Mausami Patal había tomado una decisión. Estaba en el Asilo, y había pasado una noche inquieta y una mañana todavía más inquieta en el aula del segundo piso, entre los Pequeños. La historia de los terribles acontecimientos de la noche le había llegado vía Otra Sandy, cuyo marido, Sam, había entrado nada más amanecer.
La idea se le había ocurrido de repente. Ni siquiera se había dado cuenta de que la estaba elaborando. Pero había despertado con la clara sensación de que algo había cambiado en su interior aquella noche. La decisión se había revelado con sencillez, casi de una manera aritmética. Iba a tener un hijo. El niño era de Theo Jaxon. Como el niño era de Theo Jaxon, cabía la posibilidad de que Theo no estuviera muerto.
Mausami iba a ir a su encuentro para contarle lo de su hijo.
El momento de partir sería justo antes del toque matutino, con el cambio de guardia. Eso le procuraría el amparo que necesitaba y la luz de pleno día para bajar a pie la montaña. Desde allí, ya decidiría adónde ir. El mejor sitio para salir sería por encima del reborde, con sus limitados ángulos de visión. Una vez Sandy y los demás se hubieran ido a dormir, se dirigiría al almacén para equiparse en vistas del viaje: una cuerda fuerte para bajar por la muralla, comida y agua, una ballesta y un cuchillo, un par de botas resistentes, una muda y una mochila para llevarlo todo.
Debido al toque de queda, no habría nadie en las calles. Llegaría al saliente amparada por las sombras y esperaría a que llegara la aurora.
Mientras el plan maduraba en su mente, adquiría forma y detalle, Mausami cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo: estaba organizando su propia muerte. Hacía días que se dedicaba a ello. Desde que regresó la partida de reemplazo, había exhibido todas las señales de padecer un trastorno: violaba el toque de queda, padecía un desánimo extremo y ponía de los nervios a todo el mundo, que estaba preocupado por su salud. No habría podido resultar más convincente ni a propósito. Incluso la emotiva escena en la puerta principal, cuando Lish la había obligado a bajar, jugaría un papel importante en la narración de los antecedentes que la gente recopilaría para explicar su decisión. «¿Cómo no lo vimos venir?», dirían, abatidos, mientras sacudían la cabeza. Exhibía todos los síntomas. Porque la mañana en que Otra Sandy despertara y descubriera el catre de Mausami vacío, y quizá esperara unas horas antes de caer en la cuenta de lo extraño que era aquello, pero al final informara, y otros fueran en su busca, descubrirían la cuerda por encima del reborde. Una cuerda con un único significado posible: una cuerda a ninguna parte y a nada. No habría otra conclusión posible: la centinela Mausami Patal Strauss, esposa de Galen Strauss, hija de Sanjay y Gloria Patal, Primera Familia, embarazada y atemorizada, había decidido tirar la toalla.
Y al final, había llegado el día. Estaba tejiendo las botitas en el Asilo (casi no había hecho progresos), escuchando la cháchara de Otra Sandy, que mantenía a los Pequeños ocupados con juegos, cuentos y canciones, la noticia de la muerte de Mausami como un hecho aplazado, como una flecha que, una vez disparada desde el arco, sólo tenía que clavarse en el blanco para revelar el significado de su propósito. Se sentía como un fantasma. Experimentaba la sensación de que ya no existía. Pensó en visitar a sus padres por última vez, pero ¿qué les diría? ¿Cómo podría despedirse sin las palabras adecuadas? Tenía que pensar en Galen, pero después de lo de la última noche no quería volver a verlo nunca más. Galen era lo último en lo que ella pensaba. Al fin y al cabo, no había ido a la central eléctrica, Otra Sandy se lo había dicho, pensando que era una buena noticia para ella. Galen se contaba entre los centinelas que habían detenido a Alicia. Mausami se preguntó si Galen sería el primero a quien se lo dirían, o el segundo, o el tercero. ¿Se entristecería? ¿Lloraría? ¿La imaginaría deslizándose por la muralla y sentiría alivio?
Sus manos se habían detenido sobre la labor. Se preguntó si estaría loca. Era probable. Había que estar loca para pensar que Theo no había muerto. Pero le daba igual.
Se excusó con Otra Sandy, quien movió una mano distraída (había despejado un espacio para que los Pequeños se sentaran en círculo y estaba intentando callarlos, para empezar la clase del día), y salió al pasillo, dejando atrás la puerta y las voces de los niños. Una ráfaga de silencio que parecía ruido. Se quedó parada un instante en el pasillo. En momentos así, era casi posible imaginar que el mundo no era el mundo. Que existía otro mundo en el que los virales no existían, del mismo modo que no existían para los Pequeños, que vivían en un sueño del pasado. Ésa debía de ser la razón de que hubieran construido el Asilo, para que existiera todavía un lugar así. Avanzó por el pasillo, sus zapatillas resonaron sobre el agrietado linóleo, dejó atrás las puertas de las aulas vacías y bajó las escaleras. El olor a alcohol aún se notaba en la Sala Grande, y tenía suficiente intensidad como para llenarle los ojos de lágrimas, y mientras Mausami se acomodaba con la labor, supo que se quedaría allí el resto del día. Se sentaría en el silencio y terminaría de tejer las botitas, para poder llevárselas.