4

Lo cierto es que se me «antojaba», así que decidí iniciar mis prácticas en su garganta.

La sargento de guardia tampoco se preocupó demasiado cuando Damien Connolly no llegó a su hora a la oficina de información de la división F de la comisaría del sur de la ciudad. Aunque Connolly era uno de los mejores compaginadores de la comisaría y formaba parte del equipo HOLMES, era habitual que llegara tarde. Al menos dos veces por semana, entraba por la puerta a toda velocidad diez minutos después de que hubiera comenzado su turno. Pero cuando, media hora más tarde, seguía sin aparecer, la sargento Claire Bonner comenzó a irritarse. Connolly era lo suficientemente sensato como para saber que, en caso de retrasarse más de quince minutos, tenía que telefonear. Y más hoy, en que desde la jefatura habían pedido que se pusiesen manos a la obra todos y cada uno de los miembros del HOLMES debido a una investigación en curso sobre un asesino en serie.

Entre bufidos de irritación, la sargento buscó entre sus archivos el número de teléfono de casa de Connolly y lo marcó. El teléfono sonaba y sonaba hasta que, finalmente, se desconectó de forma automática. Sintió un leve pinchazo de preocupación. Fuera del trabajo, Damien era un solitario. De hecho, era más reservado y meditabundo que la mayoría de policías del turno de Bonner. Incluso mantenía las distancias a la hora de participar en la vida social de la comisaría. Por lo que ella sabía, Connolly no tenía novia, así que no había podido quedarse dormido en su cama. Toda su familia estaba en Glasgow, con lo que no había parientes a quienes recurrir en la zona. La sargento Bonner se puso a pensar. Su turno había tenido ayer el día libre. Al finalizar el anterior turno nocturno, Connolly la había acompañado a desayunar junto a media docena de los muchachos. No había previsto que tuviera ningún plan para su día libre, excepto recuperar las horas de sueño y trastear en el coche, un antiguo Austin Healey biplaza y descapotable.

Bonner fue a la sala de control y habló con su homólogo para pedirle que uno de los coches patrulla se pasase por casa del policía y comprobase que no estaba enfermo o herido.

—Que miren en el garaje, no vaya a ser que esa mierda de coche suyo se le haya caído encima —añadió camino de su mesa.

Eran más de las ocho cuando el sargento de control entró en la oficina.

—Mis muchachos han pasado por casa de Connolly. Nadie responde a la puerta. Han echado una buena ojeada alrededor de la casa y resulta que las cortinas se hallaban abiertas. La leche estaba en la puerta y no había el menor signo de vida. Solamente una cosa les ha resultado un tanto sospechosa, y es que el coche estaba aparcado en la calle, lo que suele ser raro en él. No hace falta que te diga que trata ese carromato como si fuera una de las joyas de la corona.

La sargento frunció el entrecejo.

—¿Podría ser que hubiera alguien en su casa? ¿Un pariente, una novia… y que lo haya dejado allí afuera para que el invitado pueda guardar su coche en el garaje?

—No —dijo el sargento, negando con la cabeza—, los muchachos han mirado por la ventana del garaje y está vacío. Y no te olvides de la leche.

Bonner se encogió de hombros.

—Pues no podemos hacer mucho más.

—Bueno, es mayor de edad. Creía que iba a comportarse con más sensatez en lugar de engrosar la lista de los desaparecidos, pero ya sabes lo que dicen de los calladitos.

La sargento suspiró.

—Me voy a hacer un liguero con sus tripas en cuanto aparezca. Por cierto, le he pedido a Joey Smith que ocupe su puesto en la oficina de compaginación durante este turno.

El sargento de control puso los ojos en blanco.

—No hay duda de que sabes alegrarle el día a un hombre. ¿No podrías haber escogido a uno de los otros? Smith no sabe ni hacer la «o» con un canuto.

Antes de que a Bonner le diera tiempo a responder, llamaron a la puerta.

—¿Sí? —dijo—. Adelante.

Entró, dubitativa, una agente de la oficina de control. Parecía que estuviera enferma.

—Jefa… —la preocupación se hizo patente en una única palabra—, creo que será mejor que le eche un vistazo a esto. —Sostenía un fax en las manos. Era evidente que lo habían arrancado a toda prisa porque la parte final estaba rasgada.

El sargento de control, que se encontraba más cerca, tomó la delgada hoja de papel y leyó lo que ponía en ella. De pronto, cerró los ojos y contuvo el aliento. Sin mediar palabra, le tendió el fax a la sargento.

Al principio, solo fue capaz de apreciar el contraste entre el blanco y el negro de la foto. Por unos instantes, su mente la protegió del horror y se preguntó quién se habría vuelto tan idiota como para informar de la desaparición de Connolly. Pero, luego, sus ojos tradujeron las marcas del papel en palabras: «Fax urgente para todas las comisarías. En la foto se muestra la víctima sin identificar de un asesinato, que fue descubierta ayer por la tarde en el patio trasero del pub Reina de corazones, en Temple Fields, Bradfield. A lo largo de la mañana se enviarán más fotografías. Por favor, muestren las fotografías y expónganlas. Remitan cualquier información al inspector Kevin Matthews, en las oficinas de la calle Scargill, ext. 2456».

La sargento miró con aire sombrío a los otros dos oficiales.

—No cabe ninguna duda, ¿verdad?

La agente miró al suelo, con la piel pálida y sudorosa.

—No, es Connolly. A ver, no es que la foto sea muy buena, pero, sin duda, es él.

La sargento cogió el fax y dijo:

—Se lo voy a llevar al instructor Matthews inmediatamente. —Echó la silla hacia atrás y se quedó de pie—. Será mejor que vaya al depósito. Van a necesitar una identificación formal cuanto antes para que puedan seguir avanzando.

—Esto lo convierte en un partido completamente diferente —dijo Tony con gesto serio.

—Sin duda, la apuesta sube —respondió Carol.

—Lo que me pregunto es si Andy el Hábil sabía o no que nos estaba dejando a un poli —dijo con voz suave mientras giraba sobre la silla y quedaba orientado al ventanal, desde el que podían verse los tejados de la ciudad.

—¿Disculpa?

Le ofreció una sonrisa de medio lado y dijo:

—No, soy yo quien debería disculparse. Siempre les pongo nombre. Lo convierte en algo personal. —Y se giró para no darle la espalda a Carol—. ¿Te molesta?

Esta negó con la cabeza.

—Es mejor que el mote de comisaría.

—¿Cuál es? —preguntó con las cejas alzadas.

—El Matamaricas —contestó, haciendo evidente su rechazo.

—Eso da muchas cosas por sentadas —respondió de forma evasiva—, pero ayuda a los muchachos a lidiar con el miedo y la ira. No me parece mal.

—A mí no me gusta. No me parece muy personal que digamos llamarle Matamaricas.

—Y, ¿qué lo hace personal según tú? ¿El hecho de que haya matado a uno de los vuestros?

—Yo ya lo sentía como algo personal mucho antes. En cuanto descubrimos el segundo asesinato, ese del que me tuve que encargar, supe que estábamos ante un asesino en serie. Fue entonces cuando se convirtió en algo personal. Quiero pillar a ese cabrón. Lo necesito. Profesionalmente, personalmente, lo que sea. —La vehemencia fría de la voz de Carol infundía confianza en Tony. Era una mujer decidida a superar todos los obstáculos que encontrara a su paso a fin de asegurarse de que él tuviera a su disposición cuanto necesitaba para realizar el trabajo. Su tono de voz y las palabras que había elegido las recibió como un desafío calculado por el que pretendía demostrarle que no le importaba lo más mínimo la probable conexión sexual que pudiera haber entre ambos. Era justo lo que necesitaba. Profesionalidad en todos los campos.

—Tú y yo solos —soltó Tony—, pero juntos, podemos conseguirlo. Pero solo juntos. ¿Sabes?, la primera vez que tuve que trazar un perfil se trataba de un pirómano. Después de media docena de fuegos importantes, ya conocía cómo lo estaba haciendo y por qué. Sabía exactamente el tipo de cabrón desequilibrado que era, pero no lograba darle un nombre ni ponerle cara. Durante un tiempo, la frustración me volvió loco. Pero luego me di cuenta de que aquel no era mi trabajo. Era el tuyo. Lo único que yo puedo hacer es guiarte en la dirección correcta.

Carol esbozó una sonrisa forzada.

—Tú señala, que yo saldré disparada como un perro de caza. ¿Qué querías decir con eso de que te preguntabas si sabría que Damien Connolly era policía?

Tony se pasó la mano por el pelo, que se le quedó tieso, como si fuera punki.

—Bueno, aquí hay dos opciones posibles. Puede ser que Andy el Hábil no supiera que Damien Connolly era policía. Simplemente, podría ser una coincidencia; una casualidad especialmente desagradable para sus colegas, pero coincidencia al fin y al cabo. Sin embargo, esa opción no me gusta, puesto que según mi lectura, basada en lo poco que sé de momento, no se trata de víctimas aleatorias elegidas al azar porque sí. Creo que las elige cuidadosamente y que lo planea todo a conciencia. ¿Estás de acuerdo?

—Es evidente que no deja nada al azar.

—Muy bien. La alternativa es que el Hábil supiera a ciencia cierta que su cuarta víctima era policía. Eso nos dejaría ante otras dos posibilidades. La primera: Andy sabía que iba a matar a un policía, pero el hecho le resultaba completamente irrelevante como móvil. En otras palabras: Damien Connolly cumplía con todos los demás requisitos necesarios y, llegados a este punto, habría muerto lo mismo fuera policía o conductor de autobús. Pero es la otra posibilidad la que más me gusta: que su condición de poli fuera determinante para elegirlo como cuarta víctima.

—¿Quieres decir que se está burlando de nosotros?

Menos mal, era rápida. Así, el trabajo sería mucho más sencillo. Bastante había ascendido si tenemos en cuenta que poseía tanto belleza como cerebro. Cualquiera de los dos atributos, sin la compañía del otro, la habrían ayudado a ascender mucho más deprisa.

—Sin duda, es una opción. Pero creo que tiene más que ver con la vanidad. A lo mejor había empezado a cabrearse por la reticencia del subcomisario Cross a reconocer que existía. A sus propios ojos, es muy bueno en lo que hace. Es el mejor. Y merece reconocimiento. Y ese deseo de ser debidamente reconocido se vio frustrado ante el rechazo de la policía a admitir que solo había un asesino tras los crímenes. Sí, el Sentinel Times ha estado especulando en este sentido, pero el elogio no es tan grande como lo habría sido en caso de que un comunicado policial lo hubiera hecho público. Y yo podría haber echado leña al fuego sin querer después del tercer asesinato.

—¿Por la entrevista que hiciste con el Sentinel Times?

—Sí. El haber insinuado que quizás había dos asesinos pudo crisparlo al no ser reconocido como maestro indiscutible de su obra maestra.

—Dios santo —dijo Carol, dividida entre la repulsión y la fascinación—. Así pues, ¿fue a por un agente de policía para que lo tomáramos en serio?

—Puede ser. Evidentemente, no podía tratarse de cualquier agente de policía. A pesar de que sus convicciones acerca de los poderes fácticos resulten decisivas, su criterio principal sigue siendo ir tras aquellas víctimas que reúnan unos determinados rasgos.

Carol frunció el ceño.

—Entonces, ¿estás diciendo que Connolly tiene algo que lo diferencia de los demás polis?

—Eso parece.

—Quizá sea por la sexualidad —musitó ella—. Es decir, no hay muchos gais en el cuerpo. Y quienes lo son suelen estar tan remetidos dentro del armario que podrías llegar a confundirlos con perchas.

—¡Hala! —se rio Tony, levantando ambas manos como si quisiera defenderse—. Mejor no teorizar sin datos. Aún no sabemos si Damien era gay. Lo que nos vendría bien es conocer en qué turnos había trabajado últimamente; digamos que… durante los dos últimos meses. Así nos haremos una idea sobre las horas a las que estaba en casa, lo que quizá ayude a los agentes que vayan a interrogar a los vecinos. Además, deberíamos preguntar a los compañeros que le sustituían, para saber si siempre se marchaba solo o alguna vez llevaba a alguien a casa. Tenemos que descubrir cuanto podamos sobre Damien Connolly en su doble faceta de hombre y policía.

Carol sacó una libreta y garabateó un recordatorio.

—Turnos —musitó.

—Esto nos cuenta algo más sobre Andy el Hábil —dijo Tony lentamente, intentando dar forma a la idea que se le acababa de ocurrir.

Carol lo miró, con los ojos alerta.

—¿Sí?

—Es muy, muy bueno en lo que hace —dijo sin más—. Piénsalo. Los agentes de policía son observadores cualificados. Hasta el poli más torpe está mucho más alerta respecto a lo que sucede a su alrededor que cualquier persona normal. Y por lo que me has contado, Damien Connolly era un tipo brillante. Un compaginador, lo que significa que estaba más atento que la mayoría de agentes. Por lo que sé, la labor de un compaginador consiste en ser la enciclopedia viviente de la comisaría. Está muy bien que toda la información local sobre villanos y malhechores se halle almacenada en archivos y tarjetas, pero si el compaginador no es agudo, el sistema no sirve de nada, ¿me equivoco?

—Has dado en el clavo. Un buen compaginador vale lo que seis agentes de campo. Y, sin duda, Connolly era uno de los mejores.

Tony se recostó en la silla.

—Lo que significa que si Andy siguió a Damien sin levantar sospechas, tiene que ser bueno de la hostia. A ver, Carol, si alguien te estuviera siguiendo con insistencia, te darías cuenta, ¿no?

—Demonios, espero que sí —contestó con ironía—. Pero yo soy mujer. Quizá nosotras estemos un poco más a la defensiva que los tíos.

Tony asintió.

—Creo que un poli tan listo como Damien se habría dado cuenta de que le seguían a menos que lo hiciese un verdadero profesional.

—¿Te refieres a que quizás estemos buscando a alguien del gremio? —dijo alzando la voz, pues la sola idea le resultaba inconcebible.

—Es posible. Pero yo no seguiría por ese camino hasta que haya visto todas las pruebas. ¿Es eso de ahí? —preguntó, señalando con la cabeza la caja de cartón que Carol había dejado junto a la puerta de su oficina.

—Solo en parte. Todavía tengo en el coche otra caja más y algunas carpetas con fotografías. Y eso que lo he ajustado tanto como he podido.

Tony hizo un mohín.

—Menos mal que te has ocupado tú. ¿Quieres que vayamos a recogerlas?

Carol se puso en pie.

—¿Por qué no empiezas a leer mientras yo voy a por el resto?

—Lo primero que quiero hacer es echarles un vistazo a las fotografías, así que podría perfectamente acompañarte y ayudarte.

—De acuerdo. Gracias —respondió.

En el ascensor, se colocaron uno y otro frente a frente; conscientes de su mutua presencia física.

—No tienes acento de Bradfield —dijo Tony una vez se hubieron cerrado las puertas. Si quería que su colaboración con Carol Jordán fuera sobre ruedas, tenía que saber cómo era, tanto profesional como personalmente. Cuanto más descubriera de ella, mejor le iría.

—Creía que habías dicho que el trabajo detectivesco nos lo dejabas a nosotros.

—Los psicólogos somos buenos mostrando lo evidente. ¿No es eso lo que dicen quienes nos critican en el cuerpo?

Touché. Soy originaria de Warwick. Luego fui a la Universidad de Manchester, y después asistí a un curso acelerado en la metropolitana. Y ¿tú? No soy buena para los acentos, pero creo que eres del norte, aunque tampoco pareces de Bradfield.

—Nacido y criado en Halifax. Estudié en la Universidad de Londres e hice un doctorado en Oxford. Ocho años en hospitales especiales. Hace dieciocho meses, el Ministerio me ofreció un puesto como coordinador de este estudio de viabilidad. —«Da un poco para conseguir mucho», pensó Tony irónicamente. Exactamente, ¿quién estaba probando a quién?

—Así que ambos somos forasteros.

—Quizá por eso te escogiera John Brandon como enlace.

Las puertas del ascensor se abrieron y salieron al aparcamiento subterráneo. Caminaron hasta la zona de visitantes, donde Carol había dejado el coche. Tony sacó a pulso del maletero la caja de cartón.

—Debes de ser más fuerte de lo que pareces —jadeó.

Carol cogió las carpetas de fotos y sonrió abiertamente.

—Y cinturón negro en Cluedo. Oye, Tony… si el tipo es del gremio, ¿qué cosas deberíamos esperar?

—No debería haber dicho nada. Estaba teorizando sin datos. No quiero que le des relevancia. Tú cíñete a lo que tenemos, ¿vale? —dijo, resoplando.

—Vale, pero ¿qué deberíamos esperar? —insistió.

Estaban ya dentro del ascensor antes de que Tony le respondiera.

—Un comportamiento familiarizado con los procedimientos policiales y forenses. Aunque eso, en sí mismo, no demuestra nada. Hoy en día existe mucha literatura sobre crímenes y series de televisión protagonizadas por detectives, por lo que cualquiera puede formarse una idea. Carol, por favor, quítatelo de la cabeza. Debemos tener una mentalidad abierta. De lo contrario, nuestro trabajo no servirá de nada.

Carol soltó un suspiro.

—Vale. Pero ¿me lo contarás si lo sigues pensando después de ver todas las pruebas? Porque no es una posibilidad menor. Quizá tengamos que enfocar de otra forma la investigación.

—Te lo prometo.

Las puertas del ascensor se abrieron, como si pretendieran poner por su cuenta punto final a la conversación.

Cuando llegaron a la oficina, Tony sacó el primer grupo de fotografías de la carpeta.

—Antes de que empieces, ¿podrías indicarme cómo quieres que llevemos esto? —preguntó Carol, con la libreta preparada.

—Primero voy a mirar las fotografías, y después te pediré que me informes acerca del punto en el que se encuentra hoy la investigación. Cuando acabo con ello, suelo trazar el perfil de cada una de las víctimas. Luego tendremos otra sesión con esto otro —dijo blandiendo los formularios—. Y, finalmente, camino por la cuerda floja y compongo un perfil del asesino. ¿Te parece razonable?

—Suena bien. ¿Cuánto tardas en hacerlo todo?

Tony frunció el entrecejo.

—Pues es difícil de calcular. Pero unos cuantos días. Sin embargo, parece que Andy el Hábil trabaja en un ciclo de ocho semanas; y no parece que vaya a acelerar. Lo que, por cierto, eso no es usual. En cuanto haya estudiado el material, podré hacerme una idea mejor de hasta qué punto se encuentra al mando. Pero creo que aún nos queda algo de tiempo antes de que vuelva a matar. A pesar de eso, es posible que ya haya elegido a su próxima víctima, así que tendremos que asegurarnos de que mantenemos todos los avances a buen recaudo de la prensa. Lo último que queremos es ser el catalizador que ayude a acelerar el proceso.

—¿Siempre eres tan optimista? —refunfuñó Carol.

—Lo da el terreno que pisamos. Ah, y una cosa más. Si obtenéis algún sospechoso, preferiría no saber nada sobre él de momento. Existe el peligro de que mi subconsciente altere el perfil en consonancia.

—Mucha suerte íbamos a tener —bufó.

—¿Tan mal está la cosa?

—Pues hemos investigado a todos los que tienen cargos de abusos sexuales o violentos contra gais, y no parece que ninguno de ellos muestre la más remota conexión.

Tony puso cara de comprenderla; después, cogió las fotografías del cadáver de Adam Scott y, poco a poco, empezó a observarlas. Cogió un bolígrafo y se acercó el bloc A4. Miró a Carol.

—¿Café? —le preguntó—. Iba a preguntártelo antes, pero estaba muy interesado en nuestra conversación.

Carol tuvo sensación de complicidad. Ella también había disfrutado de la conversación, a pesar de sentir un pinchazo de culpabilidad, pues unos asesinatos múltiples no debían suponer una fuente de placer. Hablar con Tony era como hacerlo con un igual que no tuviera ningún prejuicio de antemano, cuya preocupación principal consistiera en encontrar el mejor camino hasta la verdad en lugar de pretender hinchar su ego. Era algo que, por ahora, había echado de menos en este caso.

—Yo también —admitió—. Creo que estoy llegando a ese punto en el que el café resulta una necesidad. ¿Quieres que vaya a por ellos?

—¡Por el amor de Dios, no! —dijo Tony entre risas—. No estás aquí para eso. Espera, vuelvo enseguida. ¿Cómo lo tomas?

—Solo, sin azúcar. Y, preferiblemente, por gotero intravenoso.

Tony sacó un termo grande de su archivador y desapareció. A los cinco minutos estaba de vuelta con dos tazas humeantes y la jarra. Le tendió una de las tazas y señaló el termo.

—Lo he llenado. Yo diría que esto nos va a llevar algún tiempo. Sírvete todas las veces que quieras.

Carol dio un trago largo y le preguntó con sorna.

—¿Quieres casarte conmigo?

Tony volvió a reírse para mitigar la sacudida de aprensión que sintió de pronto en el estómago; su respuesta típica incluso ante los flirteos más inocentes.

—Seguro que en unos días no dices lo mismo —dijo a modo de evasiva, volviendo a fijarse en las fotografías.

—Víctima número uno: Adam Scott —dijo en voz baja al tiempo que anotaba algo en la libreta. Miró las fotografías una a una y, en cuanto terminó, empezó de nuevo. En la primera fotografía se mostraba una plaza de la ciudad, con casas altas de estilo georgiano a uno de los lados, un edificio moderno de oficinas en el otro y el último, lleno de tiendas, bares y restaurantes. En el centro de la plaza había un jardín público cruzado en diagonal por dos senderos. En el centro se alzaba una ornamentada fuente para beber de estilo Victoriano. El parque estaba rodeado por un muro de ladrillo de noventa centímetros de altura. A ambos lados del jardín había densas parcelas de arbustos. La sensación general era de cierto abandono. El estuco de las casas estaba caído en varias zonas. Se imaginó a sí mismo de pie en una de las esquinas, observando… olisqueando el aire teñido de la ciudad, mezclado con el hedor a alcohol rancio y a comida rápida… escuchando los sonidos de la noche: el ruido de los motores, el golpeteo de los tacones de aguja sobre el pavimento, risas ocasionales y lloriqueos arrastrados por el viento, el gorjeo de los estorninos sacados de su sueño bajo la engañosa luz de sodio de las farolas. «¿Dónde estabas, Andy? ¿Desde dónde lo mirabas todo? ¿Qué es lo que oías? ¿Qué sentías? ¿Por qué aquí?».

En la segunda fotografía era posible reconocer una sección de la pared y parte de los arbustos desde la calle. Para Tony, la fotografía era lo bastante clara para distinguir los pequeños cuadrados de hierro en lo alto del muro, lo único que quedaba de la verja que, probablemente, había sido arrancada durante la guerra para hacer armas y munición. Una de las zonas con arbustos tenía algunas ramas rotas y hojas machacadas. En la tercera fotografía aparecía el cadáver de un hombre, boca abajo sobre el suelo, con los miembros separados en ángulos extraños. Tony se dejó arrastrar al interior de la fotografía, intentando meterse en la piel de Andy el Hábil. «¿Cómo te sentías? ¿Estabas orgulloso? ¿Tenías miedo? ¿Estabas exultante? ¿Sentiste algún espasmo de remordimiento tras abandonar el objeto de tu deseo? ¿Cuánto tiempo estuviste disfrutando de la vista, del retablo que habías creado? ¿Tuviste que alejarte al oír pasos o te daba igual?».

Tony levantó la mirada. Carol lo estaba observando. Se sorprendió al reconocer que, por una vez, no se sentía incómodo porque una mujer hubiera clavado los ojos en él. Puede que se debiera a que su relación tenía una base profesional muy firme en la que no había competencia alguna. Su tensión disminuyó un poco.

—El lugar en el que encontraron el cuerpo. Háblame de él.

—Los jardines de Crompton. Se hallan en el corazón de Temple Fields, donde se solapan la zona gay y el distrito rojo. Por las noches está mal iluminado, fundamentalmente porque los prostitutos suelen romper las bombillas de las farolas para poder llevar a cabo sus escarceos a oscuras. En Crompton hay muchos encuentros sexuales, tanto entre los arbustos como en los bancos que hay bajo los árboles. También se practica el sexo en las puertas de las oficinas y en las zonas asotanadas de las casas. Alquileres, prostitución y ligues ocasionales. Hay gente en la zona toda la noche; pero es de esa clase que no va a venir a contarte que ha visto cosas extrañas, por mucho que haya sido así —explicó Carol mientras Tony tomaba notas.

—¿Y el clima?

—Una noche seca, aunque el suelo estaba bastante húmedo.

Tony volvió a mirar las fotografías. El cuerpo estaba fotografiado desde diferentes ángulos. Luego, tras el levantamiento del cadáver, se hicieron varios primeros planos de la zona en la que lo dejaron. No se veían huellas, pero había pedazos de plástico debajo del cuerpo. Los señaló con la punta del bolígrafo.

—¿Sabemos qué son?

—Bolsas de basura del Ayuntamiento de Bradfield. Son típicas en las tiendas, en los bloques de apartamentos…, en cualquier lugar donde las papeleras son inapropiadas. Ese tipo de bolsa se usaba hace un par de años. Aparentemente, no hay nada que nos indique si ya estaban allí o si fueron dejadas junto con el cadáver.

Tony enarcó las cejas.

—Parece que has asimilado un montonazo de detalles desde ayer por la tarde.

—Resulta tentador pretender que soy Superwoman, pero he de confesar que ya había estado estudiando las otras dos investigaciones. Estaba convencida de que se hallaban relacionadas; a pesar de que mi jefe no lo creyera así. Y, para ser justa con mis colegas, los inspectores que dirigían dichos casos tienen una mentalidad abierta. No ponían objeción alguna a que echase un vistazo ocasionalmente a su material. Haber estado repasándolo toda la noche me ha servido para refrescar la memoria, nada más.

—¿Llevas toda la noche sin dormir?

—Como tú mismo has dicho antes: lo da el territorio que pisas. Estaré bien hasta las cuatro de la tarde. Entonces el sueño me golpeará como una maza —admitió.

—Mensaje recibido y entendido —respondió, al tiempo que volvía a mirar las fotografías. Pasó a concentrarse en las de la autopsia. El cuerpo yacía boca arriba sobre una camilla blanca. Fue entonces cuando vio las horribles heridas por primera vez. Observó cada fotografía con detenimiento. A veces volvía a alguna de las anteriores. Cuando cerraba los ojos era capaz de imaginar el cuerpo intacto de Adam Scott rompiéndose y cubriéndose de heridas y moretones como si fueran afloramientos extraños. Casi podía recrear a cámara lenta las manos que habían hecho pasar un calvario a aquel cuerpo. Después de unos instantes, abrió los ojos para hablar de nuevo.

—Estos cardenales del cuello y del pecho… ¿Qué dijo el forense?

—Dijo que eran una especie de chupetones. Como mordiscos de amor.

Una cabeza que bajaba, depredadora; qué extraña parodia del amor.

—¿Y sobre estas partes del cuello y del pecho? ¿Esos tres pedazos en donde se le arrancó la carne? —preguntó fríamente.

—Se los quitaron una vez muerto. Quizá le guste comérselos.

—Quizá —respondió con reservas—. ¿Recuerdas si había algún signo de moratones alrededor del tejido restante?

—Creo que sí —dijo ella, sorprendida.

—Tendré que ver el informe del forense —asintió Tony—. Este Andy el Hábil es un chico listo. Mi primera impresión es que no se trata de souvenirs o de indicios de canibalismo. Creo que podría haber habido marcas de mordiscos. Pero nuestro Andy entiende lo suficiente de odontología forense como para saber que las marcas de sus dientes serían más que suficiente para dar con él. Así que una vez que se le ha pasado el furor y se ha relajado, elimina las pruebas. Estos cortes en los genitales, ¿son anteriores o posteriores al fallecimiento?

—Posteriores. El forense hizo hincapié en que parecían tentativas.

Tony esbozó una sonrisa de satisfacción.

—¿Dijo algo acerca de qué podía haber causado el traumatismo de los miembros? En las fotos parece un muñeco de trapo.

—No quiso emitir un juicio oficial —suspiró ella—. Los cuatro aparecieron dislocados y con alguna de las vértebras desencajada. Dijo que… —Hizo una pausa e imitó la expresión solemne del forense—: «No me pidáis que lo repita, pero heridas como estas esperaría encontrarlas después de que la Inquisición española hubiese torturado a alguien en el potro».

—¿En el potro? Mierda, realmente estamos tratando con una mente retorcida. Vale. Siguiente: Paul Gibbs. Este era el tuyo, ¿verdad? —dijo mientras guardaba las fotografías del primer caso y extraía las del segundo. Repitió el proceso que había seguido con el anterior—. ¿Dónde se halla este escenario en relación con el primero?

—Espera un segundo, que te lo enseño. —Abrió una de las cajas y extrajo un gran mapa a escala que se le había ocurrido traer. Lo desdobló y lo extendió en el suelo. Tony se levantó y se acuclilló junto a la mujer. Ella notó su olor de inmediato; una mezcla entre champú y aroma propio, tenue y animal. Nada de colonia ni de loción masculina para después del afeitado. Observó sus manos, pálidas y cuadradas, tendidas sobre el mapa. Tenía los dedos cortos y un tanto regordetes, las uñas bien recortadas y unos pocos pelos oscuros en la falange más cercana a la mano. Horrorizada, notó que sentía la punzada del deseo. «Eres tan patética como una adolescente. Como una quinceañera que se enamora del primer profesor que le dice algo agradable de su trabajo. ¡Madura, Jordán!», se reprendió con ferocidad.

Con la excusa de señalar los diferentes lugares en el mapa, Carol se apartó un poco.

—Aquí están los jardines de Crompton. La calle Canal queda a unos setecientos metros, por aquí. Y el pub Reina de corazones está justo aquí, a mitad de camino entre ambos.

—Habría que asumir que conoce bien la zona, ¿no? —preguntó Tony mientras trazaba su propio mapa mental de los lugares donde habían ocurrido los asesinatos.

—Así es. Crompton es un lugar evidente en el que arrojar un cadáver, pero los otros dos exigen estar muy familiarizado con Temple Fields. —Y se sentó, al tiempo que intentaba discernir si las diversas localizaciones seguían algún patrón que señalara hacia una dirección determinada.

—Necesitaría echar un vistazo a los distintos escenarios. Preferiblemente a la hora aproximada a la que fueron abandonados los cadáveres. ¿Tenemos esa información?

—La de Adam, no. Se estima que la hora de su muerte se produjo una hora antes o después de medianoche; así que tuvo que ocurrir luego. En el caso de Paul, sabemos que la puerta de acceso estaba despejada justo después de las tres de la madrugada. La hora de la muerte aproximada de Gareth oscila entre las siete de la tarde y las diez de la noche del día previo a que fuera encontrado su cadáver. Y en el caso de Damien, el patio estaba vacío a las 23:30 —recitó Carol con los ojos cerrados para no olvidarse de nada.

Tony descubrió que estaba mirándola directamente a la cara, contento de la libertad que le confería que mantuviera los ojos cerrados. Incluso sin el plus de sus ojos azules, era evidente su consideración de mujer guapa. Cara ovalada, frente despejada, piel blanca, y pelo espeso y rubio, con un corte un tanto descuidado. La boca era fuerte y resuelta. Tenía una arruga entre las cejas que se le formaba cuando se concentraba. Su apreciación era tan fría como si estuviera observando la fotografía de un archivo. ¿A qué se debía que cada vez que se hallaba frente a una mujer que la mayoría de hombres consideraría atractiva, algo se cerraba en su interior? ¿Sería porque se negaba la posibilidad de sentir eso que podría llevarlo a un lugar en el que ya no se viera dominando la situación, donde acechase la humillación? Carol abrió los ojos y se sorprendió al descubrir que la estaba mirando.

Tony notó que las orejas se le encendían y miró rápidamente hacia el mapa.

—Así que se trata de un ave nocturna —dijo abruptamente—. Si es posible, me gustaría echar una ojeada a los escenarios esta misma noche. Quizá puedas conseguir que alguien me acompañe para que tú puedas dormir.

—No —dijo ella, negando con la cabeza—. Si acabamos antes de las cinco, iré a casa y echaré una cabezada. Te recogeré a medianoche, ¿te parece bien?

—Perfecto —contestó mientras se ponía en pie y se parapetaba tras su mesa—, siempre que no te importe. —Recogió las fotografías y se obligó a ponerse de nuevo en los ojos de Andy—. A este le ha hecho una buena, ¿no crees?

—A Paul es al único que le ha pegado de esta manera. Gareth presenta cortes en la cara, pero nada tan salvaje. Le dejó la cara hecha papilla: la nariz rota, los dientes rotos, la mejilla rota, la mandíbula dislocada… Y las heridas anales también son horrendas. Lo destripó parcialmente. El grado de violencia es una de las razones por las que el comisario consideraba que estábamos ante otro asesino. Además, no tiene dislocados ninguno de los miembros, a diferencia de los otros tres.

—¿Este es el que, según los periódicos, lo encontraron cubierto con bolsas de basura?

—Así es. Iguales a las que encontramos debajo del cuerpo de Adam.

Pasaron al caso de Gareth Finnegan.

—Con este voy a tener que invertir más tiempo. Aquí cambia el patrón por lo menos en dos aspectos significativos. Primero: pasa de arrojarlo en la zona de Temple Fields a hacerlo en la de Carlton Park. Sigue siendo una zona gay, pero es una aberración —dejó de hablar y emitió una carcajada profunda—. Menudo comentario… como si su comportamiento no fuese completamente aberrante ya de por sí. Segundo: su carta y el vídeo enviados al Sentinel Times. ¿Por qué decidió anunciar lo de este cuerpo, pero no lo hizo con los demás?

—He estado pensando en ello —dijo la policía—, y me pregunto si tendrá algo que ver con el hecho de que, de lo contrario, podría haber pasado allí días… incluso semanas.

Tony anotó algo en el bloc y levantó el pulgar en señal de aprobación con la otra mano.

—Estas heridas en pies y manos… Sé que suena extraño, pero da la impresión de que lo hubieran crucificado.

—El forense tampoco quiso mojarse. Pero las heridas que presenta en las manos, junto con la dislocación de ambos hombros, hace que resulte muy complicado no concluir que fue crucificado; en especial si tenemos en cuenta que probablemente este asesinato tuviera lugar el día de Navidad. —Se puso en pie y se frotó los ojos. No pudo sofocar un bostezo con el que casi se dislocó la mandíbula. Dio unos pasos por la pequeña oficina, se frotó los hombros para soltar la tensión de los músculos y musitó—: Hijo de la gran puta.

—Las mutilaciones genitales son cada vez más severas —observó él—. Esta vez casi lo ha castrado. Y la herida letal, el corte en la garganta, también es más profunda.

—¿Y eso quiere decir algo? —preguntó ella de manera casi ininteligible mientras bostezaba de nuevo.

—Al igual que el forense, no me atrevo a especular —dijo al tiempo que recogía el último grupo de fotografías. Por primera vez, vio cómo la máscara de profesionalidad de Tony se desvanecía. El horror se dibujó en su cara. Abrió los ojos de forma desorbitada y la boca de tal modo que el aire siseó a través de ella al respirar. La detective no se extrañó. Cuando encontraron a Damien Connolly, un policía que jugaba a rugby y medía casi dos metros de altura se había caído redondo al suelo. Hasta el experimentado forense de la policía había tenido que mirar hacia otro lado durante unos instantes, evidentemente, para no vomitar.

El rigor mortis había dejado tiesos los miembros de Damien de manera que su postura parecía una parodia. Las articulaciones estaban dislocadas en ángulos imposibles. Pero había algo más; algo peor. Le había cortado el pene y se lo había metido en la boca. Tenía el torso cubierto, desde el pecho hasta la ingle, de quemaduras extrañas con forma de estrella, ninguna de las cuales tenía más de un centímetro de diámetro.

—Dios santo —suspiró Tony.

—Es como si con este hubiera empezado por fin a controlar el asunto, ¿no crees? —dijo ella con amargura—. Se enorgullece de su trabajo, ¿verdad?

Tony no contestó. Se esforzó por estudiar las terribles fotografías con el mismo detenimiento que había empleado en las anteriores.

—Carol, ¿tiene alguien alguna sospecha sobre qué ha podido provocar estas marcas de quemaduras?

—Nadie.

—Son raras. El patrón varía. No parece que haya usado todo el rato el mismo objeto. Al menos hay cinco formas diferentes. ¿Conoces a alguien que pueda realizar un análisis informático de patrones? Quiero saber si aquí hay algún mensaje oculto. ¡Debe de haber docenas de estas malditas quemaduras!

—Pues no sé —respondió mientras se frotaba los ojos de nuevo—, los ordenadores y yo somos tan compatibles como el príncipe y la princesa de Gales. Lo preguntaré cuando vuelva a la oficina. Y si no tenemos a nadie, se lo preguntaré a mi hermano.

—¿A tu hermano?

—Michael es un genio de los ordenadores. Se dedica a desarrollar juegos. Si quieres que alguien analice un patrón, lo manipule y lo convierta en un circuito de tiro al blanco, ese es tu hombre.

—¿Y sabe mantener la boca cerrada?

—De no ser así, no podría trabajar en lo que hace. Millones de libras dependen de que su empresa suba antes que nadie el siguiente peldaño del escalafón. Créeme, no suelta prenda.

—No pretendía ofenderte —dijo Tony, sonriente.

—Y no lo has hecho.

—No sabes cuánto me gustaría que me hubieran metido antes en el caso —suspiró—. Andy el Hábil no piensa dejarlo. Está enamorado de su trabajo. Mira estas fotografías. El cabrón va a seguir secuestrando, torturando y matando hasta que le cojáis. Carol, este tipo es un asesino profesional.