45
Sólo en sueños
Durante tres días y tres noches Adis recorrió Kerniou cantando la historia de su triste vida, y al fin la diosa Mesiya, esposa de Kernios, soltó una lágrima de piedad.
Kernios se enfureció tanto que la desterró para siempre.
El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos
Estaba cansada, muy cansada. Sólo quería dormir hasta que el mundo fuera diferente… pero evidentemente eso no ocurriría…
—¿Y el enemigo xixiano, alteza?
—La ciudad está a salvo —respondió Briony—. El capitán Vansen dice que están desperdigados por las colinas, lord M’Ardall.
—Pero aún son muchos… ¡Miles!
Ella hizo lo posible por conservar la calma. El joven conde era uno de los pocos que se había opuesto al gobierno de Hendon Tolly. Necesitaría hombres como él.
—No han dado indicios de querer continuar con el ilegítimo ataque del autarca contra Marca Sur, y nuestros soldados están ocupados sometiendo a los últimos hombres del traidor Tolly dentro de las murallas. —Hizo lo posible por sonreír—. Os aseguro, buen M’Ardall, que estamos vigilando a todos nuestros enemigos. No busquemos problemas hasta que estemos en condiciones de resolverlos.
Él se inclinó.
—Acepto vuestras sabias palabras, alteza.
La sala del trono estaba en ruinas, así que la sede del poder consistía en cuatro bancos del comedor instalados en una tienda en medio del jardín de la residencia, hasta que la residencia misma estuviera reparada. A insistencia de Eneas de Sian, sólo Briony había recibido una silla, para garantizar que ella ocupara un lugar de privilegio en la improvisada sala del trono y para compensar el fastidio de tener que volver a usar vestido y corsé. Lo odiaba, pero haría ese sacrificio para mostrarle al pueblo que las cosas volvían a ser como antes, incluso las cosas que había detestado.
Mi cabeza parece un yunque, pensó. Y sus voces parecen martillazos…
Al mirar esos rostros conocidos, se sentía desconcertada por la extrañeza de la situación: parte de su familia había sobrevivido, pero no había ningún Eddon presente. Anissa se había recluido con su bebé Alessandros en su morada de la deteriorada Torre de la Primavera.
Su tía abuela Merolanna estaba mal de salud y permanecía en sus aposentos. El padre de Briony yacía en un féretro rodeado por velas en el único salón público restante de la residencia, que hacia las veces de capilla ardiente. Briony había llorado por él muchas veces. Y su hermano…
Ah, Barrick, ¿dónde estás?
—¿Princesa? Lo siento, ¿preferís que venga en otra oportunidad?
Abrió los ojos y vio que el jerarca Sisel hacia lo posible por demostrar paciencia. Cuanto menos, el reinado de Hendon Tolly había logrado que el jerarca y otros miembros de la aristocracia fueran más cautos en sus tratos con el monarca.
Supongo que te debo eso, hombre muerto.
—No, eminencia, no —dijo—. Es culpa mía, no vuestra. Por favor, preguntadme de nuevo.
—Es sólo que no podemos postergar mucho más el funeral de vuestro padre, y hay mucho que decidir. La capilla familiar de los Eddon está en ruinas, y el gran templo de la fortaleza externa ha sufrido muchos daños…
—Entonces celebraremos los ritos bajo el cielo, eminencia. Creo que él lo habría preferido así.
—Me encargaré de ello, princesa —dijo Eneas, silenciando toda posible objeción de Sisel—. Si me lo permitís, desde luego.
Ella asintió.
—Es amable de vuestra parte, príncipe Eneas. —Pero su voluntad de ayudar también la perturbaba. No podía apoyarse demasiado en él: todavía le debía una respuesta—. ¿Qué más? Siento un poco de confusión, y me temo que no estoy muy lúcida por el momento. ¿Nynor? Es bueno volver a veros, milord. ¿Qué queréis decirme?
El anciano procuraba ponerse de pie, pero acató el gesto de Briony y se quedó sentado.
—¿Cómo podía permanecer lejos cuando mi señora me necesita? Y vuestro padre fue uno de mis amigos más queridos, un ejemplo para los hombres comunes…
Briony trató de ocultar su impaciencia. ¿La gente no entendía que no era momento para formalidades y palabras bonitas? Había cosas que hacer. Los reinos de la Marca, sobre todo Marca Sur, estaban en ruinas. En esas ruinas había cadáveres, y también en las cavernas y en los túneles, y empezaban a apestar. Había que alimentar a los vivos, y Tolly había vaciado las arcas. Briony dudaba que hubiera podido gastar todo. Lo más probable era que hubiera enviado oro y joyas a su feudo de Estío, así que para colmo de todo había que pensar en la posibilidad de una guerra con sus parientes para recobrar su patrimonio.
Nynor siguió enumerando los motivos por los que el actual estado de las finanzas (y de toda la administración cotidiana de Marca Sur) era un desastre como no se había visto desde los tiempos de la Gran Mortandad.
—¿Y quién testificará contra los traidores? —se quejó, agitando un dedo nudoso—. Es casi imposible saber con certeza quiénes respaldaron a Tolly y quiénes permanecieron leales…
Briony hizo lo posible por disimular un suspiro con un cambio de posición. ¿Por qué estaba siempre cansada, todo el día?
—Eso no es de primordial importancia, milord —le dijo a Nynor—. ¿Cómo podían los hombres y mujeres de Marca Sur saber que hacer salvo respaldar al trono y a quien lo ocupara? —Había pensado mucho en ello durante su regreso desde Sian, en esos largos días de cabalgada por lo que había sido el ordenado reino de su padre pero que ahora, como una granja abandonaba, había empezado a volver a la naturaleza—. No nos corresponde castigarlos si apoyaron a Tolly, sino guiarlos a partir de aquí. A menos que usaran el gobierno de Tolly como excusa para cometer crímenes y crueldades… En tales casos, seré dura como el acero.
Hubo susurros entre los cortesanos y nobles reunidos en la gran tienda, pues muchos se preguntaban cómo se medirían en esa balanza sus actos de los dos últimos años. Bien, pensó Briony. Seré justa, e incluso más misericordiosa de lo que serían otros, pero no quiero que los malvados crean que sus actos quedarán impunes. Y sin su padre, sin muchos de sus viejos consejeros y, peor aún, sin su hermano…
—¿Dónde está Avin Brone? —preguntó de repente, interrumpiendo a Nynor en medio de una disquisición sobre almacenamiento de grano—. ¿Por que no está aquí?
Nynor se sonrojó.
—Lord Brone dijo… dijo que vendría cuando lo llamarais, princesa Briony. A cualquier hora del día o de la noche.
—¿Pero no se cree obligado a estar aquí en nuestro momento de mayor necesidad?
Nynor se aclaró la garganta.
—Él… él dijo que al parecer no necesitabais ni deseabais su ayuda, así que prefería esperar. Dijo que está en paz con los dioses y su monarca, y hará lo que deseéis.
Ella miró al viejo cortesano, preguntándose cómo se sentiría si supiera las cosas que sabia ella.
—Lo veré, entonces. Mañana o pasado. —Le sonrió de un modo que intimidaba a algunos cortesanos, aunque ni ellos ni Nynor sabían por qué—. Dile que será a su conveniencia, por supuesto. —Se volvió al príncipe Eneas—. Y desde luego todavía quedan cien hombres de Tolly que se han refugiado en Cavernal como ratas en un cañaveral. El capitán Vansen y lord Helkis estarán ocupados allí por varios días.
Eneas asintió.
—Mientras los traidores no obtengan respaldo de los kalikanes que viven allí.
—Caverneros —dijo ella, con más crudeza de la que se proponía—. Se llaman caverneros y son tan leales como cualquier hombre.
—Sí, princesa; desde luego, caverneros. —Eneas hizo lo posible por sonreír.
—Perdonadme. Tengo una jaqueca brutal. No quise…
—Está perdonado y olvidado, princesa. —Él quería decir algo más, pero a Briony la distrajo una llamativa presencia que los soldados detenían en la puerta.
—Creo que debemos atender a una embajada —dijo ella—. Guardias, esa visitante es bienvenida aquí.
La mujer gris acaparaba las miradas. Algunos de los presentes sólo conocían a los qar como las criaturas que habían intentado matarlos, y la observaban sin disimular su disgusto. Algunos se alejaban de esa mujer alta y esbelta. Otros, como Sisel, que habían escapado del castillo antes de que comenzara el asedio y habían afrontado los peores días en las tierras de su familia, la estudiaban con más curiosidad que temor. Pero nadie, Briony estaba segura, y menos ella, podía mirar a la recién llegada sin sentimientos ambiguos.
—Soy Aesi’uah, consejera de Barrick Eddon, el Señor de los Vientos y el Pensamiento. —La crepuscular tenía la tez del color del pecho de una paloma y se inclinó como un sauce en el viento—. Traigo sus saludos y su gratitud.
Los cortesanos se pusieron a cuchichear, y Briony miró a la mujer, tratando de ver más allá de la piel y de esos ojos del color de un huevo de petirrojo.
—Parece que mi hermano ha encontrado un hogar en vuestro pueblo. Me alegra… Para él no siempre fue fácil vivir aquí, rodeado por su familia y su gente.
—Parecéis enfadada, princesa Briony —dijo Aesi’uah.
—¿Enfadada porque casi no veo a mi hermano desde que todos estuvimos a punto de morir? —Por un momento le costó contenerse. Aspiró hondo—. Sí, tienes razón. No dejo de preguntarme por qué no viene a verme, o por qué no viene a despedirse de su padre, que pronto será sepultado.
Aesi’uah asintió.
—Son días extraños, princesa. Es… difícil para él.
Briony no ocultó su escepticismo.
—¿Eso crees?
—Por favor, alteza, enviasteis una convocatoria. Vuestro hermano no vino en persona, pero me envió a mí. Dejadme responder a vuestras preguntas, y vuestro hermano pronto os aclarará el resto de sus pensamientos.
Briony vio temor y confusión en las caras que la rodeaban. Menos de un mes atrás Marca Sur había estado en guerra con los qar. No quería que el miedo regresara. Las condiciones eran demasiado volátiles. Suavizó la voz.
—Desde luego, Aesi’uah. Tus palabras son sensatas. Entiendo que tu gente ha acampado debajo de nosotros, cerca de Cavernal.
—Sí, consideramos mejor permanecer allí hasta que el resto de vuestros enemigos sea expulsado de Cavernal. Junto con nuestros anfitriones caverneros, nos hemos cerciorado de que vuestros enemigos no puedan escapar por los túneles, sobre todo los que conducen a la tierra firme.
—Se agradece. ¿Y qué pasará cuando estos últimos enemigos sean capturados? ¿Qué haréis entonces?
—Regresaremos a nuestras tierras del norte. Muchos de nuestros supervivientes tienen familia en las tierras de las sombras, y Qul-na-Qar, la gran morada de nuestro pueblo, está casi desierta. Ahora somos demasiado pocos para estar desperdigados.
—Otra pregunta, y es necesario hacerla: ¿habrá paz entre nosotros?
—Creo que en esto puedo hablar en nombre de vuestro hermano. Sí, habrá paz, si los humanos no atentan contra nuestra libertad y nuestro aislamiento.
De nuevo hubo cuchicheos. Briony no les prestó atención.
—Si mi hermano es vuestro líder, tendré que oírlo de sus propios labios antes de… —Cayó en la cuenta de que no había incluido a Eneas—. Antes de que podamos prometer que honraremos ese pacto en nombre de nuestros pueblos.
La eremita inclinó la cabeza.
—Como digáis.
Briony volvió a respirar hondo, recordándose que siempre tendría que hacer concesiones si quería cuidar a su pueblo.
—Gracias, Aesi’uah. Eso me tranquiliza un poco. Ahora hablemos de otras cosas. ¿Qué sucedió bajo el castillo? Ni siquiera sé cómo hablar de ello. He oído muchas historias, pero todavía no las entiendo del todo. Esa cosa, el gigante…
—Era Zosim el Embaucador, el señor de las palabras, del vino y del fuego. Zosim, hijo del Señor de la Muerte. Zosim el dios.
Los cuchicheos fueron más intensos, más aprensivos.
—Perdona si dudamos —intervino Eneas—. Pero esto atenta contra todas las creencias del Trígono.
—No es preciso que creéis en mi palabra, príncipe Eneas. Muchos súbditos de Briony han sobrevivido y vieron lo que pasó.
—Gente pequeña —dijo Eneas, poco convencido—. Kalikanes.
—Aun así son mis súbditos, príncipe Eneas —dijo Briony con la mayor cortesía posible. Y también Ferras Vansen, pensó, pero él se niega a hablarme. Un día después de derrumbarse a sus pies, Vansen había ido a unirse a los caverneros para cazar a Durstin Crowel y los demás partidarios de Tolly bajo el castillo—. Aun así, Aesi’uah, es difícil entender para los que no estábamos allí. ¿Qué pasó con… Zosim?
—Se ha ido, princesa. Ni siquiera nuestros supervivientes más viejos y más sabios saben con certeza qué significa eso. Es un inmortal y los inmortales son difíciles de matar por definición, pero puede ser posible cuando adoptan una forma mortal. No detectamos rastros de él en las aguas que ahora se agitan debajo de nosotros; las aguas del mar apagaron su resplandor. ¿Dónde está el fuego cuando deja de arder? Allí es donde ahora está Zosim.
—¿Me estás diciendo que no puede regresar? ¿Que estamos a salvo?
Aesi’uah sonrió ambiguamente.
—Nadie que respire está a salvo, alteza.
Briony contuvo su irritación. Tardó un instante en responder.
—Gracias por el informe, Aesi’uah. ¿Tienes algo más que contarme?
—Nada, salvo que lamentamos el daño que sufrió tu pueblo, tanto como el que sufrió el nuestro.
—¡Fueron las hadas las que causaron gran parte de ese daño! —señaló un noble, y la corriente de descontento amenazó con aflorar a la superficie y formar una ola.
—Asesinos —dijo otro en voz alta, para que todos le oyeran—. ¡Demonios!
Esto irritó a Briony, pero sabía que muchos sólo la apoyaban por el apellido, y otros sólo por la presencia del príncipe de Sian y sus soldados. No podía permitirse el lujo de mostrar su impaciencia.
—Por favor —dijo, alzando la mano para aplacar las protestas—. La dama Aesi’uah es nuestra huésped. Al margen de lo que ocurriera antes, al final los qar lucharon como aliados nuestros y muchos murieron defendiendo esta ciudad y esta fortaleza. No lo olvidéis. —Se volvió hacia la eremita—. Pero como ves, nuestra gente no está del todo lista para extender la mano abierta del perdón… y es comprensible.
Aesi’uah inclinó la cabeza.
—Como decís, es comprensible.
Briony creyó notar cierto tono irónico en la respuesta, y eso la decidió. No le gustaba que esas criaturas se burlaran de ella, aunque estuviera justificado.
—Dado que tenemos mucho de que hablar —anunció— y mi hermano no viene a verme, yo iré a él.
Le satisfizo ver una expresión de sorpresa en el rostro esbelto de la eremita.
—¿Alteza…?
—Perdón… ¿Acaso no fui clara? Iré a hablar con Barrick, señor de la niebla y el viento, o como sea su nuevo y pomposo título.
—Pero, alteza, es… Él está rodeado por… —Aesi’uah no sabía qué decir.
—¿Él está qué? Es mi hermano, sí… Está en el territorio soberano de Marca Sur, capital de los reinos de la Marca. Está rodeado por crepusculares, que según me has dicho lamentan los daños que han causado a mi pueblo. ¿Qué dificultades puede haber?
Eneas también estaba sorprendido.
—Briony… princesa… no creo que esto sea prudente.
—Pero yo sí, príncipe Eneas. Más aún, creo que es necesario. La gente con la que recientemente estuvimos en guerra está acampada bajo nuestros pies, a poca distancia de una maraña de túneles sobre los que no sabemos casi nada. Si nos resulta difícil librarnos de un pequeño incordio como Crowel, ¿os imagináis qué embrollo sería tratar de hacer lo mismo con los qar si estalla un conflicto entre nosotros? —Vio que todos los presentes clavaban los ojos en ella, tal como había esperado—. Por supuesto que iré. —Alzó la mano para silenciar al príncipe—. Sola, salvo un puñado de guardias… A fin de cuentas, se trata de un diálogo entre aliados. Aesi’uah, puedes informar a Barrick de que iré a verle hoy, antes del ocaso.
Briony se reclinó en su improvisado trono mientras la eremita se levantaba y se retiraba de la tienda con grácil lentitud. Aún le palpitaba la cabeza, pero se sentía un poco mejor. Al menos tendría al fin la oportunidad de ver a su hermano cara a cara.
* * *
Tinwright estaba acuclillado a la sombra indiferente de un tejo moribundo frente a la residencia real, y vio pasar a la princesa Briony con su séquito de guardias. Un grupo de trabajadores también la vio y lanzó un hurra. Tinwright esperaba que ella no lo hubiera visto. Sólo las declaraciones de Elan M’Cory, que había jurado a la princesa que Tinwright había resistido contra Tolly cuando otros hubieran matado al medio hermano de Briony, había impedido que Tinwright fuera a parar a una celda, o incluso al tajo del verdugo.
¿Pero era verdad? ¿Qué habría hecho si las cosas hubieran sido diferentes? ¿Se habría jugado la vida, o habría acatado la orden de Tolly?
Matty Tinwright acababa de terminar su jarra de vino y ahora lamentaba no haber podido comprar más. Los precios eran muy altos, y los soldados sianeses se llevaban las mejores cosas. Tinwright había tenido que robar unos cobres del alhajero de su madre para emborracharse y aplacar el dolor que sentía en el pecho, que lo oprimía cada vez que respiraba profundamente. Aun así, debía agradecer que estaba con vida. Si no hubiera tenido el libro de plegarias de Zoria en el bolsillo del pecho, estaría bebiendo en el cielo… o al menos no en Marca Sur.
—¿Quién hubiera dicho que un libro podía salvar la vida de un hombre? —le había comentado el cirujano militar que le vendaba la herida. En ese momento Tinwright estaba encadenado, así que no había coincidido cuando el hombre le dijo que era afortunado. Ahora estaba libre pero no se sentía mucho mejor.
Y allá iba la princesa, pensó, a menos de cien pasos de donde estaba él, pero podría haber estado a cien leguas. Sólo podía mirar mientras ella y los soldados cruzaban el parque dirigiéndose a la Puerta del Cuervo, mirar y preguntarse por qué las cosas habían salido tan mal para Matt Tinwright, poeta de la realeza.
Elan M’Cory no lo amaba. Se lo había dicho sin rodeos. Le había dado gracias por ayudarle a conservar la vida y ocultarla de Hendon Tolly, pero eso era gratitud, no amor, le había aclarado.
—El duque Gailon me necesita —había dicho, señalando a esa criatura horrible que había cuidado los últimos tres días—. Estuvo a punto de morir… ¡Pensaba que estaba muerto! ¿Cómo podría abandonarlo ahora?
Aunque Tinwright no hubiera detestado a ese hombre por el afortunado accidente de su nacimiento, igual le habría resultado doloroso que ella prefiriese a esa criatura maltrecha y no a su persona relativamente intacta. Gailon Tolly parecía un apestado, y su rostro era una masa de heridas abiertas, costras de mugre y cosas peores bajo la piel. Aun así, Elan quería dedicar el resto de su vida a ayudar a Gailon a recobrar la salud. Era evidente que Tinwright ya no le interesaba.
El amor, pensó. Tema de tantos versos dulces, pero apesta como estiércol.
Se puso de pie y caminó por el parque, que ahora estaba reducido a barro y escombros atravesados por algunas briznas de hierba seca y muerta.
Un mapa de mi corazón, pensó Tinwright.
* * *
¿Qué habría hecho? ¿Habría matado al niño para salvarme… no, para salvar a Elan? Ahora no estaba seguro. Lo único que recordaba era la confusión y el terror de ese momento. Contempló desde la muralla el incesante vaivén del mar. La Torre del Verano lo cubría con su fresca sombra. Los pensamientos de aquella noche estaban tan perdidos como un episodio de la antigüedad. ¿Quién podía saber con certeza lo que había dicho, pensado o sentido tal o cual héroe? Tinwright había estado en medio de grandes acontecimientos (aunque tenía que admitir que él había desempeñado un papel menor) y no se acordaba de casi nada, salvo la cara demencial de Hendon Tolly con su gesto de máscara de festival. Como algo salido de una obra teatral…
Oyó pasos. Una mujer esbelta se acercaba por la muralla. Era una anciana, pero caminaba con enérgica agilidad. Tinwright notó que la estaba mirando con impertinente insistencia y volvió a contemplar el agua. Las olas, batidas por los vientos estivales, escupían espuma mientras rodaban hacia la muralla del castillo.
—Ah. —La mujer lo había visto—. Perdóneme. Lo dejaré tranquilo y buscaré otro lugar.
Tinwright sacudió la cabeza. Ella era más vieja que su madre, pero estaba harto de estar solo con sus pensamientos.
—No, quédese, por favor. ¿Es sacerdotisa?
—Hermana zoriana —dijo ella.
—Vaya. —Él asintió—. Supongo que últimamente tendrá mucho que hacer.
—Siempre hay mucho que hacer, ahora y en cualquier momento. —Pero ella sonrió al decirlo. A Tinwright le agradaba esa mujer, le agradaban sus rasgos graves y sombríos—. Pero en este momento no quiero hacer nada, salvo sentir el viento en la cara.
Tinwright tomó esto como una petición de silencio, así que volvió a mirar el mar. La gente decía que el océano había anegado las profundidades, debajo de Cavernal; desde que se había enterado, Tinwright esperaba que el castillo se fuera flotando en cualquier momento, como un bote arrebatado por la marea.
—Cuénteme —dijo al cabo de un rato—, ¿qué se siente al saber que los dioses no están con nosotros?
—¿Cómo ha dicho?
—Habrá sabido lo que sucedió aquí. Aun en su templo o altar, alguien le habrá dicho lo que pasó.
La mujer sonrió de nuevo.
—Ah, sí, sé algo sobre el asunto, sí.
—Entonces dígame cómo puede considerarse todavía hermana zoriana cuando nos dicen que los dioses están dormidos… que han estado durmiendo durante miles de años. Que Zoria fue muerta por su esposo en el principio del tiempo. Que todas las cosas que los sacerdotes nos han dicho sobre el cielo eran mentiras. —Ya no podía contener su amargura—. Nadie vela por nosotros. Nadie nos espera cuando morimos. A nadie le importa lo que hacemos en este mundo, para bien o para mal.
Ella lo miró atentamente, y luego se acercó un paso y se puso a espaldas de él, de modo que ambos miraban el vaivén del agua, que relucía como plata en el resplandor de la tarde.
—¿Cuál es la diferencia? —preguntó al rato.
—¿A que se refiere?
—¿En qué se diferencia de lo que siempre hemos tenido, de lo que siempre hemos sabido? Los dioses acuden a nosotros sólo en sueños. Debemos tomar nuestras propias decisiones cada día de nuestra breve vida. No sabemos si recompensarán esas decisiones, ni siquiera si reparan en ellas. No veo que nada haya cambiado.
—¡Pero ha cambiado! Todo era mentira. Veíamos lo que nos mostraban los sacerdotes, creíamos lo que nos decían, pero los dioses que nos describían eran sólo títeres representando una historia. Ahora ni siquiera tenemos títeres. No tenemos nada.
—Tenemos los mismos problemas que hemos tenido siempre, joven —dijo ella con aspereza—. Y las mismas necesidades de siempre. Veo que está herido. —Señaló el emplasto que le abultaba la camisa—. Pero hay muchos más que están heridos de gravedad. Necesitan ayuda en esta tierra, al margen de lo que hagan los dioses. Aunque nuestra fe sólo haya sido un teatro de sombras, aún podemos aprender algo de ella. Y es posible que los propios dioses fueran sólo marionetas, que haya una causa más vasta detrás de todo, para usted, para mí y para cada persona. —Sacudió la cabeza—. Qué manera de divagar. No lo he consolado mucho, ¿verdad? He perdido la práctica. —Le palmeó el brazo—. Cuídese, joven. La desesperación es el único enemigo verdadero. Hágase útil. Cuide de alguien que sienta mayor necesidad que usted. Alimente al hambriento. Haga algo que ayude a otro.
Cuando la mujer se fue, Tinwright se quedó reflexionando sobre esas palabras.
* * *
—¿Dónde están Crowel y sus renegados? —le preguntó Briony a lord Helkis, que estaba enterado de su llegada y la había recibido en la puerta de Cavernal.
—Conocemos su paradero, princesa. Se han replegado a la cantera que está en la linde de la ciudad, según me han dicho. Todo terminará pronto. —Helkis parecía pensar que ella se casaría con el príncipe y era mejor empezar a tratarla con respeto. Briony no estaba muy segura de cuál era su razonamiento, pero agradecía el cambio—. Crowel no conoce estos túneles, pero el tal Vansen si los conoce, y además tiene la ayuda de los kalikanes.
—Parece que Vansen está muy ocupado —dijo ella. Tan ocupado que no lo había visto desde que él se había recobrado. Parecía que tanto el capitán de la guardia como su hermano se empeñaban en eludirla. ¿Vansen me odia? ¿Me teme? ¿O no les importo a él ni a Barrick, como mi hermano me dio a entender la última vez?
Los caverneros que habían regresado al corazón de su ciudad salieron a mirar a Briony mientras pasaba por la calle de la Gema. Algunos la vitoreaban, pero el resto miraba con fascinación y preocupación. Al parecer, los caverneros tampoco estaban contentos con ella.
—Necesito hablar con Sílex Cuarzo Azul —le dijo a Helkis—. ¿Puedes pedir a los caverneros que me lo envíen?
—Desde luego, alteza. —Despacho un mensajero al edificio del gremio, que estaba al final de esa calle larga y sinuosa, donde ya se había iniciado la reparación de los daños causados en los últimos días de lucha, antes de la retirada de Crowel—. Ningún hombre pasará por alto vuestra convocatoria, princesa, os lo prometo.
Salvo los que realmente quiero ver, pensó ella.
* * *
Aesi’uah salió a recibirla frente a la cámara, y aunque la eremita estaba calma como de costumbre, Briony intuyó que sentía cierta ansiedad.
—Él os espera, princesa Briony. —Aesi’uah señaló la entrada y las luces fluctuantes, y luego se corrió discretamente a un costado.
—Él es mi hermano —dijo Briony cuando Helkis y sus guardias se dispusieron a acompañarla—. Al margen de lo que haya ocurrido, estoy segura de que no es un peligro para mí.
Helkis no parecía complacido de tener que quedarse tan cerca de Aesi’uah, pero tampoco dio un paso más; Briony dejó que ellos resolvieran el problema.
Su hermano estaba mirando una mesa hecha con dos piedras encimadas, donde había desparramado pizarras y pergaminos. Se había quitado la armadura, y usaba una camisa blanca y holgada, con pantalones del mismo color. Estaba descalzo, y por un momento ella tuvo la ilusión de que el último año no había pasado, que había salido del dormitorio para encontrarlo frente a ella, con su camisón, esperando a que se levantara como cuando eran niños. Luego él alzó la vista, y la frialdad de su rostro demostró que ese pasado inocente y feliz se había ido para siempre.
—Briony —dijo con calma—. Me han dicho que deseas hablar conmigo.
Le costaba hablar. Quería lanzarse hacia él, abrazarlo, incluso pegarle; cualquier cosa con tal de borrarle esa expresión. En cambio, sólo atinó a asentir.
—Sí, pensé que sería buena idea… ya que no venías a verme.
—Mis disculpas —dijo él, tal como se lo hubiera dicho a un extraño después de pisarle el pie—, pero no es tan fácil. Mi gente… bien, odia a la tuya. Eso complica las cosas. Todavía tienen miedo, y muchos de ellos no confían del todo en mí.
—¿Tu gente? ¿Te refieres a elfos y duendes? —Briony notó que estaba hablando casi a gritos, pero no podía contenerse—. ¿Ahora dices que ésta es tu gente, pero no vas a ver a tu propia hermana? ¿No vas a ver el cuerpo de tu padre antes de que lo sepulten?
Él le dio la espalda como para seguir estudiando sus papeles y pizarras.
—No puedes entenderlo, desde luego.
¿Ese desconocido alto de pelo llameante era realmente Barrick? ¿O los qar lo habían reemplazado por una réplica? ¿Eso era posible, o era sólo otro cuento de viejas? Últimamente las leyendas y los cuentos de hadas parecían ser las únicas cosas que eran incuestionablemente ciertas.
—¿Crees que las cosas no han cambiado para mí, Barrick? Nuestro padre ha muerto. He caminado hasta Tessis como actriz ambulante. La gente trató de envenenarme y de matarme a flechazos. ¡Conocí a una semidiosa…!
—Yo también conocí a una semidiosa. Pero no era de las que hacen buenas migas con nuestra especie.
—Con nuestra especie. ¡Escucha tus palabras! Un momento atrás, las hadas eran tu gente, ahora hablas como si recordaras tu auténtica sangre. Tendrás que decidirte, Barrick Eddon.
—No lo entiendes. La Flor de Fuego…
—¡Oh! —Ella se giró y se alejó, combatiendo su furia—. Sí, te han pasado cosas. A mí también. Por la misericordia de Zoria, Barrick, maté a Hendon Tolly con mis propias manos. Si el fuego del cielo te ha quemado como al Huérfano… ¡bueno, también a mí! ¡Ambos hemos cambiado! Pero tú no has cambiado tanto: tu sufrimiento siempre es mayor que el de los demás…
Él la miró con rabia.
—¡No me hables de sufrimiento, Briony! Tú te casarás con ese príncipe… Le he visto languidecer por ti, como un ternero siguiendo a la madre. Serás reina de Sian y el mundo se inclinará ante ti. ¿Qué tengo yo? ¿Te importa acaso?
—Barrick, no seas tonto…
—¿Sabes qué les espera a los qar… y a mí? Saqri, la reina del Pueblo, está agonizando. Se sacrificó para que Zosim pudiera ser derrotado… la atravesaron docenas de flechas y balas de rifle. Sólo su voluntad y su amor por su gente la mantienen con vida. Cuando se haya ido, también se habrá ido la mitad de lo que ha mantenido viva a la raza qar. Piensa en ello, hermana: cuando tú estés planeando tu boda, yo estaré sepultando a mi reina y a mi amada…
—¿Tu amada…? —Briony se quedó boquiabierta—. No estarás hablando de Saqri…
—No entiendes nada —dijo el con amargura—. Ven. Ven y te lo mostraré. —Le indicó a Briony que lo siguiera y la condujo a un cuarto lateral donde un par de mujeres vestidas como Aesi’uah, pero cuyas formas angulosas eran menos humanas, estaban arrodilladas en silencio frente a una yacija de paja. Allí estaba acostada una muchacha menuda y esbelta que ni siquiera tendría la edad de ella y de Barrick, apenas visible bajo la luz mortecina de unas velas.
—Ésta no es Saqri —dijo Briony—. Es la muchacha que estaba contigo en el bote.
Él se detuvo ante la cabecera de la cama, bajando la vista.
—Saqri está en el centro del campamento, rodeada por su gente. Ésta… ésta es la única persona que realmente se interesó en mí durante esta espantosa pesadilla. Se llama Qinnitan. Durante un año estuvo en mis sueños y en mis pensamientos. Fue mi compañera, mi amiga, mi… —Se detuvo y tembló de furia—. Ahora está muriendo… y nunca hablamos cara a cara. Nunca nos tocamos… —Se giró abruptamente y salió.
Briony se quedó un instante, mirando a la muchacha inmóvil. Si vivía, era imposible saberlo. No había movimiento de respiración, ningún indicio de la animación que cubre el rostro de un durmiente.
¿Quién eres?, preguntó Briony. ¿Y qué fuiste para mi hermano? ¿Lo habrías amado? ¿Te habrías encariñado con él?
—¿Cuánto tiempo vivirá? —preguntó a las dos mujeres qar, pero aunque ambas oyeron sus palabras, ninguna respondió.
* * *
—Lo siento, Barrick —dijo Briony cuando volvió a encontrarlo—. No sabía. Pero con más razón…
—Basta, Briony, te lo ruego. —Se alejó cuando ella intentó tocarle el brazo—. Dirás que con más razón debo aferrarme a la familia que tengo, pero no lo entiendes. Ya no soy uno de vosotros.
—¿Qué? ¿Un Eddon?
Él rió amargamente.
—Oh, claro que soy un Eddon. Dondequiera que voy, otros sufren por mí. Ya debes saberlo bien. ¿Cuántos de los hombres que vinieron contigo murieron para que pudieras recobrar el trono de nuestro padre? ¿Y cuántos otros porque los Tolly lo codiciaban? ¿Y cuántos qar han muerto porque nuestro ancestro secuestró a Sanasu, separándola de su familia?
Ella recordó algo de la última vez que había hablado con su padre.
—Hay algo que debes saber…
Pero Barrick no prestaba atención.
—En realidad, ahora que lo pienso, la cantidad de víctimas actuales no importa, porque con el tiempo todos los qar habrán muerto por culpa de lo que les hizo nuestra familia. Así que si puedo saldar al menos parte de la deuda que los Eddon tienen con Saqri, Ynnir e incluso Yasammez, eso es lo que debo hacer.
La furia borró el recuerdo.
—¿Así hablas de Yasammez? ¿Esa zorra que asesinó a tantos de los nuestros?
Él agitó la mano.
—Vete, Briony… No puedes entenderlo. No tenemos más que decirnos. Pronto los qar se habrán ido de aquí, y yo me iré con ellos. Podéis reconstruir vuestras casas en paz: somos demasiado pocos para volver a molestar a la humanidad.
—Cuando te vi, me pregunté cuánto habrías cambiado, Barrick —dijo ella—. Pero ahora veo que en lo esencial sigues siendo el mismo. Todavía te importan tus propias penas y nada más, y todavía rechazas el amor y la bondad como si fueran un ataque.
El rostro pálido de su hermano no demostró nada. Parecía tan inconmovible como el mar. Briony dio media vuelta y salió de la caverna.