Lo mismo la muchacha que el notario yacían en la hierba. Pero la situación en que se encontraba la muchacha indicaba bien a las claras lo que había ocurrido.
Desde aquella altura, Fred no se fijó en nada más. Para él sólo existió el cuerpo de la muchacha tendido en la hierba.
No llevaba apenas ropa.
Se la habían destrozado toda.
Y la posición de su cuerpo indicaba que…, que…
Fred estuvo a punto de lanzar un grito de horror.
Todo su cuerpo sufrió un espasmo.
Comprendió que Katty había sido… ultrajada por uno de aquellos monstruos.
Aquella sorpresa angustiosa le dejó el cerebro paralizado por unos minutos, sin que fuera capaz de un solo pensamiento. Como si su propio dolor le hubiera transformado en una estatua.
Pero sus sorpresas no habían terminado, sino que empezaban ahora. Cuando su cerebro volvió a funcionar y sus ojos miraron con más atención a todas partes, se dio cuenta de que eran cuatro las figuras que yacían allí. No sólo el notario Fox, quien por el espantoso color blanco de su piel tenía que estar muerto. También estaban… ¡los dos últimos asesinos de aquella legión macabra!
Fred no tuvo fuerzas para bajar normalmente por la escalera y salir al exterior. Una impaciencia febril le dominaba. Se deslizó por la cornisa de piedra hasta llegar al suelo.
Corrió hacia Katty.
Cuando estaba a poca distancia se dio cuenta de que el notario tenía las marcas de los dientes en el cuello, sin que en su cuerpo quedara probablemente una gota de sangre. Igual ocurría con los dos monstruos. Estaban espantosamente blancos. ¡Y también tenían en el cuello las marcas de unos finos dientes!
¡Estaban muertos los dos…!
Los ojos extraviados de Fred fueron entonces hacia la muchacha. Y se dio cuenta de que ella aún respiraba. No había marcas en su cuello. Su piel tenía un tono sonrosado, aunque estaba muy castigada por el frío de la noche. De aquel trágico cuarteto era la única que estaba viva.
Lo primero que hizo fue cubrirla con su americana. Luego la tomó en sus brazos. Pesadamente la llevó de nuevo hasta la casa.
Ella empezó a respirar agitadamente.
Parecía sumida en un profundo coma.
Pero Fred era médico y notaba que su pulso era regular y firme. Lo que le estaba ocurriendo era un fenómeno psicológico más que psíquico. La muchacha había sufrido un insoportable shock. Un fenómeno de esos, que aun sin que le toquen a uno, hacen en la mente el mismo efecto que una serie de golpes de los que dejan a uno al borde de la tumba.
La introdujo en la casa.
Miraba su pobre cuerpo torturado.
Las señales de las uñas en su piel.
Se daba cuenta del suplicio por el que tenía que haber pasado.
Un brillo que hubiera podido ser de lágrimas nació en el fondo de los ojos de Fred. Como no llevaba su maletín, no podía administrar a la muchacha ninguna inyección tonificante. Pero le preparó un trago de whisky y se lo dio a beber a pequeños sorbos mientras le acariciaba los cabellos con infinita ternura.
Poco a poco, ella se fue recuperando.
Sus ojos se entreabrieron un poco.
Lanzó un gemido.
Lo primero que hizo fue mirarse a sí misma y entonces el gemido se repitió. Hubiera hecho falta ser muy miope para no darse cuenta de que estaba prácticamente desnuda.
Pero ¿y aquella americana que al menos tapaba la parte más comprometida de su desnudez?
Eso la hizo reaccionar. Volvió la cabeza y se encontró con los ojos de Fred.
Él trataba de alentarla.
Le estaba sonriendo.
—Bebe un poco más —rogó—. Bebe y no tengas miedo. Ahora ya no va a pasarte nada…
Como ella no reaccionaba, le puso de nuevo el borde del vaso en los labios. La muchacha se puso a toser espasmódicamente.
Pero eso fue bueno porque acabó de devolverle el sentido de la realidad. Al fin su mirada se fue concentrando sobre las facciones del hombre.
—Ha…, ha sido espantoso… —balbucid.
—No me lo cuentes. Olvídalo si es posible.
—Pero…
—Ellos ya están muertos y no pueden hacerte ningún daño. También, por desgracia, ha muerto el notario Fox. La escena de ahí fuera era como para helarle la sangre a un rinoceronte, pero por fortuna tú estás a salvo y eso es lo que importa.
Se mordió los labios al hablar así. En el fondo estaba avergonzado de no sentir ningún dolor al darse cuenta de que la muchacha conservaba la vida.
Pero el amor es egoísta.
El amor sólo ve la persona amada y lo que la persona amada significa para nosotros. Nada más. El amor no piensa en la muerte de los demás mientras él pueda seguir palpitando.
Ella se tapó un poco mejor. Logró sentarse en el diván en que estaba tumbada y dirigió una mirada cargada de tristeza a sus medias completamente rotas.
—No hace falta que me expliques nada —insistió él.
—Fred, sé que yo… Tú… Tú te avergüenzas de mí.
—No me avergüenzo de nada. Ya te dije la primera vez que yo estaba contigo, y además sé que no has podido evitarlo.
—Pero es que…
Hundió la cabeza en las manos. Parecía a punto de perder el sentido otra vez. Su cuerpo se estremecía de tal modo que Fred hubo de sujetarla.
—Katty… ¡Calma! ¡Ya no puede ocurrirte nada malo! ¿Qué tienes?
Ella musitó entonces con un hilo de voz:
—Lucy…
En el fondo del cerebro de Fred estaba ese nombre, pero no le gustó que se pronunciara. En realidad el nombre de Lucy era una de las pocas cosas que aún le producían inquietud y miedo. Sin embargo, se dio cuenta de que ya no podía evitar que la muchacha siguiera hablando; al contrario, sólo cuando consiguiese sacar fuera aquel peso horrible de sus recuerdos se sentiría mejor.
Ella murmuró, estremeciéndose:
—Esta vez… la he visto.
—¿Has visto a Lucy?
—Sí…
Sus palabras eran débiles, sin fuerza. Parecía como si estuviera confesando un secreto.
—Katty… ¿Cómo es Lucy? ¿Cómo es?
—Muy hermosa…
—¿Viste normalmente? ¿Hubiera podido ser confundida con cualquier otra muchacha?
—En cierto modo sí.
—¿Por qué sólo «en cierto modo»?
—Hay algo que la distingue.
—¿Qué?
—Sus uñas… Sus uñas espantosas. Es imposible que pueda estar en alguna parte sin que la gente lo note.
Fred cerró un momento los ojos. Aquellas palabras le devolvían a la memoria una escena que acababa de presenciar. La escena estaba compuesta sencillamente por los cuerpos de los dos monstruos. Ambos —ahora lo recordaba bien— tenían las caras destrozadas por unas uñas que parecían las de un tigre.
Ella musitó:
—Pero Lucy… es un auténtica fiera. Hay que verla actuar… No es un ser humano. Cuando se acerca parece una chica como las otras, e incluso mucho más bonita que la mayoría. Pero cuando ataca… Es…, es algo espantoso. Ninguno de aquellos monstruos pudo resistirlo. No he visto jamás desencadenada una violencia semejante.
Él hundió la cabeza.
Se hacía cargo de lo que tenía que haber sido. Los dos vampiros eran fuertes, eran jóvenes. Pero una muchacha que se crió entre vampiros mucho peores, entre los vampiros del Amazonas, les había dado muerte a los dos. Y al parecer sin ninguna dificultad.
—¿Cómo ha podido hacerlo? —susurró, incrédulo todavía.
—Tiene… la agilidad de la selva. Al tiempo que se la ve, ya ha dejado de verse. Esos dos asesinos ni se dieron cuenta de lo que sucedía. De pronto…
Le era difícil seguir. Crispó la boca como si fuera a emitir un sollozo.
Fred rogó:
—Por favor, no sigas.
—Es que sé que no podré olvidarlo jamás… ¡Es que sé que es terrible!
—Entonces dime: ¿cómo te respetó Lucy a ti? ¿Por qué?
—Debe de ser por la misma razón que otras veces: Ella ataca primero a sus enemigos más peligrosos, a los que pueden significar un riesgo para ella. Resulta lógico, puesto que a mí podía dejarme al margen tranquilamente. Pero la consecuencia fue que se sació de sangre y por lo tanto ya no sintió ninguna necesidad de atar carme. Yo…, yo estaba aterrorizada, Mis músculos no me obedecían. ¡No podía moverme! Aquella escena no la…, ¡no la olvidaré jamás!
Había roto a llorar. Se notaba que estaba a punto de sufrir otro shock nervioso. Fred le apretó la cabeza con ambas manos para que se sintiera protegida.
Sólo cuando ella se hubo calmado un poco preguntó:
—¿Por dónde ha huido Lucy?
—No lo sé.
—¿Has perdido el conocimiento?
—Sí. Al ver que se lanzaba sobre…, sobre el segundo monstruo.
—Lo comprendo muy bien, Katty.
—Si no llegas a venir tú no sé si me hubiera recuperado jamás. Estaba destrozada… Pero al fin estoy contigo. Al fin me doy cuenta de que…, de que la vida puede volver a empezar.
—Sí, Katty, naturalmente que sí. Contigo también a mí me parece distinta la vida.
—¿Qué vamos a hacer ahora, Fred?
—La situación tiene una única ventaja: Ya no corremos peligro. Los monstruos están muertos.
—Sí, pero Lucy…
—Lucy no te atacará si nos alejamos de aquí. Se irá a cualquier otro punto de los Estados Unidos y nunca más volveremos a saber de ella. Ya nada tiene que hacer en esta casa.
—Yo quisiera salvarla, Fred…
—Por Dios, no sueñes en eso. Quizá también trató de ayudarla tu tía Ingrid y… y ya ves.
—Quizá tengas razón, Fred. Comprendo que es una fiera sanguinaria, pero…
—Olvídala, te lo ruego. Ahora estamos juntos los dos. Hemos salido de una pesadilla atroz que no se volverá a repetir. Métete este pensamiento en la cabeza, Katty: La pesadilla ha terminado. Olvídalo y piensa sólo en nosotros dos.
«Piensa sólo en nosotros dos…».
Con aquella frase se resumía todo.
La muchacha vio muy cerca los labios cálidos del hombre.
¡Qué distintos eran de aquellos labios viscosos que se posaron en ella durante la noche! ¡Qué distintos eran éstos! ¡Qué sensación de belleza y de seguridad que daban!
Pero no los besó.
Una inquietud flotaba en ella.
—¿Cómo justificaremos la ausencia del notario…? —murmuró de repente—. A esos dos monstruos nadie los va a echar en falta, porque su pista se perdió hace años, pero a tu tío Fox…
—¿Y qué explicación puedo dar, Katty? —preguntó él con un gesto de terrible impotencia.
—No lo sé… ¿Cómo quieres que pueda aconsejarte en una cosa así? No lo sé…
—Él era soltero. Y a nadie habrá dicho que venía a esta casa, Katty, sobre todo a la hora en que vino.
—¿Tratas de insinuar que…?
—No veo otro remedio, Katty. Es un triste final, pero ya no le devolveré la vida por el hecho de empezar a gritar en una comisaría de policía. Y quizá entonces se descubrirá lo demás… No, Katty. Creo que debemos ocultarlo también. Por muy terrible que resulte para mí, abriré otra fosa mayor que las otras. Al menos me cabrá el consuelo de saber que es la última. Luego todo se irá olvidando y la hierba cubrirá la tierra removida. El pasado quedará muerto…, muerto… Sólo nosotros dos tendremos abierto un camino para la esperanza.
Ella asintió con un parpadeo.
—Sí, así tiene que ser —dijo débilmente, mientras acercaba más su boca—. Un camino abierto para la esperanza.
Y se besaron entonces.
Unieron sus bocas y sus voluntades. Sus deseos. Su pasado, perdido para siempre en el vacío.
—Quiero que nos casemos el próximo mes, Katty —suspiró él al cabo de unos instantes—. Me he dado cuenta de que no puedo vivir sin ti. Una vez terminada esta pesadilla, ¿me aceptas como el hombre de tu vida…?
Ella asintió con los ojos de nuevo.
No habló.
¿Para qué…?
¿Es que sólo con palabras pueden hablar las bocas?