VEINTIDÓS
Giran las ruedas del poder
Tal como Morathi había predicho, la alegría fue enorme cuando las noticias de la victoria de Malekith se difundieron por toda Ulthuan. Una vez que Anlec estuvo totalmente dominada, el príncipe partió hacia Galthyr para poner fin al asedio que perseveraba en la ciudad. Los oficiales naggarothi rebeldes se arrojaron a los pies de Malekith suplicándole clemencia e hicieron nuevos juramentos de fidelidad al príncipe. En cumplimiento de una orden secreta de Morathi, la mayoría de los adeptos de las sectas desaparecieron en los bosques y sus líderes se confundieron con el pueblo de Nagarythe. El príncipe Malekith informó al resto de gobernantes de Ulthuan que el restablecimiento del orden en su reino iba por buen camino, y a lo largo y ancho de la isla se celebraron banquetes para festejar la buena nueva.
Malekith escoltó a Morathi hasta el sur de Tor Anroc, acompañado por los tres magos de Saphery —Thyriol, Merneir y Eltreneth—, como medida de protección contra la brujería de la profetisa. En una elocuente muestra de humildad, Malekith atravesaba pueblos y ciudades de incógnito para evitar a su madre las represalias de los elfos que habían sufrido los estragos de la esclavitud.
Muchos días después de la partida de Anlec, llegaron a la ciudadela del Rey Fénix, que en ese tiempo era un inmenso palacio con un centenar de cámaras y cincuenta torres que se erigían en espiral. Ataviados con capas negras, Malekith y sus acompañantes cruzaron la puerta de entrada, fueron recibidos por Palthrain, No intercambiaron ninguna palabra pues todo había sido, dispuesto de antemano. El chambelán hizo un gesto al reducido grupo invitándoles a adentrarse en los largos pasillos y galerías abovedadas que conducían al corazón del palacio, donde se encontraba la sala del trono de Bel Shanaar.
El suelo estaba recubierto con baldosas de oro blanco y en las paredes colgaban seiscientos tapices que representaban paisajes del vasto imperio elfo. Malekith se quitó la capucha y a su alrededor todo estaba bañado por el brillo perlado de los faroles mágicos diseñados por los enanos. El príncipe y su séquito atravesaron a grandes zancadas la sala y se detuvieron ante Bel Shanaar, que permanecía sentado en su trono enfrascado en sus meditaciones. Imrik estaba junto a él, así como Bathinair, Elodhir, Finudel y Charill.
—Rey, príncipes —dijo Malekith—. Hoy es un día portentoso, pues como juré, os traigo a la reina bruja de Nagarythe, mi madre, Morathi.
Morathi se despojó de la capa y se mostró ante sus jueces. Llevaba un vestido holgado azul, el pelo recogido con zafiros resplandecientes y los párpados maquillados de azul. Por todos sus poros rezumaba su condición de reina derrotada, abatida pero impenitente.
—Comparecéis ante nosotros bajo la acusación de hostigar la guerra contra el Rey Fénix y los reinos de los príncipes de Ulthuan —declaro Bel Shanaar.
—No fui yo quien inició los ataques en las fronteras de Nagarythe —replicó de forma pausada Morathi, cuya mirada se posó sucesivamente en los ojos de los príncipes—. No fue Nagarythe la que buscó la guerra con el resto de reinos.
—¿Os consideráis una víctima? —preguntó riendo Finudel—. ¿Nuestra víctima?
—Ningún gobernante de Nagarythe es víctima —aseveró Morathi.
—¿Negáis que los cultos del exceso y del lujo que asolan nuestro imperio os juraron lealtad?
—Juraron lealtad a los cytharai —dijo Morathi—. No podéis procesarme por la existencia de los cultos cuando vosotros no sois juzgados como responsables de los actos perpetrados por los elegidos de Asuryan.
—¿Admitís al menos la naturaleza pérfida de vuestras intenciones? —preguntó Elodhir—. ¿No es cierto que conspirasteis contra mi padre con la intención de menoscabar su autoridad?
—No hay una figura que tenga en mayor consideración que la del Rey Fénix —afirmó Morathi, con la mirada fija en Bel Shanaar—. Ya expresé mi opinión en el Primer Consejo y los demás decidieron ignorar mi sabiduría. Mi lealtad es para con Ulthuan, y la prosperidad y la fuerza de su pueblo. No cambio de opinión caprichosamente y mis reservas todavía no se han disipado.
—Es una víbora —gruñó Imrik—. No puede continuar con vida.
Morathi se echó a reír, y su risa desdeñosa resonó amenazadoramente por toda la sala.
—¿Quién quiere ser recordado como el elfo que mató a la reina de Aenarion? —preguntó la profetisa—. ¿Cuál de los poderosos príncipes aquí reunidos reclamará ese honor?
—Yo —respondió Imrik, llevando la mano a la empuñadura de plata de la espada prendida a su cintura.
—No puedo aprobar esto —aseveró Malekith, adelantándose para cubrir a su madre.
—En esta misma sala me jurasteis que estabais preparado para este desenlace —apuntó Bel Shanaar—. ¿Renegáis ahora de vuestro juramento?
—No, en la misma medida que tampoco reniego del juramento que hice de mostrarme clemente con todo aquel que me lo suplicara —dijo Malekith—. La muerte de mi madre es innecesaria. Derramar su sangre sólo obedecería al propósito de saciar la sed de venganza del pueblo de Caledor.
—Se trata de justicia, no de venganza —dijo Imrik—. Sangre por sangre.
—Viva siempre supondrá una amenaza —señaló Finudel—. No podemos confiar en ella.
—Eso no puedo decidirlo yo —dijo Malekith, dirigiéndose a los príncipes. Luego, se volvió al Rey Fénix—. Eso no lo decidiré yo. Que sea Bel Shanaar quien tome la decisión. La voluntad del Rey Fénix es más importante que los juramentos de un príncipe. ¿Será que las palabras del hijo de Aenarion no tienen ningún valor? ¿O existe la posibilidad de que en los príncipes de Ulthuan todavía haya la nobleza que requieren la compasión y el perdón?
Bel Shanaar miró con acritud a Malekith, consciente de que todo lo que estaba ocurriendo allí llegaría, tanto por medios secretos como abiertamente, a los oídos del pueblo de Ulthuan. Malekith estaba poniendo a prueba su juicio, y cualquier decisión que tomara dañaría su reputación a ojos de todos aquellos que quisieran ver debilidad en su autoridad.
—Morathi no puede salir impune de sus delitos —dijo pausadamente el Rey Fénix—. No hay ningún lugar donde pueda ser exiliada, pues regresaría resentida y más ambiciosa que antes. Igual que ella esclavizó a sus víctimas, se la privará de libertad. Permanecerá en unos aposentos de este palacio custodiada día y noche. No recibirá ninguna visita salvo las permitidas expresamente por mí.
El Rey Fénix se puso en pie y miró fijamente a la sacerdotisa.
—Sabed, Morathi —dijo Bel Shanaar—, que la sentencia de muerte no ha sido conmutada de manera definitiva. Vuestra vida depende de mi voluntad. Si alguna vez os cruzáis en mi camino o intentáis minar mi autoridad, seréis ejecutada, sin juicio ni posibilidad de defensa. Vuestra palabra carece de valor, de modo que vuestra vida depende de vuestro buen comportamiento. Aceptad estos términos, o aceptad la muerte.
Morathi paseó la mirada por los príncipes congregados en la sala del trono y no vio más que odio en sus rostros, excepto en el de Malekith que se mantenía impertérrito. Eran como una manada de lobos que hubieran acorralado a un león herido y que sabían que debían matarla mientras tuvieran la oportunidad de hacerlo, si bien temían que a su presa todavía le quedaran fuerzas para responder al ataque.
—Vuestra petición es razonable, Bel Shanaar de Tiranoc —dijo finalmente—. Acepto convertirme en vuestra prisionera.
* * *
Una vez entregada Morathi, Malekith regresó a Anlec para proteger sus tierras de los insurrectos que continuaban diseminados por algunas zonas del reino. A primera vista el orden ya empezaba a imperar en la capital pero la verdad era que se habían desplegado agentes de Anlec hasta los lugares más recónditos de Nagarythe.
La sensación de seguridad en Ulthuan fue creciendo con el paso de los años, pero no era más que un espejismo alimentado por las maquinaciones de Malekith. Los adeptos a las sectas empezaron a reunirse de nuevo en grupos reducidos, tomando unas precauciones desconocidas hasta entonces. Los líderes de los cultos se comunicaban en secreto y los nuevos sumos sacerdotes emergieron en Anlec con otra apariencia, pues Malekith les dio cobijo en la corte disfrazados de consejeros y asesores, de modo que la amenaza de la exposición pública le aseguraba su lealtad.
Transcurrieron dos décadas relativamente pacíficas. Malekith viajaba menudo a Tor Anroc para departir con Bel Shanaar, y el príncipe de Nagarythe se reprendía su propio fracaso en la captura de los esbirros de su madre. Ofrecía toda la ayuda que podía al resto de los reinos y pasaba tanto tiempo en los palacios de sus pares príncipes como en Anlec, fomentando la armonía y la amistad.
Durante esos viajes también visitaba a su madre, supuestamente para asegurarse de su bienestar y aceptar una declaración de arrepentimiento que nunca se producía. En el vigésimo aniversario del encarcelamiento de Morathi cabalgó en solitario hasta Tor Anroc, y el Rey Fénix le concedió un encuentro privado con ella, que se produjo en los majestuosos jardines que se extendían en el centro del palacio de la capital. Los altos árboles los mantenían ocultos de la vista de los demás mientras paseaban por el verde y lozano césped, y el murmullo de las cincuenta fuentes se elevaba por encima de sus voces suaves.
—¿Cómo está comportándose Bel Shanaar con vos? —preguntó Malekith mientras caminaban con los brazos enlazados por la avenida de cerezos suntuosamente florecidos.
—Soporto lo que debo —respondió Morathi.
La sacerdotisa condujo a Malekith hasta un banco de madera y se sentaron uno junto al otro. Morathi posó una mano en la rodilla de su hijo, y éste otra en el hombro de su madre. Levantaron el rostro al cielo y permanecieron en silencio un rato, disfrutando de las caricias cálidas del sol.
—En Anlec todo va bien —dijo Malekith, rompiendo el silencio—. Mi clemencia se ha hecho célebre. Los adoradores de los cytharai exigen a los demás príncipes la misma oportunidad de arrepentimiento que os concedieron a vos. Viajan hasta Anlec, y yo escucho sus confesiones y sus disculpas.
—¿A cuántos cobijas? —preguntó Morathi.
—Varios miles, todos completamente leales a mí —respondió el príncipe, esbozando una sonrisa.
—Entonces, ¿estás preparado para actuar ya?
—Todavía no —dijo Malekith. Su sonrisa se desvaneció—. En la corte del Rey Fénix aún se me resiste Imrik.
—Nunca recuperarás a Imrik —aseveró Morathi—. No sólo es celoso, sino sagaz. Conoce tus intenciones, aunque no pueda probar nada.
—Nagarythe tampoco está unida todavía —dijo Malekith, meneando la cabeza con solemnidad.
—¿Cómo es posible?
—Aún hay algunos príncipes y nobles que recelan de mi poder —respondió Malekith—. Eoloran, de la Casa de Anar, es el cabecilla del grupo. Pretenden escindir sus territorios de las montañas de Nagarythe.
—En ese caso, Eoloran debe morir —afirmó Morathi con tono de eficiencia.
—No puedo matarlo —replicó Malekith—. Desde vuestro encarcelamiento, su influencia ha crecido considerablemente. No sólo alguno nobles naggarothi lo tienen en gran estima, también algunos oficiales de mi ejército están bajo su influjo. Sus tierras de ultramar son muy rentables, Antes de poder eliminarlo necesito que caiga en desgracia.
Morathi entornó los ojos y meditó en silencio unos instantes.
—Déjamelo a mí —dijo finalmente—. Cuando tengas vía libre, te enterarás.
—No os preguntaré qué planeáis. Sin embargo, no entiendo cómo os las arregláis para conseguir cualquier cosa desde aquí, a la vista y el oído de Bel Shanaar.
—Confía en tu madre —dijo Morathi—. Tengo mis medios.
El cielo empezó a encapotarse y una nube ocultó el sol. Madre e hijo regresaron al palacio sumidos en sus propios pensamientos, esa vez envueltos por la penumbra.
* * *
Tal como Morathi le había revelado, Imrik de Caledor albergaba profundas sospechas sobre las intenciones de Malekith y rechazaba todos sus intentos de alianza y camaradería. No obstante, no importaba, pues Malekith había difundido la idea —mediante sutiles rumores e insinuaciones arteras— de que Imrik estaba celoso de la popularidad del príncipe de Nagarythe. Malekith nunca habló abiertamente en contra de su opositor, es más, siempre tenía un halago en la boca para las acciones de Imrik y el calibre de su linaje. Incluso había llegado al punto de afirmar que sólo un revés del destino había privado al padre de Imrik de ser coronado Rey Fénix. De esa manera, bajo la apariencia de un cumplido, Malekith había conseguido el efecto que perseguía entre los demás príncipes —que siempre habían sentido celos del estatus de Caledor— y su comentario atizó las brasas del rumor de que Imrik se sentía agraviado porque el Primer Consejo no hubiera elegido a su padre.
* * *
Mil seiscientos sesenta y ocho años después de postrarse por primera vez ante Bel Shanaar, Malekith estuvo preparado para reclamar el Trono del Fénix. Necesitaba un catalizador que animara a los príncipes a pasar a la acción. Con una serie de acontecimientos cuidadosamente calculados, Malekith pretendía sumir Ulthuan en un nuevo caos, de modo que emergería de las llamas del conflicto y reclamaría lo que le correspondía por derecho de cuna.
Todo empezó de manera muy inocente, cuando se difundió la noticia de que los guerreros de Malekith habían arrestado a Eoloran al descubrirse que el señor de la Casa de Anar había sido corrompido por los adoradores de Atharti. Los sectarios se habían alzado desde sus escondrijos repartidos por toda Nagarythe y otros lugares de Ulthuan, supuestamente como respuesta a la detención de uno de sus líderes prominentes. Por otro lado, quienes ponían en duda los cargos presentados contra Eoloran mostraron su indignación y denunciaron la actuación de Malekith.
La confusión se apoderó de Nagarythe, pues las manifestaciones y contramanifestaciones se extendieron de ciudad en ciudad, y la violencia no tardó en hacer acto de presencia. Nadie podía decir a ciencia cierta quién la había empezado, pero los leales a la Casa de Anar y los adeptos a las sectas rápidamente entablaron una cruenta batalla. El resto de los príncipes observaban con incredulidad la vertiginosa caída en la anarquía de Nagarythe, donde el conflicto de lealtades alcanzaba tal magnitud que las familias estaban divididas y los hermanos luchaban en bandos opuestos. En medio de todo ese caos, daba la impresión de que Malekith estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para restaurar el orden, pero incluso sus ejércitos parecían fracturados en las distintas facciones que luchaban por el poder.
Las batallas que habían empezado en Nagarythe enseguida se propagaron a otras partes de Ulthuan, pues las sectas salieron de la sombra y atacaron a los príncipes. Las sangrientas guerras internas asolaron Ulthuan; ardieron palacios, y los ciudadanos morían asesinados en las calles. Malekith luchaba sin descanso para recuperar el control de su reino, pero su pueblo se había vuelto contra él, ya fuera por un motivo u otro. Se vio forzado a abandonar Anlec con unos pocos millares de soldados leales y solicitó asilo a Bel Shanaar.
* * *
Durante el otoño de ese mismo año, Malekith, que había sido acogido por Bel Shanaar en Tor Anroc, se presentó ante el Rey Fénix con una petición.
Estaban solos en la sala del trono, pues los príncipes de la corte habían regresado a sus reinos para intentar restablecer el orden.
—Quisiera enmendar mi error —dijo Malekith, con la cabeza inclinada ante el Rey Fénix.
—¿Qué error habéis cometido? —preguntó Bel Shanaar.
—En mi deseo de llegar a un entendimiento con los adoradores de los dioses prohibidos he permitido que se expandieran de manera furtiva y descontrolada —respondió Malekith—. He consentido que me enredaran en una maraña de mentiras y que me embaucaran para que creyera que la Casa de Anar era mi enemiga. Ahora las llamas del odio están arrasando Nagarythe, y yo he tenido que huir de mis tierras.
—¿Qué queréis que haga? —inquirió el Rey Fénix—. No puedo suplantaros y someter a vuestros súbditos.
—¡Ojalá pudiera restaurar la paz, apaciguar a mis despiadados enemigos y corregir mis errores! —dijo Malekith, levantando la mirada hacia los ojos inquisitivos de Bel Shanaar.
—Eso es lo que todos deseamos, sin duda. Sin embargo, no sólo porque lo deseéis puedo concedéroslo. Os lo vuelvo a repetir, ¿qué queréis que haga?
—Debemos permanecer unidos en esto —declaró Malekith con gravedad—. Los cultos afloraron en el pasado porque todos actuamos por nuestra cuenta. Una voz debe hablar en nombre de todos los príncipes. Todos los reinos deben aunar esfuerzos para derrotar esta tenebrosa amenaza.
—¿Cómo? —preguntó Bel Shanaar con el ceño fruncido.
—Los juramentos contra las sectas que pronunciamos en esta sala hace tantos años todavía son válidos. Los príncipes de Ulthuan aún comparten un mismo propósito en esta materia.
—Todavía no alcanzo a ver lo que queréis de mí —señaló el Rey Fénix.
—Debemos luchar como un solo ejército, al mando de un general —afirmó Malekith.
El príncipe se acercó con grandes zancadas a Bel Shanaar, cogió la mano del rey entre las suyas y clavó una rodilla en el suelo.
—Tal como hizo mi padre, el ejército de Ulthuan debe ser blandido como una sola arma. Hay que limpiar los reinos uno a uno, y esta vez ningún traidor debe escapar impune.
—Los ejércitos de Ulthuan no me pertenecen; no puedo ponerme al frente de ellos —respondió pausadamente Bel Shanaar—. Ya os he prometido el apoyo de Tiranoc, y mi opinión al respecto no ha cambiado.
—Todos han prometido su apoyo y están reuniendo sus ejércitos para sus propias guerras. Quizá nuestras necesidades sean mayores ahora y debiéramos pedir ayuda a los príncipes que no se encontraban en esta cámara en el momento del juramento.
—No obstante, la magnitud de la situación les hará pensárselo dos veces. Una cosa es pedirles que envíen unos miles de soldados para acabar con los sectarios y los descontentos. Movilizar todas las tropas para reunir ejércitos completos a las puertas del invierno es una empresa mucho más compleja.
—No tenemos tiempo que perder —gruñó Malekith—. Cuando acabe el invierno, la isla podría estar sumida en una guerra civil. No puedo visitar de uno en uno a todos los príncipes pidiéndoles que renueven su compromiso. Debéis convocar a todos los gobernantes de los reinos a un Consejo para resolver el asunto.
—Eso está en mi mano, sin duda. Para algunos, sin embargo, el viaje a Tor Anroc será largo.
—Entonces, convocadlos en el Templo de Asuryan, en la Isla de la Llama —sugirió Malekith, poniéndose en pie—. Dentro de treinta días. Todos los príncipes podrán llegar a tiempo al lugar donde el rey de los dioses os aceptó como sucesor de mi padre. Allí consultaremos a los oráculos y con su orientación elegiremos la mejor opción.
Bel Shanaar meditó en silencio, acariciándose la barbilla, como era su costumbre cuando se sumía en profundas reflexiones.
—Así será —declaró el Rey Fénix, asintiendo con solemnidad—. En treinta días se reunirá el Consejo de príncipes en el templo de Asuryan para determinar el destino de nuestro pueblo.