52
Una astilla de Torcido
Y así el Huérfano fue elevado al cielo para vivir con los dioses, y todavía mora allí.
El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos
Vansen cabalgaba tan lejos de ellos como lo permitía el decoro, pero deseaba que Briony no le hubiera pedido que los acompañara. La amabilidad y la confianza con que ella trataba a Eneas, su manifiesta admiración por el príncipe sianés, eran dolorosas para él.
—No os los llevéis todavía —le oyó suplicar a Eneas—. Dejadme darles las gracias de nuevo.
Él frunció el ceño.
—Son soldados, princesa. No esperan que les agradezcan algo que para ellos fue un honor.
—A la mayoría de los hombres les agrada ser alabados cuando es merecido. Creo que vuestros soldados no pensarán mal de mí si vuelvo a hablarles de su valentía y sacrificio. —Cabalgó hacia el lugar donde Helkis, el lugarteniente de Eneas, había reunido a las tropas, en el cruce de la ancha carretera de la costa. Interpeló a las tropas—. ¡Hombres de Sian! He tenido la fortuna de marchar con vosotros. Mi orgullo por haber podido cabalgar como Perro del Templo es sólo inferior al de llevar la sangre de Anglin en las venas…
—Ella dará todo lo que tiene por este país vuestro —dijo Eneas, mirando a los embelesados soldados. Ferras Vansen tardó un momento en comprender que el príncipe le hablaba a él—. Alguien debe velar por ella, protegerla.
Vansen sintió un momento de rencor.
—En este país también tenemos soldados, príncipe Eneas.
El príncipe rió y se volvió hacia él.
—¿Dije eso en voz alta? Mis disculpas, capitán. No quise ofenderlo a usted ni a los hombres de Marca Sur; sólo dije lo que estaba en mi corazón. Yo sabía que nunca podría conservarla ni domarla. Es una criatura demasiado noble y singular.
—No es ninguna criatura, alteza. —Vansen sabía que era una tontería discutir con un príncipe, pero algo más primitivo sucedía por debajo de las palabras y él no podía pasarlo por alto fácilmente—. Pero coincidimos en que es singular.
—¡Bien dicho! —Curiosamente, el príncipe no pareció ofenderse—. Sólo quise decir que ella tiene una… determinación muy pura. Ansia volar como un pájaro…
Se oyó una gran ovación, aunque se disipó rápidamente junto al camino abierto y ventoso. Varios Perros del Templo agitaban las espadas y los estandartes, agolpándose alrededor de Briony para despedirse, perdiendo toda semblanza de orden militar. Pero los hombres son tan pocos y el mundo es tan grande, pensó Vansen, dejando de mirar al grupo de soldados y jinetes para contemplar las colinas desiertas. ¿Cómo viviremos sin los dioses?
Necio, se reprochó un momento después. Los dioses nos ofrecen exactamente lo mismo que antes.
* * *
Cuando el príncipe Eneas y los otros doblaron al sur para retornar a su patria, Briony regresó con su séquito a través de la ciudad de tierra firme, tan vacía y fantasmal como los lugares que Vansen había visto en la carretera de Marca Norte aquel día tan lejano, cuando viajaba con Collum Dyer y el pobre joven mercader, Raemon Beck.
—Ahora voy al encuentro de mi hermano —dijo Briony—. Usted tiene mucho que hacer en casa, y el sargento Dawley puede cuidar de mí.
El joven Dab Dawley, sabía Vansen, estaba casi tan cautivado por la princesa como él mismo, y no sentía ningún amor por los qar. Vansen no dudaba de que la cuidaría bien, pero ésa no era su única preocupación.
—No —dijo—. Podéis ordenarme que me vaya, alteza, desde luego, pero si me lo permitís, me gustaría ver a vuestro hermano una vez más. Viajamos juntos largo tiempo.
—¿Qué le pasó a él tras la Línea de Sombra, querido capitán?
Él meneó la cabeza con frustración.
—En verdad, no sé deciros. Cuando lo vi por última vez en Gran Abismo, no había cambiado mucho. Un poco más recio, quizá. Un poco más parco. Yo diría que se estaba haciendo hombre, pues de lo contrario no habría sobrevivido en ese lugar espantoso. —El sol bajaba hacia las colinas del oeste mientras cabalgaban hacia el cruce de la carretera de la costa con la carretera del mercado, en las afueras de la ciudad—. Luego Gyir, el crepuscular del que os he hablado, le encomendó que llevara un espejo de Yasammez al rey de los qar. No se bien por qué, pero estaba destinado a despertar a la reina Saqri, así que debe haberlo conseguido. —Se encogió de hombros—. Volví a verlo cuando combatíamos en los túneles. Fue como conocer a otra persona.
—No tanto. —Ella se protegió los ojos del sol mientras miraba camino arriba—. Siempre estuvo lleno de secretos. Es típico de él querer verme aquí, lejos de todos. Cuando éramos pequeños, nos escondíamos de nuestra familia y los sirvientes; al menos, Barrick lo hacía. Pero yo siempre lo encontraba. —Parecía tan triste que Ferras Vansen casi la atrajo hacia sí para besarla, a pesar de la presencia de los guardias, palafreneros y pajes—. Nos escondíamos del mundo juntos. Supongo que eso es lo que más me carcome. Él corre a esconderse una vez más, pero esta vez yo no puedo ir. Alguien tiene que quedarse. Alguien tiene que hacer el papel de monarca.
* * *
El sol estaba muy bajo, pero el cruce aún estaba desierto. A insistencia de Vansen, habían instalado una tienda para que la princesa pudiera descansar protegida del sol y del viento mientras esperaba a su hermano, y ella estaba allí bebiendo una copa de vino y rumiando en silencio cuando los exploradores anunciaron que alguien se aproximaba. No era el ejército de hadas que Vansen había esperado, sino un carruaje de dos caballos que traqueteaba por la maltrecha carretera.
Vansen quedó sorprendido por el vehículo, que lucia el blasón del difunto duque Daman, hermano del rey Olin, y era conducido por un cochero con librea, pero quedó aún más sorprendido por los pasajeros que bajaron por la angosta escalera plegable cuando se detuvo: los caverneros Sílex y Ópalo, seguidos por Pedernal, su hijo adoptivo.
—¡Maese Cuarzo azul! —exclamó Vansen—. ¿Qué haces aquí, tan lejos de Cavernal?
Sílex no habló hasta que estuvo seguro de que Ópalo había afirmado los pies en el suelo.
—No lo sé, capitán Vansen. Es idea de nuestro hijo; de nuestro hijo y la duquesa Merolanna. El carruaje es de ella.
—Buena excusa para sacarlo del establo, señor —dijo el cochero de buen humor.
—¿Vienes a ver a la princesa? —preguntó Vansen—. ¿O para despedirte del príncipe Barrick?
Sílex sacudió la cabeza y señaló a Pedernal, que ya conducía a Ópalo a la tienda de Briony.
—Tendrá que hablar con el niño. Le parecerá una tontería, pero prometí que no haría más preguntas hasta que él estuviera dispuesto a explicarlo.
Vansen conocía la historia del niño, así que no le sorprendía que Sílex hubiera tenido que venir, al menos porque Ópalo habría insistido. Pero no entendía por qué el extraño niño quería traerlos aquí, y en este momento.
Cuando Vansen condujo a Sílex a la tienda, Ópalo y Pedernal estaban sentados en cojines a los pies de Briony. Sílex se sentó junto a ellos a regañadientes, pero Vansen se quedó de pie en la entrada para oír lo que ocurría afuera. No tenía miedo de Sílex ni de su familia, pero no le gustaba mucho la idea de que llegaran más visitas inesperadas.
—Bien, señora Ópalo —dijo Briony—, no nos hemos conocido antes, pero usted debe saber que su esposo significa mucho para mí. Quizá me haya salvado la vida.
Ópalo se sonrojó.
—Bien, mi Sílex siempre se trae algo entre manos. A veces me cuesta seguirle el ritmo.
—Últimamente todo ha sido difícil para todos —dijo Briony—. Han sido tiempos caóticos y penosos. Pero, si no me equivoco, hoy podemos aprender un poco más sobre los misterios que nos han intrigado.
—¡No de mí! —dijo Ópalo sin aliento—. ¡No, no lo creo!
Briony encaró al niño.
—Tú figuras en muchas de las historias que me han contado en los últimos días, joven maese Pedernal. ¿Es el momento de hablar de ti? Es evidente que, al margen de tu relación con Sílex y Ópalo, no eres cavernero de nacimiento.
—Es verdad, Briony Eddon —dijo gravemente el niño.
Vansen se disgustó.
—Joven, lo propio es interpelar a la princesa como «alteza» o «vuestra alteza real».
Briony alzó la mano.
—Comúnmente es así, capitán. Pero sospecho que aquí nos las vemos con algo fuera de lo común.
El niño asintió.
—No soy hijo de Sílex y Ópalo, y todos lo saben. —A Vansen se le puso la carne de gallina. Pedernal no actuaba como ningún niño que él conociera. Ni siquiera actuaba como de costumbre. Nunca le había visto hablar con tanta formalidad.
—¿Dónde naciste, entonces? —preguntó Briony.
—Aquí en Marca Sur… pero eso fue hace mucho tiempo, tal como lo medís vosotros. Más de cincuenta años. Mi madre es Merolanna. Mi padre es Avin Brone, conde de Finisterra.
En todo lo que había sucedido, Vansen nunca había visto a Briony realmente pasmada… hasta ahora.
—¿Avin Brone? —exclamó—. ¿Tu padre es Avin Brone? ¿Era el amante secreto de Merolanna? ¡Pero ella dijo que el padre del niño había muerto! —Entornó los ojos—. ¡No sé qué eres, pero no eres precisamente un cincuentón!
—Los qar me llevaron cuando era pequeño. Una mujer qar que no tenía hijos me raptó en la casa de mi nodriza, pero tuvieron dificultades al hacerlo y no dejaron un sustituto para ocultar su acto. Me llevaron a Qul-na-Qar y me criaron. Aunque crecí poco, aquí pasaron muchos años mientras yo estaba tras la Línea de Sombra. Al fin Ynnir, el rey ciego, me envió aquí como parte de su pacto con Yasammez… Si yo podía obtener la esencia del dios Kupilas para despertar a la reina Saqri, el castillo y sus habitantes no serian atacados.
»La reina agonizaba en ráfagas lentas, como una nevisca arremolinada por el viento… pero el dios también agonizaba desde hacía siglos. Kupilas, como lo llaman en el norte, desfallecía por la herida que le había infligido Zosim. Pero su final se aproximaba, y todos los que podían percibir esas cosas lo sabían. Los dioses en el lugar donde dormían, más allá de este mundo. Incluso lo percibían aquéllos que sólo heredaban parcialmente la sangre del monte Xandos: Jikuyin, el gran semidiós tuerto que conoció Ferras Vansen, e incluso tu hermano y tu padre, Briony Eddon.
Vansen se sobresaltó al oír su propio nombre, pero no más que Briony.
—¿Me estás diciendo que mi padre y Barrick sabían lo que se avecinaba? —preguntó.
—No, pero la cercanía del dios moribundo y del lugar que está bajo Marca Sur, donde el cielo tocó la tierra cuando los dioses fueron desterrados, perturbaba su sangre y sus pensamientos.
—¿Cómo es posible que un niño como tú, aunque haya sido criado por las hadas, supiera todo esto, que supiera qué pasaba con los dioses y también con mi familia? —La princesa había adoptado un tono glacial, y Ferras Vansen reconoció lo que era: no desprecio sino temor. Briony temía lo que pudiera decir ese prodigio, y cuando ella se asustaba, se ocultaba tras su máscara de monarca.
—De eso se trata —dijo el niño de cabello dorado—. Es lo que viene a continuación: mi historia. Sólo ahora puedo verla entera y con claridad. Es como un rompecabezas. —Asintió, casi con satisfacción—. Mi primera madre le pidió a mi segunda madre que me ocultara. Mi tercera madre me arrebató de las manos de mi segunda madre. Mi cuarta madre me acogió cuando mi tercera madre me perdió. Y luego mi primerísima madre me salvó.
A Vansen no le gustaba el aura de misterio que pendía sobre las palabras del niño. El malestar de Briony era evidente, y los dos caverneros estaban tan incómodos como ella.
—¿Qué significa «primerísima madre»?
—Mi primera madre fue la duquesa, que me entregó a mi segunda madre, mi nodriza, en una de las aldeas rurales de Marca Sur. Una mujer qar me raptó, aunque no tenía un sustituto para poner a cambio, así que el rapto fue descubierto. A su vez, mi tercera madre me perdió por la decisión del rey ciego de los qar, que tenía un propósito más elevado para mí que la de encender el fuego y barrer los suelos en la casa de la madre raptora. Y cuando me llevaron a través de la Línea de Sombra, mamá Ópalo y papá Sílex me recibieron.
—Sí, así fue —dijo Ópalo, emocionada—. Queríamos tenerte. ¿No es verdad, viejo?
—Sí, niño, así fue —dijo Sílex sin vacilar.
—Y de vosotros he aprendido cosas que no aprendí de ninguno de los demás —dijo Pedernal—. En verdad, necesitaba la sabiduría de todas mis familias, porque los días que se avecinaban serían muy, muy oscuros.
»Cuando llevé el espejo de Ynnir al lugar donde Torcido había desterrado al último de los dioses, a la cosa llamada el Hombre Radiante, la vitalidad de Kupilas vertiéndose en el espejo me sumió en una especie de éxtasis. Hasta un dios agonizante esta constituido por fuerzas que la humanidad no puede entender, y mucho menos dominar, y un fragmento del pensamiento moribundo del dios tocó el mío. Durante ese momento pude ver lo que veía el dios, pude ver a través de las montañas como si fueran de cristal, pude ver lo que podría existir tal como veía lo que existía y lo que había existido… y pude verlo todo simultáneamente.
»Y en ese instante, aunque yo no lo comprendí entonces, Kupilas de la Mano de Marfil y la Mano de Bronce dejó en mí una astilla de su esencia divina; una semilla, como quien dice. Y ha crecido en mi cabeza y en mi corazón desde entonces. Cada vez más, enturbió mis pensamientos con percepciones que me eran ajenas, aunque no del todo, y con comprensiones que también estaban más allá de mí… aunque no del todo. Poco a poco esa presencia creció, y yo crecí con ella, y ahora ya no sé diferenciar qué soy yo y qué es la semilla de Torcido que ha brotado en mí…
—Podría ser un duende —interrumpió Ópalo—. Algún diablillo de la tierra que posee tu espíritu. Podemos preguntar a los metamorfos…
—Los hermanos no me ayudarían aunque pudieran, mamá Ópalo —dijo el niño con una sonrisa amable—. No olvides que es en parte gracias a papá Sílex y a mí que ya no tienen templo.
—¡Por los…! —rió Vansen, pero sin alegría—. Casi digo «por los dioses». ¿Algo de esto puede ser real? Estoy mareado.
—En realidad debemos preguntarnos si algo de esto puede ser verdad —dijo Briony—. Sin ofender, Pedernal, ¿por qué hemos de creerte? He abierto los ojos a muchas cosas, pero no sé si tanto como para ver al dios de la curación escondido en el cuerpo de un niño.
Pedernal volvió a sonreír.
—Tienes razón al ser cauta, Briony Eddon… pero yo no te pido nada. Más aún, me iré de Marca Sur.
Ópalo lanzó un grito sofocado, y de inmediato siguió una andanada de atolondradas preguntas de todos los presentes. El niño esperó con calma hasta que todos se tranquilizaron.
—No puedo quedarme, mamá —dijo cuando estuvieron dispuestos a escucharlo. Sonrió con tristeza mientras Sílex intentaba consolar a Ópalo—. Nunca he sido lo que soy ahora, ¿entiendes? Una parte de mí siente que se ha liberado después de siglos en prisión. Incluso la parte de mí que es sólo Pedernal es un batiburrillo de cosas diferentes: ni qar ni cavernero, ni humano ni inmortal. Debo descubrir qué soy. Necesito recorrer el mundo, viajar… aprender.
—¿Entonces fuiste tú quien realmente provocó la derrota de Zosim, el dios demonio? —dijo Briony—. He oído muchas historias sobre esas horas finales, pero en todas parece faltar una pieza.
—Cualquiera de ellas, tomada aisladamente, carece de una pieza —dijo el niño—. Sin la valentía de Vansen, y sin el ingenio y la bravura de los caverneros, nadie habría demorado al autarca el tiempo suficiente. Sin el sacrificio de tantas vidas qar, el Embaucador habría escapado a la superficie y allí nadie habría podido detenerlo. Sin el sacrificio de Escarabajel el techero, nada de ello habría importado. A pesar de que el fragmento de un dios crecía dentro de mí, yo tardé en comprender quién era el verdadero enemigo y qué planeaba. ¿Ayudé aquí y allá? Sí. Pero no habría significado nada sin los actos de otros. —Pedernal alzó la vista y sonrió, como dirigiendo sus palabras a todos ellos—. En los días venideros, cuando os preguntéis si los dioses están con vosotros, pensad que aun los caprichos más crueles e insignificantes de un dios dormido estuvieron a punto de provocar el fin de todas las cosas. Pero si creéis que eso significa que estáis desvalidos en manos de los hados, pensad en esto: un dios inmortal, amo del fuego y del engaño, hijo de la Muerte, fue derrocado en gran medida por un hombre tan pequeño que mi papá Sílex lo sostenía en la mano. —Pedernal se levantó—. Ahora debo partir. Pronto tu hermano estará aquí, Briony Eddon, y creo que todavía tenéis cosas que deciros.
—Pero… ¿por qué nos cuentas todo esto ahora? —La princesa estaba desconcertada, como si no supiera qué hacer. Miró a Vansen como si él pudiera tener alguna idea que a ella se le había escapado—. ¿Y por qué aquí?
—Porque primero mis padres deben liberarme de mi promesa de no abandonarlos. Por otra parte, quiero que los lleves contigo cuando regreses al castillo. —Dijo esto como si fuera obvio—. He aprendido bastante sobre la gente y sé que estarán tristes cuando me vaya, sobre todo mamá Ópalo. Llévala contigo para que te ayude a cuidar de tu hermano, el pequeño Olin Alessandros. Es una excelente madre, ya verás.
Ópalo, que se había calmado un poco, comenzó a lloriquear de nuevo.
—Claro que sí… Veré de que tu madre y tu padre… estén bien atendidos… —comenzó Briony.
—No —dijo Pedernal con firmeza—. No se requiere al dios que está en mí para saber que estarás ocupada en los días venideros. Demasiado ocupada para cuidar a un niño que crece. ¿Quieres que el hijo menor de tu padre, que un día podría ser tu heredero o tu mayor enemigo, sea criado por sirvientes que no conoces?
—Pero… ¿Cómo…? ¿Por qué…? —Briony extendió las manos; Vansen se maravilló al ver que la joven que dentro de un par de decenas seria la reina de las Marcas se quedaba sin habla ante los argumentos de un niño rubio.
—Para dar forma a las cosas —dijo Pedernal—. Es algo que hacen los dioses. Dan forma a las historias de los hombres. —Se levantó—. Ahora debo irme, si me lo permites. Papá Sílex, una vez me hiciste prometer que no me iría hasta que hubieran pasado cinco años. No puedo esperar tanto tiempo.
Sílex extendió las manos con impotencia.
—No puedo atarte a una promesa que te obligue a hacer cuando no comprendía todo. Desde luego… estás liberado…
—¡No! ¡No te vayas! ¡Pronto oscurecerá! —exclamó Ópalo.
—Mamá Ópalo, ¿de veras crees que tengo miedo de la oscuridad? —El niño la miró con severidad—. Aunque sólo tuviera la edad que aparento, tendría al menos diez veranos. —Fue hacia ella y la abrazó, estrechándola largo rato. Sílex se unió a ambos y, mientras Vansen miraba, los tres hablaron en susurros, uniendo las cabezas. Sílex y su esposa tenían los ojos llenos de lágrimas.
—Tus otros invitados acaban de llegar, Briony Eddon —dijo al fin Pedernal, apartándose de sus padres—. Los oigo.
Vansen, por su parte, no había oído nada, pero un guardia lo llamó. Se asomó por la entrada.
—Una fuerza numerosa se acerca por el camino —dijo el soldado—. Creo que son los qar.
—Son ellos —dijo Pedernal—. Me marcharé y podréis recibirlos. ¡Adiós!
* * *
El sol había caído tras las colinas, pero aunque el fuego que habían encendido fuera de la tienda era brillante, y sin duda alegraba el corazón de Ferras Vansen y los guardias que esperaban allí, los qar no habían preparado fogatas ni instalado tiendas. Cientos de ellos aguardaban en silencio a la vera del camino mientras su líder hablaba con la señora del castillo que habían estado a punto de tomar.
La señora del castillo también era la hermana del líder, un hecho que Barrick Eddon parecía recordar por primera vez en mucho tiempo.
—Lo siento —dijo él mientras caminaban lentamente por la carretera, dando la espalda a sus obligaciones. Su mano tullida, que parecía totalmente curada la última vez que ella lo había visto, tenía los nudillos blancos y los dedos agarrotados, y parecía que había vuelto a dolerle—. Ahora veo que en cierto sentido fui cegado por todo lo que sucedió. Estaba equivocado, Briony, muy equivocado: tenemos que hablar de muchas cosas, pero ahora no tenemos tiempo.
—¿Qué quieres decir? Tenemos todo el tiempo del mundo. La guerra ha terminado, Barrick. Ahora sólo nos queda reconstruir, y créeme que será una larga tarea. Quédate a ayudarnos. ¿Quieres obligarme a suplicar?
Él la miró un momento, y luego meneó lentamente la cabeza.
—¡Maldición, Barrick! —protestó ella—. ¿Por qué no te quitas esa coraza que te cierra ante los demás?
—No quise decir eso —dijo él—. No tenemos tiempo porque ya no hablamos el mismo idioma, Briony. He encontrado parte de lo que perdí, parte de lo que amaba en este lugar y en ti, pero para que nos entendiéramos de veras tendría que enseñarte todo lo que me sucedió mientras estuvimos separados, y tú tendrías que hacer lo mismo, para que yo pudiera entender todo lo que piensas y dices. Nos hemos vuelto… diferentes. —Bajó la barbilla como si tuviera frío, aunque era un anochecer cálido y Briony dudaba que Barrick ahora sintiera el frío—. Y debo irme, Briony. Si me quedo aquí, Qinnitan morirá. —Se alejaron de la carretera y caminaron entre los qar, que miraron pasar a Briony como animales desconfiados—. En Qul-na-Qar quizá pueda salvarla, o al menos aprender a mantenerla cerca para curarla un día.
—Qinnitan. —Briony trató de tragarse su infelicidad. ¿Cómo podían cambiar tantas cosas al mismo tiempo, y al parecer para siempre?—. Conque es eso. ¿Te irás y nunca volveré a verte por una muchacha que apenas conoces? ¿Tú, la única familia que me queda?
Él se detuvo. Ella pensó que lo había irritado y se dispuso a escuchar una réplica furiosa, pero él no habló del modo que ella temía.
—No había pensado en ello —dijo—. Yo… Hay una parte de mí ahora, una gran parte, que no recuerda fácilmente esas cosas… Tiene demasiados recuerdos propios para proteger. Mis disculpas.
Ella jadeó, asustada.
—Misericordiosa Zoria, hablas como ese Pedernal. Nos dijo que tiene el fragmento de un dios en su interior.
—Y es así. —Su hermano le tomó la mano; el gesto inesperado y la frialdad de esa piel la sobresaltaron—. En mi caso, se trata de algo sólo un poco menos inusitado. No soy el mismo, Briony… pero parte de lo que era ha empezado a regresar también. —Alzó la mano agarrotada; sus tensos nudillos estaban blancos. Al cabo de un momento, y con sólo una pequeña mueca, el logró extender los dedos. Le mostró la mano, sonriendo a pesar del dolor, y aunque Briony no entendía del todo, supo que él le mostraba algo importante. Las lágrimas le humedecieron los ojos—. Quizá un día el viejo Barrick regrese y yo vaya cabalgando hasta las puertas, pidiendo a gritos que me dejes entrar. —Se rió de esa idea—. Quizá incluso lleve una esposa e hijos.
—Éste será siempre tu hogar. —Ella no quería hablar en broma. Apenas podía contener las lágrimas—. Siempre. Y siempre te extrañaré.
Echaron a andar de nuevo. Por un rato ninguno de los dos habló.
—Es el lugar, no eres tú —dijo él al fin.
—¿Qué?
—Por eso me cuesta quedarme aquí, aunque no necesitara llevar a Qinnitan a la casa del Pueblo. Este lugar, su… historia. Los qar lo odian. No obtuvieron ninguna victoria. De hecho, éste puede ser el sitio de su destrucción final. Y tampoco ha sido bueno conmigo. Pero creo que puedo cambiar las cosas, para los supervivientes y para mí.
—Te equivocas en algunas cosas —dijo ella.
Él la miró con cierta sorpresa.
—Dime.
—La última vez que lo vi, nuestro padre me contó una historia sobre Kellick y Sanasu. Él la amaba, ¿sabes?
—¿Qué?
—La amaba. Nuestro padre me dijo que, según el propio Kellick, él sólo se proponía averiguar qué hacían los qar debajo del castillo, así que llevó hombres para interrogarlos. Pero en cuanto vio a Sanasu, se enamoró tanto que no podía volver a casa sin ella. En medio de la disputa, la furia y la suspicacia, se lo dijo a su hermano, sin entender que Janniya no sólo era su hermano sino también su prometido. Enfurecido por lo que él consideraba un terrible insulto, Janniya atacó a Kellick y estalló una lucha. Janniya murió y los pocos qar supervivientes huyeron. Kellick se llevó a Sanasu y poco después se casaron. Nadie sabe si fue contra la voluntad de ella, me contó nuestro padre, pero vivieron juntos en aparente armonía hasta que Kellick murió.
—¿Entonces el crimen no fue un crimen porque ocurrió por amor?
—No. —Briony volvió a cogerle la fría mano—. Pero debes conceder que el crimen no es tal como lo han pintado las historias. El amor y un accidente estúpido y fatal están muy lejos del asesinato y la violación.
Él reflexionó.
—Tienes cierta razón —dijo—. Lo pensaré. Y también les hablaré a los qar sobre ello. Quizá no cambie nada. —A la luz moribunda Briony sólo le veía los duros ángulos de la cara, y hasta la voz de su mellizo era diferente: Barrick ya no era el amado, irritante y lastimero compañero de su infancia, sino algo más extraño y más fuerte.
—Y ahora que te vas, ése es el Barrick que no conoceré —dijo ella, pensando en voz alta.
Él se encogió de hombros.
—El viejo Barrick nunca habría sobrevivido sin ti. Además, mezclamos nuestra sangre en la despensa, ¿recuerdas? Ni siquiera el nuevo Barrick puede olvidar eso.
Ella lo miró sorprendida.
—Creí que nunca volvería a oír hablar de eso.
—Es posible que también encontremos modos imprevistos de mezclar nuestros pensamientos —dijo él con seriedad—. Seremos dos monarcas. Dos hermanos que gobiernan deben mantenerse en contacto. —Se tocó la cabeza—. También tendré en cuenta eso.
Briony estaba a punto de volver a llorar.
—¡Aun así, pasarán años antes de que nos veamos! El único pensamiento que me sostuvo en todo esto fue que al final, si sobrevivíamos, volveríamos a ser una familia.
—Somos una familia, Briony. Cuanto más cambio, más veo aquello que nunca cambiará en mí. Fui un Eddon antes de ser cualquier otra cosa. —Se inclinó para besarle la frente, y luego la abrazó. Sorprendida, ella se resistió un momento, y luego le echó los brazos y lo estrechó. Permanecieron así largo tiempo, dos personas en una colina verde a la vera de un camino mientras despuntaba la luna.
—Ah, cabeza roja. ¡Te echaré de menos!
—Lo sé, Briony. —Barrick sonrió—. Quiero decir: lo sé, cabeza de paja. Y yo te echaré de menos a ti. Pero eso significa que nunca estaremos separados del todo.
* * *
A Vansen le costaba pensar claramente en el viaje de regreso. Ayudar a Sílex a subir a su afligida esposa al carruaje era como ser cómplice de una traición.
—¿Cómo puede irse por su cuenta? —insistía Ópalo—. Nuestro niño… ¿Qué hará? ¿Quién lo alimentará?
—Se las apañará —repetía Sílex una y otra vez, pero el hombrecillo parecía bastante conmocionado. Vansen se compadeció. Sabía lo que se sentía al no poder llorar una pérdida porque otros te necesitaban—. Pedernal siempre se las ha apañado, mucho antes de que nos hablara de un presunto dios.
—¿Entonces no le crees? —preguntó Vansen.
Sílex frunció el ceño.
—No, lo peor de todo es que sí le creo; eso es lo más espantoso. Aunque volvamos a ver al niño, nunca será realmente nuestro Pedernal. —Señaló el carruaje donde Ópalo lo esperaba y bajó la voz—. Eso es lo que la pone tan triste.
—Pero tu hijo siempre fue diferente de lo que creían los demás —dijo Vansen lentamente—. Ninguno de nosotros lo conocía de veras.
—Y Ópalo lo sabe; lo sabe mejor que nosotros. —Sílex extendió una mano callosa para que Vansen lo ayudara a subir al carruaje—. No se preocupe demasiado por nosotros, capitán Vansen. Los caverneros tenemos la piel dura. Sobreviviremos.
—Cuando hayáis tenido un tiempo para vosotros, traed lo que necesitéis al castillo y os encontraremos un sitio en la residencia real. —Vansen había pasado tanto tiempo sin hogar que no sabía bien qué llevaba la gente común consigo—. Armas, si las tenéis. Recuerdos.
Sílex sonrió a pesar de los discretos sollozos que venían del carruaje.
—Sí, mi magnífica colección de armas, desde luego. Para ser franco, no necesitaré mucho lugar para eso. Pero quizá Ópalo tenga algunas sartenes. —Asintió mientras reflexionaba—. Y no me entristecerá dejar la casa de mi hermano. Estará por allí mucho más a menudo, ahora que Cinabrio ha convencido a los prefectos de borrar a Nódulo de la pizarra de magísteres, por su peligrosa intromisión, y estoy seguro de que me echa la culpa a mí. —Sílex sonrió con satisfacción—. Lo cual me causa un enorme placer, capitán… Un enorme placer.
* * *
Cuando el desconcertado cochero de Merolanna pudo iniciar la marcha y el carruaje se internó en la sombra, Vansen y Briony cabalgaron de vuelta al castillo en la silenciosa compañía de los guardias.
La princesa y el capitán no tenían mucho que decirse. En el mejor de los casos, Vansen no confiaba mucho en las palabras, y ahora no se le ocurría ninguna que pudiera expresar lo que sentía. Briony estaba más distante que nunca.
Este ánimo «festivo» sólo mejoró cuando otro contingente de guardias los recibió en el terraplén, escoltando a un mensajero que apenas hincó la rodilla en tierra antes de entregar a Briony una carta sellada de Steffens Nynor.
—Dulce Zoria —dijo ella al leerla—. O quien sea que debemos invocar ahora. Que se apiade de todos nosotros.
—¿Qué? —Vansen odiaba verla tan alarmada, pero era peor verla tan dolorida y agotada.
—Es Anissa, mi madrastra —dijo Briony, mirando las imponentes murallas del castillo—. Se ha caído de la ventana de la torre… o ha saltado. Está muerta.