53
Teatro de sombras
Y los dioses le han dado un par de hermosos brazos dorados para reemplazar los que fueron consumidos por el sol. Tessideme, la aldea donde el Huérfano fue acogido y celebrado, llegó a ser la ciudad de Tessis, centro y corazón de nuestra fe del Trígono en la tierra. Allí reside el trigonarca hoy en día.
El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos
—Tenéis suerte de que no os haya hecho traer en cadenas —le dijo Briony, apretando tanto los puños que tenía los nudillos blancos—. ¿Cómo os atrevéis?
Dawet Dan-Faar enarcó una ceja.
—¿Cómo me atrevo a qué, princesa?
—¡Sabéis muy bien a qué me refiero, truhán! Mientras yo estaba fuera del castillo, fuisteis a la Torre de la Primavera. Anissa murió mientras estabais con ella. ¿Creéis que soy tonta, Dawet? ¡Prácticamente me dijisteis que había que matarla!
Él sonrió.
—Sólo sugerí que sería peligroso para vos dejar que esa mujer viviera. No sabía que se podía matar a alguien con palabras.
—¡Estuvisteis allí! Estabais con ella cuando murió… La empujasteis por esa ventana.
Dawet ladeó la cabeza, y sus ojos castaños eran inocentes como los de un cervatillo.
—¿Por qué decís algo tan terrible, alteza?
—Os vieron entrar. Uno de los guardias se había alejado, sin duda engañado por una treta vuestra, pero al regresar vio que entrabais en la torre.
Él sacudió la cabeza gravemente.
—¿Vio un intruso pero no le dijo nada? ¿No intentó detenerle? ¿No se os ha ocurrido que este guardia está tratando de tapar su propia falta, princesa?
—¡Él os vio! No intervino porque sabe que sois amigo de la familia real.
—Obviamente se equivoca, princesa. Yo no estaba cerca de ese lugar. Varias personas juraran que estaba jugando a las cartas en un pequeño establecimiento que acaban de volver a abrir cerca de la Laguna Oeste.
—Un antro para apostadores.
—Podéis llamarlo así. —Él hizo una pequeña reverencia—. Ciertamente hay un elemento de azar en los pasatiempos que se practican allí…
—¡Basta! Pensé que erais un hombre sincero aun en vuestros momentos de mayor insinceridad, Dawet. ¿Por qué me mentís ahora? ¿Y por qué hicisteis semejante cosa sabiendo que yo me oponía a matar a esa pobre y tonta mujer?
—Esa pobre y tonta mujer ayudó a asesinar a vuestro hermano —dijo Dawet con repentina seriedad—. En días venideros habría sido un peligro para vos también. Por lo demás, milady, ¿por qué os mentiría? En todo caso, alguien que os ama y desea ayudaros sólo mentiría para que podáis gobernar como debéis, con la conciencia limpia. Porque vos, Briony Eddon, no sois una asesina.
Ella lo miró fijamente largo tiempo, y luego se reclinó en la silla, con rostro triste y fatigado.
—¿Y qué debo hacer con vos, Dan-Faar?
—Si realmente fuera el malvado que creéis que soy, milady, os sugeriría que me mantengáis cerca, donde pueda ser útil. Un príncipe nunca sabe cuándo puede necesitar los servicios de un truhán, y sospecho que a una reina le pasa lo mismo.
Ella lo miró un largo instante, pero ya no había furia en sus ojos.
—Y por supuesto vuestros compañeros de juego jurarán que estuvisteis con ellos todo el día.
—Por supuesto.
Ella agitó la mano.
—Idos, Dan-Faar. Volved a vuestros naipes y vuestros serviciales amigos. Yo tengo que organizar otro funeral.
—Como gustéis, alteza. Pero os sugiero que sepultéis a la difunta reina Anissa con toda la pompa de su posición. A fin de cuentas, era la madre del último hijo de vuestro padre. Su trágico accidente, tan poco después de la muerte del rey, ha sorprendido y entristecido a toda Marca Sur.
Briony no pudo sofocar una risa amarga.
—¡Que los dioses me guarden! Como siempre, sois sumamente servicial, maese Dan-Faar. Ahora idos y al menos ahorradme veros la cara por un par de decenas.
—Como gustéis, alteza. —Él hizo una reverencia más profunda, y se fue.
* * *
Vansen estaba preocupado, incluso asustado, por lo que ella le contó en la intimidad de la alcoba.
—¡No puedes permitir que ese hombre se quede en Marca Sur! Aunque no haya pruebas, tú y yo sabemos que es culpable. ¡Es peligroso!
—Quizá. Pero no para mí.
—¡No puedes estar segura de eso!
Ella le tomó la mano.
—Pronto llegará Kupileia, junto con mi coronación. Seré la reina. Yo seré la reina, mi queridísimo capitán, y aunque esté atontada de amor por ti, yo debo gobernar los reinos de la Marca, no tú. Sé algo sobre Dawet, y sé que desea ayudarme.
—¡Ayudarte…!
Ella le apoyó un dedo en los labios.
—Él es mi problema, no el tuyo, mi valiente paladín. Y sin proponérselo, Dawet también ha demostrado que le debo una disculpa a Avin Brone… pero no esta noche. —Se levantó—. No hablemos más de esto.
—Soy tu amante, sí, pero recuerda que también soy tu condestable.
—Y eres admirable en ambas ocupaciones. Baja conmigo a la sala. Algunos amigos míos han regresado a Marca Sur y quiero que los conozcas.
—¿Amigos? —Vansen tuvo una espantosa visión de más pretendientes y más guapos príncipes extranjeros, una fila de rivales que llegaba hasta el confín del mundo—. ¿De qué clase?
—La clase culta. Ven… ¡Deja que te luzca ante las únicas personas que no me juzgarán mal!
* * *
—La hermana le prohibió a Makewell que viniera, alteza —dijo Nevin Hewney—. Pero hemos encontrado a alguien para reemplazarlo. Os presento a Matthias Tinwright, poeta.
Briony enarcó las cejas. El avergonzado Tinwright se negaba a mirarla a los ojos.
—Nos conocemos. Más aún, nos hemos visto recientemente. Maese Tinwright intentaba matar a mi hermano menor.
Hewney quedó desconcertado.
—¿De veras? No sabía que te disgustaban tanto los niños, Tinwright. Te he subestimado.
Mientras Vansen trataba de entender esto, Briony se volvió y extendió los brazos.
—¡Finn! —exclamó, abrazando al tercer hombre con una alegría que Vansen procuró pasar por alto—. ¡Qué grato es verte de nuevo! Y a ti también, Hewney, alma depravada.
El hombre llamado Finn Teodoros retrocedió, un poco ruborizado ante esta recepción.
—Demos gracias a Zosim, patrón de los actores, princesa…
—A él no —gruñó Vansen.
Teodoros lo miró con curiosidad, y luego a Briony.
—En todo caso, gracias a los dioses, aquí estamos… ¡Y sois la reina! ¡Deberíamos estar de rodillas ante vos, en vez de irrumpir a estas horas tardías con un par de jarras de vino barato!
—Cuando hayamos terminado las dos jarras, alguien estará de rodillas —dijo Hewney—, pero sospecho que será el joven Tinwright.
—Y éste —dijo Briony— es Ferras Vansen, capitán de la guardia real, y pronto lord condestable. Él, más que ningún hombre, salvó este castillo y mi trono. —Ordenó a un paje que llevara copas, y luego le hizo una señal a Nevin Hewney—. Ahora trae esa jarra aquí y déjame contarte la verdad sobre todo.
Vansen miró a su amada con creciente horror.
—Alteza…
—Usted también beberá un trago de vino, capitán. Tallow está a cargo de la guardia esta noche, y usted se encuentra libre. Éstos son mis amigos, y aquí lo somos todos. —El paje le entregó una copa—. ¡Adelante, servid! Y un trago para mi capitán, también. ¿Sabéis que él es mi amante?
—¡Princesa!
—No era difícil de adivinar, por el modo en que le coges la mano —dijo Finn Teodoros, sonriendo—. Espero que seas más discreta frente al público que paga el espectáculo.
—Sí. Pero vosotros sois mis únicos amigos, y estoy cansada de secretos. —Empinó el vino de un trago, y extendió la copa—. Unos tragos más, y me pondré a declamar las palabras de Zoria. —Le sonrió a Tinwright, que todavía parecía un poco nervioso—. No es una blasfemia. Teodoros las escribió para una obra, y yo hice el papel de la diosa.
—Nadie lo podría haber hecho mejor —dijo afectuosamente Finn Teodoros.
—Casta como Zoria, además —gruñó Hewney—. Por mucho que lo intenté… —Parpadeó—. ¿Por qué este capitán está tan cerca de mí? ¿Y por qué parece que está a punto de pegarme?
—Si estás celoso de estas buenas gentes, capitán, es porque todavía no has bebido suficiente vino —dijo Briony, besando a Vansen en la mejilla—. Te amo —susurró, y añadió en voz alta—. ¡Llenad de nuevo la copa de este hombre!
* * *
Vansen y Finn Teodoros estaban sumidos en una aguardentosa conversación sobre los qar, comparando sus experiencias. La de Vansen era personal; la de Teodoros, libresca. Nevin Hewney, quizá deprimido por la falta de compañía femenina, o sólo atontado por todo el vino que había bebido, se había dormido entre los dos, así que ambos tenían que inclinarse hacia delante para esquivar su cabeza barbuda.
—Pero Phayallos dice que los dioses podían adoptar cualquier forma cuando recorrían la tierra. ¿Por qué Zosim, si de veras era él, no adoptó la forma de un ave o una flecha y salió volando de las profundidades?
Vansen sacudió la cabeza un par de veces.
—Porque… porque… Maldición, Teodoros, no lo sé. ¿Cómo iba a saberlo? ¡Era un dios! Si hubieras estado allí, podrías haberle preguntado.
—No soy tan valiente, capitán…
Briony, que estaba admirando el rostro de Ferras Vansen, esa vehemencia casi infantil que lo caracterizaba aun cuando tenía su aspecto más maduro y más guapo, tardó unos instantes en notar que Matt Tinwright estaba a su lado, meciéndose levemente.
—¿Sí, maese Tinwright?
—¿Todavía estáis…? No quería lastimar a vuestro hermano, princesa. De veras que no…
—Lo sé, Tinwright. Por eso estás libre, ebrio como una cuba con mi buen tinto de Perikal.
Él frunció el ceño.
—Creí que… Hewney había traído el vino…
—Hace rato que hemos recurrido a la bodega real. Siéntate, hombre, antes de que te caigas y te lastimes.
—Yo… yo quería hablar con vos, princesa Briony. Para agradeceros por nombrarme vuestro poeta.
—Gracias —dijo ella, sonriendo.
—Tengo una pregunta. —Él se relamió los labios con inquietud—. ¿Recordáis que yo estaba escribiendo un poema sobre vos? ¿Que os comparaba con Zoria?
Ella asintió, aunque no lo tenía muy presente. Sólo recordaba que el poema no era muy bueno.
—Desde luego, maese Tinwright.
Él sonrió aliviado.
—Bien, estaba pensando en retomarlo… Eso hacía, pensar en el poema. Y se me ocurrió que no podía componer un poema sobre vos que no dijera nada sobre… bueno, sobre las cosas que pasaron. Aquí y mientras estabais en Sian. Le he preguntado a la gente. Tratando de averiguar la verdad.
—Con gusto responderé tus preguntas, Matt —dijo ella amablemente—. Pero no esta noche. Esta noche es para divertirse.
—¡Lo sé! —Él agitó las manos como si lo hubieran acusado de ladrón—. Pero estaba pensando y pensando en cómo fueron las cosas… Bueno, desde el principio fue como una obra de Finn o de Nevin.
—Creo que no entiendo. —Ella miró a Vansen y Teodoros, que seguían hablando como amigos de siempre, o quizá Finn se había prendado del capitán de la guardia. Briony lo comprendía muy bien…—. ¿Como una obra?
—De cabo a rabo. Como una obra de títeres. Siempre había alguien detrás de todo lo que veíamos. Por lo que me han dicho… —Arrugó la frente, tratando de expresarse con precisión—. Por lo que me han dicho, Zosim estaba detrás de todo, fingiendo ser Kernios. Pero Hendon Tolly pensó que era alguien más, una diosa… A veces parecía pensar en la mismísima Zoria. Pero siempre era Zosim disfrazado, ¿entendéis? ¡Como un actor!
—Supongo…
—Igual que en una obra. Vos erais una princesa, pero os disfrazasteis, como en tantas historias. El malvado de la obra se ocultaba en las sombras e instaba a otros a hacer lo que él quería, como ese rey sureño, el autarca. Eso también es igual a una obra de Hewney. Pero lo que realmente me maravilló fue cuando pensé que Zosim movía todos los hilos, pero al fin fue derrotado. Y me pregunté quién lo hizo.
Briony, un poco mareada después de varias copas de perikalés, sólo pudo sacudir la cabeza.
—¿Quién hizo qué?
—Vencer a Zosim. Engañarlo y derrotarlo.
—Bien, el niño Pedernal. Ya te lo he contado antes: el sostiene que una parte de Torcido vive dentro de él.
—¡Exacto! —exclamó Tinwright, y se ruborizó—. Si, alteza. Y cuando me lo contasteis, realmente me puse a pensar. Vos conocéis las antiguas leyendas en que Kupilas derrotaba a Kernios y Zosim, en este lugar. —Frunció el ceño—. Es decir, en lo profundo de la tierra. Las conocéis, ¿verdad?
—Este año he oído muchas historias. Pero si, sé lo que Kupilas hizo presuntamente con Kernios, Zosim y los demás.
—¿Pero quién más estaba ahí todo el tiempo? ¿Quién más estaba presente cuando pasó todo eso?
Briony empezó a preguntarse si no seria hora de poner fin a las libaciones.
—No lo sé, maese Tinwright. ¿Quién?
Él sonrió, las mejillas rosadas de triunfo.
—Zoria… Zoria, la Flor del Alba. Ella estaba allí. Kernios la mató porque lo había traicionado… según cuentan las leyendas. Pero tal vez ella no murió, así como Zosim no murió. Quizá permaneció con vida en esos… esos lugares extraños.
Ella lo miró y comprendió que no estaba tan borracho como parecía.
—Es… es una idea fascinante, maese Tinwright.
—Vuestro libro de plegarias zoriano me salvó de vuestro arquero, ¿sabéis? —Dijo las palabras con mucho cuidado, y sonrió cuando logró llevar la frase a buen puerto—. Lo tenía encima del corazón y paró la flecha. La mano de Zoria. Vuestro libro de plegarias. ¿Entendéis?
Briony no sabía qué decir.
—Supongo…
—Muy bien. Una última pregunta, princesa. Oí que estáis construyendo un altar para Lisiya, la diosa del bosque. ¿Puedo preguntar por qué?
—Semidiosa —corrigió Briony—. Porque… porque prometí que si sobrevivía le construiría un altar. Prefiero no decir nada más sobre el asunto. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Puedo mostraros algo que encontré en un libro? —Metió la mano en el bolsillo y sacó un delgado volumen, lo abrió—. Es obra de Phayallos. Él escribió mucho sobre los dioses… —Tinwright escrutó las páginas mientras lo hojeaba—. Aquí está. —Se aclaró la garganta—. «Y estas diosas y semidiosas, sobre todo Lisiya Claro de Plata y sus hermanas, eran comúnmente llamadas las doncellas de Zoria, y procuraban que los deseos de la Flor del Alba se cumplieran en el mundo, que los adoradores de Zoria fueran recompensados y sus enemigos fueran castigados». —Arruinó un poco su momento triunfal cuando el libro se le cayó al suelo.
—¡Maese Matty está borracho! —rió Finn Teodoros—. Hora de llevarlo a casa.
Mientras Finn y Matt Tinwright ayudaban a Hewney a levantarse, Briony le preguntó al joven poeta:
—¿Y continuarás con tu poema?
—Oh, sí —dijo él, con un brillo en los ojos—. Tengo muchas ideas… Será lo mejor que he escrito. Me sentía desdichado por culpa de… por culpa de una mujer… pero ahora sé por qué. ¡Estaba destinado a hacer esto!
Aún estaba divagando cuando Vansen condujo a los tres a la puerta.
—¡Ayúdalos a bajar la escalera! —le gritó Vansen a un paje—. No queremos que los invitados de la princesa se desnuquen. Y dile al cochero que los lleve de vuelta a su posada.
—Oh, dioses —gruñó Hewney, despertando—. ¡La Fortuna del Escriba no! Prefiero dormir en la alcantarilla.
Ferras Vansen regresó, tambaleándose un poco, y abrazó a Briony. Ella lo besó, pero estaba preocupada y se le notaba.
—¿De qué hablabas con ese tonto poeta?
—De los dioses —dijo ella—. Nos preguntábamos si la vida terrenal es sólo una especie de obra teatral.
—Entonces me alegra habérmelo perdido —dijo él—. Nunca he tenido cabeza para esas cosas. Ahora ven a la cama, mi hermosa Briony, y déjame amarte hasta que ambos debamos ponernos el traje que corresponde a nuestro papel.