48
A orillas del río oscuro
La bondadosa Flor del Alba pensó que había rescatado a Adis cuando dejó atrás las puertas de Kerniou y el inframundo, pero al mirar abajo Zoria descubrió que sólo sostenía uno de los brazos de madera del Huérfano.
El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos
Barrick Eddon no prestaba atención a las preguntas de Aesi’uah mientras atravesaban la Puerta del Cuervo para entrar en la fortaleza externa. Los guardias de la muralla miraron hacia otro lado mientras pasaba la procesión, aunque Barrick veía curiosidad y temor en sus posturas. Podría haber sido peor, pero Barrick había llevado consigo a los qar de aspecto más humano.
—¿Estás enojado con nosotros o con tu otro pueblo, Barrick Eddon? —preguntó la eremita.
Raptaron a Sanasu, que debía heredar la Flor de Fuego, le recordaron las voces, como si necesitara que se lo recordaran. Mataron a su hermano, que debía ser su esposo.
—No importa. —No tenía respuestas, y ahora tenía cosas más urgentes en la cabeza. Al presentar la ofrenda en el féretro de su padre, había sentido una punzada en la mano, un dolor lacerante que ya había olvidado. Se le había pasado, pero no podía dejar de pensar en ello. ¿Por qué lo sentía ahora, después de tanto tiempo?
Barrick y los qar cruzaron la fortaleza externa en silencio y llegaron a la sombra de la muralla del puerto, entre Laguna Oeste y las murallas nuevas. Las puertas de Cavernal estaban custodiadas por guardias de Vansen, pero el viejo compañero de Barrick había preparado bien a sus soldados, que se cuadraron con respeto cuando pasaron los qar. Por un instante Barrick se preguntó si sería posible que sus dos pueblos volvieran a vivir en armonía, como siglos atrás, pero las miradas de recelo y temor que vio en la cara de los guardias le demostraron que era un sueño imposible.
* * *
Barrick flexionó los dedos doloridos y pensó en Briony.
El brazo izquierdo volvía a dolerle, y los músculos volvían a encogerse, tensándose como cuero al secarse, agarrotándole la mano. Había empezado cuando tocó el ataúd de su padre; no, poco después de eso, cuando recordó a su padre alzándolo en el aire para mostrarle el mar desde la cima de la Torre del Verano. El recuerdo le había provocado tristeza, nostalgia por el hombre que había maldecido tantas veces. Y el recuerdo había provocado el dolor.
Intentó abrir la mano. ¿Por qué sucedería de nuevo? ¿Era sólo el malestar de estar de vuelta entre la gente de Marca Sur? ¿O de tener que discutir con su hermana, que exigía de él mucho más de lo que podía dar…? Pero siempre había hecho eso, siempre había exigido su amor cuando él estaba demasiado cansado de la vida para darlo.
El dolor lo atacó tan rápida y súbitamente que cayó de rodillas con un jadeo.
Ella es tu pasado, dijeron las voces de la Flor de Fuego, pero parecían temerosas. Olvídala. Olvida este lugar. Sé fuerte para tu nuevo pueblo…
Barrick se sentó en el suelo de piedra y se frotó la mano dolorida.
* * *
Para curarme, los Durmientes me quitaron algo, ¿verdad?
El rostro dormido de Saqri no mostraba nada (ya estaba más allá de todo, casi tan inerte como Qinnitan), pero él sintió sus palabras en la mente, leves como una brisa.
Todo tiene su precio: la vida, el amor, incluso la muerte. Tú lo sabes. Lo sabes más que casi nadie de tu especie.
¡Pero el precio fue mi familia! ¡Mi amor por mi hermana! Ahora lo comprendía, aunque sus sentimientos por Briony permanecían curiosamente distantes. ¡Me lo arrebataron sin preguntarme!
No te lo arrebataron. Los pensamientos de Saqri volvieron a ser tenues. Lo utilizaron. Como cuando se embalsa un río para cambiar el cauce. El amor es algo que no se puede destruir, sólo alterar…
Barrick sabía que no podía esperar mucho tiempo más. La reina de las hadas desfallecía rápidamente. Dejó de pensar en el don de los Durmientes, se arrodilló junto a la cama y le tomó la mano. Perla del Ocaso y las otras sanadoras retrocedieron, tratando de ocultar su reprobación por el extraño acto que él se proponía cometer.
No hablemos más de ello, dijo Barrick. Es hora de que yo emprenda ese viaje de que hablamos. De tratar de salvar lo que podamos… si me lo permites.
¿Por qué no, querido hombre niño?, respondió ella con aire burlón.
Dos pálidos guerreros de la tribu de los Irredentos trasladaron la cama de Qinnitan al recinto de roca y la pusieron junto a la de Saqri.
La muchacha de pelo oscuro parecía aún más menuda que antes, como si se consumiera más con el transcurso de cada hora. Su piel estaba tan fría como si su espíritu ya hubiera volado.
Dejadnos a solas, les dijo Barrick.
No hubo preguntas ni objeciones. Los qar se marcharon de inmediato, dejando a Barrick y las dos mujeres inmóviles bajo la oscilante luz de las velas.
* * *
Reflexionó sobre lo que Saqri le había enseñado en Qul-na-Qar, y también sobre estas palabras de Ynnir: La Flor de Fuego es más que el conocimiento de los que vivieron antes. Es el mapa de sus viajes, el libro de sus rituales. Pero no puedes limitarte a consultarlo como si fuera un pergamino polvoriento en un anaquel olvidado. Debes hacerlo parte de ti.
Barrick volvió a caer en la oscuridad de su interior; durante largo tiempo flotó en ese vacío. Cuando se consideró preparado, pensó en Torcido, que había hallado un modo de viajar a través de muchas clases de oscuridad, y luego pensó en si mismo y la sangre que compartían, aunque el parentesco fuera lejano.
Soy un bisnieto de Sanasu, anunció. Viajo a gusto por las tierras que están más allá, las tierras donde duermen los dioses. Mi sangre es mi salvoconducto. Pero en la oscuridad habría muchos que no respetarían esos rituales.
Brotó una luz tenue que infundió formas reconocibles al vacío: un aquí y un allá, un arriba y un abajo. Era él quien irradiaba la luz, era el destello de la Flor de Fuego en su frente. Pisaba hierba, aunque no veía lo que tenía debajo; dos pies, no, cuatro. Duros cascos y vigorosas patas sostenían su peso. Así como Ynnir, en las tierras del sueño, usaba la forma de un venado, y Saqri la de un cisne, Barrick tenía forma de caballo, un semental pálido. Abrumado por las nuevas sensaciones, empezó a trotar, y luego a galopar.
¿Dónde estoy?, se preguntó. ¿Éstos son los caminos de Torcido en el vacío, o es la tierra de los sueños donde viven los dioses? ¿El país de los muertos? ¿O un lugar totalmente distinto…?
Barrick Eddon no comprendía la heredad de la Flor de Fuego tanto como para conocer las respuestas, pero sabia que hacia lo que necesitaba hacer. Dejó de lado sus temores y siguió avanzando, corriendo de sombra en sombra, entre marañas de oscuridad tan tupidas que creyó que nunca se zafaría de ellas, hasta que una luz cegadora lo deslumbraba y lo confundía. Otras sombras rondaban por ese lugar (quizá otros seres como él, o criaturas más extrañas y antiguas), pero no osaba hablar con ellas. Para un viajero era fácil extraviarse allí, desviarse del camino, y aunque los que ahora revoloteaban a su alrededor no tenían malas intenciones, había otros que se alimentaban de la soledad y el sufrimiento. Oía sus susurros mientras lo seguían, como rasguños de ratas detrás de paredes de madera: Barrick Eddon, no debes nada al Pueblo. Te daremos la fuerza para hacer cualquier cosa. Levanta a la muchacha de entre los muertos. Consigue la lealtad de cada criatura que encuentres. Transfórmate en el rey más grande que jamás holló la tierra. Todo será tuyo… Sólo aguárdanos en el camino. Deja que te alcancemos…
Esperaba que la luz de la Flor de Fuego bastara para mantenerlos a raya.
* * *
Barrick se cansó, pero las sombras no terminaban nunca. Había visto muchas cosas que no entendía: puertas que daban a la nada, formas gemebundas como fantasmas atrapadas en sus espantosos sueños. Cosas que parecían ser ruinas de antiguos templos, monstruosos fragmentos de piedra desmoronada, antiguos como los astros. Una vez una gran silueta pasó sobre su cabeza, oscurecida por deshilachadas sombras verticales que podrían haber sido árboles. Alzó la vista y creyó ver un barco encima de él, medio escondido entre nubes plateadas, con una tripulación mínima y un solo pasajero, una mujer pálida como la luna llena, sentada en un alto trono en cubierta, pero sólo lo pudo estudiar unos instantes antes de que se desvaneciera en los cielos turbios.
Continuó el viaje hasta que la fatiga amenazó con agobiarlo. Las voces que aguardaban en las sombras cobraron mayor intensidad, prometiendo más, pero también exigiendo más, como si olieran su creciente debilidad.
No sois nada para mí, declaró él, e hizo el signo «paredes blancas», lo interior devorando lo exterior. Retrocedieron, humilladas pero furiosas.
Te encontraremos de nuevo, prometieron, y supo que decían la verdad: las cosas que vivían en estos lugares eran como prisioneros olvidados, sin nada que hacer salvo cavilar sobre la fuga. Te encontraremos cuando estés demasiado cansado para tomar esas precauciones. ¿Qué pasará entonces, hombre niño…?
* * *
Había llegado más lejos de lo que nunca había ido con Saqri, pero aunque no sabía bien lo que buscaba, sabía que aún no lo había encontrado.
Te has alejado demasiado de la luz, se burlaron las sombras. No sólo nos alimentaremos de ti cuando caigas; te usaremos como puerta, para poder alimentarnos de todo lo que vive. Nos propagaremos por la noche, viviremos en el grito del búho, nos ocultaremos en la quietud de un bebé. Brincaremos desde aquí en gran número, como murciélagos abandonando los nidos cuando la oscuridad devora el crepúsculo.
Supo que al menos una cosa que habían dicho las sombras era absolutamente cierta: ya no tenía fuerzas para regresar. Si fallaba en esta apuesta, cada cosa temible que acechara en esa oscuridad, más allá del sueño y de la vida, se abalanzaría sobre él y sería el final; no quedaba nadie que pudiera salvarlo.
Mientras avanzaba con paso lento y tambaleante en los confines del sueño, seguido por una creciente multitud de sombras hambrientas, al fin vio algo que le dio esperanza: un fulgor pálido del color del brezo a lo lejos (si la palabra «lejos» tenía sentido en este lugar) dio peso y solidez al onírico paisaje. Donde la tocaba esa luz, la tierra tenía sustancia. Una colina herbosa se erguía ahora ante él, poblada por formas singulares, cada una coronada por una cornamenta tan ancha como los brazos de un hombre.
Barrick se dirigió hacia la colina iluminada. La manada fantasmal se volvió para mirarlo mientras se aproximaba, y aunque el reconocimiento brilló en algunos de esos ojos oscuros, muchos otros no repararon en él. Sólo uno (el mayor de los Venados, o quizá sólo el más cercano) miró a Barrick como si lo conociera. Una nube de luz lavanda aureolaba la frente de la bestia como una estrella inconmensurablemente distante.
Hombre niño. Estás muy lejos de lo que conoces. ¿Tan pronto se ha detenido tu aliento?
Se arrodilló ante la gran bestia.
Ynnir, mi señor. Lamento molestarte…
¿Molestarme? El venado bajó la cabeza. Ya estoy más allá de eso, niño. Pronto también estaré más allá de esto.
Por un momento sólo pudo pensar en ese misterio.
¿Adonde irás, señor? ¿Qué hay a continuación?
No se sabe hasta que se sabe, dijo Ynnir. Y ni siquiera los que saben pueden decirlo. ¿Por qué estás aquí, hombre niño? Has llegado mucho más lejos de lo que puedes abarcar.
Lo sé. Pero sufro una terrible necesidad. Le habló al majestuoso animal de su temor y su esperanza. Una vez que concluyó, el venado reflexionó en silencio.
Si hago esto no podré quedarme aquí, dijo al fin. Entregaré mis últimas fuerzas y tendré que continuar hacia lo que aguarda más allá… quizá la nada. Y aun así, quizá no sea suficiente.
Sólo lo pido, señor, en nombre de tu hermana y en nombre de la Flor de Fuego.
El venado dio media vuelta y se alejó.
Por un momento Barrick sintió desconcierto, temiendo que lo hubieran rechazado y quedara indefenso en ese lugar lúgubre, esperando que las sombras hambrientas lo atacaran. Pero vio que el gran venado avanzaba a través del rebaño. Cada uno de sus compañeros agachaba la cabeza cuando él se acercaba, y luego entrelazaban las cornamentas. Cada vez que Ynnir se alejaba, su llama había crecido y ardía con más brillo.
Uno por uno, los miembros de la manada añadieron su brillo al de Ynnir, y una gran esfera violácea ardía en su frente cuando regresó al sitio donde aguardaba Barrick. Ynnir parecía más débil. Barrick podía ver las oscuras colinas a través de su cuerpo.
Toma, dijo el venado. Los últimos reyes de las orillas del río ofrecen sus bendiciones, aunque todos hemos pagado un alto precio. Inclínate ante mí y te daremos este último regalo.
Barrick bajó la cabeza. La luz violácea lo rodeó, calentando todo lo que él miraba, aunque la oscuridad aún lo cercaba por todas partes. Sintió el fulgor en su interior, y recobró las fuerzas que había perdido, y sintió esperanza cuando antes sólo sentía necesidad. Esa bendita fuerza corría por sus venas como metal fundido, como miel, como la canción de mil pájaros. Parpadeó, y por un instante las oscuras colinas fueron tan brillantes como si el sol del verano resplandeciera sobre ellas. Las criaturas de las sombras, sorprendidas y despavoridas, huyeron a sus escondrijos.
Luego la luz se disipó, y Barrick se encontró solo en la ladera oscura, donde la hierba se mecía en un viento impalpable. Como los reyes habían hecho un sacrificio que él no entendía del todo, ahora tenía fuerzas para aprovechar su última oportunidad.
Que los dioses o quienes sean os acompañen en vuestro viaje, grandes reyes, rezó. Que encontréis refugio en la tormenta. Que encontréis pastos verdes y aguas claras.
* * *
La Flor de Fuego sólo toca algo que ya está en nosotros, pensó Barrick, y le pareció una comprensión profunda. El odio no basta para llevar a alguien tan lejos como he llegado. Pensó en Zosim esperando durante siglos en la oscuridad de las tierras de la pesadilla. La lujuria y la codicia tampoco son suficientes. Al fin y al cabo, sólo el deber, o el amor del que surge el deber, pueden brindar fuerzas para semejante viaje.
Había dejado atrás la colina y atravesaba otro paisaje oscuro, donde los árboles eran tupidos y las sombras nuevamente acechaban con ojos vigilantes. Había dejado atrás su forma cuadrúpeda; al parecer usaba un cuerpo de hombre y se movía a la velocidad de un hombre.
El agotamiento lo fue venciendo, hasta que apenas pudo levantar los pies, pero perseveró, y al fin oyó el sonido que había esperado tanto tiempo: al principio un susurro, y luego un murmullo que crecía hasta que parecía ser la respiración de todo. Era un río; no, era el río, aunque él no entendía del todo. Más que un pasaje hacia lo que había más allá de la muerte, era una idea de aquello en que se transformaría la oscuridad.
Pero en ese momento, lo más importante para Barrick era el río. El último límite antes de las tierras de la muerte.
La encontró tal como había pensado, hundida hasta los muslos en los bajíos y andando a tientas como una ciega, como si no entendiera dónde estaba. Él fue hacia ella, pero se detuvo antes de entrar en el rio. Sabia que eso seria un error, aunque aquí tuviera poca profundidad.
—Qinnitan —murmuró, sabiendo que ella estaría mareada, atemorizada—. Estoy aquí. No sigas. —Ella retrocedió sobresaltada, y las opacas aguas se agitaron y le abofetearon las delgadas caderas. ¡Era tan joven! ¿Cómo era posible que hubiera sufrido tanto, visto tantas cosas?—. No merecías esto —dijo él, casi para sí mismo.
Ella se alarmó.
—¿Quién… quién anda ahí?
—Qinnitan, soy yo. Barrick. —Pero al decir el nombre, de pronto no supo qué significaba. ¿Era el nombre de un mortal, o el nombre de un mestizo de la real casa de los qar? ¿Un hombre impulsado por el amor, o un hombre en quien no quedaba ningún sentimiento tan blando?—. Ven conmigo, Qinnitan.
Ella no se movió, y al fin habló, pero como repitiendo una palabra que no entendía.
—¿Barrick?
Él extendió la mano y vio que el fulgor violáceo le encendía la yema de los dedos. Ella se apartó, pero no se siguió internando en el agua. Cuando él la tocó, ella tembló un poco pero se dejó guiar hacia la costa herbosa.
Cuando sus pies toquen tierra, no puedes mirarla. El coro de la Flor de Fuego había regresado, como si despertara de un breve sueño.
Es la maldición del Huérfano. Los dioses aman sus tretas, y los dioses que sueñan son los más antojadizos…
Sostenle la mano, pero no abras los ojos.
Nosotros te cantaremos el camino.
Una parte de Barrick temía que sólo fuera un delirio. A veces las voces de la Flor de Fuego parecían más ideas que inteligencias reales, fantasmas fugaces sin la coherencia de una persona viviente. Aun así, sabía que no podía salvarla él solo. Ella estaba demasiado cerca de la muerte. Cerró los ojos con fuerza, le cogió la mano, y dejó que las voces lo guiaran.
Mientras se alejaban del río, había veces en que ella parecía tan insustancial que Barrick ni siquiera estaba seguro de sostenerle la mano, pero no sabía que no debía mirar, pues en tal caso perdería hasta esa pequeña oportunidad.
Ignora todas las otras voces, le dijo la Flor de Fuego.
Aun las que parezcan dulces. Mantén la espalda hacia el río. Confía en lo que sientes.
Se abrió a la oscuridad y el aire movedizo, la brisa húmeda que soplaba encima del lento pero poderoso río negro. Hizo lo posible por mantenerlo a sus espaldas.
—¿Qinnitan? Estoy aquí. ¿Me oyes?
Ella no respondió, así que le habló de nuevo. Al fin, desde una lejanía imposible para alguien a quien llevaba de la mano, ella dijo:
—¿Quién llama? Tengo miedo.
Las palabras servían de poco. Sólo la mano de ella era real; mientras la sostuviera, ella estaría allí.
Regresaron por las tierras oscuras durante lo que parecieron años. A veces, él veía y oía cosas que le hacían pensar que habían encontrado la salida, pero las voces de la Flor de Fuego le advirtieron que no confiara en esos fantasmas, que eran sólo las criaturas solitarias y amargas que vivían en esa comarca, tendiéndole trampas. Qinnitan se inquietó y comenzó a resistirse. Él forcejeó con ella durante lo que parecieron horas, tratando en vano de calmarla. Al fin, abrumado por el terror y el dolor de Qinnitan, admitió que no podía llevarla más.
Las voces de la Flor de Fuego lo exhortaron a no desistir, lo impulsaron a seguir luchando.
—No —dijo Barrick, tanto para las voces como para Qinnitan—. Ya no te obligaré. ¿Por qué estás asustada, Qinnitan? Trato de ayudarte a regresar hacia la luz. ¿Por qué te resistes?
Pero ella no le oía o no le entendía, y siguió forcejeando como una niña asustada. Barrick temía perderla si insistía contra la voluntad de la muchacha, incluso destruir lo poco que quedaba de ella. Su decisión lo aterraba pero no sabía qué más hacer, así que le soltó la mano.
—Seguiré adelante —le dijo—. Sígueme si puedes, si deseas, y yo te sacaré de aquí.
Y entonces, sintiendo en la cabeza el angustiado clamor del coro de la Flor de Fuego, Barrick reanudó la marcha.
Las voces callaron gradualmente, más por sorpresa que por desesperación. Barrick sintió menos temor. Qinnitan lo debía estar siguiendo.
Éste era el momento más difícil. Se abrió camino entre ramas enmarañadas que pinchaban y desgarraban, y vadeó arroyos tan fríos y negros como el río donde la había encontrado. Bajó por una larga y peligrosa cuesta hasta un valle donde vio luces titilando en la oscuridad, pero cuando llegó allí, el lugar estaba vacío salvo por un campo de piedras inclinadas.
Muchas veces se abstuvo de mirar atrás. Las voces de la Flor de Fuego habían callado casi por completo, pero estaba seguro de que sabría si Qinnitan se apartaba de él, aunque no se lo dijeran. ¿Acaso no se habían encontrado el uno al otro en sueños? ¿Y no la había encontrado también aquí, en la frontera misma del ineludible reino de la muerte?
Al fin ella se detuvo, y él sintió que su calor disminuía. También se detuvo, y necesitó toda su energía para seguir mirando hacia delante.
—Falta poco —le dijo—. Sólo un trecho más. ¡No temas! —Pero comprendió que ella no había perdido el coraje, sino las fuerzas.
Habían caminado por un valle de altos peñascos y profunda oscuridad; ahora él avanzaba despacio, tanteando el costado del camino hasta que encontró una grieta en la pared rocosa.
—Ven —le dijo—. Sígueme adentro. Aquí podrás descansar y estar a salvo de cualquier… depredador.
Se internó en un espacio angosto que apenas tenía su propia altura y era sólo un poco más ancho y más largo que él, pero oyó que ella lo seguía, y su corazón se alivió de nuevo. Se sentó en el suelo frio, y cuando ella se le acercó, abrió los brazos para consolarla como una niña enferma. Ahora podía olerla, un aroma que nunca había conocido pero que le resultaba totalmente familiar. Incluso la oía respirar junto a él, al principio aprensiva pero más tranquila a medida que se dormía (si se podía hablar de dormir en ese lugar sin nombre).
Pronto Barrick también se adormiló, y se preguntó si volvería a despertar en este mundo o en cualquier otro.
* * *
Al principio no entendió lo que ocurría. Había estado sumido en un sueño olvidado, pero ahora estaba despierto en la oscuridad. Algo lo envolvía. Estiró la mano y encontró el rostro de Qinnitan, le acarició la mejilla.
—¿Barrick? —preguntó ella, sobresaltándolo.
—¡Qinnitan! Sí, soy yo. ¿De veras puedes oírme?
Ella no respondió de inmediato.
—Sí, pero pareces distante. ¿Por qué pareces tan distante cuando te siento junto a mí? ¿Dónde estamos?
Él no lo sabía. Ni siquiera las voces de la Flor de Fuego podían decirle exactamente dónde estaba. Además no quería asustarla, porque si la perdía ahora, sería para siempre.
—Camino a casa.
Ella le tocó la cara.
—¿Puedes verme? Yo no veo nada.
Barrick no quiso correr ningún riesgo. Mantuvo los ojos bien cerrados, aun en esa negrura.
—No, no puedo verte, pero es sólo porque estamos en un lugar oscuro. ¿Recuerdas algo?
—Te recuerdo a ti. —De nuevo se acurrucó contra él. Era más alta de lo que él pensaba, y le tocó la cabeza con la barbilla mientras enroscaba sus piernas alrededor de las suyas y apretaba el cuerpo contra él, pecho contra pecho y vientre contra vientre. Había olvidado lo que se sentía al abrazar a alguien, al ser abrazado—. Y recuerdo el fuego. Algo ardía. Algo enorme.
Barrick evocó esas últimas y terribles horas en las profundidades, pero no quería hablar de eso. ¿El dios de las mentiras habría muerto? ¿Y si Zosim también acechaba en estos lugares oscuros?
—No pienses en ello —le dijo—. Piensa en salir de este lugar. Piensa en venir conmigo.
—Pero estoy tan cansada. —No era una petición de ayuda, sino una mera declaración—. Apenas puedo abrazarte.
—En realidad, eso lo haces muy bien. —Él sintió una inesperada alegría—. Me estás abrazando con fuerza.
—Porque no quiero perderte en la oscuridad. ¿Sabes cuánto tiempo he esperado para abrazarte… para tocarte…? —Se puso tensa—. Lo siento. Debes pensar muy mal de mí. ¿Qué clase de chica diría esas cosas?
—La chica adecuada. —Ahora él tenía miedo de hablar, miedo de cualquier cosa que pusiera fin a ese momento—. Antes no me reconociste. Cuando te encontré en el río. ¿Recuerdas?
—No recuerdo nada salvo despertar aquí. ¿Me das un beso?
—¿Un beso?
—Ningún hombre me ha besado. No creo que necesitemos ver, ¿no?
Barrick pensó que el corazón le estallaría en el pecho.
—No. No creo que necesitemos ver para hacer eso.
Barrick se maravilló de que pudiera sentir todo tan plenamente, la calidez de su piel, la dulzura de su aliento, el suave vello de la mejilla y el cosquilleo de las pestañas… incluso la humedad de sus lágrimas.
—¿Por qué lloras?
—Porque nunca pensé que esto ocurriría… Recé para que ocurriera, pero no pensé que los dioses lo permitirían. Y no quiero que termine. Pero terminará, ¿no es así? Tú y yo nunca estaremos juntos.
—¡No digas eso! —Pero en ese momento Barrick no quería mentir—. No lo sé, Qinnitan, realmente no lo sé. No me pidas que diga más que eso.
—No lo haré —dijo ella, pero aún tenía las mejillas húmedas. Lo apretó tanto como si quisiera entrar en él, como si esos cuerpos separados pudieran fundirse en uno solo, y sus corazones en un solo latido—. Bésame de nuevo, Barrick. Si no podemos estar juntos, tengamos un recuerdo que ni la muerte ni el fuego podrán llevarse. Quédate conmigo. Haz el amor conmigo.
La besó de nuevo, como ella pedía. Aunque la oscuridad los protegiera de otras miradas, a ellos les reveló mucho más de lo que habría hecho la luz, y las horas volaron como minutos.
* * *
Al despertar, Barrick estaba solo. Aterrado, salió de la pérgola que se habían fabricado con sólo la alegría de estar juntos al fin. En el último momento se acordó de cerrar los ojos y así escapó de un destino funesto.
—¡Qinnitan! —llamó—. ¿Dónde estás? ¡Regresa!
Al fin oyó su voz, como desde lejos.
—Estoy aquí, Barrick. Pero debes irte.
—¿Qué quieres decir? ¡Tienes que venir conmigo!
—No puedo —dijo ella, triste pero resuelta—. No tengo fuerzas para cruzar de vuelta. Ahora sé dónde estoy, Barrick, y sé lo que es posible. Me has traído tan cerca de la tierra de los vivos como puedes. Ahora debes continuar por tu cuenta.
—¡No! ¡Nunca te abandonaré! ¡Me quedaré aquí contigo!
—No lo harás —dijo ella con calma—. Tendríamos un breve tiempo, pero luego ambos tendríamos que cruzar el río. Quién sabe que ocurriría después.
—Pero no te entregaré a la muerte. No lo haré.
—No tengas miedo. Podré permanecer aquí, cerca de la tierra de los vivos; nuestro amor ha garantizado que será así. Lo que hemos creado juntos es fuerte, mi dulce Barrick, como una gran piedra afincada en el suelo. Podré aferrarme a eso por un tiempo. —Ella estiró la mano, y él sintió sus dedos en la cara, ahora más cálidos, como si hubieran recobrado algo de vida—. Ahora regresa. Intuyo que tenías un plan; quizá todavía pueda salvarnos.
—Salvará a otros —dijo él, tratando de ocultar su amargura—. Tú sufrirás, como he sufrido yo.
Ella rió, un sonido asombroso en ese lugar.
—Entonces sufriré, Barrick, y estaré agradecida por ello. ¿Qué clase de vida crees que tenía antes? Prefiero cien veces el sufrimiento si también tengo tu amor.
Él ni siquiera tuvo que pensar.
—Lo tienes. Lo tienes siempre.
—Entonces vete, y confía en eso.
Nunca se había sentido tan inseguro. Pero nunca había estado tan dispuesto a luchar por algo. Aun así, confiar era más difícil que luchar.
—Espérame, Qinnitan, mi dulce voz, mi amada. Prométeme que me esperarás… por larga que sea la espera, por imposible que parezca mi regreso.
Dio media vuelta y corrió hacia la tierra de los despiertos y los vivientes. El cruel destino le negó incluso una última mirada hacia atrás.
* * *
Barrick se arrodilló delante de Saqri. No soportaba mirar la cara de Qinnitan, a poca distancia, tan quieta, tan muerta.
—La he traído tan cerca como podía. ¿Puedes encontrarla?
Saqri tenía los ojos entreabiertos, una criatura atrapada respirando su último aliento.
No… veo… nada… más allá de esto…
—Entonces déjame ayudar. —Él superó su profundo cansancio para inclinarse. Alzó la mano seca y fría de Saqri y la apoyó en la frente de Qinnitan. El leve parpadeo de Saqri era el único indicio de que aún vivía. Al fin habló, un murmullo, un suspiro derrotado.
No puedo encontrarla…
Barrick cogió la mano de la reina de las hadas, cerró los ojos y se dejó caer en la oscuridad de la que acaba de escapar. Las voces de la Flor de Fuego gritaron con súbito terror.
¡Demasiado débil, hombre niño! Estás demasiado débil…
Tú también morirás. Tú, Saqri y la muchacha. ¡Todo habrá desaparecido!
¡No te arriesgues!
Pero Barrick no podía hacer otra cosa. Sin Qinnitan, sería una fría y furibunda sombra de si mismo, un fantasma viviente rondando su propia vida. Si no podía salvarla, mejor irse ahora, saltar al fuego y tener un rápido final.
Barrick Eddon cayó. Sentía a Saqri a su lado, una forma blanca y alada flotando junto a él como si bajara de las nubes al final de un largo viaje. Las tierras oscuras se elevaron y luego quedaron atrás mientras ellos sobrevolaban hectáreas de bosques silenciosos y prados plateados cruzados por brillantes arroyos negros. Él la condujo como mejor pudo, pero no era fácil. Al recobrar la libertad y dejar atrás su tullido cuerpo mortal, Saqri empezó a remontarse.
Al comprender que había regresado al valle, Barrick recordó que no debía mirar a Qinnitan. Si la miraba, rompería el hechizo, igual que el Huérfano, y las tierras negras la reclamarían para siempre. Cerró los ojos con fuerza, o soñó que lo hacia, pero ahora tenía que andar a ciegas en una comarca más vasta que cualquier país terrenal. ¿Cómo podía encontrarla? Extendió los brazos, pensando que en ese mundo frío ella debía ser la única presencia cálida, la única presencia que vivía y sentía…
Estoy aquí. La voz era débil como un grillo en una tormenta. Estoy esperando.
Se giró hacia ella, dejando que la oscuridad cobrara la forma que deseara. Sólo podía seguir. Sólo podía confiar.
Al encontrarla, la besó, y en sus ojos cerrados ardieron lágrimas.
—¡Saqri! —llamó—. ¡Ella está aquí! ¡Qinnitan… la que también tiene la sangre de Torcido!
La figura alada cayó del cielo como una tormenta blanca.
—¿Te ha preguntado, mujer niña? ¿Te ha advertido qué pasará si aceptas la Flor de Fuego? —inquirió Saqri con voz melodiosa y solemne—. ¿Aceptarás este terrible peso?
—Sí. —En ese momento Qinnitan parecía saber todo lo que necesitaba saber—. Lo haré.
—Ella aún no puede regresar, Barrick Eddon, ni siquiera con la Flor de Fuego —le advirtió Saqri—. En tu mundo todavía estará dormida, como yo en un tiempo. Quizá nunca despierte.
—Encontraré un modo de despertarla. —Barrick extendió la mano hacia Qinnitan. Sentía la ondulación y el resplandor de la Flor de Fuego alrededor, como si Saqri respirarse fuego frío—. Aunque me lleve una vida, lo haré. ¿Me oyes? Te despertaré.
Qinnitan se llevó la mano de Barrick a los labios.
—No espero que ningún hombre me salve… ni siquiera tú, amado. Encontraré un modo de despertar por mi cuenta.
Saqri rió.
—Bien dicho, niña; quizá seas una sucesora digna, a pesar de todo. Toma la Flor de Fuego, Qinnitan, hija de Cheshret y Tusiya. Tú y Barrick retendréis todo lo que queda del largo y doloroso legado de mi familia. Que el Libro registre un nuevo futuro para nuestras dos especies.
Consumado ese acto, Saqri desapareció.
* * *
Barrick despertó lentamente, tan débil y dolorido como si lo hubieran apaleado. Los qar estaban de luto, cantando mientras preparaban el cuerpo de Saqri. Se arrastró hacia Qinnitan y apoyó la cabeza en el delicado pecho de la muchacha, para oír el lento pero tranquilizador sonido de sus palpitaciones. Al erguirse vio un brillo tenue y plateado sobre la frente de Qinnitan y la Flor de Fuego de su interior vibró en consonancia, como una cuerda. Cuando se levantó, se tambaleaba tanto que los asistentes lo miraron con preocupación.
—Preparad una carreta para llevar el cuerpo de la reina Saqri —dijo Barrick—. La llevaremos de vuelta a Qul-na-Qar para que pueda yacer con sus ancestros, para que todos sus súbditos puedan llorarla como ella merece.
—¿Y la otra? —preguntó una sanadora—. ¿La muchacha?
—Ponedle su traje nupcial. Está viva, aunque dormida. Ella también irá a Qul-na-Qar. ¿Veis que la Flor de Fuego reluce en ella? Ella es lo que queda de Saqri y todas sus abuelas. Cuidadla. Ponedla… ponedla cómoda. —Por un momento no pudo hablar—. Ella es mi amada.