Eran criminales.
Cuando Peter dejó sobre la mesa el último expediente, mientras se masajeaba sus ojos llorosos, la noche casi había terminado. Hacía mucho rato que Amy se había dormido, acurrucada en la cama bajo una manta. Lacey había cogido una silla de la cocina para sentarse a su lado. De vez en cuando, mientras él iba pasando las páginas, se levantaba para devolver un expediente a la caja y sacar el siguiente, con la intención de hilvanar la historia lo mejor posible. Peter oía a Amy murmurar en su sueño al otro lado de las cortinas.
Durante un rato, después de que Amy se acostara, Lacey se había sentado con él a la mesa para explicarle lo que no conseguía descifrar por sí mismo. Los expedientes eran abultados, y estaban repletos de información referente a un mundo que desconocía, que jamás había visto ni vivido. Pero de todos modos, con el paso de las horas y la ayuda de Lacey, la historia había cobrado forma en su mente. También había fotografías: hombres adultos con caras abotargadas y adustas, los ojos vidriosos y desenfocados. Algunos sostenían un cartón escrito sobre el pecho, o colgaba alrededor de su cuello como un collar. DEPARTAMENTO DE JUSTICIA PENAL DE TEXAS, rezaba un cartón. DEPARTAMENTO DE REFORMATORIOS DEL ESTADO DE LUISIANA, decía otro. Kentucky, Florida, Wyoming y Delaware. Algunos de los cartones no llevaban palabras, sólo números. Algunos hombres no tenían cartón. Eran negros, blancos y morenos, gruesos o delgados. En el fondo, debido a la expresión de entrega adormilada de sus rostros, todos eran iguales. Leyó:
SUJETO12. Carter, Anthony L. Nacido el 12 de septiembre de 1985 en Baytown, en Texas. Condenado a muerte por asesinato en primer grado con el agravante de indiferencia depravada en el condado de Harris, en Texas, 2013.
SUJETO11. Reinhardt, William J. Nacido el 9 de abril de 1987 en Jefferson City, en Misuri. Condenado a muerte por tres cargos de asesinato y agresión sexual con agravantes en Miami, condado de Dade, en Florida, 2012.
SUJETO10. Martínez, Julio A. Nacido el 3 de mayo de 1991 en El Paso, en Texas. Condenado a muerte por el asesinato de un agente de la ley en el condado de Laramie, en Wyoming, 2011.
SUJETO9. Lambright, Horace D. Nacido el 19 de octubre de 1992 en Oglala, en Dakota del Sur. Condenado a muerte por dos cargos de asesinato y agresión sexual con agravantes en el condado de Maricopa, en Arizona, 2014.
SUJETO8. Echols, Martin S. Nacido el 15 de junio de 1984 en Everett, en Washington. Condenado a muerte por asesinato y atraco a mano armada en Cameron Parish, en Luisiana, 2012.
SUJETO7. Sosa, Rupert I. Nacido el 22 de agosto de 1989 en Tulsa, en Oklahoma. Condenado a muerte por un cargo de homicidio mientras conducía con el agravante de indiferencia depravada en el condado de Lake, en Indiana, 2009.
SUJETO6. Winston, David D. Nacido el 1 de abril de 1994 en Bloomington, en Minnesota. Condenado a muerte por un cargo de asesinato y tres cargos de agresión sexual con agravantes en el condado de New Castle, en Delaware, 2014.
SUJETO5. Turrell, Thaddeus R. Nacido el 26 de diciembre de 1990 en Nueva Orleans, en Luisiana. Condenado a muerte por el asesinato de un agente del Departamento de Seguridad Nacional en el distrito industrial federal de Nueva Orleans, 2014.
SUJETO4. Baffes, John T. Nacido el 12 de febrero de 1992 en Orlando, en Florida. Condenado a muerte por un cargo de asesinato en primer grado y un cargo de asesinato en segundo grado con el agravante de indiferencia depravada en el condado de Pasco County, en Florida, 2010.
SUJETO3. Chávez, Víctor Y. Nacido el 5 de julio de 1995 en Niagara Falls, en Nueva York. Condenado a muerte por un cargo de asesinato y dos cargos de agresión sexual con agravantes a una menor en el condado de Elko County, en Nevada, 2012.
SUJETO2. Morrison, Joseph P. Nacido el 9 de enero de 1992 en Black Creek, en Kentucky. Condenado a muerte por un cargo de asesinato en el condado de Lewis, en Kentucky, 2013.
Y por fin:
SUJETO1. Babcock, Giles J. Nacido el 29 de octubre de 1994 en Desert Wells, en Nevada. Condenado a muerte por un cargo de asesinato en el condado de Nye, en Nevada, 2013.
Babcock, pensó. Desert Wells.
«Siempre vuelven a casa».
El expediente de Amy era más delgado que los demás. SUJETO 13, AMY SAC, rezaba la etiqueta, Convento de las Hermanas de la Misericordia, Memphis, en Tennessee. Estatura, peso y pelo, y una serie de números que Peter supuso serían los datos médicos del tipo que Michael había descubierto en el chip implantado en su cuello. Sujeta a la página había una fotografía de una niña pequeña, no mayor de seis años, tal como Michael había predicho. Toda codos y rodillas, sentada en una silla de madera, el cabello moreno caído alrededor de la cara. Peter nunca había visto una fotografía de alguien a quien conociera, y por un momento su mente pugnó por asimilar la idea de que esa imagen era la misma persona que estaba durmiendo en la habitación de al lado. Pero no cabía duda: tenía los ojos de Amy. «¿Lo ves? —parecían decir—. ¿Quién te creías que era?»
Llegó al expediente de Wolgast, Bradford J. No había fotografía. Una mancha de herrumbre en lo alto de la página señalaba el lugar donde había estado sujeta con un clip. Pero incluso sin ella, Peter fue capaz de formarse una imagen en su mente del hombre que, si lo que decía Lacey era cierto, había conducido a cada uno de los Doce al recinto, y también a Amy. Era un hombre alto y robusto, de ojos hundidos y pelo gris, y grandes manos, aptas para trabajar. Tenía un rostro afable, pero atribulado, bajo cuya superficie se movía algo, apenas reprimido. Según el expediente, Wolgast había estado casado y tenía una hija, llamada «Eva», que constaba como fallecida. Peter se preguntó si ése sería el motivo de que, al final, hubiera decidido ayudar a Amy. Su instinto le decía que así era.
No obstante, fue el último expediente el que más cosas le dijo. Era el informe que alguien llamado Cole remitía a un tal coronel Sykes, del Departamento de Armas Especiales del Ejército de Estados Unidos, relativo al trabajo del doctor Jonas Lear y algo llamado «Proyecto Noé»; y un segundo documento, fechado cinco años después, mediante el cual se ordenaba el traslado de doce cobayas humanos desde Telluride, en Colorado, a White Sands, en Nuevo México, para realizar «pruebas de combate operacionales» con ellos. Peter tardó un rato en ordenar las piezas, al menos casi todas. Pero sabía lo que era el combate.
Tantos años, pensó, esperando el regreso de Amy, y era el ejército el que lo había hecho.
Cuando dejó el último expediente, oyó que Lacey se levantaba. Atravesó la cortina y se detuvo en el umbral.
—Bien. Ya lo has leído.
Al oír su voz lo poseyó un súbito agotamiento. Lacey reavivó el fuego y se sentó a la mesa frente a él. Peter le indicó la montaña de papeles que descansaba sobre la mesa.
—¿De veras hizo esto? El médico.
—Sí. —Ella asintió—. Hubo otros, pero sí.
—¿Alguna vez explicó por qué?
Detrás de ella, los nuevos troncos prendieron con un suave crepitar y bañaron de luz la habitación.
—Creo que lo hizo porque podía. Es el motivo de casi todas las cosas que hace la gente. No era un mal hombre, Peter. Él no tuvo toda la culpa, aunque estaba convencido de que sí. Muchas veces le pregunté: «¿Crees que un hombre solo podría destruir el mundo?». Claro que no. Pero nunca me creyó. —Inclinó la cabeza hacia los expedientes de la mesa—. Los dejó para ti.
—¿Para mí? ¿Cómo pudo dejarlos para mí?
—Para quien volviera. Para que supieran lo que había ocurrido aquí.
Peter se sentó en silencio, sin saber muy bien qué decir. Alicia tenía razón en una cosa. Toda su vida, desde que había salido del Asilo, se había preguntado por qué el mundo era como era. Pero averiguar la verdad no había servido de nada.
El conejo de peluche de Amy seguía encima de la mesa. Lo cogió.
—¿Cree que ella se acuerda?
—¿De lo que le hicieron? No lo sé. Quizá.
—No, me refiero a antes. De ser una chica. —Buscó las palabras—. De ser humana.
—Creo que siempre ha sido humana.
Esperó a que Lacey dijera algo más, y como no lo hizo, apartó el conejo.
—¿Cómo es vivir para siempre?
La mujer lanzó una repentina carcajada.
—Creo que no viviré para siempre.
—Pero él le inyectó el virus. Es como ella. Como Amy.
—No existe nadie como Amy, Peter. —Se encogió de hombros—. Pero si me estás preguntando qué he sentido durante todos estos años, desde que Jonas murió, te diré que una gran soledad. Me sorprende hasta qué punto.
—Lo echa de menos, ¿verdad?
Se arrepintió al instante de haberlo dicho. Una expresión de tristeza le nubló el rostro, como la sombra de un pájaro al cruzar un campo.
—Lo siento, no era mi intención…
Pero ella sacudió la cabeza.
—No, es lógico que lo hayas preguntado. Es difícil hablar de él así, después de tanto tiempo. Pero la respuesta es que sí. Lo echo de menos. Debería pensar que es algo maravilloso que te echen de menos de la forma que yo lo echo de menos.
Guardaron silencio durante un rato, bañados por el resplandor del fuego. Peter se preguntó si Alicia estaría pensando en él, y dónde estaría ahora. No tenía ni idea de si volvería a verla, a ella o a los demás.
—No sé… qué estoy haciendo, Lacey —dijo por fin—. No sé qué deducir de todo esto.
—Has encontrado el camino para llegar hasta aquí. Algo es algo. Es un principio.
—¿Y Amy?
—¿Qué pasa con ella, Peter?
Pero no estaba seguro de qué estaba preguntando. Ésa era la pregunta: ¿y Amy?
—Pensaba… —suspiró y apartó la vista hacia la habitación donde dormía Amy—. Escúcheme, no sé en qué estaba pensando.
—¿Que podrías derrotarlos? ¿Que encontrarías la respuesta aquí?
—Sí. —Volvió a mirar a Lacey—. Ni siquiera sabía lo que estaba pensando, hasta ahora. Pero sí.
Lacey pareció estar escrutándolo con la mirada, pero Peter no estaba seguro de qué era lo que buscaba ella. Deseó estar tan loco como habían sonado sus palabras. Tal vez lo estuviera.
—Dime, Peter, ¿conoces la historia de Noé? No la del Proyecto Noé, sino la de Noé, la persona.
Aquel nombre le era desconocido.
—Creo que no.
—Es una vieja historia. Una historia verdadera. Creo que te será de ayuda. —Lacey se levantó un poco de la silla, su rostro animado de súbito—. Pues bien, Dios pidió a un hombre llamado Noé que construyera un barco, un gran barco. Eso fue hace mucho tiempo. «¿Por qué he de construir un barco? —preguntó Noé—. Hace sol y tengo otras cosas que hacer». «Porque este mundo se ha envilecido —le dijo Dios—, y tengo la intención de enviar un diluvio que lo destruya y ahogue a todos los seres vivos. Pero tú, Noé, eres un hombre justo en tu generación, y os salvaré a ti y a tu familia si haces lo que te ordeno, construir este barco para llevaros a vosotros y a todas las especies de animales, dos de cada clase». ¿Y sabes qué hizo Noé, Peter?
—¿Construyó el barco?
Los ojos de Lacey se abrieron de par en par.
—¡Por supuesto! Pero no lo hizo enseguida. Ésa es la parte más interesante de la historia. Si Noé se hubiera limitado a hacer lo que le ordenaron, la historia no tendría el menor sentido. Noé tenía miedo de que la gente se burlara de él. Tenía miedo de quedar como un idiota si construía el barco y no llegaba el diluvio. Dios lo estaba poniendo a prueba para descubrir si había alguien por quien valiera la pena salvar el mundo. Quería saber si Noé estaba a la altura de la tarea. Y al final, así fue. Construyó el barco, los cielos se abrieron y el mundo se inundó. Durante mucho tiempo, Noé y su familia flotaron en las aguas. Era como si se hubieran olvidado de ellos, como si les hubieran gastado una broma terrible. Pero después de muchos días, Dios se acordó de Noé, y le envió una paloma para que lo guiara a tierra firme, y el mundo renació. —Dio una palmada de satisfacción—. Ya está. ¿Lo entiendes?
En absoluto. Le recordaba las fábulas que Profesora les leía en el círculo, historias de animales que hablaban, y que siempre terminaban con una moraleja. Agradables de escuchar, y quizá certeras, pero al final demasiado fáciles, algo infantil.
—¿No me crees? Tranquilo. Un día lo harás.
—No es que no la crea —balbució Peter—. Lo siento. Es que… no es más que un cuento.
—Tal vez. —La mujer se encogió de hombros—. Y tal vez, algún día, alguien dirá esas mismas palabras acerca de ti, Peter. ¿Qué me dices?
No sabía qué decir. Era tarde, o temprano. La noche casi había terminado. Pese a todo lo que había descubierto, se sentía más perplejo que cuando había empezado.
—Bien, ya que estamos en ello —dijo—, si yo soy Noé, ¿quién es Amy?
Lacey lo miró con incredulidad. Parecía a punto de reír.
—Peter, me sorprendes. Tal vez no te la he contado bien.
—No, lo ha hecho bien —la tranquilizó—. Es que no lo sé.
Ella se inclinó hacia adelante en la silla y volvió a sonreír, con una de sus extrañas y tristes sonrisas, henchidas de fe.
—El barco, Peter —dijo Lacey—. Amy es el barco.
Peter aún estaba intentando desentrañar el misterio de aquella respuesta, cuando Lacey pareció sobresaltarse. Frunció el ceño y paseó los ojos alrededor de la habitación.
—¿Qué pasa, Lacey?
Pero dio la impresión de que ella no lo había oído. Se levantó con brusquedad de la mesa.
—Me temo que me he extendido demasiado. Pronto amanecerá. Ve a despertarla, y recoged vuestras cosas.
Peter se quedó estupefacto, pues su mente todavía estaba vagando por las extrañas corrientes de la noche.
—¿Nos vamos?
Se levantó y descubrió a Amy parada camino de la puerta del dormitorio, con el pelo moreno desgreñado y desordenado, mientras la cortina se agitaba detrás de ella. Lo que había afectado a Lacey la había afectado también a ella. Una repentina urgencia bañó su rostro.
—Lacey… —empezó Amy.
—Lo sé. Intentará llegar aquí antes de que amanezca. —Lacey se puso la capa y dirigió aquella mirada insistente a Peter una vez más—. Deprisa.
La paz de la noche había desaparecido por completo, sustituida por una sensación de emergencia que su mente era incapaz de comprender.
—¿De qué está hablando, Lacey? ¿Quién llega?
Pero entonces miró a Amy y lo supo.
Babcock.
Babcock estaba llegando.
—Deprisa, Peter.
—No lo entiende, Lacey. —Se sentía ingrávido y perplejo. No tenía nada con qué luchar, ni siquiera un cuchillo—. Estamos desarmados por completo. He visto de lo que es capaz.
—Hay armas más poderosas que las pistolas y los cuchillos —replicó la mujer. Su rostro no expresaba temor, tan sólo una terca determinación—. Ha llegado el momento de que lo veas.
—¿De que vea qué?
—Lo que has venido a buscar —contestó Lacey—. El pasaje.