16
Una jaula para un rey
Con la ayuda subrepticia de Erivor, llegaron a una aldea costera llamada Tessideme, en el nevado extremo norte del gran Strivothos.
El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos
—No podéis hacerlo, princesa Briony. —Eneas caminaba de un lado a otro. Quizá fuera más fácil que mirarla a ella—. No puedo permitir que arriesguéis la vida en semejante locura: sería un crimen contra vuestro pueblo. Lo lamento, pero os debo prohibir que vayáis en busca del rey Olin.
—Y yo también lo lamento —respondió ella—, pero sois vos quien no entiende, alteza. No podéis prohibírmelo. Pienso hacerlo. Hace un año que no hablo con mi padre. Correré cualquier riesgo con tal de verle.
—¡No! —exclamó él, ofuscado—. ¡No lo permitiré!
—¿Y cómo me detendréis, querido amigo? —replicó ella con calma. No quería que él pensara que se trataba de una debilidad femenina—. ¿Me encarcelaréis? ¿Obligaréis a vuestros hombres a escuchar cómo grito día y noche que me habéis traicionado?
—¿Qué? —Eneas la miró de arriba abajo, sin caber en si del asombro—. No haríais semejante cosa. —No parecía muy seguro.
—Claro que lo haría. Sé que es peligroso, pero debo ir en su busca.
El príncipe se sentó frente a ella. Se veía tan abatido que a ella le costó no tomarle la mano. Eneas era bueno, muy bueno, pero, como la mayoría de los hombres, se creía responsable por el bienestar de toda mujer que respirase en sus cercanías.
—Habláis en serio, ¿verdad princesa? De veras os proponéis hacerlo.
—Así es.
Él respiró a través de los dientes y se quedó pensando, jugando con su anillo. Helkis, su capitán, permanecía cerca de la pared de la tienda, tratando de parecer impasible.
—Decís que os debo encarcelar o dejar ir —dijo al fin Eneas—. Pero hay otra posibilidad.
—¿Sí? —Ella trató de aparentar calma, pero no había previsto un tercer camino.
—Puedo ayudaros a no ser atrapada. Enviaré a algunos de mis mejores guerreros con vos…
—No —dijo ella con firmeza—. Eso no servirá de nada. No me abriré camino luchando, Eneas. Allá hay miles de soldados xixianos, pero también hay cientos de lugareños, habitantes de las Marcas, que entran y salen del campamento vendiendo comida, bebida y chucherías a los hombres del autarca. Y hay otras mujeres que visitan el campamento. Creo que todos sabemos lo que venden.
Eneas la miró con ojos desencajados.
—¿Estáis diciendo que os haréis pasar por… por una mujer… de ésas…?
—¿Por una puta? —Ella rió—. ¡Bendita Zoria, Eneas, miraos! ¿Pensabais que yo no conocía la palabra? No me haré pasar por nada en particular. Me vestiré con andrajos y que los demás saquen sus propias conclusiones.
—¡Pero vuestra seguridad…! —dijo él, pasmado.
Ella extendió la mano. Su cuchillo yisti ya estaba allí, como por arte de magia.
—Sé cuidarme… Shaso Dan-Heza me enseñó bien. Además, no hay otra manera. ¿Alguno de vuestros hombres habla xixiano?
Él miró con impotencia a Helkis.
—No, creo que no. Unas palabras, quizá…
—Yo tampoco, así que no podemos engañarlos de ese modo. Sería excesivo intentar que unos guerreros se hagan pasar por granjeros que venden cebollas. Sin soldados, Eneas. Iré sola. Pensaran que soy una lugareña y nadie sospechará nada.
—Como si eso garantizara vuestra seguridad. —Él la miró con dureza—. Creo que viajasteis demasiado tiempo con los actores, princesa. Os habéis enamorado de las leyendas y las fabulaciones. Pero recordad que esas obras están destinadas a entretener, no a instruir. En nuestro tiempo, el gran Hiliometes se habría comido al famoso toro, en vez de subirlo a cuestas a la montaña. —Frunció el ceño—. Muy bien, entonces todo lo que puedo ofreceros es una distracción. No arriesgaré la vida de mis hombres en un ataque masivo, pero en la carretera de Rueda de Molino hay una aldea desierta, al sureste del campamento del autarca, que sus hombres usan como puesto de vigilancia. Si atacamos con gran fuerza y nos retiramos, los distraeremos y os facilitaremos el ingreso en el campamento.
Briony comprendió cuán pronto Eneas había cambiado su enfoque, y de nuevo quedó impresionada. ¿Había un príncipe más listo en todo Eion?
—¿Haríais eso por mí?
—Haría mucho más, princesa —dijo él con seriedad—, si tan sólo me dejarais.
* * *
Mientras transcurría la tarde y Briony se preparaba, empezó a preguntarse si Eneas no tendría razón: ¿estaba demasiado enamorada de las viejas historias? ¿Se había tomado a pecho el ejemplo de Zoria y el de su antepasada Lily Eddon? Fuera de la tienda, los hombres se disponían a atacar el puesto de la carretera de Rueda de Molino, y a pesar de las buenas intenciones del príncipe era posible que no regresaran con vida. Le recordaba a un dicho favorito de su padre: «No sabes cuánto pesa una corona hasta que no la has usado». Sintió un aguijonazo al pensar en Olin. No sólo lo echaba de menos, sino que le parecía imposible estar a la altura de su ejemplo. ¿De veras quería arriesgar la vida de esos hombres para satisfacer la necesidad de ver a su padre?
Pero quizá no tenga otra oportunidad de verle de nuevo. Peor aún, ¿cómo me sentiré si ni siquiera intento salvarlo? ¿Cómo podría convivir con eso?
Aun así, siguió preocupada mientras se miraba en el espejo de mano que Feival le había regalado, acercándose a la vela. Se frotó la cara con tierra húmeda, una capa delgada para oscurecer y endurecer sus rasgos, pero más gruesa alrededor de los ojos y en los huecos de las mejillas, para verse más delgada. Tenía que parecer mayor y menos saludable si quería escapar de una inspección atenta. Aun aquí, en el campamento de los Perros del Templo, donde estaba protegida por el poder del príncipe, los hombres le clavaban los ojos cuando creían que no miraba, incluso sabiendo quién era ella. Una mujer en un campamento militar siempre llamaba la atención, a menos que fuera muy poco apetecible. Briony había pensado todo el día qué podía hacer para resultar menos atractiva, y tenía algunas ideas.
* * *
—Por los Tres, ¿qué tenéis en la cara? —Eneas retrocedió—. ¿Estáis herida?
Ella rió, aunque no se sentía muy alegre: al ver al príncipe en ropa de combate había recordado que no seria la única que correría riesgos.
—Es una herida hecha con barro y zumo de bayas. No temáis, no es sangre regia.
—Espero que sea la única herida que vea hoy —dijo él—. En vos o en cualquiera de ellos.
—Quizá hagamos sangrar a algunos xixianos —sugirió lord Helkis con una risotada—. O incluso a algunas hadas.
Eneas meneó la cabeza.
—No, no volveré a cometer ese error, Miron. Mientras no sepamos bien qué están haciendo los qar, los trataremos como si fueran habitantes de las Marcas, y no les haremos daño a menos que sea necesario.
Era un buen hombre. ¿Por qué no sentía algo más por él?
—Quizá los dioses permitan que vos y vuestros hombres regresen todos a salvo, príncipe Eneas —dijo Briony.
—¿Y que os ayudará a vos a regresar a salvo, Briony?
—Mi disfraz —dijo ella, señalándose la cara y restando importancia al asunto—. Y mi astucia.
—Ruego a los Tres Hermanos que así sea. —Él le cogió la mano de improviso, y se la llevó a los labios—. Cuidaos, princesa.
* * *
Cuanto más se acercaban al campamento del autarca, más se aterraba. Para colmo, el explorador que la guiaba por las colinas era un taciturno sianés del sur cuyo grueso dialecto apenas entendía.
¿Y si me capturan? No temo tanto por mí como por mi pueblo. Aunque también temía por ella, desde luego. La crueldad del autarca era legendaria. ¿Tengo derecho a arriesgar mi vida?
Pero ella no podía juzgar eso desde allí. Suponía que necesitaban el regreso de ella o de su padre, que el pueblo sería desdichado sin un Eddon en el trono de Marca Sur, pero quizá no fuera cierto. ¡Quizá fueran felices con Hendon Tolly!
Aun así, sufren un ataque, se recordó. No pueden ser felices con eso.
Cuando se acercaron a la cima de las colinas, los rugidos lejanos que había oído se intensificaron; Briony comprendió que no eran truenos en la nubosa distancia sino el fragor de los cañones del autarca, y esos cañones disparaban contra su hogar.
Ella y el explorador sianés seguían un sendero en la cresta de la colina cuando la arboleda bajó por la ladera y pudo ver la ancha y verde extensión de la bahía de Brenn por primera vez en meses, y la ciudad de tierra firme con un aspecto muy común, con rizos de humo gris sobre las chimeneas. A lo lejos, a través de la humareda y las nubes bajas, vio el castillo de Marca Sur.
Poco después vio que el humo no era de las chimeneas, sino de los cañones que el ejército del autarca había instalado en la muralla de tierra firme y en emplazamientos costeros. Las largas armas tronaban una y otra vez, una sucesión de estampidos sordos como redobles de tambor irregulares. La playa donde antes el terraplén unía el monte con la tierra firme era una masa hirviente de formas diminutas. Había tantos soldados que parecía que alguien hubiera pateado un hormiguero, pero Briony vio pocos indicios del campamento salvo las tiendas erigidas en las plazas públicas, y también arracimadas en los labrantíos que había entre la ciudad y las colinas. Sospechó que muchos más soldados del autarca se refugiaban en la ciudad, pero el número de tiendas ya era pasmoso.
¿Tantos son? Sintió pesadumbre en el corazón. Dulce Zoria, el sureño ha traído una nación entera a nuestras puertas. La imposible magnitud de esas fuerzas reunidas contra Marca Sur le causó malestar. Los pequeños reinos de la Marca no podrían derrotar a esa horda aunque su padre todavía estuviera en el trono y no hubieran perdido tantos hombres en el campo de Kolkan…
Luchando contra la desesperación, Briony envió al explorador de vuelta al campamento de Eneas y comenzó a bajar por la ladera.
* * *
El sol se había puesto y el aire se había enfriado cuando llegó a los alrededores del campamento. Observó desde un seto y vio que todavía había gente que entraba y salía por los improvisados caminos que habían construido las tropas, pero salían más de los que entraban. No tenía mucho tiempo si quería pasar inadvertida. Briony se juntó con un grupo de buhoneros a cien pasos del puesto de guardia, tratando de caminar como una mujer más vieja y más frágil, tal como Feival le había enseñado: la espalda y el cuello encorvados, cabizbaja, pasos pequeños y prudentes. El campamento era demasiado extenso para estar cercado, pero había a la vista cuatro o cinco puestos de centinelas, ocupados por soldados barbados con yelmo puntiagudo y armados con lanzas o sables curvos. Hizo lo posible para no apresurarse mientras pasaba frente a la mirada atenta de los guardias, inclinándose sobre el palo que usaba como bastón, conteniendo el aliento con temor de que la llamaran, pero nadie pareció prestarle atención.
Cuando se alejó de los centinelas, apresuró un poco el paso. Había tiendas por todas partes, y ahora olía a comida, aromas picantes que sólo había conocido en la casa de Effir Dan-Mozan. Mirando con disimulo, notó que los soldados eran de distintas razas, aunque la mayoría tenía tez oscura. Muchos usaban un uniforme de pantalones abolsados y arneses de cuero, pero vio otros trajes y también esas túnicas largas y holgadas que le recordaban a los tuaníes, coloridas combinaciones de bufandas con adornos de bronce que parecían ropas de bufón, e incluso un hombre alto y pálido ataviado de negro, con un perro blanco como insignia: salvo por su yelmo puntiagudo y su escudo con forma de diamante, podría haber sido marqueño.
El soldado pálido, que hablaba con un grupo de soldados xixianos más bajos y morenos, notó que Briony lo observaba y le clavó la vista. Ella agachó la cabeza y siguió andando, tan agitada que sólo se acordó de cojear después de los primeros pasos, pero cuando lo miró de reojo, él seguía hablando con los xixianos.
—Mal sujeto —dijo una voz a su lado, sobresaltándola tanto que casi tropezó—. Un perikalés luchando para el autarca, ¿te imaginas? ¿Y crees que tuvo la piedad de arrojarme un cangrejo de cobre? De ninguna manera, y encima me pateó. —Era una mujercilla encorvada que se calentaba las manos sobre una lámpara de aceite. Briony decidió no prestarle atención y seguir andando, pero la mujer alzó la voz para llamarla—. ¡Espera! No me frotaste la cabeza. Ni siquiera tienes que darme dinero. ¡La gente como nosotros tiene que permanecer unida! ¡Espera!
El instinto le aconsejaba apresurarse, pero ese soldado corpulento de cara pálida miraba de nuevo hacia ella, al igual que los xixianos. Briony se detuvo, se agachó con estudiada rigidez, fingiendo recoger algo del suelo.
—¿Por qué me gritas? —le preguntó a la mujer en voz baja.
—Porque no me frotaste la cabeza, querida. Veo que no eres xixiana, ¿verdad?
Briony no sabía que quería decir eso. Trataba de observar a los soldados con disimulo, pero ellos aún echaban una ojeada de cuando en cuando, aunque ahora se reían. Esperaba que sólo quisieran eso, divertirse un poco a costa de ella. Se acuclilló junto a la mujer como si se conocieran y estuvieran pasando el rato.
—¿Por qué? —preguntó—. ¿Qué querrían los xixianos contigo?
Por toda respuesta, la mujer se quitó la holgada capucha, revelando una cara pequeña y redonda que parecía de niño, pero no lo era.
—Les gusta tocarme la cabeza. Creen que los enanos traen buena suerte.
Briony quedó tan sorprendida que habló sin pensar.
—¡Eres una cavernera!
La mujercita quedó sorprendida.
—Vaya, si no supiera que no eres xixiana por tu modo de hablar, lo sabría ahora —dijo—. Habitualmente los forasteros conocen las viejas historias, pero no saben cómo somos. ¿Vivias en la ciudad, mi paloma?
—Sí… en un tiempo. —Briony se arriesgó a mirar. Los soldados seguían allí. Pensó en pasar de largo. Ya oscurecía, y pronto llegaría la hora de la plegaria del ocaso, el momento en que Eneas planeaba atacar el puesto de guardia.
—Es un Sabueso Blanco —le dijo la mujer—. Ese grandote de negro. Capturado y criado por el autarca desde niño. Él los cría y los adiestra como perros de caza. Se dice que son los soldados más crueles de todo el ejército.
Briony no quería saber nada del Sabueso Blanco ni de los soldados xixianos, y cuanto más se quedara allí, más peligro había de que ocurriera un percance.
—Tengo que irme —dijo, apoyándose en el bastón, haciendo lo posible por parecer una anciana de piernas doloridas.
—No eres de por aquí —dijo la cavernera—, y ahora que te veo de cerca, tampoco eres ninguna abuela. No sé a qué te dedicas, corazón, pero no merece la pena. Estos sureños son muy tacaños. Pueden exprimir un cisne de plata hasta que grazna. He estado aquí tres días, y lo único que conseguí es esto. —Dio la vuelta a una gorra con media docena de cobres—. ¿Ves? Son más cerrados que el culo de Perin.
A su pesar, Briony se rió de la blasfemia.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Me llaman Pequeña Molly.
—No es un nombre cavernero.
—No, no lo es. —Miró a Briony con atención—. ¿Cuál es el tuyo?
—Por rara casualidad, también me llaman Pequeña Molly.
Esta vez fue la mujercita quien rió.
—Bien, a partir de ahora tendrán que llamarte Gran Molly. Pero tendrás que encontrar otro lugar, querida. Ésta es mi zona. ¿Ves aquello? Es la taberna, y además juegan. Vienen, me arrojan un cobre y me frotan la cabeza para mantener los dados rodando.
Briony tuvo una idea.
—¿Puedes caminar?
—¡Tanto como tú! —replicó Pequeña Molly con indignación—. Aunque no tan rápido. Mis piernas son cortas y… y soy un poco coja.
—Entonces ven conmigo y te daré… —Pensó en lo que había llevado consigo—. Digamos cinco cobres. ¿Qué te parece?
La cavernera sospechó algo raro.
—¿Qué quieres de mí? ¿Y dónde conseguiste tanto dinero?
¡Tanto dinero! Briony quería llorar. Pequeña Molly, a pesar de su arrogancia, estaba flaca y pálida, como si hiciera tiempo que no comía bien.
—Eso no importa. Sólo ven conmigo. Estoy harta de tener esos soldados tan cerca.
La cavernera se puso en pie y caminaron juntas por el camino principal. La mujercita andaba con cautela, como si le mostrara a Briony en qué consistía tener piernas frágiles y débiles.
—Me las rompí cuando era pequeña y nunca sanaron bien —explicó—. Por eso todos me confunden con una enana.
—¿Qué más puedes decirme del campamento? —preguntó Briony—. ¿Todos los hombres están aquí o en medio de la ciudad de Marca Sur? ¿Cuánto hace que disparan contra el castillo?
—Una decena, más o menos. Pero llegaron aquí unos días antes de eso. —Miró en tomo, aunque en ese momento estaban bastante aisladas—. Dicen que el autarca se reunió en secreto con ese fulano, Tolly, cara a cara. Iban a llegar a un trato, pero no se concretó. Luego los cañones empezaron a disparar. —Se encogió de hombros—. ¿Ya sabes lo que querías saber? Necesito sentarme un rato.
—Siéntate, pues. —Briony se acuclilló junto a ella. Al otro lado de la bahía, las últimas luces alumbraban la punta de la torre Diente de Lobo como si fuera una vela—. He oído que el autarca tiene prisionero al rey Olin.
—Oh, todos lo hemos oído. No sé si es cierto. ¿Para qué? ¿Qué querrían los sureños con nuestro rey?
En efecto, pensó Briony, ¿qué querrían? ¿Ya qué está jugando Hendon Tolly? ¿Quiere pagar rescate por mi padre por algún motivo personal?
—¿Entonces no sabes dónde podría estar el rey si lo tuvieran?
Pequeña Molly la miró con dureza.
—Haces preguntas raras para ser una mendiga. ¿Dónde están mis cobres? ¡No diré nada hasta que me los des, nada de nada!
Briony sacó una moneda de plata de la cartera que llevaba escondida bajo su ropa harapienta.
—Aquí tienes. Eso vale al menos doce cangrejos. Ahora responde a la pregunta, por favor. ¿Dónde podría estar el rey Olin? —Oyó un trompetazo, una llamada a la plegaria vespertina o bien una señal de alerta, quizá la alarma por el ataque de Eneas. El tiempo se agotaba—. ¡Dímelo!
Pequeña Molly miró en torno con preocupada sorpresa; los soldados gritaban. Muchos corrían por el campamento, quizá para recoger armas que habían dejado en sus tiendas. Eneas había cumplido su palabra. Ahora todo dependía de ella.
—¡Qué sé yo! —gimió la mujercita—. ¿Quién eres? ¿Por qué quieres saber esas cosas?
—Si te lo dijera, no me creerías, Molly, pero te he dado lo que prometí. Ahora gánatelo. ¿Dónde encerrarían a un prisionero importante?
—¡No lo sé! Quizá la casa del alcalde, en la ciudad. He oído decir que allí tenían prisioneros, pero quizá eso fuera cuando estuvieron los duendes. Ah, y los xixianos han construido un gran corral en el prado de la ciudad… Todos piensan que es para animales. Oí hablar a los mercaderes que trajeron el metal… ¡Veinte carretas de barras de hierro para fabricarlo! ¿Te imaginas?
Briony se puso de pie.
—Guarda la plata, Pequeña Molly. Que Zoria te bendiga.
La atónita cavernera la siguió con la mirada.
* * *
El anochecer estaba lleno de soldados que corrían agitando antorchas, gritando alborotadamente. Rogó que Eneas y sus hombres hicieran lo que habían dicho, atacando sólo el tiempo suficiente para obligar a la guarnición a pedir refuerzos antes de que ellos huyeran por las colinas. Las tropas del autarca no los seguirían en la oscuridad, y con suerte sólo enviarían una fuerza mínima para buscarlos al día siguiente, suponiendo que se trataba de bandidos, o de un contraataque por sorpresa de Hendon Tolly.
¿Cuál sería el propósito del encuentro de Tolly con el autarca, si era algo más que un rumor? ¿El autarca habría exigido la rendición de la ciudad? Pero Hendon nunca se hubiera sometido personalmente a semejante humillación. ¿Habría tratado de pagar rescate por Olin por algún motivo personal? Briony sintió un escalofrío. ¿Y si el autarca ya no tenía a su padre? ¿Y si ahora estaba en manos de Hendon Tolly?
Briony había llegado a la calle del Mercado, donde terminaba el descampado y empezaba la ciudad propiamente dicha. Aquí los edificios estaban amontonados y las calles eran estrechas, así que era más difícil eludir a los soldados, pero había anochecido y las antorchas del campamento estaban demasiado espaciadas para arrojar mucha luz, así que contribuían a su disfraz.
Aunque aquí los soldados no parecían estar respondiendo al trompetazo de alarma, Briony notó urgencia en las voces de los hombres que pasaban. Algunos se asomaban por las ventanas y llamaban a Briony en xixiano; otros bajaban a la puerta y la invitaban a pasar, pero ella sólo daba gracias con un gesto y pasaba de largo. Dowan Birch le había enseñado a aflojar los tendones cuando adoptaba una pose exigente y fatigosa, así que pudo mantener su andar torpe y desmañado un rato más, pero le causaba un dolor constante que empezaba a cansarla.
Atravesó el puente de Grasshill y dejó atrás los restos calcinados de un templo. Cerca del prado, Briony se apartó del camino principal, cerciorándose de que nadie la siguiera. Aun en tiempos comunes, las calles que rodeaban el mercado costero después del anochecer eran una guarida de ladrones y cosas peores. Llegó al sur de la plaza y la cruzó, caminando despacio hacia las antorchas. La luz hacia que aquella cosa resplandeciera con un fulgor enfermizo y pálido, como un hongo agazapado entre las malezas.
La picuda y blanca tienda ocupaba gran parte del prado donde siempre habían pastado las ovejas de la ciudad. Tenía cien pasos de largo pero sólo una docena de alto en el centro, y estaba asegurada con docenas de sogas. Había antorchas en derredor, y varios soldados custodiaban la entrada frontal y las laterales, y sin duda también la parte trasera. Briony se alivió al ver que no había mucha luz más allá del círculo de antorchas. Mientras se mantuviera a distancia, podría decidir qué haría sin que la vieran.
Se movió con la mayor rapidez posible por la linde del prado, permaneciendo a la sombra de los arboles o en los portales de casas vacías, que eran bastantes. Como había temido, había puestos de guardia en cada lado, pero había gran distancia entre ellos y las esquinas de la tienda impedían que se vieran entre sí. Shaso habría regañado al que había apostado los centinelas. Ese tonto había permitido que un espía sólo tuviera que evitar la mirada de un puesto de guardia al acercarse, así que era fácil burlar la vigilancia.
Briony no necesitó burlar a nadie. Mientras observaba desde detrás de un pozo de un extremo del prado, un grupo de jinetes pasó con gran estrépito de cascos y choque de armas contra escudos, sin duda dirigiéndose a la carretera de Rueda de Molino y el puesto atacado: refuerzos. La trampa pronto se cerraría sobre Eneas si no se alejaba de esta jauría de sabuesos.
¡Misericordiosa Zoria, ayúdalos a escapar a tiempo! Eneas era un buen hombre, un hombre valiente y maravilloso. Debía admitir que le tenía afecto, a veces más del que creía. Se acordó de algo. Y ayúdame también a mí, dulce diosa, por favor. Casi se había olvidado de rezar por sí misma. Se preguntó si era posible sobornar a Zoria y decidió que no perdía nada con intentarlo. ¡Si los Eddon recobran el trono, te construiré un hermoso templo, mi diosa!
Mientras las tropas de refuerzo pasaban junto a la tienda, los hombres del puesto de guardia más próximo salieron a mirarlas. Comprendiendo que nunca tendría una mejor oportunidad, Briony corrió a lo largo del prado, esperando a que los refuerzos dejaran atrás la tienda. Mientras los guardias miraban hacia otro lado, salió de la arboleda y atravesó el prado, agachando tanto la cabeza que varias veces estuvo a punto de tropezar. Pero quizá Zoria hubiera decidido aceptar su ofrecimiento. Nadie dio la alarma, y poco después Briony estaba agazapada cerca de la esquina de la tienda, donde la luz de las antorchas era leve, respirando con dificultad, y no sólo por el ejercicio. Estaba aterrada, pero no tuvo tiempo de pensar en ello: tanteó el suelo de la tienda y descubrió que debajo había barras, tal como esperaba. Se deslizó bajo la pesada tela de la tienda hasta quedar apretada entre la lona y las barras de hierro, como un calentador de cama metido entre la colcha y el colchón. Había unas luces en el otro extremo de la tienda, pero lo demás estaba oscuro, y el aire apestaba tanto a cuerpos sucios que Briony, aunque había vivido entre soldados, estuvo a punto de salir de la tienda, a pesar del riesgo de que la descubrieran.
Mientras se aquietaban su respiración y sus palpitaciones, Briony oyó un ruido en las cercanías, el sollozo de una mujer o de un niño. Se sobresaltó al oír murmullos en su propia lengua. ¿Qué prisioneros eran ésos? ¿Era una especie de burdel de cautivas marqueñas? Por un momento fantaseó con esperar al autarca allí para apuñalarlo cuando fuera a vejar a otra víctima, pero a pesar de su furia sabia que era una idea tonta e inútil, la clase de escena que Nevin Hewney habría escrito después de beber en exceso.
—¿Quién llora? —preguntó en voz baja—. ¿Puedes entenderme?
El llanto cesó de golpe.
—¿De dónde eres? —preguntó. Ya se había delatado, y no podía echarse atrás. ¡Ojalá no estuviera tan oscuro! No tenía idea de cómo estaba configurada esa prisión. ¿Era una gran jaula? ¿O había muchas celdas?—. ¿Nadie me responderá?
—Tenemos miedo —dijo una vocecilla en las cercanías—. Queremos ir a casa.
—¿Cómo te llamas? —preguntó ella—. ¿Por qué estás aquí?
—Unos hombres nos apresaron. No estábamos haciendo nada malo. Entraron en la aldea y nos agarraron.
—¿De dónde os llevaron?
—¿Mamá? —dijo otra voz, un poco más gruesa—. ¿Viniste a buscamos? ¿Nos sacarás de aquí?
¡Por el corazón de Zoria! ¿Por qué el autarca había robado niños brenianos?
—¿Y todos sois prisioneros? —Su corazón se cerró como un puño—. ¿Hay algún adulto aquí? ¿Un hombre mayor? —¿Ellos sabrían quién era su padre?—. ¿Un rey?
—Ningún rey —dijo la vocecilla, moqueando—. Sólo nosotros.
Antes de que ella pudiera hacer más preguntas, una luz resplandeció en el otro lado de la oscura tienda: alguien había abierto la entrada y estaba de pie con una antorcha. Briony se agachó. Más antorchas, más gente perfilada contra la luz. Luego la luz la deslumbró, y tuvo que desviar la vista. Briony se quedó muy quieta hasta que oyó voces y el estrépito de una puerta de hierro que se abría y cerraba al otro lado de la enorme estructura. Las antorchas se retiraron, la entrada se cerró y la gran tienda volvió a quedar a oscuras. ¿Los guardias la estarían buscando?
—¿Alguien puede decirme si sabe por qué os han apresado, o si el rey de la Marca es uno de los prisioneros?
Al no recibir respuesta, Briony comenzó a desplazarse despacio por el exterior de la jaula, siempre bajo la lona. Tuvo que cruzar una entrada, pero por suerte estaba cerrada y, a juzgar por las voces de los guardias, ninguno de ellos se molestaba en mirar la tienda que estaban custodiando. Al final llegó al lugar donde habían estado las antorchas, la entrada principal, pero se detuvo a poca distancia.
Aspiró aire, pero no tenía sentido vacilar, y no había tiempo: los guardias podían regresar en cualquier momento.
—¿Hola? ¿Quién está aquí? ¿Alguien puede oírme?
Cuando oyó la voz, sintió un hormigueo en la piel.
—¿Qué…? ¿Meriel?
—¡Alabada sea Zoria! Padre, ¿eres tú? —Se acercó todo lo posible a las rejas. Le costó no gritar—. ¿Padre? ¡Soy yo! ¡Ah, los dioses son bondadosos! ¡Padre!
De pronto pudo sentir su presencia. La mano de él pasó entre las rejas y le tocó la cara, que ya estaba empapada de lágrimas.
—¡Por todos los dioses! Briony, ¿de veras eres tú? —Olin estaba ronco, pero su voz era inconfundible—. ¡Qué milagro increíble! Estaba casi dormido… Creí que… tu voz… creí que era tu madre. ¿De veras estoy despierto?
—¡Sí, padre, sí! ¡Soy yo! —Ella lo aferró. ¡Estaba tan flaco! Aun así, era realmente su padre, después de tanto tiempo, sin duda que era él—. ¡Creí que nunca volvería a verte! —Rió a través de las lágrimas—. Qué digo… Todavía no puedo verte…
Él también se reía.
—¿Te encuentras bien? ¿Qué haces aquí? Dioses, hija, esto no tiene el menor sentido. ¿Estás sola aquí?
—Oí decir que el autarca te había apresado. Vine a… —No podía perder tiempo hablando de eso—. Es una larga historia. ¡Pero debo sacarte de aquí!
—No, niña, debes irte. Pronto regresarán para llevarme a mi prisión habitual. Sólo me pusieron aquí porque alguien atacó un puesto de avanzada, y Vash temía que fuera un intento de rescatarme. El autarca no se encuentra en el campamento y el ministro siente terror de que algo salga mal mientras él no está.
—Mayor motivo para sacarte, entonces.
—No es posible, Briony. No es sólo un recinto rodeado por rejas; es una jaula, con rejas arriba y rejas abajo, hundidas en la tierra. —Él hablaba en voz baja, pero Briony oyó murmullos entre los demás cautivos—. No sé bien qué planea el autarca, pero está obsesionado con Marca Sur y cree que si toma el castillo podrá despertar a un dios. ¿Estás con Shaso o Brone? ¿Puedes decirles eso?
Briony rió, pero con dolor.
—Shaso ha muerto —dijo—. Lo lamento, padre, pero se quemó en un incendio en Marrinswalk. Brone está preso en el castillo, o es un traidor; quizá ambas cosas. Hendon Tolly domina el lugar, pero he oído que estuvo negociando con el autarca.
—¿Cómo llegaste aquí? ¿Estás con Barrick?
—No importa. Tengo que liberarte. —Pero de pronto el nombre de Barrick empezó a consumirla como una chispa que se transformara lentamente en una llama.
—¡Imposible! Es demasiado tarde para mí, querida hija. Pero a ti no deben apresarte. ¡Vete! Huye antes de que regresen los guardias.
—No. —Briony ardía con el fuego que había reprimido durante meses—. ¿Por qué me mentiste, padre, por qué?
Él parecía sorprendido, pero no escandalizado.
—¿A qué te refieres?
—Nunca me hablaste de… tu maldición. De Barrick. De lo que ocurrió aquella noche en que se le estropeó el brazo. —Briony se mordió el labio, luchando contra las lágrimas—. ¿Por qué me mentiste?
Pasaron largos momentos. Su padre le aferraba los brazos, pero la soltó y se alejó de las rejas.
—Lo lamento —dijo.
—¿Por qué? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no nos lo dijiste?
—¡Sentía vergüenza, muchacha! ¿No entiendes? Sentía vergüenza de haber legado mi sangre impura a los que más amaba en el mundo. ¡Vergüenza de haber estado a punto de matar a mi propio hijo! Y ahora empieza de nuevo.
—¿Qué es lo que empieza?
—¡El veneno! El veneno de mis venas: lo vuelvo a sentir. Por los dioses, Briony, fui prisionero largo tiempo, pero al menos estaba libre de mi sangre maldita. ¿Entiendes? Por primera vez, la locura que me afligía casi todas las lunas dejó de afectarme. Pero a medida que nos acercábamos al castillo, a mi propio hogar, el mal regresó. Ahora mismo siento la hiel hirviendo en mis venas…
—¡Yo te habría ayudado! ¡Tendrías que habérmelo contado! Podríamos haber hallado un modo de curarte… Chaven habría descubierto algo…
—No puedes curar a nadie de su propia sangre —murmuró el rey con amargura—. A menos que le cortes la garganta y lo cuelgues como un cerdo sacrificado.
Briony rompió a llorar.
—Entonces la maldición también es mía, padre. No tenías derecho a ocultarla.
—¿No lo entiendes? —Olin volvió a acercarse, le aferró los hombros y la atrajo hacia el frío metal para apoyar su mejilla en la de Briony—. Habría hecho cualquier cosa para ocultártelo. Tú y Kendrick no teníais ningún síntoma.
—¿Pero qué es? ¿Por qué nosotros? ¿Por qué los Eddon?
—Por el amor. Y también por la traición y la muerte. Pero ante todo por el amor. —Y luego le contó una historia tan asombrosa que por unos instantes Briony se olvidó de todo lo demás y sólo pensó en la voz dolorida de su padre.
* * *
—¿Tenemos sangre de hadas? —preguntó cuando él guardó silencio—. ¿Los Eddon…?
—Los qar sostienen que es la sangre de un dios. Y el autarca cree lo mismo. Dice que por eso me ha apresado…
—¿Para hacer qué?
Su padre trató de explicarlo, pero al fin meneó la cabeza. Briony sintió el brusco movimiento contra su mano.
—No lo entiendo todo con certeza, pero recuerda: sólo tenemos hasta la medianoche del final del día del solsticio de verano para detenerlo… Me ha dicho que todo esto acontecerá a esa hora. Nos quedan pocos días. —Vaciló; ella notó que él no quería asustarla más de lo conveniente. ¿Siempre había sido tan transparente con ella, o era Briony la que había cambiado?—. Deprisa, mientras tenemos tiempo, cuéntame todas tus noticias sobre… —Pero no concluyó la frase. Unas voces se acercaban a la tienda. Olin se apartó rápidamente.
—Ocúltate —murmuró—. ¡Deprisa!
Ella apenas tuvo un instante para alejarse y esconderse antes de que abrieran la tienda y apareciera un guardia con una antorcha. Mientras Olin se volvía hacia la luz, vio a su padre por primera vez y su corazón desbordó de amor por él. ¡Estaba tan flaco! Detrás de él había una docena de niños, sentados o acostados en la paja apilada en el fondo de la jaula.
Briony vio que un anciano alto y delgado con una túnica minuciosamente decorada entraba junto al guardia. Hizo un gesto y otro guardia comenzó a abrir la jaula.
—Decid a vuestros amiguitos que si alguno se acerca demasiado a las rejas, morirá —dijo el anciano—. No quiero problemas, rey Olin. Es hora de que regreséis. No sabemos quiénes eran esos bandidos, pero han huido. Los Sabuesos Blancos los persiguen y se encargarán de ellos.
—Prefiero no regresar ahora —dijo su padre, en voz un poco más alta de la necesaria—. Me gusta estar aquí con los demás prisioneros. Son sólo niños, y nadie les ha demostrado la menor amabilidad. Tenía mejor opinión de ti, Vash.
—Obedezco las órdenes del autarca, rey Olin. Y os aplaudo por vuestro corazón compasivo, pero ése es otro motivo para que regreséis. No quiero que andéis fomentando revueltas entre los niños. —Les habló a los guardias en xixiano. La cerradura rechinó y la puerta crujió, y dos guardias cogieron los brazos de Olin para sacarlo.
—Muy bien —dijo su padre por encima del hombro, como si hablara con los otros prisioneros—. Sólo recordad que os amo a todos. Armaos de coraje… ¡Hay esperanza mientras recordéis quiénes sois!
Briony estaba sollozando cuando cerraron la tienda. Hacía rato que los guardias se habían ido cuando se atrevió a moverse y hablar. Unas pocas conversaciones murmuradas demostraron que los niños cautivos no podían revelarle nada interesante. Se sentía mal por abandonarlos a su suerte, pero no podía hacer otra cosa. En cuanto algo distrajo a los guardias, se escabulló de la tienda.
Yo también te amo, padre. Briony corrió por el oscuro prado. Con suerte, estaría de vuelta en el campamento de Eneas a medianoche y podrían pensar en un modo de salvar al rey Olin. Si el amor ha maldecido a nuestra familia, quizá también pueda salvarnos.