44
Las estrellas aullantes
Y Kernios llamó a la sombra del Huérfano, y declaró que si alguien en la lúgubre Kerniou lloraba por él, podría irse. Zoria le dio manos de madera de roble para que pudiera tocar la flauta.
El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos
Mira lo que han hecho.
Barrick se movió, trató de abrir los ojos pero no pudo. Sólo había negrura.
¡No veo nada!
Debes ver con los ojos de la Flor de Fuego. La voz de Ynnir. Me temo que ésta es la última vez que puedo hablarte; es cada vez más difícil.
Barrick empezó a moverse hacia algo. No era luz, sino una disminución de la sombra, una forma que parecía crearse a sí misma por medio de su resistencia a la oscuridad. Esperaba con calma, y su cornamenta era una maraña sin fin.
¿Yo también me estoy muriendo?
Todavía no. El gran venado bajó la cabeza como para morder la hierba. Pero nadie durará más que el Libro. Ni siquiera los dioses, al parecer. Y ésta será una de sus páginas más extrañas. La bestia alzó la cabeza como si oyera algo. Ven. Sígueme. ¡Mira lo que han hecho…!
El venado se alejó a brincos, y aunque Barrick no podía distinguir el suelo por donde corría, tenía el sonido de un lugar real, de hierba y hojas y ramas bajo las pezuñas del venado. Barrick lo siguió.
¿Quiénes han hecho qué?, preguntó.
Los mortales. Tu gente… grande y pequeña. ¿Ves? Mira, han hallado un camino en la oscuridad…
Ahora los dos corrían por un vacío negro surcado por chorros de fuego. Las llamas estallaban una tras otra, grandes flores incendiarias que rodaban y brillaban, extendiéndose en penachos de viento caliente, sacudiendo y rajando la tierra.
¿Qué es esto, señor?
Los mortales han liberado el fuego para luchar contra un dios de fuego, dijo Ynnir mientras observaba el crecimiento de la conflagración, y la piedra se astillaba y la tierra se desmoronaba. Fuego de Torcido, lo llaman. ¿Ves? La fuerza del juego es la fuerza del tiempo, que destruye todas las cosas, pero aquí los estragos del tiempo se han reducido a un solo punto, un momento de destrucción que ahora vemos en toda su magnificencia. ¡Mira! Con sólo tierra triturada, los mortales han producido llamas y resquebrajado la tierra.
¿Por qué? ¿Desean aplastar al Embaucador y su llama?
No, tienen un plan más vasto. Han invocado el fuego para derribar la tierra, y cuando la tierra se derrumbe… ¡Ahora, mira!
Y entonces, mientras las piedras del monte Midlan se partían y caían, mientras las llameantes explosiones derribaban un muro tras otro de los Misterios caverneros, el mar irrumpió.
El Señor de las Aguas estará dormido, pero aún es poderoso, declaró Ynnir. ¿Cómo destruir los fuegos del Embaucador? Las aguas profundas, hombre niño; las frías y profundas aguas del gran océano…
* * *
El dios ardiente apenas había trepado por la chimenea de piedra, perdiéndose de vista para Ferras Vansen, cuando un rugido tonante rodó por la enorme abertura del techo de la caverna. Por un instante Vansen pensó que el dios volvía a proclamar su cólera y su triunfo, y que su voz era agigantada por los ecos del gran túnel vertical, pero esta vez la tierra también temblaba, y los guijarros de la isla patinaban, rebotaban y rodaban en derredor.
Vansen se apoyó en las manos y las rodillas y se levantó penosamente. Ahora caían piedras de las paredes de la caverna, sólo guijarros al principio, pero luego enormes trozos de roca, cada vez más grandes. Un peñasco del tamaño de una carreta se estrelló en el mar y provocó un estallido plateado, alto como las murallas del castillo.
En alguna parte, los dioses se estarán riendo de nosotros, pensó Ferras Vansen. Zosim el Embaucador trepará a la superficie mientras los mortales que nos quedamos atrás somos aplastados por las piedras, sin poder escapar.
El ruido creció. El suelo tembló más. Vansen se tambaleó mientras la isla oscilaba como un puente de soga, pero al fin llegó al príncipe Barrick. Esperaba que el temblor terminara pronto, pero la tierra redoblaba como un tambor, cada vez con más fuerza. Al mismo tiempo, el aire cada vez más denso le presionaba los ojos y le hacía vibrar los oídos.
—¡Alteza! ¡Barrick! ¡No tengo fuerzas… para cargaros…! ¡Despertad!
Vansen trató de llevar al príncipe hacia el bote, pero no podía mantenerse erguido y tenía los brazos acalambrados. Notó que el príncipe se movía.
—¿Qué…?
—Se derrumba, alteza… Toda la caverna se desmorona. Quizá, si podemos llegar a uno de los túneles…
Barrick se zafó del apretón de Vansen.
—¡No! —Rodó, empezó a arrastrarse por las piedras, torpe como una tortuga—. No, el… el bote. Debemos… subir al bote.
—Alteza, eso es una locura —exclamó Vansen—. No nos protegerá. ¡Algunas piedras son grandes como casas!
—Vansen, no se lo ordeno como príncipe, se lo ruego como amigo. ¡Suba al bote!
Barrick se encaramó al bote de juncos con lo que parecían sus últimas fuerzas, y se quedó tumbado entre el rey Olin y la muchacha de pelo negro, tan pálido e inmóvil como si el corazón se le hubiera detenido. Vansen subió junto a él.
—Ocurra lo que ocurra, sosténgalos —dijo Barrick, con los ojos cerrados y la cara tan pálida como la de su hermano en la noche que lo asesinaron—. Sostenga a mi padre con fuerza y no lo suelte. Él merece… volver a casa…
Y entonces el primer torrente de agua de mar se precipitó desde las alturas a la Última Hora del Ancestro. El torrente se transformó en diluvio, una columna de jade verde, como si todo el océano Irisio se desplomara sobre ellos en un baldazo. Mientras esa muralla verde se desplomaba, Vansen tuvo una momentánea visión de un hermoso joven blanco atrapado en su interior, ardiendo y brillando como plata derretida mientras rodaba en las aguas. Vansen hundió una mano en los juncos del bote y aferró con el otro brazo el cuerpo flojo del rey.
La ola se estrelló contra ellos y transformó el mundo en jade silencioso. Flotaron burbujas ante los ojos de Ferras Vansen, brillando como estrellas caídas del firmamento. El bote de juncos se elevó a la superficie y por un momento Vansen pudo respirar, pero la embarcación se zarandeaba como una ficha de madera. Vansen no podía erguir la cabeza para mirar. Sólo podía aferrarse a Olin y al bote, bramando de dolor mientras esa fuerza amenazaba con arrancarle los brazos. Se estrellaron contra la piedra y el bote volcó, salió del verdor torrentoso, se giró, se elevó y volvió a volar. Una vez más chocaron contra una pared. Vansen creyó oír los gritos de Barrick. Luego el verdor los cubrió y giraron como una hoja en un remolino. Algo ardía y humeaba debajo de ellos, pero aun la llama del dios moría bajo el peso de tanta agua.
Arriba y afuera. Una vuelta, aferrándose sin saber en que dirección caía. De nuevo abajo, y luego arriba y afuera una vez más. El agua lo sacudía como un perro a una rata. Vansen cerró los ojos y resistió.
* * *
Briony intentaba levantarse cuando el primer temblor zarandeó la piedra bajo sus pies, tumbándola de nuevo y arrimándola al borde del abismo. Un rugido profundo como el de una bestia legendaria se elevó desde las profundidades; hasta las elementales patinaron en el aire, sorprendidas.
El rugido se transformó en un estruendo feroz y creciente. Un vendaval aullante estalló en el abismo, y el chorro de aire caliente alejó a Briony del borde e hizo volar como trapos a las elementales. La que tenía la piedra reluciente, Caldero de Sombra, revoloteó sobre el abismo, dispuesta a arrojar el Huevo de Fiebres y romperlo contra la piedra para liberar sus venenos.
—¡No! —gritó Briony mientras la enfermiza gema se elevaba y el suelo temblaba bajo sus manos y sus rodillas—. ¡No lo hagas…!
Una silueta corrió y se arrojó desde el borde hacia las elementales. En el último momento, antes de caer en la oscuridad, aferró esa cosa flotante y la sostuvo, forcejeando con la negrura insustancial de Caldero de Sombra como si la elemental fuera un enorme murciélago. El atacante era Kayyin, y por un momento pareció que su peso arrastraría a esa cosa negra y harapienta, pero ella era demasiado fuerte. Se elevó hasta que las piernas de Kayyin quedaron colgando. Un momento después, alguien más pasó junto a Briony: la muchacha, Sauce. Saltó detrás de Kayyin, aferrando sus piernas con el grito de una niña asustada. Había sorprendido a la elemental. Mientras Briony miraba horrorizada, los tres oscilaron un instante y luego se precipitaron en la oscuridad, junto con el Huevo. Las otras dos elementales flotaron sobre el abismo como para ver que le había pasado a su camarada, y luego se disiparon de repente.
Sin aliento, la horrorizada Briony se arrastró hasta el borde y escrutó la oscuridad, preguntándose si sentiría el veneno cuando subiera. ¿Sería denso como humo, como incienso de un templo?
Algo enorme trepaba por el abismo. El viento de su llegada le aplastaba el pelo, pero Briony sólo lo veía un ancho frente que ascendía en la oscuridad.
Agua. El gigantesco boquete se estaba llenando de agua, y subía hacia ella. Kayyin, la muchacha y el Huevo de Fiebres habían desaparecido debajo, y en pocos momentos ella y Sílex también serían devorados y arrastrados hasta que sus huesos se posaran en el fondo. Briony regresó hacia el hombrecillo, que estaba contra la pared y procuraba levantarse. Se sentó junto a él y esperó el final, queriendo rezar pero sin saber a quién dirigir ese rezo. Al rato el rugido comenzó a aplacarse; el agua aún subía, pero a menor velocidad. Briony regresó al borde y miró abajo, sosteniendo la antorcha para observar esa sombra espumosa y ascendente que devoraba un nivel tras otro, hasta que se detuvo a pocos pasos.
—Agua —dijo, aún tratando de entender.
Sílex se le había acercado.
—Fractura y fisura —dijo—. Lo hicimos. Oh, por mis ancestros, lo hicimos…
—Y ese Huevo de Fiebres se hundió en el agua y no se rompió —dijo Briony lentamente—. Se está yendo hacia el fondo.
—¿Estáis segura? —preguntó Sílex, escudriñando la oscuridad—. ¿Cómo lo sabéis?
—Porque si la cáscara se hubiera roto, estaríamos todos muertos.
Algo distrajo a Sílex.
—¿Princesa, los veis?
—¿Ver qué? ¿A quién?
—Allá abajo. —Briony miró donde él señalaba, pero no veía nada. Estaba demasiado lejos, demasiado oscuro—. Ninguno de ellos se mueve, pero hay cuatro personas tumbadas en el fondo del bote.
—¿De qué hablas? —Ella no podía ver como un cavernero en esa penumbra, y no veía ningún bote, pero alcanzó a distinguir un destello verde en las acuosas profundidades, creciendo mientras se elevaba hacia la superficie. Por un instante, como en un sueño, vio una cosa imposible: una forma humana reluciente y gigantesca forcejeando entre brazas de agua arremolinada, dirigiéndose a la superficie. Luego se dejó arrastrar. La luz se atenuó y casi se extinguió, y esa vasta forma humana cayó, partida en trozos oscuros y vibrantes. Poco después el agua se oscureció por completo. Había sido un sueño, una visión, nada más. Briony sacudió la cabeza, confundida—. ¿Aún ves el bote? ¿De veras hay gente en él?
—Sí. Quizá, si bajo hasta allí con mi soga, puedan responder a algunas de vuestras preguntas. Siempre que estén vivos.
—Me parece improbable. —Briony dirigió la mirada hacia el bote que no veía. ¿Qué había pasado aquí? Más importante, ¿qué había pasado allá abajo? ¿Qué había pasado con su familia, con el autarca? Las aguas encrespadas aún mandaban olas al borde del abismo. ¿Quién podría haber sobrevivido?—. Piadosa Zoria, ¿queda alguien con vida además de nosotros?
Pero Sílex ya se había ido a buscar un lugar donde amarrar su soga de escalador.
Sílex parecía muy abatido cuando regresó por la traicionera cuesta después de atar una soga a un superviviente, y se negó a responder a las preguntas de Briony mientras subían a la primera pasajera del bote, una muchacha delgada con la tez y los ojos oscuros de una sureña. Mientras desataban el cuerpo frío e inmóvil, las primeras tropas sianesas aparecieron en el sendero. Eneas las había enviado, le dijeron a Briony, y el príncipe llegaría pronto. Con su ayuda, fue más fácil subir a la segunda victima, y aún no la habían desatado cuando ella comprendió que estaba frente al cuerpo de su padre.
Mientras sollozaba sobre el frío pecho de Olin, los guardias subieron a los dos últimos pasajeros del bote. Su hermano Barrick fue tendido junto a su padre, y mientras ella miraba sus rasgos quietos y pálidos con creciente horror, subieron al último superviviente. Él se quitó las ataduras, caminó hacia ella con paso inseguro y se desplomó de rodillas, meciéndose como un árbol talado.
—Cumpliendo vuestra orden, princesa, os devuelvo a vuestro hermano. Creo… creo que todavía está con vida.
Ferras Vansen revolvió los ojos y cayó desmayado frente a ella.