La figura negra avanzó hacia él.
La muchacha miraba todo aquello con ojos desencajados.
Aquella especie de vampiro, aquel ser del otro mundo era extraordinariamente parecido al que yacía enterrado en el jardín Hubiera podido decirse que se trataba de su hermano. Tenía las uñas espantosamente largas, los dientes amarillos y los ojos desencajados. El cabello descuidado y largo cayéndole sobre los hombros. La siniestra capa que le llegaba hasta los pies parecía flotar al viento.
Robert vaciló unas décimas de segundo. Aquello debía parecerle algo sobrenatural. Y en efecto lo era.
Tardó demasiado en sacar la pistola de nuevo. Cuando lo hizo, ya aquel monstruo estaba sobre él.
Derribó a Robert sobre la alfombra.
De su garganta escapaban una serie de gruñidos guturales.
Sus uñas se clavaron en el cuello del policía.
Brotó la sangre.
¡Y la boca del monstruo fue hacia ella! ¡La sorbió ávidamente! ¡Robert lanzó un alarido de horror!
¡Los dientes se habían clavado brutalmente en su carne!
¡El monstruo le cubría con su capa, como cubren a sus víctimas las alas de los buitres!
La sangre ya resbalaba por el suelo…
Se oyó un gorgeo febril.
Los ojos del policía, espantosamente blancos, quedaron clavados en el techo.
Eran unos ojos sin expresión, sin alma.
Eran ya los ojos de un muerto…
La muchacha gateaba por el suelo.
Lo veía todo gris.
Sólo espesas sombras había en torno suyo.
Tuvo que hacer un esfuerzo que la pareció sobrehumano para apoyarse en el diván y ponerse en pie poco a poco. No le faltaba vigor; al contrario, sus músculos respondían muy bien, Pero sentía tanto vértigo que le parecía que iba a volver a caer de un momento a otro.
Miró en torno suyo.
El joven desconocido que la ayudó aún no había recobrado el conocimiento, puesto que los dos culatazos habían sido de los que pueden matar a un hombre. Pero no fue eso lo que ella miró realmente. Lo que hizo que sus ojos se clavaran fijamente en un mismo punto fueron los dos cadáveres.
Sí. Dos.
Era como una extraña pesadilla.
El policía yacía muerto con una brecha en el cuello por la que aún se derramaban algunas gotas de sangre. En cuanto al espectro que le había atacado, su situación era muy similar. Diríase que había sido víctima de su propia arma. También tenía una brecha en el cuello por la que escapaban unas gotitas de sangre.
Los dos muertos estaban en una posición casi idéntica.
Era como una visión de ultratumba en la que los ojos de la muchacha parecían negarse a creer.
Sus dedos palparon el aire.
Quedó doblada sobre el diván y tuvo como un espasmo. Así permaneció largo rato, muy quieta y respirando ansiosamente.
El joven fue el que se recuperó a continuación. Lo primero que vio no tuvo nada de desagradable para él: Las fabulosas piernas de la muchacha que estaba doblada sobre el diván de cualquier manera. Pero la siguiente escena que captaron sus ojos le dejó con la sensación de que acababa de atravesar las tinieblas del Más Allá.
Barbotó:
—¡Dios santo…!
Los dos muertos le daban la impresión de no existir en realidad. Eran como una sucia pesadilla.
Se puso en pie y fue hacia la muchacha. Esta se había sentado. Le miraba con unos ojos muy quietos y muy turbios.
Él balbuceó:
—Tú eres Katty Wolseley…
—Sí. ¿Y tú?
—Me llamo Fred. Quizá eso no te diga nada.
—Pues no. No te había oído nombrar nunca.
—Pero conoces a mi tío, el notario Fox. El te dijo que contaba con una persona de absoluta confianza.
Los ojos femeninos temblaron como si no acabara de creerlo. Acercó un poco las manos a sus labios y bisbiseó:
—¿Acaso tú…?
—Sí, yo soy el hombre que enterró al monstruo en el jardín, siguiendo instrucciones de Fox. Conozco toda la historia. Mi tío no tiene absolutamente ningún secreto para mí.
Se pellizcó un momento la mandíbula como si quisiera convencerse de que no soñaba y continuó:
—Cuando me pidió que te sacara del apuro e hiciera desaparecer aquel cuerpo, no pude negarme. Además, tu historia me había conmovido lo suficiente para saber que tenía que prestarte ayuda. Aunque Fox no me lo hubiera pedido, yo lo habría hecho igual. De modo que por mis manos pasó aquel miserable y monstruoso cuerpo que yace ya en el fondo del jardín.
—Fred… Yo…
—Tranquilízate. Ahora ya no corres ningún peligro. Yo estoy aquí para defenderte.
—¿Es que Fox te pidió que lo hicieras?
—Me pidió, simplemente, que vigilara tu hotel para evitar que alguien te molestara. Me extrañó mucho verte salir y dirigirte aquí, pero seguí el taxi con mi coche y me situé cerca de la puerta. Cuando vi que ese cerdo te atacaba… Bueno, ya sabes lo demás. Lo que no puedo comprender es lo que ocurrió desde que perdí el conocimiento.
—¿Crees que lo comprendo yo?
Ella acababa de lanzar una especie de gemido. Sus ojos se habían nublado. Fred le sostuvo la cabeza por detrás en un gesto con el que quería darle aliento.
—Tiene una explicación —dijo.
—¿Qué explicación?
—Lucy.
Ella se estremeció al oír aquel nombre. Se puso en pie y dio unos pasos. Cualquiera hubiera notado que hacía un supremo esfuerzo con tal de mantenerse serena.
—¿Crees que Lucy está aquí? —bisbiseó.
—Estoy seguro.
—Pero…
—¿Tú no has podido ver nada?
—No tengo los nervios demasiado bien —murmuró ella, disculpándose—. Después de todo lo que me ha ocurrido, no se me puede pedir que vea esas escenas como el que ve una película. Creo que cuando ese monstruo ha atacado al policía yo me he… Bueno, me he desmayado. Al menos no recuerdo absolutamente nada hasta que he abierto los ojos de nuevo. Pero entonces era demasiado tarde porque todo había sucedido ya.
Él miraba pensativamente los dos cuerpos. No tenía miedo. Sus facciones rígidas, herméticas, sus nervios impasibles indicaban que era un hombre capaz de afrontar cualquier situación.
—Lucy ha estado aquí —dijo suavemente—. No te ha atacado porque ha tenido otra víctima fácil, pero la próxima vez te atacará. Por eso mi tío no quería que estuvieras ni un minuto más en esta casa.
—¿Crees que… se oculta aquí?
—Estoy seguro. Debe conocer la casa mucho mejor que tú, puesto que habita en ella desde antes de morir tu tía Ingrid. Por otra parte, aquí tiene que haber sitios donde una persona pueda ocultarse bien. ¿Qué conoces de todo esto?
—Sólo los dormitorios y esta biblioteca. No me pareció que hubiera en esos sitios nada de especial. Ni tampoco en otros lugares de la casa, aunque… ¡Aguarda!
Él se volvió bruscamente para mirarla.
—¿Qué pasa?
—Hay algo que no tiene sentido. Un armario que parece tapar algo. ¿Puedes ayudarme?
—Naturalmente que sí. Además, dispongo de toda la noche. ¿De qué armario hablas?
Ella le hizo una seña.
Los dos parecían haber dominado su nerviosismo por completo. Parecían pensar solamente que necesitaban salir de aquel atolladero y que para eso les haría falta toda su serenidad.
Condujo al hombre ante el monumental armario tipo Renacimiento y se lo mostró. ´Wl se dio cuenta también en seguida de que el gigantesco mueble no encajaba en el ambiente y de que había sido llevado allí pieza a pieza en un laborioso esfuerzo. Para que una mujer como Ingrid Wolseley, ya anciana, hubiera hecho aquello, tenía que estar realmente desesperada.
Él musitó:
—Seguro que tapa algo…
—¿Una puerta?
—Estoy convencido que sí.
E hizo a la muchacha una seña. Ella se colocó a un lado. Era joven y estaba en lo mejor de su fuerza. En cuanto a él, hubiera podido participar en un campeonato de catch.
—No tienes más que sostenerlo un poco. Yo haré la fuerza al girar —dijo—. Ten cuidado… Tira un poco hacia atrás cuando yo te diga.
—Bien.
Trabajaron los tíos.
El armario pesaba una condenación.
Resultaba casi imposible moverlo.
—¡Diablos!
—Probemos otra vez…
—¿Ahora…?
—¡Ahora!
El armario fue separado de la pared lo suficiente. Un esfuerzo más y les permitió ver lo que había tras él.
En efecto, era una puerta.
Los dos la miraron fijamente.
Ella volvía a tener en sus facciones aquellas gotitas de sudor lívido.
—¿Adónde debe dar esto? —balbució.
—No lo sé, pero estoy pensando algo. Algo que no me gusta decirte, Katty: De aquí han salido esos monstruos.
—¡No es posible! ¡El armario no había sido movido en mucho tiempo! ¡Y pesa una tonelada!
—Sí, pero la pobre Ingrid no tuvo en cuenta una cosa: Las patas que lo sostienen son demasiado altas y permiten que por debajo del mueble se deslice un hombre, aunque sea con dificultades. Desde el otro lado de la puerta les bastaba abrirla (porque debes darte cuenta de que la puerta se abre hacia atrás) y deslizarse por debajo del armario. Ingrid Wolseley no consiguió lo que se proponía. A pesar de su esfuerzo estuvo día y noche a merced de esos monstruos.
La muchacha se estremeció.
Miraba la puerta como una obsesionada.
¿Qué había detrás? ¿Qué universo alucinante, monstruoso, comenzaba más allá de la hoja de madera?
Ahora el sudor corría hasta por su espalda.
Fred tenía los labios tan apretados que sus mandíbulas parecían soldadas en una sola pieza.
El silencio se hizo insoportable entre los dos. La tensión les torturaba los nervios. Oyeron que el carillón desgranaba una serie de campanadas, pero no supieron la hora que era porque ninguno de ellos las contó.
Fred susurró al fin:
—Bueno… No sirve de nada estar aquí mirándonos uno al otro. Más vale que entre de una condenada vez. ¡Adelante!
Y fue a empujar la puerta.
Pero en aquel momento se estremeció.
Todo su cuerpo sufrió una terrible sacudida.
Porque le rodeaba la oscuridad… ¡Las luces acababan de apagarse en toda la casa!