Ella apareció en la entrada cuando Lucius estaba concluyendo sus devociones vespertinas. De su mano colgaba un llavero tintineante. Su sencilla túnica gris y porte sereno no comunicaban la impresión de alguien implicado en una evasión carcelaria, aunque Lucius reparó en una capa de sudor sobre su rostro, pese al frío de la noche.
—Comandante. Me alegro de verle.
En el fondo de su ser experimentó la sensación de que diversos acontecimientos se habían puesto en acción, algunos círculos se cerraban, y un destino se revelaba al fin. Durante toda su vida, pensó, había anticipado ese momento.
—Algo está pasando, ¿verdad?
Amy asintió con brusquedad.
—Creo que sí.
—He rezado por ello. He rezado por ti.
Amy asintió.
—Hemos de proceder con rapidez.
Salieron de la celda y continuaron por el pasillo a oscuras. Sanders estaba dormido sobre su escritorio de la habitación exterior, con el rostro vuelto de lado sobre sus brazos cruzados. El segundo guardia, Coolidge, roncaba en el suelo.
—Tardarán un rato en despertar —explicó Amy—, y cuando lo hagan no recordarán nada. Tú habrás desaparecido, así de sencillo.
Lucius extrajo la pistola de Sanders de su funda, y después vio que Amy le estaba dirigiendo una mirada de precaución.
—Recuerda que Carter es uno de los nuestros —advirtió.
Lucius cargó una bala en la recámara, puso el seguro y se ciñó la pistola al cinto.
—Comprendido.
Ya en el exterior caminaron a buen paso hacia el túnel peatonal, pegados a las sombras. En el portal, tres agentes de seguridad estaban parados alrededor de un fuego que ardía en un cubo de basura, calentándose las manos.
—Buenas noches, caballeros —saludó Amy.
Cayeron de rodillas, con una mirada de vaga sorpresa pintada en sus semblantes. Lucius y Amy pusieron sus cuerpos en el suelo.
—Menudo truco —comentó Lucius—. Me lo tendrás que enseñar en algún momento.
Al otro lado del túnel esperaban dos caballos ensillados. Lucius ayudó a Amy a subir, y después montó en el segundo caballo y tomó las riendas en la mano.
—He de preguntarte algo —dijo—. ¿Por qué yo?
Amy pensó un momento.
—Cada uno de nosotros tiene uno, Lucius.
—¿Y Carter? ¿Qué tiene él?
Una mirada inescrutable apareció en los ojos de Amy, como si sus pensamientos la hubieran llevado muy lejos.
—Es diferente de los demás. Lleva a su familiar dentro.
—La mujer del agua.
Amy sonrió.
—Has hecho los deberes, Lucius.
—Era ley de vida.
Amy asintió.
—Sí, en efecto. La amaba más que a su vida, pero no pudo salvarla. Ella es su corazón.
—¿Y los lelos?
—Son sus Muchos, su estirpe viral. Matan sólo porque deben hacerlo. Está en su naturaleza. Lo que piensa él, lo piensan ellos. Lo que sueña él, lo sueñan ellos. Sueñan con ella.
Los caballos estaban pateando el polvo. Pasaba de la medianoche, y un cielo sin luna era el único testigo de su partida.
—Como yo contigo —dijo Lucius Greer—. Como yo contigo.
Se alejaron en la oscuridad.