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Serpientes y arañas
Mucha gente devota viajaba a Tessideme para ver el lugar donde el sol había sido devuelto al cielo, y también para llevar una ofrenda a la tumba del Huérfano. Acudieron tantos que con el transcurso de los años la pequeña Tessideme llegó a ser una populosa ciudad de altas murallas, y la llamaron Tessis.
El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos
La cosa que lo había seguido se aproximó, y por primera vez Escarabajel la pudo ver con claridad. Era un búho diablo, un pájaro enorme y gris cuyos ojos brillaban como lámparas en plena oscuridad.
Los búhos diablo eran cazadores nocturnos, pero nunca había oído hablar de uno que viviera bajo tierra. En todo caso, no tenía sentido perder tiempo preguntándose por qué estaba ahí. El silencioso depredador lo perseguía, imitando hábilmente cada maniobra de Gran Parda y sin rezagarse demasiado. El murciélago se extenuaba tratando de no dejarse alcanzar por el monstruoso pájaro, pero el búho parecía deslizarse sin esfuerzo. Tres veces había estado a punto de elevarse sobre Escarabajel para lanzarse al ataque. Sólo los giros en el último momento de Gran Parda lo habían salvado, y aún estaba a mitad de camino. Los búhos podían cazar en plena oscuridad si conocían el territorio, y con sus alas silenciosas y su agudo oído, no necesitaban mucha luz ni siquiera en un lugar desconocido. Mucho antes de que él llegara a destino, el ave de presa los atraparía con sus afiladas garras, y ese enorme pico curvo los destrozaría.
Era sin duda el viaje más escalofriante en la aventurera vida de Escarabajel. Se aferraba al lomo del ratón volador, apretando el vientre contra los hombros y el cuello para reducir el tirón del viento y para no caerse mientras el murciélago giraba rápidamente en los espacios angostos de esas profundidades, pero aunque había momentos en que el búho se rezagaba un poco, Gran Parda nunca se adelantaba demasiado: era un pájaro fuerte que los perseguía con una tenacidad que él nunca había visto en esas grandes aves, como si tuviera su propio Escarabajel amarrado a la espalda para espolearlo. Dos veces había intentado esconderse en espacios pequeños donde el búho no podía entrar, pero había esperado pacientemente y en ambas oportunidades había vuelto a volar, pues no le sobraba el tiempo.
Cuando se atrevía, Escarabajel regresaba a los espacios abiertos de la chimenea que lo había llevado dentro y fuera de las profundidades, y luego trepaba a la mayor velocidad posible para impedir que el monstruo lo alcanzara y de nuevo lo obligara a internarse en pasadizos laterales. Era el único modo en que podía seguir avanzando en la dirección correcta; a ese ritmo frenético, aun su excelente instinto se desorientaba en los tortuosos túneles pequeños, y tenía tanto miedo de perderse como de ser atrapado y devorado.
¿Acaso importaba? El magíster cavernero le había dicho que no cambiaría nada, que estaban todos muertos.
¿Todos? Escarabajel se preguntó que significaba eso mientras se aferraba a su veloz montura. ¿Los techeros también? ¿Sería el fin de su pueblo? ¿No tenía la menor probabilidad de éxito…?
Alto Señor, ¿de veras no deseas otra cosa para tu fiel pueblo…?
Un susurro de aire interrumpió su plegaria. Escarabajel no vaciló ni se volvió para mirar. Conocía el ruido de las alas de un búho. Torció la cabeza del ratón volador hacia un lado y se alejaron justo cuando las garras extendidas pasaban de largo, y una garra trasera raspó el ala de Gran Parda, haciéndola chillar de dolor y temor.
No puedo dejarlo atrás, pensó. Y es demasiado paciente. Sólo es cuestión de tiempo para que nos atrape y nos lleve al nido como cena. Escarabajel echó la mano hacia atrás para encontrar la empuñadura de su espada, pero le costaba asirla mientras giraban entre las estalactitas que colgaban del techo de esa cueva larga y angosta, y que eran lo único que mantenía al búho a raya. Al fin encontró la funda, que había bajado por su espalda durante el accidentado vuelo, y luego logró hallar la empuñadura; en un momento de vuelo relativamente recto se armó de coraje y desenvainó la aguja de coser de la reina Sanasu.
Nunca había desenvainado la espada de una reina, pensó con tristeza. Bueno, al menos tendrá algún uso antes del fin…
Se internó en el primer túnel lateral de cierta longitud, agradecido de montar un ratón volador, que en estos lugares era mucho mejor que cualquier otra montura. Procuró volar cerca del techo, que era apenas una raja ancha, pero no siempre era posible; mientras el murciélago maniobraba para evitar una serie de cortinas de piedra, el búho atacó de nuevo. Escarabajel se giró, y casi se cayó de la silla a pesar de estar atado, y luego se preparó y atacó. Apenas logró rozar el nudoso pie del búho al pasar. El pájaro soltó un graznido de dolor y batió las alas con fuerza, rezagándose una vez más.
No cometerá de nuevo el mismo error, pensó. Pero regresará, no lo dudes.
Era como sus peores pesadillas de la infancia. El joven Escarabajel había soñado a menudo que era cazado por búhos y otros pájaros, que corría con piernas fatigadas por anchos espacios sin ningún sitio donde ocultarse mientras sombras aladas se le acercaban. Pero esta vez no despertaría para ser confortado por el calor de sus hermanos y hermanas dormidos.
Escarabajel ya había visto al pájaro varias veces. No lo guiaba ningún jinete, pero tampoco dejaba de perseguirlos. ¿Ese pajarraco estaba enfermo? ¿Loco? Cualquier otro búho habría desistido tiempo atrás.
Dos veces más se acercó y él logró rozarlo con la espada, una vez más en el pie y otra cuando la punta del ala le rozó la cara. En ambas ocasiones el ave soltó un grito de rabia pero no abandonó la persecución.
Gran Parda se tambaleó, perdió altura y procuró elevarse hacia el techo, pero el búho había aprovechado esa caída momentánea y estaba de nuevo encima. Escarabajel sabía que tenía apenas unos instantes, así que tiró de las riendas y buscó una grieta que condujera a la ancha chimenea, sabiendo que era su única oportunidad: con el búho encima de ellos en ese pasadizo y con su montura tan fatigada, no sobrevivirían al próximo ataque.
Para su alivio, Escarabajel había evaluado correctamente: un instante después entraron en la resonante oscuridad del gran abismo, pero ahora el búho estaba detrás de ellos y no había manera de llegar antes que él al tope de la chimenea… si tenía tope. Viró hacia las paredes, esperando encontrar protuberancias que le ofrecieran cierta protección mientras volaba, pero aún estaban lejos del campamento cavernero y el extenuado murciélago apenas podía mantener las alas en movimiento. Aunque el búho no los persiguiera, Gran Parda moriría pronto si no podía descansar.
De pronto, una vasta forma alada cayó sobre él desde un flanco, tomándolo por sorpresa. No sabía que estaban tan expuestos. Escarabajel tuvo sólo un momento para lanzar una estocada, pero erró. El búho cerró las garras. No logró apresar al murciélago, pero aferró la correa de la silla y Escarabajel fue arrancado del lomo de Gran Parda. El murciélago chilló de dolor y temor y cayó alejándose de él, pero por un momento Escarabajel siguió volando hacia arriba, como si pudiera continuar su viaje desesperado sin una montura. Poco después llegó al límite de su ascenso y empezó a caer, girando impotente en el aire vacío: abajo, abajo, abajo…
* * *
—¿Por qué nunca he estado aquí? —le preguntó la princesa a Sílex mientras descendían por el sendero angosto que rodeaba el inmenso boquete que el llamaba el Pozo—. ¿Cómo pude ignorar la existencia de un sendero que se interna en las profundidades de la tierra desde la tumba de mi propia familia?
—Este sendero se construyó mucho antes que los caminos de Piedra de Tormenta por donde os llevé hasta la fortaleza interna —explicó Sílex. La locura de estas horas finales restaba importancia a esta revelación—. Mis ancestros de aquellos tiempos antiguos temían que… que vuestros ancestros planearan mantenemos atrapados en Cavernal, tal como lo temíamos en tiempos de Piedra de Tormenta. Queríamos tener nuestros propios caminos para entrar y salir.
—¿Lo hicisteis para infringir un decreto real?
—Con todo respeto, alteza, habríais hecho lo mismo si la piqueta hubiera estado en la mano del otro, como decimos nosotros. Todo pueblo trata de protegerse. Por eso construimos los caminos de Piedra de Tormenta, y también este sendero.
—Explícamelo.
Sílex se lo explicó, preguntándose cuál sería el futuro de su gente, si lo había. Si la gente alta lo sabe todo sobre nosotros, quedaremos a su merced. Y yo he contribuido a que sea así.
—Porque nos temíais —dijo Briony sin rodeos cuando él concluyó—. Todo este trabajo, todos esos obreros heridos o muertos, todo porque temíais a mi familia. —Meneó la cabeza—. Es un legado lamentable.
El modo en que ella hablaba le infundió cierta esperanza.
—Vos no sois culpable de lo que hicieron vuestros ancestros.
—Al contrario, nuestro derecho al trono se basa en lo que hicieron nuestros ancestros. Si la historia no tiene sentido, tampoco lo tiene la dinastía Eddon.
Sílex se encogió de hombros.
—Entonces quizá cada generación deba ganarse el trono de nuevo.
Ella lo miró sorprendida.
—Me asombras, maese Cuarzo Azul. Eso es realmente…
La princesa Briony no terminó la frase. Avanzaban por una formación rocosa que los obligaba a ir incómodamente cerca del borde interior del sendero, pero ahora la antorcha de Sílex revelaba una forma oscura despatarrada delante de ellos.
—¡Por el Señor Caliente! —dijo Sílex, y se arrepintió de proferir esa blasfemia precisamente en este lugar, a tan poca distancia de los Misterios y del Mar de las Profundidades—. Es el sujeto que matasteis: el lord protector.
Briony tocó el cuerpo con la bota.
—No era el protector de nadie.
Hendon Tolly abrió el ojo sano. Sílex jadeó y saltó hacia atrás, pero el lord protector no se movió. Tolly parecía mirarlos, pero era difícil saber si veía algo. La sangre seca y la empuñadura del cuchillo de Briony le tapaban el otro ojo.
—Intentaste destruir todo lo que amo —dijo ella—. Pero fracasaste, Hendon. Pasarás la eternidad con los bichos de tu especie, serpientes y arañas, aquí en la oscuridad. —Arrancó el cuchillo de la cuenca ocular, y antes de que la herida empezara a sangrar de nuevo, le apoyó la bota en el pecho y lo empujó para que cayera al oscuro abismo.
* * *
Los pasos de Sílex eran cada vez más pesados.
—Alteza —dijo, deteniéndose—, no puedo dejaros ir a más profundidad. Ya hemos llegado al nivel de Cavernal; quizá podamos cruzar en alguna parte y regresar por allí.
—¿Donde Durstin Crowel y otros matones de Tolly preparan su última defensa? ¿Por qué querría hacer tal cosa? ¿Me estás diciendo que no puedo llegar hasta mi padre y mi hermano, y los qar que van por aquí? ¿Acaso me mentiste?
—No, alteza, no. —Sílex sacudió la cabeza. Casi veía a Ópalo en esta joven (aunque parecía presuntuoso pensarlo). Ambas tenían hierro en la columna vertebral y ninguna parecía esperar nada bueno de él—. Pero cada instante que pasa nos acerca más a un desastre. —Ahora que había llegado el momento, no quería contárselo. Esa terrible decisión… y la monarca reinante tenía que enterarse de labios del sencillo cavernero que la había tomado por ella—. ¿Podéis confiar en mí y aceptar que no podemos ir más lejos? ¿Que el peligro es demasiado grande?
Ella aún le clavaba los ojos. No se ablandaba.
—¿Confiar en ti, Sílex Cuarzo Azul? ¿Estás loco? ¿Eso qué tiene que ver? Casi todo lo que queda de mi familia está en las profundidades de la tierra, luchando para sobrevivir. ¿Por qué debo detenerme aquí?
Sílex comprendió que ella no cedería, y mucho menos regresaría, como le indicaba toda una vida de experiencia con otra mujer terca, y sabía que no tenía más opciones.
—Entonces aguardad unos instantes, alteza, y os diré por qué no debemos avanzar más…
* * *
Cuando él concluyó, la princesa se quedó boquiabierta. Sílex ni siquiera podía enumerar las emociones que veía en su cara: temor, sorpresa y furia eran las más obvias.
—¿Es verdad? —preguntó Briony—. ¿Los caverneros lo derrumbarán? ¿Harán colapsar las piedras bajo el hogar de mi familia? ¿Con todos los que viven allí? ¿Y con mi familia allá abajo, en el corazón de todo? —Entornó los ojos—. ¿Y dices que este plan es tuyo?
—Sí… pero sólo debía llevarse a cabo si no había otra esperanza, princesa. Y era aún más complejo… más sutil, lo juro… —No quería decirle que pensaba que era demasiado tarde para todo: para derrotar al autarca, pero también para su desesperada idea. Perdía sus fuerzas como si fuera un costal descosido. ¿Qué importaba? Había temido muchas cosas durante mucho tiempo, pero nunca había imaginado que en esta hora final se encontraría lejos de sus seres queridos, que ni siquiera podría morir con ellos. Una locura; Todo había sido una locura.
La princesa Briony parpadeó, asintió, se giró y continuó caminando por el sendero que bajaba por el Pozo. Sílex la siguió.
—¿Princesa? ¿Adónde vais?
—¿Adónde crees que voy, cavernero? —dijo ella por encima del hombro. En ese momento no parecía sentir gran estima por Sílex Cuarzo Azul—. Iré a morir con mi familia. Tú puedes morir como te plazca.
—Pero, alteza, si la harina de cañón funciona y caen las rocas…
Ella lo encaró con una mueca de furia. Por primera vez Sílex vio que la princesa Briony había cambiado mucho desde la primera vez que se habían encontrado, y no sólo en la vestimenta. No sólo era más grande sino… más profunda, por decirlo así. Más fuerte. Y veía en ella algo que no reconocía pero que lo asustaba bastante.
—Has corrido un riesgo que no te correspondía correr, cavernero —dijo ella—. Ahora déjame hacer lo que debo.
—¡Pero ya debe ser demasiado tarde!
—¡Silencio! —Ella se le acercó un paso, y por un momento Sílex temió que fuera a hacerle daño—. Hasta que mi padre recobre el trono, soy la princesa regente de este reino. Todos los que viven sobre y bajo la superficie, tu gente y la mía, están bajo mi protección… pero tú y tus camaradas me habéis arrebatado eso. Ahora déjame en paz… y si no me haces ese favor, al menos cállate. —Se giró de nuevo y echó a andar por el sendero internándose en la oscuridad, con un cuchillo en cada mano. Sílex vaciló un largo momento, y luego se apresuró a seguirla.
* * *
Aesi’uah esperó que su ama regresara de las tierras del sueño. La hija de la antigua Sueño había esperado pacientemente mientras Saqri y los demás se sacrificaban, mientras el rito del autarca se celebraba, y mientras gritos de terror resonaban en la caverna cuando esa forma reluciente comenzó a crecer en la isla, tal como si el Hombre Radiante se hubiera encarnado en un cuerpo monstruoso e inmortal. A Aesi’uah no le importaba esperar: no podía hacer otra cosa. No era una guerrera sino una eremita y sólo podía esperar hasta que su ama le pidiera ayuda.
Yasammez abrió los ojos negros y profundos, pero se quedó donde estaba largo rato, sentada con las piernas cruzadas en el suelo rocoso, al pie del peñasco que estaba bajo el Laberinto. Al fin se levantó.
—Ahora moriré —anunció—. Reúne a todos los del Pueblo que aún puedan caminar. Diles que lleven a mi dulce Saqri y los demás heridos y se retiren hacia la superficie con la mayor rapidez posible.
Aesi’uah estaba segura de que Saqri no sobreviviría, pero acató la petición de su ama.
—¿Qué hay de la guardia de elementales? Siento que te exigen una respuesta.
Yasammez meneó la cabeza.
—Les he dado mi respuesta, y es no. No usaré el Huevo de Fiebres. El mortal Barrick Eddon me ha enseñado algo.
—¿De veras, señora?
La sonrisa de Yasammez era como un corte. A lo lejos soldados xixianos perecían en las llamas a manos de un dios exaltado, y sus gritos eran como lejanos graznidos de pájaros.
—De veras —dijo—. Sus breves vidas parecen significar tanto para ellos como la vida interminable de los dioses, quizá más. ¿Qué derecho tengo a arrebatar eso, después de la larga vida que me ha otorgado el cielo? Quizá logren llegar a un acuerdo con los dioses que regresan y escriban un final que yo no preveo. Nuestra gente ha sufrido la Larga Derrota, pero quizá la historia de ellos sea diferente.
Yasammez desenvainó Fuego Blanco. Relucía como jade, como una astilla de la luna. La alzó y la miró de arriba abajo.
—Tiempo atrás, este poderoso acero fue esgrimido por el dios sol. Mató a otros dioses. El mismísimo Luengabarba fue víctima de esta espada, y se decía que era el mayor guerrero del cielo. Veremos si aún puede librar una última batalla, si puede derramar la sangre de un inmortal más. Es una pena que yo no tenga también la fuerza del dios. Acércate —le dijo a Aesi’uah. Luego se inclinó y, para asombro de la eremita, le besó la frente—. Has sido una buena servidora, Aesi’uah, una de las mejores que he conocido en mis incontables años. Espero que tu muerte sea piadosa. Si la bisnieta de los bisnietos de mis bisnietos logra sobrevivir, dile que hoy el Pueblo murió noblemente. No podría haber esperado nada mejor. —Yasammez echó a andar por la cuesta rocosa hacia el mar plateado, que comenzaba a humear con las llamas del Embaucador; al cabo de unos pasos, se detuvo y se volvió—. Si el hombre niño aún vive cuando lo encuentres, dile que recuerdo sus palabras. He decidido dejar que su pueblo encuentre el final a su manera, igual que el mío. Espero que entienda la carga que ahora debe sobrellevar.
La hija de Torcido echó a andar una vez más, bajando al mar plateado y brumoso, hacia el dios que ya había afrontado una vez y que no había esperado volver a ver. Su aspecto se afianzaba, arremolinado, creciente, oscuro y feroz como un nubarrón, una pequeña mancha de tinta contra las llamaradas.
* * *
Escarabajel bajó dando vueltas por el aire, y en ese vertiginoso instante supo que había fracasado: aunque por milagro cayera en el sendero y no en el abismo, aunque sobreviviera a la quebradura de sus huesos, no podría llegar a pie hasta el campamento cavernero.
Pero entonces algo lo aferró.
Era algo blando y cálido pero sólido, y por un momento pensó que había caído contra el búho que lo había atacado, pues ninguna otra cosa tenía sentido. Pero poco después fue elevado en el aire y la mano que lo sostenía se abrió, y se encontró frente a la luz de un coral cavernero, que brillaba en una lámpara en la cabeza de la criatura de pelo claro que lo miraba.
—Hola, Escarabajel —dijo Pedernal—. Pensé que te encontraría aquí.
Escarabajel miró con asombro esa cara familiar e inesperada.
—Pero… eres el hijo de Sílex. ¿Qué haces aquí?
—Presentí que debía estar aquí —dijo el niño—. Y tenía razón: el Embaucador comprendió cuál era tu misión y envió al pájaro para detenerte. Pero ahora no hay tiempo para hablar. Debes ponerte en camino… ¡Deprisa! El hermano Antimonio está esperando.
Escarabajel se preguntó si no estaría inconsciente o muerto, si esto no sería un sueño.
—No puedo. No tengo manera de llegar. El búho mató a mi montura.
Pedernal alzó la otra mano bajo el fulgor del coral y abrió los dedos para revelar la forma parda y vellosa de Gran Parda. El sobresaltado murciélago intentó extender las alas para liberarse, pero Pedernal volvió a apresarlo con los dedos.
—No —dijo—. También la cogí a ella.
Escarabajel no pudo contener una carcajada.
—¿Qué milagro es éste? ¿Será una obra del Señor del Pico, tal como no sucedía desde los viejos tiempos?
—Quizá. No estoy seguro. Pero será mejor que vayas.
—¿El búho…?
—Se ha ido. Su propósito era derribarte, y ya lo ha cumplido. Ahora lo han liberado. No creo que vuelvas a verlo.
—Entonces ayúdame a montar en el ratón volador. Quizá un día, hijo de Sílex, tengas la bondad de explicarme todo esto.
—Quizá. —Pedernal asintió lentamente—. Pero eso es algo que no puedo ver.
Gran Parda estaba agotada, pero con Escarabajel de nuevo en la silla y desaparecido el búho, parecía dispuesta a tratar de volar de nuevo.
—Será mejor que vaya despacio —dijo Escarabajel—. Apenas puede mover las alas.
—No demasiado despacio —dijo Pedernal, disponiéndose a arrojar al murciélago y al jinete al aire—. Muchos te aguardan. Y cuando veas a mamá Ópalo, dile que no me espere: debe irse con los demás. Pero tiene mi promesa de que volverá a verme.
Antes de que Escarabajel tuviera tiempo de entender todo eso, ya estaba remontándose en la oscuridad como un remolino de alas crepitantes.