54: Sempervirente

54

Sempervirente

Y así termina mi historia, que se propone instruir y deleitar a su majestad, y a todos los demás niños que lean la historia del Huérfano.

El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos

La mañana amaneció radiante y mucho más calurosa que el día anterior. Barrick olía la savia que comenzaba a moverse en los pinos y los abetos, la lenta dulzura que circulaba por sus venas tal como la Flor de Fuego por las de él. Los qar habían viajado toda la noche, pero lentamente; ahora que Saqri había muerto, no era necesario apresurarse más de lo que era conveniente para los muchos heridos.

El duque Kaske de los Irredentos le presentó el informe de los exploradores: la carretera estaba desierta durante varias leguas.

—Pero después hay varias aldeas de los mortales, y luego una ciudad amurallada con torres —dijo Kaske. Estiraba levemente la comisura de los ojos almendrados, y Barrick supo que ese pálido qar estaba luchando contra emociones fuertes—. No pasamos por aquí cuando Yasammez nos conducía. Nunca hemos pasado por aquí.

Barrick asintió. Se inclinó para palmear el pescuezo de su caballo, y luego tiró de las riendas y el corcel negro frenó nerviosamente; ni siquiera a los caballos les gustaba este lugar y echaban de menos los oscuros prados de su terruño.

—Alto —ordenó, y repitió la orden con la mente. La procesión aminoró la marcha y comenzó a dividirse en partes más pequeñas, mientras llevaban a las monturas cuesta abajo para abrevar, y algunos de la tribu Cambiante se les unieron adoptando una forma cuadrúpeda que inquietó a los demás animales—. No te preocupes, Kaske, la sortearemos. No hay ninguna deshonra en ello.

Pero el Irredento, un guerrero aterrador y temerario, aún estaba preocupado.

—Pero ya conoces a estos mortales. Podemos eludirlos ahora, pero un día invadirán nuestras tierras. Con la muerte de Yasammez, el Manto se desvanecerá. ¿Cómo podemos impedir que entren? —Su rostro se puso tenso—. ¡El Manto… desaparecido!

—¿Por qué te preocupas? —preguntó Barrick—. Tú y tu gente habitáis las colinas nevadas. Sin duda agradeceréis ver de nuevo el sol.

Kaske sacudió la cabeza.

—Será extraño. Ahora todo será extraño.

Barrick extendió los dedos en el gesto «crónica de los años».

—Sí, lo será —dijo.

* * *

Amor mío.

¡Estás ahí! El corazón de Barrick, que durante dos días se había parecido a la morada montañesa de Kaske, una piedra helada bajo cielos grises y helados, de pronto fue inundado por la luz del sol. ¡Regresaste a mí! Ah, alabado sea el Libro, regresaste. Yo temía… temía…

Yo también estaba asustada, dijo ella. Los pensamientos, la voz, todo era de ella, deliciosamente de ella… ¡pero tan débil! Las mujeres de la Flor de Fuego, las madres y abuelas, son tan severas, tan… bellas y terribles… pensé que me barrerían como un río desbocado…

¡También yo! ¡Estaba aterrado! Pero Ynnir me ayudó. ¿Lo conoces?

¿Conocerlo? Es mi hijo, mi abuelo, mi esposo, dijo Qinnitan, todavía soñolienta y confusa. Sé lo que sabía Saqri, y lo que sabían todas las que la precedieron…

Ynnir me ayudó a mí. Creo que de otro modo no habría sobrevivido. ¿Quién te ayudó a ti?

. La palabra lo tocó como una caricia. La idea de que volveríamos a estar separados si no encontraba un modo de resistir. No quiero que nos separemos, Barrick Eddon. Sus pensamientos se alteraron, adoptaron un tono de jovial asombro. Y eres el hijo del rey Olin… ¡Por supuesto! Pensar que en todo ese tiempo no lo sabía… Mientras ella decía esto, él pudo ver claramente a su padre, pero el que tenía enfrente era otro Olin, el hombre que Qinnitan había conocido, un hombre amable y valiente que no estaba obnubilado por la furia, que valoraba su vida mucho menos que la de cualquier inocente.

Háblame de él, dijo Barrick. Quédate conmigo mientras puedas y háblame de lo que me perdí aquellos años, cuando las sombras se interpusieron entre mi padre y yo.

* * *

Cuando ella se fatigó y empezó a hablar con lentitud, él la detuvo, la besó con una palabra y un pensamiento, y le permitió descansar. Sólo cuando ella se hubo dormido y él no sintió más su presencia, Barrick se dejó embargar por la tristeza que había mantenido a raya. Miró el diván donde yacía el pequeño y esbelto cuerpo de Qinnitan, en una carreta tirada por dos pacientes cabalgaduras qar. ¿Y si esto era todo lo que podía obtener? Ynnir y Saqri habían vivido así durante siglos.

Eso era un consuelo, de todos modos. Barrick dudaba que él llegara a vivir tantos años.

Se quedó largo tiempo contemplando las colinas. Aquel destello lejano era la veleta torcida del derruido techo de la torre Diente de Lobo; el resto del castillo era invisible bajo las colinas. Era extraño estar mirando su viejo hogar. La última vez que había estado en ese lugar se había preguntado si volvería a verlo, y esta vez pasaba lo mismo.

Mientras miraba, notó que sucedía algo raro. El aire se calentó y se estiró en varias direcciones. Entonces algo crujió como una rama al partirse y Barrick se encontró frente a una negrura que aleteaba. Sin pensarlo, alargó la mano y aferró esa forma oscura. Era plumosa y gorda y olía a carroña.

—¡No nos lastimes! —graznó—. Somos un pájaro de enorme poder… ¡Un cuervo de los deseos! ¡Perdónanos la vida y te concederemos todo lo que pidas, ya verás!

Barrick lo miró asombrado.

—¿Skurn? ¿Eres tú?

El pájaro dejó de aletear, mirándolo con su ojo negro y brillante.

—Tal vez. Pero tal vez no.

—¿No me recuerdas?

—Bien, sin duda te pareces a ese joven, Barrick, al que ayudamos tantas veces. Pero hemos visto algunos muy similares a él desde que atravesamos ese oscuro portal en Sueño…

—¿Dónde has estado, Skurn? Nunca llegaste a Qul-na-Qar… No te vi después de que escapamos de la ciudad de Sueño. Y nunca volví a ver a Raemon Beck.

—Nosotros tampoco lo hemos visto, aunque en nuestros viajes hemos visto algunas criaturas que se le parecían. Muchas gracias por decimos dónde estuviste… pero no fue una gran ayuda cuando la necesitábamos, ¿verdad? —El pájaro voló desde la mano abierta de Barrick hasta una rama—. Estuvimos entrando y saliendo de lugares horribles desde entonces. También algunos que eran bonitos, para ser justos, pero aun así tan extraños como plumas en un sapo. —Se acicaló un poco—. Sin duda hemos compartido grandes aventuras, tú y yo. Sin duda un bardo de las hadas querrá componer una melodía con todo eso, con palabras ingeniosas que describirán nuestras peligrosas andanzas.

Barrick casi sonrió, pero no quería dejarse envolver tan fácilmente.

—Hablas más que nunca, pájaro.

—Eso te demuestra que los dioses viven y que el mundo aún está lleno de milagros, como decía nuestra mamá cuando apenas habíamos salido del cascarón.

—Y supongo que querrás venir conmigo.

—¡No te des tantas ínfulas! —El pájaro miró hacia arriba, como buscando una rama más alta y acorde con su estatura—. Todo trato al que hayamos llegado ya pertenece al pasado. Ya no necesitamos seguir a nadie arrastrando la cola, ni llamar amo a nadie.

—¿Quien dijo que debías llamarme amo? —Barrick anunció a Kaske y Perla del Ocaso que era hora de reunir a su gente y reanudar la marcha—. Sólo pensé que quizá quisieras hacerme compañía un tiempo. Ahora soy casi el rey de las hadas. ¿Lo sabias?

—¿Rey de las hadas? —Skurn bajó de la rama y lo miró de arriba abajo—. Entonces los qar deben haber perdido a su gente importante en algún lado. —El pájaro hizo un ruido áspero—. Deben estar en las últimas, como quien dice.

* * *

¿Amor mío?

¿Tan pronto? Esperaba que durmieras hasta mañana.

Es una hermosa noche. Puedo verla, aunque no pueda sentirla. ¿Ese horrible pájaro está dormido?

Barrick miró a Skurn, que se balanceaba en el pomo de la silla. El cuervo tenía la cabeza metida en su acolchado cuello de plumas blanquinegras.

Sí. En realidad no es tan horrible como parece.

Eso sería imposible.

No seas cruel. Me ayudó en muchas ocasiones. Me salvó la vida al menos una vez.

Lo siento. En Xis eran pájaros de mal agüero. Trataré de ser más amable. Las madres de mi Flor de Fuego también me regañan. Dicen que esas aves son mensajeros de Fuego Blanco… ¡Oh, Barrick, hay tanto para aprender!

Mira, dijo él. Las tierras crepusculares. Las veo a lo lejos… ¡Y también veo las estrellas!

¿A qué te refieres?

El Manto. La nube de separación y protección que pendía sobre este lugar tanto tiempo. Se ha ido. Sólo quedan jirones brumosos. Suspiró, deslumbrado por el doloroso brillo de las estrellas en el cielo nocturno. ¡Ah, si pudieras ver esta tierra nuestra!

Oigo su belleza en tus pensamientos.

Luego ella calló, pero era un silencio compartido. Ambos estaban juntos a pesar de su terrible separación.

¿Amor mío?, preguntó él un rato después. Qinnitan, corazón, ¿todavía estás despierta?

Ella se movió.

Divagaba.

Y yo divagaba contigo.

Echo de menos la Casa del Pueblo, dijo ella, aunque nunca la he visto con mis propios ojos. ¿Es tan bella como en mis recuerdos?

Es un lugar antiquísimo. Tiene muchas cosas bellas. Pero no es sólo eso.

Claro que no, dijo ella, y un instante después: Barrick, puedo sentir la luna. ¿Es brillante?

Lo es.

Me siento más fuerte de sólo sentirla. Por la Colmena, creo que la oigo también… ¡Es como si oyera todo!

Él inhaló profundamente, en parte para aplacar sus emociones.

Hasta sus pensamientos se tambaleaban en su confusión.

¿Tú también…? Pensé que yo estaría… Pensé que yo nunca…

Lo sé, dijo ella, y por un instante la sintió como si estuviera dentro de él, como si volvieran a abrazarse en la oscura tierra del sueño. Háblame, Barrick. Estaba cerca, íntima como un susurro. Cuéntame todo. Sé todo lo que sabe la Flor de Fuego, pero la Flor de Fuego no sabe nada sobre ti. Al menos nada sobre las cosas que una amante quiere saben.

Lo haré, dijo él. Y lo primero que debes saber sobre mí es que no soy una persona común.

Claro que no, dijo ella de buen humor. Como le dijiste a ese pájaro inmundo, eres un mortal que llegó a ser monarca de las hadas…

No, no es eso. Iba a decir que soy un mellizo…