Las 03.30 horas: el grupo estaba reunido delante de la tienda, con el equipaje hecho, a la espera del amanecer. Kittridge les había dicho que deberían dormir, prepararse para el viaje que les aguardaba. Poco después de medianoche, los autobuses prometidos habían aparecido ante la valla, una larga hilera gris. Ningún anuncio del ejército, pero su llegada no había pasado desapercibida a la atención general. En todo el campamento se hablaba de la partida. ¿Quién se iría primero? ¿Llegarían más autobuses? ¿Y los enfermos? ¿Serían evacuados por separado?
Kittridge había ido con Danny a la tienda de mando para que Porcheki los informara. Lo que quedaba del personal civil, la FEMA y la Cruz Roja, se encargaría de supervisar la carga, mientras el resto de los hombres de Porcheki, tres pelotones, se encargarían de la multitud. Una docena de Humvees y un par de blindados esperarían al otro lado de la valla para escoltar al convoy. El viaje a Rock Island ocuparía menos de dos horas. Suponiendo que todo fuera tal como se había planeado, el último de los cuatro cargamentos llegaría a Rock Island a las 17.30, justo antes del plazo límite.
Cuando terminó la reunión, Kittridge se llevó a Danny aparte.
—Si ocurre algo, no esperes. Coge lo que puedas cargar y vete. Mantente alejado de las carreteras principales. Si el puente de Rock Island está cerrado, dirígete al norte, como hicimos la última vez. Sigue el río hasta que encuentres un puente abierto. ¿Comprendido?
—No debería esperar. Mantenerme alejado de las carreteras principales. Ir al norte.
—Exacto.
Los demás conductores ya se dirigían hacia los autobuses. Kittridge sólo tenía un momento para decir el resto.
—Pase lo que pase, Danny, no habríamos llegado tan lejos sin ti. Estoy seguro de que lo sabes, pero quería decírtelo.
El hombre asintió con brusquedad y desvió la mirada.
—De acuerdo.
—Me gustaría estrecharte la mano. ¿Crees que estaría bien?
Danny frunció el ceño con una expresión, casi, de dolor. Kittridge estaba preocupado por si se había pasado, cuando Danny extendió la mano con celeridad furtiva, y las palmas de ambos hombres entrechocaron. Su presa, aunque vacilante, no carecía de energía. Una sacudida vigorosa. Por un segundo, Danny le miró a los ojos. Al siguiente, desvió la vista.
—Buena suerte —dijo Kittridge.
Regresó a la tienda. No cabía hacer otra cosa que esperar. Se sentó en el suelo con la espalda apoyada contra una caja de madera. Transcurrieron unos minutos. Los faldones de la tienda se apartaron. April se sentó a su lado y apretó las rodillas contra el pecho.
—¿Te importa?
Kittridge negó con la cabeza. Estaban mirando hacia la entrada del recinto, a unos cien metros de distancia. Bajo el resplandor de los focos, la zona circundante brillaba como un escenario bien iluminado.
—Sólo quería darte las gracias —dijo April—. Por todo lo que has hecho.
—Cualquiera lo habría hecho.
—No. O sea, a ti te gusta pensar eso. Pero no.
Kittridge se preguntó si sería cierto. Supuso que daba igual. El destino los había reunido, y ahí estaban. Después recordó las pistolas.
—Tengo algo tuyo.
Introdujo la mano bajo la chaqueta y sacó una Glock. Montó la corredera para introducir una bala, le dio la vuelta en la mano y se la tendió.
—Recuerda lo que te dije. Una bala en el centro del pecho. Se derrumban como un castillo de naipes si lo haces bien.
—¿Cómo la has recuperado?
Kittridge sonrió.
—La gané en una partida de póquer. —La acercó a ella—. Adelante, cógela.
Había llegado a ser importante para él que April la tuviera. Ésta la tomó en su mano, se inclinó hacia delante y deslizó el cañón bajo el cinto de los tejanos, de manera que quedó apoyada contra su columna vertebral.
—Gracias —dijo con una sonrisa—. Haré un buen uso de ella.
Durante un minuto, ninguno de los dos habló.
—Es muy evidente cómo va a acabar todo esto, ¿verdad? —dijo April—. Tarde o temprano, quiero decir.
Kittridge volvió la cara para mirarla. Ella había desviado los ojos, y las luces de los focos bañaban sus facciones.
—Siempre existe una probabilidad.
—Eso es muy amable por tu parte, pero no cambia nada. Quizá los demás necesiten oírlo, pero yo no.
Había refrescado. Ella se recostó contra él. El gesto fue instintivo, pero significaba algo. Kittridge la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí para darle calor.
—Piensas en él, ¿verdad? —April apoyó la cabeza sobre su pecho. Hablaba en voz muy baja—. El niño del coche.
—Sí.
—Cuéntame.
Kittridge respiró hondo y exhaló hacia la oscuridad.
—Pienso en él todo el tiempo.
Se hizo un silencio más profundo alrededor del campamento, como en las habitaciones de una casa cuando todo el mundo se ha ido a dormir.
—Me gustaría pedirte un favor —dijo April.
—Adelante.
Kittridge sintió que el cuerpo de la joven se ponía un poco en tensión.
—¿Te he dicho que era virgen?
No pudo reprimir una carcajada, pero no se le antojó una reacción equivocada.
—Bien, creo que recordaría algo por el estilo.
—Sí, vale. No es que haya habido un montón de hombres en mi vida. —Hizo una pausa—. No mentía sobre lo de tener dieciocho años. Tampoco es que importe mucho. No creo que en este mundo tales cosas tengan mucha importancia.
Kittridge asintió.
—Supongo que no.
—Lo que estoy diciendo es que no tiene por qué ser algo grandioso.
—Siempre es algo grandioso.
April rodeó la mano de Kittridge con los dedos, y acarició lentamente sus nudillos con el pulgar. La sensación fue tan leve y tierna como un beso.
—Es curioso. Incluso antes de ver tus cicatrices, sabía lo que eras. No sólo el ejército, eso era evidente para todo el mundo. Que algo te había pasado en la guerra. —Una pausa—. Creo que ni siquiera sé tu nombre.
—Bernard.
Ella se apartó para mirarle. Tenía los ojos húmedos y brillantes.
—Por favor, Bernard. Sólo por favor, ¿vale?
No era una petición a la que pudiera negarse, ni tampoco lo deseaba. Utilizaron una de las tiendas contiguas. ¿Quién sabía adónde habrían ido los ocupantes? Kittridge estaba falto de práctica, pero se esforzó en ser amable, en ir despacio, mientras vigilaba el rostro de April a la tenue luz. Ella emitió algunos sonidos, pero no demasiados, y cuando terminaron le besó, un beso largo y tierno, acurrucada contra él, y se durmió enseguida.
Kittridge se quedó tendido en la oscuridad, escuchando su respiración, sintiendo la tibieza de las partes del cuerpo donde se habían tocado. Pensó que podría ser extraño, pero no lo era. Parecía una parte natural de todo lo que había ocurrido. Sus pensamientos vagaron sin rumbo. Los mejores recuerdos: los recuerdos del amor. No guardaba muchos. Ahora tenía otro. Qué estúpido había sido cuando quiso terminar con su vida.
Acababa de cerrar los ojos, cuando al otro lado de la puerta se oyó un rugido de motores y el destello de faros delanteros. April se estaba removiendo a su lado. Se vistió a toda prisa y apartó los faldones cuando oyó, procedente del oeste, el retumbar de un trueno. No cabía duda de que se marcharían acompañados por la lluvia.
—¿Están aquí?
Pastor Don salió de la tienda, frotándose los ojos. Wood iba detrás de él.
Kittridge asintió.
—Coged vuestras cosas, todos. Nos vamos.
¿Dónde demonios estaba Suresh?
Hacía horas que nadie le había visto. En un momento dado, se suponía que estaba examinando a Grey; al siguiente, se había desvanecido sin dejar rastro. Guilder había enviado a Masterson a buscarle. Veinte minutos después había vuelto con las manos vacías. Suresh no se encontraba en el edificio, informó.
La primera deserción, pensó Guilder. Una grieta así no haría otra cosa que ensancharse. ¿Adónde esperaba huir aquel hombre? Se hallaban en medio de un campo de maíz, estaba anocheciendo a marchas forzadas. Los días habían transcurrido de manera estéril. No habían logrado aislar el virus ni reproducirlo en un cultivo celular. No cabía duda de que Grey estaba infectado, como revelaba el timo agigantado del hombre. Pero daba la impresión de que el virus se estaba escondiendo. ¡Escondiendo! Ésas habían sido las palabras de Nelson. ¿Cómo era posible que un virus se escondiera? Pues encontradlo, joder, había dicho Guilder. Se nos está acabando el tiempo.
Guilder pasaba cada vez más tiempo en el tejado, atraído por su sensación de espacio. Ya pasaba de la medianoche otra vez, y allí estaba. El sueño era tan sólo un recuerdo. Nada más entregarse a él despertaba sobresaltado, con las paredes de su garganta cerrándose. El plazo de setenta y dos horas había expirado. Nelson se limitó a enarcar las cejas: ¿Y bien? La tráquea de Guilder estaba tan obstruida que apenas podía tragar. Su mano izquierda aleteaba como un pájaro. Todo un lado de su cuerpo se estaba arrastrando como si llevara atada al tobillo una pesa de cuarenta kilos. No podría ocultar la situación a Nelson mucho más tiempo.
Desde el tejado, Guilder había visto que las filas del ejército iban disminuyendo día a día. ¿Estarían muy lejos los virales? ¿Cuánto tiempo les quedaba?
Su móvil zumbó en la cintura. Nelson.
—Será mejor que vengas a ver esto.
Nelson se reunió con él en la puerta del ascensor. Llevaba una bata de laboratorio sucia y tenía el pelo desordenado. Tendió a Grey una hoja de papel.
—¿Qué me estás enseñando?
La expresión de Nelson era sombría.
—Limítate a leer.
DEPARTAMENTO DEL EJÉRCITO
MANDO CENTRAL DE ESTADOS UNIDOS
SOUTH BOUNDARY BOULEVARD, 7115
MACDILL AFB, FL 33621-5101
010500JUN16
ORDEN OPERATIVA USCENTCOM-IMMACULATA
REFERENCIAS: ORDEN EJECUTIVA 929621, 1r,
HL Recon BDE
OPORD 18-26, Hoja de mapa V107ORGANIZACIÓN DE TAREAS: Destacamento Especial Conjunto (DEC) SCORCH, incluidos elementos de: Escuadrilla de Caza y Ataque 388 (388 ECA), Grupo de Combate 23 (GC 23), Grupo de Defensa Aérea Nacional 62 (GDAN 62), Guardia Nacional del Ejército de Colorado (GNE CO), Guardia Nacional del Ejército de Kansas (GNE KS), Guardia Nacional del Ejército de Nebraska (GNE NE), y Guardia Nacional del Ejército de Iowa (GNE IA).
1. SITUACIÓN
a.
Fuerza enemiga: desconocida, +/– 200K.
b.
Terreno: mezcla de mesetas/praderas/urbano.
c.
Tiempo: condiciones variables, visibilidad diurna moderada, visibilidad nocturna limitada, luz de luna entre escasa y nula.
d.
Situación del enemigo: a 010500JUN16, 763 grupos de personas infectadas («vainas») observados agrupados en Áreas Designadas 1-26. Movimiento enemigo esperado nada más anochecer (2116)
2. MISIÓN
DEC SCORCH libra combates desde 012100JUN16 hasta 052400JUN17 dentro de la Zona de Cuarentena decretada con el fin de destruir a todas las personas infectadas.
3. EJECUCIÓN
Intención: DEC lanzará operaciones de combate aéreo y terrestre dentro de la Zona de Cuarentena. Tarea prioritaria de DEC SCORCH es la eliminación de todo el personal infectado dentro de la Zona de Cuarentena. Todo el personal, incluido el civil, dentro de la Zona de Cuarentena se considera infectado, y se autoriza su eliminación de acuerdo con la Orden Ejecutiva 929621. El objetivo final es la eliminación de todo el personal infectado dentro de la Zona de Cuarentena.
Concepto de la Operación: será una operación en dos fases:
FASE 1: DEC despliega unidades aéreas tácticas del 388 ECA, 23 ECA y 62 GDAN en 012100JUN16 para llevar a cabo un bombardeo masivo de las Zonas Designadas 1-26. FASE 1 completa con bombardeo masivo del 100 % de la Zona de Cuarentena. FASE 2 empezará nada más concluir la FASE 1.
FASE 2: DEC desplegará 3 Divisiones Mecanizadas de Infantería desde las unidades terrestres tácticas del GNE CO, GNE KS, GNE NE, GNE IA para llevar a cabo ataques de fuego a discreción contra las restantes fuerzas enemigas en las Zonas Designadas 1-26. La FASE 2 concluye con el 100 % de personal infectado destruido dentro de la Zona de Cuarentena.
A partir de ahí: logística, táctica, mando y señal. La burocracia de la guerra. El resultado estaba claro: cualquiera que se hallara dentro de la zona de cuarentena estaba condenado.
—Jesús.
—Ya te lo adelanté —dijo Nelson—. Tarde o temprano, esto iba a suceder. Quedan menos de dos horas para que amanezca. No creo que esta noche pase nada, pero me parece que no deberíamos esperar.
Así como así, el reloj había llegado a cero. ¡Después de todo lo que había hecho, aceptar ahora la derrota!
—¿Qué quieres que haga?
Guilder respiró hondo para serenarse.
—Evacuar a los técnicos en los vehículos, pero no te deshagas de Masterson. Podemos empaquetar a Grey y a la mujer nosotros mismos y pedir que vengan a recogernos.
—¿Debo avisar a Atlanta? Para que al menos sean conscientes de la situación.
Debía reconocer que Nelson no se había permitido un segundo «ya te lo había adelantado».
—No, yo me encargo de eso.
Había una línea terrestre segura en el despacho del jefe de la estación. Guilder subió y recorrió el pasillo desierto, arrastrando la pierna izquierda dolorida. Habían vaciado todos los despachos. Lo único que quedaba en la habitación eran una silla, un escritorio metálico barato y un teléfono. Se sentó en la silla y contempló el teléfono. Al cabo de un rato se dio cuenta de que tenía las mejillas mojadas: había empezado a llorar. El extraño llanto carente de sentimiento que había empezado a parecer un heraldo de su destino, y la confesión espontánea de su mediocre y desdichada vida. Como si su cuerpo le estuviera diciendo: Tú espera. Espera y verás lo que te tenemos reservado. Una muerte en vida, campeón.
Pero esto nunca sucedería. En cuanto descolgara el teléfono, todo habría terminado. Un pequeño consuelo, saber que al menos no viviría lo suficiente para padecer toda la agonía de su declive. Lo que no había logrado aquel día en el garaje, ahora lo harían por él.
¿Señor Guilder? Venga con nosotros. Una mano sobre el hombro, el paseo por el corredor.
No.