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Una piedra en la boca
El gran Kernios declaró que tras echar a su esposa necesitaba otra mujer, y que si Zoria ocupaba el lugar de Mesiya, permitiría que los dioses llevaran al Huérfano al cielo para que viviera con ellos.
El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos
A su alteza real, Eneas Karallios, príncipe de Sian y Kracia del Norte.
Mi querido amigo y protector:
Con el corazón aún apesadumbrado por la muerte de mi amado padre, y también apenada por la pérdida de mi hermano mellizo, aunque en este momento él vive y respira a poca distancia de la habitación donde escribo esta carta, es que emprendo esta tarea, después de postergarla todo el día. Preferiría abordar muchas labores tediosas, como el examen de las cuentas con Nynor, que revelan que mi reino está en un escandaloso estado de pobreza y desorganización, antes que escribir esto. Pero lo haré, pues de lo contrario tendría que decir estas dolorosas palabras en persona, y ver su efecto en vuestro benévolo semblante.
Eneas, no puedo casarme con vos. Prometí que pensaría en ello cuando supiera qué destino me aguardaba en Marca Sur, y he examinado vuestra propuesta con la más profunda y agradecida atención. ¿Quién no se sentiría halagada por semejante ofrecimiento? Más importante aún, ¿qué mujer, incluso si no os admirase como yo, cometería la necedad de rechazarlo? Tras haber viajado con vos en estos meses y haber visto vuestra valía, os aseguro que me siento más honrada de lo que puedo expresar, pero aun así no puedo ser vuestra esposa. La mujer que un día tendrá esa buena suerte y será vuestra reina, sea quien fuere, quizá sea la más afortunada de mi sexo en todo Eion.
Por favor, noble Eneas, comprended que no hay ningún defecto vuestro que me lleve a esta decisión, ninguna carencia en vuestro carácter o vuestro modo de tratarme que me inste a rechazaros. Habéis sido totalmente honorable conmigo, y vuestra amabilidad superaría con creces mis merecimientos, aunque a partir de ahora dedicara mi vida tan sólo a ganarla. Pero mi país me plantea exigencias, mi pueblo me necesita, y mi hogar en ruinas demanda toda mi atención. Sé que si os desposara, no os opondríais a que reconstruyera Marca Sur, ni a que consagrara la mayor parte de mis pensamientos a mi pueblo, pero atentaríais contra el interés de vuestros súbditos si os ausentarais de vuestra patria, y al casarnos sembraríamos la división. También considero que con el tiempo, por la naturaleza de vuestro sexo y la importancia de vuestro país, Marca Sur seria sólo una dependencia de Sian. Eso me basta para decidir que no me casaré con ningún otro monarca. Se me desgarra el corazón al ver lo que estos últimos años han hecho a mi amado hogar, y he llegado a comprender que soy, ante todo, la hija de mi padre. De veras valoro a mi pueblo más que mi propia felicidad.
Diréis que nada de esto es un obstáculo para el matrimonio, que son los temores de una mujer joven que ha sufrido demasiadas pérdidas. Es posible, pero merecéis algo mejor que casaros con una prometida poco entusiasta. Sois el parangón del caballero del Trígono, querido Eneas, y merecéis una consorte que siempre pueda estar a vuestro lado sin lamentar el descuido de su propio reino.
Pero debéis saber que mi deuda para con vos es profunda. Suceda lo que sucediere, ruego que nuestros países sean siempre amigos, para que vos y yo podamos ser fieles amigos también…
* * *
Los guardias observaron su expresión con alarma, pero él no les prestó atención. No eran los guardias quienes habían provocado su furia.
Una doncella lo dejó pasar; se paseó por la antecámara hasta que ella regresó y lo condujo a la habitación de Briony. La princesa estaba escribiendo una carta; cuando él entró, ella pasó el secante, enrolló el pergamino y lo guardó. La noche estival era cálida pero Briony usaba un grueso camisón, quizá por pudor. Las demás doncellas aún estaban vestidas, lo cual era bueno, teniendo en cuenta los planes de Ferras Vansen.
—Necesito un rato para hablar en privado con vuestra alteza real —dijo—. Princesa, ¿podéis pedir a vuestras doncellas que salgan? Me disculpo por la intrusión, pero es un asunto de suma urgencia.
Ella le estudió la cara.
—Desde luego, capitán Vansen. Dadles un momento para acicalarse. Queridas, sé que la duquesa Merolanna permanece despierta hasta altas horas porque le cuesta dormir. Podréis encontrar fuego y compañía en sus aposentos.
Cuando todas salieron, asombradas por esta súbita intromisión, Briony se sentó en un sillón y plegó los pies debajo.
—Tiene usted mi atención, capitán Vansen. —Meneó la cabeza—. No podré llamarte así mucho más tiempo, ¿verdad? Pronto llegará la coronación, y se otorgarán los honores…
—Olvídate de eso —dijo él—. No me importan los honores ni los títulos, y lo sabes.
—¿Por qué estás tan furioso conmigo? Ayer te miré muchas veces pero sólo veía tu cara larga. No me mirabas a los ojos. —Quería fingir firmeza, pero le tembló la voz—. La noche anterior te ofrecí mi corazón y mis labios. ¿Por qué me he ganado tu desprecio?
Él se plantó frente a ella, abriendo y cerrando los puños.
—¿Desprecio? ¡Eras tú quien se negaba a mirarme! ¡Traté de captar tu atención cuando entraste y me miraste como si no me hubieras visto nunca! Como si sintieras una vergüenza tan grande que ni siquiera podías demostrarme la amabilidad que le brindas al palafrenero más joven, o aun al viejo Acertijo.
Briony lo sorprendió con su carcajada.
—¡Acertijo! Dioses, ¿estás celoso del bufón porque le besé la cabeza y le di un par de cobres? ¡Es un viejo decrépito!
Vansen odiaba que se rieran de él: habría preferido estar de vuelta en los Misterios y ser estrangulado por el autarca antes que permitir que esta mujer, a la que amaba tanto que le dolía el corazón cuando estaba lejos de ella, se riera de ese modo.
—Os burláis de mí, milady. Os burláis de vuestro servidor porque es sólo eso: un servidor. Perdonadme. Cometí la tontería de pensar que podía ser algo más. —Dio media vuelta y caminó rígidamente hacia la puerta. Su cabeza era como una noche ventosa llena de hojarasca.
—Un momento.
Él se detuvo. Era su soberana, después de todo.
—Vuélvase y míreme, capitán. No es apropiado dar la espalda a la reina.
Vansen se volvió.
—Con todo respeto, alteza, todavía no sois la reina.
Ella tenía los ojos rojos, pero se esforzaba para no reírse, lo cual desconcertaba a Ferras Vansen.
—Piadosa Zoria, usted tenía razón, capitán Vansen. ¡Es usted un necio!
—Entonces, si mi soberana ya no me necesita —dijo él—, quizá tenga la amabilidad de dejarme ir…
—Dioses del cielo, Vansen, ¿qué pasa contigo? —Ella se puso de pie, abrazándose el cuerpo—. ¿Dejarte ir? ¿De veras estás enfadado conmigo porque no te miraba con adoración frente a todos mis súbditos, frente al príncipe Eneas y el nuevo autarca? ¿Qué quieres, hombre?
—Una señal. —Él procuró calmarse. Tuvo una súbita visión de las damas de Briony escuchando ante la puerta con los guardias—. Una pequeña señal de que la otra noche significó… algo.
Ella se le acercó, extendiendo los brazos.
—¿Significó algo? Santo cielo, ¿cómo puedes preguntarle? ¿Esto significa algo? —Se le entreabrió el camisón cuando se apretó contra él, y él sintió ese cuerpo cálido, del que sólo lo separaba una delgada capa de algodón.
La abrazó un largo instante, estrechándola hasta quitarle el aliento.
—Dioses, Briony, siento hambre de ti. No soy poeta ni cortesano. Nunca he amado así y no conozco las reglas del juego. Me asusté porque no veía nada en tus ojos. Era como si… yo no pudiera… —Sacudió la cabeza y sepultó el rostro en ese cabello dorado, que todavía estaba tan corto que él podía sentir el calor del cuello contra su mejilla—. Era como si todo lo que habíamos tenido juntos… fuera mentira.
—Tonto, querido tonto. Pronto seré reina. No puedo darme el lujo de mostrar mis sentimientos. Hoy estaría muerta si no ocultara mis sentimientos a los demás.
—Pero ahora no hay otros aquí —dijo él, y le alzó la barbilla para mirarle la cara, la cara que durante tanto tiempo sólo había podido ver en sus recuerdos; por un momento todo volvió a parecerle un sueño, pero el contacto de ella lo tranquilizó—. No hay otros. Sólo nosotros.
—Entonces verás de qué está hecho nuestro amor —dijo ella, y le acercó los labios.
* * *
—¿Estás bien, amor mío?
Ella se movió.
—Muy bien. Sólo un poco dolorida. Dicen que la primera vez siempre es así. —Sonrió—. Ahora eres mi hombre, para siempre; el único marido que tendré, aunque un templo jamás oiga nuestros votos. ¿Sabes eso?
—No querría ser otra cosa. —Él le trazaba círculos en el vientre, pero pronto la necesidad de besarla allí resultó abrumadora.
—¡Basta! —dijo Briony, riendo—. ¡No podemos! Piensa en mis damas de compañía, que difundirán esta historia por todo Marca Sur mañana por la mañana si no las hago volver de los aposentos de Merolanna antes de medianoche.
—Les dije que era un asunto de gran importancia —dijo él—. ¿Acaso mentí?
Ella le pegó en la cabeza y rodó para que él pudiera besarla.
—Ah, ojalá pudiéramos estar así para siempre, Vansen.
—Mi nombre de pila es Ferras —dijo él, casi con timidez.
—¿Crees que no lo sé? —Ella rió de nuevo—. Averigüé todo lo que pude descubrir sobre ti. Al principio porque pensaba que eras el peor hombre del mundo… Luego… bueno, mis sentimientos cambiaron, o se aclararon. —Lo miró con repentina seriedad—. ¿Prefieres que te llame por tu nombre de pila?
—No me importa qué nombre uses, mientras lo digas con esa mirada en los ojos, siempre.
—Pero sabes que no puedo hacerlo frente a otros. Lo sabes, ¿no? Di que lo sabes, por favor.
—Supongo. ¿Pero cómo puedes amar a alguien tan inferior a ti, de modo que debas ocultar ese amor a todo el mundo?
—¡Tonto capitán Vansen! Podría darte un titulo de nobleza en un santiamén. Y te daré un titulo; de lo contrario, no podrás ser mi lord condestable. Pero aun así, nuestros sentimientos mutuos deben ser un secreto muy bien guardado.
—No hay secretos en un lugar como éste; los sirvientes y los guardias siempre saben todo. —Él sacudió la cabeza—. Puedo vivir sin casarme contigo, Briony, aunque me moriré si te casas con otro… pero, ¿por qué ocultar nuestro amor? ¿No sientes lo mismo por mi? —De pronto se alarmó—. Es así, ¿verdad? ¿Sientes lo mismo?
—Claro que sí, hombre maravilloso y fiel… pero no puedo pensar sólo en mi felicidad. Si Kendrick o mi padre estuvieran vivos, las cosas serían diferentes. Incluso si Barrick no hubiera cambiado tanto… —Ella sacudió la cabeza, y su expresión se oscureció como un cielo encapotado—. Pero el destino no me ha dado una vida común. Debo ser distante, o parecerlo. Tendré que fingir que ningún hombre ha ganado mi corazón… pero que cualquier hombre podría lograrlo, si trae una alianza útil a Marca Sur. Así será mi política. Así mantendré nuestro país libre de la influencia de vecinos poderosos.
—¿Incluso Sian? —dijo él con suspicacia.
Ella sonrió, pero esta vez con tristeza.
—Incluso Sian. Sobre todo Sian.
Él se le acercó.
—No hablemos más de Sian. Bésame.
Cuando hubieron hecho eso y algo más un rato, él se incorporó.
—No te vayas —dijo ella con voz somnolienta—. Retiro lo dicho. Las damas pueden quedarse en los aposentos de Merolanna. Cuéntame algo más de lo que viste en las cavernas. Me cuesta creer todo eso. ¿De veras luchaste contra un dios?
—No yo, y tampoco tu hermano. Esa criatura era muy superior a cualquiera de nosotros. Pero no quiero hablar de ello. Ha pasado muy poco tiempo.
—Pero es que me cuesta entenderlo. Dices que mi hermano esto y mi hermano aquello… ¡Luchó contra cien hombres! ¡Bajó por una soga! Debe estar bajo la influencia de una magia poderosa… ése no es el hermano que yo conocí, que ni siquiera cortaba la carne sin ponerse a maldecir y arrojar el cuchillo al suelo.
Vansen sonrió, pero con desconcierto.
—Magia, ya lo creo. Es como si hubiera crecido diez años en pocos meses. ¡Y se le ha curado el brazo! Ha cambiado tanto que casi no lo reconozco. Cuando esos demonios de piedra nos atacaron, todos habríamos muerto si Barrick y los qar no hubieran aparecido…
—¿Demonios de piedra? —Ahora ella tenía una expresión preocupada—. ¿De qué hablas? No había oído esta historia. Cuéntamela.
Él la abrazó.
—¿Y tus damas y doncellas?
—Déjalas tranquilas un rato más.
Él describió detalladamente la batalla final en el Laberinto, contando cómo él y los caverneros habían cedido terreno hasta que no quedó más terreno que ceder.
—¡Cuánta valentía! —dijo ella—. Y no hablo sólo de ti, querido capitán Vansen. La gente de Sílex me ha asombrado.
—Nos ha asombrado a todos. Creo que fuimos injustos con ellos durante muchos años. Pero tampoco ellos pudieron hacer nada cuando atacaron los demonios de piedra. No sé cómo se llaman en verdad… Había tres de ellos. Pero cada uno se puso una piedra en la boca… y luego empezaron a transformarse… —Vaciló, notando que el cuerpo de ella se ponía rígido—. ¿Briony?
—¿Estás seguro de que eran hombres?
Él reflexionó.
—Para ser franco, no los vi antes de que se transformaran en… esas cosas…
—Cuéntamelo de nuevo. Cuéntame cómo eran las piedras.
—No lo sé —dijo él, riendo—. Por el martillo de Perin, muchacha, estábamos en una oscuridad casi total…
—Cuéntame todo lo que recuerdes. —Ahora no tenía esa voz de dulce jovencita.
Y Vansen se lo contó, maravillándose al descubrir que en todo este tiempo no sólo había estado besando a su amada, sino a una reina.
* * *
Steffens Nynor estaba envuelto en una gruesa capa de lana, pero no tenía calzas y era evidente que sentía el frío.
—¿Es necesario hacer esto ahora, alteza? —preguntó.
—He aprendido una lección. —Briony indicó a un guardia que golpeara la pesada puerta de la torre. El ruido resonó y murió. Iba a ordenarle que lo hiciera de nuevo cuando una voz trémula e infantil habló detrás de la puerta.
—¿Quién anda ahí?
—Es la princesa regente, para ver a la reina Anissa —dijo el guardia.
La puerta se abrió y el niño miró a sus visitantes, y luego abrió la puerta de par en par.
—¡Pero la reina está durmiendo! —dijo, como si la gente que llamaba no supiera que era más de medianoche—. Está de duelo —pretextó a continuación, pero los guardias ya habían pasado de largo y él se quedó hablando con Briony, Vansen y lord Nynor.
—Claro que sí —dijo Briony, sin rudeza—. Y yo también. ¿Ves mi vestido negro?
Él subió a la alcoba de la reina como si Briony lo hubiera asustado. Los guardias que custodiaban la recepción se hincaron de rodillas; Briony les indicó que se levantaran. Varios miraron a su capitán como si él pudiera explicarles por qué habían interrumpido esa guardia normalmente soñolienta, pero Ferras Vansen imitó a Briony y se guardó sus pensamientos.
Anissa y su séquito tardaron en bajar; Briony ya pensaba en mandar soldados a buscarlos cuando oyó la voz de la reina en la escalera.
—¿Por qué? ¿Por qué quiere verme a estas horas? ¡Me asusta!
La reina bajó, acompañada por media docena de mujeres. Una de ellas sostenía a su hijo Alessandros.
Olin Alessandros, se recordó Briony. Mi hermano. Hijo de mi padre.
Tuvo malos recuerdos al ver a Anissa con su camisón, recuerdos de fuego y sombras vivientes, recuerdos de la última Víspera de Invierno, en que todo su mundo se había trastocado, pero Briony procuró hablar con calma.
—Lamento molestarte a estas horas, Anissa, pero una pregunta me desvelaba, y sólo tú puedes responderla.
Anissa miró a Nynor con cara de confundida, pero el viejo consejero sólo cumplía la función de observador. La saludó respetuosamente pero no dio ninguna otra señal.
—¿De qué se trata? —preguntó—. ¿Qué quieres de mí, Briony, para asustarme de esta manera?
—Quiero saber cómo conseguiste a tu doncella Selia. No te pongas tan pálida, madrastra. Recientemente he aprendido algo sobre el autarca de Xis y ahora necesito que me respondas esto. ¿Cómo conseguiste a tu doncella?
—Yo… no lo sé. ¡No recuerdo! —Anissa se volvió hacia sus damas como si pudieran refrescarle la memoria, pero ninguna la miraba a los ojos. Muchas procedían del hogar de la reina en Devonis y sabían que eran extranjeras en la corte, protegidas sólo por la posición de Anissa, pero parecían extrañamente reacias a hablar en defensa de ella—. Me… la enviaron. Le pedí al chambelán de mi madre que me enviara una muchacha capaz, alguien que fuera mi criada personal. Eso es todo. ¡Apenas la conocía! ¡No sabía que era una bruja! Pero ya te lo he contado, Briony… ¿Por qué me acosas con esto ahora, cuando tu padre ha muerto y yo estoy tan afligida?
—¿Por qué? —Briony meneó la cabeza—. Es una buena pregunta. Nynor, ¿encontraste la carta?
El anciano miraba a Anissa con una expresión que Briony nunca le había visto. Él tardó un instante en entender que Briony se dirigía a él.
—Ah. Ah, sí. Aquí está. —La extrajo del bolsillo de la capa con mano temblorosa—. Nunca tiro nada, y es una suerte que el necio que me reemplazó no cambiara esa costumbre. —Se la entregó a Briony, pero ella negó con la cabeza.
—Léela, por favor.
—Un momento… —Él entornó los ojos, calzándose las gafas—. Permitidme encontrar… Ah. Aquí. De una carta que la reina Anissa me escribió en heptamene del año pasado, pocos meses después de que el rey fuera encarcelado por Hesper de Jellon y luego entregado a Drakava de Hierosol.
Y por deseo expreso del rey Olin, he traído a Selia ei’Dicte, mi querida amiga de la infancia, para que me acompañe en su ausencia. Ella goza de mi estima y es de alta cuna, así que procurad que no espere en el muelle ni sea sometida a un trato grosero, como una vulgar sirvienta.
Briony le clavó los ojos.
—¿Qué era ella: una querida compañera de la infancia, o una sirvienta que apenas conocías?
Anissa retrocedió hacia la escalera. Algunos guardias se pusieron tensos. Briony lo notó; la atmósfera del vestíbulo de la torre se había enrarecido, a pesar de las corrientes de aire.
—¿Cómo puedo recordarlo? ¡Quizá la conocía! Eso no significa que yo tuviera nada que ver con lo que hizo. Yo nunca…
—Ahora sé que la piedra que usó tu dama fue enviada por el autarca: era una de las piedras kulikos que dio a otros durante las últimas horas de combate bajo el castillo, transformándolos en demonios espantosos. El capitán Vansen vio cómo uno de ellos se ponía la kulikos en la boca. —Frunció el ceño—. No uno de ellos, sino de ellas. Esos demonios tenían que ser mujeres. Chaven dijo que las piedras sólo funcionaban con mujeres.
Se acercó más a Anissa.
—Así que sólo puedo suponer que el autarca, que tenía varias piedras kulikos, y también tenía espías en la corte de Tolly en Estío, entregó uno de esos mortíferos talismanes a tu doncella. ¿Por qué? ¿Por la muy remota posibilidad de que lo usara para asesinar a mi hermano Kendrick? —Briony se enfurecía de sólo decirlo, pero se obligó a seguir hablando con calma—. ¿Por qué? ¿Cómo podía saber que Selia era de fiar, y por qué haría semejante cosa? A menos que ella hubiera venido aquí con ese propósito. A menos que ella hubiera sido escogida para esa tarea…
Las damas y criadas retrocedieron un poco, susurrando con ansiedad. Anissa tenía los ojos desencajados.
—¿Qué estás diciendo? ¿Que yo lo sabía? ¡Qué disparate! ¿Por qué iba a hacerle daño al príncipe Kendrick?
—No estoy segura —dijo Briony, apretando los dientes—. Trataré de adivinarlo. Pero antes responde a una pregunta, Anissa… ¿La servidora del autarca vino a ti antes de que te fueras de Devonis, o fue aquí, en Marca Sur? Apuesto a que aunque tú hayas hablado antes con él, finalmente te abordó aquí, una vez que descubriste que estabas embarazada de mi padre.
—¿Qué estás diciendo? No lo entiendo.
—Creo que lo entiendes demasiado bien, madrastra… aunque me cuesta llamarte así. Digo que un espía del autarca habló contigo y te dijo que el hijo que llevabas en el vientre estaba condenado si Kendrick o uno de sus hermanos (Barrick o yo) tomaba el trono. Te dijo que si Olin moría en cautiverio, Kendrick y los demás no soportaríamos tener rivales para el trono, que Kendrick haría matar al bebé, y quizá también a ti. ¿Estoy en lo cierto? ¿Eso fue lo que te dijo?
—¡No, no! —Pero hablaba como una mujer desesperada, no como alguien que proclamara su inocencia.
Con un frío en el estómago, Briony supo que había acertado.
—Di la verdad, Anissa. No soy el autarca de Xis, pero utilizaré métodos más contundentes si no me dices la verdad ahora.
—¡Deja de asustarme! —Anissa rompió a llorar. Por un momento, Briony casi sintió pena por esa mujer menuda y bonita que había dado tanta felicidad a su padre, pero también recordó lo que le había pasado en la habitación de Anissa la noche en que comenzó su exilio, la noche en que la doncella Selia se había puesto la piedra en la boca y se había transformado en algo sobrenatural y mortífero. Briony no soportaba imaginar cómo habría sido la última hora de Kendrick en manos de ese engendro.
—Guardias, creo que ella irá ya mismo a la fortaleza.
—¡No! —Anissa cayó de rodillas y se arrastró, tratando de abrazar las piernas de Briony. Ferras Vansen se interpuso y la levantó con asombrosa suavidad—. ¡No me hagas eso, Briony, por favor! ¡Estaba aterrada! ¡Dijo que se llevarían al bebé y lo asesinarían! Me dijo que nunca volvería a ver mi hogar… que sería envenenada aquí en Marca Sur… sepultada en este suelo frío… —Ahora lloraba con tal intensidad que costaba entenderle. Briony miró a Vansen, que demostraba una compleja mezcla de piedad y repulsión mientras mantenía erguida a Anissa.
—¿Quién dijo eso? ¿Quién habló contigo?
—Era un hombre de mi país. Un mercader. Me dijo que traía noticias de mi hogar, así que le permití hablar conmigo. —Apenas podía tenerse en pie—. ¡Por favor, no me mates! ¡No lastimes a mi bebé! Yo no quería hacerlo, pero dijeron que Kendrick nos asesinaría al niño y a mí. ¡Estaba muy asustada!
—Así que ayudaste al autarca a matar a mi hermano. —Briony se sentía como un recipiente de líquido corrosivo: si derramaba una sola gota, quemaría lo que tocaba—. Enciérrela —le dijo a Vansen.
—¿En la fortaleza?
—No. Ése no es lugar para la madre del hijo de mi padre. Puede permanecer aquí… bajo guardia. —Se volvió a Anissa—. Pero no conservarás al niño. —Extendió las manos hacia la doncella y tomó al pequeño Olin Alessandros mientras Vansen sostenía a Anissa—. Él es de mi padre, no tuyo.
—¡No me mates!
—Ella merece un juicio, a pesar de todo, alteza —dijo Nynor—. Su padre ha sido un fiel aliado durante años.
—Un fiel aliado que cobijaba a agentes del autarca. ¡Que permitió que esos mismos agentes enviaran a una bruja para asesinar a mi hermano! —En ese momento sólo deseaba despachar a Anissa de una buena vez, pero no fue capaz de hacerlo—. Sí, tendréis un juicio, milady. Luego seréis encerrada durante tanto tiempo que vuestro nombre será olvidado. Moriréis sin que nadie os recuerde.
Ahora el niño también lloraba, conmovido por los sollozos de la madre. Mientras Vansen apostaba nuevos hombres para relevar a los que custodiaban la Torre de Verano, hasta estar seguro de su lealtad, Briony estrechó el cuerpecito contra el pecho.
Al salir al aire frío de la noche, Briony se tambaleó. El peso de lo que había asumido era excesivo, y parecía que no tendría fuerzas para llegar a sus aposentos. Pero Ferras Vansen le cogió el brazo para sostenerla, y regresaron a la residencia lado a lado.