19: Hijo del lobo y de la luna

DIECINUEVE

Hijo del lobo y de la luna

Alith durmió el resto del día junto a los lobos y despertó cuando el sol ya se ponía. Se sentía relajado; sumido en una paz interior que no había sentido en años. Se desperezó y regresó a la charca para beber un poco de agua mientras el resto de la manada se despertaba para una nueva jornada de caza.

Mechón Negro fue de los últimos en despertar. El feroz líder de la manada emergió con parsimonia de la cueva, todavía receloso de Alith. El elfo no se lo pensó dos veces y se puso a cuatro patas como deferencia a sus compañeros cuando Mechón Negro pasó junto a él de camino a la charca.

Los haces de la luz mortecina del crepúsculo se filtraban por las copas de los árboles cuando los lobos se reunieron alrededor de su cabecilla. La manada enfiló hacia el norte con paso regular y Alith no tuvo problemas para seguir su ritmo. Todavía en las inmediaciones de la cueva el grupo se disgregó, y los lobos partieron en solitario o en pareja. De esa manera, abarcaban una extensión de terreno mayor en el rastreo de su presa potencial.

Alith se limitó a seguir el ejemplo de los cánidos y no se separó de la loba que le había mostrado su simpatía por la mañana. Tenía un pelaje salpicado de motitas de distintas tonalidades de gris que brillaban con la luz, y Alith le puso el nombre de Plata. Había puesto apodo a algunos lobos más a partir de rasgos distintivos apreciables a primera vista —Cola de Nieve, Colmillo Roto, Gris Pálido, Una Oreja y Cicatriz—. Los demás todavía eran indistinguibles a sus ojos.

Por lo poco que sabía sobre lobos dedujo que buena parte de la manada debían ser crías de Mechón Negro y Gris Pálido, y el resto, como el propio Alith, rezagados adoptados por la pareja. Más de la mitad eran machos, y eran de edades muy diversas. Mechón Negro y Gris Pálido eran los mayores, y Alith calculó que los más jóvenes todavía no habrían cumplido el año. Éstos correteaban y se peleaban, aporreando con sus patas los hocicos de sus compañeros de juegos y mordisqueándose los cuellos y los cuartos traseros en lo que suponían unas prácticas para cuando llegara el momento de matar a sus presas.

Alith se topó de bruces con otra dificultad en la comunicación con sus nuevos compañeros. Rara vez hablaban en la lengua de Kurnous y preferían comunicarse mediante posturas y gestos, en cuyas sutilezas Alith se perdía por completo. Ya había aprendido a no mirar directamente a los ojos a Mechón Negro, pues hacerlo siempre provocaba que le mostrara los colmillos, una tensión que sólo se relajaba cuando el elfo apretaba la barriga contra el suelo en señal de apaciguamiento. Esto contrariaba a Alith, ya que el resto de los lobos no parecía sufrir la ira que Mechón Negro le expresaba con tanta vehemencia. Durante su deambular junto a Plata, Alith trataba de hallar una explicación al hecho de que Mechón Negro hubiera accedido a que se uniera a la manada si sentía tanta antipatía por él. No tenía forma de interrogarle sobre esta cuestión, pues la lengua de Kurnous carecía de los recursos para expresar ese tipo de conceptos emocionales.

Un aullido procedente del este anunció el hallazgo de una presa. Plata se detuvo, se sentó y alzó la cabeza para responder con otro ululato. Tras recibir la contestación a su aullido, la loba se puso rápidamente a cuatro patas y echó a correr hacia el este. Los lobos disgregados empezaron a aullar alrededor de Alith para informar al resto de la manada de su posición, y en cuestión de segundos, el elfo se vio rodeado por unas sombras plateadas que se deslizaban furtivamente a la titilante luz del crepúsculo que se filtraba por la bóveda de árboles.

Cicatriz había dado la voz de aviso. El lobo estaba sentado en el borde de una escarpa con la vista dirigida al norte. De vez en cuando, soltaba un aullido de convocatoria a la cacería. La manada percibió el olor de la presa y los cánidos enderezaron la cola de la excitación. Mechón Negro apareció trotando, y Alith se cobijó detrás de Plata. El resto de los lobos aullaron y gruñeron hasta que el líder los mandó callar con un rugido.

La compañera de Mechón Negro, a la que Alith llamaba Gris Pálido, se puso al frente del grupo y descendió por una pronunciada pendiente de una hondonada cubierta de frondas de helecho. Los lobos emprendieron el acecho a su presa; brotó un rumor de roce de hojas y se levantaron nubes de polen que flotaron a la luz tenue del anochecer. Alith seguía la manada en la cola, enconado para no ser descubierto. Los lobos aflojaron el paso y guardaron silencio según se acercaban a su víctima. Alith no podía decir detrás de qué iban, pues la densidad de la vegetación no le permitía ver lo que los cánidos identificaban mediante el olfato. Los lobos se reagruparon, y él se mantuvo en todo momento detrás de Plata, avanzando entre la maleza con determinación.

Entonces, el viento arrastró hasta su nariz un olor a ciervo más intenso del que hubiera advertido jamás en las montañas de Elanardris. El aroma a almizcle le aceleró el corazón y despertó sus ansias de cazar y matar. Respiró hondo varias veces para calmarse y escudriñó el horizonte buscando algún indicio del venado.

Cuando Gris Pálido llegó al fondo de la hondonada torció a la izquierda y siguió contracorriente un riachuelo diminuto; el terreno ascendía y se adentraba en los aledaños de las estribaciones de los Annulii. Se habían internado tanto en el reino de Averlorn que Alith se percató con espanto de que se hallaba muy lejos de la frontera con Ellyrion. Pensó que nunca se había visto tan indefenso —armado únicamente con un cuchillo y desprovisto de armadura—; sin embargo, no se sentía amenazado. Le parecía tan natural andar de cacería desnudo por aquellos bosques como si lo hiciera por las montañas con el arco en la mano.

A pesar de la emoción provocada por la cacería, Alith sentía paz en el corazón. Sólo llevaba un día con la manada, pero el hecho de compartir la comida y de dormir juntos había establecido un vínculo entre ellos. Desde las primeras semanas con Milandith no había vuelto a sentir esa comunión, esa familiaridad confortadora con nadie ni con nada.

Gris Pálido se detuvo cuando otro aullido rasgó el aire, a no mucha distancia al norte. Los cánidos se congregaron alrededor de Mechón Negro haciendo unos ruidos indescifrables. Un par de ellos empezaron a gimotear. Se oyó un nuevo ululato que fue imitado por varias gargantas lupinas; los sonidos fueron subiendo de tono y volumen. Mechón Negro adoptó una postura de absoluta concentración. Parecía enfurecido; le temblaban las patas y se le erizó el pelo del lomo. Profirió un aullido, largo y grave. El resto de la manada lo acompañó y lanzó su desafío a los recién llegados, que se mantenían ocultos.

Los ululatos de respuesta eran dispares en tonalidad y procedencia, aunque Alith había aprendido lo suficiente sobre lobos como para saber que cambiaban de ubicación y modulaban la voz para dar la impresión de ser más numerosos de lo que eran en realidad. La manada de Mechón Negro era nutrida y parecía poco probable que los intrusos la superaran en número. A pesar de todo, sólo en Mechón Negro no había indicios de miedo. El resto de lobos intercalaban gemidos ahogados entre sus aullidos y tenían las orejas caídas hacia atrás en señal de nerviosismo y las colas rígidas por la tensión.

La competición de aullidos aún se prolongó un rato. Mechón Negro se mantenía firme pese a que los ululatos sonaban cada vez más altos y cercanos. Entonces, se instaló el silencio, sólo roto por el susurro del viento entre las hojas y el murmullo del agua que discurría por la hondonada arbolada. La manada se desplegó ligeramente y algo más de la mitad de los lobos avanzaron en la dirección del viento, de donde era más probable que procediera el ataque en el caso de producirse. Mechón Negro se instaló sobre una roca y empezó a proferir gruñidos como si fuera un general posicionando sus regimientos en el preludio de la batalla. Plata enfiló hacia el norte, y Alith dio unas zancadas tras ella, hasta que la voz de Mechón Negro resquebrajó el silencio.

—¡Dos piernas, venir aquí! —espetó el lobo entrecano.

Alith acató la orden sin vacilar y se inclinó junto al montículo rocoso al que se había encaramado el líder de la manada.

—Probable lucha —dijo Mechón Negro, posando sus ojos dorados en el elfo.

En su actitud no había ni rastro de la agresividad que había exhibido anteriormente con él, y le pareció detectar un tono más afable en su voz.

—Permanecer cerca. Colmillo afilado matar ciervo rápido. Colmillo afilado no matar lobo rápido. Dos piernas alto, cuello a salvo. Proteger piernas. Morder garganta. Morder cuello.

Alith asintió con la cabeza, pero entonces se dio cuenta de que aquel gesto no significaba nada para Mechón Negro y lo contuvo.

—Morder garganta, morder cuello —repitió Alith.

Mechón Negro desvió la atención del príncipe Anar, y Alith se puso de nuevo en cuclillas y buscó con la mirada algún indicio de movimiento en el bosque, que rápidamente se sumía en la penumbra. Una brisa fresca formaba remolinos en el abrupto paisaje.

Llegó el eco de un aullido que Alith fue capaz de reconocer como perteneciente a Gris Pálido. Alith sacó el cuchillo y permaneció agachado detrás de la roca que servia de pedestal a Mechón Negro; su mirada saltaba de los árboles al líder de la manada, y viceversa. Mechón Negro meneó la cola y contrajo los labios para soltar un bramido sin perder la postura erecta sobre el montículo. Alith se estremeció, tanto del aullido de advertencia de Mechón Negro como de la punzada de incertidumbre que le recorrió el cuerpo. Las hojas se sacudieron junto a él y aparecieron miembros de la manada que se acercaban a su cabecilla y se sumaban al cordón de seguridad que lo rodeaba.

Algunos de los lobos más jóvenes empezaron a gimotear, contagiados del nerviosismo que rezumaban los adultos; permanecían tendidos entre las frondas, con las orejas gachas y los hombros encogidos y tensos. Junto a ellos se habían posicionado componentes mayores del grupo que velaban por su seguridad.

* * *

El primer lobo de la manada rival apareció por la derecha, saltando con cierta discreción un tronco caído cercano y con el pelo del lomo erizado. Era una hembra. En cuanto vio a Mechón Negro y su manada se detuvo, y rápidamente se unieron a ella otros cinco lobos, todos ellos de un tamaño similar al de Mechón Negro y considerablemente más viejos que el líder de la manada de Alith.

Mechón Negro se volvió hacia los recién llegados y gruñó, exhibiendo una dentadura que brillaba con la luz crepuscular.

—¡Fuera! —espetó el lobo—. ¡Nuestra captura!

Más familiarizado ya con el comportamiento lupino, a Alith le pareció advertir cierto temor en los intrusos. Todos ellos enseñaban los dientes y habían entornado los ojos, pero el temblor ocasional de sus orejas revelaba falta de confianza.

—No captura —dijo la hembra.

Alith se fijó en sus dientes manchados de sangre y en que se apoyaba de una manera extraña, como evitando posar en el suelo la pata trasera izquierda.

—Estar herida —susurró Alith a Mechón Negro.

—Nuestra captura —repitió el lobo, sin hacer caso al elfo—. ¡Marchar!

Los lobos rivales se estremecieron de miedo y se tumbaron con la panza en el suelo, perdiendo todo su aire de agresividad. Sólo la hembra se mantuvo firme. Paseó la mirada por Mechón Negro y los miembros de su manada, hasta que sus ojos se posaron definitivamente en Alith; soltó un aullido de perplejidad y un escalofrío le recorrió el cuerpo.

—¡Dos piernas! —ululó.

Reculó y empezó a aullar insistentemente. Sus compañeros se unieron enseguida a sus quejas.

La reacción los recién llegados se extendió a varios miembros de la manada de Mechón Negro, que empezaron a lanzar aullidos inquisitivos que exigían la intervención de su líder. Algunos se volvieron a Alith y lo miraron con recelo, mostrándole los dientes.

Mechón Negro miró a Alith, y luego desvió la mirada hacia los intrusos.

—Dos piernas cazar con nosotros. Unir a manada.

—Muchos dos piernas venir —dijo la loba—. Cazar con colmillos largos. Matar muchos. No comer.

—Dos piernas no cazar lobo —repuso Mechón Negro—. ¡Vosotros marchar!

—Dos piernas matar lobo —insistió la loba, adelantándose de nuevo—. Colmillos largos y colmillos afilados. Compañero morir. Muchas manadas morir.

—¿Qué distancia? —preguntó Alith, enderezándose, lo que provocó un rugido de Mechón Negro y una nueva oleada de aullidos procedente de los recién llegados.

Sin embargo, Alith los ignoró y avanzó hacia los intrusos enfundando el cuchillo.

—¿Qué distancia dos piernas?

—Nosotros correr durante dos soles —respondió, titubeante, la loba—. Intentar luchar. Muchos muertos. Dos piernas no cazar. Dos piernas venir de tierra alta. Venir de allí.

—¿Muchos dos piernas? —preguntó Mechón Negro, que bajó de la roca y se situó entre Alith y la otra manada.

Gris Pálido, Cicatriz y un puñado de lobos más también se adelantaron y respaldaron a su líder con gruñidos y aullidos.

—Muchos. Muchos dos piernas —respondió la loba—. Muchos colmillos largos. Muchos colmillos afilados. Dos piernas luchar contra otros dos piernas.

Esa noticia desconcertó a Alith. Había sospechado que los cracianos habían huido hacia el sur por las montañas para escapar de los druchii. De las palabras de la loba se desprendía que los druchii ya habían irrumpido también en Averlorn.

—¿Todos dos piernas matar lobos? —preguntó el príncipe Anar.

—Dos piernas negros matar lobos —dijo la intrusa—. Dos piernas negros hacer ruido. Dos piernas negros hacer fuego. Dos piernas negros quemar otros dos piernas.

La sola idea de la presencia de los druchii en aquellas tierras le revolvió el estomago. Sólo podía significar que Cracia finalmente había sucumbido y que Averlorn estaba amenazada.

—¿Dos piernas venir aquí? —preguntó Mechón Negro.

La loba simplemente encogió las orejas y soltó un aullido.

—Si dos piernas venir, nosotros luchar.

—No luchar —ululó la loba—. Dos piernas venir con colmillos largos. Ellos matar, no luchar.

—¡Nuestra presa! —gruñó Mechón Negro—. ¡No huir!

—Nuestro dos piernas tener colmillo afilado —agregó Gris Pálido.

—Dos piernas no tener colmillo largo —señaló la loba—. Colmillo afilado no poder luchar contra colmillo largo.

Sólo entonces Alith comprendió que «colmillo largo» era la forma que tenían los cánidos de referirse al arco; probablemente las ballestas de repetición inventadas por los enanos que los druchii habían importado de las colonias de Nagarythe en Elthin Arvan. Los lobos no tenían ninguna posibilidad contra esos cazadores, y los sanguinarios druchii los masacrarían por el mero placer de matar.

—Nosotros huir —dijo Alith, volviéndose a Mechón Negro.

El líder de la manada gruñó y apretó la mandíbula, pero Alith no se retractó.

—No poder luchar contra colmillos largos. Colmillos largos matar muchos lobos. Lobos no matar colmillos largos.

Alith pensó por un momento que Mechón Negro iba a atacarlo. Había flexionado las patas como preparándose para abalanzarse sobre él y tenía la cola tiesa como una vara.

—Nosotros huir —dijo Gris Pálido—. Colmillos largos matar lobeznos. Nosotros huir. Encontrar otra presa.

—¡No! —Mechón Negro se volvió contra su compañera—. Dos piernas venir, dos piernas seguir viniendo. Manadas huir, manadas seguir huyendo. Mejor luchar, no huir ¡Obligar dos piernas marchar!

—No huir, esconder —dijo Alith—. Dos piernas negros sólo cazar otros dos piernas. No cazar lobos. Lobos esconder, dos piernas marchar.

Alith sabía que no era verdad; en cuanto se les presentara la oportunidad, los druchii arrasarían Averlorn y lo reducirían a cenizas. La única posibilidad de supervivencia para los lobos era mantenerse ocultos hasta que las fuerzas de la Reina Eterna y sus súbditos pusieran coto al avance druchii. Los lobos seguían discutiendo, pero Alith no les prestaba atención. Se sentía confundido por su propia reacción. ¿Qué le importaba que los cánidos sobrevivieran o murieran? ¿Acaso que mataran a un solo druchii no podría considerarse ya una victoria? No entendía qué había pasado con el odio que lo había consumido hasta hacía dos días. ¿Por qué no estaba impaciente por atacar a los druchii?

Un nuevo vistazo a la alterada manada le dio la respuesta. Observó los lobeznos y escuchó el gimoteo de los ejemplares adultos que cuidaban de ellos. Eso era una familia y, aunque no fueran elfos, no merecían morir sacrificados para saciar la sed de sangre de los druchii más que los habitantes de Ellyrion o cualquier otra criatura de Ulthuan. Los druchii despreciaban todo lo que escapara de su control, y se presentarían en Averlorn con sus azotes y sus cadenas para domar los lobos. Morathi ansiaba dominar todas las criaturas, y no sólo a sus hermanos elfos. Alith se dio cuenta de que Morathi debía odiar a la Reina Eterna más aún que a Caledor, pues encarnaba una pureza y una nobleza que Morathi sólo podría derrotar mediante la fuerza.

—Nosotros cazar —dijo de repente Alith, interrumpiendo la discusión de los lobos—. ¡No luchar! ¡Cazar! Matar en oscuridad. Cazar dos piernas.

—¿Cazar dos piernas? —inquirió Gris Pálido—. Mal. Si matar dos piernas, venir más dos piernas para matar.

—Yo ser dos piernas. Yo conocer dos piernas —dijo Alith a los lobos, mientras éstos caminaban inquietos en círculo—. Dos piernas negros malos. Dos piernas negros matar, matar y matar. Otros dos piernas luchar contra dos piernas negros y lobos cazar dos piernas negros. Dos piernas negros asustados.

Mechón Negro relajó los músculos y miró fijamente al príncipe Anar.

—Dos piernas luchar con colmillo largo, más afilado que colmillo, más afilado que colmillo afilado —repuso el líder de la manada.

—Sí —dijo Alith—. No luchar colmillo largo. Cazar dos piernas. Cazar por la noche. Cazar con discreción. Matar dos piernas y esconder. Regresar y cazar otro dos piernas. No luchar.

—Dos piernas necesitar colmillo largo para cazar —dijo Mechón Negro—. Colmillo largo más afilado que colmillo afilado.

—No tener colmillo largo —respondió Alith, que había abandonado todas sus pertenencias salvo el cuchillo.

—Agua tener colmillo largo —dijo Mechón Negro—. Dos piernas coger colmillo largo y cazar.

Alith no alcanzaba a comprender a qué se refería el lobo y cayó presa de la frustración por no poder comunicarse como le hubiera gustado con el resto de la manada.

—¿Agua tener colmillo largo?

—Colmillo largo viejo —respondió Cicatriz, un lobo con el pelaje entrecano y la marca irregular de una herida en el hombro derecho—. Colmillo largo viejo como bosque en agua. Lobos no necesitar colmillo largo. Dos piernas necesitar colmillo largo. Colmillo largo escondido de dos piernas. Sólo cara brillante de noche enseñar colmillo largo.

Las palabras de Cicatriz rozaban lo ininteligible, pero hablaba en un tono dócil, casi reverencial. Alith repasó el batiburrillo de frases tratando de encontrarles algún sentido, pero no conseguía sacar nada en claro de las referencias que utilizaba el lobo.

—Sí —añadió Mechón Negro—. Agua esconder colmillo largo. Cara brillante de noche venir pronto. Dos piernas coger colmillo largo. Cazar dos piernas. Manada cazar.

—Vosotros enseñar colmillo largo —dijo Alith, comprendiendo que los lobos hablaban de un lugar concreto.

—Cara brillante de noche enseñar colmillo largo —repitió Cicatriz—. Todavía seis soles antes de cara brillante de noche venir.

Alith fue uniendo las piezas dispersas de información que extraía del relato de los lobos y empezó a comprender. «Soles» eran días, y en seis días Sariour alcanzaría el plenilunio: la cara brillante de la noche. Lo que quiera que fuera de lo que hablaban los lobos sólo podía verse a la luz de la luna llena.

—De acuerdo —dijo Alith, y Cicatriz agitó la cola en señal de agradecimiento—. Esconder seis soles y cara brillante de noche mostrar colmillo largo.

—Esconder seis soles —dijo Mechón Negro, salpicando sus palabras con gruñidos—. Vigilar dos piernas negros. Dos piernas coger colmillo largo. Cazar dos piernas.

* * *

Los intrusos que huían de los druchii fueron acogidos de buen grado por la manada de Mechón Negro y todos juntos enfilaron hacia el este en busca de una guarida. Durante el viaje oían los aullidos procedentes de otras manadas que también huían de las montañas con rumbo al este y al sur.

Además se toparon con otros animales que escapaban de la invasión druchii. Manadas de ciervos renunciaban a su cautela habitual y preferían arriesgarse a exponerse a los lobos a ser capturados por los druchii. Los cánidos necesitaban alimentarse, y los despavoridos venados se revelaron una presa fácil. Aquella noche Alith se dio un atracón de carne fresca, ebrio de la emoción de la cacería y lleno de la energía que le procuraba matar.

A lo largo de los siguientes días, el grupo de Alith se movió por territorios que pertenecían a manadas rivales. Cada nuevo amanecer era recibido por una algarabía de aullidos reivindicativos en lo que suponía una pugna por la posición dominante entre la manada de tumo y los lobos de Mechón Negro. Ninguno de los bandos estaba nunca dispuesto a ceder y, finalmente, se encontraban cara a cara. A pesar de que eran muy inferiores en número, los lobos rivales se mantenían firmes y desafiaban a Mechón Negro a que atacara. En el primero de esos enfrentamientos, Alith había temido que se produjera un baño de sangre, pero Mechón Negro había sorprendido con su comportamiento tanto a él como al resto de la manada, pues había explicado a los lobos rivales la situación y les había aconsejado huir hacia el este. Éstos habían caído presas del pánico al escuchar a Mechón Negro y le habían suplicado que los ayudara. En un principio, el viejo líder se había mostrado reacio, pero Alith lo había convencido para que les permitiera unirse a la manada.

Otros tres encuentros se habían saldado con el mismo resultado, y la manada ya sumaba cincuenta miembros. Alith rememoró entonces el apelotonamiento de regimientos en Elanardris. El aumento de la manada acarreaba los mismos problemas que habían tenido que afrontar los Anar, ya que había más bocas que alimentar y el nutrido grupo se veía obligado a desplegarse en un radio mayor en busca de comida; a ello también había que añadir que sus presas potenciales habían huido espantadas por la presencia de los druchii. Esa situación ralentizaba la marcha de la manada, y una noche Alith advirtió el olor de las hogueras de los campamentos druchii y las reverberaciones de sus escandalosas celebraciones arrastradas por el viento.

Esa noche, Mechón Negro anunció a la manada que no podían detenerse a cazar y que debían huir apresuradamente para eludir a los druchii. Los lobos mantenían su rumbo fijo hacia el este, pero en su viaje hacia el corazón de Averlorn nunca conseguían despegarse de los druchii más de un día de marcha.

Mientras el grueso de la manada seguía su camino, algunos lobos, en solitario o en pareja, se escindían del grupo y enfilaban hacia el norte para espiar a los elfos oscuros, y cuando regresaban informaban de que los druchii estaban quemando muchos árboles y habían exterminado centenares de criaturas que habitaban en los bosques. Alith intentó averiguar el número de efectivos druchii, pero los lobos no eran capaces de utilizar otros términos que no fueran «un rebaño» y «muchas manadas». La octava noche desde su llegada a Averlorn, Alith convenció a Mechón Negro para que lo dejara ir a evaluar con sus propios ojos las fuerzas del enemigo.

* * *

Alith se había aclimatado rápidamente a los sonidos y las pulsaciones del bosque, de modo que partió con resolución al anochecer y desanduvo la senda que había estado siguiendo la manada. Ya se ponía el sol y el bosque se sumía en la penumbra clareada por la luz de las estrellas cuando Alith enfiló al norte y progresó con paso rápido y constante. Estuvo corriendo buena parte de la noche y únicamente se detenía de vez en cuando para beber. Las lunas aparecieron y desaparecieron en el cielo antes de que advirtiera el olor del humo de los primeros fuegos flotando entre los árboles.

Redujo la marcha cuando divisó unas luces oscilantes de color naranja y rojo, y el hedor de las hogueras de huesos llegó hasta él arrastrado por la brisa suave, una mezcla asfixiante de tufo a madera quemada y carne chamuscada. Envuelto por una oscuridad casi absoluta, Alith se dirigió sigilosamente al campamento daga en mano.

Distinguió varios centinelas entre las trémulas sombras alargadas que proyectaban las piras. Estuvo observándolos unos minutos para determinar el itinerario y la regularidad de sus patrullas. A pesar de la naturaleza depravada de los druchii, aquéllos eran disciplinados y organizados, y Alith tardó en encontrar un resquicio que le permitiera salvar el cordón de vigilancia. Sólo cuando llevaba un buen rato escrutándolos, se dio cuenta de que los centinelas mantenían la vista al frente y nunca la levantaban hacia los árboles. Al fin y al cabo, ¿por qué iban a hacerlo? Hasta donde sabían, no había nada que pudiera amenazarlos desde las ramas y las hojas de los árboles.

Alith sonrió sin ganas, se deslizó sigilosamente y trepó a un árbol cuyo ramaje se expandía por encima de la ruta de una patrulla. Aguardó pacientemente oculto entre las hojas, sin mover un músculo; disminuyó el ritmo y la profundidad de su respiración, y permaneció atento al suelo que se extendía debajo de él, a la espera de la aparición de un centinela.

Tal como había previsto uno de los guardias salió de entre los árboles provisto de lanza y escudo, y pasó por debajo de Alith sin alzar la mirada en ningún momento.

Sin hacer el más mínimo ruido, Alith se dejó caer sobre la espalda del druchii y le hundió el cuchillo en un costado del cuello, lo que le causó una muerte instantánea. Lo desnudó a toda prisa; se quedó con la ropa y la armadura, y arrastró el cadáver hasta un matorral cercano, donde lo ocultó. Se atavió con el uniforme del soldado que acababa de matar y enfiló hacia el campamento druchii.

* * *

El señor Anar recorrió a trancos el campamento enemigo adoptando el aire arrogante que había observado a menudo en los druchii. Sabía que sus rasgos naggarothi no desentonarían entre los elfos oscuros y era mucho más sencillo pasar desapercibido a plena vista que merodeando entre las sombras. No se equivocaba, y en ningún momento le dieron el alto ni los elfos del campamento se fijaron en él. La sensación de caminar con tal descaro entre sus enemigos le puso el vello de punta; le provocaba un regocijo inmenso hacerse pasar por uno de ellos y encarnar el papel del enemigo invisible listo para atacar desde las entrañas mismas de su adversario.

El contingente druchii no era tan numeroso como había temido en un principio. Por las dimensiones del campamento, calculó que debía haber unos tres o cuatro mil elfos, casi la mitad de ellos adoradores de Khaine. Este dato lo sorprendió, y lo llevó a pensar que las sectas de Khaine estaban imponiéndose a los cultos rivales. Vio algunos tótems de Salthite y oyó cantos en alabanza de Ereth Khial; sin embargo, predominaban las piras para sacrificios en honor al Señor del Asesinato.

Mientras paseaba por los alrededores de los pabellones rojinegros, serpenteando por entre sectarios aturdidos, Alith detectó una atmósfera de desesperación; era algo intangible, pero lo advertía en los parlamentos de los sacerdotes cuando alzaban la voz hacia los cytharai para implorarles su apoyo. En los braseros no crepitaban órganos de elfos, sino corazones e hígados de venados, osos y lobos, y Alith no vio un solo elfo prisionero.

Siguió deambulando por el campamento y estudió su distribución. Los sectarios se hacinaban en la zona central, circundada por las tiendas que albergaban a los soldados. Los oficiales de Morathi no querían correr ningún riesgo con sus impredecibles aliados, de modo que los mantenían vigilados en todo momento. Este dato, combinado con la ausencia de adeptos a los cultos en el ejército druchii de la batalla en las llanuras de Ellyrion, sembró en Alith la duda de si Morathi no se habría cansado ya de sus lacayos sectarios. Le habían resultado de gran utilidad a la hora de reclamar el poder, pero ahora su presencia estaba generando aún más caos y problemas a los druchii.

Alith también tuvo la oportunidad de comparar su experiencia anterior en un campamento druchii durante la época que los Sombríos habían pasado en Anlec. Ahora buena parte de los guerreros eran bastante más jóvenes y la mayoría no debían llegar a los trescientos años. En el pasado, nunca se habría permitido que esos jovenzuelos marcharan en las huestes naggarothi. Alith se sintió esperanzado por lo que veía, consciente de que los efectivos druchii menguaban con cada año que se prolongaba la resistencia del resto de elfos. La táctica de Morathi había consistido en apoderarse de Ulthuan antes de que los príncipes se reorganizaran tras los funerales de Bel Shanaar. Al parecer, las actividades de los Anar habían aportado su granito de arena para evitarlo. Aunque dudaba de que la historia recordara las valientes acciones de su casa o la tragedia del Pantano Oscuro, por un momento se sintió henchido de orgullo. Por primera vez desde la masacre era capaz de volver la vista atrás hasta aquel día y sentir algo distinto a odio y amargura.

Ya había visto suficiente para convencerse de que los druchii eran vulnerables. Si se mantenían juntos, los cracianos o los guerreros de la Reina Eterna acabarían dando con ellos y aniquilándolos. Si, en cambio, se dividían…, él estaría esperándolos con sus nuevos aliados.

Alith atravesó el campamento en dirección sur con aire despreocupado, con la lanza apoyada en un hombro y el escudo colgado en bandolera a la espalda. Se alejó del círculo de piras y se adentró con paso firme en la penumbra moteada por el reflejo de las hogueras en las moharras o en alguna costura de las mallas. Divisó un centinela un poco apartado de los demás y se acercó a él canturreando por lo bajinis el himno de batalla de los Anar. El soldado llevaba una espada larga colgada a la cintura y un arco.

Alith pisó a propósito una ramita, y el guardia se volvió a él con el gesto relajado y despreocupado al oír el ruido.

—Deberías ver a esas adoradoras de Athartis —dijo Alith, lanzándole una mirada lujuriosa—. Podrías hacer con ellas lo que te viniera en gana que no les sacarías un quejido.

—No me importaría que soltaran un par de gritos… —repuso el guardia con una risita lasciva.

—Yo ya estoy servido. ¿Por qué no te acercas a disfrutar un poco de la fiesta? —sugirió Alith, haciendo el ademán de regresar al campamento—. He tomado un poco de té de hoja de luna y me he desvelado. Yo haré guardia. ¡El ataque del tejón es imprevisible!

—No sé —respondió el centinela, echando un vistazo a las seductoras hogueras y luego a las sombras densas de los pabellones de los oficiales.

—Bueno. Si prefieres quedarte aquí en la penumbra… —dijo Alith, dando un paso hacia el fulgor de las llamas.

—¡Espera! —musitó el druchii.

Alith sonrió para sus adentros y se volvió al soldado.

—No se lo diré a nadie si tú no lo haces —dijo Alith con una sonrisita, disfrutando del dilema que planeaba por el rostro del druchii.

Su indecisión e inseguridad le proporcionaban una sensación de poder. No sabía muy bien por qué estaba jugando de esa manera con el elfo cuando podría haberse abalanzado sobre él y haberlo reducido por sorpresa. Sin embargo, hacer que los druchii bailaran al son de los Anar le resultaba tremendamente gratificante.

Alith se acercó al soldado y le pasó un brazo por los hombros.

—No creo que el comandante les permita quedarse con nosotros mucho más tiempo —agregó Alith, imaginándose a sí mismo atando el anzuelo en el extremo del sedal. Estaba resultando tan sencillo que casi le costaba disfrutarlo. Casi.

—Eso he oído —dijo el druchii—. Dijo que es «malo para la disciplina», o algo por el estilo.

—Sí que es una distracción —repuso Alith.

Con la velocidad de una serpiente, Alith se deslizó a la espalda del guerrero y apretó el brazo alrededor de su cuello. El centinela apenas tuvo tiempo para jadear un par de veces antes de desplomarse entre los brazos de Alith.

—Una distracción fatal —musitó Alith mientras se echaba sobre los hombros el cuerpo del soldado inconsciente y se adentraba en el bosque.

* * *

Tarmelion despertó con un dolor de cabeza atroz y unas punzadas terribles en el pecho. Estaba mareado y no se atrevió a abrir los ojos inmediatamente. A medida que despertaban sus sentidos el pánico se apoderó de él. No sentía nada excepto el dolor punzante en las muñecas y los tobillos y una opresión aún más virulenta en el pecho. Tenía frío. En el rostro notaba una sustancia viscosa.

Lo primero que vio al abrir los ojos fue el suelo cubierto de hojarasca varios pasos debajo de él. Le llevó unos segundos darse cuenta de que estaba colgado boca abajo de una rama, desnudo y perdiendo sangre por una herida en el pecho.

—¿Cuánto tardarás en morir desangrado? —preguntó una voz encima de él.

Algo se movió en la rama, y Tarmelion empezó a balancearse con suavidad. Estiró el cuello para tratar de ver a su torturador, pero no pudo girar lo suficiente la cabeza. Sin embargo, atisbo una figura penumbrosa justo encima de él, que se esfumó de su campo visual en cuanto posó los ojos en ella.

—¿Quién eres? —preguntó en tono suplicante.

Se le aceleró el corazón, manó más sangre de la herida y el dolor en el pecho se le hizo insoportable.

—¿Qué hacéis aquí? —inquirió la voz—. ¿Qué buscáis en Averlorn? ¿Cuántos más como tú te acompañan?

—¡No lo sé! —gimoteó Tarmelion, desquiciado.

No recordaba nada de cómo había llegado a allí. Lo último que recordaba era estar hablando con otro centinela en los límites del campamento.

—¿Quién eres?

Repitió la misma pregunta una y otra vez, con el rostro cubierto de regueros de lágrimas. La sangre le bajaba hasta la cabeza y se deslizaba por su rostro desde el tajo abierto por encima del corazón. El silencio era absoluto salvo por el golpeteo distante de las gotas de sangre sobre las hojas.

La rama crujió y en cuestión de segundos Tarmelion se enfrentó a una imagen horripilante. Ante él apareció un rostro del revés y cubierto de sangre. Sonriente. Soltó un grito y trató de huir, puso todas sus fuerzas en el empeño, pero sólo consiguió balancearse de una manera frenética. El rostro lo seguía; tan cerca de él que podía oler el hedor a sangre que emanaba de su aliento. La sonrisa se desvaneció del rostro, y la criatura le mostró los dientes manchados de sangre.

—Vas a decirme todo lo que sabes —gruñó la criatura.

* * *

Cuando averiguó lo que quería, Alith dejó inconsciente al druchii y lo descolgó del árbol. Lo llevó de nuevo al campamento y lo dejó junto a un sendero. Averlorn era objeto de numerosos relatos fantásticos y leyendas tenebrosas, y a Alith le venía bien que el centinela fuera hallado y contara a sus compañeros su sobrecogedor encuentro con un morador de los bosques sediento de sangre. Eso sembraría más dudas en los druchii y acrecentaría su temor a aquellas tierras sobrenaturales.

Alith se despojó con gusto del uniforme druchii, pues apestaba a humo y muerte. Pero no lo hizo sólo por el bienestar físico, pues temía que el olor a druchii enmascarara su olor natural y confundiera a los lobos. Si volvía junto a la manada vestido de esa guisa lo atacarían sin mediar palabra y quizá sólo después se darían cuenta del error. Mejor andar como había venido al mundo. No obstante, conservó el arco, las flechas y la espada.

El amanecer encontró a Alith corriendo con ligereza por el bosque de regreso a la manada. El coro de aullidos que daban la bienvenida al sol le sirvió de guía para encontrar el camino a los lobos. A esas horas debían estar cazando, moviéndose sigilosamente a la luz mortecina del alba en busca de una presa. Él sintió ese mismo impulso y deslizó una flecha hasta la cuerda del arco.

Redujo el paso y rastreó el terreno, hasta que dio con una senda utilizada por conejos. Se apoderó de él la excitación ante la perspectiva de capturar su presa y tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para mantener la calma. El arco le quemaba en las manos; quería tirarlo y cazar con el cuchillo y los dientes.

¿Qué había despertado al matar el ciervo de Kurnous?

* * *

Ya anochecía cuando Alith se reunió con el resto de la manada, que había encontrado una guarida en un bosquecillo de árboles dispersos junto a un vasto lago. Plata fue la primera en recibirlo con gruñidos y lametones, y Alith correspondió sus muestras de cariño revolviéndole el pelaje y acariciándole el pecho. Cicatriz los interrumpió.

—Dos piernas venir —dijo el lobo, dando media vuelta sin esperar la reacción de Alith.

El elfo dio una palmadita de despedida a Plata y siguió a Cicatriz hasta la orilla del lago. El lago era bastante grande, de una anchura superior al alcance de una flecha y de una longitud que doblaba esa distancia. Se extendía de manera un tanto irregular de norte a sur, y en sus aguas cristalinas se reflejaba con una nitidez absoluta el cielo rubicundo recortado por el contorno de los árboles. Cicatriz torció hacia el norte y continuó por el margen del lago, que se destacaba por una franja en ligera pendiente donde sólo crecía la hierba hasta la orilla cubierta de tierra.

Alith vio a Mechón Negro bañado por la luz crepuscular en el extremo septentrional del lago, sentado en la orilla y observando con detenimiento el centro del lago. Alith dirigió la vista hacia donde miraba el líder de la manada, pero no distinguió nada. No soplaba el viento y la superficie era una balsa de aceite.

—Agua guardar colmillo largo —le dijo Cicatriz mientras se aproximaban a Mechón Negro—. Dos piernas coger colmillo largo, cazar dos piernas.

Cicatriz se sentó a la derecha de su líder, y Alith se acuclilló al otro lado del cabecilla de la manada. Mechón Negro, que no había movido un músculo en todo ese rato, se volvió a Alith.

—Mucho tiempo, muchas vidas, desde dos piernas venir a bosque —dijo Mechón Negro en un tono sosegado y respetuoso—. Colmillo largo en lago antes que dos piernas venir. Colmillo largo viejo como bosque.

Mechón Negro retomó su vigilia; su cuerpo inmóvil era la encarnación de la quietud que reinaba en el lago. Alith se sentó con las piernas cruzadas y también esperó; se encontraba cómodo en el silencio que los envolvía. Dejó volar la mente y en su cabeza se entremezclaron recuerdos y sensaciones, y en su ojo mental se sucedieron escenas evocadas por las aguas tranquilas del lago.

La búsqueda de la paz y de un espacio vital había sido un continuo a lo largo de su vida. Había crecido sin hermanos y siempre había encontrado la manera de escabullirse de los ellos que lo rodeaban y concentrarse en sus reflexiones. Acudieron a su memoria los banquetes de gala en el gran salón y en los jardines, y los días interminables encerrado en la biblioteca con sus tutores, intentando absorber los conocimientos que éstos se esforzaban en inculcarle, y cómo sus voces se convertían en un vulgar zumbido cuando su imaginación echaba a volar hacia las montañas. Lo había pasado bien en compañía de amigos, pero su presencia era algo que podía elegir. Cuando había querido compañía, no había tenido dificultades para conseguirla y cuando había ansiado la soledad, siempre había podido contar con los bosques.

Alith se dejó llevar hasta un estado de semitrance que le aguzó los sentidos. Podía oír los gruñidos y los gañidos alborozados del resto de la manada, que se había quedado en la orilla opuesta del lago, y el canto de los pájaros en los árboles. La respiración de Mechón Negro era lenta y regular, mientas que Cicatriz respiraba con agitación. Sentía el frescor de la noche en la piel, aunque no era una sensación desagradable. Entonces, notó el peso de la aljaba colgada a la espalda y cayó en la cuenta de que todavía tenía el arco que había arrebatado al centinela druchii; ésos eran objetos que estaban fuera de lugar, de modo que se levantó y se adentró con paso resuelto en el bosque que circundaban el lago, se descolgó las armas y las depositó junto a un árbol, quedándose con su ubicación para regresar por ellas más tarde. Otra vez desnudo, regresó junto a Mechón Negro.

No tardó en sumirse de nuevo en el estado meditativo anterior. Toda agitación desapareció y sintió algo nuevo, algo mágico. Desde los tiempos de Aenarion y Caledor los vientos mágicos fluían desde el vórtice de Ulthuan. Alith, aunque había crecido sabiendo de las corrientes intangibles que peinaban las montañas de su hogar, nunca había notado realmente su presencia, si bien era cierto que había sentido cómo se arremolinaban a su alrededor cuando realizaba sus ofrendas a Kurnous y que se había solazado con su energía envolvente cuando había solicitado su intervención para que le proporcionaran la invisibilidad o lo guiaran hasta su presa.

Sin embargo, la magia era distinta en Averlorn, de un orden mucho más arcaico. Hundía sus raíces en los árboles, se desplegaba por el suelo y se sumergía en las aguas del lago.

Alith se concentró en esta revelación y descubrió que el lago era especialmente rico en esa energía mística. Lo que sentía le evocó una lluvia plateada teñida de amarillo, el rocío reposado de una mañana otoñal, la fragancia de una flor en primavera. Había una energía que podía convertirse en cualquier cosa, una vida ancestral y eterna. Era la magia de la Reina Eterna, la fuente de su poder. Esto era lo que los druchii —Morathi— querían profanar. Pero los druchii nunca serían capaces de someter una energía de aquella magnitud, de modo que se afanaban en mantenerla fuera del alcance de sus enemigos. Esa era la naturaleza de los druchii: destruir todo aquello que no podían poseer, contaminar lo que tenía la capacidad de crear.

Una subida punzante y repentina en la intensidad de la magia del lago lo sacó de su estado contemplativo. Abrió los ojos lentamente, como si estuviera despertando de un profundo sueño reparador. El crepúsculo había dado paso a la noche y en el cielo raso refulgían la luna y multitud de estrellas. Se volvió a Mechón Negro y descubrió con asombro que el líder de la manada y Cicatriz se habían marchado y lo habían dejado solo en la orilla del lago.

Trataba de encontrar una respuesta a por qué los lobos lo habían llevado allí cuando algo resplandeció en el centro del lago. En un principio, pensó que se trataba del reflejo de la luna, y se levantó para observarlo desde otra perspectiva. Definitivamente no era la luna, que por algún extraño motivo no se reflejaba en el agua. Lo que brillaba estaba sumergido en el lago, hundido en el fondo.

Alith paseó la mirada alrededor, repentinamente desconcertado. La noche modificaba la fisonomía de los árboles y el lago adquiría un aspecto amenazador; se había convertido en un manto negro y ni siquiera las estrellas rielaban en la superficie. Sólo aquel resplandor en sus profundidades dotaba de luz la escena, moteando de plata la orilla, los troncos y las ramas.

El príncipe Anar apeló a la razón para espantar el miedo que lo atenazaba y renunció momentáneamente a los instintos animales que habían prevalecido en su comportamiento durante su estancia con la manada. No era el escenario aterrador de la naturaleza que envolvía el lago lo que amedrentaba a Alith, sino otra cosa. Sentía una pena insondable en el corazón, una tristeza infinita, como si hubiera acontecido una tragedia en algún momento de un pasado lejano. No se trataba de un recuerdo ni de una sensación que pudiera definir; había algo en lo inhóspito del paraje que le transmitía una impresión de vacío, de pérdida absoluta de esperanza, que únicamente él era capaz comprender. Algo tan único como Alith se comunicaba con él desde las aguas.

Se adentró a zancadas en el lago y sintió la calidez del agua en la piel. Tenía la impresión de que estaba introduciéndose en un estanque de mercurio notaba una resistencia resbaladiza. Siguió avanzando y empezó a nadar con brazadas lentas y medidas hacia la extraña luz. En ningún momento, sus movimientos agitaron las aguas ni hicieron el mínimo ruido. Sacudió las piernas e incrementó la velocidad de las brazadas, pero el agua mantenía la misma quietud que le había llamado la atención la primera vez que había posado la mirada en ella.

A pesar de nadar Alith no tenía ninguna sensación de movimiento ni del paso del tiempo, y no supo lo que tardó en llegar a la luz. La intensidad del resplandor no aumentaba ni disminuía, sino que mantenía un brillo constante. Si hubiera sido un lago normal, podría haberlo cruzado una docena de veces sin demasiado esfuerzo; sin embargo, se había quedado sin resuello y se le habían entumecido los brazos y las piernas. Tenía la sensación de llevar nadando una eternidad, aun así no se dio por vencido y continuó, ignorando el dolor muscular y la opresión en el pecho. La luz lo envolvía y tiraba de él.

Cuando supo que estaba sobre la fuente de luz —no podía decir cómo lo sabía, pero lo sabía— se detuvo y se quedó flotando en el agua unos segundos. Sondeó el fondo, pero todo a su alrededor era un resplandor ligeramente plateado. Llenó los pulmones de aire y se zambulló hacia la luz de luna sumergida.

Siguió descendiendo hasta que sintió que le iban a explotar los pulmones. Pero no se detuvo y continuó; en ese momento, todo su mundo se reducía a las burbujas plateadas que brotaban a su alrededor. Una parte de Alith tenía miedo de ahogarse y estaba dispuesta a rendirse y regresar a la superficie; otra parte, no obstante, abrazaba la posibilidad que le ofrecía la luz de desaparecer de la faz del mundo. Pero aún había una tercera parte, y ésta oyó una voz.

Era una voz femenina que le resultó lejanamente familiar, aunque no discernía si provenía del agua o del interior de su cabeza. Le evocaba una sensación de seguridad y tedio, pero no conseguía identificarla. Según nadaba, la voz iba narrándole un relato, y las palabras brotaban en su cabeza como si estuviera recordándolo, aunque no sabía de qué rincón de su mente procedían esos recuerdos.

En un tiempo anterior a los elfos, los dioses estaban en comunión con el mundo y los cielos. Jugaban, conspiraban y luchaban entre sí. Y amaban. Los amantes más extraordinarios entre los dioses eran Kurnous el Cazador y Lileath de la Luna. Kurnous cortejó a Lileath durante una eternidad, pero nunca pudieron reunirse, pues Kurnous moraba en los bosques más recónditos del mundo y la diosa luna erraba por los cielos. Para demostrar a Kurnous que su amor era correspondido, Lileath solicitó a Vaul el Herrero que forjara un obsequio para el Cazador y vertió en el regalo todo su amor y su alma entera. Luego, pidió a Vaul que se lo entregara a Kurnous como muestra de su afecto. Khaine el Guerrero, celoso del amor que se profesaban Kurnous y Lileath, interceptó a Vaul cuando regresaba de la luna y le exigió que le diera el obsequio que Lileath le había confiado. Vaul se negó y le respondió que no era él su destinatario. Esto enfureció aún más a Khaine y amenazó al tullido Herrero con torturarlo si no le daba el regalo de Lileath. Vaul no cedió y entregó el regalo a Isha para que lo escondiera de Khaine. Isha, Madre del Mundo, proclamó que nadie salvo Kurnous sería capaz de hallar la prueba de amor de Lileath, y con los ojos cubiertos de lágrimas, arrojó desde los cielos el regalo al mundo. Vaul sufrió tormentos atroces a manos de Khaine como consecuencia de su obstinación, pero el Dios Herrero no conocía el paradero del regalo. Cuando Khaine lo liberó, Vaul contó a Kurnous lo ocurrido. Kurnous era el dios de la caza y no había nada que no pudiera encontrar. Sin embargo, el regalo de Lileath se le resistía. Todos los meses Lileath se asomaba al mundo y contemplaba el regalo para que Kurnous se guiara con su mirada. No obstante, el Cazador nunca lo encontró, y luego llegaron los elfos, y los dioses se vieron obligados a morar en los cielos por siempre jamás. Por tanto, Kurnous y Lileath permanecen separados para la eternidad, y los hijos de Kurnous declaran con sus aullidos su amor por Lileath todas las noches de luna llena.

Alith notó que tenía algo en la mano; era un objeto sólido pero flexible. Lo apretó entre los dedos, dio media vuelta y buceó hacia la superficie. La luz se atenuó a su alrededor mientras la fatiga y la falta de oxígeno jugaron una mala pasada a su conciencia y empezaron a asaltarle recuerdos fulgurantes de su pasado envueltos en un barullo de ruidos. El corazón le aporreaba el pecho y sentía punzadas de dolor en cada vena y fibra de sus músculos. Ascendió por el agua con el trofeo aferrado en la mano, a punto de desfallecer y envuelto por las burbujas formadas por la última bocanada de aire que dejó escapar entre los dientes apretados.

Por fin, emergió envuelto por la espuma del agua y dio un resoplido arrebatado. El cielo iluminado por la luz de las estrellas se movía y la luna daba vueltas. Tenía todo el cuerpo entumecido salvo la mano derecha, que tenía dolorida de apretarla alrededor del objeto. Respiró hondo varias veces y, poco a poco, el dolor y el mareo se apaciguaron, aunque se sentía tan débil como un lobezno recién nacido. Esperó a sentir el tacto del agua en la piel y a dejar de notar el flujo sanguíneo en los oídos para mirar lo que sujetaba en la mano.

Era el arco más hermoso que había visto jamás. Fabricado en un metal plateado que refulgía a la luz de la luna y con los extremos decorados precisamente con lunas crecientes. Por el arma no se deslizaba una sola gota de agua y la cuerda era prácticamente invisible, casi más delgada que un cabello. Era agradable al tacto, reconfortante, casi podría haberse dicho que rezumaba amor.

Alith oyó unos ruidos procedente de la orilla del lago. Miró a su alrededor y vio la luna justo encima de las copas de los árboles, a punto de desaparecer; la luz era débil, pero distinguió las figuras penumbrosas de los lobos diseminadas por la orilla. En la oscuridad brillaban docenas de pares de ojos clavados en él. Alith sacudió con suavidad las piernas y el brazo libre para mantenerse a flote, besó el arco y lo levantó por encima de la cabeza con gesto triunfal.

En torno a él estalló un coro de aullidos con el que los hijos de Kurnous declararon su amor a Lileath.