46: Una vela consumida

46

Una vela consumida

El dios le dijo a Zoria que el Huérfano regresaría al mundo y al sol si ella podía sacarlo de Kerniou, pero que si ella vacilaba o fracasaba, el niño tendría que quedarse entre los muertos para siempre.

El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos

Notó que ella trataba de no reírse por dentro, pero no sabía por qué. A menudo no entendía el sentido del humor de Saqri.

Tu hermana ha partido. No fue muy bien, ¿verdad?

Sabes que no. Lo sabes tan bien como yo, estoy seguro.

Yo no estaba contigo. Te sentía, pero a distancia. ¡Aun así, las emociones eran muy intensas!

Aunque Saqri lo provocaba con esa extraña indulgencia que había empezado a demostrarle desde que la habían abatido, notó que ella luchaba contra su creciente debilidad. A diferencia de Saqri, él apenas estaba aprendiendo a tener la cortesía de pasar ciertas cosas por alto.

No te burles, le dijo. Siento dolor.

Claro que sí. Pero es innecesario. El Pueblo está acabado. Nunca se nos prometió que todos encontraríamos el final en el mismo instante, pero no dudo que ésta será nuestra última generación, al menos para los longevos. Algunos seguiremos luchando durante años, pero la Derrota ha llegado. Tu gente no sobrelleva la misma carga que nosotros, así que quizá no comprendáis que es casi un alivio saber que el fin se acerca. Lamento saber que no estaré aquí para ver la última y brillante floración que brotará de ello… ¡Estoy segura de que el arte y la música serán gloriosos y estremecedores en su sutileza! Pero si ya no existe el Pueblo, Barrick Eddon, tampoco es necesario que te sacrifiques. La Flor de Fuego de todas nuestras madres pronto desaparecerá. Y poco después, aunque lo que te ha sucedido prolongue tu vida, también te ocurrirá a ti, hombre niño: la última Flor de Fuego se marchitará y morirá. Sin la luz de la Flor de Fuego, la Biblioteca Profunda será agua estancada. Y sin el recuerdo de quienes somos, nos marchitaremos y moriremos como criaturas sin habla. La canción continuará sin nuestras voces.

Era como si envejeciera a medida que se acercaba a la muerte. Ahora ya parecía tan antigua como Yasammez. Quizá sea la cercanía de la eternidad y lo que ella trae, pensó Barrick, pero no se lo dijo.

Cuando hayas pasado tu momento con la muchacha mortal, le dijo ella, ven a mí. Me gustaría verte con los ojos.

Él se quedó junto a Qinnitan largo rato, tratando de no pensar. Antes de irse, se hincó de rodillas y le cogió la mano, pero estaba tan yerta que no pudo soportarlo. Besó esa mano y volvió a apoyarla en el pecho de la muchacha.

* * *

Saqri yacía en una cama que Barrick había ordenado fabricar. Si la reina de las hadas se hubiera salido con la suya, la habrían tendido sobre las rocas y la habrían tapado sólo con su capa. Si nos dan a escoger cómo morir, había dicho, nosotros los tradicionalistas preferimos los elementos tal como son. Es bueno aprender a lidiar con el frío de la noche, porque la muerte, al llegar, también nos sopla con su hálito frío. Aprendemos a movernos menos y pensar más.

Pero no se te da a escoger, le había dicho Barrick, y así la Hija de la Primera Flor tuvo abrigo y comodidad porque estaba demasiado débil para decidir lo contrario. No te dejaré morir en este lugar, le había jurado Barrick. Te llevaré de vuelta a la Casa del Pueblo.

Niño tonto. Como Yasammez, moriré cuando el Libro diga que debo morir.

Mentirosa. Estás viva cuando cualquier otra ya habría cruzado el río. La fuerza de tu voluntad nos concede este tiempo, y tú lo sabes.

Viste a tu hermana, dijo ella. Ella arde con más brillo del que yo creía. Habría sido una buena compañera para ti.

Eso es repulsivo, replicó Barrick.

No en nuestra especie, ni en nuestra familia gobernante. Amé a Ynnir antes de odiarlo y lo odié antes de amarlo. Lo conocí cada momento de mi vida. Así estábamos de entrelazados. Pero veo que vuestras costumbres no son las nuestras.

No digas esas cosas. Además, ella y yo nos hemos distanciado. Yo he cambiado demasiado.

¿De veras?

¡Sabes que sí!

Ella le sonrió. Apenas curvó los labios, y alguien que observara con menos atención lo habría pasado por alto.

«Todo se puede predecir», como dicen los oráculos. En verdad, creo que deberías quedarte con tu gente… Perdón, Barrick Eddon, con tu otra gente.

¡Nunca! Ya no puedo vivir entre ellos. Ya no soy así.

No quise insultarte, continuó ella como si él no hubiera respondido. Es indudable que también te has ganado tu sangre entre nosotros. Hasta los clanes más pequeños y más remotos del Pueblo sabrán quién eres.

A Barrick no le interesaba. ¿Qué importaba la fama cuando el resto de su vida sería como una larga procesión fúnebre a medida que los qar y sus conocimientos agonizaran lentamente? Y al fin también él moriría, o bien solo en medio de gente que su familia había ayudado a destruir, o bien como extranjero en su tierra natal. De un modo u otro, sería un extraño para quienes lo rodeaban.

Anímate, dijo Saqri. La vida es corta. Aun la larga vida de Yasammez fue un mero parpadeo en comparación con las estrellas, y las estrellas se apagarán un día.

No supo qué responder ante ese comentario tan optimista. Barrick asintió y se dispuso a irse.

No, dijo ella. Regresa. Por favor, siéntate junto a mí.

Al sentarse, él la miró con mayor atención. Saqri parecía casi traslúcida, como una vela consumida, con la mecha quemada en su interior. Aunque sabía que también ella tenía sangre roja, no se notaba en ese momento; ella no parecía ser de carne, sino el pétalo de un lirio blanco.

¿Por qué sucedió todo?, preguntó al fin.

Ella no necesitó preguntar a qué se refería.

Tenía que suceder, querido hombre niño. Un equilibrio tan precario no podía durar para siempre. Cuando Torcido murió, todo se desmoronó. Ahora nuestro tiempo ha terminado.

¿Por qué? ¡Aun sin ambas mitades de la Flor de Fuego, tiene que haber quedado algo para el Pueblo! No es necesario que se resignen a morir.

De nuevo, casi una sonrisa.

No, no es necesario que se resignen a morir, Barrick… pero nuestra época de florecimiento ha terminado. Tal vez algo venga después… tal vez… pero no puedo verlo…

Se estaba fatigando, y él no quería que se agotara. Cuando ella se fuera, no habría otra persona en el mundo que pudiera entenderlo.

¿Te he contado lo que encontré?

Ella movió los ojos, pero no los abrió.

No, dime, hombre niño.

Era como antes de que conociera todo el horror de la enfermedad de su padre, aquellos días en que Olin se movía y hablaba como un hombre que había pasado los días anteriores desagradablemente borracho. Pobre diablo. Entendía su problema menos que yo, y yo todavía no logro entenderlo todo…

Unos prisioneros xixianos, le dijo a Saqri, me comentaron que todavía puede haber tribus del Pueblo viviendo en los desiertos y colinas del sur… Los xixianos los llaman khau-yisti. Y también se habla de seres que deben tener cierto parentesco con nuestro Pueblo en las islas del sur y del oeste de Xand…

Comprendió que Saqri ya no escuchaba. Había vuelto a caer en su sueño profundo, refugiándose en un lugar que estaba a un paso de la muerte. Cada vez era más difícil sacarla de allí, y cada vez regresaba allí con mayor rapidez. Pronto la otra mitad de la Flor de Fuego se iría para siempre.

¿Ynnir? ¿Qué haré?

Pero esa voz también había callado.

* * *

—Elan, sólo háblame. No es mucho pedir por parte de un hombre que te ha amado con tanta sinceridad como yo.

Ella frunció el ceño, pero sin enfado.

—Sabes que te estimo, Matt. Siempre agradeceré que intentaras rescatarme de Hendon.

—No sólo lo intenté, sino que lo hice.

—Desde luego. Por un tiempo. Pero ahora las cosas han cambiado… debes entenderlo.

—¿Entender qué? ¿Que me estás dejando por un moribundo…?

Ella se apartó de él.

—¡Gailon no morirá! En Estío tendrá los mejores médicos. ¡No puede morir! ¡Los dioses no permitirán que semejante milagro haya sido en vano!

Después de las últimas semanas, Matt Tinwright tenía otra opinión sobre las intenciones de los dioses, pero sabía que no tenía sentido discutir. Elan había amado a Gailon Tolly desde que era niño, y ahora podría cuidar al moribundo en sus últimos meses.

—Hay milagros por doquier, Elan —dijo—. ¡Yo debería estar muerto! Me dispararon una flecha en el corazón con una ballesta. Pero el libro de plegarias que intenté regalarte detuvo la flecha. —Sacó el librito del jubón y se lo mostró. Una flor de pergamino desgarrado brotaba de un agujero de la cubierta, grande como una moneda de plata—. ¡Mira! ¡Mi sangre está en las páginas de detrás! Si no lo hubiera tenido, la flecha me habría traspasado el corazón, pero en cambio sólo me hirió. ¿Eso no significa nada para ti?

—Significa que tuve razón al devolverlo, maese Tinwright. Si yo hubiera aceptado tu regalo, habrías muerto.

Tinwright sintió abatimiento. Apenas había dormido desde el solsticio de verano. A veces pensaba que si no podía tener a Elan, se le rompería el corazón y moriría, quizá antes que Gailon Tolly, y entonces si que Elan lo lamentaría…

—Ven aquí —dijo ella, alzando las manos pálidas—. Déjame darte un beso. —Y así lo hizo, para aflicción de Tinwright: un beso casto y fraternal en la mejilla—. Nunca te olvidaré, Matt. Nunca me olvidaré de ti, ni de tu hermana, ni de tu madre.

—Nadie se olvida de mi madre —dijo él con amargura.

—Podrías ser más bueno con ella. Sólo quiere lo mejor para ti…

Tinwright sintió que su dolorido corazón se encogía, acurrucándose contra las costillas. Iba a decir una frase hiriente, pero comprendió que él y Elan ya ni siquiera hablaban el mismo idioma.

—¿Lo mejor para mí? Debes pensar que soy un niño.

—Creo que eres un hombre bondadoso y amable.

—Y no se necesita un poeta para entender que eso equivale a decir que ya no me necesitas.

—No te enfades, por favor.

—¿Enfadarme? —El se levantó e hizo una reverencia—. En absoluto, milady, en absoluto. No, soy feliz, porque hoy he aprendido algo importante sobre el amor, que es el campo de estudio propio de un poeta, ¿verdad? Adiós, Elan. Mis mejores deseos para ti y para Gailon.

Pero cuando espió desde la puerta, después de esta noble y poética despedida, Elan M’Cory no lo miraba partir con ojos llenos de tristeza y añoranza, como él esperaba. Había vuelto a su costura.

* * *

—No vi rastros de él —le dijo Sílex a Ópalo, desplomándose en el asiento—. Pregunte en toda la ciudad, y nadie más lo ha visto.

Ópalo apenas tenía fuerzas para alzar la cabeza.

—¿Por qué me mintió? ¿Por qué me dijo que lo vería de nuevo?

Sílex se sentó junto a ella en el banco y deseó por centésima vez que no tuvieran que refugiarse en la casa de su hermano, pero su casa de la calle de la Cuña estaba demasiado cerca de la zona donde Durstin Crowel y sus renegados resistían la captura.

Como para recordarle todas las desgracias de su vida, Nódulo Cuarzo Azul escogió ese momento para bajar al vestíbulo que servía de refugio a su hermano y su cuñada.

—Ah, Sílex. Remoloneando, por lo que veo. Sin duda podrás encontrar un modo de aportar tu ayuda… Los Ancianos saben que últimamente hay mucho que hacer. —Asintió con lentitud, como si el peso de sus responsabilidades le dificultara aun ese sencillo movimiento—. Y vino alguien de la sede del gremio, diciendo que te necesitan en el castillo. —Se rió, pero se le notaba la irritación—. Supongo que alguien te confundió conmigo, pero ese tonto mensajero insistió en que se trataba de ti, así que tendrás que ir a averiguarlo. —Nódulo saludó a Ópalo con un cabeceo, se puso la capa y salió.

Sílex apenas había oído lo que había dicho su hermano sobre la convocatoria; todavía estaba rumiando el insulto. ¿Aportar mi ayuda? Fue él quien estuvo a punto de destruirlo todo. Mi propio hermano. Trató de detenerme sin molestarse en averiguar lo que yo estaba haciendo.

Se le ocurrió otro pensamiento que tenía desde tiempo atrás, aunque había estado demasiado ocupado para analizarlo. Tuve algo que ver con todo lo que ocurrió; contribuí a que las cosas tuvieran un mejor desenlace. Contribuí al final del autarca. A nuestra supervivencia. Por un momento Sílex quiso correr tras su hermano mayor y romperle la crisma con una piedra. Yo. No él. Pero hasta ahora Cavernal sólo sabía lo suficiente para interpretar que Sílex había contribuido a destruir la mayor parte de sus lugares sagrados.

Ópalo le apretó el brazo y le clavó las uñas, arrancándolo de sus divagaciones.

—Ve a verla —dijo.

—¿Qué? ¿A quién? ¿Por qué?

La profunda tristeza de Ópalo se había disipado, reemplazada por una intensidad febril que era igualmente perturbadora.

—A la princesa, naturalmente, ya que de todos modos debes ir al castillo. ¡Le salvaste la vida! ¡Ella nos ayudará!

—¿Le salvé la vida? Quizá. Pero ella también salvó la mía. Ya te dije que no fue tan sencillo…

—¡Dile que necesitamos encontrar a nuestro niño! ¡Cuéntale todo lo que hizo Pedernal! No puede negarse… ¡Está en deuda contigo!

—Pero, amor mío, la princesa Briony está muy ocupada…

—¿Qué podría ser más importante que encontrar a nuestro niño, viejo idiota? ¡Oíste lo que dijo Antimonio…! Salvó a Escarabajel para que pudiera entregar el astión. Y los qar… Pedernal también hizo cosas por los qar, aunque yo nunca entendí del todo. Pero… pero nuestro niño es importante. Dile eso. Pedernal es importante. ¡Ella debe ayudarle!

Sílex sacudió la cabeza, aunque sabía que la batalla ya estaba perdida.

—No puedo presentarme ante Briony Eddon, la princesa regente de los reinos de la Marca, y decirle que debe encontrar a nuestro hijo. Pensaría que estoy loco.

—Pensará que eres un padre. —Ópalo tenía esa expresión que ponía cuando llegaban a un acuerdo, aunque la única que estaba de acuerdo fuera ella—. Ella también tuvo un padre; más aún, acaba de perderlo. Lo entenderá.

Sílex suspiró. El dolor de la ausencia de Pedernal era terrible, pero estaba seguro de que pedirle ayuda a la señora de Marca Sur no cambiaría las cosas. Si Pedernal estaba con vida, no lo encontrarían a menos que él quisiera que lo encontraran. Sintió un escalofrío. Si nunca encontraban a Pedernal, ¿Ópalo volvería a ser feliz alguna vez?

—Claro que iré a verla —dijo—. Claro que sí, mi único amor.

* * *

La hermana Utta regresó más animada después de su paseo por las murallas. Era grato ver a tanta gente trabajando en la reconstrucción de Marca Sur, aunque sabía que se necesitaría mucho tiempo para que las cicatrices del conflicto empezaran a cerrarse. ¿Cuánto faltaba para que el corazón de la gente también sanara? Utta no lo sabía, pero olía el verano en el aire y eso era suficiente por ahora. Un día después de que el mar inundara las cavernas más profundas, nubes negras habían cubierto el cielo de Marca Sur, arrojando lluvia como para anegar también lo que estaba en la superficie. Después de la tormenta, briznas verdes habían comenzado a brotar entre las piedras y en el lodazal del parque.

Como para enfatizar el tema de la renovación de la vida, Merolanna estaba sentada en la cama, y una criada le daba sopa. Días atrás la duquesa parecía estar a las puertas de la muerte, pero hoy se sentía tanto mejor que la hermana Utta había podido dejar que otras la cuidaran y salir un rato de la casa.

—¡Utta! —Merolanna apartó el tazón con mano trémula y negó con la cabeza cuando la criada le ofreció más—. Estaba preguntando por ti, querida. Tengo la sensación de haber realizado un largo viaje. Dime todas las noticias, pronto… ¿Es verdad que Hendon Tolly y sus matones se han ido?

—Todos dicen que Tolly ha muerto —dijo Utta, sentándose en el borde de la cama—. Pero debéis acostaros a descansar. Ya tendremos tiempo de sobra para conversar.

—Pamplinas. ¿A mi edad? —Merolanna rió, aunque aún tenía la voz débil y quebrada—. ¡En todo caso, tengo mis propias noticias! He conocido a mi hijo.

—¿Qué? —Utta, que un instante antes estaba tan contenta de ver a su amiga en mejor estado, se alarmó. ¿Aún persistía la fiebre, o esta locura era algo más profundo, algo que no se iría aunque la duquesa viuda recobrara la salud?—. ¿Lo visteis?

—¡No sólo lo vi, sino que lo conocí! ¡Vino a verme! —La anciana volvió a reír, y frunció el ceño mientras la criada le limpiaba una mancha de sopa de la barbilla—. Basta, muchacha. Y Utta, no pongas cara larga. Veo por tu expresión que crees que es una chifladura mía, o un efecto de la fiebre, pero no es así. Anoche él vino a verme mientras tú dormías. Lo vi y hable con él. Incluso recordaba su verdadero nombre, el nombre que sólo yo conozco: Adis. Le puse el nombre del santo Huérfano, sí —añadió con timidez—. Pero aun así, no lo protegió: las hadas lo secuestraron de todos modos.

Utta se preguntó si Merolanna habría sido engañada por un emprendedor niño mendigo que creía haber encontrado una protectora que podría pavimentarle el camino con oro. Utta no sabía qué haría si así fuera.

—¿Entonces vendrá aquí? ¿Lo invitaste a quedarse contigo?

—Por supuesto. Pero esta muy ocupado. Tuvo una gran participación en la guerra contra las hadas. —La anciana arrugó el entrecejo—. ¿O fue en la guerra contra los sureños? No recuerdo bien. En todo caso, tiene mucho que hacer para quedarse con una anciana. ¡Casi no ha cambiado desde que lo perdí! ¿Te imaginas?

Utta sintió un escalofrío.

—Pero, Merolanna, cuando él se perdió… eso fue hace cincuenta años.

—Lo sé. ¿No es un milagro? —La duquesa viuda se reclinó entre los cojines—. Aun así, me siento feliz, y él prometió que lo vería de nuevo. Ahora cuéntame todo lo que ha pasado mientras estuve enferma. Tengo hambre, pero no de sopa…

* * *

Barrick miró la cara de la muchacha, tan familiar pero tan extraña. Poco antes, Briony había estado en ese mismo recinto de roca, y ella también parecía una inexplicable mezcla de lo desconocido y lo conocido. ¿Era de veras su hermana melliza, la que antes consideraba casi una parte de si mismo? ¿Y podía Qinnitan, tendida ante él, iluminada sólo por el fulgor mortecino de unas velas, ser una extraña que nunca había visto personalmente hasta aquel momento en los Misterios?

¿Qinnitan? ¿Puedes oírme? Vació su mente: Saqri, Briony, todo lo que había ocurrido desde la aparición de la última luna de primavera. Lo intentó de nuevo. Qinnitan. Soy Barrick. Te necesito. Necesito hablar contigo. Pero no sentía nada en ese recoveco de sus pensamientos y su corazón donde ella había vivido en un tiempo. ¡Qinnitan!

Se sentó junto a ella. Las voces de la Flor de Fuego, somnolientas como abejas en el verano, le hablaron de la Cámara de la Agonía, de un digno y sereno transito al más allá, pero él no quería oírlo. Esta vez la sapiencia de los reyes qar no servía de mucho, pues no conocían ningún precedente de lo que estaba ocurriendo. Sin las dos mitades de la Flor de Fuego, no habría Biblioteca Profunda, y el aislamiento condenaría a las voces a la locura. Qinnitan lo abandonaría. Saqri también se extinguiría. Pronto su cabeza quedaría vacía, salvo por la Flor de Fuego. Todos ellos se irán, y cruzarán el río o esperarán en las orillas para vadear esas aguas oscuras. Hasta Ynnir se había ido y corría por esos campos lejanos, y pronto pasaría a otra etapa mientras su linaje terrenal se extinguía.

La idea acudió a él como una música distante: al principio sólo otro sonido, pero la melodía pronto se impuso sobre los ruidos comunes y accidentales. Ynnir. Los campos. El río…

Barrick se hundió en si mismo, pensando. Las velas lo alumbraban. Al cabo de un tiempo se habían consumido tanto que comenzaron a chisporrotear y apagarse, pero él permaneció sentado junto a la inerte muchacha de pelo oscuro, cavilando.