4: La Biblioteca Profunda

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La Biblioteca Profunda

Tocaba bien su flauta de pastor, y con ella deleitaba a todos los que le oían, hombres o bestias. También entendía el lenguaje de las aves y de los animales del campo. Ni siquiera los leones que vivían en Kracia en aquellos tiempos le causaban daño, y los lobos no se acercaban a su rebaño.

El Huérfano contado a los niños: su vida, su muerte y su recompensa en los cielos

Cuando despertó, estaba cansado como si hubiera corrido durante horas. No sabía cuánto tiempo había dormido; el luminoso cielo gris, las nubes arremolinadas y los antiguos y húmedos tejados no parecían haber cambiado. Se incorporó en la cama, con pensamientos confusos, y apoyó los pies en el suelo, pero el mareo le impidió levantarse. Permaneció así, con la cabeza entre las manos, hasta que oyó la voz de la reina.

—Hombre niño.

Al abrir los ojos, la encontró de pie frente a él. Estaba en una habitación sencilla pero cómoda. Junto a la cama, una ventana con el postigo abierto mostraba un patio cerrado y un jardín de flores blancas y azules, lleno de malezas. Las demás ventanas tenían los postigos cerrados.

—Tuve un sueño… —dijo Barrick.

—No era un sueño —le dijo Saqri—. Te dirigías a los campos del más allá, agobiado por el poder de la Flor de Fuego. Pero ahora mi esposo está contigo, ayudándote. Al menos, una parte de él: la parte que ha respondido a tu necesidad. —Los oscuros ojos de Saqri eran solemnes—. No sé si debería odiarte por eso o no, Barrick Eddon. Ynnir debía continuar su camino. Él optó por irse. Pero ahora, dado el vínculo de responsabilidad o vergüenza que lo une a ti, se ha quedado.

—¿Ynnir… está dentro de mí?

—Todos están dentro de ti, todos los hombres de la Flor de Fuego, así como las mujeres están dentro de mí, mi madre, mis abuelas y mis bisabuelas, toda mi familia hasta los tiempos de los dioses. Pero aunque una parte de ellos permanece contigo, los ancestros del Padre se han ido hacia lo que aguarda más allá… —Meneó la cabeza—. No. No hay palabras que permitan expresarlo cabalmente. Pero mi esposo… mi hermano… él no puede…

Cambió de expresión y volvió a guardar silencio. Barrick oyó un susurro en su interior, pero no era la voz de la reina ni la de él: Triste, ella está triste me echa de menos aun en medio de la furia oh orgullosa hermana aún eres bella…

—Debo reflexionar sobre esto… sobre todo —dijo al fin Saqri—. Me iré. Harsar te atenderá hasta que yo te llame.

Poco después de que ella se fue de la estancia, el sirviente Harsar le llevó una bandeja que contenía un pequeño banquete: pan y queso blanco salado y miel y un cuenco de las cerezas más gordas, más dulces y de piel más fina que había probado. Harsar no se fue de inmediato, sino que se quedó mirando mientras Barrick comía.

—Nunca he visto a uno de tu especie, salvo en sueños —dijo al fin esa criatura humanoide—. No eres tan temible ni tan extraño como esperaba.

—Gracias, supongo. Yo diría lo mismo de ti, salvo que no se si alguna vez vi a alguien de tu especie, ni siquiera en sueños.

Harsar entornó los ojos.

—¿Estás de broma? ¿Nunca has visto a la gente del Círculo de Piedra? ¡Tu gente bailaba con la nuestra bajo el claro de luna! ¡Os llevábamos a nuestras ciudades al pie de las colinas y os mostrábamos cosas maravillosas!

—Sin duda —dijo Barrick, enjugándose la barbilla sucia de miel. Esa comida excelente le estaba mejorando el ánimo—. Pero recuerda que soy joven. ¡Aun así, estoy seguro de que mi abuelo bailaba el torvionos con tu abuelo en cada festival!

Harsar entornó aún más los ojos, hasta cerrarlos.

—Bromeas. Tonterías.

Barrick rió. Se sintió extraño. No recordaba la última vez que se había reído.

—Tienes razón. Me has pillado.

Harsar sacudió la cabeza reprobatoriamente.

—Igual que… —Se contuvo con evidente esfuerzo—. Bromear es burlarse de la seriedad de las cosas.

—No. —Barrick sintió la necesidad de explicarse—. Bromear es el único modo de comprender ciertas cosas. Quizá, como tu gente no muere…

—Morimos —dijo Harsar—. En general, a manos de los hombres.

Barrick titubeó un instante.

—Quizá nosotros bromeamos porque mi gente es mortal. A veces es la única manera de tolerar cosas intolerables.

—No sólo porque sois mortales. —El sirviente estiró la cara en una especie de mueca y luego dijo, casi como para sí mismo—: Hay algunos del Pueblo, sí, incluso entre los más elevados, que hacen eso, que bromean y dicen palabras sin sentido cuando deberían estar actuando…

Está furioso conmigo, dijo una voz en la mente de Barrick. Y frustrado conmigo. No es el único, pero él era el más cercano a mí… salvo por mi hermana esposa.

La nueva voz parecía tan clara que Barrick pensó, a pesar de la sensatez y la memoria, que Ynnir estaba en la habitación. Miró en torno, al principio con esperanza, luego con desesperación.

—¿Señor? ¿Dónde estás?

Harsar le clavó los ojos, pero sólo con cortés preocupación, como si esa locura delirante fuera frecuente entre los residentes de Qul-na-Qar.

Me dijiste que aún no podía abandonarte. La voz del rey era tan clara como si estuviera junto a Barrick. Pero ahora debes volver a descansar. No se requiere la sabiduría de un muerto para saber que necesitarás todas tus energías para hacer frente a lo que se avecina, y todavía no tienes fuerzas para soportar la plena floración de la Flor de Fuego. Necesito tu atención. Dile a Harsar-so que se vaya.

Barrick se puso a murmurar excusas, pero el exótico Harsar, al margen de todo lo demás, era un sirviente profesional de la realeza: entendió la situación y pronto se ausentó, llevándose la bandeja vacía.

—¿Dijiste que estaba furioso contigo? ¿Harsar?

No es preciso hablar en voz alta, dijo el rey. Y tampoco es preciso que estés de pie ni sentado. Acuéstate, pues todavía estás cansado. Reposa. Lo que Harsar piense de mí ya no tiene importancia. Él es fiel a la Flor de Fuego.

Barrick se estiró en la cama, y encontró una manta delicada pero asombrosamente pesada para cubrirse. A pesar de la presencia reconfortante del rey, comenzó a sentir la agitación de las voces de la Flor de Fuego, amenazando con abatirlo, con ahogarlo en un mar de recuerdos ajenos. ¿Cómo hallaría las fuerzas para llegar a la orilla…?

No pienses en una orilla, dijo el rey, sorprendiéndolo con su comprensión de sus pensamientos. No te estás ahogando, pero tampoco puedes alejarte de la Flor de Fuego y abandonarla. Ahora forma parte de ti, para siempre. Piensa, en cambio, en la luz de una estrella sobre el horizonte. Nada hacia esa luz. No llegarás a ella, pero con el tiempo aprenderás a conformarte con nadar eternamente en ese mar sin fin. En verdad, nunca llegarás a ese punto brillante, pero tampoco lo perderás de vista…

El rey siguió diciendo esas palabras enigmáticas, una y otra vez, y su voz era tranquilizadora como el canto de los grillos en verano. Barrick trató de nadar hacia la luz, pero se hundía cada vez más en la fatiga, y al fin cayó en el abismo del sueño.

* * *

Cuando el sirviente volvió a despertarlo, no le llevaba comida sino una convocatoria.

—La reina quiere que te reúnas con ella en el Jardín Canoro.

Barrick se levantó y siguió a Harsar, aún sintiéndose protegido por la ayuda de Ynnir y su presencia sutil pero reconocible. Las voces de la Flor de Fuego no se habían ido, pero por el momento parecían sofocadas, como si una capa protectora las separase de Barrick. Siguió al sirviente por una puerta lateral y bajo el cielo gris, por un sendero de gravilla negra que atravesaba un lecho de piedra. Atravesaron un jardín tras otro, círculos concéntricos amurallados que usaban los colores y las formas de las flores y las piedras de modos que él no lograba aprehender del todo, pero el efecto era tan fuerte y variado que se cansaba de sólo atravesarlos.

En el centro había una puerta, un arco de piedra cubierto de flores blancas.

—Camina en silencio —dijo Harsar—. Por tu propio bien. —El sirviente hizo una reverencia y se marchó.

Barrick atravesó la puerta, preguntándose a qué venía esa advertencia. ¿Acaso había animales que lo dañarían si lo atrapaban, o incluso plantas? Trató de andar en silencio, agradeciendo que la senda de gravilla hubiera sido reemplazada por un camino de hierba profunda que amortiguaba cada paso.

Goteaba agua a su lado, cayendo de una fisura del muro externo a una piedra, con un tamborileo. A cierta distancia, cascadas un poco más grandes goteaban en estanques someros junto al camino, con el ruido de alguien que golpeara suavemente una copa de cristal. Detrás de esos ruidos oía un delicado graznido que podría haber sido la llamada de un ave satisfecha sentada en su nido, pero en cambio procedía de una esbelta torre de piedra que apenas tenía el doble de su altura, con un orificio en la parte superior semejante al ojo de una aguja, que recibía el viento y lo transformaba en una música dulce.

El Jardín Canoro, lo había llamado Harsar. El Jardín Canoro. Hasta las voces de su cabeza habían callado, como si escucharan algo que en un tiempo habían amado pero ahora habían olvidado.

* * *

Encontró a la reina sentada en un pabellón abierto rodeado por árboles, con los ojos cerrados como si durmiera. Cuando él se acercó, Saqri se movió en la hondura de sus mantos blancos, semejantes a pétalos acariciados por el viento, y abrió los ojos.

—Mi esposo… mi hermano… siempre prefirió la Torre de las Nubes Pensantes —dijo—. Pero ese lugar es demasiado austero para mí. Me gusta estar aquí. Habría extrañado este sitio si no pudiera haber regresado.

—¿Regresado de dónde?

—De los campos adonde todos iremos un día, los campos de los que apenas pudiste volver hace sólo un rato. —Asintió—. Pero aun aquí, en medio de esta paz, no podía atravesar el velo que rodea tu hogar, que llamamos la Última Hora del Ancestro. —Una sombra de preocupación le cruzó el semblante—. Algo grave y extraño está ocurriendo allí; algo que nunca he conocido, que impide que las palabras de la tía abuela Yasammez lleguen a mí, y las mías a ella.

—Pero si no puedes hablar con ella, ¿qué podemos hacer? Debemos detenerla, decirle que la Flor de Fuego aún está viva. De lo contrario, destruirá Marca Sur.

—Puedo percibir que aún no ha conquistado Marca Sur, y eso significa que las cosas deben ser más complicadas de lo que suponemos. —Saqri sacudió la cabeza—. Pero no tiene sentido seguir hablando de ello. A menos que las cosas cambien, no puedo hablar con ella. Tomará su decisión y hará lo que considere su deber, como ha hecho siempre.

—Entonces deberíamos ir allí, decirle a Yasammez que el Pacto tuvo éxito. ¡La confianza del Pueblo lo exige! —Voces e ideas de la Flor de Fuego brotaron en su cabeza como agua de una fuente, pero creía haber entendido correctamente la esencia del asunto—. ¿Por qué me miras así?

—Hablas como uno de los nuestros, no como uno de los tuyos. —Ella curvó los labios en una sonrisa—. En todo caso, ¿hablas de ir a verla? Hombre niño, nos separan cientos de leguas.

—Pero tenéis esas… puertas… o portales. ¡Yo vine aquí por uno de ellos!

Saqri hizo un ruido leve y susurrante. Se estaba riendo.

—¡La abuela Vacío no invitó a todo el mundo a usar sus sendas, niño! Sólo a su bisnieto, Torcido. Viniste aquí en uno de sus caminos, construido tiempo atrás, cuando los dioses aún andaban por el mundo, y mi gente y los insomnes aún eran aliados. Sólo sobrevive porque hemos perdido los conocimientos que permiten hacer y deshacer esas cosas… y sólo te llevaría de vuelta a la ciudad de Sueño.

—Pero si no podemos usar ése, habrá otros.

—Algunos. Y algunos fueron descubiertos por accidente antes de que la anciana revelara sus grandes secretos a Torcido. Los dioses construyeron muchas de sus casas de tal modo que pudieran usar los caminos que habían encontrado.

—Entonces también nosotros podemos usarlos, ¿verdad? Dijiste que Marca Sur está encima o enfrente del palacio de Kernios. A eso te referías, ¿no? ¿Una de esas puertas?

—Los caminos que utilizaba Kernios nos están vedados, aunque el Oscuro esté sumido en su largo sueño. Es una buena idea, hombre niño, pero no servirá.

—¿Qué he de hacer, entonces? ¿Rezar? ¡Mi gente será exterminada! ¡Y también el resto de la tuya! —Se arrojó a los pies de ella, en la escalinata del pabellón, y golpeó la piedra con frustración—. Antes pensaba que los dioses no existían; ahora me dices que me cerrarán el paso adondequiera que vaya. ¡Y ni siquiera están despiertos!

Saqri enarcó una ceja ante esta exclamación, pero no habló. Al cabo de un momento se levantó y bajó la escalinata. Alzó la mano al pasar, indicándole que la siguiera.

—¿Adónde vamos? —preguntó Barrick.

—Aún queda alguien que puede ayudarnos —dijo sin aminorar el paso.

Barrick la siguió mientras ella atravesaba el melodioso Jardín Canoro para internarse en los milenarios pasillos de Qul-na-Qar.

* * *

Hubo un punto en que la escalera por donde habían bajado tanto tiempo se convirtió en suelo, pero él no recordaba cuándo había ocurrido; hubo otro punto en que la luz inconstante y acuosa del palacio menguó y al fin murió, pero tampoco recordaba exactamente cuándo. Por último, hasta el suelo de piedra terminó; ahora sentía la blandura de la marga bajo los pies, como si hubieran descendido tanto que habían dejado atrás hasta los cimientos del castillo. Habían caminado tanto tiempo en la oscuridad que, al margen de lo que dijera Saqri sobre la distancia, era como si hubieran recorrido todo el trayecto desde Qul-na-Qar hasta Marca Sur.

El silencio de ese lugar oscuro e interminable no era absoluto, al menos no en el hirviente cráneo de Barrick, pero con la ayuda de lo que Ynnir le había dicho y la sensación de que el rey ciego no estaba demasiado lejos, Barrick pudo elevarse por encima de los caóticos conocimientos de la Flor de Fuego y concentrarse en permanecer cerca de Saqri, que no lo guiaba como una madre que lleva al hijo por un lugar desconocido, sino como alguien que conducía a un pariente por un sitio donde ambos habían vivido desde siempre.

¿Eso demuestra confianza en mí, o desprecio? De nada servía hacerse esa pregunta, pues quizá ambas cosas significaran lo mismo para un qar. Aun así, las voces de su cabeza ya no parecían tan ajenas como antes. Quizá pudiera convivir con ellas.

Al fin vislumbró la luz, pero sólo por contraste con la profunda y espantosa oscuridad que habían atravesado: era un cambio leve que nunca habría reconocido en otras circunstancias, más un recuerdo de la luz que la luz misma. Aunque se fortalecía mientras él caminaba, aún estaba lejos cuando iluminó el entorno y él pudo distinguir el contorno plateado de Saqri, y seguía lejos cuando vio los costados del angosto pasaje de tierra y piedra que recorrían, algo que parecía toscamente tallado en la tierra viviente en un solo día de trabajo.

¿Dónde…?, preguntó, pero los pensamientos de Saqri le impusieron silencio.

Pronto.

El tenue resplandor empezó a crecer hasta transformarse en un perlado cilindro de luz, con una base redonda y lustrosa como una moneda. Mientras se acercaban, vio que el cilindro era un haz que surgía de un agujero del techo del túnel, y el círculo del suelo era la superficie de un estanque circular no mucho más grande que un escritorio pero con anchura suficiente para recibir todo el haz de luz de arriba. Saqri se detuvo y él se detuvo junto a ella.

La Biblioteca Profunda, dijo ella.

Barrick no sabía qué pensar. Ynnir le había mencionado el nombre varias veces. Había creído que era una bóveda profunda en la parte inferior del castillo, o una vasta sala llena de viejos pergaminos y volúmenes descabalados, como la biblioteca del observatorio de Chaven o los aposentos de su padre en la Torre del Verano.

La reina le cogió la mano, y luego alzó la otra mano hacia la luz y le indicó que hiciera lo mismo. Barrick tuvo que avanzar un paso para llegar, y al hacerlo pudo ver el túnel vertical que subía hacia la fuente del resplandor, un agujero en la oscuridad que parecía imposiblemente lejano, con un punto de luz blanca en el centro.

, le dijo Saqri. Es el Ojo de Yah’stah, la estrella esperanzada. Siempre brilla encima de la Biblioteca Profunda.

Barrick estaba asombrado.

Pero… hace meses que no veo una estrella… El Manto… La palabra le llegó espontáneamente, entregada por la Flor de Fuego como si fuera un pequeño objeto que se le había caído. ¡El Manto cubre estas tierras!

Pero la Biblioteca Profunda no ve el Manto, dijo Saqri. Ve las cosas tal como son, o tal como fueron. Y el Ojo siempre está por encima de ella. Ahora dame tus pensamientos y tu silencio.

Se necesitan ambos herederos de la Flor de Fuego para abrir la Biblioteca Profunda, le dijeron las voces. ¿O era la voz de Ynnir que anudaba todas las voces en una? Es otro motivo por el cual la pérdida de ti o de Saqri mutilaría al Pueblo para siempre.

Por largo rato se quedó quieto, escuchando el murmullo de la Flor de Fuego, sintiendo los vastos pensamientos de Saqri mientras ella entretejía la llamada, una cadena de preguntas semejantes a acertijos infantiles:

¿Quién se fue pero permanece?

¿Quién está fuera pero dentro?

¿Quiénes regresarán al lugar que nunca abandonaron…?

Comenzó a sentir las presencias que se congregaban aun antes de ver los primeros mechones plateados que se formaban en el resplandor, como burbujas aferrándose a las malezas de un estanque. Venían desde la nada, pero cuando flotaban en el haz de luz, eran algo. Vivían, al menos un poco, pensaban, recordaban.

Honramos a quienes nos invocan. Honramos la Casa de Torcido. Honramos la Flor de Fuego. Las voces le llenaban la cabeza como el goteo del agua en un lugar oscuro. Cada vez que hablaba una voz, el estanque que tenía a los pies generaba una onda circular. Pronto los círculos se entrecruzaron. Pedidnos y os daremos lo que podamos dar.

La Casa del Pueblo y la Última Hora del Ancestro ya no comparten los caminos de Torcido, dijo Saqri, y sus silenciosas palabras se elevaron en el haz de luz como motas de polvo. ¿Cómo se puede recorrer esa distancia? ¿Cómo se puede franquear la brecha?

En los viejos tiempos, uno de los más brillantes podía llegar al Ancestro en tres días; menos si su cabalgadura no estaba ligada al suelo.

—Sí —dijo Saqri con voz áspera—, y entonces los dioses también podían lograr que aceites perfumados aparecieran en el aire, y que las piedras florecieran. Aquellos días se han ido. Hace años que los grandes corceles cambiaron de rumbo para huir a tierras remotas. Los que viajaban por los caminos de la abuela Vacío sólo pueden ir por donde el camino no está cerrado… y el lugar al que deseamos ir esta cerrado para nosotros.

Era muy extraño estar ante la Biblioteca Profunda, oír las voces y mirar ese estanque que ondulaba como si cayera una lluvia invisible. Era diferente del modo en que la Flor de Fuego se manifestaba en su cabeza, más caótico y menos parecido a la conversación de los humanos, pero bajo la dirección de Saqri, Barrick podía asimilar bastante, aunque sin entenderlo todo.

Hay cosas terribles en el viento, murmuraron las voces de la Biblioteca Profunda. La prohibición de los viejos caminos, el dios moribundo, los planes del mortal sureño para hacer temblar los cielos…

Y Yasammez tiene un Huevo de Fiebres, dijo otra voz en un sonsonete plañidero. El fin debe estar cerca de veras. Quizá hasta la dama oscura haya descubierto la desesperación.

Los caminos aún están ahí, siempre que los dioses os permitan pasar, gimió otra.

—¡Basta! —exclamó Saqri, y su voz era como un fustazo—. ¡Los dioses duermen! ¡Eso lo sabéis, porque así ha sido durante la mitad de vuestra existencia! Además, aunque no estuvieran fuera de nuestro alcance, con Torcido muriendo y el resto soñando, los dioses más poderosos son nuestros enemigos. Los Tres Hermanos y sus seguidores nos odian. Es uno de los motivos de la desesperación de mi tía abuela.

Entonces todo está perdido, susurró una voz, y un eco aprobador repitió sus palabras. Los rostros se formaban y desaparecían, ondeando por su instante de existencia como algas en un rio arremolinado.

Todo está perdido, murmuraron.

Casi todo, dijo una. ¿También odian a los mortales?

Saqri alzó la mano abruptamente.

—¿Puedo despedirme de ellas? —preguntó. Barrick tardó un momento en comprender que le preguntaba a él. Al parecer también se necesitaban ambas mitades de la Flor de Fuego para despedirse de la Biblioteca Profunda, así como para invocarla.

Alzó la mano hacia la luz y le permitió hacer lo que debía hacerse.

* * *

Regresaron en lo que Barrick interpretó como el silencio de la derrota.

—¿Qué haremos? —preguntó al fin—. Mi gente… la gente del castillo… tu gente… todos morirán.

—Si no podemos detenerlos, me temo que tienes razón.

Él no podía creer que ella lo tomara con tanta calma.

—Pero no podemos detenerlos. Todos coinciden en eso. Estamos al otro lado del mundo, y ya oíste lo que dijo la Biblioteca Profunda: no quedan caminos que podamos utilizar.

—No es así. —Saqri pensaba con parsimonia, como si aún estuviera analizando los detalles de una imagen compleja—. Dijeron que los caminos de los dioses aún están disponibles.

—Pero los dioses más poderosos odian a los qar, tú misma lo dijiste. ¿De qué nos serviría eso?

—Ah, sí. Los dioses odian a los qar —dijo Saqri, invisible en la oscuridad—, pero me pregunto qué pensarán de tu gente.