51: Admiración compartida

51

Admiración compartida

Zoria la Paloma, la más amable de todas las deidades, accedió a casarse con su tío si él liberaba al Huérfano, aunque la tierra y el cielo lamentaran perderla.

El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos

En honor de la visita real, la calle de la Gema estaba alumbrada por gran cantidad de faroles, así que la ornamentación del famoso techo de Cavernal y la fachada de sus edificios públicos se podían apreciar en toda su intrincada gloria.

—Es asombroso —dijo Briony, mirando hacia arriba desde el caballo mientras Vansen la guiaba por la angosta calle mayor—. Toda esta belleza. Yo sabía que estaba aquí, pero no reparaba en ella… Mi padre me trajo aquí varias veces.

—Tratad de mirar también hacia abajo, alteza —dijo Nynor—. No olvidéis a vuestros súbditos.

—No me regañéis, conde Steffens. Sé que ellos me esperan. Por eso he venido. —Procuró saludar y sonreír cuando pasaron el cruce de Gema y Mineral, donde las apiñadas multitudes aguardaban desde hacía un rato—. Allá veo la sede del gremio. Muy impresionante, ¿verdad, capitán Vansen?

Él sólo respondió con un gruñido, pues en ese momento se dedicaba a despejar el camino para que Briony llegara a la ancha escalinata del frente del edificio. En general el castillo estaba en paz, pero algunos desesperados partidarios de Hendon Tolly aún acechaban en las lindes menos frecuentadas de Cavernal, y corría el rumor de que algunos xixianos e incluso un gigantesco askorab o dos podían estar escondidos en los túneles externos. Después de una época tan extraña, costaba saber cuándo todo volvería a la normalidad.

Varios caverneros saludaron el nombre de Vansen, y esto lo sorprendió. Al volverse, reconoció a hombres que habían luchado con él en el Laberinto y los saludó, aunque se sintió incómodo. Le conmovía que lo considerasen uno de ellos, pero no le gustaba llamar la atención, y nunca le gustaría.

¿En qué brete me meteré siendo lord condestable, entonces? Nunca podré mirar a los auténticos nobles a la cara… Pero recordó que muchos de esos «auténticos» nobles habían evitado luchar por Marca Sur. Muchos de esos mismos nobles habían declarado que nunca bajarían a Cavernal, ni siquiera para escuchar el discurso de la princesa regente. Lo cual demuestra que la cuna no basta para hacer o deshacer del todo a un hombre, pensó, sintiendo que su corazón se desbocaba pero conteniéndolo con firmeza. ¡Mírame a mí! La princesa dice que me ama… ¿Tengo motivo para quejarme de algo?

Como si eso fuera poco, notó que los caverneros lo vitoreaban a él tanto como a Briony, aunque se hizo el desentendido. La ayudó a descabalgar frente a la sede del gremio y formó a la guardia real para acompañarla al interior.

—Es usted un hombre apreciado por estos lares, capitán —dijo Briony, sonriendo.

—Cualquier hombre que no haya huido de los problemas sería tratado del mismo modo. —Pero le complacía que ella lo hubiera notado.

—Alteza real —llamó Malaquita Cobre, vestido con fina indumentaria, con gemas y metal bruñido en los brazos y el cuello—, perdonadme por traer malas noticias, pero debo informar que vuestro capitán es un mentiroso. No hay hombre más admirado en nuestra ciudad, sea cavernero o gente alta.

—Lo sé, maese Cobre —dijo Briony—. Y me complace verte de nuevo en circunstancias menos penosas que el día de la inundación.

—El sentimiento es mutuo, alteza. —Cobre se inclinó y extendió el brazo—. Permitid que os lleve al salón del gremio. Podéis dejar que vuestro lúgubre acompañante se reúna con vos cuando esté listo.

—Ciertamente ella puede ir contigo, maese Cobre, pero estaré detrás —dijo Vansen con firmeza—. Su alteza no va a ninguna parte sin la protección del capitán de la guardia. Se lo debe a sus súbditos. ¿No estoy en lo cierto, princesa Briony?

Ella sonrió mientras cogía el brazo de Cobre.

—Desde luego, capitán Vansen. Usted es el experto.

* * *

Era una reunión desconcertante, pensó Vansen, algo que evocaba los meses recientes, cuando tantas razas diferentes se habían unido en medio de una situación desesperada. Había muchos integrantes de la corte de Marca Sur, y desde luego gran cantidad de caverneros (era la sede de su gremio, después de todo), con los cuatro prefectos en sus habituales posiciones de poder. Pero no eran los únicos que poblaban la cámara del consejo. También había gran cantidad de acuanos, y la mayoría de los hombres usaban sombreros ceremoniales y mantos de piel de pescado, totalmente seca y casi inodora, por suerte, pues la cámara no era amplia. También habían asistido los techeros, y toda su delegación estaba sentada en una carreta cavernera especialmente preparada para ellos. Hasta los qar tenían su delegación, con la eremita Aesi’uah y otros personajes silenciosos con túnica; como el resto de su gente, Aesi’uah daba la impresión de que podía esperar cortésmente hasta que el sol se consumiera, si era necesario. Barrick no había ido.

Uno de los prefectos, un cavernero llamado Cornalina que parecía aún más viejo que el antiguo edificio, inició la ceremonia con palabras de salutación y extravagantes promesas de lealtad cavernera que no parecían demasiado sinceras. Vansen se preguntó si sería el único que lo había notado.

—Y ahora, en un gesto que debemos tomar como una muestra de gran respeto —concluyó el consumido anciano—, ella acude a nuestra humilde morada para hablarnos. Saludad a vuestra soberana, Briony, hija de Olin Eddon y princesa regente, que pronto será coronada reina… Inclinaos.

Briony se puso de pie en medio del murmullo general de los caverneros que le rendían homenaje. Entre los presentes, los qar fueron los únicos que no se inclinaron ni se cuadraron. Muchos cortesanos lo vieron y no les cayó bien, notó Vansen. Los que no combatieron son los que tienen menos paciencia con nuestros extraños aliados, pensó.

—Acepto este honor en nombre del trono, y de mi padre —declaró Briony—. Pero mi persona no lo merece. Ojalá un día logre ganármelo.

Algunos caverneros murmuraron, confundidos.

—Hemos sobrevivido a un terrible peligro —continuó ella—. Creo que el cielo mismo nos salvó de un destino nefasto… pero por un motivo. Todo lo que apreciamos estaba al borde de la aniquilación: nuestro reino, nuestra ciudad, nuestra vida, incluso nuestra alma. No puedo creer que esas cosas ocurran porque si. No importa si fueron los dioses que adora mi gente, o los Ancianos de la Tierra de los caverneros… —La multitud se conmovió mientras ella enumeraba los nombres sagrados—. Egye-Var, protector de los acuanos, o el Señor del Pico. —Briony miró hacia la carreta de los techeros—. Lo cierto es que fuimos salvados cuando parecía seguro que íbamos a morir.

»Estamos aquí, entre otras cosas, para dar gracias a los que lucharon por Marca Sur, desde los más pequeños hasta los más altos… y luego hablaré de algunas de esas aportaciones. Pero lo más importante es que estamos aquí porque he decidido que debemos aprender la lección que hemos recibido.

»Quizá nunca sepamos con exactitud qué mano misteriosa forjó el destino de la gente de este castillo, de los qar y de los xixianos, y nos juntó a todos en este lugar. Lo que podemos saber es que sólo con la ayuda de cada uno de nosotros hemos evitado un desenlace funesto. No puedo gobernar de buena fe este reino sin entender el claro mensaje que nos ha enviado el cielo.

Elevó la voz.

—¡Caverneros! Mi familia, que en un tiempo os llamó hermanos, os ha tratado injustamente en los años recientes. Gozábamos de los frutos de vuestra labor pero os dábamos poca participación en nuestro gobierno. Lo mismo sucedió con los acuanos. En cuanto a vosotros, techeros… bien, la culpa no es del todo nuestra, porque os ocultasteis tan bien bajo nuestras narices que casi todos habíamos olvidado vuestra existencia. —Un estridente coro de risas se elevó desde la delegación de la carreta, algo semejante al canto de los grillos.

Luego Briony se volvió hacia Aesi’uah y los otros eremitas.

—Hasta los qar merecían algo mejor de nuestra parte. —Esto causó un murmullo de resentimiento entre los ciudadanos comunes—. Es probable que también nosotros mereciéramos algo mejor de parte de ellos —añadió Briony, pero sin prisa ni preocupación—. Nadie puede resolver ese acertijo todavía. Los daños mutuos que nos hemos infligido no se pueden analizar en una tarde.

»Pero ahora ha llegado el momento de reconstruir Marca Sur, desde estas hermosas calles y casas de Cavernal, deterioradas por el fuego de los cañones, hasta el erial en que se ha convertido la ciudad de tierra firme. Necesitaremos la ayuda de todos. Y así, mientras reparamos los daños causados por la guerra y la traición, tendremos que trabajar como un solo pueblo. Ya no habrá un consejo real que no incluya miembros caverneros, ni se tomarán decisiones sobre Marca Sur que no tengan en cuenta a todos sus residentes. ¡No me interpretéis mal! —Briony elevó la voz cuando la multitud empezó a murmurar—. Habrá que tomar decisiones, y no todas gozarán de popularidad. Por eso la persona que ocupa el trono, trátese de mí o quizá, un día, de uno de mis hermanos, debe contar con el peso de la ley, igual que antes. Pero esa ley nunca más volverá a aplicarse sin que se oiga la voz de todos los marqueños.

Las voces de la multitud, que habían crecido durante este extraño e inesperado discurso, se volvieron tan estentóreas que por un momento Vansen pensó que tendría que sacar a Briony de la tarima para protegerla. Algunos caverneros hablaban a gritos. Pero al cabo de un momento comprendió que la mayor parte de la algarabía provenía de un grupo de caverneros jóvenes que vitoreaban a la princesa regente. Los caverneros mayores, así como muchos cortesanos y acuanos, parecían descolocados.

—Hoy estoy aquí —continuó Briony— para proclamar un nueva asamblea que aconsejará al soberano de los reinos de la Marca. Este consejo de Marca Sur estará constituido por todos los pueblos de Marca Sur, gente alta y pequeña, terranos y acuanos. Juntos protegeremos este antiguo lugar que es el hogar de todos nosotros, y que es querido por todos nosotros…

* * *

La larga tarde estaba terminando. Mientras Vansen esperaba, su amada escuchaba a Steffens Nynor, que trataba de hablarle en tono confidencial en una sala abarrotada.

—Pero, alteza —susurró agitadamente—, esto no tiene antecedentes.

—La realeza crea sus propios antecedentes —rió Dawet Dan-Faar—. Briony inicia su reinado como una auténtica reina. Es loable.

Nynor frunció el ceño.

—Tampoco hay antecedentes para vos, maese Dan-Faar. Si mal no recuerdo, la última vez que os vimos estabais pidiendo rescate por nuestro rey.

—Es verdad —dijo Dawet—. Soy un hombre ocupado.

Vansen se interpuso entre ambos, no porque pensara que Nynor haría algo peligroso, sino porque no le agradaba que se burlaran del viejo, y Dawet era juguetón como un gato.

—Por favor, alteza —le dijo a la princesa—, deberíais volver a la residencia.

Ella lo miró de mal humor.

—¿Por qué todos creen que deben cuidarme como una niña?

—Porque, cual padres afectuosos, tenemos algo muy valioso y no queremos arriesgarlo. —Dawet estaba complacido consigo mismo. Vansen se preguntó cuando este sujeto artero y peligroso se iría a causar problemas a otro reino. Él no veía el momento de que se largara.

Le sorprendió encontrar a Aesi’uah a su lado. Había aparecido de pronto, con su grupo de encapuchados; todos los que estaban en la plataforma parecían evitarlos.

—Princesa Briony —dijo la eremita—, perdón por interrumpir. Traigo un mensaje de vuestro hermano.

—¿De veras? —respondió Briony con frialdad—. Lo pudo haber traído él mismo, pues vuestro campamento no está tan lejos.

—¿Queréis oír el mensaje?

La princesa agitó la mano.

—Supongo.

—Desea informaros de que partiremos mañana. Los supervivientes del Pueblo regresarán a Qul-na-Qar. Pero dijo que deseaba hablar con vos una última vez, si tenéis la bondad de venir a despedirlo.

—¿Dónde? —Briony parecía furiosa, pero en su expresión también había algo que Vansen no entendía del todo.

—Donde ambos os despedisteis la última vez que él se fue. —Aesi’uah unió las manos sobre el pecho—. La carretera de la costa, en el ocaso. Si no podéis ir tan lejos, él lo entenderá…

—Allí estaré. —Briony se alejó de ella como si la mujer qar hubiera dejado de existir—. Venga, capitán Vansen, reúna a sus hombres. Nynor, podéis informar a la gente del castillo que regresamos ahora. —Sonrió, pero apenas apretaba los labios—. Hoy les hemos dado a todos algo de que hablar, ¿verdad?

Nynor sacudió la cabeza y suspiró.

—Ya lo creo que sí, alteza. Sois la hija de vuestro padre, no cabe duda.

* * *

Había llovido por la mañana, pero el cielo se había despejado bastante cuando la hermana Utta regresó del altar. Con la ayuda de algunos guardias reales prestados por su guapo pero reticente capitán, había reparado la mayor parte del daño, aunque el fuego de artillería había hecho añicos la mayoría de los mosaicos y los había desparramado por el suelo. Separarlos y volver a ensamblarlos llevaría meses de minucioso trabajo. Aun así, era magnífico estar haciendo algo útil, sobre todo en el lugar donde se adoraba a Zoria. Después de los acontecimientos de los últimos meses, Utta se sentía más cerca que nunca de su diosa patrona.

Más aún, pensaba mientras se dirigía a los aposentos de Merolanna, ¿por qué conformarse con sólo reconstruir el viejo altar, que siempre había sido pequeño? ¿Por qué no construir uno nuevo y mejor para recibir a la población del castillo? Un altar más grande traería más diezmos, y eso le permitiría ayudar a las personas que habían perdido el hogar o estaban en la indigencia después de los prolongados meses de guerra.

Utta estaba tan absorta en estas nuevas ideas que no reparó de inmediato en el niño sentado en el banco de la antecámara de Merolanna, como un joven estudiante expulsado del aula para meditar sobre sus faltas.

—¡Oh! —Al verlo dio un paso atrás. Era un niño de nueve o diez años, y el pelo era de un color amarillo tan claro que en la oscura habitación parecía blanco. Por un momento la ropa le hizo pensar que era un cavernero, pero su rostro, a pesar de su solemnidad, era el de un niño. Se recobró de la sorpresa—. Hola. Que los Tres te bendigan, y también la bondadosa Zoria.

Él se levantó del banco.

—Bendiciones a ti, hermana Utta. Ya debo irme, pero antes quería decirte algo.

El niño era raro, aunque ella no sabía exactamente por qué, pero su actitud era tan vehemente que Utta no retrocedió cuando él se acercó y le tomó la mano.

—Por favor, cuida a Merolanna. Es importante para mí y se pondrá triste cuando sepa que me he ido. No le queda mucho tiempo. Me temo que la llamarán antes de que regrese la primavera, así que no será una tarea demasiado agobiante para ti. —Mientras ella lo miraba con asombro e inquietud, el niño le apretó la mano. Sus ojos eran azules como un diáfano cielo de primavera—. Ahora debo ir al establo —continuó sin dar explicaciones—. A ti aún te quedan muchos años, hermana, así que no debes temer que tu amabilidad con Merolanna atente contra tus ambiciones. Puedo anunciarte que traerás muchos corazones al servicio de mi madre en los días venideros.

Mientras estas palabras aún resonaban en la cabeza de Utta, el niño le soltó la mano y salió de los aposentos de la duquesa viuda.

—¡Qué mañana! —dijo Merolanna cuando Utta entró en su dormitorio—. ¡Mi hijo vino a verme! ¡Aquí en mi cuarto! ¡Ojalá lo hubieras visto!

Utta no sabía qué decir.

—Habrá sido una bendición —comentó.

—Una bendición, sí, ésa es la palabra. Vino a verme y me habló de muchas maravillas que un día me mostrará. No veo el momento de que llegue.

Utta miró la sonrisa de la anciana un largo instante, y luego desvió la vista para enjugarse discretamente los ojos.

—Todas las cosas llegan cuando los dioses lo deciden.

—Hablas como si no creyeras que él volverá pronto —dijo la duquesa—, pero será mejor que no se deje estar. Después de todo, se ha llevado mi carruaje y a mi cochero. —Merolanna ordenó los cojines y se reclinó, y luego buscó la mano de Utta—. Pero hasta entonces, querida amiga, siéntate conmigo una hora, si eres tan amable. ¿Cómo está el tiempo hoy? ¿Al fin ha llegado el verano?

Utta se dejó arrastrar a la silla, mientras sus pensamientos correteaban como ratones.

—¿Verano? Ah sí, creo que sí, duquesa. Hoy no hace mucho calor, pero el cielo está brillante y despejado…

* * *

—Es culpable de asesinato. Más aún, es culpable de complicidad en la muerte de un príncipe que ocupaba el trono. No podemos dejarla vivir, princesa.

Rose le estaba acomodando una cinta suelta del peto y Briony empezaba a perder la paciencia. Echó a la joven con un gesto.

—Maese Dan-Faar, estamos hablando de mi madrastra, la viuda de mi padre. No es tan sencillo como vos lo presentáis.

—Sí que es tan sencillo. Si hay alguna disconformidad con vuestro gobierno, Anissa pasará a ser el centro de toda resistencia; a fin de cuentas, es la madre del bebé. «¡Poned al hijo de Olin en el trono!», dirán. «¡Necesitamos un rey!».

—¿En vez de una reina? —preguntó Briony—. No conocéis la historia de mi familia tanto como creéis, Dawet.

—Ya, todos hemos oído hablar de la reina Lily, orgullo de los Eddon. —Se rió con ese modo irritante que tenía, como si los pensamientos de todos los demás ya se le hubieran ocurrido, y él los hubiera analizado y desechado—. Pero eso fue hace mucho tiempo y nadie osaba hablar contra la sangre de Anglin. Los tiempos han cambiado, alteza. El mundo esta del revés, sobre todo en Marca Sur, y nadie volverá a sentir tanta certeza sobre lo que es importante o no.

Briony meneó la cabeza.

—No todo lo que decís es erróneo, maese Dan-Faar, pero yo no soy vos, esto no es Tuan ni otra satrapía xandiana, y no matamos a nuestros parientes.

—Cualquier príncipe ejecutaría a un pariente que ya ha intentado matarlo a él. En el sur no somos tan incivilizados como creéis, princesa.

Ella sintió que la habían pillado en un renuncio.

—No quise ofender, Dawet.

El hizo una pequeña reverencia.

—Lo sé, alteza. Yo sólo pinto la realidad.

—Basta. Habladme de otra cosa. ¿Qué hay de los Xixianos? ¿Terminaron de embarcarse esta tarde?

—Así es. El nuevo autarca, el ministro y el resto de los Leopardos. Abordaron una nave mercante de Mar del Timón que va por la costa, así que tendrán un lento viaje de regreso. —Sonrió—. Fue sumamente satisfactorio observarlos: los restos del gran ejército xixiano obligados a contratar barcos e irse furtivamente. Tal vez un día mi propio país pueda gozar de semejante espectáculo.

—Tal vez. ¿Y el príncipe Eneas?

—Él y sus hombres deben iniciar su viaje de regreso mañana. Como sabéis, su padre está enfermo y a él lo necesitan en casa.

—Envenenado por esa zorra Ananka, estoy segura. Espero que Eneas pueda enderezar las cosas allí. Entre tanto, lo echaremos de menos. Yo lo echaré de menos. —Briony suspiró—. Me alegra que estéis aquí, maese Dan-Faar. En un momento en que todo está en duda, habéis sido un buen consejero y un buen amigo. Estoy agradecida.

—Me satisface aceptar vuestro oro, princesa —dijo él, todavía sonriendo—. Os aseguro que mi actitud servicial es puramente mercenaria.

Ella rió.

—Ah, sí, sois un bellaco famoso, ¿verdad? Lo había olvidado. —Su buen humor no duró demasiado—. Nunca olvidaré eso: que trajisteis a Shaso de vuelta a casa. Sé que fuisteis enemigos en vida, Dawet.

Él se encogió de hombros.

—Al final, no pude olvidar que el y yo compartíamos algo importante: amor y admiración por la misma joven.

—Ah. —Briony asintió sabiamente—. La hija de Shaso; la que murió. Desde luego.

Dawet parecía sorprendido pero intentó no demostrarlo.

—Ah. Sí, ella, desde luego.