ONCE
Un rayo de esperanza
Alith se encontró de nuevo en las montañas, si bien esa vez no estaba solo. El grupo había cabalgado hacia el norte y luego había torcido al este. La artimaña del joven Anar les había permitido distraer a sus perseguidores en las estribaciones antes de retomar el rumbo hacia el norte. La mañana del sexto día de fuga, Lirian frenó su caballo a la altura del de Alith.
—¿Por qué nos dirigimos al norte? —preguntó la princesa—. El Paso del Águila está al sur. No hay ninguna ruta a Ellyrion por el norte.
—No vamos a Ellyrion —respondió Alith—. Vamos a Nagarythe.
—¿Nagarythe? —masculló Lirian, que tiró de las riendas y detuvo la montura. Alith se paró a su lado—. Nagarythe es el último lugar al que debemos ir. ¡Son los naggarothi quienes quieren arrebatarme a mi hijo!
Heileth llegó junto a ellos.
—¿Por qué nos paramos? —preguntó la joven.
—Nos lleva a Nagarythe —respondió Lirian en un tono estridente, como si estuviera acusando a Alith de intentar asesinarlas mientras dormían.
—El poder de Morathi no se extiende a todo Nagarythe —repuso Alith—. Estaremos a salvo en las tierras de mi familia. No hay un lugar más seguro. Las sectas pululan por todas partes, incluso en Ellyrion. ¿Confiáis en mí?
—No —espetó la princesa.
—¿Quién puede asegurarnos que no nos abandonaréis? —preguntó Heileth.
—Di a Yeasir mi palabra de protegeros —dijo Alith—. Mi deber es poneros a salvo.
—¿Qué valor tiene hoy en día la palabra de un naggarothi? —inquirió Lirian—. ¿Por qué no regresamos a Tor Anroc y preguntamos por ahí?
—No todos los naggarothi somos iguales —respondió Alith, enardecido—. Algunos todavía valoramos el honor y la libertad. Esos somos los auténticos naggarothi. Para referimos a los que han ocupado Tor Anroc tenemos un nombre: druchii.
Lirian todavía albergaba serias dudas, pero Heileth parecía creerle. Al fin y al cabo ella también era naggarothi y entendía mejor las divisiones que habían proliferado entre sus compatriotas.
—Lo que dice Alith es cierto —dijo reposadamente, volviéndose a Lirian—. No todos los naggarothi rezan a los Dioses Oscuros ni pretenden subyugar a los demás. Si no queréis confiar en Alith, entonces confiad en mí, ¿de acuerdo?
Lirian no respondió. Giró el caballo con la intención de deshacer el camino recorrido, pero Alith agarró las riendas de su montura para detenerla.
—Vamos a Nagarythe —dijo Alith mansamente.
Lirian clavó la mirada en los ojos del elfo y no halló en ellos la mínima posibilidad de negociación, así que agachó la cabeza y giró de nuevo para continuar hacia el norte.
* * *
Alith nunca había sentido un amor mayor por Elanardris que en el momento de alcanzar la cresta de las montañas en Cail Anris. Detuvo el caballo y paseó la mirada por las colinas y las montañas. Más de una vez se había preguntado si volvería a ver aquel paisaje y se entregó unos instantes a la belleza arrebatadora de las colinas blanqueadas y la hierba peinada por el viento. Las nubes otoñales flotaban bajas, pero aquí y allá el sol se colaba entre ellas para arrojar su fulgor desde las cumbres. El aire era frío y vigorizante, y Alith respiró hondo.
Sus acompañantes se habían detenido a su lado y contemplaban con asombro tanto el paisaje como el cambio en el humor de Alith.
—¿Vuestro hogar? —preguntó Saphistia.
Alith apuntó hacia el noroeste.
—La mansión de los Anar se levanta en aquellas laderas. Al otro lado de los bosques, en la falda del Anul Hithrun. A dos días a caballo.
Un movimiento en el cielo atrajo la mirada de Alith, que no se sorprendió de descubrir un cuervo que descendía en picado sobre la ladera. El pájaro se posó en la rama de una mata cercana y emitió un graznido antes de remontar el vuelo en dirección sur.
—Iré a buscar comida —dijo Alith—. Seguid adelante. No me alejaré demasiado y tampoco tardaré. Estamos en un lugar seguro.
Giró el caballo en la dirección del cuervo y partió al trote, ojo avizor a cualquier indicio de Elthyrior.
Rodeó un montón de rocas recubiertas de musgo y se topó con el heraldo negro sentado sobre una piedra; cerca de él, su corcel mordisqueaba la hierba. El cuervo reposaba sobre el hombro de Elthyrior y clavó sus ojos redondos e insistentes en Alith cuando éste desmontó y se acercó caminando, con el caballo agarrado de las riendas.
—Debía haber previsto vuestro recibimiento —dijo Alith que dejó el caballo a su aire y fue a sentarse junto al heraldo.
—Os diría que es una coincidencia, pero conozco demasiado bien los procedimientos de Morai-Heg —repuso Elthyrior—. Me dirigía al norte cuando os avisté. ¿Qué noticias traéis de Tiranoc? Yo apenas sé nada, pero lo suficiente como para estar preocupado.
—Caenthras se ha confabulado con otros elfos para usurpar el trono de Tor Anroc. Escolto al sucesor legítimo de Bel Shanaar para alejarlo de las garras de Morathi. No he sabido nada de Nagarythe en un año. ¿Qué clase de recibimiento debo esperar en Elanardris?
—Una bienvenida calurosa —respondió el heraldo—. En estos momentos, Morathi tiene preocupaciones más apremiantes que los Anar. Su ejército se ha escindido en dos facciones: los que eran leales a Malekith y los que le han jurado fidelidad a ella. Considera a los Anar un problema superado y no se siente amenazada por vuestra casa.
Alith guardó silencio.
—Todo Ulthuan está sumido en el caos —continuó Elthyrior—. Sólo un puñado de príncipes sobrevivió a la masacre del templo de Asuryan.
—¿Masacre?
—Sin duda. No es sencillo reconstruir lo ocurrido, pero algún acto de traición estuvo relacionado. Las sectas han sido pacientes, han acrecentado su poder y ahora asestan su golpe. Los ataques y los asesinatos están asolando todos los reinos, lo que provoca que sus gobernantes no presten atención a lo que ocurre fuera de sus fronteras. Mientras tanto, Morathi se prepara para la guerra.
—¿Guerra? ¿Contra quién? Una cosa es ocupar un reino sin soberano como Tiranoc, pero otra muy distinta es lanzar una ofensiva contra los demás príncipes.
—Sin embargo, me temo que ésa es su intención —repuso Elthyrior—. Cuando recupere el control total del ejército, pondrá Nagarythe en guerra contra todo Ultiman.
—Entonces, tal vez deberíamos dejarla continuar con su locura.
—¿Locura? —dijo Elthyrior, riendo con amargura—. No, no es una locura, aunque tiene sus riesgos. Ulthuan es una isla dividida. Un reino solo no puede hacer frente a Nagarythe. Sus ejércitos son reducidos y nunca han sido puestos a prueba, por no decir que entre sus filas habrá seguramente traidores leales a las sectas. De todos los reinos, quizá Caledor sea el único que tenga un contingente capaz de plantarle cara de verdad si los demás no se alían.
—Se aliarán cuando se den cuenta de la amenaza —apuntó Alith.
—No hay nadie capaz de trabar una alianza, no hay ningún estandarte que los reúna a todos. El Rey Fénix está muerto. ¿A quién más seguirían los príncipes? Tanto si formaba parte de una trama a mayor escala o si simplemente se ha tratado de un accidente en extremo oportuno, la verdad es que las muertes de Bel Shanaar y de tantos otros príncipes han dejado Ulthuan en una situación de completa vulnerabilidad. Si Morathi consigue lanzar pronto su ataque, pongamos por caso en primavera, no hay nadie preparado para oponerle resistencia.
Mientras digería las palabras de Elthyrior, Alith arrancó distraídamente una brizna de hierba y empezó a hacerle nudos intrincados. Mantener las manos ocupadas le permitía poner en orden sus pensamientos.
—Se me ha ocurrido que cuanto más tiempo dure la inestabilidad de Nagarythe, tanto más tiempo tendrán el resto de los reinos para recuperarse de este desastre.
—Coincido con vos —repuso Elthyrior—. ¿Qué habéis pensado?
—Habéis hablado de un estandarte. Tiene que haber un elemento de cohesión que aglutine a todos los naggarothi deseosos de parar los pies a los druchii. Los Anar podrían representar ese papel.
—Los Anar no salieron muy bien parados la última vez que desafiaron la voluntad de Anlec —apuntó Elthyrior.
—La última vez teníamos una traidor en nuestras filas: Caenthras —gruñó Alith—. No estábamos preparados para enfrentarnos a nuestro adversario, nos había aislado y nos superaba en número. Esta vez nadie dudará de nuestra causa. No habrá facciones enfrentadas, y aquellas familias que quizá en otro tiempo no movieron un dedo por temor a la ira de Morathi habrán comprendido que no pueden seguir de brazos cruzados y sin decir esta boca es mía.
Elchyrior le lanzó una mirada de incredulidad.
—¡Ojalá fuera cierto! —dijo el heraldo negro.
Ya enfilaba hacia su caballo cuando Alith le gritó:
—Es probable que en un futuro próximo necesitemos vuestros ojos y vuestros oídos. ¿Existe algún modo de contactar con vos?
Elthyrior se encaramó a su corcel y recogió la capa a ambos lados del animal.
—No. Voy y vengo al antojo de Morai-Heg. Si La que Todo lo Ve considera que me necesitáis, yo andaré cerca. En ese caso, ya sabéis cómo encontrarme.
El cuervo despegó del hombro del heraldo, batió tres veces las alas y pasó volando junto a la cabeza de Alith; luego, emitió un graznido estridente y se elevó en el aire. Alith lo contempló trazando círculos en el cielo, hasta que no fue más que una mancha negra.
—Yo… —empezó a decir el joven Anar, volviéndose hacia Elthyrior, pero éste ya había desaparecido sin el más leve repiqueteo de cascos ni tintineo de arreos. Alith meneó la cabeza, perplejo—. Me habría gustado que por una vez os hubierais despedido como es debido.
* * *
Cuando Alith enfiló la carretera que conducía a la mansión ya marchaba acompañado por un nutrido séquito. Los súbditos leales a la familia Anar salían de sus casas y de sus tiendas para celebrar con alborozo el regreso del joven príncipe.
No obstante, los vítores y las sonrisas tenían un punto de desesperación, y la tensión que provocaba la escisión de Nagarythe se reflejaba en los rostros de los compatriotas de Alith. El joven elfo se esforzó por dar la imagen de confianza que exigía su rol como señor de la Casa de Anar, pero en el fondo del corazón sabía que la victoria aún estaba muy lejana.
El revuelo convocó una pequeña multitud que salió en tropel de la mansión. Soldados y sirvientes se asomaron a las puertas de la residencia y contemplaron boquiabiertos el regreso de su señor. Alith distinguió entre ellos a Gerithon, que enviaba apresuradamente varios criados de vuelta a la mansión.
Cuando Alith llegó a las puertas de la residencia, su padre y su madre cruzaban el patio a grandes zancadas, caminando con la rapidez que les permitía no comprometer la dignidad de su porte.
Alith no se anduvo con esos miramientos: saltó del caballo y se abrió paso entre el tumulto de elfos, que lo recibió con palmadas en la espalda y sinceras palabras de bienvenida. Echó a correr y se encontró con su madre a mitad de camino de la mansión. Se fundieron en un abrazo efusivo. Maieth hundió el rostro en el pecho de Alith, y sus lágrimas humedecieron la capa del joven Anar. Eothlir se unió a ellos y los rodeó con sus brazos; tenía una expresión austera en el rostro, pero el brillo de sus ojos delataba el júbilo que le producía ver vivo a su hijo. Alith sonreía de oreja a oreja, pero entonces recordó la responsabilidad que tenía a su cargo. Se volvió hacia las puertas y vio a Lirian, Saphistia y Heileth montadas en sus caballos y mirando con perplejidad a su alrededor. Los sirvientes sostuvieron los niños en sus brazos un instante para ayudarlas a bajar y enseguida se los devolvieron. Alith hizo las presentaciones precipitadamente, mencionando únicamente los nombres de sus acompañantes; aunque sabía que no corrían peligro no quería dar pie a las murmuraciones sobre Lirian y su hijo.
—Tenemos que hablar —le dijo a su padre, que asintió e hizo un gesto para que se encaminaran a la mansión.
—Gerithon se asegurará de que a nuestros invitados no les falte nada —repuso Eolodhir.
—¿Dónde está el abuelo? —inquirió Alith mientras enfilaban el sendero pavimentado.
—Debe estar esperándote dentro —respondió Maieth.
Y así era. Eoloran estaba sentado al extremo de la mesa del salón principal, tamborileándose la barbilla con los dedos. Cuando Alith entró, levantó la mirada. El joven Anar reparó en el rostro carente de expresión de su abuelo y, de repente, se sintió presa de los nervios, temeroso de haber cometido un error regresando a Elanardris, o quizá el error había sido no volver antes.
—Has pasado mucho tiempo fuera, Alith —declaró solemnemente Eoloran. Su expresión se resquebrajó y empezó a asomar una sonrisa por la comisura de sus labios—. Espero que hayan sido importantes los asuntos que te han obligado a descuidar a tu familia durante tanto tiempo.
—Muchísimo más de lo que sabría contaros —dijo Alith, riendo. Se lanzó con paso firme hacia su abuelo—. No obstante, lo intentaré.
Gerithon apareció en el umbral de la puerta.
—Vuestros invitados serán alojados en el ala este, mi señor —dijo el fiel sirviente.
—Gracias, Gerithon —repuso Alith—. Por favor, aseguraos de que nadie nos molesta.
—Por supuesto —dijo Gerithon, haciendo una honda reverencia. Regresó al pasillo y cerró silenciosamente la puerta.
Alith abrevió cuanto pudo su relato sobre los acontecimientos relacionados con Tor Anroc y las circunstancias de su huida. Su familia lo escuchó atentamente y sin interrumpirle, pero nada más terminar la narración lo acribillaron a preguntas.
—¿Crees que los tiranocii aguantarán? —preguntó Eoloran.
—Lo intentarán, pero será en vano —respondió Alith—. Los miembros de la corte están bajo arresto y no hay una cúpula de mando en el ejército. Si Morathi decide cruzar el Naganath, dudo mucho de que Tiranoc pueda hacer algo para detenerla.
—Dime más sobre Caenthras —dijo Eothlir—. ¿Qué papel ha tenido en todo este asunto? ¿Ha colaborado conscientemente?
—Caenthras tendió la trampa al príncipe Yrianath, padre —respondió Alith—. Quizá no sea el único artífice de esta conspiración, pero sin duda es uno de sus principales agentes. Vi estandartes de su casa entre los guerreros que invadieron Tiranoc.
—¿Estás seguro de que Yeasir pereció? —preguntó el padre de Alith—. Puede ser que a sus tropas no les entusiasmara la idea de defender la causa de Caenthras.
—Algunas se mantuvieron leales a Yeasir, pero desconozco el número exacto. Lo que sí es cierto es que no encontró entre sus guerreros a nadie en quien confiar el paradero de su esposa y de su hijo. No creo que los druchii se enzarcen en una lucha interna, si es que pensabais depositar vuestras esperanzas en ello. Y Yeasir pereció, sin duda. Nadie, salvo quizá el mismísimo Aenarion o el príncipe Malekith, podría haber sobrevivido a un enfrentamiento contra tantos adversarios. Ahora yo soy el responsable de su familia.
—Y nosotros te ayudaremos con esa responsabilidad —comentó Maieth—. Ahora cuéntame algo más de Milandith…
—Ya tendremos tiempo para charlar sobre los romances de Alith —dijo Eothlir—. Antes debemos decidir qué vamos a hacer.
Alith asintió, consciente de que no llegarían a una decisión definitiva hasta bien entrada la noche.
Maieth sacudió la mano con desdén en dirección a sus allegados varones y se levantó. Se detuvo detrás de Alith y posó las manos en los hombros de su hijo.
—No puedes esconderte de mí eternamente —le advirtió, besándole el cogote. Luego, se alejó y volvió la vista atrás mientras abría la puerta—. ¡Ya me enteraré de lo que has estado haciendo!
—Antes los torturadores de Morathi que una madre preguntona —declaró Eothlir cuando Maieth salió de la sala.
Alith asintió vehementemente. No podía estar más de acuerdo.