56

Iowa. Los huesos cenicientos.

Habían agotado el combustible cerca de la ciudad de Millersburg, encontrado refugio para pasar la noche en una iglesia sin techumbre, y partido al amanecer a pie. Otros cien kilómetros, dijo Tifty, tal vez algo más. Habían encontrado dos osarios más como el primero, el número de virales muertos inimaginable. Miles, tal vez millones. ¿Qué significaba? ¿Qué impulso los había llevado a tenderse sobre la tierra sin protección, a la espera de que el sol los destruyera? ¿O habían perecido antes, sus cuerpos reclamados por el sol de la mañana? Hasta Michael, el hombre de las teorías, no encontraba respuesta.

Caminaron. Con dificultad, entre la nieve que ahora se alzaba en algunos puntos hasta las rodillas. Sus raciones eran escasas. No veían caza. Se vieron reducidos a consumir sus últimos recursos, tiras de carne seca y sebo, que les dejó una capa de grasa en el paladar. La tierra parecía cristalizada, el aire en suspensión, como aliento contenido. Durante horas no sopló ni una brizna de viento, y después llegó con un aullido. La luz del día apareció y se fue en un abrir y cerrar de ojos. Gruesas parkas con capucha forrada de piel, gorros de lana encasquetados hasta la frente, guantes con las puntas de los dedos cortadas por si necesitaban utilizar las armas, aunque Peter se preguntaba si podrían dominar la situación. Jamás había sentido tanto frío. Ignoraba que pudiera existir un frío semejante. No tenía ni idea de cómo lograba orientarse Tifty en aquel lugar desolado.

Pasaron su decimoctava noche en un taller de reparaciones que albergaba, por algún milagro, una estufa ventruda de hierro forjado con tapa de esteatita. Ahora, ¿qué podían quemar? Cuando llegó la oscuridad, Michael y Hollis regresaron de la casa de al lado, cargados con un par de sillas de madera y un puñado de libros. La Enciclopedia Británica, 1998. Una pena quemarla. Era contrario a sus principios, pero necesitaban el calor. Dos viajes más, y ya tuvieron bastante para pasar la noche.

Despertaron a una brillante luz solar, la primera en días, aunque la temperatura había descendido si cabe todavía más. Un fuerte viento del norte agitaba las ramas de los árboles. Se permitieron el lujo de encender un último fuego y se acurrucaron alrededor, saboreando hasta el último ápice de calor.

—Como… si hubieran mudado.

Era Michael quien había hablado. Peter se volvió hacia su amigo.

—¿Qué has dicho?

Los ojos de Michael estaban concentrados en la puerta de la estufa.

—¿Cuántos crees que hemos visto?

—No lo sé. —Peter se encogió de hombros—. Un montón.

—Y todos murieron al mismo tiempo. Vamos a suponer que lo que está sucediendo tenía que suceder, que forma parte del ciclo vital viral. Como en el caso de los pájaros, los insectos, los reptiles. Cuando una parte del cuerpo se gasta, la tiran y les crece una nueva.

—Pero estamos hablando de virales enteros —dijo Lore.

—Eso es lo que parece. Pero todo cuanto sabemos sobre ellos indica que funcionan como grupo. Cada uno está conectado con su vaina; cada vaina, conectada con su miembro de los Doce. Da igual esa superchería de las almas. No estoy diciendo que no sea cierto, pero ése es el territorio de Amy. Desde mi punto de vista, los virales constituyen una especie como cualquier otra. Cuando Lacey mató a Babcock, todos sus virales murieron. Como las abejas, ¿te acuerdas?

—Sí —replicó Hollis, y asintió—. Matas a la reina, y matas la colmena. Eso dijiste.

—Y lo que vimos en aquella montaña lo confirmó. Pero supongamos que cada una de las familias virales es un solo organismo. Cada uno de los Doce es como un órgano fundamental: el corazón, el cerebro. El resto son como las plumas de un ave o el caparazón de un insecto. Cuando se gasta, el organismo se deshace de él, con el fin de que le crezca uno nuevo.

—No parecen plumas —observó Lore con sarcasmo.

—De acuerdo, no son plumas, pero así captas la idea. Algo periférico, sacrificable. Siempre me he preguntado qué mantenía vivos a tantos. ¿Qué queda para comer? Sabemos que pueden pasar mucho tiempo sin comer, tú lo has demostrado, Tifty, pero nada puede sobrevivir indefinidamente sin alimentos. Desde el punto de vista de la longevidad de las especies, es absurdo devorar por completo toda tu provisión de alimentos. Como depredadores, tienen demasiado éxito. La idea siempre me ha preocupado, porque en todo lo demás están muy organizados.

—No estoy seguro de seguirte —dijo Tifty—. ¿Quieres decir que se están extinguiendo?

—Es evidente que algo está pasando. El hecho de que esté ocurriendo de repente implica que es un proceso natural, incorporado en el sistema. Otra analogía: cuando el cuerpo humano sufre un shock, recaba sangre de la periferia y la desvía hacia los órganos principales. Es un mecanismo de defensa. Protege lo importante, y se desentiende del resto. Imaginad que cada una de las tribus virales es un único animal, y que sufrirá un shock debido al hambre. Lo lógico sería reducir los miembros de manera radical y recuperar la provisión de alimentos.

—Y después, ¿qué? —preguntó Peter.

—Después, el ciclo vuelve a empezar.

Nadie habló durante un momento.

—En cualquier caso —continuó Michael—, es sólo una idea que se me ha ocurrido. Podría ser una chorrada.

Peter no opinaba lo mismo.

—¿Por qué está sucediendo aquí?

—Eso es lo que me preocupa —replicó Michael.

Había llegado el momento de partir. Se habían quedado demasiado tiempo. Recogieron sus cosas, subieron la cremallera de las parkas, y se prepararon para el chorro de aire helado que los atacaría en cuanto salieran al exterior.

—Seis días si el tiempo aguanta —dijo Tifty, mientras se colgaba la mochila—. Siete a lo sumo.

—¿Por qué deseo que sean más? —se preguntó Lore en voz alta.

Grey. Grey.

Sus ojos se abrieron de golpe.

¿Los sientes, Grey?

—¿Quién anda ahí? ¿Eres tú, Guilder?

Siento haberme ausentado. Sigues siendo mi favorito, Grey. Desde el primer día que nos conocimos. ¿Te acuerdas?

Se le hizo un nudo en el estómago: la voz de Cero.

—Basta. —Sus muñecas tiraron de las cadenas en un acto reflejo. Estaba tendido en su propia mierda, su cuerpo hedía, su boca sabía a sangre de manera permanente—. Vete. Déjame en paz.

Me contaste todo sobre ti. Ni siquiera sabías que lo estabas haciendo. ¿Me sentiste en tu mente entonces?

Fuera, pensó. Fuera fuera fuera. Despierta, Grey.

Oh, no estás dormido. Siempre he estado aquí. Incluso encadenado durante estos cien años, yo he estado a tu lado. Como la historia de Job, quien yació en las cenizas, maldiciendo su hado. Dios le puso a prueba, como yo te he puesto a prueba a ti.

—No te conozco. No sé qué eres.

¿No, Grey? ¿Cómo es posible que no me conozcas? Yo soy el Dios al que obedeces. El único Dios verdadero de Grey. ¿No sientes mi amor? ¿No sientes mis alas de amor extendidas sobre ti, por los siglos de los siglos?

Había empezado a llorar.

—Déjame morir. Por favor. Lo único que deseo es morir.

La amas, ¿verdad, Grey?

Tragó saliva y notó el sabor pestilente de su boca. Su cuerpo era una caverna de suciedad y podredumbre.

—Sí.

La mujer. Lila. Significa todo para ti.

—Sí.

Tuya es la sangre que fluye por sus venas, como la mía fluye por las tuyas. ¿Lo entiendes? ¿Lo comprendes? Somos un todo, Grey. Estás encadenado, pero no estás solo. El Dios de Grey te protege. El Dios de todo cuanto existe, y de todo cuanto existirá. El Dios del mundo siguiente. Habrá un lugar especial para ti en ese mundo, Grey.

—El mundo siguiente.

Ya vienen, Grey.

—¿Quién? ¿Quién viene?

Pero mientras formulaba la pregunta, ya supo la respuesta.

Nuestros hermanos.