Dio la sensación de que existían dos ciudades en los minutos que siguieron: las tribunas, donde reinaba el caos, y el campo, una zona donde todo había concluido, de repentina calma. Un principio y un final, contiguos pero separados. Ambos no tardarían en fundirse, cuando la multitud, agotada la violencia del levantamiento, asimilara el asombroso dato de su libertad y empezara a dispersarse, en dirección a donde le apeteciera, incluido el campo. La descubrirían uno a uno, mientras deambulaban sin rumbo y se movían vacilantes, en tanto sus cuerpos saboreaban la libertad. Pero a corto plazo, los combatientes del campo estaban solos, e iban a llevar a cabo un cálculo definitivo de los vivos y los muertos.
Fue Alicia a quien Peter vio al despertar. Tenía la cara ennegrecida, magullada, ensangrentada. Gran parte de su pelo se había chamuscado, y de él se elevaban todavía hilillos de humo. Se erguía sobre él, mientras las lágrimas resbalaban sobre sus mejillas. Peter.
Él se esforzó por hablar. Su lengua se movía pesada en la boca. ¿Amy? ¿Ha…?
Alicia, sin dejar de llorar, negó con la cabeza.
Greer había logrado sobrevivir. La explosión le había arrojado lejos. En realidad, debería estar muerto, pero le encontraron tendido de espaldas, contemplando el cielo tachonado de estrellas. Tenía la ropa hecha trizas y quemada. Por lo demás, parecía ileso. Era como si la fuerza de la explosión no le hubiera alcanzado, sino rodeado, su vida protegida por una mano invisible. Durante un largo momento ni habló ni se movió. Después, con un gesto vacilante, se llevó una mano al pecho y lo palpó con cautela. La alzó hacia la cara, tocó sus mejillas, frente y barbilla.
—Caramba —dijo.
Eustace también viviría. Al principio pensaron que había muerto. Tenía el rostro empapado en sangre. Pero el disparo le había rozado. La sangre era de su oreja izquierda, ahora desaparecida, rebanada como una planta arrancada del suelo y sustituida por un hueco arrugado. De la detonación no recordaba nada, ninguna memoria que pudiera asociar, aparte de una cadena de sensaciones aisladas: un estruendo ensordecedor y una oleada de aire abrasador que le pasó por encima, después algo húmedo que llovía del cielo y un sabor a humo y polvo. Sobreviviría a la noche con tan sólo esta desfiguración adicional de una cara que ya exhibía multitud de cicatrices de guerra, y un permanente zumbido en los oídos, que jamás desaparecería y provocaría que hablara siempre en voz demasiado alta, lo cual, a su vez, sería motivo de que la gente creyera que estaba enfadado incluso cuando no era cierto. Con el tiempo, una vez regresara a Kerrville y fuera ascendido al rango de coronel, ejerciendo de enlace militar con el estado mayor presidencial, llegaría a considerar esta minusvalía menos un inconveniente que un refuerzo enormemente útil de su autoridad. Se preguntaba por qué no se le había ocurrido antes.
Sólo Nina saldría del campo incólume. Lanzada por los aires por el viral que había matado a Tifty, había caído fuera de la zona afectada por la explosión. Estaba corriendo campo arriba cuando la bomba detonó, y la violencia de su fuerza la arrojó hacia atrás. Pero en el momento anterior había sido la única testigo de la muerte de los Doce, sus cuerpos consumidos y dispersos en una bola de luz. Todo lo demás era confuso. De Amy, no había visto nada.
Nada en absoluto.
Pero uno de ellos había caído.
Encontraron a Tifty con la pistola todavía en la mano. Yacía en el barro, destrozado y mutilado, los ojos ribeteados de sangre. Su brazo derecho había desaparecido, pero eso era lo de menos. Cuando se congregaron a su alrededor, se esforzó por hablar pese a su laboriosa respiración. Por fin, sus labios formaron las palabras:
—¿Dónde está ella?
Sólo Greer pareció comprender lo que estaba preguntando. Se volvió hacia Nina.
—Pregunta por ti.
Tal vez ella comprendió la naturaleza de la petición, o tal vez no. Nadie supo decirlo. Se reclinó en el suelo a su lado. Con un esfuerzo tembloroso, Tifty levantó la mano y tocó su cara con las yemas de los dedos, el gesto más tierno.
—Nitia —susurró—. Nitia mía.
—Soy Nina.
—No. Eres Nitia. Mi Nitia. —Le dedicó una sonrisa perlada de lágrimas—. Te pareces… mucho a ella.
—¿A quién?
La vida se estaba apagando en sus ojos.
—Le dije… —Perdió el aliento. Había empezado a atragantarse con la sangre que manaba de su boca—. Le dije… que te mantendría a salvo.
Entonces, la luz de sus ojos se apagó y murió.
Nadie habló. Uno de ellos se había deslizado en la oscuridad.
—No lo entiendo —dijo Alicia. Miró a los demás—. ¿Por qué la ha llamado así?
Fue Greer quien contestó.
—Porque se llama así. —Nina alzó la vista del cadáver—. No lo sabías, ¿verdad? Claro, no podías saberlo.
Ella movió la cabeza.
—Tifty era tu padre.
A su debido tiempo, se lo contaría todo. Una camioneta entró en el campo. Vieron salir a tres personas. No, cuatro. Michael, Hollis y Sara, que sostenía a una niña pequeña en brazos.
Pero de momento continuaron erguidos en silencio ante la presencia de su amigo, revelado el secreto de su vida. El gran gángster Tifty Lamont, capitán de los Expedicionarios. Le enterrarían donde había caído, en el campo. Porque nunca te vas, explicó Greer. Eso decía siempre Tifty. Tal vez pienses que puedes hacerlo, pero no es así. Una vez lo pisabas, te convertías en parte de él para siempre.
Nadie abandonaba jamás el campo.