La gente empieza a darse cuenta de que en la composición de un bello crimen intervienen algo más que dos imbéciles (uno que mata y otro que es asesinado), aparte de un cuchillo, una bolsa y una callejuela oscura. Así pues, la presencia de un diseño, de caballeros, la agrupación de figuras, la luz y la sombra, la poesía, el sentimiento, se consideran ahora elementos indispensables para intentos de esta naturaleza.
Puede que trabajar no solventase nada, pero era una táctica fabulosa de distracción. Tony observaba la pantalla mientras descendía por ella a través de los distintos datos tabulados que había extraído de los informes policiales. Satisfecho por haber incorporado todo lo que resultaba útil, pulsó el botón de imprimir. Mientras la información se transfería a la impresora, abrió otro archivo y empezó a bosquejar las conclusiones que había extraído de los datos sin más. Lo que fuera. Lo que fuera para mantenerla alejada.
Estaba tan absorto en el trabajo que apenas si oyó el primer timbrazo en la puerta. Cuando sonó por segunda vez, miró sobresaltado al reloj. Las 23:05. Si se trataba de Carol, llegaba antes de lo previsto. Habían acordado que no tenía mucho sentido empezar la ronda antes de medianoche. Se puso en pie, vacilante. Dado que conocía su número de teléfono, a Angélica no le iba a costar mucho descubrir también su dirección. Llegó a la puerta justo en el momento en el que el timbre sonaba por tercera vez. Deseó haber instalado una mirilla y abrió la puerta poco más de unos centímetros.
Carol sonrió.
—Parece que estuvieras esperando a Andy el Hábil. —Como Tony no respondió, añadió—: Siento llegar un poco antes. Te he llamado, pero estabas comunicando.
—Disculpa —murmuró Tony—, he debido dejar el teléfono descolgado por accidente. Adelante, no pasa nada —extrajo una sonrisa de donde pudo y llevó a Carol hasta el estudio. Nada más llegar a la mesa, colgó el teléfono.
Carol se dio cuenta de que la señal de que el teléfono comunicara no había sido un accidente. Deducción: no quería que lo molestasen, ni siquiera a través del contestador automático. Posiblemente, al igual que ella, no soportase las llamadas de teléfono. Vio las hojas de papel que había sobre la bandeja de la impresora.
—Es evidente que has estado ocupado. Y yo pensando que tardabas en contestar a la puerta porque estarías echando una cabezada.
—¿Has podido dormir? —le preguntó él, pues notó que tenía los ojos más relajados y despejados que horas antes.
—Cuatro horas. Aunque no es suficiente. Por cierto, tengo un par de datos nuevos para ti —dijo antes de informarlo sucintamente sobre los resultados de su visita a la calle Scargill, sin ponerle al tanto de la hostilidad de Cross.
Tony la escuchó con atención y tomó un par de notas en su libreta.
—Interesante. Pero no creo que tenga mucho sentido interrogar de nuevo a los delincuentes sexuales. En caso de que Andy tuviera antecedentes, lo más probable es que fuera por abusos a menores, hurtos, violencia menor o cosas por el estilo. Aunque ya me he equivocado otras veces.
—¿Acaso no nos equivocamos todos? Por cierto, he hablado con los del HOLMES y nadie tiene nociones de análisis de patrones estadísticos, por lo que se lo he pedido a mi hermano, a ver en qué puede ayudarnos. ¿Le doy una serie de fotografías sin más, o le presento los datos crudos de alguna otra manera?
—Creo que habrá menos posibilidad de error si trabaja directamente con las fotografías. Gracias por ocuparte de este asunto.
—Ya ves. Además, a decir verdad, creo que se ha alegrado bastante de que se lo pidiera. Piensa que no me lo tomo en serio. Ya sabes, él desarrolla programas de juegos y yo me dedico a «cosas de verdad».
—¿Y lo haces?
—¿El qué? ¿Tomarlo en serio? Por supuesto que sí. Respeto a cualquiera que domine algo fuera de mi alcance como son los ordenadores. Además, gana casi el doble que yo. Eso tiene que ser serio.
—En eso no me meto. Es probable que Andrew Lloyd Webber gane en un día más de lo que yo gano en un mes… y me resulta imposible tomarlo en serio. —Y se puso en pie—. Carol, ¿te importa si te dejo sola diez minutos? Tengo que darme una ducha rápida para despejarme.
—Muy bien, tranquilo. Soy yo la que ha llegado pronto.
—Gracias. ¿Quieres tomar algo mientras esperas?
—No, paso. Hace mucho frío en la calle y en Temple Fields hay pocos lugares en los que una mujer pueda hacer pipí.
El psicólogo cogió el folio de la impresora, medio avergonzado, y se lo tendió a Carol.
—He empezado a trabajar en las víctimas. ¿Te apetece echarle una ojeada mientras me ducho?
Carol agarró el papel, ansiosa.
—Me encantaría. Me fascina todo el proceso.
—Solo es un preliminar —hizo hincapié mientras se acercaba a la puerta—, es decir, que aún no he llegado a ninguna conclusión. Estoy trabajando en ello.
—Tranquilo, Tony, estoy de tu parte —le respondió mientras salía de la habitación, camino de la ducha. Se preguntó por qué motivo estaría tan alterado. Tras despedirse por la tarde, había ya entre ellos cierta camaradería; o al menos eso creyó. Pero ahora parecía nervioso, abstraído. ¿Se debería a que estaba cansado o se sentiría incómodo por tenerla en casa?—. Dios, ¿acaso eso importaba? —se dijo para sí—. Concéntrate, Jordán. Cíñete al cerebro de los hombres.
Se centró en la primera hoja y estudió los datos.
Víctima n.° 1: Adam S.
Fecha del crimen: 06-07/09/93
¿Residente en Bradfield?: Sí
Sexo: M
Origen étnico: Caucásico
Nacionalidad: Británico
Edad: 28
Horóscopo: Géminis
Altura: 1,77 m.
Peso: 66,7 kg
Constitución: Media
Musculatura: Buena
Largo de pelo: Corto
Color de pelo: Castaño
Tipo de pelo: Ondulado
Tatuajes: No
Ropas: No
Profesión: Funcionario
Lugar de trabajo: Centro de la ciudad
Coche: Ford Escort
Aficiones: Ejercicio físico, pesca
Residencia: Casa adosada moderna con garaje integral
Estado civil y situación: Divorciado // Vivía solo // SPA // PR
Objetos personales que faltan: Alianza, reloj
Objetos de casa que faltan: Cinta del contestador
Historial sexual conocido: Hetero
Dónde fue visto por última vez: En el tranvía, de camino a casa desde el trabajo, sobre las 18:00
Historial criminal: No
Conexión con la escena del crimen: Ninguna
Zona en la que se halló el cadáver: Urbana
Lugar del primer encuentro con el asesino: Desconocido
Lugar de la muerte: Desconocido
Disposición del cadáver: Parcialmente escondido para que fuese encontrado rápidamente
Posición específica: No
* ¿Se ha lavado el cadáver?: Sí
Causa de la muerte: Corte en la garganta
** ¿Ataduras?: Muñecas, tobillos, mordaza adhesiva
Marcas de mordiscos: No
Supuestos mordiscos (alrededores extirpados): Sí
Lugar de las marcas: Cuello (2), pecho (1)
Signos de tortura o de ataques inusuales: Sí (ver A)
Víctima n.° 2: Paul G.
Fecha del crimen: 1-2/11/93
¿Residente en Bradfield?: Sí
Sexo: M
Origen étnico: Caucásico
Nacionalidad: Británico
Edad: 31
Horóscopo: Cáncer
Altura: 1,80 m.
Peso: 61,7 kg
Constitución: Delgado
Musculatura: Normal
Largo de pelo: Hasta el cuello
Color de pelo: Castaño oscuro
Tipo de pelo: Liso
Tatuajes: No
Ropas: No
Profesión: Profesor universitario
Lugar de trabajo: Sur de la ciudad
Coche: Citroen AX
Aficiones: Pasear
Residencia: Casa adosada eduardiana sin garaje
Estado civil y situación: Soltero // Vivía solo // SPA // SPR
Objetos personales que faltan: Reloj
Objetos de casa que faltan: Cinta del contestador
Historial sexual conocido: Hetero
Dónde fue visto por última vez: Saliendo del trabajo, sobre las 17:30
Historial criminal: No
Conexión con la escena del crimen: Ninguna
Zona en la que se halló el cadáver: Urbana
Lugar del primer encuentro con el asesino: Desconocido
Lugar de la muerte: Desconocido
Disposición del cadáver: Parcialmente escondido para que fuese encontrado rápidamente
Posición específica: No
* ¿Se ha lavado el cadáver?: Sí
Causa de la muerte: Corte en la garganta
** ¿Ataduras?: Muñecas, tobillos, mordaza adhesiva
Marcas de mordiscos: No
Supuestos mordiscos (alrededores extirpados): Sí
Lugar de las marcas: Cuello (2)
Signos de tortura o de ataques inusuales: Sí (ver B)
Víctima n.° 3: Gareth F.
Fecha del crimen: 25-26/12/93
¿Residente en Bradfield?: Sí
Sexo: M
Origen étnico: Caucásico
Nacionalidad: Británico
Edad: 30
Horóscopo: Escorpión
Altura: 1,80 m.
Peso: 68,5 kg
Constitución: Media
Musculatura: Normal
Largo de pelo: Corto
Color de pelo: Castaño
Tipo de pelo: Liso
Tatuajes: No
Ropas: No
Profesión: Abogado
Lugar de trabajo: Centro de la ciudad
Coche: Ford Escort
Aficiones: Ejercicio físico, teatro y cine
Residencia: Casa pareada de los años 30 sin garaje
Estado civil y situación: Soltero // Vivía solo // CP // SPR
Objetos personales que faltan: Sello, reloj
Objetos de casa que faltan: Ninguno
Historial sexual conocido: Hetero
Dónde fue visto por última vez: En casa, sobre las 19:15
Historial criminal: No
Conexión con la escena del crimen: Ninguna
Zona en la que se halló el cadáver: Suburbana / Rural
Lugar del primer encuentro con el asesino: Desconocido
Lugar de la muerte: Desconocido
Disposición del cadáver: Escondido, necesitó enviar una nota a los medios
Posición específica: No
* ¿Se ha lavado el cadáver?: Sí
Causa de la muerte: Corte en la garganta
** ¿Ataduras?: Muñecas, tobillos, mordaza adhesiva
Marcas de mordiscos: No
Supuestos mordiscos (alrededores extirpados): Sí
Lugar de las marcas: Cuello (3), abdomen (4)
Signos de tortura o de ataques inusuales: Sí (ver C)
Víctima n.° 4: Damien C.
Fecha del crimen: 20-21/02/94
¿Residente en Bradfield?: Sí
Sexo: M
Origen étnico: Caucásico
Nacionalidad: Británico
Edad: 27
Horóscopo: Capricornio
Altura: 1,83 m.
Peso: 72,5 kg
Constitución: Media
Musculatura: Excelente
Largo de pelo: Corto
Color de pelo: Castaño cobrizo
Tipo de pelo: Rizado
Tatuajes: No
Ropas: No
Profesión: Policía
Lugar de trabajo: Al sur, en las afueras
Coche: Austin Healey clásico
Aficiones: Restauración de coches
Residencia: Casa independiente moderna con garaje adosado
Estado civil y situación: Soltero // Vivía solo // SPA // SPR
Objetos personales que faltan: Reloj
Objetos de casa que faltan: Ninguno
Historial sexual conocido: Desconocido
Dónde fue visto por última vez: En casa, sobre las 18:00
Historial criminal: No
Conexión con la escena del crimen: Ninguna
Zona en la que se halló el cadáver: Urbana
Lugar del primer encuentro con el asesino: Desconocido
Lugar de la muerte: Desconocido
Disposición del cadáver: Al descubierto, pero en una zona sin movimiento hasta una hora concreta
Posición específica: No
* ¿Se ha lavado el cadáver?: Sí
Causa de la muerte: Corte en la garganta
** ¿Ataduras?: Muñecas, tobillos, mordaza adhesiva
Marcas de mordiscos: No
Supuestos mordiscos (alrededores extirpados): Sí
Lugar de las marcas: Cuello (3), pecho (2), ingle (4)
Signos de tortura o de ataques inusuales: Sí (ver D)
* Cuerpo lavado: parece que no se han utilizado jabones, lo que sugiere que el atacante no usa el proceso de lavado como modo de negación. Por el contrario, y en relación con el resto de su comportamiento cauteloso, sugiero que el lavado lo realiza exclusivamente para eliminar las pruebas forenses; sobre todo, si tenemos en cuenta que parece haber tenido un cuidado especial con las uñas. Los arañazos de las cuatro víctimas no contenían nada excepto restos de jabón no perfumado.
** Ataduras: no se han encontrado, pero el análisis post mortem revela moretones que encajan con marcas de las esposas en las muñecas, restos apenas visibles de adhesivo, pelos arrancados y moraduras alrededor de los tobillos, las cuales corresponden a marcas de cintas de carrocero y ataduras separadas. También hay trazas de adhesivo alrededor de la boca. No hay rastro de que los ojos hayan sido vendados.
A: Adam Scott. Dislocación de tobillos, rodillas, caderas, hombros y varias vértebras. Encajaría con el hecho de haber sido atormentado en un potro. Cortes post mortem en el pene y los testículos.
B: Paul Gibbs. Laceraciones severas en el recto. Destrucción virtual del esfínter anal y destripamiento parcial. Parece como si le hubieran insertado repetidamente por el ano un objeto con púas. Parte del tejido interno está quemado, lo que sugiere la posibilidad de que se le aplicase calor o descargas eléctricas. Golpes severos en la cara antes de morir: moretones y huesos faciales y dientes rotos. Cortes post mortem en los genitales (más pronunciados que en el caso A).
C: Gareth Finnegan. Heridas perforantes irregulares en pies y manos de, aproximadamente, 0,20 centímetros de diámetro. Las laceraciones en la nariz y en la mejilla izquierda sugieren que un asaltante diestro le rompió un vaso o una botella en la cara. Hombros dislocados. ¿Posible crucifixión? Heridas post mortem en los genitales, casi castrado.
D: Damien Connolly. Dislocaciones parecidas a las de A, pero no hay trauma espinal severo, lo que descarta el uso de un potro. Gran número de quemaduras en forma de estrella por el torso. Pene seccionado post mortem e introducido en la boca de la víctima.
Duda: ¿Seguían las esposas de Damien Connolly en su casa o estaban en el taquillero de comisaría?
Duda: ¿Por qué se deshace siempre de los cuerpos entre la noche del lunes y la mañana del martes? ¿Qué sucede los lunes para que esté libre? ¿Acaso trabaja por la noche y libra ese día de la semana? ¿Se trata de un hombre casado que hace fiesta los lunes porque su esposa sale con las amigas? ¿O quizá no sean los lunes día de salir por la noche y tenga una mayor certeza de que va a encontrar a sus víctimas en casa?
Carol era consciente de que Tony había vuelto, pero siguió leyendo. Levantó la mano y movió los dedos para hacerle ver que sabía que había llegado. Cuando terminó de leer el informe, tomó una honda bocanada de aire y dijo:
—Bueno, doctor Hill, debes de haber estado muy atareado. Tony sonrió, se encogió de hombros y dejó de apoyarse en la jamba de la puerta.
—No debe de quedar nada que no hayas ordenado previamente en tu cabeza.
—No, pero el solo hecho de verlo así dispuesto hace que resulte más claro.
Tony asintió.
—Tiene un modus operandi muy concreto.
—¿Quieres que hablemos de ello?
—Preferiría no darle muchas vueltas de momento —dijo él, mirando al suelo—, necesito que la información se asiente primero en mi cabeza y leer los interrogatorios realizados a los testigos antes de empezar a pensar en un perfil.
Carol se sentía decepcionada, pero respondió:
—Lo entiendo.
—¿Esperabas más? —dijo Tony.
—No, en serio.
—¿Ni una pizca?
La sonrisa era contagiosa. Carol se la devolvió.
—Quizá algo más, pero no era imprescindible. Por cierto, ha habido una cosa que no he entendido. ¿Qué es eso de SPA, CP y SPR? Es decir, no estamos hablando de baños de hidromasaje y códigos postales, ¿verdad?
—No. Sin pareja actual. Con pareja. Sin pareja reciente. Acronimitis. Es una enfermedad que nos aflige a todos aquellos que nos dedicamos a ciencias blandas como la psicología o la sociología. Tenemos que desconcertar a los no iniciados. Lo siento. Intento meter la menor cantidad de jerga posible.
—Para no confundirnos a los tontainas, ¿eh?
—Tiene más que ver con el instinto de supervivencia. Lo último que quiero es entregarles a los escépticos un palo con el que poder pegarme. Bastante complicado es conseguir convencer a la gente de que merece la pena leer mis informes sin que sientan que me estoy inmiscuyendo en su trabajo como para que, encima, me pase con la innecesaria jerga seudocientífica.
—Entiendo —respondió con ironía—. ¿Nos vamos?
—Claro. Pero hay una cosa de la que quiero hablar primero —dijo, serio—. Las víctimas. Todo el mundo asume que el asesino ataca a hombres homosexuales. La cuestión es que puede que haya cientos, miles de hombres abiertamente homosexuales en Bradfield. Aparte de Londres, aquí está la escena gay más amplia del país. Aún así, ninguna de las víctimas tenía un historial conocido de homosexualidad. ¿Qué crees que quiere decir eso?
—¿Que sigue en el armario y que va en busca de hombres que también sigan dentro? —se aventuró a responder.
—Puede. Pero si todos ellos hacen lo posible por parecer he-teros, ¿cómo los conoce él?
Ella enderezó los bordes de las hojas como si pretendiera ganar tiempo para pensar.
—¿Revistas de contactos? ¿Anuncios? ¿Líneas de chat múltiples? ¿Internet?
—Sí, son posibilidades, pero, de acuerdo con los informes de los agentes que investigaron las casas, no hay evidencias de que las víctimas tuvieran ningún interés de esos. Ni una sola de ellas.
—¿Adonde quieres llegar?
—Que creo que a Andy el Hábil no le ponen los gais, sino que le gustan los heteros.
El sargento Don Merrick nunca se había sentido tan asqueado. Como si no fuera suficientemente malo tener a Popeye encima todo el santo día debido a la redistribución de objetivos del comisario; ahora tenía que rendir cuentas a tres jefes. Debía asegurarse de que las órdenes de la detective Jordán se llevaban a cabo cuando ella no estaba, y se suponía que tenía que trabajar para Kevin Matthews en el caso de Damien Connolly al tiempo que hacía de enlace de Bob Stansfield sobre el trabajo que tanto él como la detective Jordán habían completado en el caso de Paul Gibbs. Y, por último, debía pasar la noche en el Agujero del infierno.
En su opinión, un club nunca había tenido un nombre tan apropiado. El Agujero del infierno se anunciaba en la prensa gay como: «El club que domina Bradfield. Una sola visita y quedarás esclavizado. Querrás que te aten para no marcharte jamás del Agujero del infierno». Que era una manera de decir que este era el lugar indicado si buscabas gente a la que le pusiese el sadomasoquismo y eso de atarse.
Merrick se sentía como Blancanieves en una orgía. No tenía ni idea de cómo debía comportarse. Ni siquiera sabía si iba vestido de manera adecuada. Había optado por ponerse unos Levi’s viejos y rotos que solamente se vestía para realizar labores en casa, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero maltrecha que acostumbraba a llevar en la moto antes de que nacieran los niños. En el bolsillo de atrás guardaba las esposas reglamentarias, con la esperanza de que le dieran cierta verosimilitud a su personaje. A pesar de que el bar estaba mal iluminado, comprobó que había muchas personas con vaqueros o cuero, así que estaba ansioso de que alguien lanzase una bengala de socorro sobre la pista de baile. Más o menos pasaba desapercibido, lo que era preocupante. Cuando sus ojos se acostumbraron a la ausencia de luz, reconoció a alguno de sus colegas. En general, todos parecían tan incómodos como él.
El club se hallaba prácticamente vacío cuando llegó, nada más dar las 21:00. Creía llamar tanto la atención que había pedido que le sellasen la mano y había salido a la calle. Dio una vuelta por Temple Fields durante casi una hora y entró en un café para tomarse un capuchino. Se había preguntado por qué motivo parte de la clientela gay le miraba de forma extraña hasta que se dio cuenta de que era el único que llevaba cuero y vaqueros. Era evidente que había trasgredido algún código no escrito. Incómodo, se había bebido de un trago el café, que ardía, y había vuelto a las calles.
Se sentía muy vulnerable, solo en las calles de Temple Fields. Todos los hombres que pasaban por su lado, ya fueran sin compañía, en pareja o en grupo, le miraban de arriba abajo con gesto interrogante. Aunque la mayoría de las miradas se detenían en su paquete. No sabía dónde meterse; deseaba haberse puesto unos vaqueros que no le ciñeran tanto. Un par de jóvenes negros que iban agarrados se cruzaron con él y oyó cómo uno le decía al otro en voz alta:
—Tiene un buen culo para ser blanco, ¿eh?
Merrick notó cómo la sangre le subía a las mejillas, pero fue incapaz de diferenciar si era por vergüenza o por enfado. En un momento de terrible claridad, entendió qué querían decir las mujeres cuando comentaban que los hombres las trataban como meros objetos.
Volvió al Agujero del infierno y se sintió aliviado al comprobar que el local se había llenado. La música disco sonaba a tal volumen que le retumbaba dentro del pecho. En la pista de baile, hombres vestidos de cuero con cadenas y cremalleras, tocados con gorras de plato, se movían enérgicamente para exhibir sus músculos de gimnasio y movían el pubis como si parodiasen rocambolescas relaciones sexuales. Reprimió un suspiro y se abrió paso hasta la barra. Una vez allí pidió un botellín de cerveza; era americana y resultaba increíblemente insípida para un paladar educado en la fragante dulzura de las morenas de Newcastle.
Luego se dio la vuelta y se apoyó en la barra para observar la pista de baile y reconocer el lugar, al tiempo que intentaba a la desesperada evitar el contacto visual con cualquiera de los presentes. Llevaba diez minutos así cuando descubrió que el hombre que tenía a su lado no se había puesto allí para que le sirvieran. Merrick lo miró y vio que tenía los ojos clavados en él. Era casi tan alto como el detective, pero mucho más musculoso. Llevaba unos pantalones de cuero negro ajustados y un chaleco blanco. Tenía el pelo rubio, corto por las sienes y más largo por la parte de arriba. Estaba muy moreno y llevaba el cuerpo depilado. Alzó las cejas y dijo:
—Hola, soy Ian.
Merrick sonrió débilmente.
—Don —respondió, alzando la voz para compensar la música.
—Nunca te había visto por aquí, Don —dijo mientras se acercaba lo suficiente para que su brazo desnudo quedase pegado a una de las mangas de la chaqueta de cuero gastada del policía.
—Es la primera vez.
—¿Eres nuevo en la ciudad? No pareces de aquí.
—Soy del noroeste —dijo, precavido.
—Ahora lo entiendo. Un muchachito guaperas degeordieland —dijo, intentando imitar el acento de Merrick, que sintió cómo su sonrisa se congelaba y desaparecía.
—Entonces, ¿tú eres habitual?
—Nunca me lo pierdo. Es el mejor bar de la ciudad para conocer al tipo de hombre que me gusta —y le guiñó un ojo—. Don, ¿puedo invitarte a una copa?
El sudor que le recorría la espalda no se debía al calor que hacía en el local.
—Me tomaría otra de estas.
Ian asintió y se giró hacia la barra al tiempo que usaba a la gente de excusa para arrimarse a Merrick, que se quedó con la mirada fija y la boca abierta. Vio que otro de los detectives de la brigada lo observaba. Su colega le hizo un guiño grotesco y empezó a meter y sacar uno de los dedos de la mano dentro del puño en el que mantenía cerrada la otra. Merrick se giró y quedó clavado frente a Ian, que le tendía la cerveza.
—Aquí tienes, guaperas. Entonces, geordie, ¿estás buscando algo de diversión?
—Sólo estaba oteando el panorama.
—¿Y cómo está el ambiente en Newcastle? ¿Animado? Hay ganado para todos los gustos, ¿no?
—No lo sé —dijo Merrick, encogiéndose de hombros—. No soy de Newcastle. Soy de un pueblecito de la costa. No es el típico lugar en el que puedas ser tú mismo.
—Ya entiendo. —Le puso una mano en el brazo—. Pues bien, si querías ser tú mismo, creo que has dado con el lugar y la persona indicados.
Rezó por no parecer tan aterrado como se sentía.
—Sí que hay mucho ambiente, cierto.
—Podríamos ir a un lugar más tranquilo. En la parte de atrás hay una habitación en la que la música no está tan alta.
—No, aquí estoy bien —se apresuró a decir—. Me gusta la música, en serio.
Ian se inclinó hacia delante. Su torso quedó frente al de Merrick.
—¿Tú qué prefieres? ¿Delante o detrás?
El sargento se atragantó con la cerveza.
—¿Cómo dices?
Ian se rio y le revolvió el pelo a Merrick. Le brillaban los ojos, de color azul claro, y le aguantó la mirada al policía.
—¿De veras eres tan inocente? Te preguntaba qué te gusta más: si ser activo o pasivo. —Bajó la mano hasta los pantalones del policía. Justo cuando creía que le iba a meter mano como solo su esposa lo había hecho, Ian cambió de dirección y le agarró el culo.
—Depende —sofocó Merrick.
—¿De qué? —preguntó, sugerente, mientras se acercaba a la pierna del sargento para que notara su erección.
—De cuánto confíe en esa persona —respondió, intentando que ni su voz ni sus palabras traslucieran la repulsión que sentía.
—Ah, yo soy muy confiado. Y tú pareces de esos en los que se puede confiar.
—¿Es que acaso no te preocupan los extraños, con todo esto que está pasando del asesino en serie? —dijo y aprovechó para dejar la botella vacía en la barra y, así, zafarse del cuerpo del insistente Ian.
El hombre mostraba una sonrisa chulesca.
—¿Por qué iba a hacerlo? La peña que se está cargando no frecuenta sitios como este. Es obvio que ese cabrón desequilibrado no viene por aquí.
—Y eso ¿cómo lo sabes?
—He visto las fotografías de los periódicos y nunca antes había reconocido a ninguno de esos tipos deambulando por la zona. Y te aseguro que conozco muy bien el lugar. Por eso sabía que eras nuevo. —Volvió a acercarse y, esta vez, metió la mano en uno de los bolsillos traseros del pantalón de Merrick. Pasó los dedos por las esposas—. Vaya, qué interesante. Empiezo a hacerme una idea de cómo podríamos montárnoslo.
El policía forzó una risotada.
—En realidad, yo podría ser el asesino.
—¿Y qué si lo eres? —le contestó completamente seguro de sí mismo—. Yo no soy el tipo de tío a por el que va ese chalado. Le gustan las reinas del armario, no los machos. Si me pillara a mí, querría follarme, no matarme. Además, alguien tan atractivo como tú no necesita matar para echar un polvo.
—Sí, ya, puede ser, pero ¿cómo hago para saber que tú no eres el asesino?
—Mira, para demostrarte que no lo soy, voy a dejarte que te pongas detrás. Tú estarás al mando. Y yo seré el que lleve las esposas.
«Sigue así y esto se te va a ir pronto de las manos», pensó Merrick. Agarró fuertemente la muñeca de Ian y la sacó de su bolsillo.
—Creo que no. Esta noche, no. Tal y como has dicho, soy el nuevo. Y no pienso irme a casa de nadie hasta que lo conozca mejor —dijo; luego soltó la mano de Ian y se apartó—. Ha sido un placer hablar contigo. Gracias por el trago.
A Ian le cambió la cara. Entrecerró los ojos y su sonrisa se convirtió en un gruñido.
—Un momento, geordie, no sé a qué tipo de garitos de mala muerte acostumbras a ir, ni si vas habitualmente con tu mamá, pero en la ciudad no te pones a hablar con alguien y aceptas que te invite si no estás dispuesto a rematar la faena.
Merrick intentó zafarse, pero el bar estaba tan lleno que resultaba complicado moverse.
—Siento que haya habido un malentendido.
Ian sujetó al policía con fuerza por encima de los bíceps. Le hacía muchísimo daño, así que se detuvo unos instantes a reflexionar qué tipo de persona concebía el dolor como parte activa del placer sexual. Se acercó tanto que el sargento podía oler el mal aliento propio del consumo abusivo de anfetaminas.
—Esto no es un malentendido. Tú has venido en busca de sexo. No hay otra razón por la que venir aquí. Así que vamos a practicar sexo.
Merrick giró sobre la punta de sus pies y le dio un codazo bajo la caja torácica que le dejó sin aire. Ian soltó un bufido, se quedó doblado y soltó el brazo del policía para agarrase el plexo solar.
—No, no vamos a hacerlo —dijo en voz baja, mientras se colaba por una abertura que había aparecido a su alrededor como por arte de magia.
Mientras caminaba por el club, otro de los agentes de incógnito se acercó a él y le susurró:
—Buena, sargento. Ha hecho lo que todos llevamos deseando hacer desde que hemos entrado.
Merrick se detuvo y sonrió al agente.
—Se supone que vas de incógnito, así que o te pones a bailar conmigo o te pones a charlar con alguno de estos maricones, joder.
El policía se quedó con la boca abierta. Merrick fue hasta la parte más alejada de la pista de baile y se apoyó en la pared. La conmoción que había causado en el bar se había extinguido. Ian se abrió paso entre la gente agarrándose el abdomen y se largó del local tras lanzarle una mirada asesina al sargento.
Al poco tiempo, Merrick volvía a tener compañía. Esta vez se trataba de un agente de otra de las divisiones, un policía que se había unido a la brigada de homicidios ese mismo día. No paraba de sudar, debido a la pesada chaqueta de cuero que llevaba y a los pantalones que se parecían sospechosamente a los reglamentarios de la sección motorizada. Se acercó a Merrick para que la muchedumbre no pudiera oír lo que le decía y le dijo a toda prisa:
—Jefe, ahí hay un tío al que deberíamos vigilar.
—¿Por?
—He oído cómo le decía a un par de tipos que conocía a las víctimas. Estaba fardando. Se ufanaba de que no creía que muchos pudieran decir lo mismo. Y también le he oído decir que seguro que se trataba de un cachitas como él, por aquello de tener que arrastrar los cadáveres. Ha dicho que se apostaba lo que fuera a que esta noche había gente por aquí que no sabía que conocía a un asesino. El tipo no dejaba de presumir.
—¿Por qué no le entras tú? —le dijo al agente, interesado por lo que acababa de contarle, pero sin querer robarle el mérito de conseguir a un sospechoso.
—He intentado entablar conversación con él, pero me ha dado largas —dijo, poniendo mala cara—. Quizá no sea su tipo.
—¿Y por qué crees que yo sí que lo soy? —dijo sin saber si le estaba insinuando algo ofensivo.
—Lleva el mismo tipo de ropa que usted.
—A ver, señálamelo —suspiró Merrick.
—No mire ahora, señor, pero es el que está de pie junto a los altavoces. Blanco. 1,65 metros. Pelo oscuro, corto. Ojos azules. Afeitado apurado. Fuerte acento escocés. Viste como usted. Y bebe una pinta de rubia.
Merrick se apoyó en la pared y escaneó el lugar poco a poco. Detectó al sospechoso en la primera pasada.
—Creo que lo tengo. De acuerdo, hijo, gracias. En cuanto me vaya, que parezca que te quedas jodido.
Se apartó de la pared y dejó al agente practicando su cara de decepción. Despacio, el sargento avanzó por el club hasta llegar a la altura del hombre que le habían señalado. Tenía la complexión corpulenta de un levantador de peso y cara de boxeador. Iba vestido casi igual que Merrick, excepto por el hecho de que su chaqueta tenía más hebillas y cremalleras.
—El local está lleno a reventar —dijo el policía.
—Sí. Muchas caras nuevas. Es probable que la mitad de ellos sean polis. ¿Ves a ese gilipollas con el que acabas de hablar? Solo le faltaba haber venido en un Panda. ¿Alguna vez habías visto a alguien que llamase tanto la atención?
—Por eso me lo he quitado de encima.
—Por cierto, me llamo Stevie. Veo que estás teniendo una noche movidita con solicitudes no deseadas. No he podido dejar de observar cómo te zafabas antes de un pesado. Bien hecho, amigo.
—Gracias. Me llamo Don.
—Tanto gusto. Así que eres nuevo en la zona, ¿eh? Con un acento así, es evidente que no eres de por aquí.
—¿Es que aquí se conoce todo el mundo? —preguntó Merrick con la sonrisa torcida.
—Más o menos. Temple Fields es un barrio. Especialmente, en lo referente a la escena sadomasoquista. A ver, seamos realistas, si vas a dejar que alguien te ate, mejor saber dónde te metes.
—Tienes razón —dijo de forma sentida—. Y más cuando anda un asesino suelto.
—A eso me refería exactamente. Quiero decir, no creo que los tipos a los que ha matado pensasen que fueran a sufrir más que un rato de violencia. Los conocía, ¿sabes? Adam Scott, Paul Gibbs, Gareth Finnegan y Damien Connolly. A todos. Y déjame que te diga una cosa: jamás lo hubiera imaginado de ellos. Eso te demuestra algo, ¿no? Nunca puedes estar seguro sobre lo que a la gente se le pasa por la cabeza.
—Entonces, ¿de qué los conocías? Me ha parecido leer en los periódicos que no frecuentaban la zona.
—Tengo un gimnasio —dijo orgulloso— Adam y Gareth eran miembros. De vez en cuando tomábamos algo juntos. A Paul Gibbs lo conocí a través de un colega y nos tomábamos una pinta de uvas a peras. Y el poli, el tal Connolly, vino al gimnasio por un robo que habíamos sufrido.
—Apuesto a que no hay muchos por aquí que puedan decir que conocieran a todos estos pobres desgraciados.
—Así es, tío. Ahora bien, yo no creo que el asesino buscara algo más que divertirse un poquito.
Merrick enarcó las cejas.
—¿Te parece divertido asesinar personas?
Stevie negó con la cabeza.
—No, no me has entendido. El caso es que creo que no sale a la calle pensando que los va a matar. No. Es más bien… un accidente, no sé si me sigues. Ellos están con sus jueguecitos y el tipo se deja llevar hasta que, al final, se le escapa de las manos. Por descontado, es muy fuerte ya que puede transportar los cuerpos y dejarlos abandonados en mitad de la ciudad. No va a ser un cobarde de los pies a la cabeza, por el amor de Dios. Si es un culturista como yo, es posible que no conozca su verdadera fuerza. Le podría pasar a cualquiera —añadió tras una pausa.
—¿Cuatro veces? —preguntó el policía, incrédulo.
Su interlocutor se encogió de hombros.
—Quizá se lo pidieron. ¿Sabes a qué me refiero? Incitaciones sexuales y todo eso. Seguro que prometían cosas que, a la hora de la verdad, no estaban dispuestos a ofrecer. Yo me he encontrado en ese punto, Don… y te aseguro que hay veces en las que querrías matar a esos cabrones de mierda.
El detective Merrick estaba deseoso de actuar. Carol Jordán no era la única policía de Bradfield que había estado leyendo sobre los perfiles psicológicos de los asesinos en serie. Merrick conocía casos en los que el asesino se justificaba de esta manera, fanfarroneando ante una tercera persona. El asesino de Yorkshire, sin ir más lejos, había estado presumiendo con sus colegas de que mataba prostitutas. Quería meter a Stevie en una sala de interrogación. El único problema era cómo llevarlo hasta allí.
El policía se aclaró la garganta.
—Imagino que la única manera de evitarlo es conocer a la gente que te llevas a la cama antes de hacerlo.
—Eso es, justo. ¿Te parece que nos vayamos de aquí? Quizá podríamos tomarnos un café en una cafetería…, conocernos un poquito mejor.
—Claro —asintió el policía antes de dejar el botellín de cerveza sobre una mesa cercana—, vamos.
En cuanto salieran conectaría la radio en modo «transmitir» únicamente y uno de los equipos de seguimiento lo apoyaría enseguida. Luego pondría a prueba los cojones de Stevie en Scargill.
Aunque ya era más de medianoche, la calle no estaba precisamente desierta.
—Por aquí —dijo Stevie, señalando hacia la izquierda. Merrick metió la mano en la chaqueta y ajustó el interruptor de la radio.
—¿Adonde vamos?
—Hay un café que está abierto toda la noche. En los jardines de Crompton.
—Genial, mataría por un bocata de bacón.
—Eso es muy malo para la salud —dijo Stevie muy serio.
En cuanto dieron la vuelta a la esquina que daba a la plaza, Merrick sintió que alguien salía de un portal oscuro e iba tras ellos. Hizo amago de girarse hacia el sonido de las pisadas,
«Igual que en la noche de San Juan», fue su último pensamiento consciente antes de que un destello de luz irrumpiera tras sus ojos.