26
A la luz de las naves ardientes
Los aldeanos de Tessideme no querían que el muchacho realizara esa peligrosa misión, pues lo amaban mucho, pero Adis el Huérfano sabía que los dioses lo habían destinado a esa tarea.
El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos
La esperanza de Briony no duró demasiado. Mientras los xixianos de la costa huían del ataque aéreo de los techeros, una fuerza de caballería del autarca salió de la ciudad y acudió trepidando a la bahía.
Briony se reunió con Eneas y los soldados supervivientes mientras volvían grupas para afrontar esta carga mortífera; casi todos los qar de las cercanías se juntaron con ellos. Algunas hadas iban montadas en caballos tan hermosos y esbeltos como las delgadas criaturas que había visto en mosaicos antiguos, y los jinetes eran aún más extraños que sus monturas. Algunos de esos nuevos aliados ni siquiera eran personas, sino zorros, lobos y gatos salvajes cuya presencia ponía nerviosos a los caballos sianeses.
—¡No perdáis el ánimo! —les dijo Eneas a sus hombres, que habían empezado a desbandarse cuando se les acercaron los qar—. ¡Éstos son aliados! ¡Juntos derrocaremos al halcón sureño!
Afrontaron la carga xixiana en el cruce de la calle del Mercado con la calle del Puerto. Cuando las dos fuerzas chocaron, el estrépito del acero y los gritos de hombres y caballos eran tan estremecedores que Briony, que todavía estaba alejada de la pelea, quiso taparse los oídos hasta que cesara ese ruido espantoso.
¿Por qué fui tan terca? ¿Por qué creí que debía ir a la guerra como un hombre? Estaba aterrorizada. Pero aun estos valientes caballeros deben estar asustados, pensó. Hasta el mismo Eneas. No importaba por qué estaba allí. Estaba allí y punto.
Después Briony tuvo poco tiempo para pensar en nada, salvo en permanecer con vida, asestando mandobles para defenderse o para ayudar a un aliado en apuros. Salvó a una criatura voluminosa y osuna de un lancero, aplastando el yelmo del xixiano con la espada y derribándolo del caballo. La criatura osuna no se detuvo para dar las gracias, sino que corrió a otra parte de la refriega.
Permaneció alejada de la lucha más intensa, pues su talla menor era una desventaja, y sólo atacaba cuando debía. Si los sureños lograban avanzar por un flanco, la compañía de Briony y sus aliados quedarían atrapados entre dos mitades de las fuerzas enemigas y pronto serían triturados. Había antorchas que se desplazaban hacia la calle del Mercado desde los campos y la ciudad: cientos, quizá miles de infantes enemigos dirigiéndose a la batalla. Eneas estaba demasiado sumergido en el combate para verlos, luchando por sobrevivir. Sin un milagro, no escaparían de esa pesadilla, salvo con la muerte.
Luego la bahía estalló en llamas.
No, no la bahía, vio Briony mientras procuraba dominar a su encabritado caballo. Lenguas de fuego lamían el mástil y las velas del barco xixiano más próximo; varios barcos de diverso tamaño empezaron a arder. Las llamas brincaban por la bahía como criaturas vivas, y dos o tres naves sureñas se incendiaron ala vez, hasta que hubo docenas en llamas y la luz roja y oscilante del incendio se proyectó en el campo de batalla como si hubiera regresado el sol poniente. Oyó gritos de sorpresa, asombro y horror.
En medio de este aparente fin del mundo, ambos bandos seguían combatiendo bajo el fulgor escarlata. Ahora privados de medios de escape, los xixianos luchaban con creciente desesperación. La línea de batalla se desplazaba como una cosa viviente. En un momento los qar y los sianeses parecían dispuestos a arrasar a los xixianos y expulsarlos del campamento, y poco después la forma de la lucha volvía a alterarse y los sianeses y los qar se desesperaban mientras los empujaban contra la costa.
Un crepitante arco de fuego estalló a espaldas de Briony y una tienda se incendió. Siguieron más estelas llameantes, y varias quemaron las vigas y los techos de varios edificios de la orilla. Algunas llegaron a la atalaya de la ciudad, que pronto ardía como una gran antorcha.
¡Flechas incendiarias! ¿De dónde venía ese ataque? ¿Del agua? La bahía estaba negra y lustrosa como brea, y manchas de luz trémula se proyectaban en los barcos y en el agua. Todos los barcos del autarca estaban en llamas, y los supervivientes intentaban salvarse a nado. ¿Quién podía estar disparando esas flechas?
La respuesta llegó poco después cuando largas siluetas comenzaron a llegar a la playa, docenas de botes impulsados por forman oscuras que gritaban mientras soltaban los botes y salían corriendo del agua, algunos arrojando más flechas incendiarias al campamento xixiano. ¿Por qué ayudaban? ¿Quiénes eran?
Acuanos, comprendió con asombro cuando el primero de esos recien llegados se lanzó sobre los xixianos.
—¡Egye-Var! —gritaban, empuñando sus arpones de pesca y sus extrañas espadas cortas y de hoja gruesa, como cuchillas de carnicero. Los sureños retrocedieron, consternados ante ese ataque imprevisto.
Briony también lanzó una consigna.
—¡Erivor… y Eddon! —gritó, azuzando a su caballo para regresar a la pelea.
* * *
Barrick observaba a la muchacha que se arrastraba por el laberinto como si fuera un pájaro distante que volaba encima de ella. Veía que ella estaba muy lejos de la salida, pero no podía hallar la voz para decírselo y no sabía si valía la pena. La muchacha de pelo negro le resultaba conocida, pero no podía recordar el nombre. Eso lo defraudaba, aunque no sabía por qué.
Es valiosa, le dijo una voz. Más valiosa de lo que crees. Era el rey ciego, pero Barrick no entendía por qué esa joven sin nombre significaría algo para él.
La primera de los últimos, dijo el rey. La última de los primeros.
¿Qué significaba eso? ¿Por qué era tan difícil pensar?
No la abandones, dijo el rey.
Trató de preguntarle a qué se refería, pero no podía articular palabra. Podría haber sido una criatura muda, un pájaro o un caballo, observando cosas que superaban su entendimiento.
La primera de los últimos, dijo la voz, más baja y lejana. La última de los primeros. Nupcias de los muertos. Esperanza de los vivos…
¿Qué significa? Pero no podía hablar; las palabras sólo estaban en su cabeza, en sus pensamientos inhóspitos y solitarios.
No, Barrick Eddon.
Esta vez la voz sonaba diferente, más cercana, y era una voz de mujer. ¿Sería la muchacha de pelo oscuro? ¿Al fin reparaba en él?
Regresa a nosotros, Barrick Eddon. Regresa. Aún no es momento para este viaje. No son los caminos que corresponden. La oscuridad comenzó a deslizarse como arena en un reloj y un mundo más brillante comenzó a aparecer detrás de ella.
—¡No! —exclamó Barrick al fin—. ¡Ella se perderá! Ella se perderá…
—Todavía tiene una oportunidad —dijo otra voz femenina, más profunda y más familiar que la primera—. No abandones la esperanza.
Un rostro lo miraba, un óvalo pálido de ojos negros y una expresión tan paciente que parecía tallado en mármol: Saqri, la reina de las hadas.
—¿Esperanza? —preguntó él. Sentía un mareo y le dolía el cuerpo. Una sombra, recordó; una gran sombra había caído sobre él y lo había empujado hacia la oscuridad—. Tanta oscuridad…
—Es todo la misma cosa —dijo Saqri—. Lo que viste, lo que temes, lo que combatiste. Todo una cosa oculta con mil disfraces. Y esa cosa es el olvido. Recuerda eso, Barrick Eddon. Lo peor que puede ocurrir es que dejes de existir. ¿Eso es tan malo? —Saqri se había quitado la armadura y ahora usaba una túnica de radiante seda blanca. Junto a ella había una mujer qar más menuda, y sus rasgos angulosos y sus ojos animales la hacían parecer menos humana pero también menos temible que la reina—. Ella es Perla del Ocaso. Es una sanadora.
Urayanu, murmuraron las voces de la Flor de Fuego: la del Tacto Vigorizante.
—¿Qué sucedió? —Algo faltaba. ¿Cómo había llegado allí?
—Destruiste al devorador pétreo, y luego caíste.
—Esa cosa, esa mujer… o monstruo… ¿quién era?
Saqri meneó la cabeza.
—Un sicario del autarca. Pero la piedra que le había dado su amo era un arma poderosa. Un trozo de mosaico, un fragmento del palacio lunar de Destello de Plata, un kulik Khors, como lo llamaban algunos mortales. Así como los mosaicos más grandes pueden abrir una puerta por los caminos de la abuela Vacío, también pueden hacerlo esos trozos de piedra. Pero sólo conduce a un lugar muy desagradable, y cuando el camino está abierto, una de las criaturas que vive allí pasa a habitar el cuerpo del devorador pétreo. Eso es lo que viste. Contra eso combatiste. —Se volvió hacia la otra mujer—. ¿Cómo están las heridas del hombre niño?
—Lo peor fue que la criatura cayó sobre él en sus estertores de muerte —dijo la mujer menuda—. Él sobrevivirá, mi señora, pero necesita reposo.
—Y lo tendrá. Gracias, Perla del Ocaso. —Saqri tocó la frente de Barrick—. Fuiste muy valiente, hombre niño. Te enfrentaste a un enemigo despiadado que habría matado a muchos…
Barrick recordó lo que había sucedido antes de su encontronazo con el devorador.
—El autarca… Todos esos soldados… ¿Qué pasó? ¿Lo derrotamos?
—El rey sureño ya no esta en el campamento de la bahía —le dijo Saqri—. Pero creo que ya lo habías adivinado. Ha tomado sus fuerzas más aguerridas para descender a las profundidades, así que el peligro es tan grande como siempre. Nosotros y nuestros inesperados aliados mortales sólo tuvimos que combatir contra las tropas que dejó atrás, aunque éstas nos superaban en número. —Le habló del éxito del plan, le contó cómo los arqueros montados en pájaros y los acuanos con sus flechas incendiarias y sus pequeños y silenciosos botes habían desconcertado a los xixianos—. Sólo nos salvó el ataque sorpresivo de nuestros primos. Los sureños se desbandaron y los supervivientes huyeron a las colinas, así que por el momento estamos a salvo. —Sacudió la cabeza con tal delicadeza que apenas movió el lustroso pelo negro—. Mi esposo tenía razón. Muchas veces me dijo que un día volveríamos a luchar junto a nuestros parientes distanciados. Yo pensaba que era sólo una esperanza vana.
—¿Y tú? —preguntó Barrick. Estaba cansado y dolorido, pero se sentía más ligado que nunca a la reina—. ¿Te encuentras bien, Saqri? ¿Has descansado?
—He pasado cien años sumida en un sueño involuntario, Barrick Eddon. No necesitaré descansar de nuevo hasta que haya concluido mi carrera. —Unió los dedos para formar el «sueño de la araña», que anunciaba un momento de cambio—. Ahora el tiempo es importante… y el tiempo escasea. Iré a reunirme con los soldados mortales que nos ayudaron y a hablar con ellos de lo que haremos a continuación. Me gustaría tenerte conmigo. —Lo miró un largo instante—. Pero creo que Perla del Ocaso se enfadaría conmigo si te llevara. Llegaste al límite, y acabas de regresar. —Vaciló, algo que él nunca le había visto—. A menos que extrañes la oportunidad de hablar con tu propia gente.
Barrick meneó la cabeza. La idea era agotadora.
—No recuerdo haber hablado mucho con mi propia gente, y no siento ningún apremio por hacerlo de nuevo. En todo caso, ¿quiénes son? ¿Ya lo sabes?
Saqri vaciló de nuevo.
—Los encabeza un príncipe de Sian. Me han dicho que se llama Eneas.
—¿El hijo de Enander? He oído hablar de él. Dicen que es buen hombre. —Barrick apoyó la cabeza en la almohada—. Si me necesitas de veras, puedo hacerlo. Iré…
—Me has convencido —dijo la reina—. Quédate. Descansa y recobra las fuerzas. —Se inclinó para besarle la frente con labios secos como papel.
Cuando Saqri se marchó, Perla del Ocaso regresó con una taza en la mano.
—Bebe esto —le dijo—. Creo que no te hará mal, y puede hacerte mucho bien.
Él la miró fijamente. Ahora se sentía realmente cansado, y le costaba mantener los ojos abiertos.
—¿Crees que no me hará mal?
Ella lo miró agriamente. Tenía algo de gata, pero una gata que había visto muchos años y muchas decepciones.
—Nunca he ejercido mi oficio con un mortal. Consuélate pensando que si mueres con gran dolor ya sabré qué no debo hacer con el siguiente mortal.
Él rió a su pesar.
—¿Y quién recomendará a otros mortales que acudan a ti si me matas? —Se llevó la taza a los labios, cerrando los ojos para paladear esos sabores inesperados pero no del todo desagradables.
—No acudiste a mí por elección, Barrick Eddon —dijo la sanadora—, y será igual con los que necesiten mi ayuda en los días venideros. —Su expresión era menos irónica que resignada—. En verdad, creo que habrá muchos mortales muertos y moribundos aquí. Ahora bebe, cabeza roja.
Ese nombre le sonaba conocido y lo intrigó. Se acostó y cerró los ojos.
—Extraño —le dijo a la sanadora, si todavía estaba allí—. Estoy seguro de que alguien me llamaba así… pero no recuerdo quién.
* * *
La marea había arrastrado la carraca xixiana a la arena, pero la gran nave aún ardía como una fogata de Zosimia, con más brillo que la hoguera que los soldados sianeses habían encendido a orillas del mar.
El castillo de Marca Sur estaba en la otra costa. Briony no lograba acostumbrarse a esa idea después de tanto tiempo de alejamiento: su hogar aguardaba al otro lado de la bahía. Así como la nave en llamas daba más luz que la fogata que Briony compartía con Eneas y sus comandantes, las antorchas de las almenas del castillo brillaban mucho más que las estrellas encima de la bahía amortajada de humo.
—¿Estáis abrigada, princesa? —preguntó Eneas.
Ella quiso reírse. Un par de horas antes, había hombres que intentaban matarla con lanzas y espadas.
—Estoy muy bien, gracias. ¿Cuando vendrán?
—El mensajero dijo… —Eneas se interrumpió—. Mirad. Allá vienen.
Una procesión se acercaba a la luz de las naves incendiadas que humeaban en la bahía. Algunos soldados sianeses que estaban acampados alrededor de sus fogatas se levantaron para alejarse, aunque los qar no se acercaron a ellos. Briony entendía su alarma. Nadie podía ver tantas formas y andares extraños ni afrontar la mirada de esos ojos relucientes (naranjas, amarillos, verdes como fuegos fatuos) sin sentir que algo había cambiado para siempre, y no necesariamente para mejor.
Los recién llegados se acercaron a la fogata del príncipe y se detuvieron. Al principio Briony se preguntó por qué, pero luego una figura esbelta vestida de blanco se adelantó.
—¿Podemos compartir vuestro fuego? —La voz de la mujer era extrañamente musical. Briony no entendió las palabras hasta un momento después—. Soy Saqri, señora de Qul-na-Qar. Vosotros me consideraríais la reina de esta gente.
—Desde luego, majestad —dijo Eneas—. Sois bienvenida.
Saqri indicó a un pequeño grupo de su séquito que la acompañara hasta el fuego; el resto, una treintena a lo sumo, se sentó en el suelo. Aliviados, los soldados del príncipe siguieron comiendo su bien ganada comida y vendándose las heridas. Ya habían sepultado a sus muertos. Los sianeses habían perdido muchos hombres, pero los xixianos habían perdido muchos más.
La reina de las hadas no era lo que Briony esperaba. Era hermosa, desde luego, con una tez traslúcida como la nieve y ojos tan grandes y negros que Briony temía mirarlos más de un instante. Pero aunque la belleza, la turbadora quietud y el sereno porte de Saqri la elevaban por encima de cualquier monarca mortal, no era alta. Briony tenía mayor estatura. Y la gracia de la mujer qar no ocultaba que estaba amargada y fatigada.
Eneas ofreció vino. Para sorpresa de Briony, Saqri y la mayoría de sus acompañantes aceptaron, aunque algunos tenían dificultades para beber con copas. Una vez que les sirvieron, Eneas se aclaró la garganta.
—Bien, reina Saqri —dijo—, agradecemos vuestra ayuda de hoy en la lucha contra los Xixianos, pero antes de que hablemos de otra cosa, debo saber algo. ¿Vuestro pueblo y el mío aún están en guerra?
La reina estiró la boca en lo que quizá fuera una sonrisa.
—Es una buena pregunta. —Por un momento la penetrante mirada de la mujer qar se fijó en Briony, que no pudo afrontarla y desvió los ojos; al instante se enfadó consigo misma—. La respuesta, príncipe Eneas, es que nuestra situación será la que decidamos esta noche, alrededor de esta fogata. Pero debéis saber esto… Aunque sigamos siendo aliados, nunca seremos amigos. —De nuevo miró a Briony—. Vuestra gente, sobre todo los que viven en el castillo, me ha arrebatado cosas que no se pueden sustituir, y es imperdonable. —La reina hablaba con tanta vehemencia que los caballeros sianeses adoptaron una actitud cautelosa—. Pero yo no soy Yasammez, la dama oscura que ya habéis conocido y a la que ya teméis —añadió Saqri, con tono más mesurado—. Ella es la que guerreó contra Marca Sur… aunque admito que yo no la desalenté. Su rencor hacia vuestra especie no se aplacará nunca. Pero en este asunto me he distanciado de ella, y el Pueblo me sigue. —Saqri extendió las manos—. Así pues, príncipe de Sian, nuestros pueblos están en paz mientras luchemos juntos. No habrá traición. Al menos, no por nuestra parte.
Eneas asintió.
—Tampoco por la mía, lo juro. Olvidemos el pasado, pues, y hablemos de las cosas que importan ahora. ¿Cuál es vuestro plan? ¿El autarca realmente se ha internado en los túneles que hay bajo el castillo, tal como me han dicho?
—El sol de mañana traerá la víspera del solsticio de verano —dijo Saqri—. Pasado mañana es el solsticio, y cuando el solsticio termine, la hora que tememos habrá llegado. El año empieza a morir. El sol inicia su lento viaje alejándose de la tierra y los espíritus de la discordia se regocijan. —Alzó la mano en son de advertencia—. Si el rey sureño, el autarca Sulepis, derrota a los pocos caverneros que aún le oponen resistencia y llega a su objetivo en las profundidades a medianoche del día del solsticio, podrá celebrar el rito. Abrirá la puerta del sueño y liberará a los dioses.
—Nunca había oído hablar de esto, ni siquiera en las viejas leyendas —dijo Eneas—. ¿Por qué quiere hacerlo?
—Se dice que el rey sureño desea dominar a un dios… pero quizá el tal Sulepis no posea tanto poder como él cree —dijo Saqri en voz baja, y todos los presentes se esforzaron para oír—. Quizá abra una puerta que no se puede volver a cerrar. Y nada nos asegura que los dioses que la traspongan estén despiertos o cuerdos. —Saqri hizo un extraño gesto, extendiendo las manos a ambos lados de la cara—. En todo caso, es seguro que si abre la puerta de los dioses, este mundo, nuestro mundo, sufrirá.
—Entonces os ayudaremos, naturalmente —dijo Eneas—. Por extraño que parezca, hoy he visto muchas cosas que me han convencido. Debemos luchar junto a vosotros para impedir que el autarca llegue a su objetivo.
—Sí, debéis luchar con nosotros —dijo Saqri—. Pero no junto a nosotros. Vuestros caballeros no están equipados para luchar debajo del castillo…
—¿Por qué este insulto? —preguntó lord Helkis—. Nuestros bravos hombres de Sian han defendido una torre de madera contra un ejército xixiano que los superaba diez veces en número… ¡Hoy los visteis en el campo! ¡No tienen miedo de nada!
—Me interpretas mal. —Saqri sostuvo la mirada del noble sianés hasta que él bajó la cabeza con una mezcla de furia y vergüenza—. No dije que no fueran aptos ni valientes, sino que no estaban bien equipados. ¿Pueden ver en la penumbra como nuestra tribu Cambiante? ¿Pueden crear su propia luz en las profundidades, como los elementales? ¿Pueden partir la piedra con los dedos, como los ettins profundos? —Extendió la mano, con la palma hacia arriba—. Vuestros hombres son valientes, pero los mejores son jinetes. En las negras profundidades, pronto serían aventajados. Aquí en Marca Sur, bajo el cielo, pueden garantizar que el lord protector Tolly no sume sus fuerzas a las del autarca.
—Ningún norteño, por corrupto que fuera, haría semejante cosa —protestó Eneas.
—Pero él ya lo ha hecho —dijo Saqri, con tanta calma que Briony supo que hasta Eneas le creería—. La suerte nos favoreció, sin embargo, y los dos riñeron por algún motivo. Pero cuando un engendro como Hendon Tolly ve cómo van las cosas, lucha ferozmente para salvarse. Si nos ataca por la espalda, podría demorarnos y dar al autarca el tiempo que necesita…
—¿Cómo sabéis tanto sobre los planes y los hechos de los mortales? —preguntó Briony—. ¿Sobre Tolly y los xixianos?
—También sé mucho sobre ti, Briony Eddon —dijo la reina de las hadas—. No olvides que hasta hace poco nuestros pueblos estaban en guerra. Aunque tú sepas poco sobre los qar, eso no significa que los qar sepan poco sobre vosotros. Hace tiempo que tenemos… —Calló.
—¿Espías? —preguntó Briony—. ¿Conque vosotros también? ¿Hay alguien en este mundo agonizante que no se haya interesado en los asuntos de mi familia? ¿Y por qué debo confiaros la defensa de mi propio castillo?
—¿Confiar? No he mencionado nada que no salte a la vista. Príncipe Eneas, vuestros hombres son jinetes. Sería un desperdicio usarlos en túneles oscuros y estrechos. Id al castillo. Encontrad a Tolly y matadlo o encarceladlo. Si lográis hacerlo, podréis enviarnos ayuda a través de la puerta de Cavernal.
Briony se volvió hacia Eneas.
—¡No lo hagáis! —Él puso una cara que le dio ganas de gritar. No podía confiar tan fácilmente en esas hadas, que sólo semanas antes habían tratado de conquistar Marca Sur y habían matado a tantos de sus ciudadanos.
—Espera, empiezo a entender —dijo la reina—. Se trata de tu padre, ¿verdad, niña? En realidad, estamos hablando de él. —Saqri le clavó los ojos, y Briony no pudo escapar de esa mirada—. Quieres bajar con nosotros a los túneles porque tu padre esta allí, porque esperas salvarlo de las garras del autarca.
—¡No! —dijo Briony, aunque la reina tenía toda la razón—. ¡No sabéis nada sobre él…!
—Al contrario: sé más sobre tu padre que sobre cualquier otro mortal. Pero no se trata de eso. —Saqri le aferró el brazo. Briony trató de zafarse pero de pronto se sentía débil como un bebé. La voz de la reina se tornó más áspera—. ¡Mírame, niña! Tu familia está en el centro de muchas cosas, pero puedo decirte esto: no te está deparado salvar a tu padre. No soy una de las Garzas Grises de nuestro pueblo, y no puedo penetrar el velo del futuro, pero sé muy bien cómo deben ser las cosas, y te lo puedo asegurar. No derroches las vidas de tus guerreros en una apuesta egoísta, Briony Eddon. Es posible que los qar lo encontremos y lo liberemos, pero él cumplirá su destino aunque no estés a su lado.
Briony lloró; parpadeó y se secó las lágrimas. Saqri adoptó una voz más serena, casi afable.
—No puedo decir que lo lamento por ti, después de lo que tu familia le hizo a la mía, pero sé algo sobre la pérdida, y también sé algo sobre la confusión. Durante largo tiempo no supe si odiar u olvidar. He llegado a creer que el odio es inútil… pero también el olvido. Los que olvidan con facilidad son juguetes del destino.
Briony volvió a sentir que sus lágrimas asomaban.
—¿Qué debo hacer, entonces? —preguntó, sin saber bien con quién hablaba.
—Vive, Briony Eddon —le dijo la reina de las hadas—. Vive y recuerda. Recuerda y aprende.
* * *
La muchacha de pelo oscuro huía. Aunque Barrick trataba de llamarla, de calmarla, no se detenía, como si tuviera miedo de él. No sabía dónde estaban, y al principio ni siquiera sabía si era un lugar, pero al seguirla comenzó a reconocer las paredes y suelos de piedra de Marca Sur.
Ahora estaba en la galería de los retratos, frente a la pintura de la reina Sanasu, que tantas veces le había llamado la atención. Al mirar los ojos oscuros de su antepasada, vio por primera vez que su expresión no era altanera, como siempre había creído, sino una combinación de muchas cosas: pérdida, miedo, furia, tal vez un poco de esperanza. Lo más extraño era que el retrato se movía, ondulando como si algo pugnara por emerger.
Estiró las manos hacia la reina pelirroja y comenzó a raspar la superficie. No era un cuadro, comprendió. Era tierra, sólo tierra, pero cuanto más raspaba, más tierra encontraba. Podía sentir el movimiento bajo las manos, así que redobló su esfuerzo, cavando cada vez más deprisa, hasta que palpó algo pequeño, duro y fresco. Lo extrajo de la tierra y vio que era una estatua de la muchacha de pelo oscuro, con la cara petrificada de terror. Pero mientras la miraba, la estatua se desintegró en lustrosos escarabajos que caían de sus manos y se arrastraban o volaban como un puñado de joyas derramadas. Gritó y trató de atraparlos, pero pronto volvieron a meterse en la tierra.
* * *
—El tiempo apremia, Eneas Karallios —dijo la reina de las hadas. Las sombras de los presentes saltaban y cabriolaban como demonios a la luz de las naves en llamas—. ¿Has tomado una decisión?
—¡Por favor, Eneas, no os fiéis tanto de ella! —suplicó Briony.
—Lo lamento, princesa. Lo lamento de veras, pero debéis creerme, ante todo debo pensar en la seguridad de mis hombres, y en mi propio país. Eso significa que debo guiarme por mi instinto, y el instinto me dice que las hadas tienen razón. —Elevó la voz—. Haremos como vos decís, reina Saqri.
—Bien. Entonces ya hemos hecho todo lo que podemos hacer aquí —dijo Saqri—. Los demás sureños están desperdigados por las colinas. No regresarán pronto.
Briony no se atrevía a hablar. El destino de su padre quedaría en manos de las hadas. Pensó en varios planes descabellados para buscarlo por su cuenta, pero no podía dejar que Eneas y sus soldados liberasen su hogar sin ella. Tuvo que resignarse.
—Pero cuando vean cuán pocos somos, los xixianos que se ocultan en las colinas regresarán —le dijo Eneas a Saqri—. ¿Qué haremos entonces?
—Cruzaréis la bahía y quedaréis fuera de su alcance —le aseguró la reina—. Nuestros aliados se encargarán de eso…
—¿Aliados? —preguntó Eneas—. ¿Qué aliados?
Briony habría preferido quedar ciega antes que permitir que la mujer qar le viera reprimir lágrimas de furia, pero cuando se disponía a abandonar esa necia y malhadada reunión, la distrajo una figura alta que se dirigía a la fogata desde las tiendas qar. Al principio pensó que era un qar, por sus rígidos movimientos, pero luego notó que era humana.
Su pelo parecía tener el color del fuego.
Qué extraño, pensó, tan parecido a Barrick…
Lo comprendió, pasmada, cuando su hermano pasó junto a ella y se dirigió a la reina de las hadas. Barrick usaba ropa holgada, camisa y pantalones blancos, apenas más oscuros que su tez, que parecía más pálida de lo que ella recordaba, y era una cabeza más alto que la última vez que lo había visto. Era su hermano, sin duda.
—¡Saqri! —gritó él al acercarse a la reina—. ¡Saqri, ahora lo entiendo! —Notó que los demás lo miraban, pero aún no había visto a Briony, e hizo un gesto que ella no reconoció—. Perdón. —De nuevo encaró a la reina—. ¡Qinnitan! La muchacha llamada Qinnitan. Se encuentra aquí. Se encuentra aquí, y creo que está bajo el castillo. La olvidé mucho tiempo… ¿Cómo es posible? ¿Cómo pude olvidar a alguien tan importante?
Antes de que Saqri pudiera responder, Briony se abrió paso entre los qar y se plantó frente a él.
—¿Barrick? ¿De veras eres tú? —Lo era. No había error posible. Se arrojó hacia él, extendiendo los brazos—. ¡Barrick!
Para su asombro, él no reaccionó; era como si hubiera abrazado a un oráculo de piedra en un templo.
—¿Quién es ella? —preguntó Barrick, retrocediendo y rechazando el abrazo.
Ella lo miró pasmada. Sin duda era la cara que había mirado toda su vida como si fuera un espejo. Su hermano, su mellizo.
—¡Barrick, soy yo, Briony! ¡Tu hermana! ¿No me reconoces? —Estaba azorada. ¿Tanto había cambiado ella?
Barrick parpadeó, pero no era lo que ella esperaba. Vio un destello de recuerdo, pero también desconfianza y enfado.
—Ah. Por supuesto… Briony. ¿Cómo estás, hermana? Ha pasado mucho tiempo.
—¿Cómo estoy? —Ella retrocedió como si la hubiera abofeteado—. Barrick Eddon, ¿qué te ha pasado? ¿Por qué me tratas así? He temido por ti cada día desde que nos separamos. ¿O acaso nunca pensaste en mí?
En vez de responder, él se volvió hacia la reina de las hadas con una mirada de impotencia, como pidiendo ayuda.
—Han sucedido muchas cosas desde que os visteis por última vez —dijo Saqri—. Sin duda tendrás mucho de que hablar con tu hermana cuando todo esto haya terminado, Barrick Eddon. Pero ahora no hay tiempo.
Barrick asintió como si eso resumiera perfectamente la situación.
—Te deseo suerte, Briony —dijo, y saludó a Eneas con un cabeceo—. Y también a nuestros otros aliados mortales. Saqri, debo hablar contigo cuando regreses. Siento la presencia de Qinnitan. Está aquí, estoy seguro de que el autarca la tiene.
Hizo una pausa como para decir algo más, pero dio media vuelta y regresó por la playa al campamento qar.
Briony lo siguió con la mirada, sintiendo tanto dolor como si hubiera tragado un puñado de piedras congeladas. En unos instantes su hermano desapareció en la oscuridad.