porque lo había humillado al principio de la noche?
—Es justamente lo que pasó. Mira, a Ian lo conoce toda la ciudad. Es un loco del heavy metal. Se pone hasta el culo de speed y piensa que es Dios Todopoderoso. El tal Don lo humilló públicamente, ¿sabéis?; le hizo quedar como si fuera una maricona en vez de un macho, así que Ian quería vengarse. Bueno, ¿vais a dejar que me marche o qué?
Cross se salvó de contestarle porque llamaron a la puerta. Brandon se apartó de la pared en la que había estado apoyado y abrió. Intercambió unas cuantas palabras con el agente que había afuera y volvió a entrar.
—Entrevista suspendida a la 1:47 de la madrugada —dijo mientras se inclinaba hacia Cross para apagar la grabadora—. Volvemos enseguida, señor McConnell.
Una vez fuera de la sala de interrogatorios, Brandon dijo:
—La detective Jordán y el doctor Hill están arriba, y el sargento Merrick acaba de llegar de la enfermería. Por lo visto, se encuentra lo suficientemente bien para relatarnos por sí mismo lo sucedido.
—De acuerdo. Veamos entonces qué tiene que contarnos y después regresaremos para darle lo suyo a este gallito —dijo Cross mientras subía las escaleras hacia la habitación de la brigada. Carol observaba a Merrick con gesto preocupado. Tony estaba sentado a algo más de un metro de distancia, con los pies apoyados en el borde de una papelera.
—¡Joder, Merrick! —rugió Cross al ver el aparatoso vendaje en forma de turbante que llevaba en la cabeza— ¡No te habrás convertido en uno de esos malditos sijs, ¿verdad?! Dios, sabía que corría un riesgo enorme al enviar un equipo secreto al país de los maricones, ¡pero no esperaba que os convirtierais en fanáticos religiosos!
El sargento sonrió levemente.
—Pensé que de esta guisa podría librarme de vestir el uniforme tras haberla cagado, señor.
Cross le devolvió una gran sonrisa.
—Pues cuéntanos, ¿por qué tengo un bolchevique comepollas en el calabozo?
Brandon, que se encontraba a poco más de medio metro de Cross, les interrumpió.
—Antes de que el sargento Merrick nos relate lo sucedido esta noche, quiero explicarle al doctor Hill por qué lo hemos hecho venir a estas horas de la noche. —Tony se puso recto y cogió una hoja de papel—. En su charla del otro día —dijo, dejando a Cross atrás y sentándose en el borde de una mesa—, comentó que los psicólogos pueden dar pistas a los detectives sobre la manera de enfocar un interrogatorio. Me preguntaba si podría hacerlo en esta ocasión.
—Haré lo que pueda —dijo el doctor al tiempo que le quitaba el capuchón al bolígrafo.
—¿Qué quieres decir con enfocar un interrogatorio? —preguntó Cross, desconfiado.
Tony sonrió.
—Un ejemplo reciente vivido en mis propias carnes. Un departamento de policía al que estaba ayudando había arrestado a un sospechoso de dos violaciones. Era el típico macho bocazas y musculoso. Sugerí que enviasen a una agente, preferentemente pequeña y muy femenina. Eso lo enfureció desde el principio, puesto que tenía a las mujeres en muy baja estima y, por tanto, consideró que no se le estaba tratando como era debido. Antes de que la mujer entrara, le pedí que dejara caer durante el interrogatorio que no era probable que él fuera el violador pues dudaba mucho de que tuviera lo que había que tener. El resultado fue que se puso como una moto y confesó las dos violaciones por las que le habían arrestado junto con otras tres más de las que ni siquiera se tenía noticia.
Cross se quedó callado. Brandon preguntó:
—¿Sargento Merrick?
El sargento les contó lo que había sucedido en el bar y tuvo que detenerse varias veces para pensar. Al final de su exposición, Brandon y Carol miraron expectantes a Tony.
—¿Qué opina, Tony? ¿Le parece posible que sea alguno de los dos? —preguntó Brandon.
—No creo que Ian Thomson tenga nada que ver. El asesino es demasiado cuidadoso para meterse en algo tan ridículamente arriesgado como una pelea callejera. Aunque Don no hubiera sido agente de policía, es muy probable que Thomson hubiera tenido problemas por atacar a alguien con un ladrillo. Y eso, incluso en una ciudad en la que las agresiones contra gais no están contempladas entre las prioridades de la policía.
—Mis chicos tratan a los gais como a cualquiera —dijo Cross, agresivo y enfadado.
Tony deseo haber mantenido la boca cerrada. Lo último que quería era enfrentarse en un tete-a-tete con el subcomisario Cross sobre la política de la policía de Bradfield relativa a la «igualdad» de negros y homosexuales. Decidió ignorar el comentario y seguir adelante.
—Además, por lo que sabemos acerca del comportamiento del asesino, tampoco se trata de un gay sadomasoquista declarado. Es evidente que no está escogiendo a sus víctimas entre los gais. Sin embargo, McConnell parece más interesante desde su punto de vista. ¿Sabemos a qué se dedica?
—Es propietario de un gimnasio en el centro de la ciudad. El gimnasio al que iba Gareth Finnegan —respondió Cross.
—¿No ha sido interrogado antes? —preguntó Brandon.
Cross se encogió de hombros.
—Un miembro del equipo del inspector Matthews habló con él —soltó Carol—. Lo sé porque lo vi cuando estaba preparando el informe para el doctor Hill —añadió rápidamente en cuanto vio que a Cross empezaba a demudársele el rostro. Dios no quisiera que pensase que estaba intentando pisarle—. Mi memoria… es como una papelera de reciclaje —dijo, intentando hacer un chiste—. Si mal no recuerdo, fue un interrogatorio de rutina para saber si Gareth había tenido algún amigo en concreto o bien había mantenido algún contacto con alguien del gimnasio.
—¿Conocemos la situación en casa de McConnell? —preguntó Tony.
—Comparte piso con una pareja de musculitos —dijo Cross—. Dice que también están metidos en esto del culturismo. Bueno, ¿cumple o no con los requisitos?
—Es posible —respondió Tony mientras garabateaba al margen de sus notas—. ¿Qué posibilidades hay de conseguir una orden de registro?
—¿Con lo que tenemos de momento? No muchas. Y no podemos registrar nada sin tenerla. Ni en nuestros mejores sueños conseguiremos convencer al juez de que nos la dé para recabar pruebas en casa de McConnell por un simple asalto callejero —dijo Brandon—. ¿Qué cosas concretas habría que buscar?
—Una grabadora de vídeo. Cualquier indicación de que dispone de acceso a algún lugar aislado y desierto como un viejo almacén, una fábrica abandonada, una casa en ruinas, un garaje cerrado. —Tony se pasó la mano por el pelo—. Polaroids. Pornografía sadomasoquista. Recuerdos de las víctimas. Los anillos y relojes que les faltaban a los cadáveres. —Levantó la cabeza y se topó con la sonrisa burlesca de Tom Cross—. Y habría que registrar la parte interna del congelador por si resulta que ha guardado ahí las piezas de carne arrancadas a los cadáveres. —Sintió un amago de satisfacción cuando la expresión de Tom cambió a la de asco.
—Encantador. Pero necesitamos algo más para ponernos en marcha. ¿Alguna sugerencia? —dijo Brandon.
—Envíe al sargento Merrick y a la inspectora Jordán a interrogarlo. Descubrir que la persona con la que ha intentado ligar es agente de policía lo desconcertará. Le hará creer que no puede confiar en su instinto. También existe la posibilidad de que tenga problemas con las mujeres…
—Pues claro que tiene problemas con las mujeres —le soltó Cross—, es un puto follaculos.
—No a todos los gais les caen mal las mujeres —respondió Tony en voz baja—; aunque a muchos, sí, y McConnell podría ser uno de ellos. Como poco, Carol hará que se sienta amenazado. Que solo haya hombres le concede la ventaja de sentirse entre camaradas, así que no vamos a permitirlo.
—Probemos entonces —dijo Brandon—. A ver si el sargento Merrick se encuentra cómodo.
—Cuenten con ello, señor —dijo Merrick.
Cross los miró a ambos como si no supiera si pegar a Brandon o a Tony, y soltó:
—Entonces, puedo largarme a casa, ¿no?
—Buena idea, Tom. Últimamente has estado trabajando mucho por la noche. Ya me encargo yo de esto, a ver qué sacamos del interrogatorio de McConnell.
Cross salió disparado de la sala, llevándose casi por delante a Kevin Matthews, que llegaba en ese instante preciso. En su ausencia, la atmósfera se relajó de forma visible.
—Señor —dijo Kevin—, parece que vamos a tener que descartar a Ian Thomson.
Brandon frunció el ceño.
—Creía haberle dicho que no sacara lo de los asesinatos. De momento, queremos que piense que está aquí únicamente por lo del asalto.
—No lo he hecho, señor —respondió a la defensiva—, pero durante el interrogatorio ha salido a la luz que trabaja de discjockey tres noches por semana en el Peñas calientes. Es un club gay de Liverpool. Pincha discos los lunes, martes y jueves. Debe de ser muy fácil averiguar si estaba trabajando las noches de autos.
—De acuerdo, que alguien lo compruebe.
—Lo que nos limita a McConnell —dijo Carol.
—Manos a la obra —dijo Brandon.
—¿Algún consejo? —preguntó Carol a Tony.
—No tengas miedo de mostrarte condescendiente. Sé dulce y agradable, pero deja claro que eres la oficial al mando. Y… sargento Merrick, usted puede jugar la carta de la gratitud; pero solo un poco.
—Gracias —dijo Carol—. ¿Listo, Don?
Dejaron a Brandon y a Tony juntos.
—¿Qué tal va la cosa? —preguntó el policía mientras se levantaba y se desperezaba.
Tony se encogió de hombros.
—Empiezo a hacerme una idea sobre las víctimas que elige. Está claro que tiene un patrón. Es un acechador, estoy seguro. En uno o dos días podré bosquejar un perfil. Es un mal momento para detener a un sospechoso.
—¿Cómo que un mal momento?
—Entiendo que quiera mi aportación, pero no me gusta saber nada de los sospechosos antes de establecer el perfil. El peligro estriba en que lo reajuste de manera inconsciente para que se ciña mejor al sospechoso.
Brandon suspiró. Mostrarse optimista a altas horas de la madrugada no era su fuerte.
—Ya cruzaremos ese puente a su debido tiempo. Para mañana, el sospechoso podría ser poco más que un recuerdo lejano.