VEINTICUATRO
La fuerza de Elanardris
Sobre los Guerreros Sombríos pesaba una atmósfera de perplejidad y consternación. Convocados por Tharion, habían acudido a las ruinas de Elanardris para oír lo que les aguardaba en el futuro. La mayoría se sentían perdidos sin el liderazgo de Alith y corrían rumores que ponían en duda la continuidad del ejército de Guerreros Sombríos sin él.
Tharion notó un cambio en el desarrollo de la guerra. La noticia del fallecimiento del Rey Sombrío se había propagado rápidamente. Un único suceso había vuelto las tornas; los regimientos druchii habían advertido señales de debilitamiento en su enemigo y estaban recuperando su agresividad anterior. Se mostraban más atrevidos a la hora de realizar batidas por los bosques en busca de las compañías de Guerreros Sombríos, mientras que éstos, que durante mucho tiempo habían creído en su propia invulnerabilidad, se habían vuelto más tímidos en sus acciones. Si habían sobrevivido y habían prosperado se debía a su audacia, pero ahora lo habitual era ceder la iniciativa al enemigo. El pulso de la guerra estaba cambiando.
Tharion sabía exactamente qué estaba ocurriendo: los cazadores estaban convirtiéndose de nuevo en cazados a una velocidad vertiginosa.
Muerto Alith, el mando había recaído en Tharion, que había reunido a sus elfos en las ruinas de Elanardris para recordarles la causa de su lucha. Centenares de guerreros se congregaban alicaídos alrededor de las hogueras, con el rostro demacrado y el gesto sombrío.
—¡No podemos permitir que los últimos reveses sufridos sigan minándonos la moral! —les arengó Tharion, encaramado a lo que en otro tiempo había sido el muro que separaba los jardines orientales de los campizales del jardín de verano—. Si los druchii no nos temen, significa que hemos fracasado.
—¡Continuaremos la lucha! —exclamó Casadir, el único sombrío que había escapado de Athel Yranuir. Paseó la mirada por los elfos, pero su proclama fue recibida con escaso entusiasmo.
—¿Cómo lucharemos sin el Rey Sombrío? —gritó una voz desde la penumbra—. El enemigo es cada vez más fuerte mientras nosotros no dejamos de debilitarnos.
—Es verdad —convino otra voz—. Yo vengo de Cracia y las noticias son nefastas. Morathi ha traído un nuevo contingente desde las colonias. Desconozco el número exacto de sus efectivos, pero decenas de miles de guerreros, todos ellos curtidos en multitud de campañas, han desembarcado en Cothique. Si mis temores se cumplen, el reino caerá en manos de Morathi a finales de año.
—Tenemos que redoblar nuestros esfuerzos aquí para que Caledor pueda concentrar todas sus fuerzas en esa nueva amenaza —dijo Casadir.
Tharion suspiró, y luego arrugó la frente.
—No será tan sencillo —dijo el veterano elfo—. Con un nuevo ejército en el este, los comandantes de Morathi trasladarán a Nagarythe el grueso de las huestes que han estado luchando hasta ahora para que recuperen las fuerzas y se reabastezcan con las miras puestas en una nueva ofensiva el año que viene.
—Así tendremos más objetivos para nuestras incursiones —gruñó Casadir, provocando exclamaciones de conformidad con su afirmación entre otros caminantes sombríos.
—Eso es cierto en parte —repuso Tharion—. Sin embargo, lo relevante de la maniobra druchii son los miles de soldados que regresarán a Nagarythe. Estoy seguro de que no se quedarán de brazos cruzados mientras nosotros acometemos nuestros ataques.
La trascendencia de esa puntualización empezó a calar en los caminantes sombríos y entre ellos se extendió un murmullo de inquietud.
—¿Qué proponéis, mi señor? —inquirió Anraneir—. Los ejércitos que regresen a Nagarythe utilizarán el Paso del Dragón y el Paso del Fénix; quizá podríamos reunir todas nuestras fuerzas y asaltarlos mientras marchan.
—Eso es lo que esperarán —respondió Tharion, meneando la cabeza—. Los seis años de guerra han supuesto una sangría constante entre nuestras fuerzas, y ya sólo quedamos un par de miles. Podríamos hostigar las columnas druchii de modo que no nos arriesguemos a menguar aún más nuestras huestes, pero eso no nos aportaría nada en la consecución de nuestro objetivo final. Un puñado de centenares de muertos por aquí y por allá no significa nada para los druchii.
—Estoy seguro de que todavía hay alguna manera de hacer daño a los druchii —dijo Anraneir. Y añadió, encogiéndose de hombros—: No sé cómo, aún, pero si consiguiéramos reunir todos nuestros efectivos, podríamos volver a lanzar ataques potentes, aunque eso supusiera correr el riesgo de ser descubiertos y sufrir una derrota definitiva.
—Cada vez quedamos menos, eso no admite discusión —dijo Tharion a media voz—. En una guerra de desgaste nuestra esperanza de victoria es nula. ¿Qué otras noticias traéis del este, Tethion?
—La campaña principal se mantiene igualada, aunque podría ocurrir que las tropas recién llegadas inclinaran la balanza a favor de los druchii —explicó el caminante sombrío—. El enemigo posee Nagarythe, Cracia y Tiranoc, además de buena parte de los territorios de Ellyrion y Cothique. Lothern, por su parte, sufre continuos asedios. Las revueltas de los sectarios están extendiéndose como una plaga, por las ciudades y los reinos que todavía no han sucumbido al influjo de Anlec. Se propalan rumores de que los magos de Saphery se han enzarzado en una lucha interna con sus pares que han abrazado la magia negra.
»Ni siquiera el reino de Caledor está libre de la lacra de la corrupción. Mientras el Rey Fénix centraba todos sus empeños en la guerra, las sectas se infiltraban en su reino montañoso con el fin de sembrar la discordia. Muchos caledorianos apoyan al rey, pero preferirían emplear sus fuerzas en la defensa de su propio territorio antes que derrochar las vidas de sus compatriotas en la protección de otros reinos. A principios de año se descubrió que varios sacerdotes de Vaul estaban confabulados con Anlec y habían fabricado armas y armaduras mágicas para los druchii que después habían llevado de contrabando al norte a través de Tiranoc. El líder de la célula huyó llevándose consigo el martillo sagrado de su dios. Estoy seguro de que ahora está en Anlec, forjando nuevas armas para los príncipes de Nagarythe.
—¿Alguien tiene alguna información que pueda darnos un poco de esperanza? —preguntó Tharion.
Los elfos repartidos alrededor de las hogueras menearon la cabeza y suspiraron, desconsolados.
—Entonces, ha llegado el momento de que os revele el motivo por el que os he hecho venir aquí —continuó Tharion—. Hablé con el Rey Sombrío antes de que partiera hacia Athel Yranuir; compartí mis temores con él, y él me escuchó. Me dio una serie de instrucciones que todos seguiremos.
»El ejército de sombras se reunirá de nuevo —declaró. Se oyeron murmullos de júbilo entre los caminantes sombríos, pero Tharion los cortó de raíz con un gesto—. Pero no para participar en ninguna batalla. Nunca hemos cosechado una victoria gracias a la tuerza bruta. La astucia y el engaño son unas armas tan útiles para nosotros como el arco y la espada, y emplearemos la astucia y el engaño para arrastrar a los druchii hasta una posición más favorable para nuestros intereses.
Algunos elfos asintieron con la cabeza, aunque el semblante de otros dejaba clara su confusión.
—Los druchii tienen una confianza absoluta en sí mismos. Y hay motivos para ello. Si nos enfrentamos cara a cara contra el resurgimiento de sus ánimos, nos arriesgamos a que nos arrollen. No, no seguiremos ese camino en nuestra lucha. Nos mantendremos en un segundo plano y esperaremos el momento oportuno. Los druchii pensarán que han acabado con nosotros y les dejaremos que vivan con esa victoria ilusoria; eso no hiere nada más que nuestro orgullo. De ese modo, desviarán las miradas hacia las nuevas campañas en el este, convencidos de que tienen Nagarythe totalmente controlado. Entonces, y sólo entonces, volveremos a atacar. Surgiremos de las sombras y asestaremos un golpe al enemigo que hará que nos odie y nos tema más que nunca.
—¿Y dónde habéis pensado que nos escondamos? —preguntó Casadir—. Si nos mezclamos entre la población, nos arriesgamos a que nos descubran, así que si seguimos viviendo fuera de los núcleos urbanos como hacemos ahora, ¿por qué no continuar también hostigando a los druchii?
Tharion se enderezó y abrió los brazos abarcando el paraje que los rodeaba. La luz rubicunda de las hogueras se reflejaba en las piedras derrumbadas de Elanardris, ya cubiertas de musgo y plantas trepadoras; los en otro tiempo esmerados jardines de la mansión, se habían convertido en una selva.
—Aquí nacimos y aquí renaceremos —declaró Tharion—. Llevo un tiempo meditando; meditando sobre el pasado y el futuro. Si bien Morathi controla las tierras de Nagarythe, hay muchos naggarothi sufriendo el yugo de su tiranía. Entre el pueblo oprimido que trabaja para Morathi y sus adláteres hay muchos compatriotas que simpatizan con nuestra causa. Traeremos aquí a aquellos que nos merezcan una confianza absoluta, tanto adultos como niños, y forjaremos una nueva generación de Guerreros Sombríos. El fin de la guerra está lejano y debemos pensar en el futuro.
Tharion se paseó entre las hogueras mirando a los ojos a los guerreros.
—No tengáis duda: da igual lo que ocurra, nunca nos rendiremos. Tal vez ninguno de nosotros viva para ver la victoria, por tanto debemos poner los cimientos para que nuestro ejército continúe la lucha en nuestra ausencia. Mientras perdure el espíritu de rebeldía contra Anlec y de resistencia a los druchii, el enemigo no podrá proclamar la victoria. Elanardris ya no existe; ha quedado relegado como un episodio funesto en la historia. Las piedras desnudas y los recuerdos de tiempos mejores son el único legado de la dinastía que en otro tiempo prosperó aquí. No me propongo reconstruir la mansión ni arreglar los jardines. La fuerza de Elanardris no radicaba en los bloques de piedra ni en la argamasa, sino en la sangre de su pueblo y el poder de sus tierras. Todavía son nuestras tierras, y necesitan un pueblo que las habite. Mientras respiremos y luchemos, Elanardris no morirá.
* * *
La noticia se divulgó en secreto entre los naggarothi desleales y desapegados del régimen, aquellos que servían más por miedo a la tiranía de Morathi que por principios. Se les animó a desertar, aunque fueron pocos los que acudieron a Elanardris. En solitario o en pareja se escabullían de sus hogares y guarniciones amparados en la noche y se reunían con los Guerreros Sombríos en lugares apartados. A veces llegaban familias enteras tras viajar a pie a través de campos cubiertos de zarzas y llanuras anegadizas en busca de refugio en las montañas.
Receloso por la posibilidad de que se infiltraran agentes de Anlec, Tharion sometía personalmente a una investigación exhaustiva a todos los aspirantes y mataba sin contemplaciones a quien le provocara una mínima sospecha. Sabía que entre los elfos que asesinaba también había inocentes, pero la vida de muchos otros dependía de unas estrictas medidas de seguridad. Era esencial que los druchii se mantuvieran totalmente ajenos al sutil goteo de refugiados que huían de su tiranía, pues la más ligera noción de que algo discurría de un modo diferente a sus deseos desataría la ira de Anlec.
Los viejos campos de refugiados habían sucumbido al paso del tiempo y los Guerreros Sombríos y los elfos a su cargo emprendieron la construcción de nuevos refugios. Ocultaron víveres, ropa y agua en cuevas y en las entrañas de los bosques de la cordillera.
El nuevo pueblo de Elanardris empezó a labrarse una vida cobijado bajo techos de ramas entrelazadas, en refugios construidos con montones de piedras, en cuevas ocultas tras cascadas y en chozas recubiertas de carrizo en los pantanales. Tharion siempre experimentaba una calma sobrecogedora cuando visitaba aquellos lugares; sus habitantes eran tranquilos y le agradecían que los hubiera rescatado, pero se mostraban extremadamente cautos. Apenas hablaban de la vida que habían dejado atrás y pocos se preocupaban por especular sobre el futuro. Incluso los niños eran reposados; difícilmente se oía el griterío de su jolgorio inocente y las risas eran escasas.
En contra de lo previsto por Tharion, los druchii no replegaron sus ejércitos exhaustos y ensangrentados, y los mantuvieron en las batallas que tenían lugar en el este. Los refuerzos procedentes de las colonias se habían sumado a las huestes ya destacadas allí y los comandantes de Morathi habían intensificado las hostilidades, lo que hacía de Nagarythe un lugar un poco más seguro, aunque el resto de Ulthuan sufría las consecuencias.
Los Guerreros Sombríos patrullaban la frontera, si bien no atacaban a menos que fuera necesario. Tharion quería evitar a toda costa que el ejército sombrío llamara la atención con la intención de que los druchii se reafirmaran en la creencia de que la desaparición del Rey Sombrío había dispersado sus huestes. Le hería en el orgullo permitir que los druchii se regodearan de esa manera, pero el orgullo era un sacrificio insignificante cuando había tanto en juego.
En la primavera del octavo año de la guerra de los Sombríos nació una niña en Elanardris, el primer nacimiento desde el estallido de la conflagración. Apenas hubo celebraciones, pues todo el mundo experimentó una serie de sentimientos encontrados. El alumbramiento de una vida en una tierra recientemente devastada era una bendición, pero muchos se preguntaban qué tipo de vida, qué clase de mundo vería la recién nacida cuando creciera.
En los siguientes años se produjeron más nacimientos. Tharion trató de imaginarse en qué tipo de elfos se convertirían aquellos bebés. Se preocupó por mantener vigente el edicto de Alith, según el cual, todos los niños debían ser criados en las tradiciones de los Anar y, una vez alcanzada la edad pertinente, debían ser aleccionados en las artes de los Guerreros Sombríos. Tendrían que aprender a cazar y a pescar, a manejar la espada y el arco, y las palabras secretas de Kurnous. Aunque todavía no se vislumbraba el final de la guerra, Tharion no perdía la esperanza cada día que pasaba de que el esfuerzo que exigía adquirir todas esas habilidades terminara por caer en saco roto. Lo único que quería para los niños de Elanardris era que crecieran fuertes y orgullosos, y en paz.
Al nuevo señor de Elanardris también le preocupaba el carácter que forjaría en los elfos ser criados de esa guisa. El hecho de educar a los niños en el odio a los druchii era algo que le remordía la conciencia, pero había prometido que transmitiría a las nuevas generaciones las enseñanzas del Rey Sombrío. Los símbolos de la venganza y de la sombra se convirtieron en el emblema de Elanardris; se pintaron en las paredes de las cuevas, se grabaron en la corteza de los árboles y se fabricaron amuletos y broches con sus formas. Esto inquietaba a Tharion, y le recordaba a las prácticas de las sectas que había combatido. Sin embargo, no podía denegar a los elfos el derecho a expresar sus miedos y sus esperanzas, a aferrarse a aquellos símbolos tras la desaparición de Alith.
Los años pasaban muy despacio; los breves veranos eran un período de intranquilidad, pues era cuando las huestes druchii se movilizaban, y los inviernos eran una época de penalidades dados la escasez de comida, los vientos gélidos que soplaban del norte y la nieve que se amontonaba en los tejados de los refugios. Algunos guerreros formaron una familia, otros hicieron voto de soledad. La vigilancia sobre las tierras de los Anar era constante y los centinelas ocultos en los puestos de vigilancia estaban prestos para matar en cualquier momento, si bien apenas habían tenido que recurrir a su destreza como asesinos, pues la inhóspita cordillera actuaba como un elemento disuasorio del interés de los druchii, del mismo modo que podían hacerlo un muro de lanzas o una compañía de arqueros.
Todos los años se honraba la memoria del Rey Sombrío con una cacería. Los guerreros capturaban un venado en los bosques de las montañas y reservaban parte de su presa como ofrenda a Kurnous y al Rey Sombrío. Y todos los años Tharion intentaba recordar menos al Rey Sombrío y más a Alith de Anar, pero era difícil. Sus hazañas se narraban alrededor de las hogueras de campaña y se utilizaban como cuentos para dormir a los niños. El elfo que en vida había sido una leyenda se convirtió rápidamente en un mito tras su muerte. Entre el pueblo de Elanardris había quien ni siquiera sabía que el héroe tema un nombre, y únicamente lo llamaba por su sobrenombre. Tharion puso todo su empeño en mantener vivo el recuerdo del elfo que había detrás del mito, pero a veces se sentía como si estuviera nadando contra corriente. Los nuevos habitantes de Elanardris estaban desesperados, y un personaje sacado de una fábula procuraba más consuelo que el mortal de carne y hueso que había morado en las tierras que ahora ocupaban. Hallaban alivio en la creencia de que una especie de espíritu velaba por ellos. Los más enterados afirmaban que el Rey Sombrío era un lobo y no un pastor, y que era más probable que estuviera cobrándose su venganza en Mirai que vigilando su rebaño.
La vida era dura para los habitantes de Elanardris, pero la sobrellevaban, y escuchaban las noticias sobre el desarrollo de la guerra en sus refugios seguros. Una especie de estabilidad floreció en la sociedad sombría y emergieron nuevos códigos y tradiciones, nuevas creencias y prácticas. Nadie sabía quién había acuñado el término Aesanar —Nuevo pueblo de Anar—, pero disponer de un nombre en el que reconocerse tuvo una influencia positiva entre ellos. El pueblo otorgó a Tharion el título de primer señor de los Aesanar, cuyo cargo consistía en gobernar como regente hasta que apareciera un pretendiente al trono del Rey Sombrío. Los Aesanar, un pueblo pragmático e ingenioso, consiguió cerrar sus heridas y prosperar a la espera del día en el que uno de sus compatriotas diera un paso al frente y se decidiera a liderarlos en la guerra; a la espera del día que se retomara la guerra sombría.
El año decimotercero de guerra civil, nueve años después de la caída del estandarte de la Casa de Anar en el Pantano Oscuro, llegó ese día.
* * *
Los caminantes sombríos se reunieron de nuevo alrededor de una hoguera en las ruinas de la vieja mansión. Tharion los había convocado a petición de Casadir. El caminante sombrío se había mostrado reacio a la hora de explicarle el motivo, y únicamente le había dicho que se había encontrado un mensajero con unas importantes noticias que todos debían conocer. Esto mismo contó resumidamente a sus pares congregados, haciéndoles hincapié en la necesidad de mantenerlo en secreto.
Los caminantes sombríos se volvieron al unísono cuando una figura oscura emergió de la penumbra y se acercó al fuego con su caballo agarrado de las riendas; una capa de plumas de cuervo se precipitaba por su espalda.
—Os presento a Elthyrior, heraldo negro —dijo Casadir.
Estallaron unos murmullos dispersos. Elthyrior era parte de la leyenda del Rey Sombrío. La mayoría de los presentes ya lo había visto anteriormente, pero para otros era la primera vez.
—Contadnos lo que habéis oído —dijo Casadir, sentándose y haciendo un gesto al heraldo para que se sentara a su derecha.
Elthyrior susurró algo a su montura, que se alejó parsimoniosamente por lo que en otro tiempo había sido el esplendoroso césped del jardín de verano, y se sentó con las piernas cruzadas junto al caminante sombrío.
—Hay un nuevo rey en Anlec —explicó el heraldo negro; un anuncio que fue recibido por gritos ahogados de asombro—. Los druchii hablan con veneración de él y lo llaman el Rey Brujo.
—¿Quién es el Rey Brujo? —preguntó Iharion.
—Lo desconozco —respondió Elthyrior—. Ninguno de los elfos que he interrogado o a quienes he oído hablar de pasada lo sabe con certeza. Algunos creen que es Hotek, el sacerdote de Vaul renegado que huyó de Caledor hace varios años. Otros afirman que Morathi ha adoptado al príncipe Alandrian y le ha premiado con el trono por matar a Alith de Anar.
»He oído que está bendecido por el panteón de los cytharai al completo, que no existe arma capaz de herirlo y que la mismísima Morathi lo ha instruido en la brujería. Entre los druchii se dice que el Rey Brujo será el mazo que aplastará al enemigo y conseguirá la victoria final para Nagarythe.
Elthyrior paseó sus ojos esmeralda por los caminantes sombríos, que escuchaban con atención sus palabras.
—Todos sabemos que la frontera entre la realidad y el mito suele ser difusa, pero he oído testimonios espeluznantes sobre este Rey Brujo —les advirtió Elthyrior—. Tal vez la respuesta a «¿quién es este Rey Brujo?» nos resultaría reveladora. «Despelleja y descarna con la mirada», me dijo un elfo. «Arde con el fuego de nuestro odio», me dijo otro. Todos coinciden en una cosa: ¡es el legítimo rey de Nagarythe y muy pronto reinará en todo Ulthuan!
—Sin duda, historias para pasar el rato en los campamentos y cuentos para contar al calor de la lumbre —dijo Tharion—. Quizá Morathi teme que se le esté escapando la victoria y ha inventado a este Rey Brujo para inspirar el miedo en sus tropas y asegurarse su obediencia.
—Si bien puede haber algo de cierto en lo que decís, me temo que sólo podemos confiar en que sea una exageración —repuso Elthyrior—. El rumor se ha propagado de tal modo, se cree en él con tanta vehemencia, que no albergo ninguna duda de que ha aparecido un nuevo señor druchii para liderar los ejércitos de Nagarythe.
—¿Y qué podemos hacer? —preguntó Anraneir—. Tharion, ¿os pondríais vos a la cabeza del ejército sombrío para luchar contra el nuevo tirano?
—Si se decide que entremos en acción, yo lideraré las huesees —respondió el primer señor—. Pero no soy un Rey Sombrío. No me considero con la fuerza y la astucia necesarias para burlar a un adversario como éste.
—¿Somos realmente el ejército sombra sin el Rey Sombrío? —inquirió Yrain, recientemente nombrada caminante sombrío. Miró exaltada a sus compañeros—. El Rey Sombrío es poderoso, tanto para aglutinar a los débiles como para aterrorizar los corazones de los druchii. ¿Qué importa en quién recaiga el título?
—Importa si no es capaz de cumplir las expectativas —respondió Casadir—. Yo nunca asumiría esa responsabilidad. Ser un líder es una cosa, y ser rey otra distinta. El Rey Sombrío ha de ser más que todo eso. Ha de ser la encarnación de la ira y la venganza, ser implacable y constante; un símbolo viviente, la representación de todo aquello por lo que luchamos, de todo aquello en lo que creemos…
—¿Alguno de los presentes cree que cumple esos requisitos? —preguntó Tharion.
Casadir esbozó una sonrisa inducida por una sensación efímera de regocijo, que rápidamente desapareció, y meneó la cabeza descartando cualquier posibilidad de intervención.
Los caminantes sombríos guardaban silencio y paseaban la mirada por sus compañeros a la espera de que alguien se postulara como pretendiente. Algunos meneaban la cabeza, decepcionados con la reacción suscitada tras la pregunta, o recelosos con la idea de que se pudiera encontrar otro Rey Sombrío.
Elthyrior se puso en pie de repente y se llevó la mano a la espada. Tenía la mirada clavada en algo que escapaba a la luz de las hogueras cerca del edificio derruido de la mansión. Varios caminantes sombríos aprestaron las armas mientras otros miraban en torno con nerviosismo. Las llamas de las hogueras se agitaron y fueron perdiendo fuerza hasta extinguirse una a una, excepto una llama que siguió ardiendo y que apenas iluminaba a Tharion y a los elfos más próximos a él.
—¿Qué es? —masculló Anraneir.
Se oían susurros y jadeos procedentes de la oscuridad, y unos ojos dorados destellaron a la luz de las estrellas. Los caminantes sombríos miraban en todas direcciones siguiendo unas figuras fantasmagóricas que aparecían y desaparecían en un abrir y cerrar de ojos.
Las nubes apretadas en las montañas se abrieron, y Sariour en plenilunio lo bañó todo con su luz plateada. Donde antes se habían extendido la oscuridad y las sombras ahora aparecía una figura toda vestida de negro y con el rostro sepultado en una generosa capucha. Permanecía inmóvil, con los brazos cruzados y la cabeza agachada.
Los aullidos de los lobos desgarraron el aire del campamento.
—¿Quién eres? —inquirió Tharion, espada en mano—. ¿Qué quieres?
—Soy el Rey Sombrío —respondió Alith de Anar, echándose la capucha sobre la espalda—, y quiero venganza.