8: Y todos sus pececillos

8

Y todos sus pececillos

Y así entraron en la gran ciudad de Hierosol. En el camino Adis aprendió a fingir que estaba herido para provocar la piedad de los ricos, y otros trucos de mendigo, para poder ganarse el sustento.

El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos

Barrick despertó en su habitación de Qul-na-Qar y descubrió que lo aguardaba otra comida, tan apetecible como la primera: tajadas de fruta crujientes como manzanas pero ácidas como una toronja kracia, grueso pan negro con sabor a vino con especias, y abundante mantequilla en un pote. Era evidente que algunos habitantes del castillo todavía cocinaban, y que mantenían vacas o cabras. Al menos Barrick esperaba que la mantequilla y el queso fueran de vaca o cabra, pero si otra criatura era responsable, se alegraba de no enterarse porque todo sabía bien.

Barrick terminó el pan, limpió el pote de mantequilla con los dedos y se los lamió. Dioses, era maravilloso tener algo en el estómago. Y comida auténtica, no hierbas amargas ni esas ardillas raquíticas y negras que había cazado tras cruzar la Línea de Sombra, animalillos huesudos y sin sabor que en su hambre y desdicha le habían parecido un festín.

Harsar apareció poco después, como si hubiera estado en el pasillo escuchando el ruido de Barrick lamiéndose los dedos.

—Ella te aguarda en la cámara del portal de Sueño —le dijo con su grueso acento. Barrick se preguntó por qué el sirviente no le hablaba con la mente, como hacia la reina—. Te llevaré allí.

—¿Dónde? —Pero lo supo de inmediato, como si siempre lo hubiera tenido en la memoria: la cámara de muchas columnas con el disco brillante donde había llegado a Qul-na-Qar desde la ciudad de Sueño. Su corazón se aceleró. Saqri le había dicho la verdad: tenía una idea.

Lo primero que le sorprendió al llegar a la sala con columnas fue que la reina estaba de rodillas en el centro del disco de piedra perlada, inclinando la cabeza como si rezara. Lo segundo fue que cuando ella se levantó y llamó a Barrick, Harsar también se acercó a ella.

—No, tú debes quedarte, Harsar-so-a —le dijo ella al sirviente lampiño—. El castillo necesitará que alguien lo cuide en nuestra ausencia, y nadie lo conoce mejor que tú. Tus hijos también te necesitarán.

Él se inclinó, sin demostrar ninguna emoción.

—Como digáis, mi señora. —Se volvió y salió de la habitación, rápido y silencioso como una sombra deslizándose por la pared.

—Muy bien, pues —le dijo la reina a Barrick—. Hay dos clases de caminos, como te dije. Los primeros son los que Torcido creó o abrió. Tenemos uno de esos caminos ante nosotros. —Señaló el disco perlado—. A través de él, puedes llegar a la ciudad de Sueño.

—Pero eso no nos servirá de nada.

—En efecto. —Ella lo miró con frialdad, y él cerró la boca—. Pero hay otros caminos, otras sendas, y los dioses descubrieron muchos, aunque no sabían que eran ni cómo encontrar o construir más. Los usaban como una serpiente sigue el surco trazado por un ratón, aunque ella no lo haya cavado. Y al igual que una serpiente, a veces los dioses devoraban o destruían a los dueños originales de esos caminos, espíritus de una época anterior… pero ésa es otra historia. En todo caso, aún quedan varios de esos caminos, y conducen a las casas de los grandes dioses, como Kernios y sus hermanos.

»Aunque conduzca al lugar que buscamos, el camino que va a la casa de Kernios nos está vedado porque tenemos el olor de Qul-na-Qar, la casa de los enemigos del Señor de la Tierra. Pero hay otro dios que quizá nos abra un camino. Durante largo tiempo tu familia creyó descender de Erivor, el señor del mar, hermano de Perin y Kernios…

—¿Es verdad, entonces? —preguntó Barrick, asombrado.

—En absoluto —respondió la reina—. No que yo sepa. Los habitantes de Anglin eran pescadores, pero también eran buenos combatientes, y ganaron el trono mediante el ingenio y la fuerza. Ningún dios intervino de forma directa. —¿Acaso sonreía?—. Pero durante siglos tu casa consideró a Erivor su patrón, y habéis ofrecido muchos sacrificios y festivales en su honor. Es posible que te escuche, no porque tengas la sangre de Torcido, sino porque eres un Eddon, y los Eddon lo han adorado por largo tiempo y con generosidad.

Barrick sintió un mareo.

—Pero… has dicho que estaba dormido.

—El sueño de los dioses no es como el sueño de otros —explicó ella—. Y en todo el tiempo que tu familia le ha rezado y le ha ofrendado sacrificios, durante más de mil años, él siempre estaba dormido. —Ahora sí sonrió, estirando apenas las comisuras de la boca—. Así que reza, Barrick de los Eddon. Híncate de rodillas y rézale a tu viejo dios tribal. Pídele que nos abra un camino.

¿Acaso se burlaba de él?

—¿Que me hinque de rodillas?

Ella asintió.

—Así mejorará tu perspectiva. Tratar con los dioses requiere cortesía, y en definitiva la cortesía es un reconocimiento de poder; el poder de ambos lados de la conversación.

—¡Yo no tengo ningún poder!

Saqri no se molestó en asentir.

Barrick se puso de rodillas. Era mucho más fácil ahora que el brazo no le dolía, y mucho más cómodo ahora que las magulladuras y cortes del viaje empezaban a sanar.

Pídeselo, dijo alguien en su cabeza. No podía distinguir si era Saqri o una de las voces. Pídele al señor del mar que abra el camino…

Barrick cerró los ojos, sin saber qué hacer. Había rezado muchas veces, sobre todo en su infancia (había rezado para que cesaran las pesadillas, para que se le curara el brazo, para poder jugar como los demás), pero nunca con una petición tan insólita en mente. Trató de recordar los ritos que se celebraban en los días sagrados del padre Erivor, pero no lo consiguió.

Padre Erivor… Así lo había llamado el padre de Barrick, casi en broma. Que el padre Erivor y todos sus pececillos nos guarden, gruñía el rey cuando uno de sus hijos lo sacaba de las casillas.

¿Por qué me dejaste sufrir a solas, padre? ¿Por qué? Lo que había hecho Olin ya era bastante malo, arrojar a su hijo escalera abajo, pero, ¿por qué no había hablado de ello después? ¿Vergüenza? ¿O porque estaba demasiado ocupado con sus problemas personales y los problemas del reino?

Padre Erivor. Barrick trató de recordar lo que pensaba entonces, cuando era niño, cuando ese nombre aún se refería a algo real, no sólo al gigante barbado y verdoso retratado en la pared de la capilla, coronado por peces de plata que le ceñían la cabeza como los rayos del sol de la mañana, sino a la forma que veía mentalmente cuando se inclinaban para rezarle al patrón de la familia bajo la dirección del padre Timoid.

Gran Erivor, monarca de las verdes profundidades…

Cuando era niño, Barrick se había imaginado que el dios se desplazaba por el fondo del mar, lento como las grandes tortugas o los antiguos lucios que vivían en los estanques del castillo, envuelto en ondulantes frondas de algas.

Gran Erivor, que nos has bendecido más que a otros hombres…

Era extraño, pero Barrick ya no distinguía si tenía los ojos abiertos o cerrados. Le parecía oír el viento batiendo las espumosas olas.

Gran Erivor, que calmas las olas y llenas generosamente nuestras redes, que montas a la gran ballena y domas a la serpiente que rodea el mundo, óyenos ahora.

La oscuridad se arremolinó. Estaba salpicada de luz verde y formas brillantes y veloces.

¡Gran Erivor, que mató a Xyllos de muchos brazos y obligó al gigantesco Kelonesos a regresar a las profundidades para que ya no atacara a los marineros!

¡Erivor, que aquieta las tormentas! ¡Erivor, señor de los vientos marinos!

¡Dueño de todo el oro hundido! ¡Amo de los tesoros!

¡Rey de las aguas del mundo! ¡Rescate de los viajeros!

¡Óyeme ahora!

La oscuridad se volvió más profunda, más verde y aún más silenciosa. Los vientos que aullaban en los oídos de Barrick callaron, y las olas se convirtieron en una turbulencia distante. Aquí abajo todo era silencio, con antiguos sedimentos, algas ondulantes, peces que las atravesaban raudamente. Seres oscuros nadaban y se arrastraban. Animales con caparazón surcaban el día opaco y veteado de verde y la noche sin luz.

¿Erivor? Barrick proyectó sus pensamientos con todas sus fuerzas. Mi familia siempre te ha enviado ofrendas. Has sido nuestro patrón, nuestro señor. ¡Por favor, señor, óyeme ahora!

Algo se movió en la oscuridad. Barrick no lo veía pero lo sentía, como si el vasto suelo del océano se hubiera encogido de hombros. Estaba cerca, y era enorme. Su mero tamaño era aterrador, y por un momento Barrick Eddon quiso apartarse de esa cosa estremecedora, alejarse del oscuro abismo y subir hacia la luz. Luego recordó lo que ocurriría si fracasaba.

¡Mi señor! ¡Óyeme! Ábreme el camino que lleva a tu casa. ¡Abre la puerta! Si alguna vez nos amaste, ahora es el momento de ayudamos. ¡Por favor, padre Erivor!

Y entonces sintió… algo. Algo musgoso y gigantesco como una montaña, tocándole los pensamientos. Sintió esa presencia vasta e imposible, esa cosa hundida en milenios de sedimentos, lenta como una estrella de mar moviéndose sobre una roca, aunque partes de su pensamiento eran rápidas como pececillos que entraran y salieran de los bosques de coral.

¿Hombre niño…?

Era un pensamiento atemporal, pesado y extraño, como si el señor del mar realmente fuera una gigantesca tortuga o langosta, algo inmenso enterrado en el cieno durante milenios, con el caparazón cubierto de un sinfín de pequeños seres vivientes, esperando quién sabía qué.

¿Me abrirás la puerta, padre Erivor?

Esa presencia apenas podía oírle, apenas podía percibirlo. No estaba del todo dormida, pero no estaba despierta. La mayoría de sus inertes pensamientos estaban fuera del alcance de Barrick, moviéndose con tal lentitud que ninguna criatura viviente podía entenderle.

¿Puerta…?

¡La puerta de tu casa! ¡Ábrela para mí! Una idea brotó como una burbuja. ¡Te haré muchos sacrificios, lo prometo!

La puerta…, repitió la presencia, y Barrick sintió que esa cosa inmensa estaba muy cerca, un ojo brillante en la oscuridad, una boca que podría haber sido un agujero en el corazón del mundo, un remolino sin luz. Era mucho más grande… ¡grande como el mundo!

Pequeño adorador… puedes… pasar.

La oscuridad se disipó y Barrick cayó con ella. Por un momento fue como cuando había salido de Sueño por el Portal de Torcido. Luego la presión y el frío lo aplastaron, triturándolo. Aterrado, abrió la boca para gritar, y se le llenó de agua salada.

El padre Erivor había abierto la puerta de su casa, pero su casa estaba en el fondo del mar.

Barrick estaba sumergido en aguas verdes, y sólo los dioses sabían a qué profundidad. Había tragado bastante en su conmoción inicial, y le ardía la garganta y sólo quería toser, pero sabía que eso sería su perdición. Apretó los dientes, braceando en el agua fría, pero ni siquiera sabía para dónde era «arriba». Abrió los ojos al verde cáustico y vio burbujas que lo rodeaban como pelusa de diente de león. El coro de la Flor de Fuego aullaba una advertencia en su cabeza, pero era apagada y distante. Observó las burbujas arremolinadas mientras el agua se oscurecía, como si en pleno fondo del mar hubiera anochecido. Era hermoso de un modo extraño…

Barrick comprendió que estaba agonizando, que el aliento atrapado en sus pulmones se convertía en un veneno caliente, y vio que las burbujas formaban presencias brumosas y fantasmales que lo rodeaban y lo observaban. ¿Veía piedad en esas caras espectrales y espumosas, o sólo curiosidad?

Los hijos del dios, le dijeron sus pensamientos, pero ni siquiera eran sus propios pensamientos.

Algo le agarró el brazo y lo arrastró desde la nube de burbujas hasta un Vacío de sombra verde. Flotaba sin poder resistirse, pero alrededor todo se volvía negro y de todos modos él no quería oponer resistencia. ¿Estaba ascendiendo? No, se hundía…

Un rostro se le acercó, liso y pálido, duro como una estatua, verde como jade del sur. Por un instante fue el rostro de su madre. Meriel, la madre que nunca había visto, que había muerto al darlo a luz. La aparición alzó la mano y cogió una burbuja del tamaño de un huevo de pato; cuando la burbuja rozó los delgados dedos, comenzó a crecer hasta volverse grande como un melón. Él apenas podía verla, pero sintió que le presionaba la cara, fresca y delicada como un primer beso. El aire le llenó el pecho, reemplazando el agua que lo ahogaba, y estrías de luz surcaron la oscuridad mientras sus pensamientos volvían a la vida.

No hagas nada, hombre niño. Sólo respira. Al principio la voz de Saqri era distante, pero con las últimas palabras le llenó la mente. Debemos dar gracias al dios, aunque esté dormido y para él sólo seamos un sueño. Con más razón, en realidad, si sólo somos un sueño…

Barrick no entendía de qué hablaba. Se conformó con flotar y saborear la dulzura del aire mientras el verdor se volvía más profundo y más ancho, hasta que creyó ver sombras por doquier, columnas y arcos. No sabía si eran naturales u obra de una mano sobrenatural, ni siquiera estaba seguro de verlas.

Pero detrás de las sombras verticales había una más profunda y más oscura que las demás. ¿Una cueva? ¿Un palacio? Por un momento, mientras un poco de luz descendía a través del verdor —y por primera vez él veía dónde estaba el «arriba»—, creyó distinguir una forma enorme agazapada en esas tinieblas, algo tan grande y extraño que apenas se animaba a mirar en su dirección, y menos a mirar atentamente.

Díselo, dijo ella.

¿Qué le digo? A pesar de la burbuja de aire que le cubría la cara, aún llenándole los pulmones de vida aunque su tamaño había disminuido, le costaba respirar. Había algo en esa caverna, algo inconcebiblemente enorme, poderoso y vivo, y era aterrador…

¡Díselo!

Yo… nosotros… te lo agradecemos. Gracias, señor Erivor. Por… No podía recordar nada. Después de pasar tantas mañanas tediosas en la capilla, ¿cómo podría haber adivinado que llegaría esta hora? ¿Por qué no había prestado más atención? Por la sangre de… de mis ancestros, que siempre te han servido, oh señor, y sobre quienes has derramado tus bendiciones… ¡No! Eso estaba mal! ¡Ésa era la plegaria de la cosecha para Erilo!

Algo se movió en las profundas sombras; a pesar del aplastante peso del agua, Barrick podía sentirlo en los huesos. Fuera lo que fuese, se estaba impacientando. En su cólera podía derribar montañas.

Sintió pánico, pero también percibió otra cosa. No eran las voces de la Flor de Fuego, que se habían vuelto comunes, sino otra voz, aflautada y trémula, un recuerdo del padre Timoid recitando la misa de Erivor, palabras que había olvidado que sabía.

Oh Padre de las Aguas,

cuya sangre es el agua verde,

cuya barba es la ola blanca

que elevó la tierra,

que es amo de la inundación

y padre de lágrimas,

que elevó Connord y Sharm

del cieno,

que elevó Ocsa y Frannac

de las algas oceánicas a la luz del sol

para que la, gente pudiera vivir

y la hierba pudiera crecer,

oh Padre de las Aguas

que calma la tormenta

y guía los barcos hacia el refugio del puerto,

que envía sus peces a las redes

de los hijos de Glin,

que envía sus vientos para henchir las velas

de los barcos de los hijos de Glin,

que alza la mano

para empujar suaves olas a la orilla,

te alabamos,

te alabamos,

te alabamos.

Danos tu bendición

tal como nosotros te damos las gracias.

Y cuando la última palabra recordada cayó en la negrura, la gran sombra volvió a moverse y lentamente retrocedió hacia una oscuridad más profunda. La presencia que casi había triturado a Barrick con su mera existencia comenzó a alejarse de sus pensamientos y sus sentidos.

Gracias, gran señor. Era la voz de Saqri, y asombrosamente tenía un canto burlón, como si una niña insolente se mofara de un pariente viejo y amado. Gracias por tu ayuda, por traernos aquí y enviarnos un poco más allá, donde el aire no es tan húmedo…

¿Enviarnos?, pensó Barrick. ¿Adónde? Basta de idas y vueltas…

Él y Saqri empezaron a subir lentamente. El verdor se tornó más brillante, las estrías de luz comenzaron a borronearse en un círculo general que resplandecía sobre ellos como un ardiente sol de jade.

Barrick ascendió, y las voces de la Flor de Fuego despertaron en un coro de alarma y asombro, como si la oscuridad de las profundidades las hubiera adormecido y el creciente círculo de luz las hubiera espabilado.

Por encima del verdor…

¡Salvado por el vástago de Humedad!

¡No! ¡No te fíes de ellos…!

La luz se dilató, rápida como un incendio en una ladera, un brillo que se expandió hasta devorarlo mientras subía desde el verdor hacia el resplandor, chapoteando y aspirando aire. No vio lo que esperaba, la superficie del mar y una incesante extensión de olas, sino una protuberancia rocosa, y una forma borrosa que no había visto en mucho tiempo y que no logró reconocer, y menos mientras las voces de su interior cantaban en un crescendo.

¡La Última Hora del Ancestro!

¡Volvemos a verla! ¡Loados sean los honorables hijos de Brisa!

¡Benditos sean!

Perfilado contra el horizonte como una cordillera de picos afilados, blanqueado por el sol de la mañana como si estuviera esculpido en hielo, se erguía el castillo de Marca Sur, el único hogar que Barrick había conocido. Ya no le resultaba familiar, sino que se había transformado en algo hermoso y extraño.

Lo asustó.

Un estruendo lo sobresaltó. Se repitió, pero ahora vio un penacho de humo en la costa. ¡Cañones! Alguien disparaba contra el castillo.

Dejó de chapalear un instante y volvió a hundirse en las aguas de la bahía. Sólo entonces comprendió que estaba boquiabierto.

Tosiendo y escupiendo, casi volvió a hundirse de nuevo hasta que oyó la voz de Saqri, tan firme como una mano aferrándole el cuello.

Debes nadar, niño tonto. Debes nadar hasta la costa.

¿Costa? Aun la parte más cercana de la orilla estaba demasiado lejos, y allí era donde disparaban los cañones.

No hacia allá, le dijo Saqri. El fatigado Barrick chapoteó y pataleó mientras miraba en torno, pero no pudo ver rastros de ella. Pero vio algo más. , dijo ella. Allá. Empieza a nadar.

De espaldas a tierra y con el hombro hacia el castillo, al fin pudo verlo: otra mole de piedra, no tan alta como el monte pero bañada por las mismas aguas espumosas. Hacía tanto tiempo que no la veía que tardó un instante en reconocerla, aun después de distinguir la forma angulosa del refugio sobre la escabrosa isla.

¡El Peñón de M’Helan!

Barrick reunió sus escasas fuerzas y comenzó a nadar.