20: Palabras de la tierra abrasada

20

Palabras de la tierra abrasada

El gran dios Perin abatió a Khors Señor de la Luna, que había vejado a su hija, después de que Khors matara a Volios, dios de la guerra. Con la muerte de estos dos grandes dioses, la lucha finalizó.

El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos

Briony encontró al príncipe Eneas en su tienda, desnudo hasta la cintura mientras un barbero le vendaba las heridas.

—¡Estáis herido! —exclamó. El vientre liso del príncipe estaba lleno de cortes que no paraban de sangrar.

Él meneó la cabeza.

—No es nada. Me caí del caballo y me arrastró… Éstas son cicatrices causadas por mi propia cota de malla. —Eneas no había usado la armadura durante la incursión, prefiriendo una protección más liviana y flexible.

Briony sabía que caerse del caballo en medio de una batalla no era una pequeñez, pero también sabía que Eneas prefería no dar importancia a sus heridas.

—¿Y vuestros soldados?

—Tuvimos algunos heridos, pero no perdimos ni un solo hombre. Es un gran alivio veros, Briony. Casi no me atrevo a preguntar… ¿Encontrasteis a vuestro padre?

Ella le contó lo más esencial, pues muchas cosas que se habían dicho Olin y ella eran sólo para los oídos de la familia. El príncipe escuchó atentamente.

—Es espléndido que lo hayáis encontrado, y que su espíritu aún permanezca fuerte —dijo cuando ella concluyó—. Espléndido. ¿Qué ha dicho sobre el solsticio de verano? ¿El autarca cree tanto en sus supersticiones como para arriesgarse a un ataque, cuando el asedio surtiría el mismo efecto en pocas semanas?

—Mi padre lo oyó del autarca mismo. ¡Todos dicen que Sulepis está loco!

Eneas frunció el ceño.

—Supongo que sí. Pero eso nos deja poco tiempo. ¿Habéis descansado?

—Estoy bien, sí. —El explorador la había llevado al campamento poco antes del ocaso, y Briony había caído en un sueño oscuro y profundo, así que ahora toda esa tarde, sobre todo la charla con su padre, parecía un sueño—. ¿Qué haremos? —preguntó—. Tenemos muy poco tiempo, y vi el campamento xixiano… ¡Son muchísimos! Casi diez mil hombres acampados en tierra firme, y más de la mitad son combatientes. Y por lo que he oído, muchos más ya han bajado a los túneles. Creo que planean atacar el castillo desde abajo, a través de Cavernal.

—¿Cavernal…? —Él la miró un instante sin comprender, y luego asintió—. Ah, si. El enclave kalikán. He oído hablar de él… El fabuloso techo, ¿verdad? Vuestro padre debe tener razón. No podría haber otro motivo para que el autarca tenga tanta prisa. Hendon Tolly apenas presenta resistencia y las naves del autarca dominan la bahía. El castillo se rendiría en pocos días si los xixianos siguieran bombardeando las murallas con sus cañones.

Briony se irritó.

—Tolly es un monstruo, pero en Marca Sur todavía hay hombres, y también mujeres, que no se rendirán tan fácilmente.

—Os creo, princesa. —Eneas sonrió, pero era un gesto de aprobación, no de burla—. He visto de qué madera esta hecha la familia real, así que no tengo por qué dudar de los súbditos. Aun así, no podemos tomar decisiones hasta mañana, a lo sumo. Entonces los primeros espías que hemos enviado al campamento nos darán informes sobre las fuerzas del autarca, y quizá sobre sus planes…

—¡No! —Briony notó que había gritado: todos los que estaban en la tienda la miraban—. Es decir… mi padre… no quiero esperar para liberarlo. He pensado en un modo de hacerlo, pero si esperamos más quizá lo lleven a un lugar donde estará fuera de nuestro alcance.

Briony tardó un momento en comprender que el príncipe la miraba extrañamente, al igual que su lugarteniente y varios otros.

—¿Acaso no lo sabéis? —preguntó.

—¿No sé qué? —Pero ya tenía la sensación vertiginosa de que el suelo se derrumbaba bajo sus pies—. ¡Decídmelo!

Eneas suspiró.

—Ya han trasladado a vuestro padre —dijo—. Nuestros espías dicen que una partida de más de cien hombres escoltó a un prisionero hasta los túneles de las colinas rocosas que bordean la bahía. —Le ofreció la mano, pero Briony retrocedió—. Lo lamento, princesa, pero era vuestro padre, el rey Olin. Ya no está a nuestro alcance, al menos por el momento.

Las lágrimas que había contenido desde la noche anterior de pronto le llenaron los ojos; Briony sabía que no podía reprimirlas. Se giró bruscamente y salió de la tienda, buscando un lugar donde Eneas y los demás no pudieran oírle mientras rompía a llorar.

* * *

—No servirá de nada discutir con ella —advirtió Saqri, pero Barrick estaba harto de que los qar le dijeran que hacer y qué pensar. Siguió con la mirada a Yasammez y su séquito de guardias mientras regresaban hacia la caverna donde acampaban.

La temible dama oscura ya había entrado en su tienda cuando él llegó. El elemental que custodiaba la entrada no quiso dejarlo pasar, pero Barrick no prestó atención a las amenazas silenciosas que la criatura proyectaba en su mente. La Flor de Fuego sugería que él ocupaba una posición importante entre esa gente y estaba dispuesto a usarla. La luz profunda del elemental vibró con más brillo a través de las aberturas de su atuendo, pero Barrick no estaba dispuesto a dejarse tratar como un sirviente. Quizá fuera un tonto, incluso un mortal tonto, pero había sobrevivido a penurias imposibles para estar allí. Yasammez no se le escabulliría tan fácilmente.

Al fin la luz menguó. El elemental le cedió el paso, aunque lanzó un último resplandor de protesta cuando Barrick entraba.

Yasammez estaba sola en la tienda, sin consejeros ni guardias.

Barrick se preguntó si eso significaba que confiaba en él o simplemente que no lo consideraba una amenaza. La colérica confianza que lo había impulsado a ir a verla empezó a disiparse en cuanto la vio sentada, quieta como una piedra, con las piernas cruzadas y las manos sobre las rodillas.

—¿Qué quieres, pequeña jarra de sangre? —preguntó Yasammez.

Se había habituado tanto a sus nuevos modos de oír y de ver que no supo si ella había hablado en voz alta, pero al cabo de un instante sintió una leve reverberación en el aire. Decidió que usaría la voz, como había hecho ella. Quizá ella creyera que podía enfurecerlo al hablarle como si fuera un mortal cualquiera. En tal caso, no sabía que Barrick Eddon había cambiado.

—Deseo hablar contigo, tía abuela.

—No soy tu tía abuela. La sangre que hay en ti no te da ningún derecho sobre mí, así como tener un anillo de sello no te haría apropiado para impartir órdenes en nombre del rey. Esa sangre (la sangre sagrada de nuestra familia, un don de nuestro dios patrón) fue robada.

Ahora él estaba furioso de veras, pero se contuvo.

—No me hables de anillos de sello ni de realeza, señora Yasammez. Mi familia no será tan antigua como la tuya, al menos nuestro trono no lo es, pero sé mucho sobre los derechos de los reyes y las reinas. Esos derechos tienen un precio, y parte de ese precio consiste en hacer lo que es mejor para el pueblo. ¿De veras crees que negarte a pelear por Marca Sur es lo mejor para tu gente?

Ella ladeó la cabeza como una garza mirando a un pez.

—¡Ja! Recibo lecciones de un renacuajo de primavera, recién desovado y todavía húmedo del estanque. —Mostró los dientes, pero no era una sonrisa—. He dicho la verdad a mi pueblo. Es demasiado tarde para ganar por la fuerza de las armas. Mejor aceptar lo que está escrito, correr y quizá vivir un poco más o quedarse y reconocer que ha llegado la hora final de la Larga Derrota.

—¿Entonces desistes? —Él le clavó los ojos y las voces de su cabeza murmuraron mil cosas, una tormenta de confusión, secretos, viejas leyendas, historias medio olvidadas, episodios de batalla, todo con la forma negra y sombría de la dama Puerco Espín en el centro, como la bruja de un cuento infantil—. No, no lo creo. Tú nunca te rindes. Todos saben que lucharías por tu gente hasta la última gota de sangre. ¿Por que les aconsejas hacer lo que tú nunca harías? ¿Qué es lo que no entiendo, Yasammez?

Ella estiró los labios en una sonrisa lobuna, como si estuviera a punto de morderle la garganta.

—Eres un mortal muy fastidioso, Barrick Eddon. ¿Por qué estás tan seguro de ti mismo? ¡Mírate! Eres un espantajo, armado con los restos de otra gente; la sangre inmortal de tus superiores corre en tus venas, has sido hechizado por Soñadores seniles y dotado con la Flor de Fuego, aunque no puedas entenderlo. ¿Por que debo concederte la cortesía de una audiencia? ¿Por que debo, siquiera tratar con un niño que ha tomado de los demás todo aquello que lo hace excepcional?

Tenía razón, y por eso era importante que Barrick no perdiera los estribos. La pregunta que ella hacía era engañosa, porque contenía cierta verdad. No había motivos para que ella hablara con él, para que se molestara en defenderse.

—¿Entonces por qué lo haces? —preguntó—. ¿Por que hablas conmigo? —Barrick se acercó un paso. La fuerza de ella era palpable. Dentro de él la Flor de Fuego entonó un canto de aflicción, derrota y coraje—. Me recuerdas a alguien, Yasammez.

Ella enarcó una ceja.

—¿De veras? ¿A un mortal?

—No he conocido a muchos inmortales, salvo en los últimos días. —Sin que lo invitaran, él se sentó con las piernas cruzadas—. Sí, un mortal. Mi maestro, Shaso Dan-Heza. Era el mayor guerrero de su pueblo, según dicen, tal como lo eres tú. Pero él perdió su determinación.

La sonrisa predatoria volvió a aparecer.

—Yo no he perdido mi determinación.

—Eso pensaba Shaso, pero la había perdido. Verás, mi padre lo capturó y lo apartó de su gente. Y aunque nos daba lecciones, y con el tiempo llegó a ser maestro armero de Marca Sur, una parte de él nunca se fue de Tuan, nunca se fue de Xand… nunca abandonó los viejos tiempos.

—¿Crees que estoy atrapada en el pasado? ¿Ésa es tu profunda conclusión, oh sabio príncipe?

—Creo que estás tan mutilada como él… por la distancia. En Shaso, era la distancia respecto de Tuan, que para él siempre fue más real que Marca Sur, aunque nunca regresó. En ti, sospecho que es la distancia entre el entonces y el ahora, entre una época que para ti tenía sentido y estos extraños días modernos, pues para combatir un mal mayor debes aliarte con los que consideras traidores y enemigos: con los mortales.

—Hago lo que es mejor para el Pueblo —dijo la dama oscura, pero había perdido parte de su compostura—. Tú podrías llevar la Flor de Fuego durante siglos, y aun así no serías digno de juzgarme.

—Entonces dime… Cuando Ynnir te ofreció el Pacto del Cristal, ¿qué dijiste? —La Flor de Fuego ya le había dado la respuesta en alas de un recuerdo murmurante.

Yasammez volvió a ladear la cabeza. Se decía que el halcón era el símbolo de los autarcas de Xis. Bien, aquí había una verdadera ave de presa, implacable y de ojos brillantes.

—Le dije que no debíamos permitir que los enemigos del Pueblo apresurasen la Larga Derrota. Que ya no teníamos opción, y debíamos luchar o rendirnos.

—Pero ahora prácticamente exiges que nos rindamos. ¡La reina Saqri ha regresado! El autarca se propone despertar a los dioses. Hasta tú dijiste que sería desastroso para todos. ¿Por qué no luchas, Yasammez?

Él sintió el contacto de los brumosos zarcillos de su pensamiento mientras ella reflexionaba en silencio.

—No lucharé porque ya no tiene sentido —dijo al fin—. El final de la Larga Derrota ha llegado; ahora lo veo. El Pueblo… mi pueblo —y lo miró con tal fiereza que él casi sintió que se le chamuscaban las pestañas— ha hecho todo lo que podía. Con sólo un puñado de efectivos hemos derrotado a vuestros numerosos ejércitos. Pero el rey de Xis tiene cien veces más guerreros, y sacerdotes y magos cuya obra aún no hemos visto. Es imposible vencer a semejante fuerza.

—¿Entonces dejarás que los mortales de Marca Sur (no sólo mi pueblo, sino también los caverneros) luchen y mueran mientras tu ejército se queda sin hacer nada? ¿Así quieres escribir las últimas páginas de la Larga Derrota? ¿Con cobardía y crueldad?

—Galanura no es lo mismo que cobardía, hijo de los hombres.

—¡Entonces deja que tu pueblo luche, si lo desea! Puedes mirar con galanura mientras los demás fingimos que tenemos una oportunidad. —Ahora estaba furioso, y las abismales diferencias de edad y experiencia que los separaban de pronto carecían de importancia—. Saqri vino aquí a pelear a tu lado. No creo que haya venido para cruzarse de brazos mientras los demás eran masacrados.

Yasammez cobró otro aspecto, el de un animal herido que aún podía contraatacar. No miraba a Barrick, pero él podía sentir su furia intensa y glacial. Cuando ella se puso de pie y hurgó en el peto de su armadura, él alzó la mano, temiendo que le arrojara una daga. En cambio, ella extrajo algo que pendía de una cadena negra, una luz de destello rojizo como hierro fundido, y se lo ofreció. Sus pensamientos eran como una nube de tormenta, pero aunque él sentía su rabia y desesperación, la mayor parte estaba oculta para él. Allí también acechaba otra cosa, algo profundo y aterrador, pero él no lograba distinguir qué era.

—Toma el Sello de Guerra —dijo ella—. Tómalo y dáselo a Saqri. Guárdalo tú mismo, si quieres. No me importa. Ya no estoy en condiciones de juzgar, así que ya no estoy en condiciones de mandar.

Él miró ese brillo oscilante.

—Pero…

—¡Tómalo!

Así lo hizo, acercándose con cautela, como si ella fuera una serpiente venenosa. Ella le clavó los ojos mientras le apoyaba la pesada gema en la mano, y él habría jurado que veía odio en esos ojos, aunque no sabía bien por qué.

—¿Porque soy mortal? ¿Porque mi familia robó la Flor de Fuego?

Ella le entendió.

—Por todo eso y más. Lucha si quieres. Sólo conseguirás que el final sea más difícil. Y aunque el cosmos se trastoque y obtengas la victoria, el Pueblo aún está condenado. La Flor de Fuego no tendrá más portadores: el linaje real de los qar ha muerto y sólo queda Saqri. Así que anda, pequeño mortal, y cuenta a los demás que provocaste a la dama Puerco Espín y sobreviviste. Será una bonita historia para pasar las horas hasta que la muerte nos lleve a todos.

Tan apasionadas eran sus palabras, tan feroz era su mirada, que Barrick se quedó atónito. Dio media vuelta, con el Sello de Guerra en el puño, y salió de la tienda.

* * *

Briony no cometería la imprudencia de alejarse del campamento, pero no podía pasarse el día sentada, como Eneas y sus Perros del Templo. Sentía demasiada furia, demasiada frustración. Tenía que moverse.

Encontró una colina que dominaba el campamento y estaba a la vista de los centinelas, y se dispuso a escalarla. Era un día gris, pero se veían retazos de cielo soleado, y el difícil ascenso sirvió para distraerla. Cuando llegó a la cima, hacia el mediodía, se sintió mejor. Pero no se atrevía a pensar demasiado en su padre. ¡Haber estado tan cerca de él después de tanto tiempo, y luego perderlo de nuevo!

El príncipe Eneas y sus capitánes planeaban rápidas incursiones para hostigar a las tropas de Sulepis que estaban en tierra firme, y para impedir que llegaran provisiones al ejército del autarca. Esto no serviría de mucho mientras el autarca aún controlara la bahía de Brenn, pero al menos el autarca sabría que tenía enemigos no sólo delante sino también detrás.

Pero aunque Briony no esperaba que el príncipe sianés y sus tropas hicieran algo más, no podía dejar de pensar en su padre cautivo. ¿Por qué lo llevarían a esos túneles? ¿Qué locura planeaba el rey sureño?

Su padre le había dicho que sus malos sentimientos regresaban cuando él se aproximaba al castillo. Quizá eso tuviera algo que ver con el motivo por el que el autarca lo había llevado allí. ¿Y los dioses? Su padre también había mencionado a los dioses, y la noche del solsticio de verano, que estaba a menos de una decena.

Si hubiera tenido más tiempo para hablar con él… Si pudiera verlo de nuevo, abrazarlo de nuevo… Volvió a llorar.

Briony sacó el amuleto de Lisiya y lo hizo girar en su mano, tratando de hallar cierta paz. Tantas preguntas, y ninguna tendría una respuesta inmediata. Entre tanto, el sol se deslizaba por el cielo, entrando y saliendo de las nubes, en su inexorable paso hacia el solsticio.

* * *

A pesar de su excursión, esa noche permaneció despierta largo tiempo, escuchando a los soldados que hablaban, cantaban y jugaban a los dados. Los exploradores que el autarca había enviado en busca de los atacantes habían regresado a su campamento, así que los hombres disfrutaban de su relativa tranquilidad.

Briony aferraba el amuleto en el puño. Por favor, querida Lisiya, rezó, ayúdame a dormir. ¡Enloqueceré si no duermo esta noche! Pero cuando al fin llegó el sueño en plena noche, Briony no lo reconoció de inmediato como tal.

* * *

Caminaba por lo que antaño había sido un bosque profundo, verde y silencioso… pero eso había sido antes del incendio. Ahora era un yermo calcinado, salpicado con los restos ennegrecidos de árboles en pie y caídos, con hierbas y arbustos achicharrados, la tierra misma chamuscada. Costaba saber qué hora del día era, pues el manto de humo desdibujaba el cielo gris y caliente. Aún se elevaban volutas del suelo, como si las llamas hubieran dejado de arder sólo un rato antes.

Mientras avanzaba entre esos restos quemados, notó que aún se apretaba el amuleto de Lisiya contra el pecho.

Briony encontró a la semidiosa al pie de lo que había sido un gran roble, pero ahora sólo era una torturada escultura de carbón. Lisiya estaba apoyada en un cayado, frágil y gris como una pelusa de diente de león. Parecía más menuda que antes, como si los tórridos vientos la hubieran despojado de toda su humedad, dejando sólo piel y huesos.

—Alguien está furioso conmigo —dijo con una sonrisa fatigada.

—¿Quién hizo esto? —preguntó Briony. La semidiosa parecía tan frágil que no se animaba a acercarse.

—No puedo decirlo. Me están vigilando. —Lisiya alzó una mano ganchuda—. El cielo escucha.

—¿Esto es por mi culpa? —preguntó Briony, cayendo de rodillas en la tierra abrasada—. ¿Porque me ayudaste?

—Posiblemente. —Lisiya se encogió de hombros. La semidiosa antes parecía inagotable, pero ahora se movía como si temiera que el menor esfuerzo partiera sus huesos quebradizos—. De nada sirve especular, niña. Los dioses están dormidos, así que es difícil entenderles, incluso reconocerlos…

Briony no comprendía.

—¿Puedo hacer algo para ayudarte?

El espectro de una sonrisa cruzó la cara enjuta y arrugada.

—Escucha, te diré lo que pueda. Pero estoy limitada. —Bajó los hombros, y luego volvió a erguirse sobre el cayado—. Llega la hora. Será pronto. La hora en que el mundo que conocemos terminará.

—Pero… ¿quieres decir que es demasiado tarde?

—Es demasiado tarde para lograr que las cosas vuelvan a ser como eran. Es demasiado tarde para el mundo anterior. En cuanto al mundo que vendrá… aún puedes influir sobre eso.

—¿Influir? ¿Cómo?

—No soy yo quien debe decirlo. Pero te queda poco tiempo.

—¿Te refieres al solsticio de verano? Mi padre dijo…

—Los hombres lo llaman solsticio de verano, pero aquí, en el lugar de los dioses y sus sueños, indica el momento en que el sol empieza a morir. Y cada año desde el principio del tiempo, desde que Rud la Estrella Diurna ascendió por primera vez al firmamento, recrudece la lucha. Los mortales celebran el solsticio de verano como si fuera una victoria, pero siempre ha sido lo contrario: el momento en que el sol y la luz empiezan a perder la batalla. Es un día funesto. —Sacudió la cabeza.

—¿Qué podemos hacer? ¡Ya falta poco!

La cara huesuda de Lisiya mostró su frustración.

—¡No lo sé! Yo soy sólo una criatura insignificante, una sirvienta, una mandada… y esto me supera. Pero yo te llamé, o tú me llamaste, así que debe haber algo que pueda darte, alguna palabra…

La anciana cerró los ojos, y Briony se preguntó qué sucedía. Lisiya parecía tan cansada que apenas podía respirar, y se mecía como una brizna de hierba. Al fin abrió los ojos.

—Ónfalo —musitó la semidiosa—. Busca el ónfalo, que une el pasado con el vientre y el vientre con el futuro… que es el centro del universo.

—¿Qué significa eso?

Lisiya movió la mano.

—¡Te he dicho lo que puedo! —vociferó—. Mis palabras ya han llamado la atención.

—Pero no entiendo…

—Debes entender, porque yo no puedo hacer otra… —Se interrumpió cuando una luz roja centelleó en el cielo, reluciendo como sangre contra el humo gris—. Vete. Yo no puedo hacer nada más. Adiós, Briony Eddon. Si sobrevives, constrúyeme un altar.

Briony trató de hacerle otra pregunta, pero el trueno sacudía los árboles quemados y el suelo chamuscado, y la dura luz roja crecía a ojos vista.

Fuego, comprendió Briony. ¡El fuego regresa!

Y luego el cielo estalló con una explosión escarlata, sangrienta y cegadora, tan brillante y caliente que Briony gritó de terror y se despertó jadeando en su tienda del campamento sianés, con el puño apretado contra el pecho. Al abrir la mano, vio que el amuleto estaba negro y encogido, como si lo hubieran quemado.

* * *

Barrick no dijo una palabra mientras caminaba hacia la tienda de Saqri. Cientos de ojos lo miraron cruzar la gran caverna, y todos debían haber visto la piedra roja que le colgaba de la mano. Otros, más familiarizados con los mortales, debían haber reconocido su expresión de sorpresa y desconcierto.

Me lo dio a mí, pensaba asombrado. Le dije a la mujer más antigua y más fuerte del mundo que estaba equivocada, y me entregó el mando de los ejércitos qar.

¿Pero todo era tan sencillo? Esa conversación todavía lo perturbaba, aunque por el momento estaba demasiado aturdido para reflexionar.

Los guardias no intentaron detenerlo cuando entró en la tienda de Saqri. Ella estaba conversando en silencio con dos criaturas que él no reconoció. Se sorprendió al ver lo que él traía en la mano.

—Sentí a Yasammez. Pero no sabía lo que sentía —dijo—. ¿Eso es para ti o para mí?

Barrick rió. Ni siquiera se le había ocurrido conservarlo. No entendía lo suficiente. Quizá nunca entendiera lo suficiente.

—Para ti. Y luego debes decidir qué hará tu pueblo.

—Lucharemos, desde luego —dijo ella, cogiendo la gema con sus dedos delgados—. Torcido fue el abuelo más largo de mi abuelo, como decimos nosotros; el padre de la Flor de Fuego. No podemos permitir que sea usado por este rey loco. Si la Larga Derrota termina por destruirnos, la mayoría de nosotros la aceptaremos, pues nadie querría vivir en un mundo que carece de la belleza del accidente. —Miró la gema un instante, y luego alzó la cadena sobre su cabello oscuro y dejó caer el Sello de Guerra sobre su peto blanco—. Llámalos desde sus campamentos: los hijos del agua, los hijos del aire, y todos los integrantes del Pueblo que siguen el Sello de Guerra. Diles que ahora tomaremos decisiones definitivas. Ha llegado el final de la Guerra de los Dioses.

* * *

Y así los qar y sus antiguos aliados, techeros y acuanos, acudieron desde los lugares donde aguardaban y se reunieron cerca del templo cavernero, en un recinto ancho de techo bajo lleno de columnas de piedra caliza. Saqri se sentó junto a un pequeño estanque en medio de la caverna y los demás se alinearon alrededor como los caballeros de la famosa corte de Lander, sólo que no estaban reunidos alrededor de una mesa sino de un espejo líquido que reflejaba la luz de sus antorchas y faroles. La gente de Murciélago del Campanario formaba líneas diminutas cerca de Saqri, y Turley y sus acuanos junto a ellos. Los cabecillas de los qar se sentaron alrededor del resto del estanque, con su gente agolpada detrás. También estaba Aesi’uah, la jefa de los eremitas, la mujer de los ojos oscuros. Sólo Yasammez estaba ausente. A Barrick le resultaba extraño pensar en la dama Puerco Espín errando a solas y amargada en esos recintos subterráneos, pero creía entenderla. Nunca claudicaba, pero esta vez lo había hecho, y no querría observar cómo se tomaban decisiones sin ella.

—¡Una vez fuimos un solo pueblo! —La voz de Saqri vibraba con la dureza y la dulzura de la campana de un templo—. Una vez fuimos una sola canción. Ahora somos docenas de melodías, pero hoy nos unimos para que nuestras canciones armonicen una vez más. Los hijos de la Tierra Negra (los caverneros, como los llaman aquí) nos han precedido en la lucha contra el enemigo, pero para nosotros son drows y siempre han pertenecido a nuestra familia, aunque estemos distanciados. Los acuanos están con nosotros. Nosotros los llamamos hijos del océano, y a lo largo de los siglos han permanecido libres como el océano, aunque algunos trataron de que se sometieran a un monarca u otro. Nos enorgullece que regresen para luchar junto a nosotros.

»Y los hijos del trueno, que son los más pequeños de todos, excepto en el coraje. Sus parientes, los gurruminos, viven en las tierras de las sombras, algunos en zonas agrestes, otros en las ciudades. Quizá un día os reunáis también con ellos. Quizá no. Nada es fácil de ver o entender cuando estamos tan cerca del colapso de las cosas.

»Y también lucharemos junto a los humanos, los que otrora llamábamos «simios de piedra», antes de aprender a respetar su fuerza y a temer su intolerancia. Sin ellos, hoy no estaría viva. Barrick Eddon, heredero del trono de este castillo, me devolvió la esencia de mi vida, y también nos acompaña en esta lucha. Si existe alguna duda sobre los días que viviremos, se aclarará cuando os diga que la Flor de Fuego ahora florece en sus venas. Sí, pensad en ello: mi esposo el rey ha muerto, pero su esencia, y la de sus predecesores, está viva en la sangre de un mortal.

Hubo cuchicheos entre los qar, y muchos se volvieron para mirar a Barrick, con ojos de casi todas las formas y tamaños imaginables.

—Los mortales también luchan junto a los caverneros debajo de nosotros —continuó Saqri—, y miles más han luchado y muerto en el castillo, protegiendo al dios que nos salvó a todos, aunque no sabían lo que hacían ni qué significaba. No obstante, todas las deudas se saldarán con esta última batalla. Triunfemos o fracasemos, vivamos o muramos, nuestra invasión de las tierras de los mortales ha concluido.

En alguna parte Yasammez oyó eso, y Barrick se tambaleó al detectar su fuerte arrebato de furia y aflicción, la sensación de ser obligada a la deshonra.

—Ahora debemos planificar —dijo Saqri—. El rito que el autarca quiere celebrar en la Última Hora del Ancestro debe realizarse en el solsticio de verano, y sólo faltan unos días. Si podemos ayudar a los caverneros a retrasarlo, él perderá su oportunidad, y luego tendrá que retener sus conquistas durante un año antes de intentarlo de nuevo. Cualquier cosa puede ocurrir en ese periodo. No nos equivoquemos: su ejército es numeroso y aguerrido, y si es necesario él sacrificará hasta al último hombre para alcanzar su objetivo, porque una vez que domine los poderes del cielo ya no necesitará un ejército. Será invencible.

Sólo días, pensó Barrick, mirando la caverna. Aun contando los que eran invisibles en las sombras, sólo tenían unos centenares de combatientes y poco más de un millar de qar en total. Aesi’uah les había dicho que los caverneros sumaban unos dos mil, pero probablemente fueran muchos menos.

—Haremos valer nuestro escaso número —dijo Saqri, como si hubiera oído sus pensamientos—. Pero no aquí abajo, no al principio. Para que nos teman los hombres de la superficie, debemos atacar al descampado. Los sureños están habituados a ver a sus soldados entrando en los túneles. No estarán preparados para lo que salga de ellos.

—¿A qué os referís, señora? —preguntó el viejo Turley, arrugando su cara lampiña con asombro—. Los xixianos están penetrando en la tierra como gusanos.

—Sí —dijo Saqri—. Pero más de la mitad de sus soldados, sus pertrechos y sus naves permanecen en la superficie. Así que no iremos hacia abajo, sino hacia arriba.

Barrick pensó que la idea era estrafalaria. ¡No podían perder tiempo luchando en las playas de la bahía! ¿Y qué esperanza tenían? ¿Unos cientos de hadas, pescadores, y criaturas del tamaño de ratones? El frío acero de los xixianos, o la llegada del solsticio de verano, los destruiría a todos. Lo encaró con frío distanciamiento. El plan de Saqri parecía descabellado.

Y lo verás todo, suspiró una voz en su interior, elevándose de sus pensamientos como una voluta de humo. Verás morir a muchos.

¿Ynnir? ¿Eres tú?

Sí, pero veo que me perderás de nuevo… La voz era apenas un susurro, como un sacerdote narrando una historia de humillación, una historia cuyo sentido se había oscurecido tiempo atrás. Me temo que estás a punto de perderlo todo, hombre niño. Todo…

* * *

Cuando regresó a su tienda, Barrick descubrió que alguien le había preparado una bonita armadura qar, hecha con lamas grises y perladas que nunca había visto, y un alto yelmo cuya cresta tenía forma de hojas de laurel. La armadura no era nueva (tenía muchas raspaduras que no habían sido pulidas) y por el zumbido de su cabeza notó que las voces de la Flor de Fuego la reconocían. Aun así, en ese momento Ynnir o algún otro factor se interponía entre Barrick y los pensamientos de la Flor de Fuego, así que los únicos recuerdos que le despertó eran lejanos y borrosos.

Era una armadura exquisita y sabía que la necesitaría, pero algo en ese regalo escapaba a su entendimiento y eso lo perturbaba.