3: El regreso del príncipe

TRES

El regreso del príncipe

Había pasado cerca de un año desde el ataque a la residencia de la Casa de Anar. Innumerables días de actividad frenética y tensión, pues Eoloran y Eothlir temían que los guerreros de Anlec lanzaran una ofensiva en cualquier momento y cayeran sobre Elanardris antes de tener listas las defensas. Los jinetes viajaron raudos a todos los rincones del reino de los Anar, visitando a los príncipes de menor rango y a sus pares con el fin de congregar a los soldados en la vetusta mansión y realizar los preparativos para la contienda. Otros príncipes, los de la Casa de Atriath y la Casa de Ceneborn, ambos largo tiempo aliados de los Anar, eligieron Elanardris para dejar claro su desafío a Anlec.

Los temores de la Casa de Anar no se cumplieron y las amenazas de Heliocoran nunca se materializaron. Durante el verano, el otoño y la primavera siguientes, las tropas leales a Eoloran fueron llegando y acampando en las colinas que rodeaban la residencia, hasta alcanzar un número de unidades cercano a las diez mil. El estandarte de la Casa de Anar —el ala dorada de un grifo sobre un fondo blanco— ondeaba en lo alto de la residencia, junto con los emblemas de los regimientos que habían acudido a la llamada de su señor.

Sin embargo, Alith se hallaba profundamente decepcionado. Nada menos que la mitad de las tropas no habían respondido a la llamada a las armas. En numerosas ocasiones los mensajeros habían sido enviados de regreso con una respuesta de rechazo a cualquier acción en contra de Anlec. Este hecho también afligía a Eothlir, pues Alith se percataba del gesto de contrariedad que adquiría el rostro de su padre cada vez que llegaba algún heraldo con este tipo de nuevas.

Alith, al igual que Eothlir y otros elfos, intuía que los nobles disidentes habían sucumbido al chantaje y las amenazas de Morathi. Resultaba imposible adivinar si el papel que iban a desempeñar en el conflicto se limitaba a mantenerse al margen de la situación o si, por el contrario, formaban parte activa de una trama más tenebrosa y aún por descubrir. ¿El propio pueblo de Eoloran osaría volverse contra él? ¿Se levantaría en armas contra su antiguo señor? Esa incertidumbre era el tema central de las asambleas de los Anar mientras ultimaban los preparativos. ¿De dónde provenía la mayor amenaza, de las legiones de Anlec o de los vecinos traidores?

* * *

El gran salón de Elanardris estaba atestado de príncipes y señores elfos que discutían acaloradamente. Alith se había sentado en el rincón más cercano a la chimenea vacía, ajeno al parloteo que lo envolvía, hasta que oyó a su abuelo alzando la voz en demanda de silencio.

—¡No os he pedido que vengáis para que os peléis entre vosotros! —declaró Eoloran.

Estaba sentado a una mesa al otro lado del salón y flanqueado por Eothlir y Caenthras. A su espalda permanecían de pie varios príncipes naggarothi.

—Ya tenemos suficiente con las divisiones actuales en Nagarythe como para añadir otras nuevas.

—¡Exigimos que se tomen medidas ya! —gritó un elfo, un noble menor del sur de Nagarythe llamado Ytrian—. ¡Morathi nos ha robado las tierras y nos ha expulsado de nuestros hogares!

—¿Y quién se atreve ahora a exigir? —preguntó con severidad Caenthras—. ¿Los que no se opusieron a los cultos que estaban floreciendo ante sus narices? ¿Los que no movieron un dedo mientras los agentes de Morathi menoscababan sus derechos como señores? ¿Dónde estaban esas exigencias de justicia hace un año, cuando Morathi acusó de traición a la Casa de Anar?

—Carecemos de los medios para defendernos —apuntó Khalion, cuyos dominios compartían frontera con Elanardris al oeste—. Depositamos nuestra confianza en las casas principales, a las que hemos sustentado con tributos y tropas durante siglos. Ahora ha llegado el momento de que se nos devuelva ese apoyo.

—¿Habláis de guerreros y tropas? —dijo riendo Eoloran, haciendo callar a todos los presentes—. ¿Queréis que marche a Anlec y derroque a Morathi?

Se oyeron algunas voces que pedían exactamente eso. Eoloran alzó una mano pidiendo silencio.

—No hay forma de que nuestros ejércitos puedan plantar cara a las fuerzas de Anlec —confesó el señor de la Casa de Anar—. Es imposible enfrentarse a una tierra infestada de sectarios hostiles y ciudadanos cautivados por el poder de Morathi. Os he ofrecido asilo a todos, y no os pido nada a cambio. Pero tampoco puedo garantizaros nada. Durante el último año, Morathi se ha conformado con permitir que los acontecimientos siguieran su curso y que las familias principales cargaran con la convulsión de las casas menores, consciente de que cuanto mayor sea su fuerza, menor será nuestra capacidad para actuar.

Eothlir se puso en pie y miró con gravedad a los nobles congregados.

—Si Morathi hace un movimiento más explícito contra nosotros, lucharemos —anunció—. De lo contrario, no iniciaremos una guerra contra Anlec. No podemos y no lo haremos. Los territorios montañosos todavía son un refugio seguro para todo aquel que huya de la tiranía de Morathi. Nos mantendremos firmes. No es propio de la Casa de Anar echar por tierra las esperanzas de futuro mediante una acción precipitada. Tenemos fe en Malekith y esperaremos su regreso. Bajo su mando se restituirán todos vuestros títulos y derechos, y la protección que recibiréis será de vuestra entera satisfacción.

—¿Y eso cuándo ocurrirá? —preguntó Ytrian—. ¿Alguno de los presentes ha tenido noticias del príncipe Malekith en los últimos años? A él no le preocupan nuestros males; dudo incluso de que conozca su existencia.

Esa afirmación desencadenó una nueva ronda de gritos y reproches. Alith se levantó suspirando y abandonó sigilosamente el salón. Las disputas se habían prolongado durante las cuatro estaciones desde el enfrentamiento con Heliocoran. Los Anar habían estado esperando un ataque que nunca había llegado y durante todo un año habían patrullado las fronteras y habían acogido a quienes huían de la difícil situación que asolaba el resto de Nagarythe. Al parecer, la autoproclamada reina de Anlec se contentaba con que sus enemigos se cobijaran en las montañas. A Alith le irritaba aquella inactividad, pero comprendía que poco podían hacer los Anar para organizar una ofensiva contra el poder que había acumulado Morathi.

Como tenía por costumbre cuando estallaban aquellas encendidas asambleas, Alith dejó a los nobles con sus discusiones y se encaminó a sus aposentos en busca del arco y las flechas. Ansioso por un poco de soledad, salió de la residencia familiar y ascendió a las montañas. No sabía qué buscaba exactamente, así que siguió de manera arbitraria las viejas rutas de caza que se adentraban en terreno montañoso hacia el este.

Su mayor aflicción se debía a lo poco que había visto a Ashniel durante el último año. Caenthras se había mostrado reacio a dejarla salir de los confines de su residencia, y Alith apenas había tenido la oportunidad de visitarla a causa de sus responsabilidades como heredero de la Casa de Anar. Cierto era que en sus aposentos tenía un baúl repleto de cartas remitidas por la muchacha, sin embargo, no hallaba consuelo en el educado afecto que expresaban.

El abatimiento y la ira pugnaban por apoderarse del joven elfo, que se sentó en una roca junto a un riachuelo rumoroso y dejó el arco en el suelo. Levantó la mirada al cielo estival, donde las nubes se deslizaban raudas ocultando fugazmente el sol. Todo había cambiado en un año y, no obstante, todo seguía igual, y no veía el modo de que la situación saliera de ese estancamiento; al menos, de una forma beneficiosa para los Anar.

Un destello blanco atrajo su mirada. Agarró el arco y se puso en pie. Arroyo abajo, en medio de un cúmulo de rocas y arbustos, distinguió la cabeza provista de cornamenta de un ciervo que se inclinaba sobre el agua. Era el mismo venado blanco que había visto en el exterior del santuario de Kurnous.

El joven avanzó sigilosamente por el margen del arroyo y se acercó al extraordinario animal serpenteando entre arbustos y rocas. El ciervo permanecía inmóvil en la orilla, había alzado la cabeza y ahora mantenía la mirada clavada en él. Alith retrocedió para ocultarse a la sombra de los árboles. El venado se dirigió al bosque sin inmutarse y con paso perezoso.

Alith lo siguió, guardando las distancias; con cuidado de no acercarse demasiado y asustar al animal, pero sin perderlo de vista. Llegaron a un pinar que se extendía al este, en un territorio todavía inexplorado por el joven heredero. Alith se percató de la escasez de puntos de referencia que marcaran el camino de regreso y, por un momento, temió extraviarse en la inmensidad del bosque. Sin embargo, la inquietud se esfumó de un plumazo cuando llegó a un claro, no demasiado extenso pero lo suficiente como para que el sol apareciera en el cielo, de modo que en cualquier supuesto Alith sería capaz de orientarse y encontrar la forma de volver a Elanardris, que se encontraba en dirección oeste.

El venado se detuvo en el claro y se solazó con el calor reconfortante de los rayos de sol. Alith se acercó un poco más y descubrió que la forma de la mancha negra en el pecho del animal no era arbitraria, pues se trataba de una representación rudimentaria de la runa de Kurnous. Sin lugar a dudas, el ciervo era una especie de augurio o guía enviado por el dios de los cazadores.

Como la vez anterior, el animal arrancó de manera repentina y huyó hacia el norte. Alith se enderezó y salió en su persecución, pero apenas había llegado al claro cuando el ciervo ya había sido engullido por las alargadas sombras del crepúsculo.

Alith se detuvo y paseó la mirada por el claro hasta detenerla en una sombra apostada bajo las copas de los pinos, al oeste. Sin pensárselo dos veces, ancló una flecha a la cuerda del arco y disparó a la figura. La sombra se bamboleó un instante, confundiéndose con la penumbra, y la flecha se perdió a toda velocidad en el bosque. Reapareció el extraño; esa vez se apreciaba mejor el contorno de su figura. En un abrir y cerrar de ojos, Alith armó el arco y disparó de nuevo, con el mismo resultado negativo. La silueta simplemente se había fundido con el entorno al paso del proyectil.

—¡Aguardad! —gritó en elfo la sombra. Su voz era cavernosa y con el acento del norte de Nagarythe—. No quisiera que siguierais malgastando vuestras refinadas flechas.

Alith no bajó la guardia, colocó otro proyectil en el arco y observó con cautela la tenebrosa figura mientras emergía a la luz del sol. Iba vestida toda de negro, con una capa y una capucha de plumas que le ocultaban el cuerpo y la cabeza. Mostró las palmas desnudas de las manos y se echó atrás la capucha.

La piel del elfo era blanca como la nieve y el sol hacía brillar sus ojos como esmeraldas. Su rostro quedaba enmarcado por una larga melena negra libre de lazos y aros. El extraño avanzaba lentamente, con una expresión solemne en el rostro y con las manos alzadas en señal de paz. Los ágiles ojos de Alith enseguida se percataron de la vaina vacía prendida del cinturón del elfo, pero el joven heredero no aflojó la tensión del arco.

—Alith, hijo de Eothlir, heredero de la Casa de Anar —dijo el extraño, en voz baja y sosegada—. Me llamo Elthyrior y porto importantes noticias.

—¿Por qué iba a escuchar a un elfo que se ampara en las sombras y me asedia como si yo fuera su presa? —replicó Alith.

—Sólo puedo ofreceros mis disculpas y esperar vuestra indulgencia —respondió Elthyrior, bajando los brazos y pegándolos a los costados—. No he estado espiándoos por maldad, sólo os observaba y velaba por vuestra seguridad.

—¿Qué hacia peligrar mi seguridad? ¿Quién sois?

—Ya os lo he dicho. Me llamo Elthyrior. Soy uno de los heraldos negros y fui enviado por mi señora para observaros.

—¿Señora? ¡Si sois uno de los asesinos de Morathi, marchaos y dejadnos resolver el asunto a nuestra manera!

—Es a Morai-Heg a quien debo lealtad, no a la reina bruja que se sienta en el trono usurpado de Anlec —respondió Elthyrior—. Una noche, hace muchos años, antes de que nacierais, la diosa cuervo apareció en mis sueños. Me mandó a las montañas a buscaros, a vos, el hijo de la luna y del lobo, el heredero de Kurnous, quien será coronado rey en las sombras y de quien dependerá el futuro de Nagarythe.

Alith meditó las palabras del heraldo, pero apenas le decían nada. En la mitología no existía ningún hijo de la luna y del lobo. Lileath y Kurnous se habían separado antes de concebir descendiente alguno. Y tampoco conocía a otro rey que no fuera Bel Shanaar.

—No entiendo qué os hace pensar que es a mí a quien debíais buscar. ¿Qué mensaje me traéis de la ancestral diosa? ¿Qué destino ha vaticinado para mi linaje?

Elthyrior guardó silencio unos momentos y siguió avanzando como un espectro hacia Alith, hasta detenerse a un par de pasos de la punta de la flecha del joven elfo.

—Mi mensaje no proviene de la Reina de los Cuervos, sino del príncipe Malekith.

* * *

Las nubes se habían concentrado en la cima de la montaña y habían ocultado el sol, por lo que la temperatura del viento había bajado. Alith clavó la mirada en Elthyrior tratando de descubrir alguna intención maligna. El heraldo negro le devolvía la mirada sin hostilidad, aguardando la respuesta del muchacho. Ambos permanecieron así unos instantes; Alith mirando con recelo a Elthyrior.

—¿Habéis hablado con el príncipe Malekith?

—Anoche, en la frontera norte de Tiranoc, junto al río Naganath —contestó Elthyrior.

—No me cabe duda de que si el regreso del príncipe se hubiera producido, ya nos habríamos enterado —repuso Alith, con el ceño fruncido.

—Su retorno se ha mantenido en secreto, al menos así cree su alteza —dijo Elhtyrior—. A estas horas está marchando hacia el norte para recuperar Anlec.

—¡Entonces, los Anar y sus aliados marcharán con él!

—No —dijo el heraldo, meneando la cabeza con aflicción—. Morai-Heg me ha mostrado algo de lo que está a punto de ocurrir. Malekith nunca llegará a Anlec. Todavía no está preparado para recuperar sus tierras del poder de su madre.

—Quizá con nuestra ayuda… —empezó a decir Alith.

—No —le interrumpió Elthyrior—. Todavía no es el momento. Todos aquellos en Nagarythe que verán a Malekith restaurado en el trono se encuentran en Elanardris, pero la esperanza de que asistan a ello se esfumará si emprenden ahora la marcha hacia Anlec.

—No me corresponde a mí tomar esa decisión. ¿Por qué habéis acudido a mi encuentro, entonces?

Elthyrior ya se había dado media vuelta para alejarse, pero se detuvo, se volvió de nuevo a Alith y le arrojó una mirada penetrante.

—Voy donde me ordenan, si bien no soy sabedor de todos los motivos —respondió suavemente el heraldo—. Hay un papel reservado para vos en este asunto, pero no puedo deciros cuál es. Es posible que ni siquiera el destino lo tenga claro aún, o quizá seáis vos quien deba decidirlo. No puedo pediros que confiéis en mí, pues no me conocéis. Lo único que puedo hacer es transmitiros la advertencia que se me comunicó para que no marchéis con Malekith. Sin embargo, no podéis decir que esas palabras provienen de mí.

—¿Me dais esta información y esperáis que no la divulgue? Mi padre y mi abuelo deberían conocerla.

—Vuestro abuelo no siente mucho aprecio por mis camaradas y menos aún por mí —repuso Elthyrior—. Las palabras que salen de mi boca serían veneno para sus oídos, pues todavía me culpa de la muerte de vuestra abuela.

—¿Mi abuela?

—Eso no importa ahora —insistió el heraldo—. Sólo tenéis que saber que mi presencia no es bienvenida en Elanardris, y tampoco lo serán mis palabras. La Casa de Anar no debe marchar todavía. Ya llegará vuestro momento.

Elthyrior se percató del conflicto que atenazaba a Alith y se inclinó hacia él con un interés franco.

—¿Podéis jurar que todos los que viven al amparo del estandarte de los Anar son dignos de confianza? —inquirió el heraldo negro.

Alith meditó la respuesta y tuvo que reconocer, no sin dolor, que sinceramente no podía asegurar que no hubiera agentes de Anlec en Elanardris. Era tal el número de nobles refugiados —más sus familias— que no se podía estar seguro de nada. Elthyrior leyó la consternación en el rostro de Alith.

—Si no os valen las razones que os he dado, que sea el secretismo deseado por Malekith lo que os haga guardar silencio. Muy pronto vuestra familia recibirá estas mismas noticias, pero dejad que sean de otro los labios que se las transmitan. Si el príncipe no quiere que se anuncie su regreso, es nuestra misión cumplir sus deseos. Cualquier advertencia que reciban nuestros enemigos podría volver la situación en contra nuestra. Os he dicho todo esto únicamente para que guiéis a vuestra familia en la toma de la decisión correcta.

Alith sacudió la cabeza y se quedó con la mirada clavada en los pies mientras ordenaba sus pensamientos.

—¿Cuándo…? —empezó a decir, pero al alzar la mirada Elthyrior había desaparecido.

No había ni rastro del heraldo negro, sólo sombras que se extendían bajo los árboles y un cuervo solitario graznando en la punta de los pinos.