38: Una visita a la finca de la muerte

38

Una visita a la finca de la muerte

Cuando el Huérfano llegó a la casa de Aristas, el trozo de sol le había calcinado las manos. Entregó el trozo de sol a su amigo y cayó muerto a sus pies.

El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos

Todo ocurrió con asombrosa celeridad.

Briony, el soldado sianés y el caballero Stephanas avanzaban en silencio por el cementerio. El brillo de la luna era tan intenso que Briony no reparó en otra luz, un fulgor tenue en la entrada de la tumba familiar de los Eddon, hasta que estuvieron casi sobre ella.

Sintió miedo y furia. ¿Qué hacía Hendon en la cripta de su familia? Indicó a los sianeses que guardaran silencio, y dos soldados con capa oscura subieron la escalera de la tumba, enzarzados en una especie de lucha.

—¡Los muertos! —jadeaba uno mientras peleaba con el otro, tan asustado que apenas podía hablar—. ¡Intenta traer de vuelta a…! —El aterrado soldado se zafó del otro, que aparentemente intentaba contenerlo, y atravesó el cementerio para perderse en la oscuridad. El otro soldado lo siguió con los ojos unos instantes, pero debió oír un ruido en las cercanías. Bajó la lanza y se dirigió hacia la bóveda de piedra que Briony y los soldados de Eneas usaban para ocultarse.

—¿Quién va? —preguntó con voz trémula—. ¡Salid, en nombre del lord protector…!

Un hombre de Tolly, pues. Briony le hizo una señal al soldado que llevaba el arco, que se levantó y lanzó una flecha. El centinela, de Hendon Tolly miró el asta de madera que temblaba en su vientre como si fuera la cosa más sorprendente del mundo, y luego se arqueó y cayó sin ruido.

Briony condujo a los soldados sianeses por la escalera. Para su sorpresa, la bóveda principal de la tumba, el lugar donde descansaban su abuelo, su madre y su hermano, estaba vacío salvo por los ataúdes que los contenían a ellos y otros antepasados recientes, pero oyó voces muy fuertes en la bóveda interna. Miró a Stephanas y al soldado, llevándose un dedo a los labios.

—El niño —susurró—. Recordad: debemos salvar al niño a toda costa.

Atravesaron el corto pasillo que unía las bóvedas. Entraron en la bóveda interna y Briony vio varias siluetas, y la más sorprendente era un hombre con un cuchillo largo que estaba a punto de asesinar al infante sobre una especie de altar improvisado, pero antes de que ella dijera una palabra, el arquero sianés le disparó una flecha al pecho. El hombre se giró sorprendido y se desplomó en el suelo, y la daga cayó rebotando.

Hendon Tolly actuó casi con tanta celeridad como el arquero. Cuando el hombre del cuchillo cayó, Tolly arrojó un libro al arquero, arrancándole el arma de las manos. Desenvainó la espada, y Briony también desenvainó la suya, pero Hendon no tenía la intención de luchar civilizadamente contra un enemigo armado. Su espada saltó como la lengua de una serpiente plateada y se detuvo a poca distancia del bebé Alessandros, que se había puesto a llorar, un ruido extraño y familiar en ese lugar tan poco acogedor.

—Vaya, vaya —dijo Tolly, con ojos brillantes a la luz de las antorchas. Se acercó un poco más al infante, manteniendo la espada a poca distancia de los ojos del niño—. ¡Qué velada tan interesante!

No escuches la cháchara, le decía Shaso a Briony, después de distraerla para que bajara la guardia. O bien tu oponente es un tonto, o bien trata de distraerte. No pierdas la concentración. Briony procuró seguir el consejo, aunque la sonrisa de Hendon Tolly a sólo un par de pasos le hacia apretar tanto la empuñadura que le dolía la mano.

Briony nunca había estado en la bóveda interna, con sus seis paredes, sus angostos anaqueles y sus esquinas profundas y oscuras, una cámara que ahora parecía abarrotada aun sin los antiguos féretros. Además de ella y los dos sianeses, los únicos que seguían en pie eran Hendon, un guardia y alguien que parecía ser un rehén, una mujer de pelo oscuro que Briony reconoció al cabo de un momento como una noble de Estío, Elan M’Cory, la que tanto había lamentado la muerte de Gailon Tolly. El otro secuaz de Tolly, el que empuñaba el cuchillo, yacía de bruces en el suelo en un charco de sangre. Pero la espada de Hendon estaba tan cerca de la garganta del infante que eliminaba toda ventaja numérica que pudiera tener Briony.

Y era evidente que Hendon lo sabía.

—Retrocede, Briony, o mataré al niño. No me tomarás a mí sin perder al pequeño Alessandros. Con gusto me llevaría un hermano tuyo a la muerte. —Rió.

—¿No tienes un ápice de decencia?

Él meneó la cabeza.

—Esta conversación no tiene sentido. No podrías comprenderme aunque vivieras tanto como las hadas. Retrocede despacio, hasta salir de la tumba. Si me dejas cerrar la puerta, como tendría que haber hecho antes, podrás hacer lo que desees. —Rió de nuevo—. ¡Puedes pedir un ariete, si eso quieres!

—No. No seas tonto. No dejaré al niño contigo.

—Me temía que fueras terca. Muy típico de los arrogantes Eddon. —Hendon asintió lentamente, examinando a los hombres de Eneas—. Veo que has traído a los sianeses a Marca Sur. —Alzó una ceja burlona—. Y eso significa que eres la ramera del joven Eneas. —Se asombró de la expresión de ella—. ¿No? ¿De veras? Del viejo, entonces. ¿Es eso? ¿La hija de Olin se entregó al viejo rey de Sian para salvar a su pueblo? ¡Qué noble!

Briony necesitó toda su voluntad para resistir las provocaciones de Hendon, para quedarse donde estaba. El llanto de Alessandros le daba dolor de cabeza.

—Sir Stephanas —dijo—. Envía a tu hombre en busca del príncipe Eneas. Dile que tenemos a Hendon Tolly atrapado en la bóveda de mi familia.

—¡No! Si él da un solo paso hacia la bóveda externa —advirtió Hendon Tolly—, arrancaré un ojo de este niño. El principito todavía será adecuado para mi propósito, pero berreará aún más.

—¡Perro! ¿Ésa es tu idea del honor? ¿Amenazar a los niños?

Hendon Tolly lanzó una carcajada tan estentórea que debía ser genuina.

—¿Honor? ¿Qué tontería es ésa? ¿Crees que me importan esas cosas?

—¡Por los dioses! Eres carroña, Tolly. Y aunque me retengas aquí durante horas, al fin Eneas vendrá a buscarme. No tienes salida.

—¿De veras? —preguntó él con ironía—. Vaya, qué tristeza.

Briony estaba desesperada por hacerle perder su certidumbre, por lograr que se alejara del niño.

—Sí, ya puedes considerarte en manos del verdugo… y luego se encargará también de tu traicionera familia. Yo misma derribaré la casa de Estío, y arrastraré a tu hermano y tu madre a la luz del día, como las serpientes que son…

Tolly asintió.

—Si lo haces, quizá aún encuentres a mi madre, pero ha sucedido algo raro con mi hermano Caradon. —Rió—. Parece que últimamente está un poco más bajo…

—¡Por el amor del Trígono, alteza! —exclamó sir Stephanas—. No derrochéis más palabras en este cobarde. ¡Lo superamos en número!

—No, Stephanas… —comenzó Briony.

—Ella tiene razón, joven amigo —dijo Tolly con una sonrisa—. Parece que me superáis en número, pero sólo tengo en mi contra a dos de vosotros y una mujer… y dos sianeses, para colmo. ¡Un par de comedores de mantequilla jamás podrían derrotar a un hombre de los reinos de la Marca!

—¡Fanfarrón! —Para horror de Briony, Stephanas saltó hacia Tolly, blandiendo su espada para que Tolly dejara de amenazar al niño, pero Tolly dio un paso a un lado y lanzó una estocada. Stephanas se tambaleó, se irguió y dio un par de pasos vacilantes, impidiendo que Briony viera a Tolly. Stephanas soltó la espada, dobló las rodillas y cayó al suelo. Brotaba sangre de la cuenca de un ojo. Hendon se volvió hacia el niño… pero Alessandros ya no estaba en el altar.

—¿Qué…? —Vio a Briony y se detuvo. Arqueó los labios, pero esta vez la sonrisa era lenta y desganada—. Bien hecho, muchacha. Debo conceder que los Eddon son resistentes. Ahora termina con esta tontería y dame al niño.

El pequeño Alessandros era asombrosamente pesado, y para colmo se contorsionaba y lloraba. Briony alzó la espada y se giró despacio, manteniéndose entre Tolly y el otro soldado sianés, que miraba pasmado la agonía de Stephanas.

—Toma al niño —le dijo al soldado—. ¡Tómalo!

Hendon avanzó pero Briony retrocedió, manteniendo su distancia.

—¡Toma al niño, maldición! —le rugió al Perro del Templo—. Tómalo y corre a la residencia. ¡Es el hijo del rey! ¡Ponlo a salvo!

El soldado estiró las manos, mirando a Hendon como un conejo miraría a una serpiente al acecho. Briony le entregó a Alessandros, y suspiró de alivio cuando el joven soldado cogió al niño.

—¡Corre, he dicho! ¡Corre!

Parecía que Hendon estaba a punto de decir algo, pero de pronto se abalanzó sobre ella con una estocada contundente. Briony estaba alerta y logró detenerla con un giro de la muñeca, de lo contrario la hoja la habría atravesado. Él atacó una y otra vez, tan rápidamente que ella sólo pudo retroceder y permanecer entre Tolly y la puerta, protegiéndose con la espada mientras él lanzaba un golpe tras otro.

—¡Corre! —gritó.

El soldado sianés entendió al fin, y se fue de la bóveda con el bebé en brazos. Briony respiró con alivio cuando oyó sus pisadas en la escalera.

—El niño ya está fuera de tu alcance, Hendon.

—Zorra —dijo Tolly. Ya no sonreía—. Morirás lentamente por eso. Y después de todo, tu sangre servirá tanto como la de ese niño para mi sacrificio… —Se volvió hacia el guardia, que aún aferraba a Elan M’Cory—. Olvida a esa puta. Ven a ayudarme con esta princesa marimacho.

Un énfasis innecesario en esas palabras la previno. Briony se alejó de Elan y del guardia a tiempo para salvarse de otro inesperado ataque de Tolly.

Él la obligó a retroceder pero no la dejó ir hacia la puerta sino que la obligó a acercarse al guardia. De pronto Briony oyó un grito de sorpresa y dolor. Miró de soslayo, y vio que Elan M’Cory había saltado sobre la espalda del soldado y le arañaba la cara con las uñas. El guardia gritaba y maldecía, tratando de librarse de ella.

La distracción dio tiempo a Briony para esquivar el ataque de Hendon y seguir retrocediendo, rodeando la bóveda hexagonal, haciendo lo posible para mantener a Hendon al otro lado del ataúd de plomo que yacía en el centro del recinto. Briony comprendió que él la estaba arrinconando, y que Elan M’Cory estaba a punto de ser dominada por el soldado de Tolly. Entonces serian dos contra uno. Hizo dos fintas, lanzó una estocada a la cabeza de Hendon, que él eludió fácilmente, pero no cometió el error de seguir adelante y dejar su vientre sin defensa. Mientras Hendon daba un paso atrás para afianzarse, Briony se giró y se lanzó en una dirección inesperada, abriendo un tajo en la cara del guardia. Mientras él soltaba la espada para tocarse las mejillas y la boca sangrantes, ella desenvainó su cuchillo yisti y lo apuñaló, atravesando la cota de malla y hundiéndole la hoja en el estómago.

El hombre se tambaleó, regurgitó y cayó sobre el ataúd de plomo.

—Ahí tienes el sacrificio de sangre que planeabas, Hendon —dijo, manteniendo el cadáver entre ambos mientras giraba y recobraba el aliento—. Ahora con gusto te enviaré a visitar a Kernios después de él.

Tolly endureció el rostro.

—Has aprendido algunas cosas. —Hizo una finta, atacó una y otra vez, la segunda con intención de herirla, y casi lo logró. Ella ya estaba cansada, pero Hendon ni siquiera respiraba con dificultad. No era un hombre corpulento, pero era muy fuerte, con músculos que parecían soga trenzada—. ¿Fue Shaso quien te enseñó tan bien, o tu nuevo amante, Eneas? Yo fui el que hizo matar a Shaso, ¿sabes? Fue por orden mía que ese nido de traidores de Puerto Lander fue incendiado. Lástima que no te asaras con las otras aves en el mismo horno…

No escuches, se dijo Briony, aunque quería llorar de rabia. No escuches. Esquivó un ataque, rechazó otro con la espada y logró agacharse, pero sintió que el acero de Tolly le perforaba la sobrepelliz y casi le rozaba el cuello. Se estaba cansando; el esfuerzo le hizo perder el equilibrio y estuvo a punto de caerse. Hendon vio esta ventaja y brincó hacia ella, lanzando estocadas como un herrero martilleando sobre el yunque, y Briony sólo pudo alzar la espada para parar los golpes.

No puedo. Es más rápido que yo… más fuerte que yo… y siempre lo ha sido…

De pronto Elan M’Cory gritó, y su alarido de terror hizo que hasta Hendon Tolly diera un paso atrás para mirar. Una forma oscura bloqueaba la puerta, y dio un paso trémulo hacia la bóveda interna.

Al principio Briony pensó que un muerto se había levantado de la tumba de su familia para oscilar en la linde de la oscuridad, con una capa andrajosa y mugrienta semejante a una mortaja, la cara oculta por la capucha. Bajo la oscilante luz de las antorchas, extendió unas manos que parecían zarpas envueltas en andrajos sepulcrales.

Habló en un susurro inaudible. A Briony se le erizó el vello de la nuca, y su acelerado corazón amenazó con estallarle en el pecho.

—¡Que los Hemianos nos guarden! —dijo.

La aparición intentó hablar de nuevo, y al fin pronunció unas palabras quebradas y jadeantes, dolorosas de oír.

—¡Briony! —jadeó la cosa—. He… regresado… de las tierras de la muerte…

Se quedó sin aliento cuando la aparición encapuchada avanzó un paso más en la bóveda.

—Por la misericordia de Zoria —jadeó—. ¿Eres tú, Shaso? Los dioses nos guarden, ¿eres tú? —Pero aun mientras lo decía, aun mientras la dominaba un terror supersticioso, algo la desconcertaba.

Aún más extraña fue la reacción de Tolly: tenía los ojos desorbitados y alzaba las manos como para defenderse del fantasma, olvidando la espada que empuñaba.

—¡Tú…! ¡Pero… estás muerto!

Y entonces Elan M’Cory se arrastró por el suelo, sollozando y rezando, y Briony quedó convencida de que el caótico aire del solsticio de verano había enloquecido a todo el mundo.

El desconocido alzó las manos vendadas y se quitó la capucha. Al principio Briony no entendía lo que veía: ojos lechosos y desfigurados, la piel pálida y rezumante digna de cualquier cadáver, cubierta de algo que parecía tierra negra. Pero de pronto, cuando el rostro arruinado se volvió lentamente hacia Hendon Tolly, supo lo que veía, y a quién veía.

—Gailon —jadeó—. Gailon Tolly.

La aparición señaló a Hendon.

—Tú —jadeó dolorosamente—. Tú me mataste.

—¿Qué es esta locura? —Pero el lord protector ya no hablaba en tono jactancioso—. ¿Es una treta? Estás muerto, hermano, atravesado por una docena de flechas. Pero no eres un fantasma, lo juraría: eres de carne y hueso…

—Tus hombres… me dispararon, hermano, y luego… me sepultaron con mis sirvientes y amigos. —Ahora las palabras brotaban con más facilidad, pero aún hablaba con voz vacilante y ronca—. No fueron muy buenos flechazos, como ves. —Desnudó los dientes en una sonrisa atroz—. Horas y días yací herido en la oscura tierra con los cadáveres de mis compañeros, demasiado débil para moverme… pero sin poder morir. Era un extraño en la finca de la Muerte, y la Muerte no me quería. Cuando comprendí que todavía estaba con vida, escarbé hasta salir de la tumba que me habías preparado, Hendon, y regresé para anunciarle a Briony tu traición. —Volvió los ojos casi ciegos hacia Briony—. Pero veo que aprendiste demasiado tarde lo que es mi hermano, el fruto más podrido de las entrañas de mi padre. Ahora, todo lo que puedo hacer para purgar mi error… es poner fin a su vida.

Dio unos pasos tambaleantes hacia Hendon, que estaba petrificado. Entonces la esbelta Elan M’Cory se arrastró por el suelo y aferró las piernas de Gailon Tolly.

—¡No! —sollozó—. ¡No me dejes de nuevo, Gailon! ¡Por favor!

—Suéltame, dulce Elan —dijo la andrajosa aparición. Su voz aún era el ronquido lúgubre de un espíritu atribulado, pero no se apartó de inmediato, e incluso demostró algo parecido a una emoción humana—. No puedo: ya no pertenezco a tu mundo…

—¡Y prefiero que no vuelvas! —exclamó Hendon Tolly, que acometió y clavó la espada en el estómago de su hermano. Gailon gruñó de dolor, y luego él y la muchacha cayeron al suelo, arrebatando la espada a Hendon.

Briony vio su oportunidad y atacó, pero Hendon Tolly la vio venir y logró desviar su estocada con la mano, así que le hirió la palma pero no le hizo más daño. Ella trastabilló y perdió el equilibrio; Hendon la empujó, y ella dio un par de pasos involuntarios y cayó contra la pared junto a la puerta. Cuando logró enderezarse y dar la vuelta, espada en mano, Hendon Tolly había desaparecido.

Estaba en la puerta de la bóveda externa, y Hendon no había pasado junto a ella. Había un solo lugar en que podía haber desaparecido tan rápidamente, comprendió, en alguna bóveda más profunda. Miró brevemente a Elan M’Cory, que lloraba y forcejeaba para extraerle la espada a Gailon.

—Llévatelo de aquí —le dijo a Elan, y se puso a examinar las paredes musgosas donde Hendon había desaparecido. Mientras tanteaba un rincón oscuro con la espada, la hoja se hundió más de lo que esperaba sin encontrar resistencia. Se acercó y encontró una abertura en la confluencia de las dos paredes, un espacio tan ancho como para que pasara un hombre delgado.

Pensó en esperar a Eneas, pero no sabía cuando llegaría. Si ese pasadizo oculto conducía a alguna parte del castillo (o, peor aún, si era uno de los túneles construidos por los caverneros), Tolly quedaría fuera de su alcance en breve tiempo. Ese monstruo asesino escaparía…

Hundió la espada en la apertura de la pared y tanteó frenéticamente la oscuridad hasta asegurarse de que no había nadie escondido. Limpió la daga ensangrentada y la enfundó, y luego fue a buscar una antorcha.

Aún más bóvedas esperaban detrás de la bóveda interna, o al menos más cámaras subterráneas. Por lo que veía, nunca las habían usado, ni siquiera terminado: las paredes eran toscas y los suelos de piedra eran irregulares. Lo más perturbador era que cada cámara conducía a otra que estaba más abajo.

Debajo de nosotros, detrás de nosotros, alrededor de nosotros… Briony había creído que vivía sobre un terreno sólido. ¡Era para reírse! Había sufrido una profunda conmoción al ver a Gailon, al que todos creían muerto, y el descubrimiento de estos pasadizos ocultos sólo empeoraba las cosas. Ya nada parecía firme ni real.

Tras explorar cada una de las cámaras, salió de la última y se encontró en el extremo de un sendero. La antorcha revelaba que a lo lejos la tierra descendía hacia un abismo oscuro que la llama no podía iluminar después de los primeros pasos. El sinuoso sendero bajaba y se alejaba, con el abismo de un lado y una muralla de piedra en bruto del otro, como los escalones de la torre Diente del Lobo. ¿Hasta dónde descendía ese pasadizo? ¿Y adónde conducía? Por otra parte, ¿adónde había ido Hendon…?

Mientras pensaba en eso, Tolly se arrojó sobre ella, pues se había aferrado a la pared como una araña. Casi la sacó del sendero para arrojarla a ese vacío negro, pero Briony logró girar y caer en el borde de piedra. Luego logró regresar al medio del sendero, aunque soltó la antorcha y perdió la espada en el pozo.

Hendon tumbó a Briony de espaldas y se arrodilló sobre ella, inmovilizándole los brazos mientras le apoyaba la daga en la garganta.

—Ya he perdido mucho tiempo contigo, muchacha. —El sudor de Tolly le cayó sobre la cara—. Ahora te cortaré el pescuezo.

* * *

Esa voz tranquilizadora lo ayudaba a orientarse, lo guiaba en la oscuridad con sus murmullos de aprobación o reprobación. Tenía la sensación de haber caminado durante días, pero, ¿cómo era posible? Procuró recordar dónde había estado antes; tardó en acordarse. Caras extrañas, olores extraños, el murmullo de lenguas ignotas habladas por criaturas aún más ignotas. Eso era: había estado entre los crepusculares. Pero, ¿dónde estaba ahora? ¿Por qué pensar le costaba tanto?

Chaven Makaros. Ése es mi nombre. Soy Chaven el médico… el médico real… Esos nombres y títulos eran todo lo que quedaba de él. Entonces, ¿por qué le parecían tan intrascendentes?

La voz murmurante lo urgió a apresurarse, un mandato que sentía en los huesos y en los órganos. Apresurarse, sí. Tenía que apresurarse. Lo necesitaban. Nada podía ocurrir sin él, y entonces sería recompensado.

¿Por qué no recordaba cuál sería su recompensa, ni quién lo recompensaría?

* * *

Mientras la lucha arreciaba en el Laberinto, Chaven se había escapado. Había sido un alivio abandonar a Barrick y esos qar de ojos brillantes. Demasiadas preguntas. Demasiadas miradas curiosas. No eran humanos, sin duda, y a decir verdad, el príncipe Barrick tampoco lo era. Por momentos Chaven se había sentido desnudo, y temía que todos pudieran ver su lealtad secreta.

Era extraño pensar que sólo un año antes llevaba una vida común. Luego había encontrado el espejo, durante un viaje a un mercado lejano, uno de los viajes que emprendía varias veces al año, aunque no recordaba que lo hubiera traído consigo. En los días siguientes, mientras lo limpiaba y lo examinaba, su amor por un objeto antiguo e interesante se había transformado en algo más. Chaven había empezado a pasar largos momentos con el espejo, bruñendo el cristal curvo y escrutando sus atractivas y a veces desconcertantes profundidades. Y aunque no recordaba el momento en que sucedió, un día descubrió que podía mirar a través de él. Ver el otro lado.

Y luego… Y luego… Y luego no recordaba qué había sucedido. Al menos, no recordaba todo: a veces la vida continuaba normalmente, y el espejo era sólo una incómoda sombra en el fondo de sus pensamientos, como una mancha oculta. Pero otras veces había hecho suceder cosas. Se había encontrado en extraños lugares o situaciones sin recordar cómo había llegado allí. La estatua de Kernios había sido una de esas cosas. Un día la había descubierto en el centro de su mesa, y aunque una visita a los archivos del castillo le había ayudado a descubrir qué era, no recordó cómo la había adquirido hasta que ese acuano llegó a su puerta pidiéndole dinero, el oro que Chaven les había prometido a él y sus parientes por rescatar la estatua de las aguas de la bahía, cerca de la muralla de Laguna Este. El acuano juró por su dios del agua que Chaven mismo les había dicho dónde bucear.

Asustado por esto, el médico había entregado al acuano una paga simbólica y le había prometido más; luego se había olvidado del asunto, como si fuera demasiado perturbador. Otras brechas se abrieron en su vida de vigilia, cada vez más. Ahora trajinaba por las profundidades con esa condenada estatua, sin saber adónde se dirigía ni por qué la llevaba.

Pero Chaven no podía volver atrás, así como no podía abandonar su piel para transformarse en otra persona. Primero el espejo, ahora la estatua: aquello que lo instaba a adquirir esos objetos había afianzado su presencia, y lo dominaba tanto que ni siquiera se molestaba en enturbiar sus pensamientos. Comprendió que él era una herramienta. Un arma. Pertenecía a alguien y ya no podía fingir lo contrario, pero no sabía quién era su amo.

Chaven de los Makari bajaba por los parajes solitarios que había bajo el Laberinto, y el aire cálido y húmedo le llevaba los ruidos de la lejana batalla.

* * *

Nunca pienses cuando intuyes lo que ocurre, le había dicho Shaso muchas veces. Si piensas, morirás.

Pero ella se había detenido a pensar, y tal como le había advertido el viejo, ahora podía darse por muerta, tan muerta como Shaso. Había perdido la espada, y Tolly estaba sentado sobre su pecho y sus brazos, impidiéndole desenfundar el cuchillo yisti. La daga de Tolly le rozaba el cuello como una astilla de hielo. Notó que cambiaba de posición para cortarle la garganta, pero entonces algo hizo ruido a poca distancia.

¿Una pisada? ¿Piedras sueltas? Hendon Tolly titubeó sólo un instante para mirar, pero fue suficiente para que la desesperada Briony pudiera liberar la mano y asestar un puñetazo en la entrepierna del lord protector.

Descubrió complacida que Hendon Tolly no usaba su coquilla tessiana.

Él gruñó, se atragantó y se encorvó, y el cambio de posición permitió que Briony liberase la otra mano. Antes de que Tolly pudiera volver a apoyarle el cuchillo en el cuello, ella desenvainó la daga yisti y se la hundió bajo la mandíbula. Él abrió los ojos sorprendido, llevándose la mano al cuello, y la sangre se coló entre sus dedos. Bajo su mirada atónita, ella arrancó el cuchillo y lo apuñaló de nuevo, esta vez en el ojo. Hendon Tolly soltó un alarido y se aferró a ella en sus estertores; los dos rodaron hacia el borde del sendero, y Briony no podía desprenderse de esas manos resbaladizas y ensangrentadas. Él la habría arrastrado consigo mientras se precipitaba a la negrura, pero algo le aferró el cinturón y frenó la caída. Tolly aflojó los dedos y mostró su ojo ciego, con el cuchillo yisti incrustado en la cuenca y un aire de decepción.

Luego se precipitó al vacío.

—Milady… princesa Briony… ¿estáis viva?

Ella miró al hombrecillo tendido en el suelo, que aún le aferraba el cinturón. No pudo contener una risa ante la extrañeza de la situación.

—Sílex —dijo—. Loado sea el solsticio, tú… me salvaste la vida. —Briony temblaba tanto que apenas podía regresar al centro del sendero. Cuando estuvo a buena distancia del borde, se derrumbó, jadeando y temblando, decidida a no llorar a pesar de todo—. Pero he recobrado el trono de mi familia… ¿Viste? Está muerto. Hendon ha muerto. Lo maté como el perro rabioso que era.

El cavernero le palmeó la espalda, sin saber cómo confortar a una princesa herida y temblorosa.

Al fin Briony pudo incorporarse. La antorcha había caído en el sendero, y ardía espasmódicamente. Sílex arrancó una tira de su camisa y le vendó el brazo herido.

—¿Qué hay allá abajo, Sílex? —preguntó ella—. ¿Qué hay bajo la tumba de mi familia?

Él la miró, un poco sorprendido.

—Pues… todo, alteza. Este túnel conduce a los Misterios sagrados de mi pueblo.

—Adonde han ido mi hermano y los qar. —Ella se sacudió el polvo y se levantó trabajosamente. Le dolía todo el cuerpo—. Donde está el autarca, y donde está mi padre. —Recogió la antorcha—. Eneas se encargará del resto. ¿Puedes guiarme?

—¿Guiaros? —El cavernero también se levantó, mirándola como si ella se hubiera puesto a hablar en otro idioma—. ¿Queréis ir… allá abajo?

—Sí. Contigo como guía. —Envainó el cuchillo—. A menos que tengas otra cosa que hacer, en este último día.

—Pero… tardaremos horas en llegar al fondo. Todo habrá terminado mucho antes. Nunca llegaréis a tiempo… —Se le ocurrió una idea—. Y hay peligros que todavía no conocéis, alteza…

—Nunca le digas nunca a un Eddon, maese Cuarzo Azul. Somos una familia testaruda.

Sin esperarlo, Briony echó a andar hacia las profundidades.