47: La muerte de los Eddon

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La muerte de los Eddon

Ella lo tomó de la mano, pero Kernios envió a los temibles espíritus de los muertos para que los siguieran y los acosaran. Zoria iba tan rápido que ni siquiera se atrevía a mirar al Huérfano, y él no emitía ningún sonido.

El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos

Briony sabía que debía vestirse apropiadamente para la reunión, pero cuando llegó el momento le resultó más fácil visitar los aposentos de la duquesa con su vestido matinal, con un gorro en la cabeza y sólo una de sus damas para acompañarla.

Es como ser de nuevo una niña, pensó… aunque por supuesto no era así.

Utta la recibió en la puerta. Por un momento la hermana zoriana no supo si hacer una reverencia o abrazarla. Briony la liberó de esa decisión, abriendo los brazos.

—¡Por favor, Utta, no me trates como una extraña, después de todo lo que ha pasado!

La anciana sonrió y la abrazó. Utta estaba más delgada que antes, como la mayoría de los residentes del castillo: el asedio había sido duro en los últimos meses.

—Me alegra tanto veros, princesa —dijo Utta—. Pero, como todos nosotros, lamento lo de vuestro padre.

—Desde luego. —Briony se enjugó los ojos y Parece que siempre estoy tratando de no llorar o de parecer severa y temible, como una auténtica reina—. Ah, qué grato es verte.

—Lo mismo digo, alteza. —Utta la miró con afecto. Era un consuelo saber que ciertas cosas no habían cambiado.

Utta llevó a Briony hasta la cama de su tía abuela. Briony estaba preparada para el cambio, pero aun así se conmovió al ver a Merolanna: meses antes era la viva imagen de una mujer mayor rebosante de energía. Ahora parecía consumida, con los ojos y las mejillas hundidos, encogida como una fruta que se pudre en un cuenco. Aun así, la anciana tenía brillo en los ojos, y al ver a Briony pudo apoyarse sobre los codos.

—¡Loados sean los Tres! —dijo—. Utta, acomoda estos cojines para que pueda echar un buen vistazo a mi querida Briony. —Merolanna sacudió la cabeza. Usaba sólo una cofia en vez de la peluca habitual y la compleja toca. Hasta su cabeza parecía haber empequeñecido—. Ven a contarme todo. ¡Tu pobre padre! Ah, qué días espantosos hemos visto aquí, espantosos. Pero ahora las cosas mejorarán.

Briony aún estaba confundida. Era como si hubieran puesto a otra actriz para desempeñar ese papel. Parecía que su tía abuela hubiera envejecido diez años desde la última Vispera de Invierno.

—Desde luego —dijo—. Desde luego, tía Lanna. Ahora las cosas mejorarán.

* * *

—Os veis hermosa y fuerte, milady —le dijo Rose Trelling. Moina, su otra acompañante, se había ido del castillo hacía meses, para residir en la mansión de su familia en el este, pero Rose se había quedado en Marca Sur con su tío Avin Brone y ahora había retomado con entusiasmo sus funciones de dama de compañía. Sujetó el broche del grueso cuello, que brillaba como un reguero de estrellas contra la tez pálida de su ama.

—No siento ni una cosa ni la otra —dijo Briony, examinándose en el espejo—. Y menos hoy, cuando debo sepultar a mi padre. —Pensó que ese vestido enorme y rígido le daba el aspecto de una nave con todo el velamen, y no precisamente un ligero bergantín—. Una carraca mercante. Con todo su cargamento.

—¿Milady?

—No importa. —Aunque hubiera querido que todo volviera a ser como antes, no bastaba con desearlo: al mirar el rostro dulce y franco de Rose recodó a Brone, el tío de la muchacha. Pronto llegaría el momento de interrogarlo sobre lo que había visto el dramaturgo Teodoros.

Por el modo en que Brone la miraba, era evidente que sabia que algo iba mal, pero ella no toleraba confrontarlo antes del funeral de su padre. Pero luego no dejaría pasar más tiempo. Si el hombre era un enemigo, y estaba cada vez más segura de ello, era peligroso dejarlo en libertad, pues debía saber que ella sospechaba de él. No, debía lidiar con él esa noche, después del funeral.

—Manda buscar a Tallow, el jefe de la guardia real —le dijo a un paje—. Tengo una hora hasta el comienzo de la ceremonia, así que deseo verle ya.

—¡Dejad de moveros! —la regañó Rose cuando el joven salió—. ¡Si no me dejáis domar este rizo revoltoso, pareceréis la mujer de un mendigo con este pelo!

* * *

Para sorpresa de Briony, no fue Jem Tallow quien respondió a su llamada.

—Princesa —dijo Ferras Vansen, arrodillándose en la entrada—. Oí vuestro mensaje y me tomé el atrevimiento de responder en lugar de Tallow. Si he obrado mal, pido disculpas.

Ella suspiró, pero con disimulo.

—Parece que las disculpas son su especialidad, capitán Vansen. ¿De veras cree que tiene tanto que lamentar?

Él se sonrojó.

—Más de lo que quisiera, alteza. Hablé precipitadamente al declarar que os había devuelto a vuestro hermano. La verdad es que lo dejé en las tierras de sombra, aunque no por elección personal. Él regresó a Marca Sur por su cuenta.

Era extraño, pero él le recordaba a Barrick. No en su aspecto, su modo de hablar ni su modo de actuar, pues en todo eso no podían ser más diferentes, sino en cómo la hacía sentir, frustrada pero afectuosa al mismo tiempo. Pero también le hacia sentir algo que nunca había sentido por su hermano, algo que no sabia cómo encarar. Y además estaba Eneas, aún esperando una respuesta.

Trató de ocultar sus confusos pensamientos.

—Necesitaré la guardia esta noche, después del funeral. ¿Podrá enviar a un contingente a la nueva sala del trono?

—¿La tienda? —Él volvió a sonrojarse—. No quise ser despectivo…

Ella se rió.

—Es una tienda. Sólo dice la verdad.

—Desde luego, alteza. Medio penteconto de mis mejores hombres estará allí; me encargaré de ello. —Se levantó, dispuesto a marcharse, pero ella alzó la mano.

—Casi no hemos hablado en esta última decena, capitán Vansen. Pediré a un paje que traiga una silla, y usted podrá contarme sus vicisitudes. —Le hizo una señal a uno de los jóvenes—. Han ocurrido muchas cosas que todavía no entiendo.

—Ninguno de nosotros las entiende, alteza —dijo el sombríamente—. Sospecho que sabríamos más si tuviéramos declaraciones de todos los que lucharon aquí, desde caverneros hasta gente de la superficie, incluso los qar y los xixianos…

—¿Gente de la superficie? ¿Qué significa eso?

—Perdón, princesa. Así nos llaman los caverneros… y también «gente alta». Es extraño, pero viviendo entre ellos comencé a olvidar que no era uno de ellos, aunque tenía el doble de su tamaño.

—Entonces hábleme de ellos, capitán. Y hábleme de mi hermano, y de lo que les pasó a ambos en las tierras de sombra. Dígame todo lo que pueda. Esta tarde sepultaré a mi padre, y me da miedo.

—Nunca me perdonaré por no haber podido salvarlo —dijo Vansen, cabizbajo.

—Basta. Usted me trajo su cuerpo. Y yo pude hablarle una vez más, antes de los días finales.

—¿De veras? —Era evidente que Vansen no sabia nada sobre eso.

—Sí. Así que hablemos, capitán Vansen. —Miró a las criadas y las damas de compañía, la media docena de pajes, la vida que había vuelto a capturarla—. Me temo que raramente volveremos a tener esta oportunidad.

* * *

Vansen no era un gran orador, pero el espíritu del relato se adueñó de él: cuando terminó de narrar las últimas horas en los Misterios caverneros, todos los presentes se habían acercado, sirvientes y nobles por igual, todos boquiabiertos y conmovidos. Al entusiasmarse con su exposición, daba muestras del seco ingenio que a menudo ocultaba, y aunque restaba importancia a su propio papel, Briony notó en qué episodios él atribuía el mérito a los demás. Le recordaba el modo en que su padre había contado historias sobre su año de lucha en Hierosol, y esto a su vez le recordaba la tarea mucho menos agradable que le esperaba.

—Gracias, capitán Vansen —dijo cuando él hizo una pausa para beber el vino que le había llevado una de las damas—. Nuestra amada Marca Sur ha sobrevivido, gracias al cielo, pero hemos sufrido muchas pérdidas. Mi padre, el querido Chaven, los valientes caverneros y muchos más. —Intentó sonreír, pero era difícil—. Ya es hora de ir al funeral. No olvidará la promesa que me hizo, ¿verdad?

Él se sobresaltó.

—Perdón, alteza. ¿Mi promesa…?

—De que la guardia real me acompañe esta noche, tras el funeral.

—Ah. —Él parecía aliviado y defraudado al mismo tiempo. ¿Qué otra cosa esperaba? ¿Una embarazosa muestra de gratitud? ¿Ella se habría equivocado en cuanto a los sentimientos que le profesaba Vansen? En todo caso, no tenía importancia. Con Olin Muerto y su hermano resuelto a irse de Marca Sur; Briony sabía que ya no tenía derecho a sus propios afectos: sólo a velar por su tierra y su pueblo—. Desde luego, alteza. Veré de que la guardia permanezca con vos después del funeral.

—Gracias, capitán Vansen. Le debo una disculpa… Es algo que me impide conciliar el sueño. Lamento sinceramente las cosas que le dije en mi momento de dolor, después de la muerte de Kendrick. Es usted un buen hombre, y lo ha demostrado muchas veces.

Una expresión extraña cruzó los serenos rasgos de Vansen. ¿Furia? ¿Aflicción?

—Sólo procuro serviros, alteza —declaró—. A vos y a los reinos de la Marca, desde luego.

Se levantó, hizo una reverencia y salió deprisa. Briony permaneció sentada un momento, juntando fuerzas para levantarse y cumplir sus deberes en la ceremonia fúnebre. Rodeada por sus damas y otras personas, se sentía totalmente sola.

* * *

Vansen no aprobaba la idea de celebrar el funeral del rey en la dudosa seguridad del parque de la residencia real, aunque entendía que Briony deseara dar a la población del castillo la oportunidad de participar en la ceremonia. No obstante, aunque Durstin Crowel se había rendido y estaba encarcelado en la fortaleza con sus últimos secuaces, aún no se sabía que había sido de ciertos aliados poderosos de Tolly, como Berkan Hood, y aunque los guardias aún buscaban intensamente a Hood, Ferras Vansen pensaba que era imperdonablemente peligroso que Briony y el infante se expusieran en un lugar abierto donde una flecha lanzada desde un tejado distante podía privar a Marca Sur de su monarca, por mucho que la menguada guardia real intentara impedirlo.

Y esto le recordaba la confusión que sentía al pensar en el futuro. Era preciso reconstruir la guardia real, al igual que el castillo que la albergaba y el clan Eddon que la empleaba. Jem Tallow ya había tratado de entregar el control a su ex capitán, pero Vansen no sabía si deseaba recobrar su viejo puesto. Ante todo, lo obligaría a ver a Briony Eddon todos los días, y aunque en ciertos sentidos era lo que más deseaba, sabía que estar tan cerca sin poder tenerla seria un tormento. ¿Y cuánto faltaba para que ella se entregara a Eneas de Sian? ¿Qué sería entonces de Ferras Vansen? Sería sólo un paje con espada.

No tenía sentido volver a hacer lo que hacia antes, por muy necesario que fuera. Después de haber luchado contra un rey dios y un auténtico dios, no seria fácil volver a sus deberes cotidianos y los aspectos más frívolos de su profesión. Ansiaba el regreso de la paz (¿qué soldado que hubiera sobrevivido a esta locura no lo ansiaría?), pero no los problemas de mantener cinco pentecontos ocupados y preparados para el combate mientras protegía a los gobernantes a cada momento.

Todos habían esperado en el jardín desde el mediodía, mientras la larga sombra de la torre Diente de Lobo pasaba del oeste al este, pero aunque el ánimo era sombrío, la gente parecía reunida para una ocasión más festiva, y sus lugares en la soleada hierba estaban marcados con mantos y capas, como para una merienda. La familia real ya había asistido a la ceremonia fúnebre mientras el rey Olin yacía expuesto en la residencia. Ahora, con su cuerpo oculto dentro de un ataúd austero cubierto por el lobo y las estrellas de los Eddon, el coro fúnebre cantó la trenodia y Sisel pronunció el panegírico que se esperaba para un difunto. Olin el rey justo, Olin el protector de su pueblo, Olin el diplomático. Vansen pensó que el jerarca hablaba del rey como si fuera uno de los dioses inmortales del Trígono. Habría preferido conocer al hombre que había engendrado a Briony, Barrick y Kendrick, el hombre que había inspirado sentimientos tan intensos en todos ellos, pero no sería así. Ese hombre había sido mortal y había fallecido. Ahora era sólo una historia.

—Aunque el terror y la gratitud de los que rezan siempre llenen vuestros oídos con mil voces, oh hermanos que moráis en el sagrado monte Xandos, escuchadnos también a nosotros, y en este día concedednos el favor de que el exilio del buen Olin tenga un final, y que regrese a vosotros y a su tierra natal, en reposo tras la labor de largas jornadas…

Habían esparcido la sal y Sisel había comenzado a entonar la plegaria final, destinada a guiar el espíritu del rey difunto, cuando Ferras Vansen reparó en cierta inquietud entre los presentes, como si la multitud fuera un campo de flores agitado por el viento. ¿Pasaba algo malo? Miró rápidamente a Briony, que también lo había notado.

Una procesión se acercaba por el camino, entre la armería y Diente de Lobo; la gente que estaba en la linde del jardín ya se había vuelto para mirarla. Al principio Vansen no pudo ver bien a los recién llegados que pasaban por la sombra de la torre, pero cuando el cabecilla salió al sol, Vansen vio un pelo deslumbrante como el fuego. Barrick Eddon había llegado al funeral de su padre. El príncipe usaba ropa holgada y blanca y una capa blanca con capucha, al igual que la reina Saqri las pocas veces que Vansen la había visto; comprendió que el blanco debía ser el color de luto de los qar.

Miró de nuevo a Briony Eddon, pero su expresión era inescrutable. Barrick y el grupo de hadas que lo acompañaba avanzaron en silencio por el pórtico y luego salieron de nuevo al sol a poca distancia de la escalinata de la residencia y del cuerpo del rey, y allí Barrick se detuvo y permaneció erguido como un centinela.

Después de la confusión inicial, el jerarca Sisel continuó con la plegaria. Cuando terminó, los mantis llegaron con sus matracas y sus flautas para encabezar la procesión, y los acompañantes pusieron el féretro en la carreta que lo llevaría al cementerio. Parecía que los Eddon usarían la cripta familiar, a pesar de lo que había ocurrido allí y de lo que había debajo. Pero antes de que los portadores del féretro se pusieran en marcha, Barrick dio un paso adelante y puso dos ramillas sobre el ataúd, una de ulmaria y otra de muérdago, las flores de la inmortalidad del Huérfano. Luego se quedó quieto un instante. El dolor y la confusión le deformaron los rasgos y retiró la mano —esa mano que antes era inservible— como si se la hubiera quemado.

El príncipe y su séquito no acompañaron al ataúd hasta el cementerio, sino que se desviaron cerca de las derruidas murallas de la sala del trono y regresaron a la Puerta del Cuervo y su campamento de Cavernal. Algunos miembros de la multitud se volvieron para verlos partir, haciendo la señal del conjuro, pero casi nadie les prestó mayor atención, como si el hijo del rey y sus extraños acompañantes fueran sólo otro grupo de dolientes.

* * *

El banquete fúnebre había terminado una hora antes, y muchos invitados se habían retirado, aunque un grupo de nobles eminentes permanecía en el vasto comedor de la residencia, bebiendo vino y contando historias sobre el rey difunto y todo lo que había sucedido desde la última vez que Olin había ocupado el trono de Anglin. Sin duda, muchos de ellos también expresaban discretas reservas sobre la capacidad de la hija para gobernar, y preguntaban por qué su hermano se había apartado del deber de gobernar el país, pero Vansen pasó por alto esas conversaciones mientras escogía a algunos guardias de confianza y se los llevaba del comedor para conducirlos a la sala de la residencia donde se alojaba Briony. La princesa ya aguardaba allí, con expresión de estudiada indiferencia. Para Ferras Vansen, esa expresión era como una herida: le dolía verla.

Una vez que entraron sus guardias, le preguntó a Briony:

—Alteza, ¿queréis que vaya a buscar a lord Brone?

Ella asintió, aunque no parecía verlo.

Para sorpresa de Vansen, Brone aguardaba frente a la puerta de la sala. Había llegado mientras Vansen organizaba a los guardias. El corpulento conde asintió.

—Me alegra verle, capitán Vansen. Supongo que no seguirá largo tiempo en ese bajo rango…

—Nadie me ha mencionado ningún ascenso, lord Brone.

—Ah, pero estoy seguro de que será recompensado. He oído que realizó una tarea noble y valerosa desde que regresó a Marca Sur. Muchos dicen que hoy seríamos esclavos si usted no hubiera afianzado la resistencia cavernera. Un día deberá contarme todo lo que pasó, Vansen. Deseo saber qué vio usted. Confío en sus ojos y pensamientos más que en los de otros, salvo los míos.

—Gracias, señoría.

El conde sonrió, pero se veía cansado.

—No hagamos esperar a nuestra regente. Después de todo, pronto será nuestra reina. —Caminó hacia la puerta.

Una vez que Brone se inclinó ante Briony (no sin dificultad, pues el anciano estaba aún más rollizo y su cojera era más pronunciada), ella pidió que trajeran un banco para que él pudiera sentarse.

—Antes de ir al meollo del asunto —dijo—, tengo una pregunta para vos, Brone. Pronto Berkan Hood será capturado o muerto. El puesto de lord condestable está libre. ¿Tenéis alguien a quien recomendar?

Brone se aclaró la garganta.

—No se me ocurre nadie mejor que este hombre, Ferras Vansen.

—¿No vos mismo, lord Brone? Ocupasteis ese puesto largo tiempo. ¿Ya no confiáis en vuestra capacidad?

—Con todo respeto, princesa, no juguéis conmigo. Estoy demasiado viejo para eso, y demasiado viejo para tratar de ser lo que era. Si no deseabais mi consejo, no debisteis pedirlo.

—Muy bien, pues, no giremos en círculos, como dos matones de taberna. —Briony sonrió con dureza—. Fuisteis el consejero de confianza de mi padre, Brone. Y también lo fuisteis de mi hermano y mío.

—He tenido la fortuna de servir al trono y al pueblo de los reinos de la Marca. Eso es sabido. Muchos dirían que lo hice bien.

—Muchos lo dirían, sí… pero ésa no es mi queja. —Por primera vez, Vansen vio que la emoción que ella había ocultado no era fatiga ni temor, sino furia. Tenía las mejillas arreboladas y entornaba los ojos; por primera vez vio hasta qué punto se parecía al hermano—. Nos traicionasteis, Brone, o planeabais hacerlo. Conspirabais para provocar nuestra muerte: mi padre, mis hermanos y yo. ¿Qué respondéis?

Brone no estalló en un torrente de negaciones, y Vansen tuvo la sensación de que el mundo se tambaleaba. El anciano hundió el mentón en la barba y frunció las pobladas cejas. Parecía un oso mirando desde una caverna.

—¿Por qué decís eso, alteza? ¿Quién os ha dicho semejante cosa de mí?

—Eso no os incumbe. Pero una persona de mi confianza me ha dicho que teníais una lista, y en esa lista figuraba el nombre de cada miembro de mi familia, y el método por el cual cada uno de ellos sería aprehendido, encarcelado y asesinado por orden vuestra. ¿Lo negáis?

Ferras Vansen contuvo el aliento, e incluso los guardias, sus mejores hombres, demostraron su alarma. De todos los presentes, Avin Brone era el único que se mantenía impasible.

—No —dijo—, no lo niego.

Briony soltó un jadeo, como si le hubieran dado un puñetazo.

—Bien —dijo al fin, con voz temblorosa—. Me aconsejasteis que no confiara en nadie, Avin Brone. Os agradezco la sinceridad de esa lección.

—¿No deseáis conocer el motivo?

—No, no lo deseo. Guardias, arrestadlo. La fortaleza albergó a un inocente como Shaso… Servirá también para este truhán.

Brone permaneció sentado, sin moverse, mientras Ferras ordenaba a cuatro guardias con el negro y plata de Eddon que lo rodearan.

—¿De veras lo haréis de nuevo, princesa? —preguntó el anciano con voz calma.

—¿A qué os referís? —Briony había vuelto a adoptar su máscara de indiferencia: parecía una estatua de la venganza divina.

—Encarcelasteis a Shaso Dan-Heza sin averiguar la verdad. Después lo lamentasteis, como es evidente. ¿Repetiréis ese error?

—¿Error? —Briony estuvo a punto de saltar de la silla—. Habéis confesado que planeabais asesinar a mi familia, Brone. ¿Qué podríais alegar en vuestra defensa? —Pero no repitió la orden y Vansen, presintiendo que algo se avecinaba, indicó a sus hombres que aguardaran—. Hablad. Es tarde y estoy cansada y triste. Acabo de sepultar a mi padre, y quiero acostarme.

—Yo también lo amaba, Briony.

—¡Pero planeabais matarlo!

—Me debo ante todo al trono, princesa. Siempre ha sido así. Vuestro padre se aseguró de que yo entendiera eso. Sí, planeaba su muerte… pero con el conocimiento del propio Olin.

—¿Qué? —Briony parecía dispuesta a pegarle—. ¿Acaso afirmáis que él quería la muerte de su propia familia…?

—¡No! —Por primera vez, Brone perdió los estribos—. ¡No, alteza, claro que no! Pero vuestro padre sabía que padecía una enfermedad incurable, una enfermedad de la sangre que lo hacía presa de una locura frenética. Durante diez años o más, también supo que Barrick padecía el mismo trastorno. Vos y Kendrick no parecíais afectados, pero, ¿quién podía asegurarlo?

—¿Qué tiene que ver la sangre de mi padre con…?

—Él no confiaba en sí mismo… y, para ser franco, yo tampoco podía confiar del todo en él. Era el rey, pero una noche al mes también era una bestia, un desquiciado. ¿Cómo podía defender el país sin planear qué hacer con el rey en caso de que enloqueciera por completo? ¿Cómo podía proteger los reinos de la Marca si sus herederos también padecían ese mal? Si vuestro padre perdía irremediablemente el juicio, yo tenía órdenes de encerrarlo… y de encerraros a todos hasta saber si uno de vosotros era de fiar. Y si ninguno lo era, no tendría sentido dejaros con vida para fomentar el descontento del pueblo, que no lo comprendería. Estaba dispuesto a poner a otro pariente en el trono si era necesario, quizá a uno de los primos brenianos… Sí, incluso a mataros a todos si no me quedaba otra opción. Pero no lo deseaba, y sólo imaginé esto porque vuestro padre, que los dioses bendigan su valentía y su previsión, me lo ordenó. —Así diciendo, el conde de Finisterra plegó las manos sobre el vientre y la miró a los ojos—. Si aún queréis ejecutarme, princesa, hacedlo. No me resistiré.

Al principio, Vansen pensó que Briony le gritaría al anciano. Tenía la cara tan roja que él temió por su salud. Pero cuando Briony habló, sus palabras eran apenas un susurro.

—¿Tenéis alguna carta de mi padre que pruebe todo esto?

Él se encogió de hombros.

—Tengo cartas suyas que aluden al plan. Puedo compilarlas para vos. En todo caso, todos los documentos de la época en que serví a vuestro padre son vuestros ahora, princesa, aunque quizá querréis que los revise alguien que os merezca mayor confianza que yo. Pero escoged a esa persona con cuidado, Briony. —Sonrió sin alegría—. Sospecho que aún estáis rodeada de traidores…

—Fuera de mi vista, Brone —dijo ella, como si tuviera la boca llena de veneno—. Enviaré guardias con vos para recoger esos papeles. Mientras decido que hacer, permaneceréis encerrado en la fortaleza interna. De ninguna manera regresaréis a vuestra casa de Finisterra.

Avin Brone se inclinó en una leve reverencia, apenas un cabeceo.

—Sois mi soberana, princesa. Por supuesto que haré lo que ordenéis.

* * *

Vansen había terminado de organizar a los guardias, apostando a cuatro como centinelas, en vez de los dos de costumbre, y enviando el resto a descansar, y ahora esperaba como ella había pedido, pero Briony lo ignoró mientras terminaba una copa de vino.

Briony sabía que debería alegrarse de que Brone tuviera una excusa plausible (nunca había temido tanto una reunión), pero en cambio estaba tan furiosa como antes, sin entender por qué. En cierto modo había esperado que él se riera de la acusación, demostrando que era ridícula, pero ahora estaba segura de que Brone era culpable, de que su advertencia de no confiar en nadie había sido una confesión encubierta. Y cuando él hizo su admisión, cada mecanismo protector de Briony se había cerrado como el rastrillo de la Puerta del Cuervo. Aún estaba furiosa con el viejo, pero también consigo misma. Si la versión de Brone era cierta, ¿qué otra cosa podía hacer él, salvo seguir las órdenes de su padre? ¿Pero qué pasaría si él no podía demostrar lo que afirmaba?

La probabilidad de que él estuviera fingiendo, de que ella tuviera que encarcelarlo y ejecutarlo, empeoraba aún más las cosas, como si fuera arrastrada en una danza vertiginosa, tambaleándose sin aliento.

Ferras Vansen aún esperaba en la puerta, con una cara que a Briony le parecía una fastidiosa imagen del noble sufrimiento. Se sentía casi tan insatisfecha con él como con Avin Brone. Le indicó que se acercara pero no le aclaró qué hacer. Vansen se detuvo ante el trono, hizo una torpe reverencia y se quedó esperando. Ella lo miró en silencio un largo instante.

—¿Alteza? —dijo al fin Vansen.

—Sí, capitán. Gracias por quedarse. Como verá, estoy un poco cansada, pero quería hablar con usted. ¿Qué piensa de la propuesta de lord Brone?

—¿Alteza? —repitió él, sobresaltado.

Briony empezaba a temer que él nunca dijera otra cosa.

—Él sugirió que usted era buen candidato para el puesto de condestable, capitán. Lord condestable de Marca Sur. ¿Ha oído hablar de esa ocupación? Tengo entendido que es bastante conocida por estos lares.

Él se ruborizó y Briony se enfadó aún más consigo misma. Muchas veces había ansiado ver a ese hombre. ¿Por qué volvía a tratarlo de manera tan desagradable?

—Entendí la pregunta, alteza, pero no entendí por qué me lo preguntaba.

—Porque quiero saber si le interesa, capitán. Como he dicho con toda sinceridad, usted ha hecho cosas maravillosas por Marca Sur. No sólo por mi familia, sino por todos los que viven bajo las cinco torres.

—Sólo hice lo que habría hecho cualquier servidor leal de los Eddon, princesa.

—Cualquiera habría querido hacerlo, pero pocos habrían tenido el ingenio o el coraje para ello. No subestime sus propios actos. —Él se ruborizaba de nuevo. ¿Cómo podía haber creído que ese hombre se interesaba por ella? Y si así era, su pasión debía ser tan superficial como el mudo amor de un niño por su nodriza. ¿Cómo era posible que un hombre tan alto y fuerte pareciera tan profundo en un momento, y tan necio al siguiente? ¿Acaso sus rasgos más atractivos eran fruto de la imaginación de Briony?—. ¿Qué piensa de ese puesto?

—No… no soy un lord, princesa.

—Un problema menor. En todo caso, después de sus hazañas no podrá salvarse de tener un título y algunas tierras, capitán. ¿Quiere que lo nombre marqués? Aunque me temo que no desea ser un noble. No creo que disfrute de los pavoneos y correteos de la vida cortesana.

—Me aterran.

Ella no pudo contener una carcajada.

—Pobre capitán Vansen. Sería terrible hacerle algo así…

Él estaba mirando al suelo, pero alzó la vista y Briony sintió cierta alarma. Los ojos oscuros de Ferras Vansen eran más intensos que nunca, más de lo que hubiera creído posible, como los de un contrincante que no podía retroceder más y se disponía a trabarse en lucha.

—¿Por qué me hacéis esto, milady? ¿Por qué?

—¿A qué se refiere, capitán Van…?

—¡Esto! ¡Me refiero a esto! Este modo de hablarme. Me gustaba más cuando me odiabais. Al menos, vuestras frases incisivas no me sorprendían. Pero ahora… Decís que estáis agradecida, ponderáis mis hazañas, pero continuamente actuáis como… como… —Y aunque estaba más arrebolado que nunca, pues la furia le moteaba las mejillas y la frente, calló de golpe. Poco después dijo, en voz más baja—: Perdón, alteza. No tenía derecho.

—No le daré mi perdón… a menos que me explique cómo actúo yo.

—Por favor…

—No, capitán Vansen, insisto. Más aún, se lo ordeno: explíqueme cómo actúo.

Él revolvió los ojos con desesperación, como si hubiera un modo de salir de la trampa en que se había metido, pero todos los guardias se hacían los desentendidos, como si no hubiera nadie más en la sala.

Vansen se cuadró y aspiró hondo.

—Actuáis como una mocosa consentida que recibe una mascota de la que ya se ha aburrido —dijo—. En vez de quitarse al animal de encima, esa niña lo provoca y lo atormenta para divertirse. Eso es lo que hacéis, Briony Eddon. Ése es el papel que representáis conmigo.

Le enfurecía que él le hablara de ese modo, pero también se horrorizaba al comprender lo que le había hecho a ese hombre bondadoso y amable.

—Pero yo no… —No lograba articular las palabras—. Yo nunca…

Vansen, que un instante antes parecía resignado a ir al cadalso, dio un paso hacia ella. Tenía una expresión que ella no entendía, algo semejante a la euforia, pero también al terror.

—Y diré más —continuó sin recobrar el aliento—. Al margen de lo que piense Avin Brone, y aunque vos sintáis algo semejante a la gratitud que manifestáis, nunca podré ser lord condestable, ni podría ocupar el lugar de un noble en vuestra corte… ni, llegado el caso, ser el capitán de vuestra guardia. Así, con gratitud por lo que vuestra familia me ha dado y la bondad que vos misma me habéis demostrado… a veces… debo renunciar a mi puesto. —Sacó los guantes del cinturón y los puso en el suelo, a los pies de ella, y luego se desprendió la espada y la puso junto a los guantes—. Que los dioses velen por vuestra alteza y el trono de los reinos de la Marca.

Sólo se había alejado unos pasos cuando ella le habló.

—¿Por qué? ¿Por qué dais la espalda a las recompensas que habéis ganado justamente?

Él se volvió lentamente, sabiendo que nunca podría retractarse de lo que iba a decir.

—Porque no soportaría trabajar cerca de vos el resto de mi vida, Briony Eddon. Os he amado desde el primer momento en que os vi, sabiendo que los dioses del cielo debían estar desternillándose de risa. ¿Quién era yo? Un mero soldado.

—¡No! Un hombre valiente —dijo ella, porque esas palabras reflejaban sus propios pensamientos—. Un hombre amable. Un hombre bondadoso.

—¿Ahora me dirigís las palabras benévolas que antes me negabais, princesa? —Ya no parecía importarle nada—. ¿Sentís lástima por un necio?

—Creo que la necia soy yo. —Ella rió—. ¡Pero usted también, capitán! Oh, piadosa Zoria, creí que usted nunca expresaría sus sentimientos. ¿Cómo podía amar a un hombre que temía decirme lo que sentía?

—¿Acaso vos… os interesáis por mí? —Ella temió que él se riera, o pronunciara un largo parlamento, como un personaje teatral, pero en cambio él gritó una orden—. ¡Guardias! Salid a custodiar la puerta un rato. Siento una súbita preocupación por la seguridad del pasillo externo.

—No tiene que echar a todo el mundo… —dijo Briony mientras los soldados salían. Su corazón palpitaba con celeridad. Sentía el fuerte impulso de reír como una niña.

—Claro que sí —dijo Vansen—. Aunque sean discretos, es mucho pedir que finjan ser ciegos y encima estúpidos. Los plebeyos tenemos nuestro orgullo. —Subió a la tarima—. Y mañana podéis enviarme al verdugo, princesa, pero debo besaros… ¡Debo hacerlo! He esperado tanto tiempo…

Al principio Briony no habló, porque todo era tan extraño e inesperado que temía que se disipara si interrumpía el momento. Apenas podía respirar cuando Vansen extendió el brazo para alzarla de la silla, pero al sentir ese hálito cálido en la cara comprendió cuán lejos de él había estado todos estos meses.

—Sí, Vansen, bésame —dijo al fin—. ¡Bésame, por favor!