CAPITULO XIII

No vio más que tinieblas en el largo pasillo en el que acababa de entrar. Sin embargo, el conmutador de la luz estaba a mano izquierda y pudo pulsarlo fácilmente. Lo que vio entonces le hizo tener un sobresalto, pero fue un sobresalto de sorpresa, no de miedo.

Era increíble.

El ambiente, más allá de aquella puerta, cambiaba de tal modo que uno podía tener la sensación de haber entrado en otro mundo. O en una casa que estuviera a docenas de millas de distancia.

Una alegre moqueta rosa cubría el suelo. Las paredes estaban tapizadas con un paño color whisky claro.

Había espejos en el techo.

Y algunas reproducciones muy bien hechas. La hermosa hembra parpadeó al verlas.

Eran escenas atrevidas, por no decir otra cosa. Eran hombres y mujeres en excitantes posiciones que reflejaban una casi violenta atmósfera de sensualidad.

Eso es… La sensualidad era el clima que se respiraba allí. Lo entendió perfectamente. Y también entendió perfectamente la clase de mundo en que se había metido.

Aquél tenía que ser el sitio, sin duda, en que las «alumnas» de Ingrid Wolseley recibían a sus amigos. Allí la casa dejaba de ser una noble mansión de otro tiempo para transformarse en un burdel. Las habitaciones que había al lado derecho, todas con puerta de espejo, también tenían un significado muy claro y preciso.

Estaban cerradas.

Pero por debajo de las rendijas se filtraba aquel olor.

Aquel olor nauseabundo.

Fétido.

Aquel olor que te envolvía, que te ahogaba apenas dabas dos pasos hacia él.

La muchacha se armó de valor.

Apretó los labios.

Empujó la puerta de la primera habitación.

Nada.

No era de allí de donde procedía el olor. La habitación estaba vacía y consistía en una pieza con divanes y espejos en la que había un par de cuadros más y un pequeño cuarto de baño adjunto. La bañera estaba vacía.

La muchacha volvió sobre sus pasos.

Una corriente de aire helado le pasaba por la espalda.

¿Y si en aquel momento se apagaba la luz de nuevo? ¿O si alguien cerraba con llave la puerta?

Pero, sin embargo, no se inmutó.

Sus ojos seguían teniendo una expresión enigmática.

Era como si estuviese hipnotizada. Como si una fuerza ajena guiara sus pasos.

Entró en la segunda habitación.

Nada.

Era una pieza idéntica, aunque tapizada de distinto color. Allí el olor se hacía más intenso y penetrante.

Casi necesitaba contener la respiración.

La tercera puerta.

Crispó los dedos.

¡Adelante!

Más allá de la puerta de cristal había una pieza como las otras, pero con una horrible diferencia. De allí sí que salía el olor nauseabundo, insoportable, que lo llenaba todo. Allí sí que estaba lo que nunca creyó tener que llegar a ver.

El cadáver en completa descomposición estaba sobre el diván. Llevaba muy poca ropa, pero se notaba que aquellas prendas, en otro tiempo, quisieron ser excitantes como correspondía a una cortesana de alta clase. Debajo de ellas… estaba el horror.

Por el momento eran moscas.

No había gusanos.

Moscas.

La muchacha que estaba en aquel diván debía llevar un mes y medio muerta. O algo menos tal vez. Era imposible decirlo. Aquella visión enloquecedora no permitía calcular nada.

Ella se llevó las manos a las sienes. Sintió que todo daba horribles vueltas en torno suyo.

Y gritó.

¡Gritó!

¡Gritó como una loca…!

¡Lanzó un aullido inhumano que atravesaba las paredes!

Y así, en aquella posición, a punto de sufrir un terrible shock nervioso, la encontró Fred un minuto después. Así, en aquella posición, tuvo que sujetarla antes de que la muchacha se desplomara con los ojos en blanco.