7: Una despedida glacial

SIETE

Una despedida glacial

Las conversaciones y las risas se propagaban por las praderas de la mansión de los Anar, en armonía con el rumor de las fuentes y sobre un telón de fondo de flautas y arpas. Tres pabellones rojiblancos, sujetos por cadenas de oro con incrustaciones de valiosas gemas, dominaban los jardines. Dentro y fuera de las gigantescas tiendas, los invitados de los Anar paseaban y charlaban disfrutando del sol estival.

Cerca de dos décadas de relativa paz habían bastado para que los Anar recuperaran su buena fortuna, y muchos de los nobles más ricos y poderosos de Nagarythe asistían a la gala que celebraba la mayoría de edad de Alith.

Se trataba del paso a la edad adulta del joven elfo, una ocasión de jubilosa celebración para la familia y sus aliados. Incluso el príncipe Malekith había enviado sus felicitaciones más afectuosas, pues los asuntos en la corte de Anlec lo habían privado de acudir, una ausencia de la que se lamentaba profundamente.

A Eoloran no le había sorprendido la ausencia del príncipe. También Alith sabía perfectamente que a pesar de que Malekith había recuperado el poder, aún no se habían solucionado por completo los problemas de Nagarythe. Un gran número de los líderes de las sectas habían escapado y se habían escondido, tanto en Nagarythe como en otros reinos de Ulthuan. De vez en cuando, corría el rumor de una revuelta, si bien cuando se producía algún alzamiento siempre era a nivel local y fácilmente sofocado por los guerreros de Malekith.

La amenaza de Morathi se había atenuado, pero no se había extinguido. Malekith había prometido clemencia a su madre, y la reina derrocada permanecía en Tiranoc como rea del Rey Fénix. A pesar de que Bel Shanaar le había vetado las visitas, a excepción de la de su hijo, y de que permanecía recluida en unos aposentos con salvaguardas místicas, aún había quien creía que Morathi seguía controlando desde la distancia las actividades de los cultos.

Tales preocupaciones y suspicacias no tenían cabida en la mente de Alith aquel día memorable. No sólo se había convertido en un auténtico señor de Elanardris y príncipe de Nagarythe, sino que estaba a punto de realizar una declaración para la que había esperado impacientemente durante años.

El sol crepuscular ya caía sobre el horizonte cuando los sirvientes de la mansión condujeron a los invitados hasta el toldo principal. De los incensarios trepaban por el aire volutas de humo aromatizado que llenaban el lugar con el perfume fresco de flores silvestres. Ramos de rosas blancas de las colinas y orquídeas con flores rojas como rubíes decoraban los postes que sostenían el alto techo. Los camareros se deslizaban con donaire entre la multitud transportando bandejas de plata repletas con las exquisiteces más deliciosas de Ulthuan y de las lejanas colonias.

En un extremo se había erigido una tarima de madera blanca con el ala dorada de un grifo, emblema de la Casa de Anar. Sentado en un trono con un respaldo altísimo, Eoloran contemplaba el mar de invitados que colmaba el pabellón y se desparramaba por la pradera al aire libre. Los convidados lucían sus mejores galas y abundaban los sombreros con plumas y coronas relucientes, valiosos brazaletes y collares, y los vestidos bordados con hilo de plata y con cierres dorados en forma de estrella.

Eothlir estaba de pie a la derecha de su padre, flanqueado por Caenthras. A la izquierda de Eoloran se encontraba Alith, acompañado de Ashniel. La elfa estaba radiante con su vaporoso vestido amarillo, cuyas mangas formaban unas abultadas nubes sedosas alrededor de sus brazos. Llevaba el pelo recogido en un intrincado diseño de trenzas sujetas por cordones dorados, y del collar de oro que rodeaba su cuello de alabastro pendía un único diamante ovalado. En medio del alboroto de elfos, ella rezumaba serenidad y mantenía un porte tranquilo y noble. Alith no dejaba de admirar a su amada con el rabillo del ojo y sentía que su belleza le acariciaba la piel como el suave oleaje la orilla de un lago.

Cuando todos los invitados estuvieron reunidos, Eoloran se puso en pie y levantó las manos para darles la bienvenida.

—Mis nobilísimos amigos, bienvenidos a Elanardris —declaró, sonriente—. Para mí es un honor asistir a la ceremonia de paso a la edad adulta de mi nieto acompañado por elfos tan ilustres. En numerosas ocasiones ha demostrado su valía, y es justo que elogiemos ahora sus logros.

Se propagó un murmullo de aprobación, y un bosque de manos se levantó en el aire aferrando copas de cristal y oro llenas de oscuro vino. Eoloran tomó un cáliz de la mesa baja situada frente al trono y lo alzó con las dos manos por encima de la cabeza.

—Soy el príncipe Eoloran de Anar, señor de Elanardris —entonó con voz sosegada y firme—. Mi sangre pasó de mis venas a las de mi hijo Eothlir, y de las suyas a las de su hijo Alith. Hoy mi nieto alcanza la mayoría de edad y sobre él recaen ahora las obligaciones de un señor y príncipe de Ulthuan.

Tomó un sorbo de vino y bajó el cáliz.

—Nosotros, que derramamos nuestra sangre junto al gran Aenarion, ahora tomamos este vino en recuerdo de su sacrificio —dijo Eoloran con solemnidad, y sorbió de nuevo de su copa—. Hemos vuelto a verter nuestra sangre para restablecer la paz en estas tierras. También Alith dio parte de la suya en este conflicto. Si bien todos deseamos que este tipo de actos valerosos nunca más sean necesarios, mi nieto ha demostrado que posee el temple y el espíritu precisos para imponerse a las tinieblas que osen amenazar nuestros hogares y nuestra sociedad.

La multitud de elfos congregados asintió de corazón y en el recinto se instaló una atmósfera sombría; hubo quien derramó silenciosamente alguna lágrima al evocar los padecimientos sufridos por Nagarythe. Eoloran concedió unos instantes a la audiencia para que se explayara en sus reflexiones y recuerdos, y mantuvo la cabeza gacha y el gesto pensativo, meditando él mismo sobre los actos turbios que había cometido a lo largo de su vida. A continuación, alzó la cabeza y la sonrisa regresó a sus labios.

—De todas formas, si hoy es un día señalado, no es por el pasado, sino por el futuro. Alith es, todos nuestros hijos lo son, el legado que dejamos al mundo. Cuando entrego este cáliz, estoy traspasando mis esperanzas y sueños a las generaciones venideras, a las que deseo la paz y la felicidad que todos nosotros hemos disfrutado. Cedemos a su administración nuestra civilización, desde Elanardris hasta Anlec, de Tiranoc hasta Yvresse, de Ulthuan hasta las lejanas colonias. Les confiamos la prosperidad de nuestro pueblo, desde el granjero hasta el príncipe, desde el siervo hasta el rey.

Eoloran se volvió y ofreció el cáliz a Alith, que tomó un sorbo con una parsimonia ceremoniosa.

—En este día de mi paso de la adolescencia a la edad adulta acepto las obligaciones que recaen sobre mí —declaró Alith—. Igual que yo he disfrutado de los privilegios y la armonía necesarios para cultivarme al amparo de mi padre y de mi abuelo, desde mi posición dispensaré a quienes me sucedan toda mi protección y mi sabiduría.

Alith se llevó la copa a los labios y tomó otro sorbo de vino. Se deleitó con el intenso y exquisito sabor del licor antes de tragar mientras meditaba sobre la trascendencia de la ceremonia. Había dejado de ser un niño. Ahora era un verdadero señor de Anar. Esta idea le hinchió de orgullo; del orgullo de pertenecer a la Casa de Anar y del orgullo de haber demostrado ser merecedor del título de príncipe.

Se dio cuenta de que había cerrado los ojos. Los abrió de inmediato y vio frente a él los rostros expectantes de su padre y de su abuelo, de Caenthras, de Ashniel y de las docenas de elfos que habían llegado desde todos los rincones de Nagarythe para asistir a la ceremonia. Bajó la copa y sonrió. En el recinto estalló una salva de aplausos acompañada por un buen número de voces exaltadas que le deseaban felicidad y le daban ánimo.

Caenthras se adelantó con las manos alzas pidiendo silencio. Cuando la algarabía finalmente se calmó, el señor elfo miró a Alith con expresión seria.

—Permitidme felicitar a Alith en su día —dijo Caenthras, cruzando el estrado para estrechar entre sus brazos al más joven príncipe de los Anar—. Y permitidme también que le invite a comunicaros a todos lo que llevamos muchísimos años tratando en privado.

Repentinamente cohibido, Alith se separó de Caenthras, se volvió a Ashniel y la tomó por el brazo izquierdo con la mano que le dejaba libre la copa de vino.

—Hoy, día de mi paso a la edad adulta, ha llegado el momento de que declare al mundo lo que saltaba a la vista de todos —dijo Alith que paseó la mirada por el auditorio, dejando que la alegría que lo embargaba ahuyentara el nerviosismo—. Transcurrido un año a partir de este día, la Casa de Anar y la Casa de Moranin quedarán unidas no sólo por un vínculo de alianza y amistad, sino también por el matrimonio. Tengo la intención de desposar a Ashniel y convertirla en princesa de Anar, del mismo modo que yo recibiré el título de príncipe de Moranin. Mi imaginación es incapaz de concebir un amor más hondo; tampoco una dedicación para mi futuro más apropiada que labrar el camino para el próximo heredero de la Casa de Anar y las numerosas generaciones posteriores.

—La unión de ambas casas cuenta con mi bendición —dijo Eoloran.

—Con orgullo os llamaré hijo mío, Alith —añadió Caenthras.

Alith tomó otro sorbo de vino y llevó la copa a los pálidos labios de Ashniel. La muchacha miraba con los ojos refulgentes a Alith. Sus dedos se cerraron alrededor de la mano del joven, que sintió fría, e inclinó la copa lo justo para que el vino simplemente le humedeciera los labios. Apartó el cáliz de la boca y besó a Alith en la trente, dejándole un cerco carmesí apenas perceptible. Luego, se volvió con una delicada precisión y besó a su padre en la mejilla antes de dirigirse a la multitud.

—Todavía no existen las palabras que expresen cómo me siento en estos momentos, si bien los poetas exprimen todo su talento para crearlas. La Casa de Anar es poderosa; también mi familia. La sangre de los príncipes corre por Nagarythe, por nuestros cuerpos y por las tierras. Las futuras generaciones de este linaje serán justas y nobles, valientes y fuertes, compasivas y sabias. Todo lo que ya es extraordinario en la personalidad de los naggarothi lo será aún más.

* * *

Alith entrelazó su brazo con el de Ashniel y bajaron el pequeño tramo de escalones que descendía del entablado. El tumulto de elfos envolvió a la pareja para felicitarla, abriéndose paso a empellones para colmarlos de abrazos y besos. Se alzaron las paredes laterales del pabellón y la suave brisa estival dispersó las neblinas perfumadas y elevó por los aires los pétalos de las flores.

Alith despertó al instante. Si bien no sabía qué le había sacado del sueño, le bastó unos segundos de atención para advertir el alboroto que provenía de la parte principal de la mansión. El sol vespertino se colaba por las ventanas sin postigos: un desafío final contra la inminente estación de las heladas. No recordaba haberse dormido; sin embargo, sobre la mesilla de noche yacía abierto el voluminoso tomo de Analdiris sobre el poeta guerrero Elynuris el Tolerante.

Alith se recompuso de su siesta imprevista, saltó de la cama y se alisó la túnica. Oyó que su padre gritaba su nombre, y cuando abrió la puerta, se topó con dos sirvientes con lámparas en las manos que cruzaban el pasillo como una exhalación.

—¿Qué ocurre? —inquirió Alith, agarrando por el brazo a Cirothir cuando éste pasaba raudo junto a él.

—Hay guerreros en la carretera, alteza —respondió el criado—. Vuestro padre os espera en la parte delantera de la mansión.

Alith vaciló un instante, sopesando la posibilidad de tomar su arco. Finalmente, declinó la idea; veinte años de paz habían aplacado la paranoia que en otro tiempo se había cebado en la residencia de los Anar. Con toda probabilidad, aquellos soldados compondrían la guardia de honor de algún importante convidado, de modo que sólo sacó una capa del baúl que había al pie de la cama, salió apresuradamente al vestíbulo y se encaminó al jardín.

Allí encontró a Eothlir junto con varios criados. Eoloran había partido a firmar un tratado con otra de las casas nobles, mientras que Maieth se encontraba en la residencia de los Moranin ultimando los preparativos de la boda. Su padre lo miró con cara de perplejidad.

—No he recibido notificación alguna sobre la visita de nadie distinguido —dijo Eothlir.

Alith reparó en la espada corta sujeta al cinturón de su padre. Al parecer, Eothlir estaba menos dispuesto a olvidar las turbulencias pasadas.

Irrumpió un chacoloteo de cascos que resonó por el jardín y una partida de jinetes se detuvo en la misma puerta de entrada a los dominios de la residencia Anar. Alith contó varias docenas de caballeros con banderolas negras prendidas de las lanzas plateadas. El cabecilla de la columna desmontó y cruzó rápidamente la puerta, donde aguardaba Gerithon. Hubo un breve intercambio de palabras, tras el cual Gerithon hizo una reverencia y se volvió con un brazo extendido hacia la mansión.

El jinete avanzó con paso firme por el empedrado, con la armadura negra esmaltada, brillante como el aceite, y la capa arremolinada a su espalda. Alith se tranquilizó cuando la figura estuvo más cerca y se quitó el yelmo. Se trataba de Yeasir, el lugarteniente de Malekith y comandante del ejército de Nagarythe. También Eothlir pareció sentirse aliviado y se adelantó para recibir al oficial de Anlec.

—Deberíais haber avisado. Os habríamos preparado el recibimiento que merecéis —dijo Eothlir, sonriendo y tendiéndole la mano.

En el rostro de Yeasir no se apreciaba un atisbo de complacencia por el encuentro, y el caballero estrechó muy brevemente la mano de Eothlir.

—Lo siento —replicó el lugarteniente, cuya mirada saltaba de Eothlir y Alith, y viceversa—, pero no traigo buenas noticias.

—Entrad y os escucharemos —repuso Eothlir—. Aceptaremos de buen grado que vuestros soldados monten su campamento en nuestras tierras.

—Me temo que no os mostraréis tan hospitalarios cuando oigáis lo que he de comunicaros —señaló Yeasir, con evidente desazón—. Quedáis bajo arresto domiciliario por orden del príncipe Malekith, señor de Nagarythe.

—¿Cómo? —espetó Alith. Sólo el brazo extendido de su padre lo detuvo de encararse con Yeasir.

—Explicaos —exigió Eothlir, obligando a retroceder a Alith—. Malekith cuenta la Casa de Anar entre sus aliados, diría incluso que entre sus amigos. ¿Qué motivo lo mueve a ordenar mi arresto?

Yeasir se volvió con la expresión afligida y miró largamente a sus caballeros.

—Os aseguro que Malekith no esconde ninguna intención malvada contra la Casa de Anar —dijo el lugarteniente—. Si vuestro ofrecimiento sigue en pie, aceptaré agradecido que me recibáis en vuestra casa.

Alith estaba a punto de decirle que ya había abusado bastante de una hospitalidad inmerecida, pero Eothlir lo miró a los ojos y meneó la cabeza.

—Claro —dijo Eothlir, asintiendo con la cabeza—. Vuestros soldados pueden guardar los caballos en las cuadras e instalarse en los aposentos del ala del servicio. ¡Gerithon!

El sirviente recorrió el camino al trote, lanzando miradas azoradas por encima del hombro a los intimidantes jinetes detenidos en la entrada.

—Se dispensará a los recién llegados la hospitalidad que corresponde a nuestros invitados —dijo Eothlir—. Por favor, informa a las cocinas y haz acopio de toda la ropa de cama disponible.

—Por supuesto, mi señor —repuso Gerithon, inclinándose en una reverencia. Vaciló un momento antes de preguntar—: ¿Cuánto tiempo se quedarán los invitados?

Eothlir miró a Yeasir. El oficial suspiró.

—Me temo que probablemente todo el invierno —respondió, evitando la mirada implacable de Eothlir.

—¿Es cosa mía, o este año el frío se ha adelantado? —comentó Alith, ciñéndose la capa al cuerpo—. Quizá sólo sea algo en el ambiente que me hace tiritar.

Irritado, se marchó de regreso a la mansión, pero al oír el bramido de su padre se detuvo y se volvió.

—¡Espéranos en mis aposentos! —le gritó Eothlir—. ¡Cuando todo esté dispuesto, nos reuniremos contigo!

Alith no hizo ningún gesto ni articuló palabra alguna para expresar su conformidad y simplemente se alejó a trancos, con la cabeza rebosante de inquietantes pensamientos.

* * *

Si por un lado Alith hervía en cólera, por el otro Eothlir era la viva imagen de la paciencia y la comprensión. Ambos se encontraban en la terraza de los aposentos de Eothlir en compañía de Yeasir, contemplando las montañas agrestes y afiladas que se elevaban al otro lado de la naturaleza ordenada de los jardines. Eothlir y Yeasir ocupaban sendos divanes, entre los que mediaba una mesita baja con una jarra y dos copas. Sin embargo, ninguno había bebido aún. Alith estaba de pie, oteando los Annulii, con los puños apretados con fuerza alrededor de la barandilla.

—Entiendo que os haya causado perplejidad —dijo Yeasir—. Sin duda, se trata de un ardid que persigue colocar la Casa de Anar en una situación embarazosa o desacreditarla, pero muy pronto podremos olvidarnos de este asunto.

—¿Quién acusaría a los Anar de pertenecer a las sectas? —inquirió Eothlir—. ¿Qué pruebas presentaron?

—No puedo responderos, pues lo ignoro —respondió Yeasir—. El príncipe Malekith juró ante el mismísimo Rey Fénix que exterminaría las sectas, e incluso su propia madre languidece cautiva como consecuencia de ese juramento. Se han presentado acusaciones contra los Anar, y el sentido del honor del príncipe le obliga a trataros de la misma manera que a los demás. Comprenderéis que un alarde de favoritismo u hostilidad en este tema menoscabaría la imagen de Malekith, ¿verdad?

Eothlir asintió hondamente con la cabeza, aceptando a regañadientes la lógica del argumento de Yeasir.

—Es un ataque deliberado contra la Casa de Anar —gruñó Alith, sin apartar la mirada de la cordillera. Pero entonces se volvió y añadió con la mirada clavada en Yeasir—: Es evidente que se trata de una treta de los cultos para desviar de ellos la atención del príncipe. Procuran dividir a quienes anhelan su destrucción. Quienquiera que haya hecho tales acusaciones es un traidor que ejecuta los deseos de alguien que no es Malekith.

—Aunque no puedo daros un nombre, el príncipe Malekith me ha asegurado que la fuente de la acusación está siendo objeto de una investigación tan exhaustiva como la que se realiza a vuestra familia —afirmó Yeasir.

—¿Qué podemos hacer nosotros para que esto acabe cuanto antes? —preguntó Eothlir.

Alith se volvió de nuevo hacia las montañas.

—Debo registrar minuciosamente la mansión y los alrededores —respondió Yeasir—. Como todos sabemos, no encontraremos ningún elemento de naturaleza comprometedora, pero eso hay que demostrarlo ante el príncipe y la corte. Sin pruebas que la sustenten, la denuncia no será tomada en consideración, como ya ha ocurrido con muchas otras desde que las sectas se disgregaron tras la llegada de Malekith. Muchos han realizado falsas acusaciones para ajustar antiguas cuentas pendientes.

—Yo no puedo daros el permiso para realizar la pesquisa —aseveró Eothlir, levantando una mano para evitar que Yeasir lo interrumpiera—. Mi padre todavía es el señor de los Anar y tendréis que aguardar su regreso antes de emprender el registro.

—Lo comprendo —dijo Yeasir—. Os agradezco que entendáis la dificultad de mi posición.

—En breve, Gerithon os conducirá a vuestros aposentos. Seréis bienvenido a nuestra mesa para la cena —dijo Eothlir, levantándose.

—Creo que saldré de caza —dijo Alith entre dientes, pasando junto a Yeasir y abandonando, furioso, la cámara de su padre.

* * *

A Eoloran se le cayó el alma a los pies cuando volvió a Elanardris y vio el vuelco que habían dado los acontecimientos. Sabía que no tenía más opción que acceder al registro de Yeasir. Los caballeros se mostraron excepcionalmente meticulosos e inspeccionaron todos y cada uno de los corredores, cámaras y alcobas de la mansión, en busca de amuletos e ídolos que delataran a los Anar como adoradores de los cytharai. Revisaron la bodega y la biblioteca, y levantaron las alfombras de las salas buscando trampillas.

Yeasir se ocupó de tomar las medidas del edificio y las habitaciones con el fin de localizar los posibles espacios muertos que pudieran ocultar algún tipo de altar secreto consagrado a los dioses ínfimos. A pesar de su aversión a la situación, Alith estaba profundamente impresionado e intrigado por la diligencia de Yeasir. Transcurridos varios días desde el inicio del registro, Alith atravesaba los vergeles para emprender una nueva jornada de cacería cuando descubrió al lugarteniente deambulando entre los arriates de rosas que flanqueaban la zona meridional del jardín. En la mano sostenía un pergamino en el que garabateaba medidas con un carboncillo.

—¿Qué esperáis encontrar aquí fuera? —preguntó Alith, atajando por el césped. Yeasir se quedó paralizado de repente.

—Yo…, bueno…, estoy buscando pasajes secretos —respondió, turbado.

—¿Pensáis que debajo del jardín ocultamos una gruta engalanada con las osamentas y las visceras de nuestras víctimas?

Yeasir se encogió de hombros.

—Si yo no corroboro de una manera concluyente que no es así, la duda persistirá. Yo estoy convencido de la inocencia de vuestra familia, pero Malekith necesita pruebas, no palabras. Los Anar no son la única familia noble sobre la que ha caído un velo de sospecha, y os ahorraré los detalles de las cosas que hemos descubierto. Entregarse a la complacencia ahora, después de los logros cosechados, sólo fortalece a quienes pretenden socavar a las autoridades legítimas de Ulthuan.

—El príncipe os profesa una confianza enorme —dijo Alith, que se sentó en la hierba con las piernas cruzadas.

—Una confianza que me he ganado a lo largo de centurias —apuntó Yeasir, enrollando el pergamino—. Me nombró comandante de Nagarythe como recompensa por la lealtad que le demostré. Yo estuve junto al príncipe cuando salvó Athel Toralien de los orcos; crucé Elthin Arvan a su lado y he comandado ejércitos en su nombre, tanto en las colonias como en Nagarythe.

—He oído que también marchasteis con Malekith por las tierras septentrionales —dijo mansamente Alith.

Yeasir frunció el ceño y apartó la mirada de su interlocutor.

—Es cierto, pero ninguno de los que regresamos de allí habla de lo acontecido en aquel lugar —repuso el oficial.

El lugarteniente dirigió la mirada al norte y cerró brevemente los ojos. Cuando volvió a abrirlos, Alith descubrió en ellos un pavor que jamás había percibido en Nagarythe.

—En las fronteras del Imperio del Caos existen cosas que es mejor que permanezcan en el olvido.

Alith meditó las palabras de Yeasir con la boca fruncida.

—Tengo entendido que las tierras del norte cambiaron a Malekith —dijo al cabo de un momento—; que ahora está más centrado, menos inclinado a la aventura y la batalla.

—Hay batallas y aventuras que sirven para que nos demos cuenta de lo que deseamos realmente de la vida —dijo Yeasir, jugueteando con el carboncillo, que le tiznaba las yemas de los dedos—. El príncipe Malekith llegó a la conclusión de que su lugar estaba aquí, en Ulthuan, como señor de Nagarythe. Y parece que acertó con el momento escogido para su regreso.

—¡Ojalá hubiera vuelto antes! —suspiró Alith—. Quizá nos habríamos ahorrado buena parte del sufrimiento y de la sangre vertida.

—El príncipe no estaba preparado para regresar antes, y no hubiera sido capaz de acometer las acciones necesarias —dijo Yeasir—. Doy mil gracias a los dioses por no haberme encontrado en Nagarythe durante la tiranía de Morathi, pero ese período de tinieblas ya ha pasado.

—¿En serio? ¿Y qué me decís de los líderes de las sectas que escaparon de la justicia? ¿Y de los depravados adoradores que huyeron de Anlec y Nagarythe?

—Serán capturados y llevados ante Malekith. El príncipe ha promulgado un decreto, y nunca lo he visto fracasar en nada de lo que se haya propuesto, ni siquiera en las ocasiones en las que el resto del mundo lo daba por imposible.

Yeasir iba a añadir algo, pero se detuvo.

—¿Qué ocurre?

—Gracias por conversar conmigo, Alith —dijo el lugarteniente—. Sé que el asunto que me ha traído aquí es desagradable, pero me gustaría que no me guardarais rencor por obedecer las disposiciones de nuestro príncipe.

Alith caviló un instante y reparó en la expresión grave en el rostro de Yeasir. Recordó cómo el comandante se había deshecho en agradecimientos sobre las murallas de Anlec y se dio cuenta de que estaba convencido de que debía la vida a la familia Anar. Comprendió que era un ilustre elfo de honor, de modo que si confiaba en el buen juicio de Malekith, también tendría que confiar en él.

Alith se puso en pie y tendió la mano a Yeasir, que la estrechó con afabilidad.

—Ambos somos naggarothi. No somos enemigos —dijo Alith. Levantó la mirada hacia las nubes que se acumulaban en el cielo—. Tengo que ir a cazar antes de que el tiempo se vuelva en mi contra. Cuando acabéis con los jardines, os llevaré a nuestros pabellones de caza para que comprobéis que tampoco allí escondemos nada.

—¡Podría cazar uno de los famosos venados de Elanardris y todo!

—Quizá, pero sólo si vuestra vista es tan certera con el arco como lo es husmeando —apostilló entre carcajadas Alith.

* * *

Los días postreros de la breve estación otoñal llegaban a su fin y los nubarrones se congregaban en torno a los picos preñados de nieve de los Annulii. Yeasir había finalizado su exhaustivo registro y no había encontrado ninguna prueba de actividades relacionadas con las sectas entre los miembros de la familia de Anar ni entre sus vasallos. El comandante envió un mensaje a Anlec adjuntando una lista completa de sus descubrimientos, o más bien de la falta de los mismos. Yeasir explicó a sus anfitriones en tono de disculpa que debía mantenerlos bajo custodia hasta nueva orden de Malekith. Alith casi ni se percataba ya de la presencia de los silenciosos caballeros destacados alrededor de la mansión y en los terrenos adyacentes, pues apenas interferían en su vida cotidiana.

Según transcurría el tiempo, el viento del norte soplaba con más insistencia y la nieve no tardaría en aparecer. Pocos días antes de la entrada oficial en el invierno, Alith pasaba la mañana en la cámara anexa a sus aposentos, leyendo el tratado de Thalduir de Saphery sobre las aves autóctonas del Saraeluii —la colosal montaña reino de los enanos que señalaba la frontera oriental de las colonias de Elthin Arvan—, examinando las minuciosas acuarelas y maravillándose con la diversidad de aves rapaces. Anhelaba viajar algún día a Elthin Arvan, para cazar en sus vastos bosques y en las montañas titánicas de las colonias.

El traqueteo de las ruedas de un carruaje en el jardín lo sacó de su ensimismamiento, y Alith depositó cuidadosamente el libro encuadernado en seda en la mesa que tenía junto a él. Se levantó y se acercó a la ventana alta que daba a los jardines delanteros de la residencia. Habían llegado varios coches con el emblema de la Casa de Moranin. Animado por la posibilidad de que Ashniel se encontrara entre los pasajeros, Alith se despojó de su vestimenta de cazador de piel —que siempre llevaba puesta cuando tenía tiempo libre para salir de caza— y se vistió con un atuendo más formal, consistente en una suave túnica de lana negra y un cinturón ancho de piel blanqueada; se recogió el pelo en la espalda con una cinta de hilo de plata y se dirigió a la planta inferior de la mansión.

Nada más salir del vestíbulo principal, Alith divisó a Ashniel, asomada a la ventanilla de uno de los coches, y la saludó con la mano. Ella lo vio, pero su rostro carente de expresión no presagiaba nada bueno y una terrible sospecha empezó a apoderarse de Alith cuando la joven corrió la cortina de la ventana.

Alith hizo el ademán de acercarse, pero Caenthras descendió del primer carruaje y se interpuso en su camino.

—Id a buscar a vuestro padre —le espetó bruscamente el señor elfo—. Traedlo aquí.

—Un señor de la Casa de Anar recibe a sus invitados con propiedad, no departe con ellos en el porche —replicó Alith—. Si tenéis a bien aguardar un momento, enviaré a un criado para que informe a mi padre de vuestra llegada.

—La petulancia no os favorece —gruñó Caenthras—. Llevadme con él.

Alith seguía furioso por la indiferencia de Ashniel, pero accedió a la petición de Caenthras y acompañó al príncipe al interior de la mansión en dirección a la biblioteca, donde sabía que hallaría a su padre.

Caenthras lo siguió en silencio por la escalera de caracol que conducía a la planta superior de la casa. Alith bullía por dentro y se moría de ganas de preguntar qué ocurría, pero se mordió la lengua, temeroso de sulfurar aún más a Caenthras. En un rinconcito de su interior se decía que quizá estaba malinterpretando la situación; sin embargo, sabía que eso era una bobada y que estaba tramándose algo funesto. Aun así no abrió la boca.

Eothlir estaba sentado a un amplio escritorio de madera blanca cubierto de mapas, que mantenía extendidos valiéndose de copas, platos y toda variedad de objetos. La biblioteca no era una estancia de grandes dimensiones, apenas medía una docena de pasos en diagonal, pero las cuatro paredes estaban forradas desde el suelo hasta el techo de librerías que albergaban rollos de pergamino y tomos encuadernados, de antigüedad y temática variadas.

Alith había pasado muy poco tiempo en la biblioteca en su juventud, nunca más del que le exigían sus tutores, pues su pasión se hallaba al aire libre y no entre las palabras sabias de los escritos. Siempre había preferido las clases prácticas a las teóricas y había llevado constantemente hasta los límites de la paciencia a sus profesores con su desdén hacia la poesía, la política y la geografía. No obstante, últimamente se encontraba más a gusto en casa, y la biblioteca disponía de una gran cantidad de mapas y de diarios de viajeros que se habían adentrado en las colonias, y le gustaba imaginarse, no sin cierta ingenuidad, explorando aquellas tierras ignotas en compañía de Ashniel.

Eothlir levantó la mirada del embrollo de papeles con una expresión de bienvenida en el rostro, pero rápidamente torció el gesto con preocupación cuando advirtió el semblante severo de Caenthras.

—Me temo que no me va a gustar lo que vais a decirme —dijo Eothlir, tomando una jarrita de agua y tendiéndosela al señor de la familia Moranin.

Caenthras declinó el ofrecimiento con un gesto de la mano.

—Así es —respondió Caenthras—. Sabes que no hay familia por la que sienta una mayor consideración que la vuestra, excepto, claro está, por la del príncipe Malekith.

—Es agradable oírlo, pero me parece que estáis a punto de demostrarme lo contrario —replicó Eothlir.

—En efecto —repuso Caenthras—. Debo mi lealtad a Nagarythe y a mi familia por encima de todas las demás, de modo que cuando se me plantea una disyuntiva, ése es el principio que rige mis pensamientos.

—Ya basta, amigo mío —dijo Eothlir—. Decid de una vez lo que tengáis que decir.

Caenthras aún vaciló un instante. Miraba fijamente a Eothlir, y ni siquiera desvió un milímetro la mirada hacia Alith, que se había colocado junto a su padre.

—Ashniel ha recibido una invitación para incorporarse a la corte de Anlec, y yo he aceptado en su nombre —anunció Caenthras.

—¿Qué? —espetó Alith.

Eothlir guardó silencio, aunque meneó la cabeza con contrariedad.

—Hay muchas heridas abiertas en las relaciones entre Anlec y el territorio oriental de Nagarythe, y ésta es una oportunidad extraordinaria para cerrarlas —continuó Caenthras—. Pensad en lo beneficioso que será para nuestros príncipes que se escuche su voz en la corte de Malekith.

—¿Y qué pasa con la boda? —preguntó Alith.

Sólo entonces Caenthras se volvió con gesto grave a Alith.

—Ashniel viajará a Anlec antes de la llegada del invierno —explicó el señor elfo—. Sois libre de reuniros con ella en primavera si así lo deseáis. Pero no antes, pues son numerosas las obligaciones que debe atender a su llegada y me temo que tendrá que aprender muchas cosas sobre la vida cortesana en la capital, así que ahora vuestra presencia sería una distracción nada conveniente.

—¡Eso es inaceptable! —espetó Alith—. ¿Va a convertirse en mi esposa y habéis tomado la decisión sin consultarme?

—Es mi hija —replicó Caenthras, en un tono relajado y altivo—. Aun cuando estéis casados seguirá siendo mi responsabilidad. No voy a permitir que Ashniel malgaste su vida entre bosques y montañas cuando se le ofrece todo un mundo de posibilidades en Anlec.

—Algún día, yo seré el señor de esos bosques y esas montañas —señaló Eothlir—. Y mi hijo me sucederá. ¿Tanto nos despreciáis como para preferir la compañía de la flamante élite de Anlec, que no hace más de dos décadas estaba dispuesta a hincar la rodilla ante Morathi y sus sectas?

—Los tiempos han cambiado, Eothlir —dijo Caenthras en un tono más dócil—. Malekith ha recuperado el poder en Nagarythe, y puede ser que algún día lo extienda a todo Ulthuan.

—¿También os gustaría que fuera coronado Rey Fénix? —preguntó Eothlir.

—Desde mi punto de vista, es la única conclusión natural de los acontecimientos —repuso Caenthras—. Si respaldáis su demanda como heredero de Aenarion deberíais pensar, como ya hacen otros, que lo justo sería que gobernara todo Ulthuan, no únicamente Nagarythe.

—Lo que pienso es que vuestra lógica falla en las premisas, Caenthras —respondió Eothlir—. No me quita el sueño quién se ciñe la corona del Fénix ni la capa de plumas. Lo que me importa son la estabilidad y la prosperidad de Nagarythe por las que luché. No ansío una meta mayor.

—Entonces, sois vos el que está engañado —aseveró Caenthras—. O quizá vuestro padre, quien os ha aleccionado en un razonamiento erróneo. Quién sabe si en las acusaciones de traición que pesan sobre vuestra familia no habrá más de cierto de lo que había querido creer en un principio. ¿Qué hijo devoto de Nagarythe no querría ver a Malekith coronado Rey Fénix? ¿No será que los Anar pretenden postularse como sucesores?

—Medid vuestras palabras —espetó Eothlir, poniéndose en pie—. Al parecer, los Anar todavía gozamos de pocos pero buenos amigos, de modo que la Casa de Moranin haría bien en no sumarse a la lista de nuestros enemigos.

—Y así cerramos el círculo de la trama de Morathi, y las insinuaciones y las amenazas se convierten en vuestras armas… Corregidme si me equivoco —soltó Caenthras.

—Morathi tenía razón en una cosa —afirmó Eothlir—: soplan vientos de guerra. Todavía no se han librado todas las batallas. No es posible la neutralidad. Os aseguro que la Casa de Anar no tiene nada que ver con las sectas, y si nos dais la espalda, lo único que lograréis es avivar los fuegos de la falacia que llevan ardiendo en Nagarythe desde la llegada de Malekith.

—Sólo he venido como gesto de cortesía hacia vuestra familia y hacia vos, Eothlir, a quien en otro tiempo llamé amigo —dijo Caenthras, reprimiendo su ira con un esfuerzo descomunal—. Pensé que me mostraríais el mismo respeto. Nunca alzaré la voz contra vos, pero no puedo ayudaros. Espero que algún día, no muy lejano, podamos reunimos, dejar atrás este asunto y recuperar la camaradería anterior. No os deseo ningún mal, Eothlir, pero no puedo acceder a obrar en contra de los deseos de Anlec.

Y sin añadir más, Caenthras giró sobre los talones y abandonó la biblioteca hecho una furia. Eothlir se quedó con el rostro desencajado por la ansiedad y abatido por una mezcla de ira y aflicción. Alith se asomó por el marco de la puerta y observó cómo se alejaba Caenthras con los dientes apretados.

—Asegúrate de que su viaje transcurra sin incidentes —dijo Eothlir, despidiendo con la mano a su hijo. Se sentó de nuevo y sepultó la cara entre las manos.

Alith salió corriendo detrás de Caenthras, que regresó a su carruaje y dio la orden de arrancar. El joven heredero se quedó contemplando el vehículo de Ashniel, con la esperanza de que la muchacha descorriera la cortina y le ofreciera alguna prueba de sus sentimientos, pero no ocurrió. El coche salió traqueteando del jardín sin mostrar el menor indicio de la muchacha.

Alith maldijo mentalmente la Casa de Moranin y maldijo aún más la cobardía de Caenthras. Regresó a trancos y echando humo a la mansión; los criados y soldados diseminados por el jardín se escabullían a su paso, ahuyentados por su mal humor como ovejas que huyen del acecho de un lobo.

* * *

Como en los tiempos de su adolescencia, Alith buscó refugio en los bosques de Elanardris, pese al recelo de su padre y el frío glacial. A veces ascendía a los picos nevados para cazar; en otras ocasiones, lo motivaba simplemente la búsqueda de soledad.

Aquel día se hallaba sentado en una roca junto a la orilla de un minúsculo arroyo, despellejando y limpiando una liebre que acababa de capturar. Se inclinó para limpiar el acero en el agua helada y reparó en el reflejo en la superficie de una figura oscura recortada en el cielo; un cuervo.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo Alith, enderezándose.

—Es cierto —respondió Elthyrior, sentándose junto al joven.

Como en ocasiones anteriores, el heraldo negro iba envuelto en una capa de plumas negras y con el rostro sepultado en el abismo de una capucha, dejando únicamente a la vista sus ojos verdes.

—Y ya sabéis que mi aparición no presagia nuevas dichosas.

Alith suspiró, terminó de limpiar el cuchillo y lo ciñó al cinturón mientras se volvía a Elthyrior.

—Decidme, qué nueva amenaza se avecina. ¿Será que los enanos han construido una flota de naves de piedra y están cruzando el océano para saquear Ulthuan? ¿O quizá los magos de Saphery se han convenido a sí mismos en cabras de rapiña?

—Vuestra acritud no es propia de un príncipe de Ulthuan —espetó Elthyrior—. Dejad que aflore la gentileza de vuestro linaje.

Alith suspiró de nuevo.

—Disculpadme, pero últimamente tengo demasiadas cosas en la cabeza. Supongo que venís a advertirme de que no vaya a Anlec, ¿no es cierto?

Elthyrior dio una sacudida, sorprendido.

—¿Cómo lo habéis sabido?

—Nada más ha cambiado recientemente que justifique vuestro regreso veinte años después —explicó Alith—. Siempre aparecéis cuando hay que tomar una decisión para aconsejarme en un sentido u otro. Así se divierte Morai-Heg: coloca estos dilemas ante nosotros y se regocija viéndonos transitar por la intrincada maraña que ha tejido.

—¿Y sabéis por qué no debéis ir a Anlec?

—Porque ocurrirá algún tipo de desgracia de una naturaleza enigmática, seguro.

Alith se levantó sin apartar la mirada de Elthyrior, que permaneció sentado a su lado.

—¿Qué puedo deciros? No os prometo que no vaya a Anlec. Ashniel está allí. Y si me decís que mi vida correrá peligro si voy, me niego a creer que mi prometida esté segura en ese lugar.

—Habéis perdido a Ashniel, Alith —dijo apesadumbrado Elthyrior, levantándose y posando una mano en el hombro de Alith—. Anlec no es el sitio que vos pensáis.

Alith se echó a reír y desdeñó el gesto cariñoso de Elthyrior.

—¿De verdad esperáis que os crea? Pensáis que un cúmulo de rumores romperá el vínculo que nos une.

—Muy pronto los rumores se tornarán en algo más —afirmó Elthyrior—. Desde que Malekith regresó, yo y otros miembros de mi orden leales a Nagarythe nos hemos dedicado a seguir el rastro de los sectarios que escaparon, y no han estado perdiendo el tiempo, ni en Nagarythe ni en ningún lado. Si bien cultivan un hermetismo inédito hasta ahora, existen formas de dar con ellos y averiguar sus secretos. La acusación contra los Anar es parte de un plan a mayor escala, aunque ignoro su objetivo último. La noticia todavía no ha llegado a Elanardris, pero se han producido ataques y revueltas en varias partes de Nagarythe. Los adeptos a las sectas han vuelto, ¡pero ahora no se pronuncian a favor de Morathi, sino de Eoloran de Anar!

—¡Eso es imposible! Sabéis perfectamente que nosotros estamos limpios de toda mácula.

—Sin embargo, protestan por la detención de vuestra familia; eso tiñe de veracidad la falacia. Anlec no es un lugar seguro para los miembros de la Casa de Anar, y me temo que Elanardris seguirá siéndolo por poco tiempo.

—Yeasir…

—Quizá. No deberíais perderlo de vista. No estoy seguro de que sepa realmente el papel que desempeña en todo este asunto. No es más que otra ficha en el tablero de un jugador mucho más poderoso.

—¿Y quién es ese jugador? ¿Morathi? —Y añadió, sacudiendo las manos con desdén—. Está cautiva en Tor Anroc. No me entra en la cabeza que, en su situación, su control sobre los cultos sea comparable al de antaño.

—¿Conocéis el dicho «de tal palo, tal astilla»?

—¿No sospecharéis en serio que Malekith es el cerebro de todo este artificio?

—Yo nunca sospecho nada —dijo Elthyrior, riendo con amargura—. Es un juego basado en engaños y fullerías que mentes elfas juegan en la sombra. Sin embargo, yo no me cuento entre los jugadores; no puedo seguir las jugadas a tiempo real e informar de ellas a los demás.

—Pero ¿conocéis a alguno de ellos?

—Morathi es uno, de eso no hay duda, aunque desde la distancia —repuso el heraldo—. También es seguro que Malekith mueve algunas piezas, aunque si lo hace en su propio provecho o en el de otros, ya no lo sé. Algunos miembros de la corte también se comportan como títeres, no obstante, es difícil seguir sus hilos hasta la mano que los maneja. Como ya os he advertido, no podéis permitiros el lujo de confiar en nadie más que en vos mismo.

—Entonces, ¿qué debo hacer? Al parecer, si las sectas nos cuentan entre sus filas, nos quedamos sin opciones para defendernos de las acusaciones. Como bien decís, parecemos las piezas de una partida, sin control alguno de nuestros movimientos ni de las reglas.

—Por lo tanto, tendréis que encontrar un jugador que juegue en vuestro nombre, dé la vuelta al tanteador y lo ponga a vuestro favor.

Alith apartó la mirada del heraldo negro y contempló su reflejo titilante en el agua helada.

—El Rey Fénix. No hay un jugador mejor posicionado en todo Ulthuan.

No recibió respuesta de Elthyrior y, cuando se volvió, el heraldo negro, como tenía por costumbre, había desaparecido sin despedirse. En las laderas de las montañas sonó el eco de un graznido que fue apagándose, hasta que Alith se quedó con el único acompañamiento del viento y el murmullo del arroyo.

* * *

Alith pasó varios días rumiando las palabras de Elthyrior, sopesando sus opciones. Cada nuevo día amanecía con la amenaza de la llegada de noticias sobre una insurgencia de las sectas en defensa de la Casa de Anar, y Alith temía que ese tipo de nuevas persuadiera a Yeasir de extremar las medidas de seguridad. El joven elfo sabía además que conforme avanzara el invierno, las posibilidades de salir de las montañas menguarían, de modo que, acuciado por los plazos imprecisos de la meteorología, reunió a su familia para exponer sus temores.

A salvo de las miradas de Yeasir, de los soldados y de los miembros del servicio, Alith congregó a su familia en los aposentos de su abuelo. Eoloran permanecía sentado junto al fuego crepitante, mientras que Eothlir y Maieth contemplaban juntos los jardines desde la ventana moteada de escarcha.

—Parto de Elanardris —anunció Alith nada más cerrar la puerta revestida con paneles blancos de la cámara.

—¿Adonde vas? —inquirió Maieth, cruzando la estancia y deteniéndose frente a su hijo—. No me digas que estás pensando en ir a Anlec con este tiempo horroroso.

—No me dirijo a Anlec —respondió Alith—. Los Anar están siendo utilizados, y nosotros carecemos de los medios para destaparla conspiración. Acudiré a Bel Shanaar y solicitaré su intervención.

—No es una decisión sabia —replicó Eoloran—. El Rey Fénix no tiene por qué involucrarse en los asuntos internos de Nagarythe. El resto de los príncipes y nobles no tomarán a bien la intromisión de Tor Anroc. Apenas sabe nada de lo que ocurre aquí; además es un aliado incierto.

—Un aliado incierto es mejor que nada —señaló Eothlir—. La Casa de Moranin nos ha abandonado por completo, un gesto sin duda beneficioso para la reputación de Caenthras. Hace años que perdimos buena parte de nuestros amigos. Creo que Alith tiene razón cuando afirma que debemos buscar apoyos ahora que los tiempos están volviéndose en contra nuestra.

—Habrá quien considerará esta decisión como un desafío a la autoridad de Malekith —observó Eoloran—. Si perdemos la confianza de nuestro príncipe, nos quedaremos sin nada.

—Desconocemos los consejos que recibe Malekith —dijo Alith, que fue a sentarse en una butaca frente a su abuelo y se inclinó hacia él con el semblante serio—. Aunque todavía mantengamos la fe en Malekith, ¿estáis seguro de que le cuentan la verdad? ¿Acaso sus votos de honor no lo hacen susceptible a las mentiras inventadas por los demás? Si bien Bel Shanaar es un aliado incierto, Malekith no ha demostrado ser un gobernante digno de confianza.

—¿Y qué ocurre con Ashniel y la boda? —preguntó Maieth—. Caenthras no ha descartado la unión de ambas casas. Si su postura contra nosotros fuera tan tajante, no permitiría que Ashniel se casara contigo. Aún hay un rayo de esperanza, Alith. Tengo miedo de que peligre la alianza con los Moranin si implicas al Rey Fénix. Caenthras siempre ha abogado enérgicamente por la independencia de Nagarythe del trono del Fénix.

Alith meneó la cabeza con pesar y pronunció en voz alta una determinación que lo había atormentado desde la partida de Ashniel.

—No habrá boda. Caenthras nos dice una cosa a la cara, pero estoy convencido de que ha puesto a Ashniel contra mí. Se mueve por la delgada línea que separa la amistad de la hostilidad; no quiere asociarse abiertamente con los Anar, pero desea mantener vivo un sutil nexo de unión con nosotros por si acaso nos necesitara. Si yo fuera a Anlec, sería como una mosca que se arroja a la telaraña. No puedo ir allí, y mi negativa implica una desconsideración a la Casa de Moranin y proporciona mayores motivos a Caenthras para la aversión que ya nos profesa. Me pregunto cuánto tiempo llevan enfrentados nuestros objetivos. Me parece que se ha posicionado de manera que saldrá beneficiado de lo que quiera que sea que nos depare el futuro.

—Lo siento, Alith —dijo Maieth. Se acuclilló junto a su hijo y le acarició el pelo. Una lágrima le recorría la mejilla.

Alith se inclinó, le dio un beso en la cabeza y la ayudó a ponerse de pie.

—Me siento como si todo este tiempo hubiera tenido una venda en los ojos. Pero ahora veo la luz —dijo el joven—. Aunque amo a Ashniel, ahora comprendo que mis sentimientos nunca fueron correspondidos. Nuestra relación no era más que una conveniencia política tramada por Caenthras y diligentemente ejecutada por ella. La vi el día que partió y no atisbé en ella una sola muestra de pesar por nuestra separación. Lo que consideraba una cualidad serena de su nobleza no era más que una actitud fría y distante.

Alith sintió como crecía su bochorno hasta transformarse en ira. Se levantó de la butaca con lo puños apretados.

—Debía creerse muy lista cuando el necio Anar acudía presto a la mínima insinuación, como un halcón a su amo —masculló—. Ha jugado conmigo como si fuera un estúpido, y sin duda, yo hacía muy bien el papel. He releído las cartas que me envió y he repasado las conversaciones que mantuvimos y siempre era yo quien daba muestras de afecto, ¡mientras que su amor sólo era el producto que mi imaginación había creado para contentarme! Estoy convencido de que se vale de las historias de su sumiso príncipe para entretener a sus doncellas de Anlec. ¡Les contará que con un leve tirón de riendas iré corriendo a su lado!

Maieth abrazó a Alith y le acarició la espalda. El joven se dejó confortar por el amor de su madre unos instantes, y luego se separó delicadamente.

—Aunque he sido engañado no es el resentimiento lo que me empuja hacia el Rey Fénix —dijo Alith—. Creo que el peligro que corre la Casa de Anar es real, y no tardará en materializarse.

—¿Qué tipo de peligro? —preguntó Eothlir—. ¿Cómo lo sabes?

—En primer lugar, debo aclarar que no puedo revelaros la fuente de la información —dijo Alith, levantando la mano cuando Eothlir abrió la boca para protestar—. He dado mi palabra. Pero si confiáis en mí, tened la certeza de que lo que voy a contaros es verdad.

—Siempre creeremos todo lo que digas, Alith —repuso Eoloran con el semblante preocupado—. Dinos lo que sabes.

—Ha habido manifestaciones en contra del arresto que Malekith ha ordenado contra la Casa de Anar.

—Todavía hay a quien podemos contar entre nuestros aliados —dijo Eothlir—. No entiendo qué…

—Los líderes de las sectas —le interrumpió bruscamente Alith—. Los sectarios fingen que formamos parte de su calaña, de modo que sufriremos la misma condena que ellos. Por los motivos que sean que escapan a su causa, los cultos alaban abiertamente a los Anar, y no existe defensa capaz de desbaratar las acusaciones que indudablemente ocasionará eso.

—No veo cómo puede ayudarnos Bel Shanaar —dijo Maieth—. ¿Por qué no creerá también él a nuestros enemigos?

—No hay ninguna garantía de que no sea así —admitió Alith—. Por eso debo encontrarme con él. Más vale presentarle un caso que ninguno.

Alith indicó a su madre que se sentara. Cuando ésta lo hubo hecho, se acercó a ella y apoyó las manos en sus hombros.

—Mi decisión es fruto de profundas consideraciones —explicó a su familia—. No sería inteligente que los tres señores de la Casa de Anar, el presente y el futuro de nuestro linaje, permanecieran retenidos en Elanardris. Uno de nosotros debe partir para que, en el caso de que algo ocurra, la causa de la familia pueda ser defendida más allá de estos muros. No podemos encomendar esta misión a un siervo, por muy leal que sea, pues quien suplique la ayuda del Rey Fénix debe encarnar una autoridad indiscutible de la casa. Yo estoy en la mejor situación para huir, eso está fuera de cuestión, pues Yeasir y sus soldados me permiten salir de caza sin custodia. No se alarmarán si tardo en regresar, así puedo ganar una ventaja de una jornada, quizá dos, respecto a la partida que envíen en mi persecución. Nadie más disfruta de esa libertad de movimientos. Cuando se percaten de mi ausencia, supondrán que he huido a Anlec, incapaz de esperar hasta la primavera para reunirme con Ashniel. —Hizo una pausa y lanzó una mirada elocuente a su padre y a su abuelo—. Si las cosas empeoraran en uno u otro sentido, también soy el más prescindible.

—¡Para mí eres imprescindible! —exclamó Maieth—. ¡Eres mi hijo y mi prioridad es tu seguridad!

—Ninguno de nosotros está seguro, madre —respondió con severidad Alith—. No sería propio de mí seguir aquí escondido a la espera de lo inevitable. La última vez que padecimos el yugo de Anlec sólo resistimos los ataques del enemigo por la fuerza de nuestras alianzas. Esta vez los Anar están condenados a luchar en solitario si no conseguimos ayuda en otro lado.

Eoloran y Eothlir se miraron y supieron la opinión del otro por la expresión de los rostros. Eoloran tomó la palabra en primer lugar. Se puso en pie y agarró a Alith del brazo.

—Es inútil lamentarse por lo que no se puede cambiar, y no puedo objetar un ápice tu razonamiento. Escribiré algunas cartas de presentación dirigidas a Bel Shanaar. Hace mucho tiempo que nos conocemos, aunque han pasado siglos desde que hablamos por última vez. Estoy seguro de que el Rey Fénix te escuchará con atención; sin embargo, soy incapaz de predecir su respuesta.

—No seas directo —le advirtió Eothlir—. Morathi merodea por Tor Anroc y, a pesar de estar encarcelada, seguramente tendrá espías rondando. Si el Rey Fénix decide ayudarnos, habrá que mantenerlo en secreto todo el tiempo que sea posible. Ahora entiendo el regreso sin previo aviso de Malekith, ya que el factor sorpresa es una de las armas más poderosas a las que todavía podemos confiarnos.

—¿Cuándo piensas partir? —preguntó Maieth—. Dime que no te irás enseguida.

—Dentro de un día, dos a más tardar. Yeasir todavía no ha recibido noticias sobre el apoyo que nos brindan las sectas, pero pronto lo hará, y su reacción es imprevisible.

—Yeasir y sus docenas de caballeros no suponen una amenaza —dijo Eothlir—. Llegado el caso no sería difícil escabullimos de su vigilancia.

—¡No! —espetó Eoloran—. Nuestro comportamiento debe ser intachable, aun cuando nadie nos crea. Yeasir se encuentra aquí cumpliendo una disposición legal, y así lo hemos aceptado. No debemos hacer nada que eche leña al fuego de las sospechas.

—¿Cómo recibiremos tus noticias? ¿Cómo nos comunicaremos? —preguntó Maieth—. ¿Podemos confiar en algún mensajero?

—Hay alguien en quien podría confiar, pero de momento no puedo decir su nombre —respondió Alith, que se volvió a Eoloran—. Si finalmente viene, lo conoceréis, y tendréis que confiar en él, pues yo lo hago. No puedo deciros más.

Maieth estrechó a su hijo entre sus brazos una vez más, conteniendo los sollozos.

—Escribiré esas cartas —dijo Eoloran, haciendo una reverencia antes de abandonar la cámara.

Eothlir pasó los brazos alrededor de los hombros de su esposa y de su hijo, y compartieron un rato de silencio.

* * *

Pasaron tres días hasta que Alith estuvo preparado para partir rumbo a Tor Anroc. Sus excursiones de caza no levantaban sospechas entre los guerreros de Anlec, de modo que aprovechaba esas salidas para hacer acopio de víveres y ropa en una de las cuevas de vigilancia de la cordillera. La séptima mañana después de su encuentro con Elthyrior, Alith estaba listo para emprender el viaje.

No se despidió de su familia, pues ya se habían despedido con anterioridad en varias ocasiones. Una vez tomada la decisión de partir, la ansiedad se apoderó de Alith, tanto por motivos prácticos, ya que el tiempo estaba empeorando, como por las ganas de actuar contra las fuerzas que se habían alineado contra la Casa de Anar. Sin embargo, no salió a primera hora y mantuvo la rutina de dirigirse a las montañas a media mañana. Los nubarrones encapotaban el cielo, aunque la nieve había dado una tregua los últimos días. Según abandonada la mansión, vio a Yeasir con sus caballeros, que formaban en el jardín para la revista, y le saludó alegremente con la mano; enfiló hacia el este a través de los jardines y salió por la puerta de la verja que cercaba la alfombra de césped por la vertiente más elevada.

Una vez liberado de las miradas de Yeasir y sus guerreros, Alith torció al sureste y se encaminó directamente a la gruta que había utilizado como escondrijo de sus provisiones. Ya era pasado el mediodía cuando llegó al desocupado puesto de vigilancia. Nevaba copiosamente; las ráfagas de nieve cortaban el aire, y Alith apenas vislumbraba lo que le esperaba a una docena de pasos. El viento le azotaba la capucha y la capa grises, y le impelía la larga cabellera contra el rostro, y los copos de nieve se acumulaban sobre su abrigo de cazador forrado de piel. Caminaba con paso firme a través de la nevisca hacia el sur, con las botas cubiertas por una copa de hielo. Echó un vistazo atrás y vio que la nieve cubría las huellas tenues que iban dejando sus ligeras pisadas. Se sonrió con la sensación de libertad recobrada, aupó la mochila un poco más en los hombros y apretó el paso.

Siguió nevando sin tregua todo el día y la noche siguiente. Alith sólo se concedía breves descansos en la marcha; se resguardaba bajo salientes y desfiladeros escarpados, bebía agua especiada de su cantimplora y comía un poco de la carne de conejo y ave que había cocinado el día anterior y que llevaba cuidadosamente envuelta. Mientras la luz crepuscular libraba su lucha con las nubes impenetrables, Alith buscó un lugar donde pasar la noche.

Tras una prolongada búsqueda encontró un pequeña arboleda montaña abajo; trepó a uno de los pinos centenarios y, en un abrir y cerrar de ojos, montó un rudimentario techo de ramas. Protegido del grueso de la nieve, se sentó con la espalda apoyada al tronco y las piernas estiradas a lo largo de una rama y se sumió en un duermevela.

* * *

Despertó antes del amanecer, e inmediatamente advirtió que estaba siendo observado. Entreabrió los ojos y descubrió un cuervo posado en la punta de la rama. Se le dibujó una sonrisa irónica en los labios, abrió completamente los ojos y buscó a Elthyrior.

El heraldo negro estaba en cuclillas sobre la nieve, ligeramente apartado del árbol, avivando el fuego de una pequeña hoguera; un hilito de humo ascendía entre el ramaje. Elthyrior levantó la mirada cuando Alith se puso de pie.

—Me alegra ver que no se hace oídos sordos a mis advertencias.

—Os pido disculpas si fui brusco en nuestro último encuentro —dijo Alith, saltando del árbol—. A menudo sabe uno que algo va mal, pero se niega a reconocer la verdad. Yo ya sabía que las cosas se habían torcido con Ashniel, pero no quería creerlo. No deberíamos matar al mensajero porque las noticias sean malas.

Elthyrior le hizo un gesto para que se acercara.

—¡Ojalá portara buenas nuevas de vez en cuando!, pero la tarea de los heraldos negros no es trasladar felicidad. Nuestra orden se fundó en tiempos de guerra y penurias, de modo que tenemos la vista y el oído preparados para aquello que acarrea desgracia, nunca júbilo.

—Debe ser una labor muy solitaria —comentó Alith, agachándose junto al fuego. De pronto, le asaltó un temor—. ¿Es seguro encender fuego? Podrían descubrir el humo.

—No hay nadie para verlo, aquí no —respondió Elthyrior—. Habéis elegido bien manteniendo una ruta por cotas altas. ¿Cuál es vuestro destino a partir de aquí?

—Pensaba continuar dirección sur dos días más, hasta llegar al Naganath; luego seguir el curso del río hacia el oeste, y de nuevo torcer al sur, hasta Tor Anroc.

—No os lo aconsejo —aseveró Elthyrior, meneando la cabeza—. Bel Shanaar tiene su ejército destacado en el Naganath, vigilando la frontera. Os descubrirían antes de que llegarais a Tor Anroc. Si os capturaran cruzando la frontera desde Nagarythe, os detendrían y os conducirían hasta Bel Shanaar a la vista de todos.

Alith maldijo discretamente.

—No conozco Tiranoc. Y hablando del tema, me parece una quimera llegar hasta el Rey Fénix sin despertar sospechas. Aun si consigo llegar a la ciudad, ¿cómo contactaría con Bel Shanaar?

—No tengo la respuesta para la segunda pregunta, pero en cuanto a la primera, os aconsejaría que siguierais hacia el sur hasta llegar al Paso del Águila. Desde allí giráis al oeste y seguís hasta Tor Anroc. Sólo unos días al sur el tiempo es mucho más benigno y a estas alturas del año todavía hay viajeros que cruzan la frontera entre Ellyrion y Tiranoc. No os garantizo que paséis desapercibido, pero si llegáis desde el este, llamaréis menos la atención que si lo hacéis desde el norte.

—Gracias. No sé cómo sobreviviría si no estuvierais vos para guiarme.

—En ese caso, tenéis que saber que no debéis encomendaros a mí —dijo Elthyrior. Su tono era sosegado, pero severo—. No sois mi única preocupación, y ya sois adulto. Soy vuestro aliado, pero no puedo ser siempre vuestro custodio ni vuestro guía. Conocéis las decisiones que debéis tomar, pero os pasáis la vida luchando con vos mismo. Confiad en vuestro instinto, Alith. Morai-Heg se comunica con todos nosotros a través de los sueños y los sentidos. Si no queréis confiar en ella, y son muchos los que sabiamente no lo hacen, tendréis que encontrar quien la sustituya y cuya luz sigáis de buen grado.

Alith meditó en las palabras del heraldo mientras se calentaba las manos en la hoguera.

—No habéis respondido a mi cuestión —replicó Alith—. ¿Os sentís solo?

Como si se tratara de una respuesta, el cuervo graznó, planeó hasta el hombro de Elthyrior y se cobijó entre las plumas de cuervo que componían la capa del heraldo.

—La soledad es un lujo que sólo se permiten quienes disponen de tiempo —contestó Elthyrior—. Algunos llenan su vacío con la cháchara de la muchedumbre que los rodea. Otros lo ocupamos con un empeño superior, más reconfortante que la compañía de cualquier mortal.

—Respondedme otra cosa —dijo Alith, aprovechando el momento de camaradería que se había creado entre ambos—: ¿habéis amado alguna vez?

—A mi familia le arrebataron la capacidad de amar en los tiempos de Aenarion —respondió Elthyrior con el semblante impertérrito—. Quizá la recupere antes de morir, pero lo dudo. Poco amor habrá para nadie en los próximos años.

—¿Por qué? ¿Qué habéis visto?

—Sueño con llamas negras —respondió Elthyrior, mirando fijamente el fuego.

Cuando se volvió de nuevo a Alith, el príncipe Anar se estremeció a causa de la mirada gélida de aquellos ojos esmeralda.

—No es un buen presagio.

* * *

Elthyrior viajó hacia el sur en compañía de Alith buena parte del día siguiente y sólo se separó de él poco antes del crepúsculo.

—No puedo permitir que me encuentren al otro lado de la frontera con Tiranoc; creerán que soy un sectario. Mi compromiso es con la seguridad de Nagarythe y en sus límites son más eficaces mis poderes. A partir de aquí no os será difícil encontrar el camino hasta el Paso del Águila.

Casi al mismo tiempo que se separaron cesó de nevar y Alith siguió en dirección sur mientras anochecía; la marcha transcurría sin dificultad. El camino que siguió le obligó a cruzar varios arroyos y un río ancho: la cabecera del Naganath, que marcaba la frontera entre Tiranoc y Nagarythe. Pasar a la otra orilla significaba abandonar los dominios del príncipe Malekith y penetrar en el reino de Bel Shanaar. A todos los efectos, estaba en tierra extranjera.

Hacia poniente el cielo estaba despejado y en las llanuras, a muchos kilómetros de distancia, distinguió los destellos de las hogueras de campaña; los ejércitos del Rey Fénix vigilaban a su vecino. Al parecer a Bel Shanaar no lo convencían del todo los veinte años de paz que habían seguido al regreso de Malekith. Alith empezaba a compartir sus dudas.